Amigos, en el Evangelio de hoy el Apóstol Tomás dice que no creerá en la Resurrección del Señor a menos que ponga el dedo en el lugar de los clavos y la mano en el costado de Jesús. Tomás es un santo especialmente adecuado para nuestro tiempo. La modernidad ha estado marcada por dos grandes cualidades: escepticismo y empirismo, las mismas cualidades que podemos discernir en Tomás.
Y cuando Jesús resucitado aparece, Él invita al que duda a mirar, a ver y a tocar. Pero luego viene esa frase devastadora: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.
Si obstinadamente decimos, incluso en el área de la ciencia, que aceptaremos solo lo que podemos ver, tocar y controlar, no sabríamos mucho sobre la realidad. Esto nos ayuda a comprender mejor las palabras de Jesús a Tomás. No es que nosotros, que no hemos visto y hemos creído, nos estemos conformando con un pobre sustituto del ver. No, más bien nos describe como bendecidos, más bendecidos que Tomás. Dios está haciendo todo tipo de cosas que no podemos ver, medir, controlar, y entender completamente. Pero es una fe informada que permite enamorarse de Dios.
Tomás es uno que no se contenta y busca, pretende constatar él mismo, tener una experiencia personal. Tras las iniciales resistencias e inquietudes, al final también él llega a creer, aunque avanzando con fatiga, pero llega a la fe. Jesús lo espera con paciencia y se muestra disponible ante las dificultades e inseguridades del último en llegar. El Señor proclama «bienaventurados» a aquellos que creen sin ver (cf. v. 29) —y la primera de estos es María su Madre—, pero va también al encuentro de la exigencia del discípulo incrédulo: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos…». (Regina Caeli, 12 de abril de 2015)
PAZ A VOSOTROS
Llevamos ocho días celebrando el acontecimiento de la Resurrección. Fue un acontecimiento que repercutió de tal manera en quienes vivieron la experiencia de encuentro con Jesús resucitado, que transformó sus vidas: pasaron de vivir con miedo a exultar de alegría, de estar encerrados a sentirse enviados, de vivir en la incertidumbre a poder ver y tocar a su Señor, de no ver a creer, de creer a vivir dando testimonio.
Este itinerario inaugura un nuevo tiempo en el que el Espíritu impulsa y sostiene a la comunidad, tanto aquella primera de discípulos y seguidores que oyeron, vieron y tocaron a Jesús durante su vida, como todas las que posteriormente sentimos su presencia «vivo por los siglos de los siglos» (Ap 1,18).
Hoy, «el día del Señor» (Ap 1,10), celebramos la misericordia que el Señor ha tenido con nosotros al hacernos testigos de la resurrección de su Hijo, acogemos su «paz» (Jn 20,19.21.26), recibimos su «Espíritu Santo» (Jn 20,22) y somos «enviados» a dar testimonio de lo que «hemos visto y oído» (1 Jn 1,3).
La Divina Misericordia
Jamás rechazaré a un pecador arrepentido
Proclama que la misericordia es el atributo más grande de Dios. Todas las obras de Mis manos están coronadas por la misericordia.
Mi mayor deseo es que las almas Te conozcan, que sepan que eres su eterna felicidad, que crean en Tu bondad y que alaben Tu infinita misericordia.
Especialmente a ti y a todos los que proclamen esta gran misericordia Mía, Yo Mismo los defenderé en la hora de la muerte como Mi gloria, aunque los pecados de las almas sean negros como la noche. Cuando un pecador se dirige a Mi misericordia, Me rinde la mayor gloria y es un honor para Mi Pasión. Cuando un alma exalta Mi bondad, entonces Satanás
tiembla y huye al fondo mismo del infierno.
Que los más grandes pecadores (pongan) su confianza en Mi misericordia. Ellos más que nadie tienen derecho a confiar en el abismo de Mi misericordia. Hija Mía, escribe sobre Mi misericordia para las almas afligidas. Me deleitan las almas que recurren a Mi misericordia. A estas almas les concedo gracias por encima de lo que piden. No puedo castigar aún al pecador más grande si él suplica Mi compasión, sino que lo justifico.
San Juan Pablo II y la Divina Misericordia
San Juan Pablo II dijo, en la canonización de Faustina Kowalska, el 30 de Abril de 2000: «Quiero transmitir al nuevo milenio y a todo el mundo este mensaje de la Divina Misericordia, para que conozcan mejor el verdadero rostro de Dios Misericordioso».
San Juan Pablo II, ante cientos de miles de personas, dijo, en Polonia, que él rezaba continuamente esta oración del Rosario de la Divina Misericordia: » Por la dolorosa pasión de Tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero».
Por iniciativa de San Juan Pablo II han sido distribuidas millones de estampas en las que él puso estas palabras: «Sed apóstoles de la Divina Misericordia» (Centro Romano Divina Misericordia).
«¡Sacerdotes! Haced de la Divina Misericordia vuestro programa sacerdotal en este tiempo necesitado como nunca» (San Juan Pablo II).
«Dios, desde el inicio de mi pontificado, me encargó, especialmente, difundir Su Misericordia» (San Juan Pablo II, en Collevalenza, Italia; 22 de octubre de 1981).
«La luz del Mensaje de Misericordia confiado a Santa Faustina por Jesucristo, iluminará al hombre del tercer milenio»(San Juan Pablo II, en la canonización de Santa Faustina, año 2000).
*Fragmentos extraídos del libro «Mensajes de Misericordia de Jesucristo al mundo actual»
En verdad ha resucitado
Santo Evangelio según san Juan 20, 19-31. Domingo de la Divina Misericordia
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame la gracia de hacer una experiencia…, una experiencia de tu misericordia y de sentirme amado por ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo.
A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús conoce mi debilidad. Él sabe que tengo dudas, que a veces no confío lo suficiente. Sabe que el dolor, la tristeza, las dificultades me invaden y me cuesta acudir a Él, abandonarme en sus brazos.
Eso mismo le pasaba a los apóstoles. Ellos se sentían tristes, abandonados. Jesús no estaba con ellos. O eso era lo que ellos pensaban. El Señor se hace presente y les concede la paz. Esa paz que es fruto de su resurrección. La paz de saber que nuestros pecados, que mis pecados, han sido perdonados. La paz de saber que Cristo me ha hecho hermano suyo e hijo de Dios.
Cristo se hace presente en mi vida, como lo hizo con sus apóstoles. Viene a habitar conmigo. Me viene a demostrar lo grande que es su amor, tan grande que ni la misma muerte pudo vencer.
Él conoce mis miedos, dudas y, por eso mismo, quiere estar conmigo, asegurarme que no hay nada de que temer. Me saluda como un amigo, de la misma forma que saludó a Tomás, a quien no le reprochó su falta de fe, sino que lo alentó a no volver a dudar jamás de Él.
Cristo está vivo. Ha resucitado. En verdad ha resucitado. Mi vida no puede seguir igual. Ya no puede haber lugar para miedos, tristezas, dudas porque Cristo está conmigo «y nada ni nadie me podrán separar del amor de Cristo Jesús» que «me amó y se entregó por mí».
Cristo está conmigo. Me ha salvado de mis pecados y me ha dado el perdón y la paz. Me ha dado el don más grande que es el poder llamar a Dios «Padre». Ese regalo que viene de los más profundo de su corazón. Un corazón magnánimo, bondadoso. Un corazón que es misericordia.
«Después de cincuenta días de incertidumbre para los discípulos, llegó Pentecostés. Por una parte, Jesús había resucitado, lo habían visto y escuchado llenos de alegría, y también habían comido con Él. Por otro lado, aún no habían superado las dudas y los temores: estaban con las puertas cerradas, con pocas perspectivas, incapaces de anunciar al que está Vivo. Luego, llega el Espíritu Santo y las preocupaciones se desvanecen: ahora los apóstoles ya no tienen miedo ni siquiera ante quien los arresta; antes estaban preocupados por salvar sus vidas, ahora ya no tienen miedo de morir; antes permanecían encerrados en el Cenáculo, ahora salen a anunciar a todas las gentes». (Homilía de S.S. Francisco, 9 de junio de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Compartir con alguien que lo necesite la buena nueva: Cristo ha resucitado y nos ha salvado de nuestros pecados.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La fe de Santo Tomás
¿Qué pensamos de Santo Tomás? ¿Nos sentimos identificados con él?
