¿Cómo se reza la Coronilla de la Divina Misericordia?
Guía paso por paso
Por: Silvana Ramos | Fuente: Catholic.net
Cuenta la historia que Sor Faustina Kowalska, a partir de una visión que tuvo el 13 de Septiembre de 1935 empezó a difundir esta oración que el mismo Jesús le enseñó. En el relato de dicha visión recogido en su diario, afirma que el mismo Jesús le dijo:
«Cuando recen este Tercio junto a los agonizantes, Yo me pondré entre el Padre y el alma agonizante, no como justo Juez, sino como Salvador Misericordioso».
Con estas palabras vemos, una vez más, cómo Jesús nos sale al encuentro una y otra vez. En su amor infinito vemos a lo largo de la historia cómo es que cumple esta promesa de quedarse con nosotros hasta el fin del tiempo.
Santa Faustina relata en su visión:
«Yo vi un ángel, un ejecutor de cólera de Dios (…) a punto de alcanzar la tierra (…). Comencé a rezar intensamente a Dios por el mundo, con palabras que oía internamente. En la medida en que rezaba así, vi que el ángel quedaba desamparado, y no podía ejecutar el justo castigo».
Al día siguiente una voz en su interior le enseñó la oración que te dejamos aquí:
1. Con el rosario en la mano
Con un rosario común de 5 decenas en la mano, empezamos esta coronilla haciendo la señal de la Cruz: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Iniciamos el rezo de la coronilla con un Padrenuestro, un Ave María y el Credo (puedes utilizar las tres primeras cuentas del rosario).
2. En la cuenta grande
En la cuenta grande, donde usualmente rezamos el Padrenuestro, rezaremos la siguiente oración:
«Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y de los del mundo entero».
3. En las siguientes cuentas
En las siguientes cuentas, donde usualmente rezamos el Ave María, diremos la siguiente oración:
«Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero». Esto lo repetiremos durante las 5 decenas del rosario.
4. Y para terminar
Al finalizar las 5 decenas del rosario, con las oraciones mencionadas, recitaremos la siguiente oración final:
«Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero» (tres veces).
Como todas las oraciones del cristiano, terminamos con la señal de la Cruz: En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, Amén
«Alienta a las personas a decir la Coronilla que te he dado. (…)Quien la recite recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes la recomendarán a los pecadores como su último refugio de salvación. Aún si el pecador más empedernido hubiese recitado esta Coronilla al menos una vez, recibirá la gracia de Mi infinita Misericordia. Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que confían en Mi Misericordia» (Diario de Santa Faustina).
La Divina Misericordia
17 cosas que Jesús reveló a Santa Faustina acerca de la Divina Misericordia
Desde 1931 Santa Faustina Kowalska recibió mensajes de Jesús que luego escribió en un diario de más de 600 páginas dirigido a un mundo que necesitaba y continúa necesitado de la Misericordia de Dios.
¿Es posible no escuchar lo que Jesús dijo a través de Santa Faustina acerca de su misericordia y cuál debe ser la respuesta del hombre? Benedicto XVI dijo en una ocasión “Es un mensaje realmente central para nuestro tiempo: la misericordia como la fuerza de Dios, como el límite divino contra el mal del mundo”.
En ese sentido el National Catholic Register presenta 17 cosas que Jesús reveló a Santa Faustina Kowalska sobre la Divina Misericordia en distintas partes de los 6 cuadernos de sus revelaciones privadas. Todos los cuadernos fueron compilados en un solo Diario que contiene 1828 numerales.
1. La Fiesta de la Misericordia será un refugio para todas las almas
“Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio para todas las almas y especialmente para los pobres pecadores. En ese día se abren las profundidades de mi misericordia. Yo derramo un océano entero de gracias sobre aquellas almas que se acercan a la fuente de Mi misericordia. El alma que irá a la Confesión y recibirá la Sagrada Comunión obtendrá el perdón completo de los pecados y el castigo. Ese día todas las compuertas divinas a través de las cuales la gracia fluye se abren. Que nadie tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como el escarlata”. (Diario, 699)
2. No existirá paz sino a través de la misericordia de Dios
“La humanidad no tendrá paz hasta que se vuelva con confianza a Mi Misericordia”. (Diario, 300)
3. Cuando el mundo reconozca la misericordia Dios será señal de los últimos tiempos
“Que toda la humanidad reconozca Mi misericordia insondable. Es una señal para los tiempos finales. Después vendrá el día de la justicia”. (Diario, 848)
4. La justicia de Dios es inminente cuando su misericordia es rechazada
“El que se niega a pasar por la puerta de mi misericordia debe pasar por la puerta de mi justicia…” (Diario 1146)
5. La Fiesta de la Misericordia podrá ser la última oportunidad para que muchos se salven
“Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi misericordia. Si no adoran Mi misericordia, morirán para siempre”. (Diario, 965)
6. Que Dios es el mejor de todos los Padres
“Mi Corazón desborda con gran misericordia para las almas, y especialmente para los pobres pecadores. Si solo pudieran entender que yo soy el mejor de los Padres para ellos y que para ellos es que la Sangre y el Agua fluyeron de Mi Corazón como de una fuente llena de misericordia”. (Diario 367)
7. El primer domingo después de Pascua se celebrará la Fiesta de la Misericordia
“Estos rayos protegen las almas de la ira de Mi Padre. Bienaventurado el que habitará en su refugio, porque la mano justa de Dios no lo tomará. Deseo que el primer domingo después de Pascua sea la Fiesta de la Misericordia”. (Diario, 299)
8. Dios quiere que todos se salven
“Hija mía, escribe que cuanto mayor es la miseria de un alma, mayor es su derecho a mi misericordia; (Exhorta) a todas las almas a confiar en el abismo insondable de Mi misericordia, porque quiero salvar a todos”. (Diario, 1182)
9. Los más pecadores tienen más derecho a la misericordia de Dios
“Cuanto mayor es el pecador, mayor es el derecho que tiene a mi misericordia. Mi misericordia se confirma en toda obra de Mis manos. El que confía en mi misericordia no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y sus enemigos serán destrozados en la base de mi escabel”. (Diario 723)
10. La confianza en la misericordia de Dios de los más grandes pecadores debe ser total
“(Que) los grandes pecadores confíen en mi misericordia. Tienen derecho ante otros a confiar en el abismo de Mi misericordia. Hija mía, escribe acerca de Mi misericordia hacia las almas atormentadas. Las almas que hacen un llamado a Mi misericordia me deleitan. A tales almas les doy aún más gracias de las que piden. No puedo castigar ni aun al más grande pecador si hace un llamado a Mi compasión, pero al contrario lo justifico en Mi insondable e inescrutable misericordia”. (Diario, 1146)
11. Dios ofrece perdón completo a quien se confiese y comulgue en la fiesta de la misericordia
“Quiero conceder un perdón completo a las almas que irán a la Confesión y recibirán la Santa Comunión en la Fiesta de Mi misericordia”. (Diario, 1109)
