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Reflexión del Evangelio Dominical

Juan 21,1-19

 

 

La tercera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles, tiene en la descripción del evangelista una particular belleza a demás de un rico contenido teológico. Jesús camina por la orilla al amanecer mientras sus discípulos retornan a tierra firme luego de una infructuosa jornada nocturna.

Hasta ese momento, el maestro les es desconocido. Este les pregunta si tienen pescado y ante la respuesta negativa, como en otras tantas ocasiones, les dice lo que deben hacer: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»

Sólo entonces Juan, el discípulo amado, lo reconoce: es el Señor, le dice a Pedro. Ante esta afirmación se lanza al agua mientras el resto de los apóstoles se quedan avanzando en la barca hasta tocar tierra.

 

 

Hay dos notas importantes que se destacan en este pasaje. En primer lugar, esa afinidad especial entre Juan y Jesús para que aquel sea el único en darse cuenta que se trata del Señor y segundo la actitud determinada y presurosa de Pedro de presentarse ante el maestro. Algo que remarca de alguna manera su autoridad y condición de cabeza de los apóstoles .

Luego se nos dice que llegados todos a la orilla, Jesús ya había preparado brazas en donde se asaba un pescado y también había pan. Jesús les pide que traigan lo que han pescado. El relato da una cifra exacta: ciento cincuenta y tres, pero además, señala que apesar de la cantidad, las redes no se rompieron.

¿Realmente, ciento cincuenta y tres peces, son una cantidad importante como para romper una red?

En época de Jesús, las especies ictiólogicas conocidas hasta entonces eran precisamente 153, según la clasificación del zoólogo y sabio, Plinio el viejo. Por tanto el número no señala una cantidad sino la totalidad.

En efecto, la iglesia ha entendido siempre que este pasaje señala la salvación que Dios quiere para su pueblo. Si bien sostiene también que la condenación existe, siempre ha destacado que la economía salvífica quiere que todos los hombres se salven. La red irrompible, podría muy bien representar a la Iglesia de Cristo, indestructible y dentro de la cual se genera a los hijos de Dios y se alcanza la salvación.

Por otro lado no deja de ser conmovedor la reserva de los apóstoles ante el resucitado quienes no tienen ojos para reconocer el cuerpo glorioso de Cristo pero que sin embargo saben en su interior que se trata del Señor. Probablemente todo sería mucho más claro para ellos una vez que Jesús les repartiera el pan, tal y como ocurrió con los peregrinos de Emaús.

Luego de comer, Jesús le hace una misma pregunta a Pedro por tres veces consecutivas, aunque cada una de ellas con un distinto matiz:

-«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
-«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
-«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»

Como si Jesús rebuscara dentro del corazón de Pedro hasta obtener una respuesta absoluta, definitiva.

Y es que, hemos de recordar también, que la triple pregunta y respuesta se ha interpretado siempre como antagónica a la triple negación de Pedro.

Por último, Jesús confirma a Pedro en su autoridad y ministerio y le anuncia el martiro con una metáfora que le señalará la forma en que habrá de darle gloria a Dios. Y rubrica esta confirmación con un contundente «Sígueme.»

por Mario Aquino Colmenares