Amigos, nuestro Evangelio bendice aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la practican. Me gustaría decir algo acerca de la respuesta del pueblo polaco a las palabras proclamadas por San Juan Pablo II. El poder del estado comunista polaco, y detrás del mismo el poder de la Unión Soviética, fue lo que Juan Pablo II tuvo que confrontar a principios de los años 1980s. Pero él, habiendo crecido bajo el nazismo y el comunismo, estaba acostumbrado a la confrontación con fuerzas políticas opresivas.
Les habló sobre Dios, sobre los derechos humanos, sobre la dignidad del individuo —atemorizados en cada momento, los organizadores se preocuparon acerca de las repercusiones políticas—. Mientras hablaba la multitud de gente crecía y se volvía más entusiasmada. Fue más que un mero nacionalismo polaco. Y en uno de los eventos, millones de personas comenzaron a cantar “¡Queremos a Dios! ¡Queremos a Dios!”. una y otra vez por quince minutos.
No había control sobre esta fuerza, nacida de la confianza en el amor de Dios, que es más poderoso que cualquiera de las armas de los imperios del mundo, desde las cruces hasta las bombas nucleares. Por supuesto que esta fue la razón por la cual el oficialismo comunista trató vehementemente de parar a Juan Pablo II. Pero, ¡la Palabra de Dios no podía ser encadenada!
Microquimerismo fetomaternal
El «Proyecto Placenta Humana» no ha hecho más que empezar a desvelar para nosotros hechos sorprendentes sobre la vida humana en el útero. El fenómeno del microquimerismo fetomaterno nos informa de que no sólo la madre proporciona recursos al bebé prenatal, sino que algunas células fetales del bebé atraviesan la placenta y entran en la circulación de la madre y se integran en el cuerpo de ésta y siguen funcionando dentro de ella incluso después del parto. En otras palabras, existe una relación continua entre la madre y el niño a nivel intercelular, ¡cada uno lleva al otro! Imagina lo que implica para la Encarnación: Que María llevaba la huella de Cristo a nivel celular dentro de ella en todo momento. La mujer del evangelio de hoy tiene razón: Bendita sea María, que concibió, dio a luz y amamantó a Jesús. Pero, como señala Jesús, nosotros también somos bienaventurados: Dado que en la Encarnación Dios ha entrado eternamente en la humanidad a nivel celular, podemos activar en cualquier momento esta pertenencia escuchando la palabra de Dios y haciéndola.
Hugo de Génova, Santo
Religioso, 8 de octubre
Por: Isabel Orellana Vilches | Fuente: Zenit.org
Martirologio Romano: En Génova, de la provincia de Liguria, Italia, san Hugo, religioso, que, después de haber luchado largo tiempo en Tierra Santa, fue designado para regir la Encomienda de la Orden de San Juan de Jerusalén en esta ciudad, y se distinguió por su bondad y su caridad hacia los pobres (c. 1233).
Etimología: Hugo = aquel de inteligencia clara, viene del germano
Breve Biografía
Hugo Canefri es uno de los más destacados miembros de la Orden de Malta, a la que pertenecía, y particularmente venerado en Génova. Vino al mundo en Castellazzo Bormida, Alessandría, Italia. No existe unanimidad en la fecha; algunos la sitúan en 1148 y otros en 1168. Ésta última quizá sea la más verosímil toda vez que existe constancia de que ese año su ilustre familia participó en la fundación de Alessandría iniciada entonces. Su padre era Arnoldo Canefri. Su madre Valentina Fieschi era hija del conde Hugo di Lavagna, y hermana de Sinibaldo di Fieschi (pontífice Inocencio IV). El peso de su apellido era de gran envergadura. Su abuelo paterno había donado importantes sumas a la iglesia de S. Andrea di Gamondio. Además, tenía entre los suyos personas destacadas en los estamentos sociales, muy reputadas por su valía y alta responsabilidad tanto a nivel eclesiástico como civil, nada menos que condes, reyes, fundadores y santos… Aparte de ello, no se proporciona información sobre su infancia y adolescencia.