12. No debe existir miedo de acercarse a la misericordia de Dios
“Que el alma débil y pecaminosa no tenga miedo de acercarse a Mí, ya que aunque tuviera más pecados que grano de arena en el mundo, todos se ahogaran en las profundidades inconmensurables de Mi misericordia”. (Diario, 1059)
13. La misericordia de Dios debe ser adorada y la imagen venerada
“Exijo la adoración de Mi misericordia a través de la solemne celebración de la Fiesta y de la veneración de la imagen que está pintada. Por medio de esta imagen concederé muchas gracias a las almas. Es para ser un recordatorio de las exigencias de Mi misericordia, porque incluso la fe más fuerte es inútil sin obras”. (Diario, 742)
14. Las almas recibirán gracias que no podrán contener e irradiarán a otras
“Di a todas las personas, hija Mía, que yo soy el Amor y la Misericordia. Cuando un alma se acerca a Mí con confianza, la lleno de tal abundancia de gracias que no puede contenerlas dentro de sí, sino que las irradia a otras almas”. (Diario, 1074)
15. La imagen de la Divina Misericordia es fuente de numerosas gracias
“Ofrezco a la gente un vaso con el cual deben seguir viniendo por gracias a la fuente de la misericordia. Ese barco es esta imagen con la firma: ‘Jesús, yo confío en Ti’”. (Diario, 327)
16. Al venerar la imagen se recibe la protección de Dios en la vida y sobre todo en la muerte
“Prometo que el alma que venerará esta imagen no perecerá. También prometo la victoria sobre sus enemigos ya aquí en la tierra, especialmente a la hora de la muerte. Yo lo defenderé como Mi propia gloria”. (Diario, 48)
17. Los que propagan esta devoción serán protegidos toda su vida por Dios
“A las almas que propagan la devoción a Mi misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa (protege) a su niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas Juez sino Salvador misericordioso. En esa última hora, un alma no tiene nada con que defenderse excepto mi misericordia. Feliz es el alma que durante su vida se sumergió en la Fuente de la Misericordia, porque la justicia no la tendrá”. (Diario, 1075).
¿Cómo recibir la Divina Misericordia? Juan Pablo II responde
Rogelio A. Galaviz C. | Flickr CC by NC 2.0 Saint Jean Paul II
Hace 20 años, san Juan Pablo II instituyó el Domingo de la Divina Misericordia, celebrado el domingo siguiente al de Pascua. Fue también la víspera de esta fiesta cuando falleció, el 2 de abril de 2005. La fecha de su muerte sellaría así en cierta manera su testamento espiritual. Confió al mundo a la Divina Misericordia. Pero ¿cómo se recibe?
San Juan Pablo II había escrito estas palabras para la fiesta de la Divina Misericordia en el día de su entrada al cielo, el 2 de abril de 2005:
“Para la humanidad, que algunas veces parece perdida y dominada por el poder del mal, el egoísmo y el temor, el Señor resucitado ofrece el regalo de su amor que perdona, reconcilia y abre el alma a la esperanza. Es un amor que cambia corazones y trae la paz. ¡Cuánto necesita el mundo comprender y recibir la divina misericordia!”.
Recibir la misericordia de Dios… pero ¿cómo?
Reconocer nuestra miseria
San Felipe Neri repetía cada día esta oración:
“Señor, ten cuidado de mí. Si Tú no me preservas por tu gracia, Te traicionaría hoy y cometería yo solo todos los pecados del mundo entero”.
San Francisco de Sales decía también:
“Reconocer nuestra propia miseria no es un acto de humildad en sí, ¡es solamente no ser estúpido!”.
La misericordia no consiste, en efecto, en banalizar el mal o relativizar el pecado. ¡Todo lo contrario! Solo una conciencia aguda de la gravedad del pecado nos hace capaces de comprender la necesidad absoluta de la misericordia al mismo tiempo que su precio infinito: la sangre de Cristo derramada por nosotros.
Comprendemos entonces lo que Jesús dijo a santa Faustina:
“Cuanto mayor es el pecador, más derecho tiene a mi misericordia”.
Creer en el abismo infinito de la misericordia divina
Nuestra miseria podría aplastarnos o llevarnos a la desesperación. Solo la fe en las promesas de salvación puede reafirmarnos en una esperanza invencible. Santa Teresa del Niño Jesús escribió:
“La santidad es una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra miseria, pero confiados hasta la audacia en su bondad de Padre”.
Y Jesús dijo a santa Faustina:
“Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible misericordia Mía. (…) Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de Mi misericordia”.
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Beber de las fuentes de la misericordia
“La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la fuente de Mi misericordia”, dijo también Jesús a santa Faustina. Y añadió: “Mira, alma, por ti he instituido el trono de la misericordia en la tierra y este trono es el tabernáculo”.
Las fuentes de la misericordia son, por tanto, principalmente los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, inagotables canales de la misericordia en la santa Iglesia de Cristo.
Tener misericordia a nuestro alrededor
“Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5,7). Ejerzamos la misericordia para poder recibirla en nuestro entorno. Abrir nuestros corazones a los sufrimientos de los demás, perdonar a quienes nos hieren, esta es la manera de vivir esta bienaventuranza de los misericordiosos.
Francisco: El Señor comprende nuestra humanidad, ¡invoquémoslo!
Vatican News – publicado el 24/04/22
Papa Francisco preside la Misa con motivo del domingo de la Misericordia: «Las palabras del incrédulo Tomás, sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad, son una linda invocación para repetir durante el día»
Es el domingo de la Misericordia, y hoy “el Señor resucitado se aparece a los discípulos”. A ellos, que lo habían abandonado, “les ofrece su misericordia, mostrándoles sus llagas”. Comienza así la homilía del Papa en el domingo 24 de abril. Los cantos en la Basílica de San Pedro resuenan por la Pascua del Señor, y Francisco habla del saludo del Jesús Resucitado a los discípulos; un saludo que se menciona tres veces en el Evangelio de hoy: “¡La paz esté con ustedes!”
En los ojos de Jesús no hay severidad, sino misericordia.
La homilía del Papa recorre los sentimientos de los discípulos en la tarde de Pascua: encerrados en la casa por el miedo, también estaban encerrados en sí mismos, abatidos por un sentimiento de fracaso. Eran discípulos que habían abandonado al Maestro, que habían huido en el momento de su arresto. “Pedro incluso lo había negado tres veces y uno del grupo —¡uno de ellos! — había sido el traidor”. El miedo había prevalecido y habían cometido «el gran pecado»: dejar solo a Jesús en el momento más trágico. Antes de la Pascua pensaban que estaban hechos para grandes cosas, discutían sobre quién fuese el más grande entre ellos, y esas cosas. Ahora se encuentran, «tocando el fondo». En este clima, recuerda Francisco, “llega el primer ¡la paz esté con ustedes! del Resucitado”. Los discípulos deberían haber sentido vergüenza, y en cambio se llenan de alegría. “¿Por qué?”, pregunta el Papa. “Porque ese rostro, ese saludo, esas palabras desvían su atención de sí mismos a Jesús”. Los discípulos “se sienten atraídos por sus ojos, donde no hay severidad, sino misericordia”.
