…) / Hechos 10:34a.37-43 / Colosenses 3:1-4 / Juan 20:1-9
¡Si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí! No estaríamos aquí porque no celebraríamos el día de Pascua, ni hoy en la alegría de la fiesta de las fiestas, ni en cada una de nuestras eucaristías. El mensaje insistente de las lecturas, las oraciones y los cantos de esta misa de la mañana del domingo de Pascua no es otro que éste: ¡Cristo ha resucitado! Y añadimos el canto de gozo más sencillo de la Iglesia: Aleluya, aleluya, que no habíamos cantado durante toda la cuaresma.
Si Jesucristo no hubiera resucitado, su vida se habría perdido en el anonimato del tiempo, y no estaríamos aquí porque seguramente no tendríamos ningún testigo de él, ni de su persona, ni de su mensaje liberador, inteligente, profundo, conocedor de la persona hasta las dimensiones más profundas, inspirador de tantos y tantas que han venido después de él y han enriquecido nuestra cultura y nuestra espiritualidad cristianas.
Si Jesucristo no hubiera resucitado, no estaríamos aquí porque no formaríamos ninguna comunidad de bautizados, porque nuestro sentido de ser hijos de un mismo Padre Dios y de ser hermanos y hermanas unos de otros, no encontraría su fundamento en Jesús de Nazaret , y como la historia nos demuestra, sólo Dios es capaz de reunir a la humanidad en una familia realmente global y permanente en el tiempo. Pero como sabemos bien, Pascua no es una celebración cerrada de los discípulos consigo mismos, contentos de reencontrar aquella intimidad de amigos y compañeros que habían tenido en la vida de Jesús, sino que fue un impulso hacia delante y hacia afuera. Y en este impulso hacia fuera tenemos la alegría de acoger nuevos bautizados como hemos hecho esta noche, y de acoger también a la plena comunión de la eucaristía a vosotros, os acoge con alegría en la mesa del Señor en nombre de toda la Iglesia.
MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA
JUAN 20, 11-18
En el Evangelio de hoy encontramos a María Magdalena llorando junto a la tumba del Señor resucitado. Luego lo ve a Jesús y no lo reconoce de inmediato.
Uno de los detalles maravillosos es que ella piensa que Él es el jardinero. En el libro del Génesis, Dios es el jardinero del Edén que camina con las criaturas en una amistad natural. El pecado, la ruptura del lazo de la gracia, pone fin a esta relación íntima.
A lo largo de la historia de la salvación, Dios trata de restablecer esa amistad. A través de la muerte de Jesús, por medio de esa tumba en un jardín, logra Su objetivo. Entonces ahora, esta vez en Cristo, aparece nuevamente como jardinero. “Jesús le dijo: ‘¡María!’. Ella lo reconoció y le dijo en Hebreo:‘Rabbouni’”.
Entonces Jesús le dice: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos . . .” El no aferrarse tiene que ver con el llamado a proclamar. La idea no es retener a Jesús, sino anunciar lo que ha logrado. El contenido de la proclamación es que, una vez más, nos hemos convertido en amigos íntimos de Dios: “Mi Padre y tu Padre. . . mi Dios y tu Dios”.
¿Qué tenemos que hacer?
La primera lectura relata el discurso de Pedro inmediatamente después de recibir el Espíritu Santo, según el texto. El, que ha experimentado en su vida la fuerza de la Resurrección realizará la misión encomendada por Jesús: Id y haced discípulos míos.
Escuchando a Pedro hablar a una multitud congregada para la fiesta de pentecostés, y recordando su pasado inmediato, despierta en nosotros sentimientos de gratitud y admiración, y también confianza en la fuerza transformadora de la Gracia.
Hoy la liturgia nos presenta a Pedro y María Magdalena, dos personas a las que el encuentro con Cristo ha transformado radicalmente su vida.
Este proceso maravilloso de transformación ha continuado a lo largo de la historia de la Iglesia, de ayer y de hoy, Cristo sigue vivo haciéndose presente en cada persona que es capaz de reconocerle y vivir en comunión con El.
Pedro expone con vehemencia el núcleo del mensaje cristiano, “… el mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios constituido Señor y Mesías”
Como respuesta a las palabras de Pedro surge un cuestionamiento interior en forma de pregunta, y nosotros ¿qué tenemos que hacer? Ante la proclamación de la Palabra, ¿Y yo qué tengo que hacer?
Y nos señala un camino, un comienzo “arrepentíos” es decir, cambiar la mente y el corazón, dejaros transformar por su Gracia. Y esto no sólo es programa de cuaresma sino de todo tiempo litúrgico.
¡Cristo vive!
Cristo ha resucitado, es la proclamación más importante repetida en estos días, y en toda la historia del cristianismo. Los evangelistas, con algunas pequeñas variantes derivados de los distintos contextos culturales y comunidades a las que se dirigen, ponen por escrito lo que vivieron u oyeron a través de los relatos que se iban sucediendo en las comunidades de los creyentes.
Ni Juan, ni los otros evangelistas escriben una crónica de lo sucedido al tercer día de la muerte de Jesús. Expresan lo que ha significado para ellos, su encuentro con Jesús después de su muerte. La transformación que experimentaron en sus vidas, no sin antes recorrer un camino no exento de dificultades y sufrimiento: miedo, fracaso, desorientación, búsqueda. Todos, al leer el texto de hoy, sabemos el contexto en el que se han desarrollado los últimos días vividos por Jesús. Tenemos la representación mental de las negaciones, abandonos y también la fidelidad de las mujeres al pie de la cruz.
Hoy la Palabra, nos vuelve a hablar de fidelidad, de perseverancia, de amor. María Magdalena busca a Jesús, busca su cadáver “cuando todavía estaba oscuro” dice Juan al comienzo del capítulo. Quizá sea un dato geográfico, pero es sin duda, un dato existencial. Ha perdido, se ha roto con la muerte, la vinculación afectiva, y quizá también contemple la posibilidad de perderse para siempre aquel proyecto de vida plena, de un mundo diferente, donde cuentan los pobres, enfermos, las mujeres, donde el perdón, el servicio, el amor son las actitudes que se reivindican, diríamos hoy, para participar de ese reino que El viene a inaugurar.
Es posible que María Magdalena contemplara todo eso en la oscuridad y cercanía de un sepulcro vacío.
