El evangelio nos dice que Jesús tuvo la iniciativa de escoger 72 para pedirles que se adelantaran, de dos en dos, hacia cada pueblo. Cuando el evangelista ha puesto el número de 72 lo ha hecho para subrayar que fueron a todas partes y que eran muchos. ¿Qué debían hacer? Nos ha dicho: «Didle a la gente de aquel lugar: El Reino de Dios está cerca de usted». Nada distinto de lo que habían visto hacer a Jesús. Seguramente nos encontramos ante la misión clave de los discípulos de Jesús. Hacer lo que hacía Jesús y cómo lo hacía Jesús.

El evangelista nos lo ha ido explicando, muy pedagógicamente: cuál es el núcleo de la predicación de Jesús, pero también ha añadido la actitud con la que debe hacerse. Iría muy bien que nos paráramos y nos fijáramos uno por uno en todos los detalles que especifica la narración que hemos escuchado. Seguramente que nos alargaríamos mucho, y quizás ahora no es el momento más adecuado; pero sí que nos conviene hacer unas breves reflexiones…

Cuando acogemos el evangelio no estamos mirando unos hechos pasados, sino que, para nosotros que somos discípulos, también deben servirnos para hoy, por ahora. Porque nuestra misión como discípulos es decir a todo el mundo que el Reino de Dios está muy cerca. Por eso debemos preguntarnos si es éste, cuando nos identificamos como cristianos, el mensaje que damos. El testimonio debe ser de esperanza, y no desesperanzado por el pesimismo de una situación como la actual, llena de incertidumbre y de violencia, enterrada y explícita como la guerra de Ucrania y sus consecuencias, morales y materiales. Lo tenemos que hacer con nuestra vida y nuestra autenticidad, es decir con elementos que no distorsionen el mensaje, «sin bolsa, ni zurrón, ni calzado, ni se detiene a saludar a nadie por el camino» Porque puede que nos paremos comentando aspectos de la vida, pero que no vamos a fondo y nos olvidamos de la necesidad de dar un mensaje alentador y comprometido.

Cuando nos dice le envío como «corderos en medio de lobos» no nos está diciendo que la misión sea fácil; los resentimientos personales y colectivos son muy desgarradores y destructores de la propia integridad. Y Jesús nos dice que primero saludamos: «Paz en esta casa». La paz de Jesús no es ausencia de conflicto, sino que está empapada de justicia y de amor. Fijémonos en que hoy las tensiones económicas y políticas van haciendo aún mayores las diferencias entre los hombres. La paz de Jesús es la que permite quedarse en la casa donde se luche por una verdadera vida en la que se comparta «lo que tengan para comer y beber». Compartir, ¡qué palabra más maravillosa si la practicamos! Pero la enseñanza de Jesús no se impone por la fuerza, propone, por eso no se trata de forzar, sino que pide que quede claro el mensaje, de ahí que recomiende que se proclame, en caso de no ser acogidos: « El Reino de Dios está cerca de usted». Toda una forma de hacer, toda una forma de ser. Ésta es la manera de hacer y de ser de Jesús.

Debemos ser conscientes de que la última etapa de Jesús será la cruz. Seguramente para muchos, yo me incluyo, la cruz nos da miedo. Tenemos a Pablo que es un discípulo privilegiado que profundiza en su vida el significado de la cruz y con él podemos atrevernos a decir: «Dios me guardo de gloriarme en nada que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo». Porque sabemos que la cruz es el portal de la resurrección, del Reino de Dios. Sí, podemos terminar como ha terminado hoy San Pablo diciendo: «Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo sea con tu espíritu. Amén»

DECIMOCUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 

MATEO 10:1-7 

En el Evangelio de hoy Jesús instruye a los doce apóstoles con el trabajo a realizar. Quizás aquí podemos ver el cumplimiento de la invitación profética que realiza a los primeros discípulos: «Síganme y los haré pescadores de hombres».

En hebreo, la palabra «síganme» indica discipulado. Jesús no está entonces ofreciendo una doctrina, una teología, o una colección de creencias o convicciones. Él se ofrece a Sí mismo. Nos está diciendo, «Caminen por Mi camino; entren al mundo que les he abierto».

«Los haré pescadores de hombres». Esta es una de las mejores proclamaciones de las Escrituras. Observen que en la primera parte de la frase dice «los haré . . .» Dios es quien nos hace de la nada. Vivir en el pecado es vivir fuera del poder creativo de Dios, es pretender que podemos hacernos nosotros mismos. ¡Qué maravilloso que Él nos diga lo que hará en nosotros!

Y lo que Él hace en nosotros es siempre un reflejo de Sí mismo: pescador de hombres. Dios quiere atraer a todas las cosas y todas las personas en comunidad alrededor suyo, y en Él. Dios es un pescador de personas – y quiere que nosotros seamos lo mismo.

El corazón dividido

Oseas nos describe la situación del pueblo judío: tener el corazón dividido. Decir de palabra que sigue a Yahvé, pero en su vida de cada día darle la espalda. Mientras seguía a Yahvé le fue bien: “Israel era una viña frondosa”… aumentó sus altares y erigía mejores monumentos. Pero su corazón se apartó de su Dios: “no respetamos al Señor”. Y le llovieron los males. “Desaparece Samaria, y su rey… son destruidos los altozanos de los ídolos”.

El único remedio es volver al amor primero, al amor a Yahvé… “es tiempo de consultar al Señor”. Es el momento de “sembrar justicia” para cosechar misericordia.

Salvando las circunstancias temporales, los seguidores de Jesús de 2022 nos encontramos en una situación parecida. Cuando nos alejamos de Jesús, la luz desaparece de nuestra vida. Cuando le seguimos, como le hemos prometido, el amor reina y dirige nuestros pasos y la felicidad aflora en nuestro corazón.  