Cristo no les recrimina el pasado, sino que les renueva su benevolencia. Y esto los reanima, les infunde en sus corazones la paz perdida, los hace hombres nuevos, purificados por un perdón que se les da sin cálculos, un perdón que se dona sin méritos.
“Después de una caída, un pecado o un fracaso”, también nosotros «nos hemos sentidos como los discípulos aquella tarde», constata el Santo Padre. Pero “precisamente allí – asegura– el Señor hace ‘lo que sea’ para darnos su paz”: ya sea por medio de una Confesión, de las palabras de una persona que se muestra cercana, de una consolación interior del Espíritu Santo, de un acontecimiento inesperado y sorprendente, Dios se asegura de hacernos sentir el abrazo de su misericordia, una alegría que nace de recibir “el perdón y la paz”. Es importante, “hacer memoria” del perdón y la paz que recibimos de Dios, porque “nada puede seguir siendo como antes para quien experimenta la alegría de Dios”.
Testigos de estas palabras: ¡La paz esté con ustedes!
En el segundo saludo, recuerda Francisco, el Señor agrega: “Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes». Les da a los discípulos el Espíritu Santo, para hacerlos ministros de reconciliación. «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados». Ellos “no sólo reciben misericordia”, subraya el Santo Padre, “sino que se convierten en dispensadores de esa misma misericordia que han recibido”. Reciben este poder, «no en base a sus méritos, a sus estudios, no, no: es un puro don de la gracia, que se apoya en su propia experiencia de hombres perdonados». Y se dirige a los Misioneros de la Misericordia:
Si uno de ustedes no se siente perdonado, que se detenga y no sea misionero de la misericordia hasta que se sienta perdonado. De esa misericordia recibida serán capaces de dar tanta misericordia, de dar tanto perdón.
Por eso “hoy y siempre”, afirma el Obispo de Roma, “el perdón en la Iglesia nos debe llegar así: por medio de la humilde bondad de un confesor misericordioso, que sabe que no es el poseedor de un poder, sino un canal de la misericordia, que derrama sobre los demás el perdón del que él mismo ha sido el primer beneficiado”. «No torturen a los fieles que vienen con los pecados» pide a los confesores, porque Dios «lo perdona todo».
Porque «hemos recibido en el Bautismo el Espíritu Santo para ser hombres y mujeres de reconciliación”, debemos también «compartir el pan de la misericordia con los que están a nuestro lado”. Así, el Papa insta a preguntarnos:
Yo, aquí donde vivo, en la familia, en el trabajo, en mi comunidad, ¿promuevo la comunión, soy artífice de reconciliación? ¿Me comprometo a calmar los conflictos, a llevar perdón donde hay odio, paz donde hay rencor?¿O caigo en el mundo de las habladurías, que siempre matan, siempre? Jesús busca que seamos ante el mundo testigos de estas palabras suyas: ¡La paz esté con ustedes! He recibido la paz: la doy al otro.
El Señor comprende nuestra humanidad, ¡invoquémoslo!
La tercera vez que el Señor repite “la paz esté con ustedes”, lo hace para confirmar la fe tambaleante de Tomas que quiere “ver y tocar”. El Señor, recuerda el Santo Padre “no se escandaliza de su incredulidad, sino que va a su encuentro: ‘Trae aquí tu dedo y mira mis manos’”.
No son palabras desafiantes, sino de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza y el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así que de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!»
Porque en Tomás “está la historia de todo creyente, de cada uno de nosotros”, la invocación que hace ante el Señor podemos hacerla nuestra, y repetirla durante el día, sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad.
Jesús, en estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo triunfante y con pruebas abrumadoras, no hace milagros rimbombantes, sino que ofrece cálidos signos de misericordia.
Pensemos en nuestros hermanos que sufren
Y porque “la misericordia de Dios, en nuestras crisis y en nuestros cansancios, a menudo nos pone en contacto con los sufrimientos del prójimo”, descubrimos también las llagas de nuestros hermanos y hermanas:
Pensábamos que éramos nosotros los que estábamos en la cúspide del sufrimiento, en el culmen de una situación difícil, y descubrimos que aquí, permaneciendo en silencio, hay alguien que está pasando momentos, períodos peores.
Preguntémonos entonces – pide el Papa Francisco – si en este último tiempo hemos tocado las llagas de alguien que sufra en el cuerpo o en el espíritu; si hemos llevado paz a un cuerpo herido o a un espíritu quebrantado; si hemos dedicado un poco de tiempo a escuchar, acompañar y consolar. Porque, “cuando lo hacemos, encontramos a Jesús, que desde los ojos de quienes son probados por la vida, nos mira con misericordia y nos dice:
¡La paz esté con ustedes!”
Me gusta pensar en la presencia de la Virgen entre los apóstoles, allí, y cómo después de Pentecostés pensamos en ella como Madre de la Iglesia – concluye el Santo Padre. Me gusta pensar en ella el lunes, después del Domingo de la Misericordia, como Madre de la Misericordia: que Ella – es la esperanza del Papa Francisco – nos ayude a avanzar en nuestro ministerio tan bello.
Martes, 26 de abril de 2022
JUAN 3, 7B-15
En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que debe ser levantado en alto para llevar vida eterna a los crean en Él.
¿Por qué es que la salvación de la raza humana planeada por Dios tiene que incluir algo tan horrible como la Crucifixión? Vivimos una época en la cual el dilema humano es regularmente negado, ignorado, o justificado. A pesar de la masiva evidencia de los desastres morales del siglo pasado, todavía estamos engañados con el mito del progreso: con un suficiente avance técnico, conocimiento psicológico y liberación personal resolveremos nuestros problemas.
Pero la Biblia no tiene relación alguna con este tipo de tonterías y superficialidad. Los autores de las Escrituras entienden el pecado no tanto como una serie de actos sino como una condición en la que estamos atrapados, algo parecido a una adicción o una enfermedad contagiosa. Ninguna cantidad de esfuerzo meramente humano podría resolver el problema.
Con este realismo bíblico en mente, podemos comenzar a comprender por qué era necesaria la Crucifixión del Hijo de Dios. La relación justa entre Dios y los seres humanos no se pudo restablecer a través de nuestro esfuerzo moral o simplemente con una palabra de perdón. Había que hacer algo, y solo Dios podía hacerlo.
Dios nos lo ha revelado por el Espíritu
Pablo escribe a la todavía joven comunidad cristiana de Corinto, una comunidad fundada por él, que pronto empieza a experimentar divisiones internas y en donde van apareciendo ideologías y grupos enfrentados. Estos grupos tienen sus propios líderes; seguramente, personas con dotes para la oratoria, elocuentes, capaces de encandilar a sus oyentes y venderles lo que quieren oír.
