MATEO 6:7-15, El Evangelio de hoy nos habla sobre rezar el Padre Nuestro. Allí pedimos que la voluntad de Dios se haga «así la tierra como en el Cielo», pero la cosmología bíblica ve en estos dos reinos campos de fuerzas que se interpenetran. El Cielo, lugar de Dios y los ángeles, entra en contacto y llama a la tierra habitada por humanos, animales, plantas y planetas. La salvación, por lo tanto, es una cuestión de reunir al Cielo y la tierra, para que Dios reine profundamente aquí abajo como lo hace en lo alto. La gran oración de Jesús, que está constantemente en boca de los cristianos, tiene una inspiración distintivamente judía: «Venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo».
Esta, definitivamente, no es una oración para poder escapar de la tierra, sino para que la tierra y el Cielo se unan. El Padre Nuestro eleva a un nivel nuevo lo que el profeta Isaías había anticipado: «El conocimiento del Señor llenará la tierra como las aguas cubren el mar». Los primeros cristianos vieron la resurrección de Jesús como el comienzo de un proceso por el cual la tierra y el Cielo se reconciliaron. Se dieron cuenta que Cristo resucitado era quien traería la justicia del Cielo a este mundo.
En este gran día, contemplamos maravillados la donación total de Jesucristo y adoramos su presencia divina que es portadora de salvación y que nos une al Padre y al Espíritu Santo. Y la adoración se puede transformar en coloquio íntimo, en silencio maravillado considerando como el Dios trascendente, el todo-otro, se convierte máximamente cercano en la humildad del pan y del vino, para ponerse a nuestro nivel, para entrar dentro nuestro, transformarnos a su imagen y hacernos participar de su vida divina. Conscientes de ello, la liturgia nos invita a brotar de nuestro interior “un cántico nuevo”. La novedad de la obra salvadora de Jesucristo, la gran hazaña de su pasión, muerte y resurrección que nos es comunicada en el memorial eucarístico, piden un cántico nuevo de los labios y del corazón, lo encontramos en el libro del Apocalipsis con los veinticuatro ancianos prosternados ante el Cordero, es decir, ante Jesucristo muerto y resucitado, y cantando un cántico nuevo, lo adoran porque ha comprado para Dios con su sangre, gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y ha hecho una casa real y unos sacerdotes dedicados a nuestro Dios. Y dicen eternamente: el Cordero que ha sido degollado de recibir todo poder, honor, gloria y alabanza (Ap 5, 8-9.12). nuestras voces a las de ellos proclamando la gloria del Señor tres veces santo que ha dado la vida en la cruz y nos ha dejado la Eucaristía.»El Señor nos alimenta con la flor del trigo y con el fruto abundante de la vid»; agradecemos, acogemos el don, adoramos su presencia de JESÚS EUCARISTÍA en medio de nosotros.
Dios es Padre y te mira como un padre: como el mejor de los papás, no ve los resultados que aún no has alcanzado, sino los frutos que puedes dar; no lleva la cuenta de tus faltas, sino que realza tus posibilidades; no se detiene en tu pasado, sino que apuesta con confianza por tu futuro. Porque Dios está cerca, está a nuestro lado. Es el estilo de Dios, no lo olvidemos: cercanía; Él está cerca con misericordia y ternura. Así nos acompaña Dios, es cercano, misericordioso y tierno. (Ángelus, 20 marzo 2022)
MATEO 6:19-23
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús les dice a sus discípulos que no acumulen tesoros en la tierra, sino en el Cielo, “donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben”.
San Agustín dijo una vez que, dado que toda criatura está hecha ex nihilo, lleva consigo la herencia del no ser. Hay una especie de penumbra o sombra de la nada que acecha cada cosa finita.
Esta es una manera filosófica bastante elevada de expresar lo que todos conocemos en nuestros propios huesos: no importa cuán buena, hermosa, verdadera o emocionante sea una cosa o estado de cosas aquí abajo, estará destinada a pasar al no ser. Pensemos en un hermoso fuego artificial que se abre como una flor gigante y luego, en un abrir y cerrar de ojos, desaparece para siempre. Todo está poseído por el no ser; todo, finalmente, es ese fuego artificial.