Los versículos anteriores relatan que una vez que avisa a Pedro y a Juan que el sepulcro donde está enterrado Jesús está vacío, éstos vuelven a casa, pero ella, María, permanece allí con un dolor grande en su corazón todavía envuelto en las tinieblas de la noche.
Una vez más, no huye espantada, sino que permanece ¿esperando el amanecer? Pero no permanece inactiva, busca “se inclinó para mirar dentro del sepulcro”
Mujer, ¿por qué lloras? Ante momentos de oscuridad, de aparente fracaso, que importante es no perder la capacidad de dialogar, entrar en relación, y también de dialogar con nosotras mismas, ¿por qué?
El encuentro
Y en el marco precioso de un amor envuelto en lágrimas, de búsqueda perseverante, de diálogo sincero, Alguien se acerca a su vida ¿por qué lloras?, se abre al diálogo con el desconocido. ¡María!
Y amaneció en su corazón, ¡Raboni! se encontró con el amado de su alma, “Él está vivo” y ha hablado con Él, ha contado María Magdalena a los discípulos.
Descubre al Jesús de la fe, no me toques …experimentó en su vida el encuentro con Jesús resucitado, que le confía una misión: Ve a mis hermanos y diles (…). Fue entonces María para comunicar la Buena Nueva a los discípulos ¡el Señor vive!
“De este modo se convierte en evangelista, es decir, en mensajera que anuncia la buena nueva de la resurrección del Señor; o como decían Rabano Mauro y Santo Tomás de Aquino, en «apóstola de los apóstoles», porque anunció a los apóstoles aquello que, a su vez, ellos anunciarán a todo el mundo. Con razón el Doctor Angélico utiliza este término aplicándolo a María Magdalena: es un testigo de Cristo resucitado y anuncia el mensaje de la resurrección del Señor, al igual que los otros apóstoles” (del Boletín diario de 29.10.2021 de la Santa Sede)
Esta semana de pascua es un buen momento para recorrer nuestro propio camino de fe, Él está pronto a manifestarse en nuestra vida, hortelano, compañero de camino, anfitrión, reforzando la fe de un gran grupo, de un descreído Tomás. En la medida que apaguemos otras voces, escucharemos la suya, la llamada personal a cada uno de nosotros, ¡María o…! Ve y diles a mis hermanos. Eres tú el que has de hacerme presente en nuestro mundo necesitado de vida y de esperanza de resurrección.
Haz, Señor que florezca la vida en medio de tanta muerte como rodea nuestro mundo y que yo colabore contigo en esta misión.
Elfego de Winchester, Santo
Obispo y Mártir, 19 de abril
Martirologio Romano: En la playa junto a Greenwich, en Inglaterra, pasión de san Elfego, arzobispo de Canterbury y mártir, el cual, mientras los daneses pasaban a sangre y fuego el país, se presentó ante ellos con la intención de salvar a su grey, y al no poder ser rescatado por dinero, el sábado después de Pascua fue golpeado con huesos de oveja y finalmente decapitado († 1012).
También conocido como: San Elfego de Canterbury
También conocido como: San Alfego de Canterbury (o de Winchester)
Breve Biografía
San Elfego ingresó muy joven en el monasterio de Deerhurst, en Gloucestershire. Más tarde se retiró a la soledad, cerca de Bath y llegó a ser abad del monasterio de Bath, fundado por segunda vez por san Dunstano. Elfego no toleraba la menor relajación de la regla, pues sabía cuán fácilmente las concesiones acaban con la observancia en los conventos. Solía decir que era mejor permanecer en el mundo que ser un monje imperfecto.
A la muerte de san Etelwoldo, el año 984, san Dunstano obligó a Elfego a aceptar el obispado de Winchester, a pesar de que no tenía más que treinta años de edad y se resistía a ello. En esa alta dignidad las excepcionales cualidades de san Elfego encontraron ancho campo de actividad. Su liberalidad con los pobres era tan grande que, durante su episcopado, no había un solo mendigo en Winchester. Como seguía practicando las mismas austeridades que en el convento, los prolongados ayunos le hicieron adelgazar tanto, que algunos testigos declararon que se podía ver a través de sus manos cuando las levantaba en la misa. Después de haber gobernado sabiamente su diócesis durante veintidós años, fue trasladado a Canterbury, donde sucedió al arzobispo AeIfrico. Fue a Roma a recibir el palio de manos del papa Juan XVIII.
En aquella época, los daneses hacían frecuentes incursiones en Inglaterra. En 1011, unidos al conde Edrico, que se había rebelado, marcharon contra Kent y pusieron sitio a Canterbury. Los principales de la ciudad rogaron al arzobispo que huyese, pero san Elfego se negó a hacerlo. La ciudad cayó, por traición, y los daneses degollaron a gran cantidad de hombres y mujeres de todas las edades. San Elfego se dirigió al lugar de la ciudad en que se estaban cometiendo los peores crímenes y, abriéndose camino entre la multitud, gritó a los daneses: «No matéis a esas víctimas inocentes. Volved vuestra espada contra mí». Inmediatamente fue atacado, maltratado y encarcelado en un oscuro calabozo.
Algunos meses más tarde, fue puesto en libertad, a raíz de una misteriosa epidemia que se había propagado entre los daneses; pero, a pesar de que san Elfego había curado a muchas víctimas con su bendición y con el pan bendito, los bárbaros exigieron todavía tres mil coronas de oro por su persona. El arzobispo declaró que la región era demasiado pobre para pagar esa suma. Así pues, los daneses le llevaron a Greenwich y le condenaron a muerte, por más que un noble danés, Thorkell el Alto, trató de salvarle. La Crónica Anglosajona narra en verso su trágico fin:
Hicieron prisionero a aquél que había sido
cabeza de Inglaterra y de la Cristiandad.
En la infeliz ciudad, antaño tan sonriente,
de la que recibimos esa herencia cristiana
que nos hizo felices ante Dios y los hombres,
todo era miseria …
El cuerpo de san Elfego fue recuperado y sepultado en San Pablo de Londres. En 1023, el rey Canuto de Dinamarca le trasladó solemnemente a Canterbury. Uno de los sucesores de san Elfego, Lanfranco, dijo a san Anselmo que su antecesor no había muerto por la fe, pero el santo le respondió que morir por la justicia era lo mismo que morir por Dios. Los ingleses siempre han considerado como mártir a san Elfego. Su nombre se halla en el Martirologio Romano y las diócesis de Westminster, Clifton, Portsmouth y Southwark, celebran todavía su fiesta.