Pablo es consciente de que lo que está en juego es la predicación del Evangelio y por tanto la misma vida de fe. Porque el centro del Evangelio es Cristo, cuya sabiduría no es otra que la locura de la cruz que rompe toda nuestra lógica y nos adentra en el Misterio, con mayúsculas, de Dios. La locura del Amor que se hace entrega hasta dar la vida. Esta sabiduría es fruto de la acción de Dios en el ser humano, don del Espíritu y por tanto sólo se puede recibir. Nadie puede arrogársela, apropiársela.
Pablo huye de una predicación que deje a sus destinatarios deslumbrados por el mensajero, pero que no lleve a quien es el centro del mensaje: Cristo. Sabe que es necesario “disminuir” como nos dice Juan el Bautista, para que El Señor crezca en uno mismo. Sólo así la persona puede abrirse a la sabiduría divina, que nos adentra en el camino de la fe como experiencia de la salvación que Dios nos ofrece en la debilidad del Amor crucificado. Vosotros sois la sal de la tierra. En el Evangelio de este día Jesús no nos dice “tenéis que ser” sal o “tenéis que ser” luz. Sino dice “sois” sal y “sois” luz.
En la medida en que estamos en el mundo viviendo fuertemente enraizados en Dios, que es nuestra fuente de Vida y de Ser, somos sal y luz de la tierra. Y esto no es otra cosa que poder transparentar a nuestro alrededor, en las relaciones que establecemos con nuestro entorno y en todo lo que hacemos, la luz que brilla en nuestra interior, la luz que es Dios mismo, la luz que es siempre recibida para entregarla. Pero es verdad, que por el camino se nos van pegando capas y capas que nos hacen vivir cada vez más en la periferia de nosotros mismos, que van desvirtuando aquello que somos en el fondo, que impiden el paso de la luz. Y si no hay luz todo se convierte en oscuridad, confusión y perdemos el norte, perdemos el sentido. En cada persona la luz brilla con un tono y color propio; y ese color propio es el que cada uno estamos llamados a poner. Pero al mismo tiempo necesitamos el color de los otros, su aportación específica.
Nadie tenemos todo, pero todos tenemos algo que poner, que compartir en este mundo en que todo está interconectado y en esta época en que más que nunca nos sabemos pertenecientes a una casa común, a un proyecto común que sólo será posible si sabemos construir un nosotros a partir de la riqueza de lo diverso. Hagámonos conscientes de todos los espacios, situaciones cotidianas, personas que Dios pone ante nosotros. ¿Cuál es nuestra forma específica de ser luz y sal en nuestros entornos? ¿Cómo colaboramos a disipar oscuridades a nuestro alrededor, a favorecer una vida con más sabor evangélico? Que en este día cada uno podamos descubrir “nuestra parte” en el conjunto, nuestra humilde contribución para “cocinar” el día a día de este Universo, del que somos una minúscula partícula, pero tan importante para Dios.
Anacleto (Cleto), Santo
III Papa, 26 de abril
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de san Cleto, papa, el segundo que rigió la Iglesia Romana después de san Pedro. († 88)
En el martirologio anterior se lo recordaba el 13 de julio
Breve Biografía
¿Son dos o tan sólo uno?, por mucho tiempo se pensó que Anacleto y Cleto habían sido dos papas distintos del siglo primero. Después resultó claro que el segundo nombre era sólo una abreviación familiar del primero. Y así ha quedó registrado en la sucesión cronológica de los jefes de la iglesia de Roma: Anacleto o Cleto fue el tercero, después de Pedro y Lino. Tercero, entonces, en la serie de papas. Sobre su origen sobreviven incertidumbres, algunos historiadores piensan que era nacido en Roma, pero su nombre de origen claramente griego deja una sombra de dudas sobre este tema.
Relatos muy antiguos le atribuyen la construcción de un santuario sepulcral llamado «Memoria», en el sitio del entierro de Pedro, en los jardines del Vaticano, territorio que entonces pertenecía al dominio imperial y formado por jardines, campos y tierras sin cultivar. A Anacleto se le atribuye también la disposición que prohibía a los hombres de Iglesia usar los cabellos largos, lo que sería un primer ejemplo de tonsura eclesiástica.
Su pontificado se desarrolla en algunos años de paz, bajo el emperador Vespasiano (que reina del 69 al 79), y bajo su hijo mayor Tito (79 al 81). En tiempos de este último Italia conoce una de las más importantes catástrofes de su historia: la erupción del Vesubio en agosto del 79, con la destrucción de Herculano y Pompeya. Y poco después Roma verá surgir el edificio destinado a convertirse en su emblema: el anfiteatro Flavio (Coliseo) para los juegos públicos, sede de luchas mortales entre gladiadores y de suplicios para los cristianos. El mismo lugar que diecinueve siglos después sería elegido por los sucesores de Pedro, Lino y Anacleto para presidir el Vía Crucis con el que se rememora el calvario de Cristo en Viernes Santo.
Finaliza pronto el reinado de Tito, y con el arribo de su hermano Domiciano comienza la persecusión. Pero no sólo contra los cristianos. De hecho, las primeras víctimas son los judíos, forzados a derivar al Estado el tributo debido al templo de Jerusalén destruido por Tito. Una persecución por razones financieras: porque las grandes obras públicas han desangrado las finanzas imperiales; también los judeocristianos deberán pagar. Después la persecusión va a ensañarse a los cristianos en general, no sólo contra sus bienes. Contra ellos se lanza la acusación de “ateísmo”, es decir, de no adorar a los dioses del Estado, y esta acusación comporta la pena capital.
No sabemos cómo murió Cleto; la persecusión a los cristianos continuó luego de su muerte. No se conoce el lugar de su sepultura, aunque es presumible que haya sido en los jardines vaticanos.
Hay que nacer de nuevo
Santo Evangelio según san Juan 3, 5. 7-15. Martes II de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, en este día me pongo en tu presencia y te pido la gracia de experimentar una vez más tu gran amor por mí. Aumenta mi fe, Señor, para que pueda vivir y anunciar con alegría tu resurrección; fortalece mi esperanza para que, al contemplar tu triunfo sobre la muerte y el pecado, pueda corresponder a tu voluntad, y al experimentar tu amor, ayúdame a transmitirlo a los demás.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 5. 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios». El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu».
Nicodemo le preguntó entonces: «¿Cómo puede ser esto?». Jesús le respondió: «Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En su diálogo con Nicodemo, Jesús habla de la necesidad de nacer de nuevo, de nacer en el espíritu. Estas palabras sorprenden a Nicodemo que no entiende exactamente a lo que Jesús se refiere. Nicodemo, un gran conocedor de las tradiciones judías y de la ley, pensaba que podía entender con claridad las cosas de Dios. Sin embargo, al encontrarse con Cristo y al escuchar su palabra, un deseo de conocer más y de entender mejor brota en su corazón. Este deseo lo lleva a acercarse a Cristo y preguntarle; y al oír su respuesta, se da cuenta que, para seguirlo y para poder entender su mensaje, es necesaria una profunda conversión, una conversión que requiere nacer de nuevo. Este nacer de nuevo del que se habla no implica un nacimiento biológico como al inicio pensó Nicodemo, sino un nacimiento en el espíritu.