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
Reflexión
“Tomás, ¿porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Estas palabras del Señor resucitado quieren insinuarnos a reflexionar, un poco, sobre nuestra fe cristiana. Además, el hombre pascual, el hombre nuevo que debe nacer en nosotros es, particularmente, un hombre de fe.
El tema de la fe es muy actual, hoy en día, porque el mundo está pasando por una evidente crisis de fe. Existe el proceso lento de la des-cristianización, de una paralización y aún de una extinción de la fe en el hombre moderno, y hasta en nuestras propias filas.
El tiempo de hoy huye de Dios, lo reconoce en el mejor de los casos, solamente como idea. No tiene ya un claro concepto de la persona de Dios ni de su influencia personal frente al mundo y frente a los acontecimientos de nuestra época.
Quizás también a nosotros nos pase un día, que debamos constatar: En el fondo ya no creo más en lo que he creído antes. Se perdió mi entusiasmo, mi fervor religioso. Y no nos sentimos por eso demasiado tristes; lo constatamos simplemente.
Nuestra vida de fe, nuestra propia vida espiritual, tiene sus altos y bajos. Tenemos épocas, en que todo nos anda mal, en que nos cuesta rezar, confesarnos, buscar a Dios. Pero, ¿qué pasará si estos estados se reiteran y llegan a ser duraderos?
En todo caso no podemos mantener viva nuestra fe en el ambiente frío del mundo moderno sin llevar una vida auténticamente espiritual y sin tener orden en esa vida espiritual, sin tener tiempo para meditar y rezar, sin tener tiempo para los que piensan y luchan como nosotros.
En esta situación la Iglesia nos muestra hoy la actitud de Santo Tomás. Tomás es un verdadero hombre moderno, un realista y existencialista, que no cree en más que en lo que toca, que no quiere vivir de ilusiones, que tiene miedo que lo engañen: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.
Lo que nos impresiona en el caso de Tomas, primero, que nos lo hace tan simpático y a la vez contemporáneo, es la violencia de su resistencia. Son muy duras las condiciones que pone para su rendición.
Una dureza tan terrible no puede provenir más que de un terrible sufrimiento. Él no quiere arriesgarse de nuevo, porque ya ha sufrido demasiado, porque – probablemente – ha sufrido más que los otros por la Pasión y Muerte de Jesús.
La respuesta de Jesús a las exigencias de Tomás es inaudita: Jesús las acepta y se somete a ellas: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado” y agrega Jesús: “No seas incrédulo, sino creyente”.
Y entonces. Santo Tomás, vencido por tanto amor y tanta indulgencia de Jesús. se siente transportado a una altura, a la que nadie ha llegado y exclama: “¡Señor mío y Dios mío!” Es el primero que llega con su fe hasta este extremo. Hasta ahora, ningún apóstol ha dicho a Jesús: tú eres mi Dios. De ese pobre Tomás, escéptico y exigente, obtiene Jesús uno de los actos de fe más hermosos de todo el Evangelio.
¿Y nosotros? Nosotros no vemos ni tocamos al Señor como Tomás. Sin embargo, nos pasa lo mismo que a él: Jesús está con nosotros, aún y sobre todo en medio de nuestra duda e incredulidad. para apoyamos y fortalecemos.
Nuestras crisis de fe son crisis de crecimiento y nos sirven para ser más adultos en nuestra fe, para acercarnos más y más a Dios. Los obstáculos son ocasiones de ascensión tal como la presa que obliga al agua a elevarse para darle una potencia nueva.
Porque la fe es una aventura permanente, un desafío continuo, un largo camino que tenemos que andar. Y cuándo adelantamos en este camino, tanto más debemos hacer saltos de fe. Es lo que dice San Pedro en una de sus cartas. “Tenemos que sufrir pruebas, para que sea purificada nuestra fe, como el oro por el fuego”.
Queridos hermanos, pidamos por eso en esta Eucaristía pascual, que Dios nos haga madurar y crecer en nuestra fe. Y que nuestras crisis de fe sean sólo crisis de crecimiento en nuestro caminar hacia la Casa del Padre.
Y pidámosle también a María, Madre de la fe, que nos regale la gracia de una fe firme y profunda en su Hijo Jesús, el Señor resucitado.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Debemos pedir la gracia del llanto
Audiencia del Papa Francisco a la Comunidad Pastoral de Nuestra Señora de las Lágrimas.
María siguió a su Hijo en todo, incluso en la santidad de los sentimientos, las emociones, hasta en la risa y el llanto, por eso “las lágrimas de María son un reflejo de las lágrimas de Jesús”. El Santo Padre Francisco, al recibir a la Comunidad Pastoral de Nuestra Señora de las Lágrimas de Treviglio en la mañana del sábado 23 de abril, meditó sobre las lágrimas de María, la primera discípula del Señor: lágrimas de alegría cuando dio a luz a Jesús, lágrimas amargas cuando, al final, lo siguió a lo largo del camino doloroso, y cuando estuvo a los pies de la cruz.
Las lágrimas de María fueron transformadas por la gracia de Cristo, como toda su vida, todo su ser, todo en María se transfigura en perfecta unión con el Hijo, con su misterio de salvación. Por eso, cuando María llora, sus lágrimas son un signo de la compasión de Dios que nos perdona siempre, del dolor de Cristo por nuestros pecados, por el mal que aflige a la humanidad, especialmente a los pequeños, a los inocentes.
La guerra está destruyendo a todos los pueblos involucrados
El corazón del Papa no se aleja de Ucrania tampoco en esta ocasión, y piensa en las lágrimas de María que son “signo del llanto de Dios por las víctimas de la guerra” que está destruyendo “no sólo” ese país y dice:
Seamos valientes y digamos la verdad: está destruyendo a todos los pueblos involucrados en la guerra. Todos. Porque la guerra no sólo destruye al derrotado, no, también destruye al vencedor; también destruye a los que la miran con noticias superficiales para ver quién es el vencedor, quién es el vencido. La guerra destruye a todos. Cuidado con esto.
A su Corazón Inmaculado hemos confiado nuestra súplica, y estamos seguros de que la Madre la ha aceptado e intercede por la paz, porque ella es la Reina de la Paz, es la Madre de la Paz. Y mañana será el Domingo de la Misericordia. Ella es la Madre de la Misericordia. Sabe lo que significa “misericordia”, porque la tomó de Dios.
Dios es un inquieto: quiere perdonar, perdonar, perdonar
María, nuestra Madre, enseña a no avergonzarse de las lágrimas: no -dice Francisco-, no debemos avergonzarnos de llorar”, porque “los santos nos enseñan que las lágrimas son un don, a veces una gracia, un arrepentimiento, una liberación del corazón”.
Llorar significa abrirse, romper el caparazón de un ego cerrado en sí mismo y abrirse al Amor que nos abraza, que siempre está esperando para perdonarnos. Así es el corazón de Dios. Dios está en espera. ¿En espera de qué? Del perdón, de perdonarnos. Es un inquieto, un incorregible: quiere perdonar, perdonar, perdonar… Solamente pide que nosotros le pidamos el perdón. Abrirse al Padre bueno y también abrirse a los hermanos. Dejarse enternecer, dejarse conmover por las heridas de los que encontramos en el camino; saber compartir, saber acoger, saber alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran.
Debemos pedir la gracia de llorar
“Creo que nosotros, en nuestro tiempo -hablo en general- hemos perdido la costumbre de llorar ‘bien’”, continúa diciendo el Papa Francisco, que observa que “tal vez lloramos cuando sucede algo que nos conmueve o cuando cortamos la cebolla”. “Nuestra civilización, nuestros tiempos, han perdido el sentido del llanto” lamenta; del llanto “que sale del corazón, como el de Pedro cuando se arrepintió”.