El reino de Dios y el reino del mal son incompatibles

A lo largo de los cuatro evangelistas, vemos que es Jesús el protagonista de predicar su buena y nueva noticia. Pocas veces, aparece Jesús pidiendo a sus doce apóstoles que prediquen su mensaje, como vemos en ese pasaje evangélico.

En esta ocasión, les pide que sean ellos los que proclamen “que el Reino de los Cielos está cerca”. Dios está dispuesto a ser, ya en esta vida terrena, el Rey, el Señor de la sociedad humana y todos sus habitantes. Les pide que de momento vayan solo a los judíos. Ya llegará el momento de ordenarles que vayan a todo el mundo a presentarles esta buena noticia.

El núcleo central de la predicación de Jesús es el reino de Dios. Ese es el gran proyecto de Dios sobre toda la humanidad, una sociedad humana donde Dios sea el Rey, y no haya ningún otro rey. Si Dios reina, todo lo que se opone a Dios y al Amor va a ser aniquilado.

El enemigo más directo que se opone al Reino de Dios es el mal. Siempre vemos a Jesús, en su actividad misionera, en guerra continua con el mal. Por eso, ya en esa primera ocasión de enviar a sus discípulos a predicar el Reino de Dios, les pide también como los continuadores de su obra que hagan lo mismo que Él, que sigan luchando contra el mal en todas sus manifestaciones, y les da poder para ello: “Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”. 

El discípulo de Jesús no encuentra su alegría en el dinero, en el poder, u otros bienes materiales, sino en los dones que recibe cada día de Dios: la vida, la creación, los hermanos y las hermanas, etc. Son dones de la vida. También los bienes que posee los comparte con gusto, porque vive en la lógica de Dios. Y ¿cuál es la lógica de Dios? La gratuidad. El discípulo ha aprendido a vivir en la gratuidad. Esta pobreza es también una actitud respecto el sentido de la vida, porque el discípulo de Jesús no cree que lo posee, que ya lo sabe todo, sino que sabe que debe aprender cada día. Y esta es una pobreza: el ser consciente de que debe aprender cada día. El discípulo de Jesús, porque tiene esta actitud, es una persona humilde y abierta, sin prejuicios ni rigidez. (Ángelus, 13 febrero 2022)

María Goretti, Santa

Memoria Litúrgica. 6 de julio

Virgen y Mártir

Martirologio Romano: Santa María Goretti, virgen y mártir, que en el transcurso de una infancia difícil, ayudando a su madre en las labores de la casa, se distinguió ya por su piedad. Cuando no contaba más que doce años, murió en defensa de su castidad, a causa de las puñaladas que le asestó un joven que intentaba violarla cuando se hallaba sola en su casa, cercana a la localidad de Nettuno, en la región del Lacio, en Italia († 1902).

Hoy celebramos a Santa María Goretti, una joven que vivió la virtud de la pureza hasta el heroísmo.
Una santa que prefirió morir antes que ofender a Dios.

Un poco de historia…

Santa María Goretti nació en 1890 en Italia. Su padre, campesino, enfermó de malaria y murió.

Una tarde, María estaba sentada en lo alto de la escalera de la casa, remendando una camisa. Aunque aún no cumplía los doce años, era ya una mujercita.

Alejandro, un joven de 18 años, subió las escaleras con intención de violar a la niña. María opuso resistencia y trató de pedir auxilio; pero como Alejandro la tenía agarrada por el cuello, apenas pudo protestar y decir que prefería morir antes que ofender a Dios. Al oír esto, el joven desgarró el vestido de la muchacha y la apuñaló brutalmente. Ella cayó al suelo pidiendo ayuda y él huyó.

María fue transportada a un hospital, en donde perdonó a su asesino de todo corazón, invocó a la Virgen y murió veinticuatro horas después.

Alejandro fue condenado a 30 años de prisión. Por largo tiempo, fue obstinado en no arrepentirse de su pecado, hasta que una noche, tuvo un sueño en el que vio a la niña María, recogiendo flores en un prado y luego ella se acercaba a él y se las ofrecía. A partir de ese momento, cambió totalmente y se convirtió en un prisionero ejemplar. Se le dejó libre al cumplir 27 años de su condena. Al salir de la cárcel, una noche de Navidad, la de 1938, pidió perdón a la mamá de María, y aquella noche, en la misa de Gallo, comulgaron juntos.

El caso de María Goretti se extendió por todo el mundo. En 1947, el Papa Pío XII la beatificó y en 1950 la canonizó. En la ceremonia estuvieron presentes su madre, de 82 años, dos hermanas y un hermano. Y, aunque parezca increíble, también asistió Alejandro, el arrepentido asesino de la santa.

Santa María Goretti fue santa no por el hecho de tener una muerte injusta y violenta, sino porque murió por defender una virtud inculcada por la fe cristiana. A esta santa se la llama la “Mártir de la pureza”. Sus imágenes la representan como una campesina con un lirio en la mano, que es el símbolo de la virginidad, y con la corona del martirio.

María Goretti era una muchacha soltera que conocía el valor del matrimonio y de las relaciones sexuales. Sabía que la complementariedad de los sexos se manifiesta plenamente en el acto sexual, en el cual el hombre y la mujer se unen íntima y totalmente en alma y cuerpo por el amor que existe entre ellos. Entendía que el acto sexual sólo puede efectuarse dentro del matrimonio ya que es una manifestación de amor entre los esposos y para la procreación de los hijos.

Los jóvenes podrán preguntarse: ¿Hasta el matrimonio? ¡Faltan “miles de años”! Y mientras… ¿qué? Pueden aprovechar el tiempo del noviazgo para conocerse, tratarse, vivir en amistad y hacerse felices el uno al otro. El noviazgo es una preparación para el futuro matrimonio.