Pero esto no es para deprimirnos sino que está destinado a redirigir nuestra atención precisamente a los tesoros del Cielo, a la eternidad de Dios. Una vez que vemos todo a la luz de Dios, podemos aprender a amar las cosas de este mundo sin aferrarnos a ellas y sin esperar demasiado de ellas. ¡Piense en cuántas desilusiones y angustias podrían evitarse si tan solo supiéramos esta verdad!
Hermanos, hermanas, Pascua significa “paso”. Es, sobre todo este año, la ocasión bendecida para pasar del dios mundano al Dios cristiano, de la codicia que llevamos dentro a la caridad que nos hace libres, de la espera de una paz traída con la fuerza al compromiso de testimoniar concretamente la paz de Jesús. Hermanos y hermanas, pongámonos delante del Crucificado, fuente de nuestra paz, y pidámosle la paz del corazón y la paz en el mundo. (Audiencia general, 13 abril 2022)
El que mata con espada a espada muere… La postura que adopta Atalía es propia de una persona egocéntrica, replegada en sí misma. Cuando ve peligrar su poder y prestigio, reacciona con frialdad y violencia, sin respetar ni tan siquiera los vínculos familiares. Esta actitud es totalmente errónea, aunque no estamos exentos de poder caer en ella. Cuando nos creemos más que los demás y vemos en otras personas dones y virtudes que no tenemos o que de alguna manera, pueden hacernos sombra o quitarnos el primer puesto, creyendo exclusivamente que nosotros somos dignos de poseerlo, corremos el riesgo de cegarnos, de que se nos endurezca el corazón e incluso de llegar a hacer daño “matando” a los demás, con la mentira, el engaño, la calumnia y el mal juicio… Por eso, es tan importante buscar siempre, día a día, momento a momento, la Verdad, es decir, seguir a Jesucristo, cueste lo que cueste, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Lo esencial para caminar en esta vida, es tener puesto el corazón en el Señor que es el único Dios, el verdadero e imperecedero Tesoro, al cual hay que entregarle por completo nuestra confianza.
Donde está tu tesoro allí está tu corazón
Jesús nos dice “no atesoréis para vosotros tesoros…” pero nos preguntamos: ¿qué tesoros poseemos o de cuales nos podemos apropiar? Podemos apegarnos a las obras buenas que hayamos hecho, apropiándonos todo el mérito de esas acciones, cuando en realidad es un don de Dios. Si hay algo bueno en todo ello, se lo debemos a Él, que se ha valido de nosotros como instrumentos suyos. Ese tesoro de buenas obras lo llevaremos en vasijas de barro hasta el cielo, porque será el mérito de Jesucristo en nosotros, que se ha valido de nuestra fragilidad para hacer su obra maravillosa, pero siempre, siempre, es Él quien mueve los hilos de nuestra vida.
Por eso, es tan importante tener la mirada y el corazón limpios, para valorar y colocar todo en su lugar correcto y dar a cada cosa el valor que tiene según el corazón de Dios. Tenemos que buscarle en la intimidad de nuestro corazón, en la oración, para entregarle nuestro ser y ser libres caminando confiados totalmente en El.
También podemos acumular cosas, dinero, bienes, pensando en nuestro bienestar y confort y esto en muchas ocasiones nos lleva a cerrar y achicar el corazón, quitándole espacio al Señor, que es el único Tesoro que tiene que llenarlo y al que debe dirigir toda su atención y cuidado. Si tenemos una mínima sensibilidad, ayudaremos a los demás con alguna limosna para tranquilizar nuestra conciencia, pero, sin tocar nuestro tesoro. No nos damos cuenta que los tesoros de este mundo son pasajeros, nunca nos satisfacen, porque siempre nos parecerán insuficientes y necesitaremos tener un poco más. El corazón se hace pequeño y se queda atrapado, preso y centralizado en nuestro yo.