De la misma forma, Jesús nos invita a nosotros a nacer de nuevo para poder entrar en su reino. Este nacer implica dejar atrás todo lo que nos aleja de Dios, nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra vanidad. Ciertamente éste no es un proceso fácil, pero es posible, ya que por este motivo el Hijo del hombre fue elevado en la cruz para redimirnos y transformarnos con su gracia.
Jesús, con su vida muerte y resurrección, nos invita a nacer de nuevo, a nacer en el espíritu. Esto implica dejar atrás nuestras seguridades, nuestras ideas y nuestra forma de ver y hacer las cosas para acoger lo que Dios nos pide y nos presente, y así Él pueda ser nuestra única seguridad y nuestro modelo.
Aunque por el bautismo ya nacemos en el espíritu y nos hacemos hijos de Dios, es necesario renovar esa gracia bautismal para poder vivir en plenitud las gracias que Dios nos concede a diario. De esta forma, al renacer en el espíritu con nuestra renovación y constante transformación, podremos irradiar con mayor intensidad el amor de Dios por la humanidad y convertirnos, así, en instrumentos de su misericordia.
«El único, el único que nos justifica; el único que hace renacer de nuevo es Jesucristo. Nadie más. Y por esto no se debe pagar nada, porque la justificación —el hacerse justo— es gratuita. Y esta es la grandeza del amor de Jesús: da la vida gratuitamente para hacernos santos, para renovarnos, para perdonarnos. Y este es el núcleo propio de este Triduo pascual. En el Triduo pascual la memoria de este advenimiento fundamental se hace celebración llena de reconocimiento y, al mismo tiempo, renueva en los bautizados el sentimiento de su nueva condición, que el apóstol Pablo expresa siempre así: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba […] Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.” Mirar arriba, mirar el horizonte, ampliar los horizontes: esta es nuestra fe, esta es nuestra justificación, ¡este es el estado de gracia! Por el bautismo, de hecho, resucitamos con Jesús y morimos para las cosas y la lógica del mundo; renacemos como criaturas nuevas: una realidad que pide convertirse en existencia concreta día a día. Un cristiano, si verdaderamente se deja lavar por Cristo, si verdaderamente se deja despojar por Él del hombre viejo para caminar en una vida nueva, incluso permaneciendo pecador —porque todos lo somos— ya no puede ser corrupto, la justificación de Jesús nos salva de la corrupción, somos pecadores, pero no corruptos; ya no puede vivir con la muerte en el alma y tampoco ser causa de muerte». (Homilía de S.S. Francisco, 28 de marzo de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré estar muy atento a la voz del Espíritu Santo e invocaré su ayuda y su presencia con mayor intensidad.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Nicodemo acude a hablar con Jesús
Había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente.
Entre los más conmovidos por los sucesos de aquellos días estaba un fariseo, magistrado del Sanedrín, -llamado Nicodemo-, que acudió a ver a Jesús de noche por temor a sus compañeros que se habían opuesto a Jesús.
«Había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente. Este vino a él de noche y le dijo: Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie hace los prodigios que tú haces si Dios no está con él»(Jn).
El clima de la conversación es afable y respetuoso, pero al mismo tiempo exigente. Sus compañeros fariseos se han declarado pronto contrarios a Jesús, a pesar de hechos patentes como los milagros y la autoridad con que Él hablaba. Se imponía la necesidad de una conversación sincera, sin discusiones apasionadas, con buena voluntad, y llegando al fondo, para aclarar la cuestión.
¿Es el Mesías?
El dilema era clave, y no admitía dilación ¿era Jesús realmente el Mesías, o no? Admite que es Maestro, pues lo ha oído; también acepta que ha venido de parte de Dios, pues ha visto los milagros; pero, ¿es posible llegar más lejos? Ahí radica su duda y su búsqueda cautelosa. La introducción está llena de respeto y delicadeza, pero Jesús supera de inmediato las amabilidades corteses, y va a lo hondo; necesita golpear con fortaleza para ver si sus palabras son sinceras, o son suaves por fuera, y falsas por dentro. Jesús contestará a Nicodemo en dos niveles: primero hablando de una vida nueva, luego, cuando ve que no entiende, eleva su mirada haciéndole comprender que su ciencia era muy poca y que necesita humildad para entender las verdades divinas.
La respuesta de Jesús
Así fue la respuesta del Señor: «En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios». Jesús centra su respuesta en la salvación que ha venido a traer. La nueva vida es una victoria sobre el pecado y un participar en la misma vida de Dios. Ante un sabio se puede expresar con profundidad. No se trata sólo de cumplir la ley, sino de vivir una nueva vida, que viene de lo alto y que -a la vez permite cumplir la ley- elevando a la vida divina. Es lo que luego los cristianos llamaremos la filiación divina, que nos consigue la gracia santificante y realiza una auténtica participación en la vida divina de una manera soberana.
Nicodemo no entiende y Jesús le aclara
Nicodemo no entiende la respuesta del Señor pues responde: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?». Es patente la dificultad de Nicodemo para entender las palabras espirituales de Jesús; su interpretación es humana. Quizá, pensaba en las objeciones a la reencarnación defendida por los hindúes en el lejano Oriente y por los órficos, los pitagóricos y casi todos los grandes filósofos griegos en Occidente. La intervención parece la típica de un intelectual acostumbrado a la discusión y defensor de la unidad del ser humano. Lo seguro, es que no entiende que se pueda dar un nuevo nacimiento eterno y espiritual.
La prefiguración del Bautismo
Jesús se lo aclara a través de ejemplos. «En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te he dicho que es preciso nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va, así es todo nacido del Espíritu»(Jn). Cristo habla a Nicodemo de algo que él conocía bien: el bautismo de Juan realizado con agua. Este bautismo era un símbolo a través del cual movía a penitencia a los que se acercaban a él; les movía a arrepentirse de sus pecados. Pero el Maestro añade algo nuevo: la acción de Espíritu. Dios concederá con el nuevo bautismo el perdón pedido, y lo hace al modo divino, ya que no sólo perdona el pecado, sino que, además, eleva al hombre a la vida divina. La respuesta va precisando lo que quiere decir Jesús con la imagen del nuevo nacimiento.