¿A quién buscas?
Santo Evangelio según san Juan 20, 11-18. Martes de la Octava de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Concédeme poder buscarte de corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 11-18
El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: «¿Por qué estás llorando, mujer?». Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto».
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: «Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?». Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: «Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto». Jesús le dijo: «¡María!». Ella se volvió y exclamó: «¡Rabuní!», que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’».
María Magdalena se fue a ver a los discípulos y les anunció: «¡He visto al Señor!», y les contó lo que Jesús le había dicho.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio de hoy te muestra que el encuentro con Cristo resucitado cambia las lágrimas en alegría. Para que esto suceda hay que buscar a Cristo tal como hizo María Magdalena. Jesús sabía que le buscaba por eso se acerca esperando que vuelva sus ojos a Él, y en el momento que le ve le pregunta, ¿a quién buscas?
Esta pregunta Jesús la dirige a ti, quiere que veas en tu corazón y respondas; es fácil responder «te busco a ti, Señor», pero existe la posibilidad que te busques a ti mismo o busques a otra persona y, aun así, Jesús se acerca para que te des la oportunidad de verle y reconocerle y, al igual que María, te llenes de gozo y puedas decirle «¡Rabuní!» al momento que le escuches decir tu nombre, en tu corazón o de forma audible.
No temas en preguntarte a quién buscas, pues Jesús está a tu lado esperando que tu mirada y la de Él se encuentren. Que al igual que María Magdalena, quien fue la primera en anunciar el kerigma (Buena nueva), puedas decir como los primeros cristianos: ¡Cristo ha resucitado!, y escuchar: ¡Verdaderamente ha resucitado!
«¡Qué bonito es pensar que la primera aparición del Resucitado —según los Evangelios— sucedió de una forma tan personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre».(SS Francisco, Audiencia, 17 de Mayo de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy sonreiré a todas las personas con las que me encuentre, para demostrar la alegría que siento porque Jesús ha resucitado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotro
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Veremos a Dios
Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que decimos? ¿sabemos lo que significa ver a Dios?…
¿Qué es lo que esperamos en la otra vida? Nosotros no tenemos la menor duda: ¡Veremos a Dios! Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que nos decimos? ¿sabemos lo que significa ver a Dios?…
Llama mucho la atención en la Biblia el miedo que los judíos tenían de ver a Dios. Al sentir su presencia, se cubrían el rostro, porque podían morir con la vista del Señor. Así lo hace Moisés ante la zarza ardiendo:
– Se cubrió el rostro, porque tenía miedo de mirar a Dios.
Y el mismo Dios le dijo:
– No podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir viviendo…
Y recordemos a Jacob, a quien se aparece Dios, y exclama después:
– ¡He visto a Dios, y sin embargo no he muerto!…
Por eso venía a veces la nube, que manifestaba que Dios estaba allí, pero al mismo tiempo ocultaba su presencia, como ocurrió en la inauguración del Templo de Salomón.
Y este miedo lo tuvieron incluso los apóstoles, en el mismo Evangelio. En el Tabor, apenas oyen la voz de Dios, escondido en la nube que aparece sobre el monte, caen aterrados y apegan el rostro al suelo, hasta que se acerca Jesús y les anima:
– ¡No temáis!…
Así era la fe de Israel. Pero viene Jesús, y en su sermón programático de las bienaventuranzas proclama y promete:
– ¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!
La gente que oía a Jesús decir esto por primera vez, debió quedarse loca de alegría. -¿Cómo es posible eso de que vamos a ver a Dios, si a Dios no lo ha visto ni lo puede ver nadie? ¿Cómo es que ahora Jesús, el Maestro de Nazaret, que hace estos prodigios y que enseña con esta autoridad, nos dice que vamos a ver al mismo Dios?…
Los humildes, los sencillos, los de conciencia recta, ven a Dios con una fe sin trabas ya en este mundo, y después contemplarán a Dios cara a cara, sin velos.
Como nos dice Pablo:
– Ahora vemos como en espejo, después cara a cara.
Y completa Juan:
– Aún no se ha manifestado lo que seremos, porque, cuando llegue, veremos a Dios tal como es él..
¿Medimos lo que esto significa?…
Sin darnos cuenta, estamos contando un imposible. ¿Cómo una criatura puede ver al Dios invisible, al que es santísimo, al que supera todas las fuerzas humanas y las de los mismos ángeles? Sin embargo, lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Y esto es lo que Dios nos promete: que lo veremos tal como es: lo contemplaremos sin velos, cara a cara, en una dicha y en un gozo inenarrables, metidos en Él de tal manera que miraremos a Dios con los ojos del mismo Dios…
Esta es la gracia de las gracias. Todas las gracias que Dios nos hace van dirigidas a esta final: a verle a Él en la Gloria. Y, cuando lo veamos y poseamos, ya no desearemos nada más, porque se habrán colmado para siempre todos los anhelos del corazón.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos resume todo con estas palabras famosas de San Agustín:
– Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá en el fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin?…
Todo esto es un sueño, el feliz sueño de los creyentes. Un sueño bendito, no producido por una droga alucinante, sino por la Palabra de Dios, que nos lo promete con toda su seriedad divina:
– ¡Verán a Dios!… ¡Lo veremos cara a cara!… ¡Lo veremos tal como es Él!…
Esta llamada de Dios a su visión y a su gloria tiene su precio. No es una imposición, es una oferta. Es un regalo, pero condicionado. Dios nos crea y nos pone en este mundo con una dirección precisa. Nos coloca en el principio de la carretera, y nos dice:
– ¡Adelante, y hasta el fin! No te desvíes. No te salgas de la autopista. En un cruce que se atraviese, no te vayas ni a derecha ni a izquierda…
El gran Catecismo de la Iglesia Católica nos repite lo que aprendimos de niños en el pequeño catecismo de nuestra parroquia: Que Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. Esta es la carretera, la autopista real que conduce a Dios.
Lo conocemos y lo aceptamos con la fe.
