MATEO 13:1-9
Amigos, nuestro Evangelio de hoy nos brinda la parábola del sembrador y la semilla. Tiene que ver con el crecimiento y desarrollo del Reino de Dios. Escuchamos que Jesús “salió de la casa y se sentó junto al mar” y una gran multitud se reunió a Su alrededor. Este es Jesús hablando al mundo entero.
Él está sentado, una vez más, como un antiguo maestro y juez, y relata la parábola del sembrador. El sembrador siembra a lo largo y ancho, algunas de las semillas caen en el camino, donde las aves las comen; algunas caen en suelo rocoso, donde se queman por el sol; algunas caen entre espinas, donde la vida se ahoga; y algunas caen en tierra fértil, donde rinden treinta, sesenta o cien veces.
Tengamos en cuenta que la semilla sembrada es el mismo Jesús, en persona. Jesús es el Logos que quiere echar raíces en nosotros. Esta semilla se siembra a lo largo y ancho, a través de todo tipo de medios, pero cuando llega a tí, deja que esa semilla se siembre profundamente, donde no puede ser sustraída, quemada o ahogada.
Antes de formarte en el vientre, te escogí
En esta primera lectura, Jeremías nos relata la historia de su vocación. La iniciativa parte de Dios. Es Dios quien le llama a ser su profeta, a que proclame las palabras que él le va a indicar. Y le elige desde antes de nacer: “Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré”. Queda claro que el ser profeta de Dios no es una elección de Jeremías. Es Dios el que le llama y elige. Vemos que tal elección le parece demasiado a Jeremías. No se siente capacitado para la misión de profeta: “¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho”. La respuesta del Señor es bien clara. No tengas miedo, no vas a contar solo con tus fuerzas. Yo voy a estar siempre contigo, para que puedas cumplir la misión que te encomiendo,
De alguna manera, guardando siempre las circunstancias personales, en esta vocación de Jeremías nos vemos retratados todos los cristianos. Es Jesús el que ha tomado la iniciativa de llamarnos a seguirle: “No me habéis elegido vosotros a mí, he sido yo quien os ha elegido”. Por parte de él nunca nos va a dejar solos. Lo que nos pide es que no nos separemos nunca de él, que seamos como los sarmientos unidos a la viña, que permanezcamos siempre en su amor, que le recibamos un día y otro día en la eucaristía. “Sin mí no podéis hacer nada”. Y bien sabemos que con él logramos ser fieles a la vocación de seguirle por las sendas que nos indique.
Salió el sembrador a sembrar
Hay alumnos que se quejan de que algunos de sus profesores no se explican bien y que por lo tanto no les llega ni entienden la verdad que quieren transmitirles. No es el caso de Jesús. Tenía sus recursos pedagógicos para que su menaje lo entendiesen todos a los que se dirigía. Uno de esos recursos son las parábolas. Algunas de ellas de carácter agrícola, dada la sociedad en la que vivió Jesús. Es el caso de la parábola del sembrador, que unos versículos más adelante al pasaje de hoy se la explica a sus discípulos y a nosotros en todos sus puntos. Allí debemos ir.
La principal enseñanza de esta parábola es que en la vida de cualquier cristiano entran en juego dos elementos: en primer lugar, la semilla, la palabra de Dios, el mismo Jesús… que, de una manera u otra, llega a sus oyentes, llega hasta nosotros. En segundo lugar, cada de nosotros. De cada uno de nosotros va a depender que se pierda tan extraordinaria semilla o dé fruto en distinta medida en la cosecha. No defraudemos a Jesús, y acojámosle en nuestro corazón para que dé los frutos que él desea en nuestra vida.
La parábola del sembrador es un poco la “madre” de todas las parábolas, porque habla de la escucha de la Palabra. Nos recuerda que la Palabra de Dios es una semilla que en sí misma es fecunda y eficaz; y Dios la esparce por todos lados con generosidad, sin importar el desperdicio. ¡Así es el corazón de Dios! Cada uno de nosotros es un terreno sobre el que cae la semilla de la Palabra, ¡sin excluir a nadie! La Palabra es dada a cada uno de nosotros. Podemos preguntarnos: yo, ¿qué tipo de terreno soy? (…) Si queremos, podemos convertirnos en terreno bueno, labrado y cultivado con cuidado, para hacer madurar la semilla de la Palabra. (Ángelus, 12 julio 2020)
Apolinar de Rávena, Santo
Memoria Litúrgica, 20 de julio
Obispo y Mártir
Martirologio Romano: San Apolinar, obispo, que al mismo tiempo que propagaba entre los gentiles las insondables riquezas de Cristo, iba delante de sus ovejas como buen pastor, y es tradición que honró con su ilustre martirio a
la iglesia de Classe, cerca de Rávena, en la vía Flaminia, pasando al banquete eterno el día veintitrés de julio (c. s. II)
Breve Biografía
SAN APOLINAR DE RÁVENA nació probablemente en Antioquía, en la actual Turquía, en la época de mayor auge del Imperio Romano, apenas después de la muerte de Jesús.
