Luke 17:5-10

Amigos, en nuestro Evangelio Jesús nos dice que si tuviéramos fe del tamaño de una semilla de mostaza podríamos arrancar un árbol de sicómoro y plantarlo en el mar. Lo que se nos dice aquí es algo simple: la fe es poder. Cuando nuestras vidas están alineadas a Dios, nos convertimos en conductos de enorme poder. 

Los apegos nos bloquean y rompen ese flujo. Un apego es cualquier cosa sin la cual estás convencido que no puedes vivir. Esta idea es fundamental en la espiritualidad de Ignacio de Loyola. ¿Cuáles son los apegos que impiden que el poder divino fluya a través nuestro? Riqueza, placer, honor, poder.

Miremos a aquél a quien sostenemos como modelo de poder. Observemos por favor cuán cómodo se ve; observemos cuántas “cosas buenas” tiene a su alrededor. Y comentemos cuán popular es, cómo todos cantan sus alabanzas. ¡Y veamos cuán exitoso es; qué brillante carrera ha tenido!Amemos lo que Jesús amaba en la Cruz y despreciemos lo que despreciaba, dijo Tomás de Aquino. Esa es la clave para una vida espiritualmente exitosa, y para liberar el poder divino. 

«El Señor compara la fe perfecta al grano de mostaza porque en su aspecto es humilde, pero ardiente en lo interior» (San Beda el Venerable)

«Quien está sólidamente fundado en la fe, quien tiene plena confianza en Dios y vive en la Iglesia, es capaz de llevar la fuerza extraordinaria del Evangelio» (Benedicto XVI)

«La salvación viene sólo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento (…) (Fausto de Riez). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 169)

Ángeles Custodios

Cada persona tiene un ángel custodio, 2 de octubre

Nuestros Guardaespaldas Celestiales

¿Quiénes son los ángeles custodios?
Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma a este respecto San Jerónimo: “Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia”.

En el antiguo testamento se puede observar cómo Dios se sirve de sus ángeles para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando Elías fue alimentado por un ángel (1 Reyes 19, 5.)
En el nuevo testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que se ve la misión de los ángeles: el mensaje a José para que huyera a Egipto, la liberación de Pedro en la cárcel, los ángeles que sirvieron a Jesús después de las tentaciones en el desierto.

La misión de los ángeles custodios es acompañar a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo en la tierra de los peligros de alma y cuerpo, protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero de viaje que siempre está al lado de cada hombre, en las buenas y en las malas. No se separa de él ni un solo momento. Está con él mientras trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le pide ayuda y cuando no se la pide.

No se aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de Dios por el pecado. Le prestará auxilio para enfrentarse con mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y a las tentaciones que se presentan en la vida.

Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como algo infantil, pero no debía ser así, pues si pensamos que la persona crece y que con este crecimiento se tendrá que enfrentar a una vida con mayores dificultades y tentaciones, el ángel custodio resulta de gran ayuda.

Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro. Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está cerquísima de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos. Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos y deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios conoce exactamente lo que hay dentro de nuestro corazón. Los ángeles sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.

También se les pueden pedir favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinado peligro o las guíen en una situación difícil.

El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona con fecha de 1494.

Cuida tu fe
Actualmente se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden “angelitos” de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres. Hay que tener cuidado al comprar estos materiales, pues muchas veces dan a los ángeles atribuciones que no le corresponden y los elevan a un lugar de semi-dioses, los convierten en “amuletos” que hacen caer en la idolatría, o crean confusiones entre las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.

Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses. No son lo único que nos puede acercar a Dios ni podemos reducir toda la enseñanza de la Iglesia a éstos. No hay que olvidar los mandamientos de Dios, los mandamientos de la Iglesia, los sacramentos, la oración, y otros medios que nos ayudan a vivir cerca de Dios.

Fe para trabajar con valentía

Santo Evangelio según san Lucas 17, 5-10. Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Creo, Señor que estás presente en este momento. Sé que me escuchas, me ves y me hablas. Sé que quieres estar conmigo y acompañarme. Aumenta mi fe para que crea en ti con mayor firmeza. Confío en ti porque Tú nunca me fallas. Te amo porque Tú me has amado primero. Dame, Señor, tu gracia para serte fiel en todos las circunstancias de mi vida y ser un apóstol incansable de tu Reino.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 5-10

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería.

¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando haya cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’”.
Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Hoy me hablas de la fe. La fe que es uno de los primeros regalos que me diste al llegar a este mundo. Ella es una de las virtudes teologales, es decir las virtudes que me ponen en contacto directo contigo. Mi petición también es, al igual que los apóstoles, aumenta mi fe. Ella es el mayor tesoro que has puesto en mi alma y todo el que posee un tesoro busca acrecentarlo. Por ello mi petición.

¿Cómo es mi fe, Señor? No quiero que sea una fe de dogmas y prohibiciones, una fe raquítica, débil y frágil. Quiero una fe de certezas profundas, de realidades que se experimentan, de fundamentos inconmovibles.

Dame una fe, al menos como la de una semilla de mostaza. La fe no es sólo para hacer milagros como el que me describes en el Evangelio. La fe es la virtud que me ayuda a superar los obstáculos de mi vida, a construir sobre roca firme, a llevar adelante mis proyectos, a vivir en plenitud mi vida cristiana.

A veces puedo reducir mi fe a la pertenencia a una religión, a la creencia simple en una persona, en el cumplimiento de unos actos, en definitiva al ámbito religioso. Pero la fe va más allá. La fe mueve las montañas de mis problemas familiares, las cimas de mis inconvenientes en el trabajo, los montes de mis debilidades, las cordilleras de mis dolores, enfermedades e incomodidades.

Pero aún más, la fe me hace feliz, me da seguridad y paz al alma. La fe ilumina mis caminos y elecciones; la fe guía mis pasos, acompaña mis acciones y las hace fructíferas.
Al final, regreso por lo mismo a la petición del Evangelio: «Señor, aumenta mi fe».

«Crecer en la fe. Están llamados a vivir su trabajo como una misión que el Señor mismo les confía; a acoger el tiempo que pasan aquí en Roma, en el corazón de la cristiandad, como oportunidad para profundizar la amistad con Jesús y caminar hacia la meta de cada vida cristiana auténtica: la santidad. Por ello los invito a alimentar su espíritu con la oración y la escucha de la Palabra Dios; a participar con devoción en la santa misa y cultivar una filial devoción a la Virgen María, y realizar así vuestra peculiar misión, trabajando cada día con valentía y fidelidad».

(Homilía de S.S. Francisco, 7 de mayo de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una oración especial, preferentemente en familia, por aquellas personas que estén pasando por un momento difícil en su fe.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Nuestros milagros de cada día

¿Somos de aquellos cristianos que queremos ver milagros a toda costa?

Existe una ambigüedad que caracteriza a los signos y milagros de Jesucristo.
Por una parte, los evangelios están llenos de milagros. El camino de Jesús está señalado por acontecimientos prodigiosos: los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan.

Por otra parte, Cristo es reticente con los milagros. Multiplica los signos, pero no pretende presentarse como taumaturgo. Viene a traer la salvación, no a hacer milagros. Evita todo sensacionalismo, se niega decididamente a lo espectacular.

Si miramos atentamente el Evangelio, podemos decir que hay dos cosas que son capaces de arrancarle milagros: la fe de los que piden y la miseria de los hombres.

  1. La fe del que pide. Un rostro que implora con fe es un espectáculo ante el que Cristo no puede resistirse. Es su punto débil. Se deja escapar expresiones maravilladas: “¡Mujer, qué grande es tu fe!” Y no puede evitar realizar el milagro: “Hágase según tus deseos…”
  2. La miseria humana. Cuando Jesús se encuentra en sus caminos con la miseria, se siente casi obligado a regalar el milagro. En muchos casos, ni siquiera es necesario que formulen una petición explícita. Basta con la presencia del dolor. P.ej. las lágrimas de una madre que acompaña al sepulcro a su único hijo. Y Cristo responde inmediatamente. No puede ver cómo los hombres sufren.

Yendo a nosotros, hay cristianos que quieren ver milagros a toda costa. Como si su fe estuviera colgada, más que de la palabra de Dios, de los milagros. Su vida se desarrolla bajo el signo de lo extraordinario, de lo excepcional, a veces incluso de lo extravagante.

No han comprendido que la fe es lo que provoca el milagro. Y no al revés. Han trastornado el procedimiento de Jesús. En el evangelio aparece con claridad que el Señor resalta la libertad, deja la puerta abierta, pero sin obligar a entrar a nadie, sin golpes espectaculares. Él queda vencido sólo por la fe de los hombres.