Le servimos con nuestra adoración, nuestro culto y nuestra entrega a los hermanos que nos necesitan. Así le amamos con todo el corazón.
El ver a Dios será regalo y será premio. Dios se nos ofrece, pero nos exige esfuerzo. Requiere perseverancia hasta el fin. Por eso nos repite la Carta a los Hebreos:
– La perseverancia os es necesaria para alcanzar la promesa, todo eso que Dios nos ha ofrecido por nuestra fidelidad a su Palabra.
– ¡Oh Dios, Tú eres mi Dios! ―repetimos con el salmo―, mi alma está sedienta de ti… ¡Y cuándo llegaré, para ver el rostro de mi Dios!… Lo veremos sin morir, sino viviendo siempre, siempre….
¿Que es la conciencia y cómo educarla?
La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella
Pregunta:
Muchas personas me han consultado sobre la conciencia. Algunas de ellas explícitamente me han dicho que vivían en una situación de pecado (en concubinato, adulterio y otros vicios) pero que, al mismo tiempo, notaban cierta falta de remordimiento por su estado que los preocupaba; la pregunta en ese caso podría resumirse así: “¿se me ha dormido la conciencia?”. En otros casos el problema rondaba más bien por la conciencia escrupulosa; por ejemplo, una de estas personas decía: “tengo una conciencia algo escrupulosa que me empuja a alejarme de los sacramentos porque así vivo aparentemente más tranquilo (ya llevo más de veinte años sin recibir la comunión ni confesarme porque siempre que lo hacía igualmente me daba la impresión de seguir en pecado); ¿qué me aconseja hacer para formar mi conciencia?”. Finalmente, algunos han hecho preguntas más generales, queriendo informarse mejor sobre este tema tan importante; la más amplia de las consultas proviene de un profesor de religión y reza como sigue: “Quiero saber sobre la conciencia y cómo debe ser educada, también qué papel juega en ella la moral y los valores”.
Respuesta:
Tomo pie de todas ellas, para exponer los principios generales de la conciencia moral.
1. Algunos errores sobre la conciencia
Se pueden señalar fundamentalmente dos errores sobre la conciencia, que observamos a veces entre la gente común, pero sobre todo defendidos por algunos filósofos e incluso teólogos.
(a) Sobre la naturaleza de la conciencia
El primer error consiste en entender la conciencia como una especie de facultad autónoma, independientemente de la inteligencia. En realidad la conciencia es un acto y no una facultad. En efecto, para explicar su función no hace falta suponer en el hombre una facultad distinta de la inteligencia. Pablo VI, hablando de la conciencia psicológica ha dicho que “es una especie de vigilancia sobre nosotros mismos; es un mirar en el espejo de la propia fenomenología espiritual, la propia persona¬lidad; es conocerse, y, en cierto modo llegar a ser dueño de sí mismo” 1. La conciencia moral es ese mismo conocerse pero respecto de la moralidad de esos actos: del bien y del mal de nuestros actos pasados, presentes y futuros (los que planeamos). Las ideas de la conciencia que divulgan en nuestro tiempo muchas corrientes inspiradas en la New Age, hacen de la conciencia una especie de superfacultad, en algunos casos separada de todo hombre, concebida a modo de “alma del mundo” o “conciencia cósmica” o “universal”, que ni es Dios ni nada que en el fondo pueda definirse. Tampoco es exacta verla como hace Häring, tratando también de hacerse eco de la visión “holistica” en la que tanto insiste la New Age: “Habita tanto en el entendimiento como en la voluntad y es una fuerza dinámica en ambos, ya que la inteligencia y la voluntad pertenecen, juntas, al campo más profundo de nuestra vida psíquica y espiritual” 2.
(b) Conciencia creadora
Un segundo desacierto es atribuir a la conciencia la función de crear los valores morales, es decir, el determinar lo que está bien y lo que está mal. Advertía Juan Pablo II contra este equívoco: “Las tendencias culturales… que contraponen y separan entre sí libertad y ley, y exaltan de modo idolátrico la libertad, llevan a una interpretación «creativa» de la conciencia moral, que se aleja de la posición tradicional de la Iglesia y de su magisterio” 3.Lamentablemente, el Pontífice no hablaba de corrientes ajenas a la Iglesia sino de posiciones enseñadas por moralistas “católicos”. Por ejemplo, B. Häring habla de la “cualidad creativa de la conciencia”, como algo superior a lo que él llama conocimiento abstracto y sistemático 4. Esto, traducido en lenguaje comprensible para los “no iniciados” significa lisa y llanamente que es el hombre quien en última instancia debe decidir cómo obrar en cada circunstancia concreta, sirviéndose sólo de modo ilustrativo de cuanto enseña la filosofía, la tradición, el magisterio y el mismo evangelio, etc. De este modo, un acto o comportamiento sería bueno si ha sido decidido “en conciencia”; pero la expresión “en conciencia” no significa aquí, como para la sana tradición filosófica, “después de haber visto qué es lo que Dios quiere (lo que muchas veces ya está expresado en sus mandamientos, en la revelación y en el magisterio auténtico de la Iglesia) y la naturaleza de las cosas exige” sino solamente en una especie de “resolución prometeica”: pura determinación de la voluntad del individuo en contra (o al menos, con total independencia) del querer de Dios y de la naturaleza de las cosas. Juan Pablo II ha notado en su encíclica Veritatis splendor que a esto responde el mismo cambio de lenguaje que se ha operado entre la gente común: a los actos de la conciencia no se los llama ya “juicios” sino “decisiones” 5; en efecto, el juicio implica una comparación respecto de una norma (se juzga si algo está bien o mal, según que se adapte o no con una norma superior); en la decisión, en cambio, soy yo quien sentencia el valor que tendrán las acciones. Esta concepción, lastimosamente, quiebra la función de la inteligencia como “lugar” donde el hombre encuentra la luz de Dios que ilumina su obrar 6.
De aquí se sigue que, cuando se exige “libertad de conciencia”, lo que se pide, con frecuencia, no es respeto por aquello que vemos sinceramente que Dios (a través de las vías que tiene para mostrar su voluntad al hombre: naturaleza, revelación, magisterio) quiere de nosotros, sino el “derecho” de decidir lo que a cada uno le parece bien, y obrar en consecuencia. Muy semejante a la tentación del Paraíso: el pecado de Adán y Eva —a tenor del relato bíblico— consistió en el querer determinar por su propia cuenta el bien y el mal de sus actos, sin importarle la voluntad objetiva de Dios.