¿Qué hacer para vivir esta virtud?

Debes cuidar todo lo que ves y oyes. Y, recordar que tú eres una persona que tiene dignidad, inteligencia y voluntad y que eres diferente de los animales que tienen relaciones sexuales por puro instinto. La virtud de la castidad te dará fuerza para dominar y controlar tu impulso sexual.
Es más persona quien sabe dominarse, quien sabe controlarse, quien sabe guardarse íntegro para entregarse sin reservas a su futura esposa o esposo, que aquel cobarde y sin fuerzas de voluntad que entrega su cuerpo a cualquiera ante el primer estímulo que pasa frente a sus ojos.

¿Qué nos enseña la vida de María Goretti?

  • La principal enseñanza es la vivencia de la virtud de la pureza: pureza de alma y cuerpo.
  • A perdonar a nuestros enemigos, a pesar de que nos hayan causado un daño irreparable. Como también lo hizo el Papa Juan Pablo II, al perdonar a Alí Agca, quien tratara de asesinarlo en 1981.
  • María Goretti nos enseña a ser fuertes ante situaciones difíciles, confiando siempre en Dios.


Oración

Santa María Goretti, este día te pido que me ayudes a vivir la virtud de la pureza, para entender que la castidad es un medio para cultivar mi voluntad y así, lograr la santidad en el estado de vida al que Dios me llama.
Amén.

Considera tres cosas

Santo Evangelio según san Mateo 10, 1-7. Miércoles XIV del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, hoy dame, en este rato de oración, poder escuchar tu voz, que me llama.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 10, 1-7

En aquel tiempo, llamando Jesús a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.

Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos del Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos, ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Así como Jesús llama a los doce apóstoles también nos llama a nosotros por nuestros nombres. ¿Me siento elegido, llamado? ¿Siento que Cristo realmente me llama? Hoy leemos que aparte de llamarlos les da el poder para expulsar demonios y curar enfermedades y dolencias; pero, no es algo extraordinario, a nosotros también nos lo da, así que nosotros también podemos curar con nuestras palabras, con nuestros actos. Quizás no sea nada extraordinario, pero cuando lo hacemos de corazón y con una verdadera rectitud de intención, realmente podemos curar y salvar a tantas almas que esperan que nosotros, como cristianos, seamos ese bálsamo que alivia el dolor. Y debemos creer que con nuestras oraciones podemos también curar.

En segundo lugar, vemos que nos manda a buscar las ovejas descarriadas. No es necesario ir muy lejos, quizás pueden estar en nuestro entorno, pues es allí donde primero tenemos que buscar. Son esas ovejas a las que Cristo nos pide que las carguemos sobre nuestros hombros y las llevemos junto con las otras.

En tercer lugar, nos pide algo esencial: ir y proclamar el reino de los cielos. Y es eso lo que hacemos con nuestro testimonio. Quizás hoy debemos preguntarnos: ¿doy testimonio con mis actos de mi filiación divina? ¿En medio del mundo, en mi trabajo, en mi familia en la universidad, en el colegio? Es allí donde tenemos que proclamar el reino de Dios y es allí donde debemos buscar a la oveja perdida.

«Jesús instruye a los doce apóstoles en el momento en el que, por primera vez les envía en misión a las aldeas de Galilea y Judea. En esta parte final Jesús subraya dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el segundo, que el misionero no se lleva a sí mismo, sino a Jesús, y mediante él, el amor del Padre celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque cuanto más está Jesús en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más “transparente” es este discípulo ante su presencia. Van juntos, los dos».

(Ángelus de S.S. Francisco, 2 de julio de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En algún momento del día rezaré alguna oración pidiendo por el aumento de las vocaciones misioneras.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cómo actuaba Jesús ante el pecado y los pecadores

Jesús se acerca al pecador, pero no admite la falta cometida, invita siempre al pecador a la conversión.

Si para alguien ha venido Jesucristo ha sido para los pecadores, para todos nosotros que sentimos los arañazos de nuestra naturaleza humana, herida por el pecado original. Canta la liturgia de la Vigilia Pascual: «¡Feliz la culpa, que nos mereció tan noble y tan gran Redentor!». Jesucristo, sí, odió el pecado, pero buscó y amó con gran misericordia al pecador, porque vino a salvar lo que estaba perdido. Nadie debe sentirse excluido de su Corazón misericordioso.

Jesucristo vino a salvar a los pecadores. Esa fue la misión encomendada por el Padre desde el momento de la Encarnación. El eje central de su vida fue la lucha contra el mal radical, el pecado, que es lo único que nos aleja de Dios y nos impide la comunión con Él. Nadie mejor que Jesús ha comprendido la maldad del pecado en cuanto ofensa a la grandeza y al amor de Dios.

Jesús y los pecadores.

¿Cuál es la postura de Jesús ante el mal moral, ante el pecado y ante los pecadores?

Jesús-pecado: he aquí dos palabras opuestas, contradictorias. Más opuestas que lo blanco y lo negro, que la paz y la violencia, que la vida y la muerte. El pecado es el reverso de la idea de Dios. Dios es la fuerza; el pecado es, no otra fuerza, sino la debilidad. Dios es la unidad, el pecado es la dispersión. Dios es la alianza, el pecado es la ruptura. Dios es la profundidad, el pecado la frivolidad. Dios lo eterno, el pecado la venta a lo provisional y fugitivo.