Debemos pedir la gracia de llorar ante las cosas que vemos, ante el uso que se hace de la humanidad, no sólo ante las guerras, sino ante el descarte, los viejos descartados, los niños descartados incluso antes de nacer… Tantos dramas de descarte: el pobre que no tiene de qué vivir es descartado; las plazas, las calles llenas de indigentes… Las miserias de nuestro tiempo deben hacernos llorar y necesitamos llorar.
Francisco indica, entonces, una oración a elevar al Señor:
«Señor, tú que has hecho brotar agua de la roca, haz que broten lágrimas de la roca de mi corazón». El corazón de piedra que ha olvidado cómo llorar. Por favor, pidamos la gracia de llorar. Todos nosotros.
Que el Espíritu de Jesús moldee nuestros sentimientos y acciones
Porque “debemos dejarnos conmover por las heridas de los que encontramos en el camino, saber compartir, saber acoger, saber alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran” el Santo Padre pide aprender de María un estilo pastoral: el de Dios, que es ternura, compasión y cercanía.
Todos debemos aprender siempre de María a seguir a Jesús, a dejar que su Espíritu moldee nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestros planes y nuestras acciones según el corazón de Dios. Para que, como dice una hermosa oración litúrgica, «no prevalezcan en nosotros nuestros sentimientos, sino la acción de su Santo Espíritu».
“Tenemos tanta necesidad de llorar”, termina diciendo el Santo Padre, que agradece la visita a la Comunidad que nos hizo “volver a meditar en las lágrimas de nuestra Madre”.
Un matrimonio feliz y para siempre
La clave de las claves. ¡el matrimonio ha de ser cultivado!
En artículos como «Diez principios y una clave para educar correctamente», «Educar al niño y al adolescente: principios básicos» y «Nuevas sugerencias para una sana educación» he ofrecido algunas ideas para facilitar la educación de los hijos.
En casi ningún momento descendí a problemas concretos y de especialistas, porque estimo que no es esa la función de estos escritos. Ahora, en la misma línea, querría comenzar un conjunto de ensayos breves dirigidos a los padres o, mejor todavía, a los cónyuges.
No cambia con ello la orientación de fondo, porque es bien sabido que la formación de los hijos deriva de manera directísima y principal del modo de relacionarse los padres entre sí: como explico con frecuencia, «la calidad del amor y de las relaciones en el seno de cualquier familia depende fundamental y casi exclusivamente del amor recíproco entre los cónyuges».
Pero sí que se modifica el destinatario directo de estas líneas. Hasta hoy se trataba de ayudar a que los niños y jóvenes crezcan y se desarrollen como personas; a partir de este momento, y en la medida de mis posibilidades, el propósito es ofrecer ese mismo auxilio a los padres de familia, pero justo en cuanto marido y mujer
Cultivar el matrimonio
— La clave de las claves. Todo lo que voy a exponer conviene leerlo a la luz de este principio básico: ¡el matrimonio ha de ser cultivado!
¿Cómo? Con la paciencia, premura, atención y mimo de un buen jardinero. Como las plantas: ¡estará vivo si crece! No se puede conservar por mucho tiempo en un congelador o en una campana de vidrio (¿pueden compaginarse el amor con «la frialdad» o el «aislamiento incomunicado y aséptico»?). Como todo lo vivo, el amor O crece o muere o, en el mejor de los casos, está a punto de momificarse.
«Conservar» el amor, simplemente «conservarlo», es una tarea vana… que equivale a darle muerte: lo vivo no admite «conservación»; es preciso nutrirlo para que despliegue progresivamente todas sus posibilidades.
En cierto tono de broma comento a veces que ningún ser vivo puede permanecer inmóvil, que natural e inevitablemente tiende a desarrollarse y crecer… si recibe el alimento oportuno. Solo los japoneses tienen la paciencia para conservar en un aparente y forzado estadio primerizo sus famosos bonsáis; pero si quisiéramos hacer algo similar con nuestro matrimonio, lo convertiríamos en una caricatura, incapaz de sobrevivir.
Benavente afirmaba que el amor, todo amor pero especialmente el de varón y mujer, «tiene que ir a la escuela»: es preciso aprender poco a poco, durante toda la vida, a amar al otro cónyuge… de la forma concreta y particularísima en que él (¡y no yo, cada uno de nosotros!) necesita ser amado.
Y, concretando más, Balzac escribió: «El matrimonio debe luchar sin tregua contra un monstruo que todo lo devora: la costumbre». Su enemigo más insidioso es la rutina: perder el deseo de la creatividad originaria; porque entonces el amor acabará por enfriarse y perecer tristemente.
A veces se trata de un proceso lento, casi imperceptible en los inicios, y cuyas consecuencias sólo se advierten cuando la degradación se estima ya irreparable, aunque en realidad no lo sea: como la planta a la que se ha dejado de regar y que durante cierto tiempo parece mantener su lozanía, para de pronto, sin motivo inmediato aparente, marchitarse de forma definitiva.
— Lo más importante. ¿Quieres evitar esta desagradable trayectoria? He aquí el precepto infalible: que, durante toda la vida, momento tras momento y circunstancia tras circunstancia, tu cónyuge sea para ti lo más importante. Más que los caprichos y las aficiones, cómo es lógico. Pero también, con lucha o sin ella, más que la profesión e incluso, si esta contraposición pudiera establecerse —que no puede—, más que los propios hijos… que son los primeros beneficiados de vuestro amor mutuo.
En consecuencia, cada uno de los cónyuges ha de buscar el modo de granjearse minuto a minuto el amor del otro, «obsesionarse» con hacerlo feliz: «conquistar» a su mujer, si se trata de los varones, y «seducirlo» día tras día —con toda la carga de este término— si se trata de las esposas.
Cada noche uno y otra tienen que responder con un sí sincero a las siguientes preguntas: ¿he dedicado hoy expresamente un tiempo, unos segundos al menos, para ver cómo podía darle una sorpresa o una alegría concreta a mi marido o a mi mujer?; ¿he puesto los medios para hacer vida ese propósito?
Pues, en verdad, el cariño no se alimenta con la simple inercia o el paso del tiempo; hay que nutrirlo con multitud de menudos gestos y atenciones, con una sonrisa y también con un poco —¡o un mucho!— de picardía: evitando todo lo que se intuye o se sabe por experiencia que al otro le desagrada, aunque fuera en sí mismo una nadería, y buscando por el contrario cuanto puede alegrarlo.
Como recuerda un autor norteamericano, «los matrimonios felices están basados en una profunda amistad. Los cónyuges se conocen íntimamente, conocen los gustos, la personalidad, las esperanzas y sueños de su pareja. Muestran gran consideración el uno por el otro y expresan su amor no sólo con grandes gestos, sino con pequeños detalles cotidianos».
Pero nada de ello se consigue sin esfuerzo. De acuerdo con la atinada comparación de Masson, «el amor [sentimental] es un arpa eolia que suena espontáneamente; el matrimonio, un armonio que no suena sino a fuerza de pedalear»… aunque el resultado de tal «pedaleo» sea el de una felicidad indescriptible, que nadie es capaz de imaginar… hasta que hace la prueba.
— Estar en los detalles. No olvidemos lo que sostenía von Ebner-Eschenbach: «el amor vence a la muerte; pero, a veces, una mala costumbre sin importancia vence al amor».
Un ejemplo mínimo, pero que al término puede resultar relevante: la puntualidad. ¡Cuántas veces el marido sufre o incluso desearía renunciar a salir porque la esposa no está lista con la antelación suficiente para llegar en punto a una cita! O viceversa, ¡cuántas el retraso es causado por el marido, que se entretiene más de lo previsto en la resolución de cuestiones profesionales que muy bien pudieran e incluso debieran aguardar hasta el día siguiente!