(c) La conciencia, último juez absoluto
Un tercer error que podemos señalar es el de quienes hacen de la conciencia el último juez absoluto. Es la consecuencia lógica del error anterior. Si la verdad objetiva (natural o revelada) juega un papel fundamental en la determinación de lo que está bien y de lo que está mal, entonces el último juez es la verdad objetiva, y nuestra conciencia debe, ante todo, buscar y descubrir esa verdad y adecuarse con ella. Pero si no es así; si nuestra conciencia es independiente de la realidad objetiva de las cosas y de las leyes divinas y humanas, entonces, cada uno de nosotros es su propio juez. En filosofía esto se denomina “justificación absoluta de la conciencia errónea”. Lo cual se dice pronto y fácilmente, pero ¿quién es capaz de medir las consecuencias de esta falsificación de las ideas? Recomiendo vivamente la lectura de la novela de Dostoievski “Crimen y castigo” para ver cuáles son los finales de tales principios. Si no se puede acceder a esta obra, puede tenerse una visión aproximada leyendo la crónica policial de cualquiera de los diarios de esta mañana. Después nos quejamos cuando escuchamos al machista que justifica su crimen diciendo “la maté porque era mía”. Este no es más que un caso de “conciencia-juez supremo” (uno de todos los que día a día elaboran las mentes de personas que no pasan por malevos sino por honrados ciudadanos… de este mundo).
Así y todo, esto es lo que enseña, por ejemplo, el ya citado Häring, cuando escribe que, en caso de conflicto entre la razón humana (que es falible, recordamos nosotros) y las leyes divinas (que son infalibles, recordamos nuevamente nosotros) … ¡hay que dar el privilegio a la razón humana! 7
A propósito de una discusión sobre el tema, y ante alguno que defendía posiciones semejantes a la que aquí trascribimos (por supuesto, siempre en el campo abstracto de los principios donde las consecuencias últimas quedan desdibujadas por las nubes de las alturas especulativas), escribió el entonces Cardenal Ratzinger en un hermoso discurso (sugestivamente titulado “Elogio de la conciencia”): “Una persona objetó a esta tesis que, si esto tenía valor universal, entonces quedarían justificados incluso los miembros de las S.S. nazistas, a quienes tendríamos que buscar en el Paraíso. Porque estos, en efecto, realizaron sus atrocidades con fanática convicción y también con una absoluta certeza de conciencia. A esto, el otro respondió con la mayor naturalidad que las cosas eran precisamente así: no hay ninguna duda que Hitler y sus cómplices, que estaban profundamente convencidos de su causa, no hubieran podido obrar de otro modo y que, por tanto, aunque sus acciones hayan sido objetivamente espantosas, ellos, en el plano subjetivo, se comportaron moralmente bien. Desde el momento en que siguieron su conciencia —aun cuando estuviese deformada— se debería reconocer que su comportamiento era para ellos moral y, por tanto, no se podría dudar de su salvación eterna. Después de tal conversación quedé absolutamente seguro que había algo que no cuadraba en esta teoría del poder justificativo de la conciencia subjetiva; en otras palabras: quedé convencido que lo que lleva a tal conclusión debía ser una falsa concepción de la conciencia. Una convicción firme y subjetiva y la consiguiente ausencia de dudas y escrúpulos no justifican para nada al hombre” 8. Por algo Juan Pablo II afirmó que “hablar de la inviolable dignidad de la conciencia sin ulteriores especificaciones, conlleva el riesgo de graves errores” 9.
2. La auténtica concepción sobre la conciencia
El Concilio Vaticano II describió la conciencia como “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”10. Decíamos más arriba que por “conciencia” (moral) no designamos otra cosa que el juicio moral de nuestra inteligencia sobre nuestros propios actos (presentes, pasados y futuros). Esto es posible porque se da en nosotros no sólo una conciencia psicológica de nuestro obrar (o sea, autopercepción de nuestros propios actos: yo sé lo que he hecho, lo que estoy haciendo y lo que proyecto hacer en el futuro) sino también un conocimiento de los principios fundamentales del bien y del mal (de la moral): “llevamos dentro de nosotros mismos —ha dicho el Cardenal Ratzinger— nuestra verdad, porque nuestra esencia (nuestra naturaleza) es nuestra verdad” 11. Esto nos permite captar la armonía o el desacuerdo de nuestros actos con esos principios morales que advertimos como universales y superiores a nosotros. San Pablo, al hablar de los paganos, ha escrito:cuando los paganos, que no tienen ley [es decir ley revelada], cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, son para sí mismos ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón (Ro 2,14). Esto explica la percepción de determinados comportamientos como abominables en cualquier cultura, época o nivel de civilización, como la traición a la patria, el filicidio, el homicidio del inocente, etc. Cada vez que obramos percibimos la conformidad o desajuste de nuestros actos con esa ley sobre el bien y el mal escrita en nuestro corazón (como lo atestiguan los remordimientos de los malos y la serenidad de conciencia de los buenos). Por eso, la conciencia moral es la inteligencia cuando descubre esa “ley que él (el hombre) no se da a sí mismo, pero a la cual debe obedecer… Ley inscrita por Dios en su corazón” 12.
De este modo, la conciencia, cumple un triple oficio: es testigo de lo que estamos haciendo o hemos hecho, de la bondad o malicia de lo que obramos o hemos obrado (cf. 2Co 1,12; Ro 9,1); es juez (aunque no supremo), porque nos aprueba cuando lo que obramos es bueno, y nos condena (remordimientos de conciencia) cuando hemos obrado o estamos obrando mal; y es pedagogo al descubrirnos e indicarnos el camino del buen obrar 13. Como decía san Buenaventura: “La conciencia es como un heraldo de Dios y su mensajero, y lo que dice no lo manda por sí misma, sino que lo manda como venido de Dios, igual que un heraldo cuando proclama el edicto del rey. Y de ello deriva el hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar” 14.
3. Dos corolarios fundamentales
Yo señalaría dos temas importantísimos que deben tenerse en cuenta sobre la realidad de la conciencia: su relación con la verdad y el problema del error.
