Una voz de Pax 📢
Reflexión del Evangelio Dominical
Juan 10,27-30
En este domingo del buen pastor, que hemos celebrado, se nos ha hecho una doble invocación: escucha y seguimiento.
Hoy es de común acuerdo en el ámbito de la linguística, el decantamiento que a lo largo del tiempo han sufrido las palabras con la consiguiente pérdida de su más primigenio significado.
Para muestra un botón: cuando decimos, que escuchamos habría que precisar si sólo nos referimos a la facultad sensitiva del oido con la que por ejemplo, percibimos el silbido del viento, la caída de un objeto, el ladrido de un perro y la voz de una persona o más bien estamos hablando de la capacidad de comprender lo que esta última expresa.
Y aquí también vale un ejercicio aún más agudo, porque las palabras y los enunciados pueden tener una significación por sí mismos, independientemente de quien los oye o escucha. Pero este oyente tiene un receptor que no se reduce al sentido del oído y que tiene que ver con todo su ser.
Su vida, su historia, su forma de pensar, su recta o descuidada razón, ¿su idiología?: podría ocurrir también, lamentablemente.
Ahora bien, el texto evangelico es ciertamente contundente: “En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen…»”.
Ser de Cristo es pertenecerle y eso implica conocerle y comprender lo que él quiere de nosotros. De otro modo, no podríamos seguirle ni mucho menos prestarle atención. Esta condición humana, de poder escuchar y ser escuchados, hunde sus raices en lo más profundo del ser porque está en nuestra escencia salir de nosotros mismos, comunicarnos con el otro, hacerle saber lo que sentimos, padecemos y también aquello que nos alegra y es importante para nosotros. Cabe entonces, en justicia, disponer nuestra escucha para que el otro también exprese y comunique lo que hay dentro de su corazón.
Escuchar, no es sólo poder distinguir una voz de otra, es sobre todo acoger el mensaje y tener la apertura para poder dar respuesta a ese mensaje que puede estar manifestado en clave de confidencia, advertencia, denuncia y cualquier otra forma que las circunstancias humanas establecen.
Pero escuchar la voz de Dios, oir la voz del Buen Pastor es apostar por la verdad y dejar que ella nos interpele. Es también, escuchar la voz de nuestra propia conciencia.
Escuchar la voz de Jesús es elegir el camino que él mismo nos traza, es optar por la vida, es querer movernos dentro de la verdad. Si nos llamamos cristianos, seguidores de Cristo es porque escuchamos su voz y la acogemos con todo lo que ello comporta. La figura empleada por Jesús para referirse así mismo como el pastor y a su pueblo como su rebaño, expresa con gran ternura la relación que Dios establece con nosotros. En la medida que nuestro conocimiento de Cristo aumente, también se acrecentará nuestro amor por él. Así, su voz no será la de un desconocido, por el contrario, será como un toque de Dios con el cual estaremos familiarizados y al que confiadamente habremos de seguir, sabiendo que nada ni nadie nos podrá arrebatar de su mano.
por Mario Aquino Colmenares