Pero Nicodemo continúa sin entender «¿Cómo puede ser esto?». Entonces Jesús emplea unas palabras aparentemente duras. Le dice «¿Tú eres maestro de Israel y lo ignoras?». Es como decirle: ya ves que no basta toda tu ciencia de maestro de Israel, ni siquiera tu buena voluntad; es necesario superar una barrera nueva. Jesús está llamando ignorante a uno de los sabios del momento. Estas palabras podían ser recibidas mal por Nicodemo; y hubiera podido contestar con arrogancia que él era sabio oficial, mientras que Jesús era un artesano sin estudios que no ha frecuentado ninguna de las grandes escuelas de Israel: sería la reacción del orgullo. Pero Nicodemo no incurre en ella, porque busca sinceramente la verdad; le pesa demasiado el fardo de las interpretaciones sin vida, muy eruditas quizás, pero muertas, o poco espirituales; sabe que ese modo de pensar le frena para poder entender.
El anuncio de la cruz
Jesús le aclarará que ahí está la raíz del rechazo de sus amigos fariseos y del conjunto del Sanedrín. Necesitan convertirse con humildad y rechazar el pecado: «En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él» (Jn). Así, veladamente Cristo le señala el sacrificio que se realizará en la cruz, pero Nicodemo ahora no puede entender estas cosas.
Las dificultades con las que se va a enfrentar Jesús son más fuertes que las cuestiones de dinero o de poder; se trata de cuestiones de fe, que toca las más hondas caras del pecado. De momento, Nicodemo escucha.
La conversión
Jesús le aclara en qué consiste la conversión y la salvación que ha venido a traer: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. Este es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, ya que sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios»(Jn)
Ante Nicodemo, Jesús se manifiesta como Maestro que habla con autoridad. Dialoga, pero desde el que sabe que posee toda la verdad y la manifiesta poniéndose a su nivel de su interlocutor. Jesús es doctor de una nueva verdad que puede ser aceptada por los hombres de buena voluntad se encuentre en el nivel que se encuentren. Jesús, con Nicodemo, puede hablar con profundidad y decir que lo que viene a traer es más que una reforma moral, se trata de un descendimiento de la vida de Dios a los hombres. Dios ama tanto a los hombres que quiere liberarlos del pecado e incorporarlos a una unión viva con Él. Jesús ha desvelado un poco el modo de realizar esa gran obra, al hablar de la serpiente elevada en el desierto, la cruz se apunta pero aún no se palpa ese exceso de amor de Dios por los hombres. Sin embargo, Nicodemo puede captar, mejor que la mayoría de los suyos, la grandeza de lo que está sucediendo ante sus ojos. Creer en ello es un obsequio de su libertad.
El Papa a Kirill: seamos artífices de paz para Ucrania devastada por la guerra
S.S. Francisco envía un saludo de Pascua al Patriarca de Moscú.
«¡Querido hermano! Que el Espíritu Santo transforme nuestros corazones y nos convierta en verdaderos artífices de la paz, especialmente para la Ucrania desgarrada por la guerra, para que el gran paso pascual de la muerte a la nueva vida en Cristo sea una realidad para el pueblo ucraniano, que anhela un nuevo amanecer que ponga fin a la oscuridad de la guerra».
Este es el pasaje central de la carta que el Papa Francisco envió al Patriarca de Moscú y toda Rusia, Kirill, con motivo de la Pascua que algunas iglesias católicas y ortodoxas celebraron ayer, domingo 24 de abril, según el calendario juliano.
Carta de saludo del Papa
La breve carta de buenos deseos que el Papa envió también a otros patriarcas de las Iglesias orientales fue publicada por el sitio web oficial de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Patriarchia.ru.
En la carta, Francisco subraya que en este momento «sentimos todo el peso del sufrimiento de nuestra familia humana, aplastada por la violencia, la guerra y tantas injusticias». A pesar de ello, escribe, «seguiremos mirando con el corazón agradecido que el Señor ha tomado sobre sí todo el mal y todo el dolor de nuestro mundo».
Un testimonio creíble del Evangelio
«La muerte de Cristo -prosigue el Pontífice- fue el comienzo de una vida nueva y de la liberación de las ataduras del pecado, y una ocasión para nuestra alegría pascual, abriendo para todos el camino desde la sombra de las tinieblas a la luz del reino de Dios». La invitación es a rezar unos por otros «para dar un testimonio creíble del mensaje evangélico de Cristo resucitado y de la Iglesia como sacramento universal de salvación», para que «todos entren en el reino de la justicia, la paz y la alegría en el Espíritu Santo».
La videollamada del 16 de marzo
El último contacto directo entre el Papa y el Patriarca fue el 16 de marzo con una videollamada que tuvo lugar en presencia del cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, y del metropolita Hilarión de Volokolamsk, jefe del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú. El encuentro, informó el director de la Oficina de Prensa del Vaticano, Matteo Bruni, se centró en «la guerra en Ucrania y el papel de los cristianos y sus pastores para hacer todo lo posible para que prevalezca la paz». De hecho, el Papa llamó a actuar juntos para «detener el fuego» de la guerra en Ucrania, porque quienes «pagan la factura» son «los que son bombardeados y mueren». «La Iglesia no debe utilizar el lenguaje de la política, sino el lenguaje de Jesús», afirmó además Francisco.
Reunión aplazada
Según reveló el propio Papa Francisco en una reciente entrevista con el diario argentino La Nación, estaba previsto un encuentro con Kirill para el próximo mes de junio en Jerusalén. «Lamento -explicó el Papa- que el Vaticano haya tenido que cancelar un segundo encuentro con el Patriarca Kirill, que teníamos previsto para junio en Jerusalén. Pero nuestra diplomacia consideró que un encuentro entre nosotros en este momento podría traer mucha confusión». El Papa Francisco y Kirill, como se sabe, se reunieron una sola vez en 2016 en Cuba, en una sala del aeropuerto de La Habana, donde firmaron una declaración conjunta.
Confiar en Dios es ponernos en sus manos
Sábado segunda semana Cuaresma. La conversión del corazón, requiere que estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Confiar en Dios requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos. Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Cada uno de nosotros, cuando busca convertir su corazón a Dios nuestro Señor y busca acercarse a Él, tiene que pasar por una etapa de espera. Esto puede ser para nuestra alma particularmente difícil, porque aunque en teoría estamos de acuerdo en que la santidad es obra de la gracia, en que la santidad es obra del Espíritu Santo sobre nuestra alma, tendríamos que llegar a ver si efectivamente en la práctica, en lo más hondo de nuestro corazón lo tenemos arraigado, si estamos auténticamente listos interiormente para soltarnos en confianza plena para decir: «Yo estoy listo Señor, confío en Ti»
Desde mi punto de vista, el alma puede a veces perderse en un campo bastante complejo y enredarse en complicaciones interiores: de sentimientos y luchas interiores; o de circunstancias fuera de nosotros, que nos oprimen, que las sentimos particularmente difíciles en determinados momentos de nuestra vida. Son en estas situaciones en las que cada uno de nosotros, para convertir auténticamente el corazón a Dios, no tiene que hacer otra cosa más que confiar.
Qué curioso es que nosotros, a veces, en este camino de conversión del corazón, pensemos que es todo una obra de vivencia personal, de arrepentimiento personal, de virtudes personales.