Algo similar sucede con la hora del retorno a casa. Es fácil caer en la tentación de prolongar el momento final del trabajo, por comodidad o por miedo ante las exigencias que se encontrarán a la vuelta al hogar, ante los problemas que plantean los hijos o el otro cónyuge.
En tales circunstancias ¿cómo pretender que el que se ha esforzado por llegar a su hora, tras una espera al principio ilusionada con el deseo de abrazar al otro, no se vaya desalentando o incluso enfadando conforme avanzan las manecillas del reloj y resulte incapaz cuando por fin viene de acogerlo con una sonrisa? En ocasiones tiene lugar un imprevisto urgente, es cierto; pero ¡cuántas otras el retraso se debe a un capricho, al desorden, a la pereza o en definitiva al egoísmo y falta de delicadeza con el otro componente del matrimonio!
Cosa que asimismo ocurre cuando marido o mujer conceden un interés desmesurado a los asuntos profesionales o a las relaciones de amistad que de ellos surgen y descuidan la atención debida a su cónyuge, elaborando con excesiva frecuencia los propios planes al margen de él.
También en la vida íntima de la pareja las pequeñas atenciones y la ternura gozan de una importancia decisiva. Cuando faltan, el acto conyugal acaba por trivializarse, hasta reducirse a mera satisfacción de un impulso casi inhumano. Como sabemos, el lenguaje del cuerpo debe comprometer a la persona entera y tornarse «diálogo personal de los cuerpos»: una sinfonía que interpreta la persona toda tomando como instrumento sus dimensiones corpóreas.
Por eso, el cortejo y la ternura que conducen al trato íntimo no deben reducirse ni a los días ni a los momentos en que desean tenerse, sino que han de impregnar, de cariño y de atenciones, la vida entera en común de los componentes del matrimonio… en todos sus aspectos.
La mujer no deberá abandonarse, sino cultivar el propio atractivo y la elegancia. Como dice el conocido refrán, refiriéndose al arreglo y aderezo femeninos, «la mujer compuesta saca al hombre de otra puerta».
Por su parte, el marido —además de procurar también mostrarse elegante en todo momento, de acuerdo con las circunstancias— puede comenzar a ser infiel con sólo dejarse absorber excesivamente por la profesión, acumulando todo el peso de la casa y de los hijos sobre los hombros de su esposa.
— Todos responsables. Y aquí una puntualización se torna imprescindible. Suele afirmarse con verdad que el amor es cosa de dos; y también el matrimonio; y también las obligaciones familiares de todo tipo, especialmente lo relativo a la educación de los hijos… pero ¡incluido el cuidado del hogar!
Resulta bastante claro que el modo de distribuir las tareas domésticas depende de multitud de circunstancias, que sería inútil tratar de encorsetar con fórmulas fijas e inamovibles, de forma que lo que es competencia de uno se queda sin hacer si él o ella no lo llevan a cabo o, lo que es peor todavía, a la presunta «falta de responsabilidad» de quien «abandona» sus cometidos le responde el otro omitiendo asimismo los suyos. Eso equivaldría a introducir dentro del matrimonio la «lógica del intercambio mercantilista», que es lo más opuesto a la gratuidad del amor.
También es patente que la mujer —esposa y madre— constituye en cierto modo el corazón de toda unión familiar, la que da el tono y el calor a la vida de familia. ¡Pero no de manera exclusiva, ni mucho menos! El orden en la casa, la limpieza, el arreglo de los desperfectos… compete con igual obligación que a la mujer al marido y, en su caso, a cada uno de los hijos, aunque para ello tengan que torcer un tanto sus inclinaciones espontáneas y adecuar su modo de ser y sus intereses a aquellos de quien más quieren.
Repito que esto no implica una concreta disposición ni asignación de las tareas del hogar, ni mucho menos un tanto por ciento, fijo y a priori, de participación en esos menesteres. Y añado que la coyuntura en que se encuentre cada mujer —su trabajo también fuera de la casa, entre los elementos más relevantes—, junto con la idiosincrasia característica y exclusiva de cada uno de los componentes de cada uno de los matrimonios, posee un peso determinante a la hora de plantear este asunto.
Pero el principio ha de quedar claro: considerando la cuestión desde su raíz, el deber de conservar la propia casa en las mejores condiciones para fomentar una convivencia armoniosa, pacífica y reparadora corresponde por igual no sólo a los dos cónyuges, sino, en proporción a su edad y posibilidades, a todos los miembros de la familia.
Por eso, cuando alguno de los componentes deje de cumplir sus «obligaciones», la respuesta inicial de los otros será la de suplirlo, dando por supuesto que se habrá visto impedido de llevarlas a cabo. Y solo cuando la situación se repita, con el tacto y la delicadeza oportunos, habrá que hacerle caer en la cuenta que de ese modo no contribuye a la concordia y la felicidad del hogar.
Una vez centrada la cuestión, y antes de proponer algunos consejos más específicos para las mujeres y los maridos, tal vez convenga sugerir ciertas ideas aplicables a ambos:
II. Consejos para ambos cónyuges
1. El amor conyugal no es una simple pasión, ni un mero sentimiento… ni un enjambre más o menos rumoroso de ellos.
Aunque tales emociones a menudo lo acompañen y sea bueno que así ocurra, el verdadero amor entre los cónyuges es una donación total, definitiva y excluyente, fruto de un acto de libertad, de una determinada y libérrima determinación de la voluntad, que se decide de manera irrevocable a querer al otro de por vida.
Como consecuencia, ser fieles significa renovar el propio «sí»… también —¡y sobre todo!— cuando en ocasiones nos resultara costoso.
2. Como antes apuntaba, al cónyuge hay que volverlo a enamorar cada jornada, sin olvidar que la boda no es sino el sillar de un grandioso edificio, que deben levantar y embellecer piedra a piedra, desvelo tras desvelo, alegría con alegría, entre los dos.
Si en el momento de la boda no se inaugurara una gran aventura, la mejor y mayor aventura de la vida humana, consistente en hacer crecer el amor y de este modo —¡amando yo más!— ser muy felices,… ¿tendría sentido casarse?
3.El amor se nutre de minúsculos gestos y atenciones. Evita, pues, las pequeñas menudencias que molestan al otro cónyuge y busca, por el contrario, cuanto le satisface.
Si te sientes incapaz de hacer grandes cosas por él o por ella, no te preocupes ni te empeñes en buscarlas. Como en el resto de la vida humana, la clave del éxito no se encuentra en esa magnas gestas a menudo solo imaginarias, sino en el diminuto pero constante detalle de cada instante.
4. Al casarte, has aceptado libremente a tu consorte tal como es, con sus límites y defectos; pero esto no significa renunciar a ayudarle con amabilidad, tino y un poco de picardía a que mejore… queriéndolo cada vez más: lo decisivo es «soportar», en el sentido de ofrecer un apoyo incondicional y seguro, y no «soportar», en la acepción de aguantar sufridamente los presuntos defectos y manías del otro.
5. No te dejes absorber de tal manera por el trabajo, las relaciones sociales, las aficiones… que acabes por no encontrar tiempo para estar a solas y en las mejores situaciones con tu cónyuge (y para dedicar también tu atención al hogar y al resto de la familia).
6. Toma las decisiones familiares de común acuerdo con el otro componente del matrimonio, esforzándote por escucharlo e intentar comprender sus razones (la clave de la comunicación no reside en ser un buen «charlatán», sino, si se me permite la expresión que empleaba un conocido mío, un excelente «escuchatán»: ¡qué gran amigo aquel que simplemente sabe oírnos con atención!).
Y, en el caso de que, al no llegar a un acuerdo, hayas seguido su criterio, no se lo eches en cara si, por casualidad, de ahí se derivara algún inconveniente. Una vez tomada la decisión, tras sopesarla convenientemente, es exactamente igual de aquel que tomó la iniciativa como del que demostró la suficiente confianza para seguirla.