Pero existe también una postura contraria, también fuera de tono. Son cristianos que tienen miedo, que casi se avergüenzan del milagro. Pretenden impedirle a Dios que sea Dios. Les gustaría aconsejarle que no resulta oportuno, que es mejor, para evitarse complicaciones, dejar en paz el campo de las leyes físicas. Como si Dios estuviese obligado a pedirles consejo antes de manifestar su propia omnipotencia. Se olvidan que los milagros son la expresión de la libertad de Dios.

Nuestros milagros. Por encima de estas actitudes frente a los milagros y signos de Dios, está la obligación precisa para todos nosotros: Cristo nos ha dejado la consigna de hacer milagros. Es el “signo” de nuestra fe. Más aún, hemos de “convertimos” en milagros: Milagros de coherencia, de fidelidad, de misericordia, de generosidad, de comprensión.

Una vez más esta “generación perversa pide un signo”. Y tiene derecho a esperarlo de nosotros, los que nos llamamos cristianos. ¿Qué signo podemos ofrecerles? ¿Qué milagro podemos presentarles?

Una respuesta al mundo que nos rodea. Nuestro camino pasa por un mundo que tiene hambre, hambre de pan y hambre de amor. Un mundo enfermo de desilusiones. Un mundo ciego por la violencia. Un mundo asolado por el egoísmo. No podemos pasar por ese camino limitándonos a contarles a los demás, los milagros de Jesús. No podemos contar con sus milagros. Hemos de contar con los nuestros.

Lo que buscan los hombres de este mundo, son nuestros milagros de cada día: nuestros milagros de fe, de amor, de transformación, de vida cristiana.

¿Quiénes son los Ángeles Custodios?

Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está cerquísima de Dios

 Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma a este respecto San Jerónimo: «Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia».

En el Antiguo Testamento se puede observar cómo Dios se sirve de sus ángeles para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando Elías fue alimentado por un ángel (1 Reyes 19, 5.)

En el nuevo Testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que se ve la misión de los ángeles: el mensaje a José para que huyera a Egipto, la liberación de Pedro en la cárcel, los ángeles que sirvieron a Jesús después de las tentaciones en el desierto.

La misión de los ángeles custodios es acompañar a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo en la tierra de los peligros de alma y cuerpo, protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero de viaje que siempre está al lado de cada hombre, en las buenas y en las malas. No se separa de él ni un solo momento.

Está con él mientras trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le pide ayuda y cuando no se la pide. No se aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de Dios por el pecado.

Le prestará auxilio para enfrentarse con mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y a las tentaciones que se presentan en la vida.

Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como algo infantil, pero no debía ser así, pues si pensamos que la persona crece y que con este crecimiento se tendrá que enfrentar a una vida con mayores dificultades y tentaciones, el ángel custodio resulta de gran ayuda.

Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro. Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está cerquísima de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos. Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos y deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios conoce exactamente lo que hay dentro de nuestro corazón. Los ángeles sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.

También se les pueden pedir favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinado peligro o las guíen en una situación difícil.
El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona con fecha de 1494.

Poderosa oración a los santos ángeles

Una súplica que puede transformar tu vida

Los ángeles pueden ayudarnos en nuestra vida. Su presencia y su pureza tienen más fuerza de la que a veces sospechamos. Llámales, reza esta poderosa oración a los santos ángeles:

Oración inicial

¡Dios Uno y Trino, Omnipotente y Eterno! Antes de recurrir a tus siervos, a los santos ángeles, nos postramos ante tu presencia y te adoramos: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Bendito y alabado seas por toda la eternidad.

Dios santo, Dios fuerte, Dios inmortal: que todos los ángeles y hombres, que Tú creaste, te adoren y amen y permanezcan a tu servicio.

Y tú, María, Reina de todos los ángeles, acepta benignamente las súplicas que te dirigimos; preséntalas ante el Altísimo, tú que eres la mediadora de todas las gracias y la omnipotencia suplicante para que obtengamos la gracia, la salvación y el auxilio.

Amén.

¡Ayúdennos!

Poderosos santos ángeles, que por Dios nos fueron concedidos para nuestra protección y auxilio, en nombre de la Santísima Trinidad les suplicamos:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos en nombre de la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos por el poderoso nombre de Jesús:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos por todas las llagas de nuestro Señor Jesucristo:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos por todos los martirios de nuestro Señor Jesucristo:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos por la palabra santa de Dios:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos por el Corazón de nuestro Señor Jesucristo:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos en nombre del amor que tiene Dios por nosotros los pobres:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos en nombre de la fidelidad de Dios por nosotros los pobres:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos en nombre de la misericordia de Dios por nosotros los pobres:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos en nombre de María, Madre de Dios y nuestra madre:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos en nombre de María, Reina del Cielo y de la Tierra:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos en nombre de María, su Reina y Señora:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos por su bienaventuranza:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos por su fidelidad:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos por su lucha en defensa del Reino de Dios:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Les suplicamos:

¡Protéjannos con su escudo!