Es necesario discernir y preguntarse: ¿Tengo el corazón atado?, ¿a qué?, ¿tengo paz o continuamente necesito justificar mis actos incluso delante de Dios?
Raniero de Pisa, Santo
Peregrino, 17 de Junio
Trovador
Martirologio Romano: En Pisa, en la Toscana, san Rainerio o Raniero, pobre y peregrino por Cristo († 1160).
Breve Biografía
Nació en el año 1117 en Pisa (Italia). Sus padres, Gandulfo Scacceri, próspero comerciante, y Mingarda, perteneciente a la noble familia de los Buzzacherini, deseosos de impartirle una educación rigurosa a su único hijo, encomendaron su formación al sacerdote don Enrico de San Martino. Pero Rainiero, particularmente dotado para la música (tocaba la lira) y para el canto, prefería las diversiones y la vagancia a los estudios.
De nada valieron los esfuerzos de sus padres por conducirlo a un comportamiento más cristiano, pues el joven pisano descuidó tanto las enseñanzas de sus padres como las de don Enrico. No obstante, a los 19 años su vida cambió. Fue crucial, para su conversión y decisión de abrazar plenamente la fe y vivir en extrema austeridad, su encuentro con el eremita Alberto, establecido en el monasterio pisano de San Vito y del cual escuchó sus consejos y lo hizo su modelo.
Cuatro años después, hacia el 1140, se embarcó rumbo a Tierra Santa decidido a imitar fielmente a Cristo en los lugares donde nuestro Señor había consumado su sacrificio.
Permaneció ahí por trece años, viviendo exclusivamente de limosnas, comiendo dos veces a la semana y exponiendo su cuerpo a grandes sacrificios. Además, peregrinaba en repetidas ocasiones a todos los lugares santos, demorándose de preferencia en el Calvario cerca del Santo Sepulcro, donde recibió de un sacerdote la túnica pelosa del eremita, la «pilurica», con la cual es representado en la iconografía.
Regresó a Pisa en 1153, rodeado de fama de santidad por los muchos milagros que Dios operó a través de su mano en Tierra Santa. Fue acogido por los canónigos de la Catedral y por el pueblo, quienes estaban al corriente de su admirable vida. Vivió un año en calidad de oblato en el monasterio de San Andrés, en Chinseca, y de ahí se transfirió a San Vito, donde desarrolló una intensa actividad apostólica con la venia del clero, predicando como simple laico y obrando numerosas conversiones.
No acumulen ustedes tesoros en la tierra
Santo Evangelio según san Mateo 6, 19-23. Viernes XI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por este momento de calma e intimidad contigo. Ábreme los ojos, para que pueda ver cómo me amas. María, que confiaste siempre en Dios, acompáñame en este momento de oración.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 6, 19-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A veces es difícil seguir lo que Jesús pide. Pero es justo en esos momentos cuando podemos confiar de verdad en Jesús. Él es Dios y es omnipotente. Por eso nos dice: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». (Jn 14,27) Sabemos que podemos confiar en Él, pues «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31) Escucha pues lo que te dice Jesús en este Evangelio. Lo dice mientras te mira con amor.
Jesús te dice hoy que «Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz.».
Pídele que te abra los ojos, para que puedas ver todo como Él lo ve. Que te dé fe. Así, con los ojos de tu alma sanos, verás que el único tesoro que vale la pena buscar es Jesús.
Él es el tesoro del cielo, que nada puede destruir y nadie te puede robar. Búscalo en la Eucaristía, la confesión, la Misa, la oración… Ámalo en los que necesitan de ti, de tu ayuda o afecto. Si escuchas una voz diciendo que Jesús no es el mejor tesoro, ya sabes que es del enemigo. ¿Qué hacer? Llama a María. El diablo no soporta ni su nombre. Pídele a María que te ayude a confiar. Que, por la fe en Jesús, tus ojos sean luminosos de fe aun en los sufrimientos, como los de ella, que creyó en Dios al pie de la cruz (Jn 19,25).