Según la tradición, San Apolinar fue uno de los principales discípulos del Apóstol San Pedro. Cuando San Pedro se trasladó a Roma para fundar ahí la Iglesia, San Apolinar lo habría acompañado hasta la capital del Imperio.
Durante el reinado del emperador Claudio, San Apolinar recibió la comisión de viajar al norte de Italia como embajador de la fe para empezar a evangelizar y a ganar adeptos para el cristianismo.
San Apolinar se convirtió así en el primer obispo de Rávena, cargo que ejerció durante veinte años. Se le ha atribuido el poder de curar a los enfermos en el nombre de Cristo, y de haber realizado otros milagros.
La relativa tranquilidad de su labor apostólica cambió con el ascenso al trono imperial de Vespasiano, en 69, quien cuenta con el dudoso honor de haber organizado las primeras persecuciones con lujo de crueldad contra los cristianos.
Por su cargo y sus actividades en Rávena, San Apolinar fue perseguido inmediatamente. Algunas fuentes cuentan que fue capaz de escapar hacia Dalmacia, donde habría predicado el Evangelio y habría puesto fin milagrosamente a una hambruna.
Sin embargo, al final San Apolinar fue apresado, torturado y martirizado.
Sobre su tumba, en Rávena, se edificó siglos más tarde la célebre Basílica de San Apollinare in Classe, de tres naves, consagrada en 549. Más tarde, en el siglo nueve, fue construida también ahí la iglesia de San Apollinare Nuovo.
SAN APOLINAR DE RÁVENA nos ofrece un ejemplo de la cruenta vida que tuvieron que padecer los santos fundadores del cristianismo.
Dejarse amar
Santo Evangelio según san Mateo 13, 1-9. Miércoles XVI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey Nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Toca mi alma, Señor; renuévame por dentro; no permitas que siga en el fango de la indiferencia espiritual; enciende mi corazón de amor por ti para que sea capaz de buscar tu rostro en mis hermanos.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 1-9
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que Él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
«Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuántas veces hemos escuchado este pasaje y sabemos con certeza que podremos ser algunos de los tres terrenos que no dan frutos que permanecen, pero no aquel terreno de tierra buena que da frutos al treinta, al sesenta y al cien por ciento. Pero esto, ¿se debe a una verdadera humildad, o a una falsa imagen de nosotros mismos cargada de autoconfianza y desconfianza en el poder de Dios?
Si reflexionamos con profundidad, ¿quién es el verdadero artífice de la santidad? El Espíritu Santo evidentemente. Es por ello que primero que nada tenemos que creer que Él puede y quiere transformar nuestras vidas. Porque si bien es cierto que necesita de nuestra colaboración, esa colaboración corresponde al uno por ciento del camino de santidad que Dios tiene destinado para nosotros. El otro noventa y nueve por ciento lo pone ÉL. Por ello es más un abandonarse en Dios que hacer muchas cosas y poner muchos medios humanos.
Enséñanos, Señor, que el verdadero camino hacia ti es el amor. Ese amor que consiste en dejarse amar por ti y que todo lo demás se da por añadidura.
«El verdadero amor es amar y dejarme amar. Es más difícil dejarse amar que amar. Por eso es tan difícil llegar al amor perfecto de Dios. Porque podemos amarlo, pero lo importante es dejarnos amar por él. El verdadero amor es abrirse a ese amor que está primero, y que nos provoca una sorpresa. Si ustedes tienen solo toda la información, estás cerrado a la sorpresa. El amor te abre a la sorpresa. El amor siempre es una sorpresa, porque supone un diálogo entre dos: entre el que ama y el que es amado. Y a Dios decimos que es el Dios de las sorpresas, porque él siempre nos amó primero, y nos espera con una sorpresa. Dios nos sorprende. Dejémonos sorprender por Dios».