(a) La conciencia y la verdad
Con muy buen tino un teólogo de nuestro tiempo ha hablado de la función mediadora de la conciencia. ¿Qué significa esto? Quiere decir que la conciencia no es la instancia absoluta del bien y del mal en nuestros actos, sino que hay algo que está por encima de ella, y que sí merece el título de referencia moral última. Por eso, los antiguos decían que la conciencia era «regula regulata»: regla reglada; algo así como “regla medida”. Ella debe guiar nuestros actos, pero a condición de que ella misma se deje guiar, se con-forme, con algo que superior a sí misma. Eso superior es la verdad objetiva, que se contiene en Dios, porque es la Verdad Absoluta, y en la misma esencia de las creaturas, como verdad participada.
Ocurre con nuestra conciencia lo mismo que con un árbitro deportivo. Los jugadores deben atenerse a él y a sus decisiones, pero él juzga bien de un partido en la medida que aplique correctamente el reglamento y no distorsione la realidad según sus gustos, intereses o ganancias personales. A veces uno escucha: “es un referí bombero 15; sólo le pedimos que cobre lo que hay que cobrar”. El sentido común entiende que siempre hay un“lo que” (una relación objetiva) con lo que hay que ajustarse para estar en la verdad. Muchos tienen una conciencia bombera, pero como “cobra” a favor de nosotros (y en contra de la verdad) “no levantamos la perdiz” 16.
Así nuestra conciencia es árbitro de nuestros actos, pero sobreentendiendo que hay un Reglamento superior a ella; por tanto ella guía bien en la medida en que es fiel al reglamento de la verdad. La dignidad de la conciencia proviene de que nos hace de puente, intermediario, con esa verdad que, según hemos dicho, se encuentra escrita en lo profundo de nuestra naturaleza y corazón; naturaleza creada por las manos de Dios. Es por eso que la Sagrada Escritura insiste constantemente que busquemos la verdad y juzguemos de acuerdo a la verdad: No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Ro 12, 2).
(b) La falibilidad de la conciencia
El segundo tema que hay que tener en cuenta es la realidad de que la conciencia a veces se equivoca, puede fallar. “Ella, dice Juan Pablo II, no es un juez infalible” 17. Es un acto de nuestra inteligencia, la cual es creada, finita, falible, herida e influenciable.
Hay afirmaciones que son puramente abstractas o especulativas y que, por tanto, no nos comprometen en absoluto (mi vida difícilmente se encuentre en una encrucijada por declarar cosas como “hoy es un día pintoresco” o “pi es la decimosexta letra del alfabeto griego”). Pero hay otras que comprometen seriamente nuestra conducta (como reconocer que “nadie puede salvarse si muere en el estado en que yo me encuentro en este momento” o “en un peligro como el que se nos viene encima, un hombre honrado debe jugarse el pellejo”); estos son “juicios prácticos” que exigen de nosotros actitudes correspondientes, sacrificios, heroísmos o simplemente “obrar de modo consecuente”. Y como no todos están dispuestos a cambiar situaciones que hay que cambiar, a afrontar riesgos que hay que afrontar, a mantenerse firmes a pesar de las desventuras que puedan venir cuando la verdad lo exige, ocurre que los gustos, miedos, hábitos, comodidades, oportunismo, cobardía, flaqueza de ánimo o ruindad, interfieren sobre nuestra conciencia para “matizar”, “acomodar”, “ahogar, “amordazar” o “cauterizar” la conciencia. De allí que no siempre ésta pueda juzgar libre de prejuicios e influencias. Y por eso, tantas veces yerra o juzga tuertamente.
Pero cuando la conciencia juzga erróneamente —apartándose de la verdad— pierde su dignidad. Sólo hay un caso en que la conciencia, aún en el error, mantiene accidentalmente cierta dignidad: cuando yerra involuntariamente y es absolutamente incapaz de salir del error porque ni siquiera sospecha que está en el error. Esto es lo que los moralistas llaman “error invencible”. Ocurre cuando buscando decididamente la verdad cree encontrarla donde la verdad no está y la persona no puede percibir su error por ningún medio. En estos casos, la conciencia es subjetivamente inocente y nos desliga de toda responsabilidad. Pero esto no ocurre siempre tan limpiamente. No es el caso de los que no aman la verdad, ni se preocupan de ella; no es tampoco el caso de los que desprecian el consejo de los sabios y prudentes, y, en nuestra condición de católicos, no es el caso de quienes desprecian la enseñanza autorizada del magisterio de la Iglesia. Juan Pablo II, hablando de los teólogos que enseñaron (y enseñan) que se puede seguir la propia conciencia aún después de haberse enterado que el magisterio, en este o aquel punto concreto, enseña lo contrario de nuestro propio parecer, afirma con particular dureza: ¡“esta negación hace vana la cruz de Cristo”! 18; porque precisamente “…el magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo el Señor para iluminar la conciencia”19. El magisterio no es una opinión más sino una de las fuentes donde debemos iluminar la conciencia. De ahí que nos deban interpelar agudamente aquellas palabras de un documento sobre la función del teólogo en la Iglesia: “Oponer al magisterio de la Iglesia un magisterio supremo de la conciencia es admitir el principio del libre examen, incompatible con la economía de la Revelación y de su transmisión en la Iglesia, así como con una concepción correcta de la teología y de la función del teólogo” 20. O sea: es mala teología y equivale a renovar el error de los reformadores protestantes.
Por eso, citando nuevamente a Juan Pablo II, debemos decir que “no es suficiente decir al hombre ‘sigue siempre tu conciencia’. Es necesario añadir inmediatamente y siempre: ‘pregúntate si tu conciencia dice la verdad o algo falso, y busca incansablemente conocer la verdad’. Si no se hiciera esta necesaria precisión, el hombre arriesgaría encontrar en su conciencia una fuerza destructora de su verdadera humanidad, en vez del lugar santo donde Dios le revela su verdadero bien” 21.
4. La educación de la conciencia
Esto nos lleva al último punto: la necesidad de educar nuestra conciencia para que nuestros juicios sean siempre veraces 22. Para esto son necesarias dos cosas.
Ante todo, vivir virtuosamente y buscar la virtud. Sólo la virtud puede garantizarnos que nuestras pasiones no fuercen nuestra conciencia para “justificar” los comportamientos defectuosos o los pecados que no queremos reconocer.