Los datos que se poseen se deben al arzobispo de Génova, Ottone Ghilini, paisano y contemporáneo suyo, que había pasado por las sedes de Alessandría y de Bobbio. Fue el papa Gregorio IX quien lo trasladó a Génova y al instruir el proceso canónico de Hugo, sintetizó por escrito su virtuosa vida, dando cuenta de sus milagros. Lo que se puede decir de él con más certeza arranca de la época en la que fue elegido caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), aunque en esa época sus miembros eran conocidos como hospitalarios y sanjuanistas. Todo parece indicar que Hugo no debió ser ordenado sacerdote, pero sí vistió el conocido hábito que en su tiempo se distinguía por su color negro con una cruz blanca de ocho puntas en alusión a las ocho bienaventuranzas; el hábito cambió de color algunos años después de su fallecimiento.
Las cruzadas contra los infieles se hallaban entonces en su apogeo. Eran muchos los que se integraban en los ejércitos que partían para liberar Tierra Santa del dominio de los enemigos de la fe cristiana. Después de la conquista de Jerusalén por Godofredo de Bouillón en 1099, el hospicio (hubo varios y de distintas nacionalidades) construido junto al Santo Sepulcro para la atención de los peregrinos, que había sido dedicado a san Juan, fue donado por el califa de Egipto, Husyafer, al beato Gerardo de Tenque, fundador de la Orden de Malta. Tras esta primera Cruzada se convirtió no solo en el lugar donde iban a sanar sus heridas los caballeros cruzados que lucharon en combate, sino que fue el origen del nacimiento de la Orden puesta bajo el amparo del pontífice Pascual II, a petición de fray Gerardo. Cuando Hugo nació, el papa Calixto II ya le había concedido nuevos privilegios, y el Gran Maestre Gilbert d’Assailly, el quinto, gozaba de gran prestigio. Esta Orden de caballería estaba integrada por seculares y también por los caballeros que habían emitido votos y tenían como objetivo la tuitio fidei et obsequium pauperum (la defensa de la fe y la ayuda a los pobres, a los que sufren), dedicándose a las tareas de enfermería. Además, los capellanes, que eran «una tercera clase», se ocupaban del servicio divino.
Pues bien, Hugo fue uno de los ilustres combatientes en Tierra Santa. Participó en la tercera Cruzada junto a Conrado di Monferrato y al cónsul de Vercelli, Guala Bicchieri. Y al regresar de estas campañas, fue designado capellán de la Encomienda del hospital de san Giovanni di Pré, en Génova. Desde ese momento, la vida del santo, alejado de las armas, se centró en la oración y en el ejercicio de la caridad con los enfermos y marginados que acudían al hospital, además de los peregrinos que iban y venían de Tierra Santa. A los enfermos los asistió procurándoles consuelo humano, espiritual y económico. Cuando fallecían, les daba sepultura con sus propias manos. Pero uno de los rasgos representativos y más loados de su espiritualidad, junto a su amabilidad, modestia y piedad, fue su fe. Con ella era capaz, como dice el evangelio, de trasladar montañas.
Entre otros milagros que se le atribuyen se halla el acaecido un día de intensísimo calor. Hubo un problema con el suministro del agua, y las lavanderas del hospital se veían obligadas a recorrer un intrincado camino para proveerse de ella. Sus lamentos fueron escuchados por Hugo, quien se apresuró a atenderlas. Entonces le rogaron que pidiese a Dios un milagro, y él les recomendó que rezasen. Pero a las mujeres les faltaba fe, y pronto su lamento se tornó en exigencia: él era el único que podía arrebatar esa gracia; ellas estaban cansadas de tanto trabajo en medio del sofocante calor. No le agradó a Hugo su propuesta, pero en aras de la caridad hizo lo que le pedían, y después de orar y de realizar la señal de la cruz obtuvo de Dios el bien que solicitaban. También se le atribuye el rescate de una nave que se hallaba a punto de naufragar, logrado con su oración, y la mutación del agua en vino, que se produjo en un banquete, al modo que hizo Cristo en las bodas de Caná. Otros fenómenos místicos que se producían a veces mientras oraba o se hallaba en misa, momentos en los que podía entrar en éxtasis, fueron visibles para otras personas, entre ellas el arzobispo de Génova, Otto Fusco.
Hugo fue un penitente de vida austera (su lecho era una tabla situada en el sótano del centro hospitalario), que vivió entregado a la mortificación y al ayuno. Su muerte se produjo en Génova hacia el año 1233, un 8 de octubre. Sus restos fueron enterrados en la primitiva iglesia en la que residía, sobre la que se erigió la de San Giovanni di Pré donde hoy día continúan venerándose.
El silencio de Dios
Santo Evangelio según san Lucas 11, 27-28.