(Mensaje de SS Francisco, 18 de enero de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré una persona que considere, prudente, espiritual y sabia, y le pediré que sea mi director espiritual. Y si ya tengo uno, buscaré hacer un programa de vida que me ayude a dejarme amar por Dios, a dejarme sorprender por su amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Constante inconstancia?
La constancia es la virtud por la cual todas las otras virtudes dan su fruto.
Se pueden tener grandes propósitos para alcanzar una virtud, iniciar el camino correcto o realizar actos concretos que disponen para ella. Sin la constancia, todo quedará en un manojo de buenas intenciones, excelentes intuiciones y un puñado de frutos verdes e inmaduros arrancados por el viento.
La constancia es la firmeza y la perseverancia del ánimo. En palabras muy elegantes del poeta y literato italiano, Arturo Graf, “la virtud por la cual todas las otras virtudes dan su fruto”.
Los hombres estamos llamados a ser la tierra buena donde la semilla de la voz de Dios y las virtudes puedan crecer y dar fruto con perseverancia (cf. Lc 8,15). Por ello es bueno tener a la mano algunos elementos que pueden ayudar para formar esta virtud.
Tener un fin concreto y una motivación profunda. En los actos que realizamos, el fin es lo primero que pone en movimiento al hombre aunque sea lo último que consiga. ¿Por qué quiero conquistar esta virtud? Habrá muchas motivaciones muy válidas en el plano humano, pero a fin de cuentas, en el plano sobrenatural, buscamos agradar a Dios. Él a su vez, como nos dice san Pablo, a los que con perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad, les dará la vida eterna (cf. Rm 2,5-8).
Para actualizar este fin y motivación puede valerse de un lema o una frase que le ayude a recordar la virtud que desea alcanzar. Allí entra nuestra amiga la constancia. Grandes hombres y mujeres en la historia se han ayudado de este medio y han escrito lemas como: “obediencia y paz”, “en Ti confío”, “cooperador de la verdad”, “en todo amar y servir”, “dar siempre con alegría”, etc.
Otro aspecto que puede servir es “dejar constancia” de la virtud que buscamos, hacer un pequeño programa para dicha virtud. No hay que tener miedo de escribirla en un papel, en la agenda y, sobre todo, en el corazón. Una sola virtud, aunque en realidad conseguiremos dos, la virtud propuesta y la virtud de la constancia. Tomás de Kempis, en La Imitación de Cristo, dice que “si cada año desarraigásemos un vicio, presto seríamos perfectos” (Libro I, IX, 3). Así que una virtud al año, a nadie le hace daño.
Es muy provechoso repasar constantemente al final del día cómo se ha vivido la virtud propuesta. Se puede sencillamente llevar en una hoja un control gráfico del progreso. Esta se puede colocar debajo de la almohada. Así, en la noche no se olvida. Santa Faustina Kowalska, en su Diario, apuntaba las victorias y derrotas que tenía para conseguir la virtud del silencio interior. Tenía una pequeña tabla: hoy “x” victorias y “z” derrotas. Al número de victorias siempre se puede añadir una “extra” por la constancia. La perseverancia es la clave del éxito.
Toda virtud nos ayuda a imitar mejor a Cristo, modelo de todas las virtudes. Él nos mostró constantemente su amor, desde su nacimiento hasta la muerte en la cruz. En la propia vida, el discípulo tiene que sembrar las buenas disposiciones, regarlas con constancia y confiar en Dios, quien realizará el crecimiento de la virtud.
El hombre de Dios, san Bernardo de Claraval, que era tenaz y perseverante, resumía así su experiencia: “poco aprovechará un hombre que siguiera a Cristo, si al final de su vida no consigue alcanzarle”.
«Una teología sapiencial sea la buena noticia de misericordia»
Videomensaje del Papa Francisco a la Red Católica Pan-Africana de Teología y Pastoral.
“Es un signo de esperanza que teólogos, laicos, sacerdotes, religiosos, religiosas, obispos hayan tomado la iniciativa de caminar juntos”. Estas son las palabras del Papa Francisco en un videomensaje a la Red Católica Panafricana de Teología y Pastoral que efectúa su Segundo Congreso Católico Panafricano sobre teología, sociedad y vida pastoral del 19 al 22 de julio en Nairobi, Kenia, en la Universidad Católica del Este de África.