Y, sin embargo, el pecado es algo fundamental en la vida de Jesús. Probablemente no se hubiera hecho hombre de no ser por el pecado, pues la lucha contra el mal, que obstaculiza la llegada del Reino, constituyó una tarera centra en su vida terrena. Jesús no tuvo pecado alguno. Y, sin embargo, nadie como él entendió la gravedad del pecado, porque al ser Hijo del Padre podía medir lo que es una ofensa a su amor.

Por eso, conozcamos cuál fue la postura de Jesús ante el pecado y los pecadores, saber qué entendió por pecado, cuáles valoraba como más graves y peligrosos, cómo trataba de hacer salir de él a cuantos pecadores encontraba en su camino.

Comencemos por decir que en el mundo bíblico el pecado no fue nunca la violación de un tabú, como era típico de las tribus primitivas. La predicación de los profetas conducirá a los judíos hacia una visión del pecado como algo que vicia radicalmente la personalidad humana, ya que implica una desobediencia, una insubordinación en la que intervienen inteligencia y voluntad del hombre, contra el mismo Dios personal y no contra un simple fatum abstracto.

Las mismas palabras hebreas y griegas con las que la Biblica designa el pecado acentúan este carácter voluntario y personal. En hebreo es la palabra hatá que significa «no alcanzar una meta, no conseguir lo que se busca, no llegar a cierta medida, pisar en falso», y, en sentido moral, «ofender, faltar a una norma ética, infringir detrminados derechos, desviarse del camino recto». La versión de los setenta suele traducir ese hatá hebreo por amartía, amartano que también significan «fallar el blanco o ser privado de algo».

Esta idea de ruptura es acentuada por los profetas que ven siempre el pecado como la negativa a obedecer una orden o seguir una llamada. En Amós es la ingratitud; en Isaías, el orgullo; en Jeremías, la falsedad oculta en el corazón; en Ezequiel, la rebelión declarada. En todos los casos la ruptura de un vínculo, la violación de una alianza, la traición de una amistad. Cada vez que uno peca repite la experiencia de Adán, ocultándose de Dios.

Por todo esto se explica que Dios tome tan dramáticamente el pecado, no como una simple ley violada, sino como una amistad traicionada, un amor falseado. Por eso en la redacción del decálogo se pone en boca de Yavé esta terrible denominación de los transgresores: aquellos que me odian, mientras que llama a los que cumplen los mandamientos los que me aman (cf Ex 20, 5-6).

¿Qué significaba el pecado en tiempos de Jesús?

Para la comunidad de monjes de Qumram, que escapaban al desierto, el mundo estaba podrido; por eso se pasaban todo el día con bautismos, abluciones y oraciones de purificación. Los fariseos se creían los separados, los puros…el resto es pecador.

Para Jesús no es que todo sea pecado y sólo pecado. Sus metas son positivas y luminosas, pero sabe muy bien que al hombre no le basta el querer para salvarse. Sabe que ha venido para salvar al hombre del pecado. Pero invita a la conversión: sin ella no se podrá entrar en el reino de Dios (cf Mt 3, 2; Mc 1, 15). Este es un Reino que sólo puede construirse después de haber destruido los edificios del mal y de haber retirado sus escombros. Casi se diría que Jesús exagera su interés por los pecadores, cuando afirma con atrevida paradoja que ha venido a llamar, no a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 12), cuando se presenta como médico que sólo se preocupa por las almas enfermas (cf Mc 2, 17). Su interés será tal que será acusado de andar con publicanos y pecadores (cf Mt 9, 12) y de mezclarse con mujeres que han llevado vida escandalosa (cf Lc 7, 36-42). Él mismo resumirá el sentido de su vida en la Última Cena declarando que su sangre será derramada en remisión de los pecados (cf Mt 26, 27) y, tras su muerte, pedirá a sus apóstoles que continúen su obra predicando la penitencia para la remisión de los pecados a todas las gentes (cf Lc 24, 44-48).

Para Jesús, ¿qué significaba, pues, el pecado?

No era sólo la trasgresión literal de una ley, como era para los escribas y fariseos, que se quedaban en lo secundario y olvidaban lo principal (cf Mt 23, 23-24). Para Jesús el pecado nace del interior del hombre (cf Mt 15, 10-20); por eso, es necesaria la circuncisión del corazón de la que habló Jeremías (4, 4). Para Jesús el pecado es una esclavitud con la que el hombre cae en poder de Satán (cf Lc 22, 3); sabe que el mismo Satanás busca a sus elegidos para cribarlos como el trigo (cf Lc 22, 31). Para Jesús, bajo el pecado hay siempre una falsa valoración de las cosas, pues el corazón humano se deja arrastrar de lo inmediato y de las satisfacciones sensibles. (72) Así, pues, el pecado para Jesús es un desamor a Dios, un desprecio a los demás; es decir, es una ofensa a Dios y al prójimo.

¿Cuáles son los más grandes pecados para Jesús?

El primero de éstos es la hipocresía religiosa, especialmente cuando formas o apariencias religiosas se usan para cubrir otros tipo de intereses humanos (cf Mt 23), pero pisotean la justicia, la misericordia y la lealtad.

Otro pecado muy grave es el desprecio a su mensaje o a su invitación (cf. Lc 14, 15-24). Quienes oyeron su mensaje y no lo cumplen serán juzgados más severamente (cf Mt 10, 15; 21, 31).

El escándalo a los pequeños es de especial importancia (cf Mt 18, 6-7; Lc 17, 1-3).

El pecado de soberbia (cf. Lc 18, 9-14).

El pecado de ingratitud (cf. Lc 17, 11-19).

El pecado de apego a las cosas materiales (cf. Mt 19, 16-26)

Todos los pecados que se oponen al amor al prójimo son graves para Jesús: «Id, malditos, al fuego eterno, porque tuve hambre y no me disteis de comer…» (Mt 25, 41-46).