«Jesús dijo: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Nuestro corazón siempre apunta en alguna dirección: es como una brújula en busca de orientación. Podemos incluso compararlo con un imán: necesita adherirse a algo. Pero si solo se adhiere a las cosas terrenales, se convierte antes o después en esclavo de ellas: las cosas que están a nuestro servicio acaban convirtiéndose en cosas a las que servir. La apariencia exterior, el dinero, la carrera, los pasatiempos: si vivimos para ellos, se convertirán en ídolos que nos utilizarán, sirenas que nos encantarán y luego nos enviarán a la deriva. En cambio, si el corazón se adhiere a lo que no pasa, nos encontramos a nosotros mismos y seremos libres».
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de marzo de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Jesús, confío en ti, o al menos quiero confiar y creer que eres bueno y me amas. Aumenta mi confianza. María, enséñame a confiar en Dios como tú, en horas felices y al pie de la cruz. Haz, que como tú, yo sea feliz porque he creído lo que me ha dicho Dios. (Cf. Lc 1, 45)
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a visitar a Jesús en la Eucaristía y estar con Él en silencio unos minutos, para dejar que me llene de su amor. Si lo necesito, voy a buscar una oportunidad de confesarme.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El tesoro de los problemas
Te abruman tantos problemas, parece que no hay salida. Oras y oras y parece que tu oración no es escuchada…
Seguramente la noche anterior no has podido dormir pensando en cómo solucionar el problema que tienes ahora mismo. Das vuelta de un lado al otro y no sabes cómo salir de el y menos cuándo acabará.
De la misma manera están tus compañeros de clase, de trabajo o familiares. Todos tenemos problemas en la casa, con los amigos, en el trabajo, en fin… Si los problemas se convirtieran en un tesoro, pronto serías rico.
Oras y oras y parece que tu oración no es escuchada por Dios, pues los problemas empeoran y día a día se te suman más. Y la fe pronto se va debilitando hasta que te alejas de Dios.
A lo mejor estás leyendo este artículo desde una cama de enfermo, o desde tu oficina en medio de miles de actividades y regaños de tu jefe o quizá desde la universidad y ya no puedes con la carga académica. O tal vez en tu casa en medio de los problemas económicos de la familia y por qué no en medio de los conflictos en tu noviazgo.
¿Por qué a mi? es la pregunta que frecuentemente repites. Ahora te pregunto: ¿Acaso no has deseado alguna vez ser rico? ¿Recuerdas cuando arriba escribí “si los problemas se convirtieran en un tesoro, pronto serías rico?
Hoy te propongo una buena idea, a lo mejor no la perfecta, pero sí la que te ayudará a sobrellevar los problemas. En cada problema, identifica lo positivo. Cada problema trae consigo un tesoro, ese que aún no has descubierto porque sigues empeñado en quejarte.
Tómate un par de minutos. Piensa. Reflexiona. Pregúntate: ¿Cuál es el tesoro de mi problema? ¿Cuál es el lado positivo? ¿De qué me está salvando Dios?
Muchas veces nosotros queremos que las cosas ya sucedan, que los problemas se solucionen o que simplemente no existan. Dios sí existe y sus pensamientos no son iguales a los tuyos, ni tampoco a los míos. Su pensamiento y amor es divino, todo tiene un propósito, un tesoro.
¿Y María? Ella te ama diciéndote: “No se entristezca tu corazón ni te llenes de angustia. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no soy tu ayuda y protección?”.
¡Ánimo! ¡Dios tiene un gran tesoro para ti!
Como Jesús, abajémonos hacia el otro sin glorias mundanas
En la misa de la solemnidad de Corpus Christi celebrada en San Pedro.