Estamos en Cuaresma, vamos a Ejercicios y hacemos penitencia, pero ¿cuál es tu actitud interior? ¿Es la actitud de quien espera? ¿La actitud de quien verdaderamente confía en Dios nuestro Señor todos sus cuidados, todo su crecimiento, todo su desarrollo interior? ¿O nuestra actitud interior es más bien una actitud de ser yo el dueño de mi crecimiento espiritual?
Mientras yo no sea capaz de soltarme a Dios nuestro Señor, mi alma va a crecer, se va a desarrollar, pero siempre hasta un límite, en el cual de nuevo Dios se cruce en mi camino y me diga: «¡Qué bueno que has llegado aquí!, ahora tienes que confiar plenamente en mí». Entonces, mi alma puede sentir miedo y puede echarse para atrás; puede caminar por otra ruta y volver a llegar por otro camino, y de nuevo va a acabar encontrándose con Dios nuestro Señor que le dice: «Ahora suéltate a Mí»; una y otra vez, una y otra vez.
Éste es el camino de Dios sobre todas y cada una de nuestras almas. Y mientras nosotros no seamos capaces de dar ese brinco, mientras nosotros no sintamos que toda la conversión espiritual que hemos tenido no es en el fondo sino la preparación para ese soltarnos en Dios nuestro Señor, no estaremos realmente llegando a nada. El esfuerzo exterior sólo tiene fruto y éxito cuando el alma se ha soltado totalmente en Dios nuestro Señor, se ha dejado totalmente en Él. Sin embargo, todos somos conscientes de lo duro y difícil que es.
¿Qué tan lejos está nuestra alma en esta conversión del corazón? ¿Está detenida en ese límite que no nos hemos atrevido a pasar? Aquí está la esencia del crecimiento del alma, de la vuelta a Dios nuestro Señor. Solamente así Dios puede llegar al alma: cuando el alma quiere llegar al Señor, cuando el alma se suelta auténticamente en Él.
Nuestro Señor nos enseña el camino a seguir. La Eucaristía es el don más absoluto de que Dios existe. De alguna forma, con su don, el Señor me enseña mi don a Él. La Eucaristía es el don más profundo de Dios en mi existencia. ¿De qué otra forma más profunda, más grande, más completa, puede dárseme Dios nuestro Señor?
Hagamos que la Eucaristía en nuestras almas dé fruto. Ese fruto de soltarnos a Él, de no permitir que cavilaciones, pensamientos, sentimientos, ilusiones, fantasías, circunstancias, estén siendo obstáculos para ponernos totalmente en Dios nuestro Señor. Porque si nosotros, siendo malos, podemos dar cosas buenas, ¿cómo el Padre que está en los Cielos, no les va a dar cosas buenas a los que se sueltan en Él, a los que esperan de Él?
Pidámosle a Jesucristo hacer de esta conversión del corazón, un soltar, un entregarnos plenamente en nuestro interior y en nuestras obras a Dios. Sigamos el ejemplo que Cristo nos da en la Eucaristía y transformemos nuestro corazón en un lugar en el cual Dios nuestro Señor se encuentra auténticamente como en su casa, se encuentra verdaderamente amado y se encuentra con el don total de cada uno de nosotros.
Camina hacia adelante, tienes una meta que alcanzar
Sembrando Esperanza III.
Nuestra vida es un misterio, un breve laberinto en el que estamos buscando siempre la salida hacia la luz, luz que queremos que se convierta en paz, consuelo y seguridad.
El camino de la vida suele tener días alegres y tristes; sencillos y complicados; llenos de triunfos y fracasos. ¡Qué difícil es entenderle a la vida! Quisiéramos que fuese diferente, pero le tenemos que dar muchas vueltas, resolver muchos enigmas. No dejo de preguntarme, ¿qué sería de mí si no conociera la tristeza, el dolor?, no lo sé, paradójicamente he dado respuesta a esto con más preguntas.
Dentro del camino de la vida podrás tener la compañía o la presencia de algunas personas especiales que han marcado en ti una huella, pero también podrás sentir momentos de una terrible soledad; podrás observar las huellas que han quedado impregnadas dentro de tu camino y te darás cuenta de lo que en realidad necesitabas.
Dentro de este camino hay espinas que nunca saldrán de tu interior, las llevarás sin poderlas compartir, habrá estrellas que te señalarán el camino, pero quizás nunca llegues a palpar su calor; habrá momentos que rebasen tu felicidad y momentos de una gran agonía. La vida es un subir y bajar de emociones, es una vía peligrosa pero a la vez suele ser hermosa.
El ser no es más grande por su tamaño si no por la fuerza que se encuentra en su interior:
¿Qué pasaría con las ilusiones y con los logros si entre ellos no existe un esfuerzo? ¿Qué pasaría con caer y no levantarse? No podríamos conocer el éxito, y nunca sentiríamos en nuestro interior la paz; hay personas que luchan y consiguen llegar a la meta sin limitarse en ella, su mirada siempre es hacia adelante.
De vez en cuando tendrás la necesidad de mirar hacia atrás, pero no es necesario retroceder, es necesario escuchar el silencio, tal vez del silencio escuches algo más profundo de lo que encuentres en la turbulencia, trata de observar a tu alrededor; cada uno tiene un universo diferente, tal vez inexplorado o sin descubrir, tal vez tú solo estés soñando y estás palabras no sean más que una luz fugaz en tu vida.
La vida es un proceso que debemos hacer germinar. Llevar dentro de nuestro corazón las semillas de la Esperanza, la Fe y El Amor. Nunca exterminemos esas semillas, por el simple hecho que no entendamos los momentos críticos de la vida. Qué bien dice el Salmo 34:12 ¿Quién es el hombre que desea vida, que desea muchos días para ver el bien?. El Señor protege la vida de los íntegros, y su herencia perdura por siempre (Salmo 37:19).
¿Eres un buen cristiano? 5 preguntas que puedes hacerte si te crees muy bueno
Parece fácil ser cristiano; no matarás, no mentirás, no robarás y tienes el cielo ganado.
Los 10 mandamientos nos los enseñan desde que somos pequeños (¿al preparar la primera comunión?), y desde entonces intentamos cumplir con ellos para ser las buenas personas que queremos ser. La verdad es que querer ser buena persona es un gran comienzo, y querer cumplir con los mandamientos aún más.
Recordando el pasaje del joven rico, cuando este va al encuentro del Señor y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”, Jesús le responde “Tú sabes los mandamientos: ‘no mates, no cometas adulterio, no hurtes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”». A primera vista parece que lo estamos haciendo bien.
Traduciendo ese pasaje a nuestra vida, no solo se trata de atender a los 10 mandamientos –que a veces pueden sonar un poco arcaicos– («no codiciarás a la mujer de tu prójimo»), sino que se trata de cumplir con los deberes de tu estado (tu situación cotidiana actual). Por ejemplo, si soy estudiante de la universidad y contextualizo dichos mandamientos a mi día a día: voy a misa los domingos, separo un espacio para mi oración, hablo con mis padres regularmente y nunca les alzo la voz; intento (al menos intento), no hablar mal de nadie y hago mis deberes de forma diligente.