No sólo los pecados de acción son graves; también los de omisión. Bastará recordar la parábola de los talentos en la que uno de los siervos es condenado a las tinieblas exteriores sólo por no haber hecho fructificar su denario (cf Mt 25, 30).

No es que Jesús no condenara los pecados de idolatría, blasfemia o adulterio; pero como los doctores de la ley lo repetían a todas horas, Jesús quiso poner énfasis en otros pecados que no se tomaban en serio. Incluso pedía la pureza del corazón, de pensamiento y de deseo (cf. Mt 5, 27-29).

¿Y el pecado imperdonable? Se trata de la blasfemia contra el Espíritu Santo (cf Mt 12, 30-32). Maximiliano García Cordero dice que ese pecado contra el E.S. «No es un pecado concreto, como trasgresión de un precepto divino determinado, sino una actitud permanente de desafío a la gracia divina»; ese cerrarse a Dios, ese rechazo de su obra y su mensaje hace imposible el arrepentimiento y, con ello, el perdón de Dios.

Jesús y los pecadores

¿Cómo trata Jesús a los pecadores? Jesús distingue perfectamente pecado y pecador. Con el pecado, Jesús es exigente e intransigente. Con el pecador, tierno y misericordioso. En todo pecador ve a un hijo de Dios que se ha descarriado. Sus palabras se ablandan; su tono de voz se suaviza; corre él a perdonar antes de que el pecador dé signos evidentes de arrepentimiento.

¿Qué hizo Jesús con los pecadores? Dedicación especial (cf Lc 4, 18-19; 7, 22-23; Mt 15, 24; 9, 35-36; Mc 2, 17), sean ricos (publicanos) o pobres. Se dedica a ellos con gestos muy significativos: come con ellos. Comer con alguien era signo de comunión mutua. Él come con ellos para acercarlos al banquete de Dios. Jesús ama primero al pecador y después le invita a la conversión.

Jesús aclara su postura con tres razones:

Todos los hombres pecan: luego a todos se debe acoger (cf Jn 8, 7).
Él es la encarnación de la misericordia de Dios. Y Dios es el Dios de todos (cf Mt 5, 45).
Los pecadores necesitan ser acogidos para salvarlos (cf Lc 19, 10).

Pero la actitud de Jesús ante los pecadores esconde mucho más:

Todos han de reconocerse pecadores para que Él pueda acercarse y traerles la salvación (cf Mt 9, 13).

No tiene resentimiento contra los poderosos, discriminándoles, sino interés por los necesitados; así se ha de entender la tendencia a preocuparse más por los necesitados.

Jesús se acerca al pecador, pero no admite la falta cometida. Reconoce que los pecados no deben aceptarse (cf Jn 8, 11); por eso invita siempre al pecador a la conversión.

Jesús, pues, no prefiere a unos hombres sobre otros: Él ha venido a buscar lo que estaba perdido. Su objetivo es el hombre para salvarlo, sea quien sea (cf Lc 7, 50).

El culmen de la postura de Jesús ante los pecadores es su muerte (cf Mt 26, 28; Lc 23, 34). Este punto se profundizará más adelante.

Aunque Jesús buscó siempre con amor a los pecadores, y aunque muchos se abrieron a sus rayos salvadores…no siempre triunfará el amor de Jesús. Fracasó con muchos, porque se cerraron a su amor, a su perdón. Tenemos el caso de Judas, de los fariseos. Fracasaría con su ciudad querida de Jerusalén: «Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella y dijo: ¡Si al menos en este día comprendieras lo que lleva a la paz!…» (Lc 19, 41-44).

Cuando leemos algunas palabras duras de Jesús, como, por ejemplo, «Si tu mano o tu pie es para ti una piedra de tropiezo, córtatelo o arrójalo lejos de ti…» (Mt 18, 8), nos hacen reflexionar sobre algo muy serio: la posibilidad del fracaso total, definitivo e irreversible, llamado infierno. Si Jesús es duro, y predica la conversión, es porque quiere evitarnos este terrible fracaso. El infierno es la verdadera amenaza del hombre, que destruye alma y cuerpo (cf Mt 10, 28). Jesús, es verdad, no es un Dios de infierno en ristre, ni un neurótico del averno, pero no deja de mirar con terror esa horrorosa posibilidad con la que el hombre se enfrenta. Cree en el infierno y nos engañaría si no nos advirtiera ese espantoso riesgo. Por eso, claramente dice que quien no haga suya la vida que Él trae y no cumpla los mandamientos y muera sin arrepentirse les espera el más total y radical de los fracasos. Un fracaso, cuyo centro es la lejanía eterna de Dios por haberlo rechazado; un cataclismo ontológico para quien, habiendo sido amado por Dios hasta el punto de llamarlo hijo suyo en Cristo, rechaza obstinadamente a ese amor y con ellos su plena realización.

Dejemos claro una cosa. Jesús no es el condenador, sino el libertador. Él vino a traer la luz y no sólo a anatematizar la oscuridad. Por eso no le gusta que los hombres vivan obsesionados por si se salvarán o por cuántos se salvarán. Pero sí quiere que vivan dedicados a salvarse, que es el único negocio importante, urgente y personal; si perdemos este negocio, hemos perdido todo. Además nos invita siempre a la esperanza, nos pone todos los medios para esa total realización humana soñada y querida por Dios, que es la salvación eterna. Si se trata de ganar un pleito, o un juicio o conseguir un empleo o hacer un negocio temporal… se mueve cielo y tierra, se hacen mil diligencias y se trabaja hasta altas horas de la noche. Y para alcanzar la vida eterna y salvar el alma, ¿qué hacemos? Hay quienes viven como si la muerte, el juicio, el infierno y el cielo fueran fábulas o cuentos, y no verdades eternas reveladas por Dios y que debemos creer.