«A menudo, ante los desafíos de la historia y el sufrimiento de nuestros hermanos, tenemos la tentación de justificar nuestra impotencia o indolencia, aduciendo razones lógicas con datos objetivos», o quizás proponemos hipotéticos proyectos de carácter comercial, «lo hacemos para resolver incluso situaciones dramáticas, como las que estamos presenciando desde hace meses en nuestro tiempo». Es el paralelismo con el mundo de hoy que el cardenal Mauro Gambetti, vicario general del Papa para la Ciudad del Vaticano, ve en la página del Evangelio que narra la multiplicación de los panes y los peces, cuando los discípulos, asombrados por la petición de Jesús de alimentar a la multitud que lo había seguido y necesitaba un refrigerio, parecen rehuir, justificándose diciendo que no tenían suficiente comida.
Con Jesús en el camino de la vida
En su homilía pronunciada en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro, durante la celebración de la solemnidad del Corpus Christi presidida esta mañana, el cardenal recordó que Jesús se llamó a sí mismo «pan vivo bajado del cielo», alimento para la vida eterna, mostrando en su abajarse sobre la humanidad, «todo el amor del Padre por el hombre, un abajamiento que le llevará a la muerte y a la muerte de cruz».
E invitando a los discípulos a dar de comer a la gente que se había reunido en torno a él, les insta a abajarse, como él, ante la multitud. «A ninguno de nosotros nos gusta abajarnos, por mucho que aspiremos a amar -subraya el cardenal Gambetti-, y cuando nos oímos decir, como hace Jesús sin rodeos, que ese abajarse es el único camino de Dios, entonces no sólo no entendemos, sino que no aceptamos y corremos el riesgo de separarnos del camino de la vida, del camino de Jesús. En cambio, «Jesús nos lleva de la mano», «para acompañarnos a descubrir plenamente el camino de la vida y hacernos partícipes de él», explicó el cardenal, añadiendo que «los episodios en los que Jesús dio de comer a la multitud son centrales en la narración de todos los evangelistas»; impresos en la memoria de los discípulos, pusieron en marcha un proceso de conversión que luego se convirtió en un camino de transformación a partir de la Pascua, de esa Última Cena de la que también nosotros somos partícipes» cada vez que celebramos la Eucaristía.
¿Qué nos pide Dios que hagamos?
El cardenal Gambetti señala que también nosotros «nos resistimos a la implicación cuando nos toca en la carne, en los bolsillos, en los privilegios que disfrutamos». El problema es la «poca fe». «Es como si los discípulos le hubieran dicho a Jesús: ‘Mira, es imposible cumplir lo que nos has pedido, nos has sobreestimado’. O lo que es lo mismo: «Te equivocas, no sabes lo que dices». Esto es lo que nos pasa también a nosotros -señala el cardenal-, por ejemplo, cuando con nuestras inferencias o nuestros juicios descalificamos a los demás, especialmente a las personas que están colocadas en la autoridad, desde la infancia, los padres, los maestros, los gobernantes, los obispos, el Papa, Dios». En cambio, en lugar de buscar justificaciones para no involucrarnos, continúa el cardenal Gambetti, debemos preguntarnos qué es lo que Dios nos pide que hagamos, y luego simplemente obedecer. Esto es lo que hicieron los discípulos, ir más allá de sí mismos y confiar en lo que Jesús les mandaba. «Y sucedió lo increíble».
La escuela del Corpus Christi
El vicario general del Papa se detiene entonces en la «hermosa noticia del amor total y personal que trae Jesús: ‘Esto es mi cuerpo que es para ustedes'» que nos ve no sólo como destinatarios de ese amor, sino también como protagonistas. Como lo fue San Pablo que dijo: «He recibido del Señor lo que a su vez les he transmitido». Así, también nosotros estamos llamados a ser Eucaristía como Jesús, a convertirnos en «memoria viviente de Jesús», «invitados a descender en la humanidad, dejando atrás toda forma de gloria mundana, social, personal, para no comprometer nunca la grandeza del amor, para no fracasar nunca en el amor», es decir, «para vivir la vida que Jesús compartió con nosotros y sigue compartiendo con nosotros, para no separarnos nunca del camino de la vida». «Esta es la escuela del Corpus Christi», dice el cardenal Gambetti. «Jesús nos lleva de la mano y quiere conducirnos a esa vida plena y amorosa que pasa por un cambio de postura», concluye el cardenal. Cristo, en definitiva, quiere decirnos: «No te preocupes más por ti mismo, sino por tus hermanos, para reunirlos y darles tú mismo de comer».