Y en segundo lugar, debemos iluminar (instruir) nuestra conciencia sobre el bien y sobre la verdad. Y esto se hace mediante la fe, la meditación de la Palabra de Dios y el estudio de la enseñanza del magisterio de la Iglesia. Vale para todos lo que Juan Pablo II mandaba a los Obispos de Francia: “Los Pastores deben formar las conciencias llamando bueno a lo que es bueno y malo a lo que es malo” 23. ¿Se va a exceptuar un laico católico de esta obligación por el hecho de no ser pastor de nadie? Sólo si uno ha puesto todos los medios para que su conciencia sea recta (estudio, búsqueda de la verdad, oración) puede honestamente tener la certeza moral de que es un hombre o una mujer de conciencia y que obra en conciencia. Si se equivoca, después de poner tales medios, no sería culpable. Pero sólo después de poner tales medios y no antes.
* * *
El 6 de julio de 1535 quien fuera Canciller del Reino de Inglaterra fue decapitado por orden del Rey. Perpetró el crimen (políticamente) imperdonable de no aceptar la nulidad del matrimonio del monarca con su primera (y única verdadera) esposa, el cual, objetivamente no era nulo. Tuvo en sus manos la llave de la vida: decir lo que el rey quería que dijese. Rechazó una llave que para él exigía un precio impagable. Y por eso Tomás Moro fue decapitado; pero antes de morir pudo escribir a su hija: “Hasta ahora, la gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia”. ¡Cuántas cabezas en nuestros días viajan cómodamente sobre sus hombros, porque dentro de ellas ya no pilotea una conciencia inmaculada!
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1 Pablo VI, Alocución del 12/II/1969; Cf. Homilía en el I Domingo de Cuaresma, 7/III/1965.
2 B. Häring, Libertad y fidelidad en Cristo (Barcelona 1983), I, 244-245.
3 Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, 54.
4 B. Häring, Libertad y fidelidad en Cristo, I, 249. “Una teología moral que intente afirmar la fidelidad y libertad creadoras como conceptos clave jamás podrá olvidar esta dimensión. Precisamente un consenso creciente del hecho y naturaleza de tal conocimiento empuja a numerosos teólogos a valorar el conocimiento abstracto y sistemático como una forma secundaria y derivada de conocimiento” (Ibídem).
5 Cf. Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, 55.
6 “Durante estos años, como consecuencia de la contestación a la Humanae Vitae, se ha puesto en discusión la misma doctrina cristiana de la conciencia moral, aceptando la idea de conciencia creadora de la norma moral. De esta forma se ha roto radicalmente el vínculo de obediencia a la santa voluntad del Creador, en la que se funda la misma dignidad del hombre. La conciencia es, efectivamente, el ‘lugar’ en el que el hombre es iluminado por una luz que no deriva de su razón creada y siempre falible, sino de la Sabiduría del Verbo, en la que todo ha sido creado…” (Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el II Congreso internacional de teología moral, 12 de noviembre de 1988, L’Osservatore Romano, 22/I/1989, p. 9, n. 4).
7 “Ya que las reglas de la prudencia se muestran eficaces en las cuestiones de (…) ley humana positiva (…), no parece que haya inconveniente de aplicarlas también a la ley positiva divina, y aun a las leyes esenciales que dimanan del orden de la naturaleza y de la gracia… En principio la libertad «posee» sobre la ley” (B. Häring, La Ley de Cristo, [Barcelona 1973] I, 224-225). La aplicación de este principio a la ley humana es correcta, porque ésta es falible como también nuestra razón; pero no vale lo mismo para la ley divina ni para la ley natural (que es ley divina) que es infalible y divina (y, por tanto, no se le escapan las excepciones al legislador al formular su ley). Es una cuestión de (sana) lógica: en el conflicto entre una razón falible y una infalible, no puedo pensar que tal vez sea la falible la que tenga razón.
8 J. Ratzinger, Elogio della coscienza, “Il Sabato”, 16 marzo 1991.
9 Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el II Congreso internacional de teología moral, 12 de noviembre de 1988, L’Osservatore Romano, 22/I/1989, p. 9, n. 4.
10 Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 16.
11 Cf. L’Osservatore Romano, 15/X/93, p.22.
12 Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 16.
13 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1777.
14 San Buenaventura, In II Librum Sententiarum, dist. 39, a. 1, q. 3, concl.
15 En lenguaje coloquial de Argentina y Uruguay “bombear” es perjudicar deliberadamente a alguien.
16 Levantar la perdiz = alertar.
17 Juan Pablo II, Enc.Veritatis splendor, 62.
18 El Papa está diciendo en este discurso que la enseñanza de la anticoncepción como gravemente ilícita (contenida en la Humanae vitae) “es una enseñanza constante de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia que el teólogo católico no puede poner en discusión” (Discurso a los participantes en el II Congreso internacional de teología moral, 12 de noviembre de 1988, L’Osservatore Romano, 22/I/1989, p.9, n. 5).
19 Juan Pablo II, Ibídem, n. 4.
20 Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, 24/V/1990, nº 38.
21 Juan Pablo II, Catequesis del 17/VIII/83, nº 3.
22 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1783-1784.
23 Juan Pablo II, L’Osservatore Romano, 15/III/87, p.9, nº 5.
Claves para vivir una Pascua diferente
Van aquí algunas pascuas pequeñas y corrientes para ir creciendo y haciendo más viva nuestra vida
El tiempo de la pascua es el tiempo litúrgico en el cual celebramos el paso de Jesucristo de la muerte a la vida, pero no podemos vivir esta etapa “mirando hacia fuera”, debemos hacer dentro nuestro pequeñas “pascuas” que nos encaminen hacia la Pascua definitiva. Debemos ir renunciando a aquellas cosas que nos sumergen en la muerte para aceptar aquellas que plenifican nuestra vida.
Van aquí algunas “pascuas” pequeñas y corrientes para ir creciendo y haciendo más viva nuestra vida.
De la mentira a la verdad
La mentira vicia habitualmente muchos de nuestros actos, estamos acostumbrándonos a vivir en medio de ella y cada vez nos resulta más común. En estos días de pascua estamos invitados a hacer nuestra “pascua” hacia la verdad, y esto no es otra cosa que volver nuestros ojos hacia “La Verdad” que es el mismo Jesús.