7. Respeta la razonable autonomía y libertad de tu consorte, reconociendo, por ejemplo, su derecho a cultivar un interés personal, a atender y fomentar sus amistades, su vida de relación con Dios, sus sanas aficiones… sabiendo que, entonces, él o ella se esforzarán por no descuidar el cuidado y el mimo que tú mereces.
No te dejes arrastrar por los celos, que son ante todo una demostración de desconfianza hacia tu cónyuge… y que podrían dar origen a aquello mismo de lo que intentan defenderse o que pretenden evitar.
8. La alegría y el buen humor son como el lubricante imprescindible para que la vida de familia discurra sin fricciones ni atascos, que podrían minar la armonía entre sus miembros. Dentro de este contexto se advierte toda la importancia de los momentos de fiesta, auténticos motores del contento y la algazara familiares.
Procura, entonces, que algún detalle material modesto pero atractivo —en la comida, por ejemplo, o en la decoración del hogar— encarne y dé cuerpo al ambiente jubiloso del espíritu, cuando la fecha así lo reclame… o cuando lo estimes conveniente, aunque no exista «ningún motivo» para hacerlo… excepto el amor que tienes a tu familia.
9. Con todo el cariño del mundo, mantén en su lugar a tus padres, sin permitirles que se entrometan imprudentemente en vuestros asuntos. En ocasiones —y sobre todo al principio— será oportuno pedir ayuda, pero recuerda que cuando las reglas de juego están claras resulta más fácil conservar la armonía.
10. No tengas demasiado miedo a discutir, pero aprende a reconciliarte enseguida siguiendo el «decálogo del buen discutidor», que tal vez exponga en otro artículo.
E incluso esfuérzate —sólo es difícil las primeras veces— en sacar provecho de esas trifulcas, reconciliándote lo más pronto posible con un acto de amor, manifestado por un jugoso abrazo, de mayor intensidad que los que existían antes del enfado.
Si procuras que las discusiones se produzcan muy de tarde en tarde, acabarás por comprobar lo que aseguraba un santo sacerdote de nuestro tiempo: que vale la pena reñir alguna que otra vez sólo para después poder hacer maravillosamente las paces.
III. Consejos a las mujeres
Por el bien de todos (no solo de la propia familia, sino, al cabo, del mundo entero), la primera responsabilidad de una esposa es conservar despierto y vibrante el amor del marido hacia ella: ¡al marido hay que seducirlo cada día!, como ya dije; conviene mucho ingeniárselas para que caiga en la cuenta de que más allá de los compromisos y éxitos profesionales o sociales, su mujer es el mayor bien que Dios le ha otorgado y el medio fundamental e imprescindible para conquistar la propia plenitud y la consiguiente dicha… y, en el caso de los creyentes, incluso la santidad.
Puede que el incremento de las obligaciones y preocupaciones, la atención a los hijos o al trabajo profesional, obliguen a la mujer a distanciar y acortar los ratos de exclusiva dedicación a su esposo. La solución podría estar, más que en la cantidad de tiempo que le consagre, ¡que siempre debería ser el mayor posible!, en los pequeños y reiterados detalles que exigen algún esfuerzo pero manifiestan el cariño.
Por ejemplo, cualquier esposa habrá de interesarse por el trabajo de su cónyuge, por sus proyectos y por sus dificultades profesionales, por sus aficiones. Con la discreción y prudencia oportunas, no debe desentenderse de ámbitos tan importantes para su marido como normalmente es la profesión o los restantes que he enunciado.
Si lo quiere de veras, es lógico que le interese cuanto a él le interesa, entusiasma o preocupa, incluido, si es el caso, con o sin esfuerzo, el equipo de fútbol.
— A modo de «decálogo». Quizás a alguna le pueda ayudar el releer de tanto en tanto el siguiente «decálogo para la mujer»:
1. Quiere a tu marido también cuando otro hombre te parezca más comprensivo, más educado, más atento, más divertido… o incluso simplemente más elegante o más guapo.
2. No estropees la relación con él por cosas que en un momento te pueden parecer importantísimas —el orden y la limpieza de la casa, en los que también él debe sentirse responsable, o incluso tu carrera profesional, si trabajas fuera del hogar—, pero que en realidad y a la larga y en fin de cuentas, no lo son tanto.
3. No lo asaltes en cuanto llega a casa, atosigándolo con tus problemas —profesionales o familiares—, aun cuando durante todo el día hayas estado esperando, lógicamente, la ocasión de desahogarte con la persona que más quieres y mejor te escucha y comprende.
4. Prepárale su plato preferido cuando intuyas que lo necesita (o deja que él os lo prepare, si le gusta…, a pesar del desbarajuste que pueda organizarte en la cocina): el marido se gana también a través del estómago.
No es falta de romanticismo ni de delicadeza… ni menos aún una especie de «juego sucio», sino puro sentido común y conciencia clara de la intimísima unidad del ser humano, el tener en cuenta estos aspectos
5. No lo atormentes con excesos de celos, no lo ofendas con tus dudas (evita incluso imaginarlas), no seas irónica.
6. No te engañes, pensando que con otro hombre es posible mantener una relación de simple amistad… incluso íntima, sin correr el riesgo de ser infiel a tu marido; ni, mucho menos, te «diviertas» jugando a «interesar» a otros hombres.
7. No te lamentes confidencialmente con un amigo de los defectos de tu esposo, porque éste podría ser el primer paso hacia la deslealtad: ¡los amigos resultan siempre tan comprensivos!
8. No exageres las contrariedades ni finjas un excesivo dolor, para inducir a tu marido a hacer lo que deseas. Decirle con sencillez lo que necesitas o simplemente te hace ilusión constituye una muestra de confianza, que él te agradecerá y os unirá más todavía.
9. Cuida tu aspecto externo. Aunque pueda sonar a broma, y ciertamente está expresado con humor, el rostro se asemeja mucho a una obra de arte, que con el tiempo tiene necesidad de una amable restauración.
Por eso procura no presentarte nunca ante tu marido como no lo harías ante una conocida dispuesta a juzgar de tu belleza. Y conténtate y sé feliz, más conforme pasen los años, con gustarle a él: no aspires a gustarte a ti misma —eres tu crítica más exigente— ni admitas comparaciones con tus amigas o con otras personas de tu mismo sexo.
10. No envidies a las otras mujeres, ni siquiera interiormente, ni pongas como ejemplo a sus esposos. Harás que el tuyo se sienta fracasado, que es una de las cosas que más duelen y peor soportan los varones. (La conversación entre las dos esposas del púgil y el manager protagonistas de Cinderella Man lo refleja con una brevedad y precisión casi insuperables)
IV. Consejos a los maridos
«Oficio es el del marido que ocupa todo el día», subrayó con acierto Bennet. No obstante, hay maridos que parecen prestar más atención al coche o al ordenador que a su mujer (y a sus hijos y a su hogar, creando el oportuno e imprescindible ambiente de familia). Cuántas veces el empeño por mejorar la posición profesional o económica resulta infinitamente superior al desplegado para mantener pujante e incrementar el amor hacia la esposa… y cuántas se comprueba que tal actitud no solo mina en sus raíces la armonía y la felicidad conyugal, sino el mismo rendimiento en el trabajo.
Gradualmente, al menos en determinados países, se está llegando a un pleno reconocimiento de la igual dignidad de la mujer y de sus derechos y a una mayor conciencia de la importancia de su función en la sociedad. Ya no sorprende que las mujeres trabajen también fuera de casa o que ocupen puestos de gran responsabilidad. Este tipo de mujer por lo común es apreciada, escuchada, bien pagada y goza de períodos de descanso remunerado. Todo eso parece desvanecerse el día en que se casa, comienza a tener hijos y, para poderse ocupar de ellos y del hogar, renuncia al menos en parte a su carrera profesional. En la vida de madre y de ama de casa pueden desaparecer como por ensalmo el tiempo libre, la estima de los demás, la paga generosa, las vacaciones, etc.
Pero, ¿se trata ciertamente de una situación irremediable?