El medio ambiente y el Cristiano
Hay que reconocer la presencia de Dios en la naturaleza
El nuevo Compendio de Doctrina Social de la Iglesia dedica un capítulo entero a temas medioambientales, reconociendo su creciente importancia. Los primeros números animan a los cristianos a considerar el medio ambiente con una actitud positiva, para evitar una mentalidad de desprecio y condena, y reconocer la presencia de Dios en la naturaleza.
Deberíamos ver el futuro con esperanza, recomienda el Compendio, «sostenidos por la promesa y el compromiso que Dios renueva continuamente» (No. 451). En el Antiguo Testamento vemos cómo Israel vivió su fe en un medio ambiente que era visto como don de Dios. Además, «la naturaleza, la obra de la acción creativa de Dios, no es un adversario peligroso».
El Compendio también invita a recordar el comienzo del libro del Génesis, en el que el hombre es puesto como la cima de todos los seres y Dios le confía que cuide toda la creación. «La relación del hombre con el mundo es parte constitutiva de su identidad humana. Esta relación es a su vez resultado de otra relación aún más profunda con Dios» (No. 452).
En el Nuevo Testamento Jesús hace uso de los elementos naturales en algunos de sus milagros y recuerda a los discípulos la providencia de su Padre. Luego, en su muerte y resurrección, «Jesús inaugura un mundo nuevo en el que todo le está sometido y recrea las relaciones de orden y armonía que el pecado había destruido» (No. 454).
Ciencia y tecnología
El concilio Vaticano II reconocía el progreso hecho por la ciencia y la tecnología al extender nuestro control sobre el mundo creado. Mejorar nuestras vidas de este modo está de acuerdo con la voluntad de Dios, concluían los padres conciliares. También observaban que la Iglesia no se opone al progreso científico, que es una parte de la creatividad humana dada por Dios.
Pero, añade el Compendio, «un punto central de todo uso científico y tecnológico es el respeto por los hombres y mujeres, que debe acompañarse también de la necesaria actitud de respeto por todas las criaturas vivas» (No. 459). Por lo tanto, nuestro uso de la tierra no debería ser arbitrario y es necesario que esté inspirado por un espíritu de cooperación con Dios.
Olvidar esto suele ser la causa de acciones que dañan el medio ambiente. Reducir la naturaleza a «términos mecanicistas», suele acompañarse por la falsa idea de que sus recursos son ilimitados, llevando a considerar el desarrollo en una dimensión meramente material, en la que se da el primer lugar «al hacer y tener en vez de al ser» (No. 462).
Si es necesario que evitemos el error de reducir la naturaleza a términos meramente utilitaristas, según el cual sólo es algo que hay que explotar, también es necesario que evitemos irnos al otro extremo haciéndola un valor absoluto. Una visión ecocéntrica o biocéntrica del medio ambiente cae en el error de poner a todos los seres vivos al mismo nivel, ignorando la diferencia cualitativa entre los seres humanos, basada en su dignidad de personas humanas, y otras criaturas.
La clave para evitar tales errores es mantener una visión trascendente. Actuar de modo más responsable hacia el medio ambiente resulta más fácil cuando recordamos el papel de Dios en la creación, explica el Compendio. La cultura cristiana considera las criaturas como un don de Dios, que debe cuidarse y salvaguardarse. El cuidado del medio ambiente también entra dentro de la responsabilidad de asegurar el bien común, por el que la creación se destina a todos. El Compendio también observa que tenemos una responsabilidad con las generaciones futuras.
Biotecnología
Una sección del capítulo se centra en el tema de la biotecnología. Las nuevas posibilidades ofrecidas por estas técnicas son una fuente de esperanza, pero también han levantado hostilidad y alarma. Como regla, observa el texto, la visión cristiana de la creación acepta la intervención humana, porque la naturaleza no es una suerte de objeto sagrado que debemos dejar solo.