Les suplicamos:

¡Defiéndannos con su espada!

Les suplicamos:

¡Ilumínennos con su luz!

Les suplicamos:

¡Sálvennos bajo el manto protector de María!

Les suplicamos:

¡Guárdennos en el Corazón de María!

Les suplicamos:

¡Confíennos a las manos de María!

Les suplicamos:

Muéstrennos el camino que conduce a la puerta de la vida: ¡el Corazón abierto de nuestro Señor!

Les suplicamos: ¡Guíennos con seguridad a la casa del Padre celestial!

Todos ustedes, nueve coros de los espíritus bienaventurados:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Compañeros especiales y enviados por Dios:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Insistentemente les suplicamos:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

La preciosa sangre de nuestro Señor y Rey fue derramada por nosotros los pobres.

Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!

El Corazón de nuestro Señor y Rey late por amor a nosotros los pobres.

Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!

El Corazón Inmaculado de María, Virgen purísima y Reina de ustedes late por amor a nosotros los pobres. Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!

San Miguel Arcángel:

Tú, príncipe de los ejércitos celestiales, vencedor del dragón infernal, recibiste de Dios la fuerza y el poder para aniquilar, por la humanidad, la soberbia del príncipe de las tinieblas. Insistentemente te suplicamos que nos alcances de Dios la verdadera humildad de corazón, una fidelidad inquebrantable en el cumplimiento continuo de la voluntad de Dios y una gran fortaleza en el sufrimiento y en la penuria. Al comparecer ante el tribunal de Dios, ¡ayúdanos a no desfallecer!

San Gabriel Arcángel:

Tú, ángel de la encarnación, mensajero fiel de Dios, abre nuestros oídos para que puedan captar hasta las más suaves sugerencias y llamadas de la gracia que emanan del Corazón amabilísimo de nuestro Señor. Te suplicamos que estés siempre junto a nosotros, para que comprendamos bien la palabra que Dios quiere de nosotros. Haz que estemos siempre disponibles y vigilantes, que el Señor, cuando venga, no nos encuentre durmiendo.

San Rafael Arcángel:

Tú que eres lanza y bálsamo del amor divino, te rogamos, hiere nuestro corazón y deposita en él un amor ardiente de Dios. Que la herida no se apague, para que nos haga perseverar todos los días en el camino del amor. ¡Que ganemos por el amor!

Ángeles poderosos

Ángeles poderosos y hermanos santos nuestros que sirven frente al trono de Dios, vengan en nuestro auxilio.

Defiéndannos de nosotros mismos, de nuestra cobardía y tibieza, de nuestro egoísmo y ambición, de nuestra envidia y falta de confianza, de nuestra avidez en busca de la abundancia, del bienestar y la estima pública.

Desaten nuestras esposas del pecado y el apego a las cosas terrenas. Quítennos la venda de los ojos que nosotros mismos nos hemos puesto y nos impiden ver las necesidades de nuestro prójimo y la miseria de nuestro ambiente, porque estamos encerrados en una morbosa complacencia de nosotros mismos.

Claven en nuestro corazón el aguijón de la santa ansiedad por Dios, para que no cesemos de buscarlo, con ardor, contrición y amor.

Contemplen la sangre del Señor, derramada por nuestra causa.

Contemplen las lágrimas de su Reina, derramadas por nuestra causa

Contemplen en nosotros la imagen de Dios, desfigurada por nuestros pecados, que Él por amor imprimió en nuestra alma. Ayúdennos a reconocer a Dios, adorarlo, amarlo y servirlo. Ayúdennos en la lucha contra el poder de las tinieblas que, enmascaradamente, nos envuelve y aflige. Ayúdennos, para que ninguno de nosotros se pierda, permitiendo así que un día nos reunamos todos, jubilosos, en la eterna bienaventuranza. Amén. San Miguel, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros! San Gabriel, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros! San Rafael, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros! Oh, Dios, que organizas de modo admirable el servicio de los ángeles y los hombres, haz que nos protejan en la Tierra aquellos que sirven en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, en la unidad del Espíritu Santo.