“Juntarse para discernir qué nos dice Dios hoy, no solo para atender las necesidades desafiantes, ciertamente, sino también para hacer realidad los sueños africanos (sueños sociales, culturales, ecológicos y eclesiales) es ya señal de una Iglesia Africana en salida”, expresa el Pontífice, animándolos a seguir adelante.
El Papa recuerda sus visitas a África, en las que siempre le ha impresionado la fe y resiliencia de esos pueblos, dice. “Como comenté durante mi viaje a la República Centroafricana en 2015, ‘África siempre nos sorprende’”, evoca. “Hagan surgir lo mejor de ustedes en estas reflexiones para que sea sorpresa, para que nazca esa creación africana que nos da una sorpresa a todos. Porque África es poesía”, añade el Sucesor de Pedro.
En efecto, el lunes 30 de noviembre de 2015, en la conferencia de prensa del Santo Padre durante el vuelo de regreso a Roma, Francisco expresó que “para mí, África ha sido una sorpresa. He pensado: Dios nos sorprende, pero África también nos sorprende”, y luego se refirió a varios momentos que le impresionaron.
“Sigamos adelante, juntos”
Para el Obispo de Roma, “la sabiduría de los ancestros africanos nos recuerda para esta importante convocatoria que ‘las montañas nunca se encuentran, pero la gente sí’”. “Sigamos adelante, juntos, acompañándonos, ayudándonos y creciendo juntos”, es el aliento de Francisco.
Luego, el Santo Padre augura que “una teología sapiencial, como ustedes proponen, sea la buena noticia de misericordia para los pobres y alimenta a las personas y comunidades en su lucha por la vida, la paz y la esperanza”.
Les desea que “el Espíritu Santo los inspire, que de este congreso salgan caminos que la Iglesia necesita: caminos de conversión misionera, ecológica, de paz, de reconciliación y de transformación de todo el mundo”.
“Y a todos les bendigo. Que Dios nos bendiga. Que la Virgen nos acompañe. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí”, concluye.
Sobre la Red Panafricana de Teología y Pastoral Católica
La Red surgió del proyecto “Catolicismo Africano” que se lanzó en noviembre de 2015. Actualmente tiene su sede en el Centro para el Catolicismo Mundial y la Teología Intercultural (CWCIT) de la Universidad DePaul y cuenta con 187 miembros activos, entre los que se encuentran estudiosos africanos de campos muy diversos y trabajadores pastorales de primera línea que también se dedican a una variedad de ministerios, según informa el sitio web de la Universidad Católica del Este de África.
El Proyecto Catolicismo Africano fue un esfuerzo de colaboración internacional con el objetivo general de ampliar la producción y distribución de recursos académicos y pastorales de los católicos africanos. Entre sus objetivos, destacan los de fomentar la colaboración entre los estudiosos católicos que trabajan en África y entre éstos y los estudiosos que trabajan en el hemisferio norte; apoyar el trabajo de los académicos africanos que enseñan en instituciones con pocos recursos en África; promover el trabajo interdisciplinario entre los estudiosos del catolicismo africano; producir trabajos académicos; garantizar la continuidad de la erudición africanamediante la tutoría de la próxima generación de académicos católicos africanos. Además del Congreso bianual, la Red se esfuerza por desarrollar una fuerte alianza con los líderes de la Iglesia y sus hermanos y hermanas, a través de investigaciones y publicaciones críticas, creativas y transformadoras. También se preocupan por la defensa de las necesidades de nuestro tiempo, “atendiendo a los gritos de la tierra, de los pobres, de las mujeres en África y de nuestras esperanzas, dolores y sueños mientras trabajamos por un nuevo cielo y una nueva tierra realizados a través de las obras de nuestras cabezas, corazones y manos”, explican.
Amistad: ¿Qué es un amigo?
Un verdadero amigo es aquel que se interesa en el bien y la felicidad del amigo, esto le lleva a no buscar tener amigos, sino a buscar ser amigo
Cuando estamos inmersos en un problema y pensamos que no podremos salir, cuánto deseamos la mano de un amigo fiel y verdadero que nos brinde su consuelo y su aliento. Su consejo nos da ánimo, su compañía paz, y hasta su simple presencia nos obliga a mantenernos en pie, firmes como los árboles.
Hay quienes “desean” tener muchos amigos para “sentirse populares”, presumen de amigueros. Viven para su buena fama y desprecian a los que no pertenecen a su “bolita”.¡Pobres insensatos! Ignoran que no tienen ningún amigo y que ellos, de amigos, no tienen nada.