Pero la naturaleza es también un don a usar con responsabilidad y, por lo tanto, el modificar las propiedades de los seres vivos se debe acompañar de una evaluación cuidadosa de los beneficios y riesgos de tales acciones. Además, es necesario que la biotecnología se guíe por los mismos criterios éticos que deberían orientar nuestras acciones en las esferas de la acción social y política. Y también se deben tener en cuenta los deberes de justicia y solidaridad.
En cuanto a la solidaridad, el Compendio pide «intercambios comerciales equitativos, sin la carga de injustas estipulaciones» (No. 475). En este sentido es importante ayudar a las naciones a lograr una cierta autonomía en ciencia y tecnología, transfiriéndoles el conocimiento que las ayudará en el proceso de desarrollo. La solidaridad también significa que, junto a la biotecnología, son necesarias políticas comerciales favorables para mejorar la alimentación y la salud.
El Compendio también menciona a los científicos que, estando llamados a trabajar de modo inteligente y con perseverancia para resolver los problemas de suministro de alimentos y salud, también deberían recordar que están trabajando con objetos que forman parte del patrimonio de la humanidad.
A los empresarios y agencias públicas del sector de la biotecnología, el texto les recuerda que junto a la preocupación por lograr un beneficio legítimo, deberían tener presente el bien común. Esto es especialmente aplicable en los países más pobres, y a la hora de salvaguardar el ecosistema.
Compartir los bienes
Se dedica una sección del capítulo a la cuestión de compartir los recursos de la tierra. Dios ha creado los bienes de la tierra para que sean usados por todos, observa el Compendio, y «deben ser compartidos de modo equitativo, de acuerdo a la justicia y la caridad» (No. 481). De hecho, es necesaria la cooperación internacional en temas ecológicos, puesto que suelen ser
problemas a escala global.
Los problemas ecológicos suelen estar conectados con la pobreza, con gente pobre incapaz de abordar problemas como la erosión de las tierras de cultivo, debido a sus limitaciones económicas y tecnológicas. Y muchos pobres viven en suburbios urbanos, afligidos por la polución. «En tales casos el hambre y la pobreza hacen virtualmente imposible evitar una explotación intensiva y excesiva del medio ambiente» (No. 482).
La respuesta a estos problemas no es, sin embargo, políticas de control de población que no respetan la dignidad de la persona humana. El Compendio sostiene que el crecimiento demográfico es «plenamente compatible con un desarrollo integral y compartido» (No. 483). El desarrollo debería ser integral, continúa el texto, asegurando el verdadero bien de las personas.
En relación a los recursos naturales hay que considerar el destino universal de los bienes, y particularmente cuando se trata del tema del agua. El acceso inadecuado al agua potable afecta a gran número de personas y suele ser fuente de enfermedades y muerte.
Para el mundo desarrollado, el compendio ofrece algunas notas sobre los estilos de vida apropiados. A nivel individual y comunitario, se recomiendan las virtudes de la sobriedad, la templanza y la autodisciplina. Necesitamos romper con la mentalidad basada en un mero consumo, además de ser conscientes de las consecuencias ecológicas de nuestras elecciones, sostiene el texto.
El Compendio concluye su capítulo pidiendo que nuestra acción hacia la creación se caracterice por la gratitud y el aprecio. Deberíamos recordar también que el mundo revela el misterio de Dios que lo ha creado y lo sostiene. Redescubrir este significado profundo de la naturaleza no sólo nos ayuda a descubrir a Dios, sino que también es la clave para actuar de modo responsable de cara al medio ambiente.
Día del padre
Se celebra el día del Padre, muchas felicidades a los papas.
El próximo domingo 19 de junio se celebra en nuestra patria, México, el Día del padre.
Felicidades, papás, por el don de la vida, que ha transformado y enriquecido la conyugalidad en paternidad-maternidad.