La palabra que resume la actitud de Jesús ante los pecadores es misericordia. Para el mundo grecolatino, antes de la venida de Cristo, la misericordia era un defecto y una enfermedad del alma. El filósofo Séneca, por ejemplo, dice que la misericordia es un vicio propio de viejas y mujerzuelas. Esta enfermedad, concluye Séneca, no recae sobre el hombre sabio(73) Tuvo que venir Cristo del cielo para gritarnos que la misericordia es el más sublime gesto de caridad…Es más, que la misericordia tiene un nombre: Jesucristo. Dios al encarnarse se hizo misericordia y perdón.

Nosotros ante el pecado y los pecadores

Sería bueno que repasemos un poco lo que es el pecado y cuáles son los pecados, para que cada día lo desterremos de nuestra vida, pues el pecado ha sido, es y será la mayor desgracia que nos puede acontecer en la vida.

El pecado existe. Es una realidad que brota del corazón del hombre, por instigación de Satanás que se sirve de sus engaños y de nuestras pasiones desordenadas. No es un error humano, una distracción o una fragilidad. Es, más bien, la negación de toda dependencia, la obstinación en quedarme en mí mismo, decidir por mí mismo. Es la decisión de procurarme por mí mismo la propia felicidad, de realizarme sin interferencias, y consecuentemente el rechazo de instaurar con Dios y con los demás una relación de amor. El pecado es egoísmo exagerado. Es preferirse a sí mismo, anteponerse a sí mismo a Dios y a los demás. Es trastocar el orden puesto por Dios y poner otros ídolos, otros intereses, a uno mismo en el puesto de Dios.

Todos hemos pecado, menos Jesús y su Madre Santísima.

¿Cuáles son los pecados?
Está el pecado original que cometieron nuestros primeros padres, Adán y Eva. Adán, como jefe de toda la humanidad, transmite a cada uno de los hombres este pecado, en cuanto padre de la humanidad, y como tal, lo contraemos todos sus descendientes.

Está el pecado actual o personal: es aquel cometido voluntariamente por quien ha llegado al uso de razón. Tal pecado se puede cometer de cuatro maneras: con el pensamiento, con las palabras, con las obras, con las omisiones. Y todo esto puede ser contra Dios, contra el prójimo o contra nosotros mismos. Este pecado personal puede ser, a su vez: mortal o venial.

El pecado mortal es una desobediencia a la ley de Dios en materia grave, cometida con plena advertencia de la mente y deliberado consentimiento de la voluntad. ¿Qué materia sería grave? Negar o dudar de la existencia de Dios; negar una verdad de fe definida por la Iglesia; blasfemar de Dios, la Virgen, los Santos; no participar de la misa sin algún motivo grave; tratar en modo gravemente ofensivo a los propios padres o superiores; matar a una persona o herirla gravemente; procurar directamente el aborto; cometer actos impuros consciente y deliberadamente; impedir la concepción con métodos artificiales; robar objetos de mucho valor; calumniar; cultivar y consentir pensamientos y deseos impuros; cumplir graves omisiones en el cumplimiento del propio deber; recibir un sacramento en pecado mortal; emborracharse o drogarse en forma grave; callar en confesión, por vergüenza, un pecado grave; causar escándalo al prójimo con acciones o actitudes graves .

¿Cuáles son los efectos que produce en el alma el pecado mortal? Mata la vida de gracia en el alma, es decir, rompe la relación vital con Dios; separa a Dios del alma; nos hace perder todos los méritos de cosas buenas que estemos haciendo; hace al alma digna del infierno; se nos cierran las puertas del cielo.

¿Cómo se perdona este pecado mortal? Con una buena confesión; o con un acto de contrición perfecta, unido al propósito de una confesión.

El pecado venial es una desobediencia a la ley divina en materia leve; o también en materia grave, pero sin pleno conocimiento y consentimiento. ¿Qué efectos produce el pecado venial? Entibia el amor de Dios, me enfría la relación con Él; priva al alma de muchas gracias que hubiera recibido de Dios si no hubiese pecado; nos dispone al pecado grave; hace al alma digna de penas temporales que hay que expiar o en esta vida o en el purgatorio. El pecado venial se borra con el arrepentimieno, con buenas obras (oraciones, misas, comunión, limosnas, obras de misericordia).

Los pecados capitales son siete, y se llaman capitales porque son cabecillas de otros pecados. Son éstos: Soberbia: es una exagerada estima de sí mismo y de las propias cosas y cualidades, acompañada de desprecio hacia los otros. Avaricia: es un deseo desmesurado de dinero y de haberes. Lujuria: es un desordenado apetito y uso del placer sexual. Ira: es un impulso desordenado a reaccionar contra alguno o contra algo que fue ocasión de sufrimiento o contrariedad. Pereza: Es una falta de voluntad en el cumplimiento del propio deber y un desordenado uso del descanso. Envidia: es un sentimiento de tristeza o dolor del bien del prójimo, considerado como mal propio. Gula: es la búsqueda excesiva del placer que se encuentra en el uso de los alimentos y bebidas.

Están, también, los pecados que claman al cielo: homicidio voluntario, pecado impuro contra naturaleza (homosexualidad), opresión de los pobres, no dar la paga justa a los obreros.

Finalmente, está el pecado contra el E.S.: desesperar de la salvación, presumir de salvarse sin mérito, luchar contra la verdad conocida, envidia de la gracia ajena, obstinación en los pecados, impenitencia final a la hora de la muerte.