Un verdadero amigo no busca “tener amigos”, sino “ser amigo”. Con todo lo que esto implica. No le importa ni la fama, ni el dinero, ni el coche del otro. Le interesa el bienestar y la vida de su amigo.
No se puede llamar amigo a cualquiera. Los amigos no son la “bolita” de personas con las que me junto para ir a la plaza, a la disco, al bar, al café o a las fiestas. Con los que me la paso más o menos bien y dizque me divierto, pero cuando me despido de ellos con sonrisa de azafata, no dejan de ser más que unos desconocidos; unos “amiguetes” con los que anduve vagando y en los que busqué mis intereses.
El amigo, dicho con todas las de la ley, busca sólo el bien de su amigo aunque le cueste. Está en las buenas y en las malas, siempre cerca. Perdona y excusa las ofensas y los errores con paciencia. Y si le compete lo corrige y lo ayuda con sinceridad. Si el amigo cae, lo levanta. Si está herido lo cura y lo lleva en brazos. Luchan juntos en la vida y se impulsan en los ideales. Se alegra cuando el amigo se alegra y sufre con el amigo que sufre. Los dos son “un solo corazón y una sola alma”.
El amigo tiene el corazón puesto en el amigo y le procura el mayor bien: llevarlo al Cielo. No busca acumularlo aquí en la tierra, sino que su amistad esté arraigada en Cristo.
Un amigo es también un hermano. El hermano es, de hecho, el amigo que la naturaleza nos da y nos unen vínculos de sangre.
El amigo, no será sangre de su sangre, pero es alma de su alma, y los une un vínculo irrompible.
No se nace con la amistad, pero sin ella es imposible crecer. Para el niño, el amigo significa mucho y crece con sus amigos. Es mejor descubrir la vida en aventuras junto a un amigo, que solo. “El hierro con el hierro se aguza y el hombre con su prójimo se afina” (Proverbios. 27, 17)
No cabe duda, el amigo es uno de los mayores tesoros que Dios nos ha dado, un impulso para llegar al Cielo.
Cristo, el mejor Amigo, nos sublima esta virtud, y nos lo confirma en el Evangelio:
“Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.
Karol
Semblanza de uno de los personajes más importantes de nuestro tiempo
Karol: El Niño y el Joven.
Muertes tempranas. La universidad y el teatro. La fábrica.
Nacido el 18 de mayo de 1920 en un pueblo cercano a Cracovia.
Era el menor de dos hermanos.
Su mamá, que era ferviente cristiana y católica, quería que naciera cerca de una Iglesia porque quería que lo primero que oyera fueran cánticos a Dios.
Verán que mi pequeño Karol será una gran persona, decía ella proféticamente.
Falleció cuando el futuro Papa tenía 9 años.
Su hermano, que era médico, murió tres años después, cuando Karol tenía 12, contagiado por un humilde hombre al que trató de curar de una enfermedad.
Con su papá, suboficial retirado del ejército polaco, se traslada a Cracovia para comenzar la Universidad.
Éste fallece en 1941, durante la ocupación nazi de Polonia, cuando el joven contaba con 21 años.
Luego de ganar varios campeonatos estudiantiles de ajedrez durante su educación media, se matriculó en la Universidad y en una Escuela de Teatro.
En 1939 los alemanes cerraron la Universidad, y a los 19 años fue a trabajar a la fábrica química Solvay para no ser deportado a Alemania.
Perseguido por la Gestapo, primero se refugió en una buhardilla de Cracovia, y luego en los sótanos del Arzobispado de Cracovia.
Interpretó obras teatrales de contenido patriótico.
Y un sastre, de nombre Juan, le hizo el gran favor de prestarle alguna obra de San Juan de la Cruz.
En el seminario clandestinamente.
El sacerdote.
En 1943 ingresa al Seminario clandestino fundado por el Cardenal Arzobispo de Cracovia, contando con 23 años. Se ordena sacerdote hacia fines de 1946, a los 26, en la Capilla privada del Arzobispo.
Poco después fue enviado a estudiar a Roma, donde su tesis doctoral en Teología fue sobre San Juan de la Cruz, dirigida por el dominico Garrigou-Lagrange.
En 1948 regresa a Polonia como Vicario Parroquial, teniendo su primer oficio pastoral. Tiene 28 años. También dio clases de ética en la Universidad.
El Obispo.
También Cardenal.
En julio de 1958 fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia por el entonces papa Pío XII, con tan sólo 38 años de edad.