Celebrar el Día del padre nos remite inmediatamente al Día de la madre. No deberían separarse. Los hijos son fruto de ese amor mutuo.
Todos somos hijos. Pues bien, felicito también a los hijos que han tenido la dicha de contar en su vida con la cercanía de un padre.
Sin embargo, por desgracia, es muy frecuente la experiencia de la ausencia del padre en la familia y el hogar, hecho que acarrea graves consecuencias en la mujer y los hijos.
Padres ausentes: recapaciten, acérquense a su esposa y sus hijos. Amenlos y que ellos lo sientan. Retomen una presencia significativa. Es muy noble pedir perdón y recomenzar con esperanza una nueva vida en la familia. Nunca es tarde. No pierdan la esperanza.
Padres presentes: incrementen su presencia, su calidez, su ternura, su misericordia. En este Año de la Misericordia, ejerciten el ser “misericordiosos como el Padre”.
Propongámonos crecer en el amor al interno de la familia, en la doble dirección de recibirlo y darlo. Con apertura y generosidad.
Más todavía, vale la pena consagrar a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, el propio matrimonio y la propia familia, orando también por los demás matrimonios y familias que les rodean.
Nardo del 17 de Junio
!Oh Sagrado Corazón, taladrado por clavos!
Meditación: Llegaste Señor…es la cima del Gólgota, la montaña de nuestra maldad y miserias. La regaste con Tu Preciosísima Sangre, y ahora Señor, en la hora en que el infierno todo te destroza, es el momento de Tu Victoria, el supremo misterio que comenzaste en el Huerto. La mañana se pone oscura, parece que el cielo ha perdido toda hermosura. El Madero, Tu Madre, Juan, y algunas pocas mujeres y discípulos te acompañan en Tu momento final. Los soldados han comenzado su trabajo y taladran en Tu Santo Cuerpo los clavos, te han desnudado. Pobre mi Señor, pobre mi Amor, se desgarra aún más Tu Corazón, y el de Tu Santa Madre despedazándose está…quisiera gritar «¡basta ya!», pero al igual que hoy, ya nadie detendrá Tu Pasión. ¡No quieren parar, no quieren escuchar!.
¿Y saben, hermanos?, el Calvario de ayer y hoy es parte del plan más sublime de Amor que hizo nuestro Dios para nuestra salvación, es el Triunfo del Corazón. Si, del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. Y así ayer como hoy, mi Señor, quiero bajarte de la Cruz, quiero sacarte los clavos que yo mismo te he clavado con mi pecado. Permíteme morir por Ti para resucitar en Ti.
Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.
Florecilla: Que podamos morir a nuestra voluntad, sacando afuera todo lo que no es de Dios, y viviendo cada instante como lo haría el Señor .
Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.
Alberto Chmielowski, el artista que inspiró a Juan Pablo II
Dejó atrás el mundo del arte para ayudar a los pobres y convertirse en sacerdote. Alberto Chmielowski nació en 1845 en Cracovia, Polonia. Fue en un principio un artista relativamente famoso que había estudiado junto con algunos de los mejores pintores de su tiempo. Sin embargo, aquella vida no le satisfacía y se dedicó al servicio de los pobres. Se hizo miembro de la Tercera Orden de San Francisco y se entregó al cuidado de los pobres y desamparados de Cracovia, al tiempo que vendía sus cuadros con el fin de recaudar dinero para crear un refugio para personas sin hogar. “Hermano Alberto”, como gustaba ser llamado, llegaría a fundar los Hermanos y Hermanas Albertinos y a establecer hogares para pobres por toda Polonia.
Murió a causa del cáncer en 1916 en Cracovia.
Juan Pablo II escribió una obra sobre este santo hombre, con el título El Hermano de nuestro Dios, y dijo de él:
“Encontré en él un verdadero apoyo espiritual y un ejemplo, cuando dejó atrás el mundo del arte, la literatura y el teatro para tomar la radical decisión de una vocación por el sacerdocio” (Don y Misterio).