Parece claro que en la atención a la casa la semana de 40 o de 35 horas no será ya posible. Pero quien se consagra por completo al trabajo del hogar, al cuidado y educación de los hijos, con toda la profesionalidad, el esfuerzo y la paciencia que llevan consigo, merece tanta o más estima que la reclamada por una mujer con una brillante carrera en el ámbito público.
De ahí que el marido, además de dejar clara constancia de su sincero y agradecido reconocimiento por el trabajo de su esposa en el hogar, deberá hacerse cargo de las tareas que en esta esfera le corresponden por justicia, echando sobre sus espaldas algunas de esas ocupaciones e incrementándolas generosamente más allá de lo «en justicia debido» en los momentos especialmente críticos: cuando llegan las fiestas, durante los embarazos, antes y después del nacimiento de un hijo, etc.
Hay días en que una mujer, por motivos que a los varones a veces se nos antojan incomprensibles o carentes de peso, se siente particularmente cansada; ¡cómo agradecerá entonces que su esposo sepa advertirlo, se lo valore y con toda naturalidad asuma en la atención del hogar incluso los asuntos que de ordinario le corresponden a ella!
— Para que no «se sientan menos». Y he aquí también un «decálogo» para el marido… hasta cierto punto simétrico al de las esposas:
1. Quiere a tu mujer más que a cualquier otra, también cuando el paso de los años la vaya dejando en desventaja física —¡no en belleza, que es algo mucho más elevado y personal!— respecto a las más jóvenes.
2. No pases demasiado tiempo con ella lamentándote del trabajo… y nunca montes una escena porque ella «no comprende su verdadera importancia»; interésate más bien por sus problemas y por los de los hijos.
3. Escribe bien grande en tu agenda la fecha de vuestra boda, del santo y del cumpleaños de tu mujer y de los restantes aniversarios en que agradecerá detalles especiales por tu parte. Y si eres de los «ya informatizados», haz que la alarma suene bien fuerte los dos o tres días anteriores… para ir preparando el terreno.
4. No olvides que tu madre es la suegra de tu mujer (y que una y otra, de manera no consciente ni voluntaria pero según algunos casi instintiva, pueden tender a acaparar en exclusiva tu cariño); presta atención, por tanto, a prevenir celos y a evitar una excesiva injerencia en tu familia.
5. No tengas vergüenza de decirle que la quieres, aun cuando «ya lo sabe», y de demostrárselo en cosas concretas, como el interés por su salud y su trabajo, o sorprendiéndola de vez en cuando con el regalo que casi inconscientemente espera o con esa escapada no prevista que tanto le gustan.
Tales manifestaciones de afecto, expresas y reiteradas, son imprescindibles para tu esposa… y para ti mismo, que reafirmas, consolidad y haces crecer, al concretarlo en gestos y palabras, el amor que sientes por ella.
6. No caigas en la vil y ya trasnochada banalidad de pensar que la infidelidad masculina es menos grave que la de la mujer.
7. Convéncete, sobre todo si tienes mentalidad empresarial, de que el negocio más importante de tu vida es tu familia: tu mujer y tus hijos. Por eso, no pienses que basta con llevar a casa el dinero necesario.
Considera más bien de vez en cuando lo que, con una franca sonrisa, aseguraba aquel padre de familia animoso y entregado, excelente marido, profesional de prestigio, amigo generoso de numerosos amigos: «tengo tantas cosas estupendas e interesantes que hacer, que casi no me queda tiempo para dedicarme a ganar dinero».
(De manera paradigmática, aunque irrealizable, lo encarnan los personajes principales de Vive como quieras: You can´t take it with you, de Frank Capra. Y tal vez con un poco más de realismo, aunque siempre en el tono típico de las comedias, los míticos Cary Grant y Katharine Hepburn en la espléndida aunque no muy conocida Vivir para gozar: Holiday).
8. Cuando vuelvas al hogar, empieza por cumplir tus obligaciones con tu mujer (y con tus hijos); después, si te queda tiempo, y normalmente será bueno que te quede, leerás el periódico o verás la tele.
Y evita la mentalidad de mártir por hacer aquello que debería ser una fuente de gozo.
9. Por amor a tu mujer y por estricta justicia no abandones tu físico y procura una cierta elegancia —en el vestido, en el porte, en el modo de hablar, en las posturas…— también cuando estés en casa. (Y no olvides que el tono humano que marques en tu hogar, el empeño para que sepan apreciar lo bello, representa uno de los elementos que, por ósmosis, más influyen en la educación de tus hijos).
10. Encuentra el tiempo necesario para dedicarlo a tu mujer y a tus hijos, renunciando si fuera menester a intereses o comodidades personales.
¿Cómo se reza la Coronilla de la Divina Misericordia?
Guía paso por paso
Por: Silvana Ramos | Fuente: Catholic.net
Cuenta la historia que Sor Faustina Kowalska, a partir de una visión que tuvo el 13 de Septiembre de 1935 empezó a difundir esta oración que el mismo Jesús le enseñó. En el relato de dicha visión recogido en su diario, afirma que el mismo Jesús le dijo:
«Cuando recen este Tercio junto a los agonizantes, Yo me pondré entre el Padre y el alma agonizante, no como justo Juez, sino como Salvador Misericordioso».
Con estas palabras vemos, una vez más, cómo Jesús nos sale al encuentro una y otra vez. En su amor infinito vemos a lo largo de la historia cómo es que cumple esta promesa de quedarse con nosotros hasta el fin del tiempo.
Santa Faustina relata en su visión:
«Yo vi un ángel, un ejecutor de cólera de Dios (…) a punto de alcanzar la tierra (…). Comencé a rezar intensamente a Dios por el mundo, con palabras que oía internamente. En la medida en que rezaba así, vi que el ángel quedaba desamparado, y no podía ejecutar el justo castigo».
Al día siguiente una voz en su interior le enseñó la oración que te dejamos aquí:
1. Con el rosario en la mano
Con un rosario común de 5 decenas en la mano, empezamos esta coronilla haciendo la señal de la Cruz: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Iniciamos el rezo de la coronilla con un Padrenuestro, un Ave María y el Credo (puedes utilizar las tres primeras cuentas del rosario).
2. En la cuenta grande
En la cuenta grande, donde usualmente rezamos el Padrenuestro, rezaremos la siguiente oración:
«Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y de los del mundo entero».
3. En las siguientes cuentas
En las siguientes cuentas, donde usualmente rezamos el Ave María, diremos la siguiente oración:
«Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero». Esto lo repetiremos durante las 5 decenas del rosario.
4. Y para terminar
Al finalizar las 5 decenas del rosario, con las oraciones mencionadas, recitaremos la siguiente oración final:
«Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero» (tres veces).
Como todas las oraciones del cristiano, terminamos con la señal de la Cruz: En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, Amén
«Alienta a las personas a decir la Coronilla que te he dado. (…)Quien la recite recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes la recomendarán a los pecadores como su último refugio de salvación. Aún si el pecador más empedernido hubiese recitado esta Coronilla al menos una vez, recibirá la gracia de Mi infinita Misericordia. Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que confían en Mi Misericordia» (Diario de Santa Faustina).
La Divina Misericordia
17 cosas que Jesús reveló a Santa Faustina acerca de la Divina Misericordia
Por: Redacción | Fuente: ACI Prensa
Desde 1931 Santa Faustina Kowalska recibió mensajes de Jesús que luego escribió en un diario de más de 600 páginas dirigido a un mundo que necesitaba y continúa necesitado de la Misericordia de Dios.
¿Es posible no escuchar lo que Jesús dijo a través de Santa Faustina acerca de su misericordia y cuál debe ser la respuesta del hombre? Benedicto XVI dijo en una ocasión “Es un mensaje realmente central para nuestro tiempo: la misericordia como la fuerza de Dios, como el límite divino contra el mal del mundo”.