En 1962, teniendo 42 años, comenzó a tomar parte activa en el Concilio Vaticano II, destacándose en sus intervenciones y llamando la atención de mucho por su sabiduría sobre el hombre y sobre Jesucristo.
Ante el fallecimiento del Arzobispo de Cracovia, Pablo VI lo nombró en su lugar en 1963.
El 8 de diciembre de 1965, a los 45 años, pasó a formar parte de las congregaciones para los Sacramentos y para la Educación Católica, y del Consejo para los Laicos en Roma.
En 1967 fue nombrado Cardenal, lo que le convirtió en el segundo más joven de la época, con 47 años de edad.
El Papa.
En 1978 es elegido Sucesor del Apóstol Pedro en lugar de su predecesor Juan Pablo I, quien falleció a los 33 días de su nombramiento, tras dos días de deliberación del Cónclave.
Fue el Papa más joven del siglo, con 58 años, y el primero no italiano desde el holandés Adriano VI (1522-1523).
El Papa viajero y peregrino:
El 5 de noviembre visitó Asís, en el primero de sus 144 viajes por Italia.
A principios de 1979 comenzó el primero de sus 104 viajes fuera de Italia, a la República Dominicana y a México.
El último fue el 14 de agosto de 2004 al santuario mariano de Lourdes, en Francia.
Debido a sus múltiples viajes al extranjero fue conocido entre los medios católicos, en particular en América Latina, como «el atleta de Dios», «el caminante del Evangelio», el «Papa viajero» o el «Papa peregrino».
Durante su prolongado mandato, Juan Pablo II superó numerosas marcas: no sólo fue el pontífice más viajero hasta el momento, sino también el que proclamó más santos (482) y beatos (1338) durante su pontificado.
El número de santos y beatos elevados a los altares por él equivale al llevado a cabo en los últimos cuatrocientos años que le precedieron.
Además, proclamó a Santa Teresita del Niño Jesús Doctora de la Iglesia.
Largo Pontificado:
Su pontificado de casi 27 años ha sido el tercero más largo en la historia de la Iglesia Católica, después de San Pedro (entre 34 y 37 años) y de Pío IX (31 años).
Fue el Sucesor de San Pedro Nº 263.
En él nombró 232 cardenales, casi la totalidad de los que deberían elegir a su Sucesor.
No usó más la silla gestatoria para aparecer en público, se puso a nivel de la calle y de las multitudes, mostrando sus simpatías por niños y adolescentes.
Se calcula en alrededor de 20.000.000 de personas las que participaron los días miércoles de sus audiencias generales. Más las ceremonias religiosas y las audiencias especiales.
Inició las Jornadas Mundiales de la Juventud, y participó en 19 de ellas.
En 1986 comenzó con la Jornada Mundial de Oración por la Paz, en Asís.
También inauguró en 1994 los Encuentros Mundiales de las Familias.
Juan Pablo II promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.
Realizó la primera visita de un Papa a una iglesia luterana y la primera a una sinagoga, oró ante el Muro de los Lamentos y fue el primer Sumo Pontífice en entrar a una mezquita para orar.
Bajo su guía, la Iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el Gran Jubileo del año 2000.
Su gran deseo, fue abrir la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro e introducir a la Iglesia en el tercer milenio con el Jubileo del 2000.
En la primavera de 2000 pudo por fin pisar Tierra Santa. Visitó el Monte Nebo, donde, según la Tradición, Moisés vio la Tierra Prometida antes de morir; Belén, Jerusalén, Nazaret y varias localidades de Galilea.
Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia.
Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas, un total de 85 documentos.
Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica y el Nuevo Código de Derecho Canónico, frutos del Concilio Vaticano II.
Publicó también cinco libros como doctor privado: «Cruzando el umbral de la esperanza» (octubre de 1994);»Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal» (noviembre de 1996); «Tríptico romano – Meditaciones», libro de poesías (marzo de 2003); ¡Levantaos! ¡Vamos! (mayo de 2004) y Memoria e identidad (febrero de 2005).
Su salud.
En 1981, mientras saludaba a los fieles en la Plaza de San Pedro, Juan Pablo II sufrió un atentado contra su vida perpetrado por Mehmet Ali Agca, quien le disparó a escasa distancia desde la multitud.
Meses después, fue perdonado públicamente.
Desde el atentado del 13 de mayo comenzó a sufrir diversos problemas de salud:
Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina.