Sábado XXVII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quiero callar para, en el silencio, poder escucharte.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 27-28
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo, gritando, le dijo: “¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!” Pero Jesús le respondió: “Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Ante la exaltación de una mujer de entre el gentío, Jesús, sin mucha introducción, aprovecha para dejarnos otra bienaventuranza: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Llama dichosos a los que escuchan y cumplen, es decir, llama dichosos a los que el amor no sólo es una teoría, sino un muy concreto estilo de vida.
Parecería una bienaventuranza muy sencilla, sin embargo, requiere mucha radicalidad pues el escuchar implica callar, requiere atención, exige silencio.
No se trata de un silencio meramente externo, se trata de un silencio ante las cosas superficiales de la vida, un silencio ante el ruido de los problemas sin importancia… un silencio que me permite conocerme y enfrentarme conmigo mismo… un silencio que me permite encontrarme con Dios.
Sólo en ese silencio es como puedo comenzar a distinguir la voz de Dios en mi vida; que me guía, que me consuela, que da seguridad a mis pasos ante los caminos de la vida.
Es en el silencio donde descubro lo que Dios quiere de mi vida y, por lo tanto, lo que más me hace feliz, lo que me hace más pleno… donde descubro la razón de mi existir.
«“Dar la vida, tener espíritu de martirio es dar en el propio deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en aquel silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco. Sí, como la da una madre que sin temor y con la simplicidad del martirio materno, concibe en su vientre a un hijo, lo da a la luz, lo amamanta, lo hace crecer y lo atiende con afecto. Es dar la vida. Y estas son las madres. Es martirio”. Sí, ser madre no significa solamente traer un hijo al mundo, pero es también tomar una decisión de vida, la decisión de dar la vida». (Homilía de S.S. Francisco, 7 de enero de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal.
El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ante el ruido de mi vida cotidiana, pediré al Señor la gracia del silencio interior para así poder escucharle.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Silencio y escucha de la Palabra
Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días.
El mundo moderno nos bombardea con noticias y ruidos, con músicas y discusiones, con “blogs” y mensajes de todo tipo. Al mismo tiempo, nuestros corazones generan pensamientos y emociones que aturden y arrastran, que encandilan y casi “drogan” nuestro espíritu.
La semilla no puede dar fruto si el alma vive prisionera de mil preocupaciones, angustias, apegos, zozobras. Para que la semilla empiece su camino vigoroso, antes hay que escardar, limpiar, zanjar, proteger el terreno del espíritu.
Escuchar la Palabra, el mensaje de Dios a los hombres, es imposible si nos faltan espacios de silencio. Como explica el Papa Benedicto XVI, “la palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e interior. Nuestro tiempo no favorece el recogimiento, y se tiene a veces la impresión de que hay casi temor de alejarse de los instrumentos de comunicación de masa, aunque sólo sea por un momento. Por eso se ha de educar al Pueblo de Dios en el valor del silencio. Redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior” (exhortación apostólica postsinodal “Verbum Domini”, n. 66).
Si adoptamos una sana actitud de silencio, el corazón empieza a estar abierto a la acogida de la Palabra de Dios, como la Virgen, como los santos. Así lo explica el Papa: “La gran tradición patrística nos enseña que los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente. Nuestras liturgias han de facilitar esta escucha auténtica: Verbo crescente, verba deficiunt” (“Verbum Domini”, n. 66).
Esto vale, como señala Benedicto XVI en el texto antes citado, de modo especial para la Liturgia: “Este valor ha de resplandecer particularmente en la Liturgia de la Palabra, que «se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación». Cuando el silencio está previsto, debe considerarse «como parte de la celebración». Por tanto, exhorto a los pastores a fomentar los momentos de recogimiento, por medio de los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de Dios se acoge en el corazón” (“Verbum Domini”, n. 66).
Si pasamos a través de los dinteles del silencio y del recogimiento, interno y externo, entramos en la escuela en la que habla el verdadero Maestro, Jesucristo. Él está, respetuosamente, junto a la puerta de nuestros corazones. “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos” (Ap 3,20).
Por eso, al finalizar el texto de la exhortación “Verbum Domini”, el Papa invita a todos los católicos a fomentar un clima adecuado a la escucha con la ayuda del silencio.
“Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida. De este modo, la Iglesia se renueva y rejuvenece siempre gracias a la Palabra del Señor que permanece eternamente (cf. 1Pe 1,25; Is 40,8). Y también nosotros podemos entrar así en el gran diálogo nupcial con que se cierra la Sagrada Escritura: «El Espíritu y la Esposa dicen: ‘¡Ven!’. Y el que oiga, diga: ‘¡Ven!’… Dice el que da testimonio de todo esto: ‘Sí, vengo pronto’. ¡Amén! ‘Ven, Señor Jesús’» (Ap 22,17.20)” (“Verbum Domini” n. 124).
San Hugo de Génova, en la Orden de Malta al servicio de los enfermos
Fue caballero, participó en las Cruzadas y a su regreso fue capellán del hospital de Génova, donde atendía a enfermos y peregrinos de Tierra Santa
Hugo Canefri nació en Castellazzo Bormida (Alessandria, Italia) a mediados del siglo XII en el seno de una familia socialmente importante. Su padre era Arnoldo Canefri. Su madre, Valentina di Fieschi, era hija del conde Hugo di Lavagna y hermana de Sinibaldo di Fieschi, que más tarde sería el papa Inocencio IV. El abuelo paterno había hecho donativos a la iglesia de Sant’Andrea di Gamondio.
Fue elegido caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), aunque en esa época a sus miembros se les llamaba hospitalarios y sanjuanistas. Sin embargo, los datos biográficos apuntan a que nunca fue ordenado sacerdote. Vistió siempre, eso sí, el hábito negro (más tarde sería de otro color) con una cruz blanca de ocho puntas que recuerdan a las ocho bienaventuranzas.
El siglo XII es época de Cruzadas. En la primera Cruzada, Godofredo de Bouillón conquistó Jerusalén a los infieles en el año 1099. Entonces, el hospicio que se levantó junto al Santo Sepulcro para atender a los peregrinos, fue donado por el califa de Egipto, Husyafer, al beato fray Gerardo de Tenque, fundador de la Orden de Malta.
Tras esta primera Cruzada, ese lugar sirvió no solo como hospital de los cruzados heridos en la batalla, sino que también fue el origen de la Orden de Malta, bajo los auspicios del papa Pascual II, a petición de fray Gerardo.
Cuando Hugo se integra en la Orden, esta ya tiene medio siglo de vida y goza de gran prestigio. La formaban seglares y caballeros que habían hecho voto de defensa de la fe y de ayuda a los pobres, en latín tuitio fidei et obsequium pauperum, en los trabajos de enfermería. Los capellanes eran «una tercera clase» y se ocupaban de la atención pastoral.
San Hugo participó en la tercera Cruzada junto a Conrado di Monferrato y al cónsul de Vercelli, Guala Bicchieri. Al regresar de estas campañas, fue nombrado capellán de la Encomienda del hospital de san Giovanni di Pré, en Génova.
Entregado y penitente Su vida entonces tomó otra ruta: la de la entrega plena al Señor en la oración y en la obra de caridad de atender a los enfermos y marginados de la ciudad, además de prestar cuidado a los peregrinos que iban o regresaban de Tierra Santa. Hugo no volvió a tomar las armas y su vida se hizo muy penitente: por ejemplo, dormía en el sótano, sobre una tabla de madera. A los que fallecían en el hospital, san Hugo de Génova se encargaba de darles sepultura con sus propias manos. Llamaba la atención su fe, su amabilidad con todo tipo de personas, su modestia y su piedad.
Milagros en vida Se le atribuyen milagros en vida, como el haber logrado de Dios que hubiera agua para las lavanderas del hospital un día de mucho calor en que se había roto el suministro. También le vieron convertir, por su oración, el agua en vino en un banquete, como hizo Jesús en las bodas de Caná. Y salvó de la muerte a la tripulación de un barco que iba a naufragar. Hay testimonios de algunos fenómenos místicos que se producían cuando Hugo estaba en misa o en oración: entre otros, lo vieron el arzobispo de Génova y cuatro canónigos.
San Hugo de Génova tuvo vida religiosa más de medio siglo y falleció el 8 de octubre del año 1233. Fue enterrado en la primitiva iglesia donde residía y sobre ella se erigió la de San Giovanni di Pré donde hoy siguen venerándose sus restos.
Su festividad se celebra el 8 de octubre.
Oración
Oh, Dios,
que otorgaste al bienaventurado Hugo de Génova
la gracia de perseverar en la imitación
de Cristo pobre y humilde,
concédenos, por su intercesión,
avanzar fielmente en nuestra vocación,
para llegar a la perfección que nos propusiste en tu Hijo.
Por nuestro Señor Jesucristo.