En ese sentido el National Catholic Register presenta 17 cosas que Jesús reveló a Santa Faustina Kowalska sobre la Divina Misericordia en distintas partes de los 6 cuadernos de sus revelaciones privadas. Todos los cuadernos fueron compilados en un solo Diario que contiene 1828 numerales.×
- La Fiesta de la Misericordia será un refugio para todas las almas
“Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio para todas las almas y especialmente para los pobres pecadores. En ese día se abren las profundidades de mi misericordia. Yo derramo un océano entero de gracias sobre aquellas almas que se acercan a la fuente de Mi misericordia. El alma que irá a la Confesión y recibirá la Sagrada Comunión obtendrá el perdón completo de los pecados y el castigo. Ese día todas las compuertas divinas a través de las cuales la gracia fluye se abren. Que nadie tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como el escarlata”. (Diario, 699)
- No existirá paz sino a través de la misericordia de Dios
“La humanidad no tendrá paz hasta que se vuelva con confianza a Mi Misericordia”. (Diario, 300)
- Cuando el mundo reconozca la misericordia Dios será señal de los últimos tiempos
“Que toda la humanidad reconozca Mi misericordia insondable. Es una señal para los tiempos finales. Después vendrá el día de la justicia”. (Diario, 848)
- La justicia de Dios es inminente cuando su misericordia es rechazada
“El que se niega a pasar por la puerta de mi misericordia debe pasar por la puerta de mi justicia…” (Diario 1146)
- La Fiesta de la Misericordia podrá ser la última oportunidad para que muchos se salven
“Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi misericordia. Si no adoran Mi misericordia, morirán para siempre”. (Diario, 965)
- Que Dios es el mejor de todos los Padres
“Mi Corazón desborda con gran misericordia para las almas, y especialmente para los pobres pecadores. Si solo pudieran entender que yo soy el mejor de los Padres para ellos y que para ellos es que la Sangre y el Agua fluyeron de Mi Corazón como de una fuente llena de misericordia”. (Diario 367)
- El primer domingo después de Pascua se celebrará la Fiesta de la Misericordia
“Estos rayos protegen las almas de la ira de Mi Padre. Bienaventurado el que habitará en su refugio, porque la mano justa de Dios no lo tomará. Deseo que el primer domingo después de Pascua sea la Fiesta de la Misericordia”. (Diario, 299)
- Dios quiere que todos se salven
“Hija mía, escribe que cuanto mayor es la miseria de un alma, mayor es su derecho a mi misericordia; (Exhorta) a todas las almas a confiar en el abismo insondable de Mi misericordia, porque quiero salvar a todos”. (Diario, 1182)
- Los más pecadores tienen más derecho a la misericordia de Dios
“Cuanto mayor es el pecador, mayor es el derecho que tiene a mi misericordia. Mi misericordia se confirma en toda obra de Mis manos. El que confía en mi misericordia no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y sus enemigos serán destrozados en la base de mi escabel”. (Diario 723)
- La confianza en la misericordia de Dios de los más grandes pecadores debe ser total
“(Que) los grandes pecadores confíen en mi misericordia. Tienen derecho ante otros a confiar en el abismo de Mi misericordia. Hija mía, escribe acerca de Mi misericordia hacia las almas atormentadas. Las almas que hacen un llamado a Mi misericordia me deleitan. A tales almas les doy aún más gracias de las que piden. No puedo castigar ni aun al más grande pecador si hace un llamado a Mi compasión, pero al contrario lo justifico en Mi insondable e inescrutable misericordia”. (Diario, 1146)
- Dios ofrece perdón completo a quien se confiese y comulgue en la fiesta de la misericordia
“Quiero conceder un perdón completo a las almas que irán a la Confesión y recibirán la Santa Comunión en la Fiesta de Mi misericordia”. (Diario, 1109)
- No debe existir miedo de acercarse a la misericordia de Dios
“Que el alma débil y pecaminosa no tenga miedo de acercarse a Mí, ya que aunque tuviera más pecados que grano de arena en el mundo, todos se ahogaran en las profundidades inconmensurables de Mi misericordia”. (Diario, 1059)
- La misericordia de Dios debe ser adorada y la imagen venerada
“Exijo la adoración de Mi misericordia a través de la solemne celebración de la Fiesta y de la veneración de la imagen que está pintada. Por medio de esta imagen concederé muchas gracias a las almas. Es para ser un recordatorio de las exigencias de Mi misericordia, porque incluso la fe más fuerte es inútil sin obras”. (Diario, 742)
- Las almas recibirán gracias que no podrán contener e irradiarán a otras
“Di a todas las personas, hija Mía, que yo soy el Amor y la Misericordia. Cuando un alma se acerca a Mí con confianza, la lleno de tal abundancia de gracias que no puede contenerlas dentro de sí, sino que las irradia a otras almas”. (Diario, 1074)
- La imagen de la Divina Misericordia es fuente de numerosas gracias
“Ofrezco a la gente un vaso con el cual deben seguir viniendo por gracias a la fuente de la misericordia. Ese barco es esta imagen con la firma: ‘Jesús, yo confío en Ti’”. (Diario, 327)
- Al venerar la imagen se recibe la protección de Dios en la vida y sobre todo en la muerte
“Prometo que el alma que venerará esta imagen no perecerá. También prometo la victoria sobre sus enemigos ya aquí en la tierra, especialmente a la hora de la muerte. Yo lo defenderé como Mi propia gloria”. (Diario, 48)
- Los que propagan esta devoción serán protegidos toda su vida por Dios
“A las almas que propagan la devoción a Mi misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa (protege) a su niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas Juez sino Salvador misericordioso. En esa última hora, un alma no tiene nada con que defenderse excepto mi misericordia. Feliz es el alma que durante su vida se sumergió en la Fuente de la Misericordia, porque la justicia no la tendrá”. (Diario, 1075).
¿Cómo recibir la Divina Misericordia? Juan Pablo II responde
Rogelio A. Galaviz C. | Flickr CC by NC 2.0 Saint Jean Paul II
Hace 20 años, san Juan Pablo II instituyó el Domingo de la Divina Misericordia, celebrado el domingo siguiente al de Pascua. Fue también la víspera de esta fiesta cuando falleció, el 2 de abril de 2005. La fecha de su muerte sellaría así en cierta manera su testamento espiritual. Confió al mundo a la Divina Misericordia. Pero ¿cómo se recibe?
San Juan Pablo II había escrito estas palabras para la fiesta de la Divina Misericordia en el día de su entrada al cielo, el 2 de abril de 2005:
“Para la humanidad, que algunas veces parece perdida y dominada por el poder del mal, el egoísmo y el temor, el Señor resucitado ofrece el regalo de su amor que perdona, reconcilia y abre el alma a la esperanza. Es un amor que cambia corazones y trae la paz. ¡Cuánto necesita el mundo comprender y recibir la divina misericordia!”.
Recibir la misericordia de Dios… pero ¿cómo?
Reconocer nuestra miseria
San Felipe Neri repetía cada día esta oración:
“Señor, ten cuidado de mí. Si Tú no me preservas por tu gracia, Te traicionaría hoy y cometería yo solo todos los pecados del mundo entero”.
San Francisco de Sales decía también:
“Reconocer nuestra propia miseria no es un acto de humildad en sí, ¡es solamente no ser estúpido!”.
La misericordia no consiste, en efecto, en banalizar el mal o relativizar el pecado. ¡Todo lo contrario! Solo una concienciaaguda de la gravedad del pecado nos hace capaces de comprender la necesidad absoluta de la misericordia al mismo tiempo que su precio infinito: la sangre de Cristo derramada por nosotros.
Comprendemos entonces lo que Jesús dijo a santa Faustina:
“Cuanto mayor es el pecador, más derecho tiene a mi misericordia”.
Creer en el abismo infinito de la misericordia divina
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Nuestra miseria podría aplastarnos o llevarnos a la desesperación. Solo la fe en las promesas de salvación puede reafirmarnos en una esperanza invencible. Santa Teresa del Niño Jesús escribió:
“La santidad es una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra miseria, pero confiados hasta la audacia en su bondad de Padre”.