Pocos minutos después Monseñor Leonardo Sandri anunció la noticia a las personas congregadas en la Plaza de San Pedro y al mundo entero.
Los días después de su muerte, algunos periódicos publicaron que su última palabra fue «Amén» sin embargo el Vaticano desmintió esta versión y afirmó que las últimas palabras fueron «Déjenme ir a la casa de mi Padre».
La muerte fue comprobada por el Cardenal Camarlengo Eduardo Martínez Somalo.
El Camarlengo comunicó la muerte al Cardenal Camillo Ruini, como «Vicario para la Urbe» y el Cardenal Decano del Colegio Cardenalicio, Joseph Ratzinger, informó oficialmente a todos los Cardenales convocándoles al Cónclave, al declararse la Sede Vacante.
Exequias y proceso de beatificación:
Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.
El 28 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II.
La causa la abrió oficialmente el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de junio de 2005.
En el plano político.
No se duda que por influencia suya Polonia lograr su libertad y cayera el muro de Berlín.
Se pronunció tanto en contra del comunismo materialista como del capitalismo salvaje que no tiene en cuenta a la persona humana.
Se opuso vehementemente a la invasión a Iraq, así como años antes había mediado entre Argentina y Chile en un enfrentamiento por cuestiones limítrofes.
Se encontró con Mikaíl Gorbachov, el último presidente de URSS.
Y en 1998 visitó Cuba recibido por el mismo Fidel Castro.
Pidió perdón con referencia a los errores de la Iglesia en el caso de Galileo Galilei y en la conducta de muchos sacerdotes.
Al concluir su pontificado con su muerte, Juan Pablo II dejó pendientes dos viajes:
uno a Moscú, ante la oposición del patriarca ortodoxo Alejo II, que acusaba a la Iglesia Católica de «proselitismo»
y otro a China, donde el régimen comunista prohíbe la obediencia de la Iglesia Católica china a la Santa Sede.
El Discurso de la Luna de Juan XXIII
Al anochecer, más de cien mil personas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente llegaron hasta la habitación del Papa…
El jueves 11 de Octubre de 1962, al anochecer, más de cien mil personas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente llegaron hasta la habitación del Papa, Juan XXIII, que impresionado se acercó a la ventana y vio una multitud de personas con antorchas a las que les dirigió unas ungidas palabras.
Narra Mons. Capovilla (*) que «aquella noche, el papa Juan estaba muy emocionado. No hablaba, vivía como ensimismado. Se sentía ya enfermo. Para él, lo importante era que el concilio había empezado. No le preocupaba si lo podría acabar él o su sucesor. Estaba sereno. Por la noche, la Acción Católica había congregado en la plaza de San Pedro a 100.000 personas, con las antorchas en la mano. Era un espectáculo. Le pedimos que se asomara a la ventana y dijera unas palabras, pero se enfadó: ‘Ya he hablado una vez. Basta’, les dijo». Y Capovilla añadió: «Le gustaba hablar poco y con gran sencillez, para que le entendieran todos. Y sobre todo huía de los aplausos de la masa, que le molestaban mucho. Cuando alguien le pedía que preparara un discurso, por ejemplo, para los presos, decía: ‘Si quieren que hable de los presos, prepararé un documento sobre el tema, pero si yo voy a ver a los presos quiero sólo abrazarles y hablarles con el corazón de lo que me salga en ese momento».
Aquella noche, los gritos de la gente reunida en la plaza subían hasta las habitaciones pontificias. Capovilla le dice: «Santo Padre, asómese por lo menos a los cristales para contemplar el espectáculo de las antorchas». Se asomó a la ventana y debió impresionarse, porque le dijo al secretario: «Abra la ventana y ponga el tapiz rojo». Se asomó, y en ese momento se encontró frente a él con la luna llena. Y fue cuando pronunció, improvisándolo, el famoso discurso de la luna («también ella está contenta hoy») y de la caricia a los niños:
«Queridos hijitos, queridos hijitos, escucho vuestras voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero. Aquí, de hecho, está representado todo el mundo. Se diría que incluso la luna se ha apresurado esta noche, observadla en lo alto, para mirar este espectáculo. Es que hoy clausuramos una gran jornada de paz; sí, de paz: “Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad” (cf. Lc 2,14).
Es necesario repetir con frecuencia este deseo. Sobre todo cuando podemos notar que verdaderamente el rayo y la dulzura del Señor nos unen y nos toman, decimos: He aquí un saboreo previo de lo que debiera ser la vida de siempre, la de todos los siglos, y la vida que nos espera para la eternidad.