Ahora bien, ¿y si siempre he sido responsable y virtuosa?, ¿si como el joven rico todo esto lo he cumplido bien? ¿Ahora qué?, ¿ya soy buena? No debemos olvidar que a la pregunta del joven el Señor también le responde: «¿Por qué Me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios».
La mayor tentación de un cristiano comprometido con su fe está en que podemos llegar a creernos buenos. Creer que hemos hecho suficiente. Entender la vida cristiana como un catálogo de reglas que tenemos que cumplir para «ser bueno» es un error que conlleva una profunda tristeza. Quien se gana el cielo y quien vive con esa alegría en la tierra, no es la persona que concibe la vida como un continuo poner vistos en una to-do-list. Claro está que cumplir con los mandamientos es necesario (no me malinterpreten) pero esto no es suficiente para ser llenar el corazón del hombre.
Entonces, ¿cómo se es santo y se gana el cielo?
El joven rico se pregunta lo mismo y le dice al Señor : «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud” a lo que Jesús responde “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y Me sigues».
¿Cómo entender estas palabras tan exigentes del Señor en nuestra día a día? Estas 5 preguntas te pueden ayudar:
1. ¿Me he puesto hoy al servicio de los demás?
El Señor nos invita a vivir nuestra vida desde una perspectiva distinta, la de dejar todo a los demás por Él, por amor.
Ese «vende todo lo que tienes» hoy en día es una forma de vaciar el corazón de prejuicios contra los demás, de dar demasiada importancia a las apariencias, de preocuparse excesivamente de uno mismo; y de darle la oportunidad de llenarse de Cristo.
Un amor que «da a los pobres» es aquel que se entrega por completo a los demás para vivir con una apertura radical a los demás. Ya lo decía San Agustín «Ama y haz lo que quieras», ¡y no se equivoca! El amor es el auténtico fin del hombre y lo único que puede colmar su corazón con anhelos de eternidad.
2. ¿He buscado hoy ser instrumento de Dios para que los demás le conozcan?
Como hemos dicho arriba, no se trata solo de ser buenos. El«nuevo» mandamiento del amor renueva la vivencia de las enseñanzas que Dios nos ha dejado (cumplir con los mandamientos) de manera que engrandece la vida del hombre al no dejarla circunscrita a la constatación de «buenas obras», a conformarse con «ser bueno», sino que lo lleva a ilusionarse con «ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mateo 5:48), perfectos en el amor. Y este amor, para que sea perfecto, es expansivo, busca siempre transmitirse a los demás.
3. ¿He procurado cuidar algún momento de oración hoy para poder encontrarme con Dios?
Sin oración no somos nada. Para subir un poco más arriba del escalón de «ser buenos», necesitamos de la gracia. Nadie puede ser santo por sus propios medios.
«Siempre que sentimos en nuestro corazón deseos de mejorar, de responder más generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte claro para nuestra existencia, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las palabras del Evangelio: “conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. La oración es el fundamento de toda labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada» (San José María Escrivá).
4. ¿He sido agradecido hoy con Dios por todo lo que me ha regalado?
Una de las condiciones más importantes para la santidad es el agradecimiento. Todo lo bueno que tenemos proviene de Dios y es a Él a quien primero debemos agradecer. Vivir en un constante agradecimiento nos ayuda a crecer en la humildad y la alegría. «El saber agradecer a los hermanos es signo de que se tiene un corazón agradecido para con Dios nuestro Señor y un corazón agradecido es siempre fuente de gracia» (Papa Francisco).
5. ¿He sabido hoy apreciar lo que los demás han hecho por mí?
No solo se trata de ser agradecidos con Dios, es bueno tambien serlo con los demás. Ir más allá de «ser buenos» implica ese ponernos siempre en disposición, en apertura hacia los otros, y esto no se trata solo de servirlos, se trata también de buscar valorar al otro por quién es, aprender a ver en cada persona una oportunidad para vivir el encuentro, la alegría y el agradecimiento.
San Isidoro de Sevilla, patrono de los humanistas
Conoce a un Doctor de la Iglesia dedicado a aplacar la herejía del arrianismo y a unificar la liturgia en la España visigoda
San Isidoro de Sevilla nació en una familia de alto nivel social de Cartagena que contribuyó a la conversión de los reyes visigodos (arrianos) al catolicismo. No queda claro si él había nacido ya cuando la familia tuvo que exiliarse y se estableció en Sevilla.
De todos los hermanos, cuatro fueron santos: Leandro, Fulgencio, Florentina e Isidoro. Él fue arzobispo de Sevilla durante más de 30 años.
Una hermana de Isidoro, Teodosia, se casó con el rey Leovigildo y sus sobrinos Hermenegildo y Recaredo se convirtieron. Hermenegildo fue también santo.
Intelectual medieval
El papel de san Isidoro fue clave para la asimilación de los visigodos. Era sabio y fue uno de los grandes intelectuales de la Edad Media.
Conocía bien el griego y el hebreo. Su obra más conocida son las Etimologías, referente en el estudio de la Filología Latina.
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En el plano de la santidad, como arzobispo se esmeró en aplacar la herejía del arrianismo y unificó la liturgia en la España visigoda. En 1722, el papa Inocencio XIII lo declaró doctor de la Iglesia. Sus restos son venerados en la basílica de san Isidoro de León.
Santo patrón
San Isidoro de Sevilla es patrono de los humanistas: filólogos, filósofos, historiadores, geógrafos, topógrafos y geodestas. También es copatrono de la ciudad de Sevilla.
Oración “Adsumus” de san Isidoro de Sevilla.
Aquí estamos, Señor Espíritu Santo. Aquí estamos, frenados por la inercia del pecado, pero reunidos especialmente en tu Nombre. Ven a nosotros y permanece con nosotros. Dígnate penetrar en nuestro interior. Enséñanos lo que hemos de hacer, por dónde debemos caminar, y muéstranos lo que debemos practicar para que, con Tu ayuda, sepamos agradarte en todo. Sé Tú el único inspirador y realizador de nuestras decisiones, Tú, el único que, con Dios Padre y su Hijo, posees un nombre glorioso, no permitas que quebrantemos la justicia, Tú, que amas la suprema equidad: que la ignorancia no nos arrastre al desacierto que el favoritismo no nos doblegue; que no nos corrompa la acepción de personas o de cargos. Por el contrario, únenos eficazmente a Ti, sólo con el don de tu Gracia, para que seamos UNO en Ti, y en nada nos desviemos de la verdad. Y, lo mismo que estamos reunidos en Tu Nombre, así también, mantengamos en todo la justicia, moderados por la piedad, para que, hoy, nuestras opiniones en nada se aparten de Ti,y, en el futuro, obrando rectamenteconsigamos los premios eternos.
Amén.