Y Jesús dijo a santa Faustina:
“Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible misericordia Mía. (…) Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de Mi misericordia”.
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¿Qué es el culto de la Divina Misericordia?
Beber de las fuentes de la misericordia
“La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la fuente de Mi misericordia”, dijo también Jesús a santa Faustina. Y añadió: “Mira, alma, por ti he instituido el trono de la misericordia en la tierra y este trono es el tabernáculo”.
Las fuentes de la misericordia son, por tanto, principalmente los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, inagotables canales de la misericordia en la santa Iglesia de Cristo.
Tener misericordia a nuestro alrededor
“Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5,7). Ejerzamos la misericordia para poder recibirla en nuestro entorno. Abrir nuestros corazones a los sufrimientos de los demás, perdonar a quienes nos hieren, esta es la manera de vivir esta bienaventuranza de los misericordiosos.
Por el padre Nicolas Buttet
Francisco: El Señor comprende nuestra humanidad, ¡invoquémoslo!
Antoine Mekary | ALETEIA
Vatican News – publicado el 24/04/22
Papa Francisco preside la Misa con motivo del domingo de la Misericordia: «Las palabras del incrédulo Tomás, sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad, son una linda invocación para repetir durante el día»
Es el domingo de la Misericordia, y hoy “el Señor resucitado se aparece a los discípulos”. A ellos, que lo habían abandonado, “les ofrece su misericordia, mostrándoles sus llagas”. Comienza así la homilía del Papa en el domingo 24 de abril. Los cantos en la Basílica de San Pedro resuenan por la Pascua del Señor, y Francisco habla del saludo del Jesús Resucitado a los discípulos; un saludo que se menciona tres veces en el Evangelio de hoy: “¡La paz esté con ustedes!” En los ojos de Jesús no hay severidad, sino misericordia
La homilía del Papa recorre los sentimientos de los discípulos en la tarde de Pascua: encerrados en la casa por el miedo, también estaban encerrados en sí mismos, abatidos por un sentimiento de fracaso. Eran discípulos que habían abandonado al Maestro, que habían huido en el momento de su arresto. “Pedro incluso lo había negado tres veces y uno del grupo —¡uno de ellos! — había sido el traidor”. El miedo había prevalecido y habían cometido «el gran pecado»: dejar solo a Jesús en el momento más trágico. Antes de la Pascua pensaban que estaban hechos para grandes cosas, discutían sobre quién fuese el más grande entre ellos, y esas cosas. Ahora se encuentran, «tocando el fondo». En este clima, recuerda Francisco, “llega el primer ¡la paz esté con ustedes! del Resucitado”. Los discípulos deberían haber sentido vergüenza, y en cambio se llenan de alegría. “¿Por qué?”, pregunta el Papa. “Porque ese rostro, ese saludo, esas palabras desvían su atención de sí mismos a Jesús”. Los discípulos “se sienten atraídos por sus ojos, donde no hay severidad, sino misericordia”.
Cristo no les recrimina el pasado, sino que les renueva su benevolencia. Y esto los reanima, les infunde en sus corazones la paz perdida, los hace hombres nuevos, purificados por un perdón que se les da sin cálculos, un perdón que se dona sin méritos.
“Después de una caída, un pecado o un fracaso”, también nosotros «nos hemos sentidos como los discípulos aquella tarde», constata el Santo Padre. Pero “precisamente allí – asegura– el Señor hace ‘lo que sea’ para darnos su paz”: ya sea por medio de una Confesión, de las palabras de una persona que se muestra cercana, de una consolación interior del Espíritu Santo, de un acontecimiento inesperado y sorprendente, Dios se asegura de hacernos sentir el abrazo de su misericordia, una alegría que nace de recibir “el perdón y la paz”. Es importante, “hacer memoria” del perdón y la paz que recibimos de Dios, porque “nada puede seguir siendo como antes para quien experimenta la alegría de Dios”.
Testigos de estas palabras: ¡La paz esté con ustedes!
En el segundo saludo, recuerda Francisco, el Señor agrega: “Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes». Les da a los discípulos el Espíritu Santo, para hacerlos ministros de reconciliación. «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados». Ellos “no sólo reciben misericordia”, subraya el Santo Padre, “sino que se convierten en dispensadores de esa misma misericordia que han recibido”. Reciben este poder, «no en base a sus méritos, a sus estudios, no, no: es un puro don de la gracia, que se apoya en su propia experiencia de hombres perdonados». Y se dirige a los Misioneros de la Misericordia: Si uno de ustedes no se siente perdonado, que se detenga y no sea misionero de la misericordia hasta que se sienta perdonado. De esa misericordia recibida serán capaces de dar tanta misericordia, de dar tanto perdón.
Por eso “hoy y siempre”, afirma el Obispo de Roma, “el perdón en la Iglesia nos debe llegar así: por medio de la humilde bondad de un confesor misericordioso, que sabe que no es el poseedor de un poder, sino un canal de la misericordia, que derrama sobre los demás el perdón del que él mismo ha sido el primer beneficiado”. «No torturen a los fieles que vienen con los pecados» pide a los confesores, porque Dios «lo perdona todo».
Porque «hemos recibido en el Bautismo el Espíritu Santo para ser hombres y mujeres de reconciliación”, debemos también «compartir el pan de la misericordia con los que están a nuestro lado”. Así, el Papa insta a preguntarnos:
Yo, aquí donde vivo, en la familia, en el trabajo, en mi comunidad, ¿promuevo la comunión, soy artífice de reconciliación? ¿Me comprometo a calmar los conflictos, a llevar perdón donde hay odio, paz donde hay rencor?¿O caigo en el mundo de las habladurías, que siempre matan, siempre? Jesús busca que seamos ante el mundo testigos de estas palabras suyas: ¡La paz esté con ustedes! He recibido la paz: la doy al otro.
El Señor comprende nuestra humanidad, ¡invoquémoslo!
La tercera vez que el Señor repite “la paz esté con ustedes”, lo hace para confirmar la fe tambaleante de Tomas que quiere “ver y tocar”. El Señor, recuerda el Santo Padre “no se escandaliza de su incredulidad, sino que va a su encuentro: ‘Trae aquí tu dedo y mira mis manos’”.
No son palabras desafiantes, sino de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza y el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así que de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!»
Porque en Tomás “está la historia de todo creyente, de cada uno de nosotros”, la invocación que hace ante el Señor podemos hacerla nuestra, y repetirla durante el día, sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad. Jesús, en estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo triunfante y con pruebas abrumadoras, no hace milagros rimbombantes, sino que ofrece cálidos signos de misericordia. Pensemos en nuestros hermanos que sufren. Y porque “la misericordia de Dios, en nuestras crisis y en nuestros cansancios, a menudo nos pone en contacto con los sufrimientos del prójimo”, descubrimos también las llagas de nuestros hermanos y hermanas: Pensábamos que éramos nosotros los que estábamos en la cúspide del sufrimiento, en el culmen de una situación difícil, y descubrimos que aquí, permaneciendo en silencio, hay alguien que está pasando momentos, períodos peores.
Preguntémonos entonces – pide el Papa Francisco – si en este último tiempo hemos tocado las llagas de alguien que sufra en el cuerpo o en el espíritu; si hemos llevado paz a un cuerpo herido o a un espíritu quebrantado; si hemos dedicado un poco de tiempo a escuchar, acompañar y consolar. Porque, “cuando lo hacemos, encontramos a Jesús, que desde los ojos de quienes son probados por la vida, nos mira con misericordia y nos dice: ¡La paz esté con ustedes!”. Me gusta pensar en la presencia de la Virgen entre los apóstoles, allí, y cómo después de Pentecostés pensamos en ella como Madre de la Iglesia – concluye el Santo Padre. Me gusta pensar en ella el lunes, después del Domingo de la Misericordia, como Madre de la Misericordia: que Ella – es la esperanza del Papa Francisco – nos ayude a avanzar en nuestro ministerio tan bello.