Si preguntase, si pudiera pedir ahora a cada uno: ¿de dónde venís vosotros? Los hijos de Roma, que están aquí especialmente representados, responderían: “¡Ah! Nosotros somos vuestros hijos más cercanos; vos sois nuestro obispo, el obispo de Roma”.
Y bien, hijos míos de Roma; vosotros sabéis que representáis verdaderamente la Roma caput mundi, así como está llamada a ser por designio de la Providencia: para la difusión de la verdad y de la paz cristiana.
En estas palabras está la respuesta a vuestro homenaje. Mi persona no cuenta nada; es un hermano que os habla, un hermano que se ha convertido en padre por voluntad de nuestro Señor. Pero todo junto, paternidad y fraternidad, es gracia de Dios. ¡Todo, todo! Continuemos, por tanto, queriéndonos bien, queriéndonos bien así: y, en el encuentro, prosigamos tomando aquello que nos une, dejando aparte, si lo hay, lo que pudiera ponernos en dificultad.
Fratres sumus. La luz brilla sobre nosotros, que está en nuestros corazones y en nuestras conciencias, es luz de Cristo, que quiere dominar verdaderamente con su gracia, todas las almas. Esta mañana hemos gozado de una visión que ni siquiera la Basílica de San Pedro, en sus cuatro siglos de historia, había contemplado nunca.
Pertenecemos, pues, a una época en la que somos sensibles a las voces de lo alto; y por tanto deseamos ser fieles y permanecer en la dirección que Cristo bendito nos ha dejado. Ahora os doy la bendición. Junto a mí deseo invitar a la Virgen santa, Inmaculada, de la que celebramos hoy la excelsa prerrogativa.
He escuchado que alguno de vosotros ha recordado Éfeso y las antorchas encendidas alrededor de la basílica de aquella ciudad, con ocasión del tercer Concilio ecuménico, en el 431. Yo he visto, hace algunos años, con mis ojos, las memorias de aquella ciudad, que recuerdan la proclamación del dogma de la divina maternidad de María.
Pues bien, invocándola, elevando todos juntos las miradas hacia Jesús, su hijo, recordando cuanto hay en vosotros y en vuestras familias, de gozo, de paz y también, un poco, de tribulación y de tristeza, acoged con buen ánimo esta bendición del padre. En este momento, el espectáculo que se me ofrece es tal que quedará mucho tiempo en mi ánimo, como permanecerá en el vuestro. Honremos la impresión de una hora tan preciosa. Sean siempre nuestros sentimientos como ahora los expresamos ante el cielo y en presencia de la tierra: fe, esperanza, caridad, amor de Dios, amor de los hermanos; y después, todos juntos, sostenidos por la paz del Señor, ¡adelante en las obras de bien!
Regresando a casa, encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: ésta es la caricia del papa. Tal vez encontréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el papa está con sus hijos, especialmente en la hora de la tristeza y de la amargura. En fin, recordemos todos, especialmente, el vínculo de la caridad y, cantando, o suspirando, o llorando, pero siempre llenos de confianza en Cristo que nos ayuda y nos escucha, procedamos serenos y confiados por nuestro camino.
A la bendición añado el deseo de una buena noche, recomendándoos que no os detengáis en un arranque sólo de buenos propósitos. Hoy, bien puede decirse, iniciamos un año, que será portador de gracias insignes; el Concilio ha comenzado y no sabemos cuándo terminará. Si no hubiese de concluirse antes de Navidad ya que, tal vez, no consigamos, para aquella fecha, decir todo, tratar los diversos temas, será necesario otro encuentro. Pues bien, el encontrarse cor unum et anima una, debe siempre alegrar nuestras almas, nuestras familias, Roma y el mundo entero. Y, por tanto, bienvenidos estos días: los esperamos con gran alegría».
Nota:
* Loris Francesco Capovilla (14 de octubre de 1915) es un cardenal italiano, el más longevo de la Iglesia Católica. Fue creado cardenal por el Papa Francisco en 2014. Inició su labor como sacerdote patriarcal con el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, electo Patriarca de Venecia en 1953, que lo tomó como su secretario personal. Después de ser elegido como Juan XXIII, Capovilla mantuvo su puesto y asignación y le siguió a Roma. Fue su más estrecho colaborador durante su pontificado, que terminó en 1963, participando también en el Concilio Vaticano II.