CONCLUSIÓN
De todo lo que hemos visto concluimos lo siguiente:
Debemos odiar el pecado, desterrarlo de nuestra vida, luchar contra todo tipo de mal que tengamos en nuestro corazón.
Debemos renunciar al pecado, denunciarlo desde todos los púlpitos, con energía y respeto, y anunciar la Buena Nueva de la gracia.
Pero debemos rezar por los pecadores, comprenderlos, no juzgarlos, tratar de ayudarlos para que vuelvan a Dios y a las fuentas de la misericordia de Dios. Nunca condenarlos.
No nos alejemos de la casa de Dios Padre. En la casa de Dios Padre encontramos la luz, el calor, la seguridad, alegría y el amor…Fuera de la casa de Dios Padre encontramos oscuridad, frialdad, inseguridad, indiferencia de los demás, tristeza. Y si no, preguntémosle a ese hijo pródigo del evangelio (cf. Lc 15, 11ss). Y cuando tengamos la desgracia de alejarnos, aún hay posibilidad de volver, arrepentirse y abrazar a Dios, que desde siempre ha dejado la puerta de su corazón abierta a todos.

(72) Baste recordar aquí la parábola del hijo pródigo (Lc 15) o la de los invitados descorteses (Lc 14, 15-24).
(73) Cfr. Séneca, De Clementia, 2, 4-5

Hoy celebramos a Santa Maria Goretti

11 datos que tal vez no sabías sobre la vida de Santa Maria Goretti

El nombre de Santa María Goretti está asociado principalmente a la virtud de la castidad, sin embargo hay otros aspectos de su vida que probablemente no son muy conocidos y que valen la pena imitar para crecer en la fe.

Aquí presentamos once cosas sobre esta “dulce mártir de la pureza”, como la llamó el Papa Pío XII.

1.-Trabajó desde pequeña

Una biografía suya publicada en Vatican News indica que María nació el 16 de octubre de 1890 en Italia, en el seno de una familia pobre que se trasladó desde la provincia de Ancona hasta la localidad Ferriere di Conca, en la provincia de Lazio, para trabajar los campos del conde Mazzoleni.

Allí la niña vendía huevos, preparaba la comida para los campesinos, remendaba ropas y cuidaba de sus hermanos menores.

2.-Fue una hija ejemplar

Vatican News señala que tras la muerte de su padre Luigi Goretti, María “sintió que tenía que apoyar a su mamá que se quedó sola cuidando a la familia”.

Ella se encargó de hacer los quehaceres y de atender a sus hermanos. Incluso prefería comer lo que sobraba de las comidas para que todos se alimentasen bien.

Por dificultades económicas, su familia se asoció con los Serenelli, quienes no tenían un buen comportamiento y eran déspotas.

Para calmar la angustia de su madre Assunta, María le decía: “Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!

3.-Prefería morir antes que decir una mala palabra

Un día María compartió a su madre la indignación que sintió al escuchar un intercambio de palabras obscenas entre un muchacho y una de sus compañeras.

Assunta le dijo: “Pues lo que te entre por una oreja que te salga por la otra. Mira, hija, como tú te sorprendes de las cosas de los otros, otros pueden sorprenderse con las cosas que tú hagas”.

Entonces la niña respondió: “Si yo alguna vez he de hablar así, prefiero morirme antes”.

4.- No fue a la escuela

En un mensaje, San Juan Pablo II indicó que Santa María Goretti no pudo ir a la escuela por “las dificultades de la pobreza”.

Sin embargo, ella y sus cinco hermanos fueron “educados por los padres en el respeto a sí mismos y a los demás, así como en el sentido del deber cumplido por amor a Dios”.

5.- Con la ayuda de su pueblo hizo la Primera Comunión

Santa María Goretti ansiaba recibir la Eucaristía desde pequeña y cuando le manifestó ese deseo a su madre, esta le dijo: “¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo y no tenemos ni un momento libre”.

La niña le respondió: “¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús!”.

Sus vecinos la ayudaron en su preparación para el sacramento e incluso consiguieron las prendas que necesitaba para ese gran día.

Así, María hizo su Primera Comunión el 29 de mayo de 1902 a los once años de edad, un año antes de lo que se acostumbraba en la época.

6.-Encontraba consuelo en la oración durante los momentos difíciles

A los diez años de edad María perdió a su padre, sin embargo, buscó consuelo en la oración, especialmente en el rezo del Rosario.

La santa también buscó refugio en la Virgen ante las propuestas indecentes de Alessandro Serenelli, y las amenazas de muerte que este le hacía debido a los rechazos de María.

7.- Resistió un intento de violación

El 5 de julio de 1902, Alessandro aprovechó que María estaba sola en casa e intentó violarla. Pero ella se resistía gritando “¡No! ¡Es un pecado! ¡Dios no quiere eso!”, y le advertía que podía ir al Infierno.

Cegado por la rabia, el joven la apuñaló catorce veces con un punzón. Las heridas afectaron su corazón, su pulmón izquierdo, su diafragma y sus intestinos.

8.- Ofreció sus sufrimientos a la Virgen María

Luego que su madre y el padre de Alessandro la encontraran, María fue llevada a un hospital cercano. Los médicos se sorprendieron de no hubiera muerto por la gravedad de sus heridas. La operaron para tratar de salvarla y debido a su delicado estado no pudieron colocarle anestesia.

Ella no se quejaba de los dolores y ofreció sus sufrimientos a la Madre de Dios.

9.- Perdonó a su agresor antes de morir

Antes de fallecer, el sacerdote le preguntó: “María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino?”. Ella respondió: “Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al Paraíso. Quiero que esté a mi lado… Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado”.

San Juan Pablo II destacó este gesto y afirmó que “el espíritu del perdón animaba las relaciones de toda la familia Goretti y, por esta razón, pudo expresarse con tanta espontaneidad en la mártir”.

10.- Su asesino se convirtió

Alessandro Serenelli fue condenado a 30 años de cárcel y parecía que no tenía ningún remordimiento por su crimen. Pero se arrepintió tras ser visitado por el entonces Obispo de Noto, Mons. Giovanni Blandini, y tener un sueño donde María derramó sobre él catorce lirios, la misma cantidad de veces que la apuñaló.

Cuando salió libre, buscó a la madre de la santa para pedirle perdón. Años después, Alessandro colaboró con su testimonio en la causa de beatificación. También fue admitido en la Tercera Orden de San Francisco.

“El asesino de María Goretti reconoció la culpa cometida, pidió perdón a Dios y a la familia de la mártir, expió con convicción su crimen y durante toda su vida mantuvo esta disposición de espíritu. La madre de la santa, por su parte, le ofreció sin reticencias el perdón de la familia”, destacó San Juan Pablo II.

11.- Una de sus hermanas se hizo religiosa

Según indica el sitio web oficial del Santuario de Corinaldo, el día de su martirio, la santa estaba cuidando de su hermana de dos años, Teresa Goretti, antes de que Alessandro se llevara a María para intentar violarla.

Teresa despertó y empezó a llorar al escuchar los gritos de María. Este llanto hizo que Assunta y el padre de Alessandro regresaran a la casa desde el campo y encontraran a la santa malherida.

El 23 de octubre de 1920, Teresa ingresó como religiosa en el instituto de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María y tomó el nombre de Sor María de San Alfredo.

Se encontró en septiembre de 1969 con el Beato Pablo VI y en 1979 con San Juan Pablo II.

Falleció el 25 de febrero de 1981 en un convento de su instituto en la ciudad italiana de Orvieto.

Santa María Goretti, mártir al defender su pureza

Murió a causa de las heridas que sufrió cuando su asesino intentó violarla, un hombre que después declaró en su proceso de canonización

Santa María Goretti nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo (Italia). Era la tercera de siete hijos de una familia pobre aunque muy piadosa.

Emigraron a Ferriere di Conca para trabajar al servicio del conde Mazzoleni. Allí la familia compartía casa con otra familia: Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro, que tenían otro estilo de vida.

El padre Serenelli era alcohólico y Alessandro era grosero y rudo. La cocina era el espacio común.

Pronto falleció el padre de los Goretti de paludismo y su madre se tuvo que poner a trabajar mientras María y los mayores cuidaban de los hermanos pequeños.

Quería hacer la Primera Comunión a toda costa

María era inteligente y piadosa. Había recibido el bautismo y la confirmación. Rezaba el rosario, contemplaba el crucifijo, hacía oración…

Su madre le dijo que no podía recibir la Primera Comunión porque no tenía instrucción y no podría aprender el catecismo. Además, no tenían dinero para comprarle un vestido.

La niña rogó a su madre y finalmente una persona de la zona le dio la instruyó mientras que otras familias le prestaron el vestido. Así, recibió la Primera Comunión el 29 de mayo de 1902.

Alessandro Serenelli tenía 19 años, era fuerte y en varias ocasiones había dicho frases obscenas a María.

Ella se dio cuenta de que el chico quería abusar de ella y comenzó a pedir a su madre que regresaran a su pueblo natal. Pero la madre creyó que era un capricho de niña y no le dio más importancia.

Un día, Alessandro llevó a María a la cocina cuando ella estaba sola en casa cuidando a una de las bebés.

La agredió sexualmente pero ella se resistió, diciéndole que lo que pretendía hacer era un pecado.

El chico amordazó a María Goretti. Primero le mostró un puñal y ella siguió sin consentir. Luego él le arrancó la ropa y María pudo deshacerse de la mordaza.

–No hagas eso, que es pecado. Irás al infierno, dijo María.

Alessandro Serenelli le asestó varias cuchilladas, hasta que creyó que la había matado. Después tiró el cuchillo y se marchó. Pero cuando estaba ya en la puerta la oyó gemir.

Entonces recogió el arma y volvió sobre sus pasos para matarla. De nuevo la acuchilló y se marchó a su habitación.

En total, María Goretti recibió 14 heridas graves, pero no había muerto. Recobró la conciencia y avisó al señor Serenelli con un grito.

La llevaron al hospital y el médico registró heridas en el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino.

El perdón

María pudo recibir los últimos sacramentos. En el momento de darle la comunión, el sacerdote le preguntó:

-María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino?

Ella contestó:

-Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado. Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.

Al poco falleció.

Conversión de Alessandro en la cárcel

Alessandro Serenelli fue detenido, procesado y condenado a 30 años de cárcel. Decía que no se arrepentía de nada, pero unos años más tarde fue a visitarlo monseñor Blandini. Cuando este se marchó, lloró desconsoladamente.

En sueños santa María Goretti se apareció a Alessandro, tras lo cual este se arrepintió y escribió una carta a monseñor Blandini. Decía:

«Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, y a la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra».

Alessandro cumplió 26 años de condena. Luego fue hortelano de un convento de capuchinos y más tarde fue admitido en la orden terciaria de san Francisco. Su conducta fue ejemplar.

Relató su propio crimen

Fue llamado como testigo en el proceso de canonización de María Goretti.  Explicó por qué lo hacía:

«Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa».

En la Navidad de 1937, Alessandro fue a Corinaldo y pidió perdón a la madre de santa María Goretti por el crimen que había cometido. Ella le respondió:

-Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?»

Oración

Señor, Dios, que eres fuerza de las almas inocentes y te complaces en los corazones limpios, tú que otorgaste a santa María Goretti la palma del martirio en la edad juvenil, concédenos, por su intercesión, la constancia en tus mandamientos, así como a esta virgen le diste la victoria en el combate. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.