Hagamos el esfuerzo a partir de ahora de evitar al menos las pequeñas mentiras cotidianas, y comenzaremos así a vivir y gustar nuestra propia Pascua.
Del egoísmo a la solidaridad
La sociedad actual nos invita constantemente a olvidarnos de los demás y centrarnos solo en nosotros mismos. Jesús nos alienta y anima a hacer la pascua de la entrega de todo nuestro ser.
En este tiempo pascual hagamos el firme propósito de pensar un poco más en los demás, dejemos de pensar que sólo nuestros problemas son los importantes y centremos nuestra mirada en los demás; si salimos de nosotros mismos veremos cómo es el mismo Dios quien se ocupa de nuestras cosas.
De la prisa a la paciencia
Este es el tiempo propicio para detener un poco la marcha y regalarle un trozo de nuestro tiempo al Señor; pero ¿cómo regalamos este tiempo?… ocupándonos de los demás.
Nuestros días transcurren con tanta prisa que muchas veces pasamos al lado de nuestros hermanos sn darnos cuenta de que están allí. Debemos hacer una pascua de esta relación con los demás, hagamos que a partir de ahora nada ni nadie pase por nuestro lado sin que nos demos cuenta. Demos a cada persona su lugar y su tiempo. Esto es hacer una pascua de la prisa a la paciencia.
Felices Pascuas de Resurrección.
Novena a la Divina Misericordia
El Viernes Santo del año 1937, Jesús le pidió a Santa Faustina que rezara una novena especial antes de la Fiesta de la Misericordia
Por: Santa Faustina Kowalska
El Viernes Santo del año 1937, Jesús le pidió a Santa Faustina que rezara una novena especial antes de la Fiesta de la Misericordia, desde el Viernes Santo. Él mismo le dictó las intenciones para cada día. Por medio de una oración específica, ella traería a su Corazón a diferentes grupos de almas cada día y las sumergería en el mar de su misericordia. Entonces, suplicaría al Padre, por el poder de la Pasión de Jesús, que les concediera gracias a estas almas.
Celebración de la Fiesta de la Misericordia
Para observar la Fiesta de la Misericordia, debemos:
1.- Celebrar la Fiesta el domingo después de la Pascua de Resurrección.
2.- Arrepentirnos sinceramente de todos nuestros pecados.
3.- Confiar por completo en Jesús.
4.- Confesarnos preferiblemente antes de ese domingo.
5.- Recibir la Santa Comunión el día de la Fiesta.
6.- Venerar (hacer un acto o demostración de profundo respeto religioso hacia ella por la persona a quien representa, en este caso a nuestro Señor Jesucristo) la Imágen de la Divina Misericordia.
7.- Ser misericordioso con los demás a través de nuestras acciones, palabras y oraciones a nombre de ellos.
Deseo
Dijo el Señor a Sor Faustina: Durante esos nueve días lleva a las almas a la fuente de mi misericordia para que saquen fuerzas, alivio y toda gracia que necesiten para afrontar las dificultades de la vida y especialmente en la hora de la muerte. Cada día traerás a mi Corazón a un grupo diferente de almas y las sumergirás en este mar de mi misericordia. Y a todas estas almas yo las introduciré en la casa de mi Padre (…) Cada día pedirás a mi Padre las gracias para estas almas por mi amarga pasión.
NOVENA A LA DIVINA MISERICORDIA
Se recomienda que se recen las siguientes intenciones y oraciones de la novena junto con la Coronilla de La Divina Misericordia, ya que Nuestro Señor pidió específicamente una novena de Coronillas, especialmente antes de la Fiesta de la Misericordia.
Cómo rezar la Coronilla a la Divina Misericordia (en un rosario común)
1.- Un Padre nuestro.
2.- Un Ave María.
3.- Un Credo de los Apóstoles.
4.- En la cuenta grande antes de cada decena:
Padre Eterno,
te ofrezco
el Cuerpo y la Sangre,
el Alma y la Divinidad
de tu Amadísimo Hijo,
nuestro Señor Jesucristo.
para el perdón de nuestros pecados
y los del mundo entero.
5.- En las diez cuentas pequeñas de cada decena:
Por su dolorosa Pasión,
ten misericordia de nosotros
y del mundo entero.
6.- Al final después de las cinco decenas:
Santo Dios
Santo Fuerte
Santo Inmortal,
ten piedad de nosotros
y del mundo entero.
(tres veces)
PRIMER DÍA
Hoy, tráeme a toda la humanidad y especialmente a todos los pecadores, y sumérgelos en el mar de mi misericordia. De esta forma, me consolarás de la amarga tristeza en que me sume la pérdida de las almas.
Jesús misericordiosísimo, cuya naturaleza es la de tener compasión de nosotros y de perdonarnos, no mires nuestros pecados, sino la confianza que depositamos en tu bondad infinita. Acógenos en la morada de tu Compasivísimo Corazón y nunca los dejes escapar de él. Te lo suplicamos por tu amor que te une al Padre y al Espíritu Santo.
Padre Eterno, mira con misericordia a toda la humanidad y especialmente a los pobres pecadores que están encerrados en el Compasivísimo Corazón de Jesús y por su dolorosa Pasión muéstranos tu misericordia para que alabemos la omnipotencia de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
SEGUNDO DÍA
Hoy, tráeme a las almas de los sacerdotes y los religiosos, y sumérgelas en mi misericordia insondable. Fueron ellas las que me dieron fortaleza para soportar mi amarga pasión. A través de ellas, como a través de canales, mi misericordia fluye hacia la humanidad.
Jesús Misericordiosísimo, de quien procede todo bien, aumenta tu gracia en nosotros para que realicemos dignas obras de misericordia, de manera que todos aquellos que nos vean, glorifiquen al Padre de misericordia que está en el Cielo.
Padre Eterno, mira con misericordia al grupo elegido de tu viña, a las almas de los sacerdotes y a las almas de los religiosos; otórgales el poder de tu bendición. Por el amor del Corazón de tu Hijo, en el cual están encerradas, concédeles el poder de tu luz para que puedan guiar a otros en el camino de la salvación y a una sola voz canten alabanzas a tu misericordia sin límite por los siglos de los siglos. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
TERCER DÍA
Hoy, tráeme a todas las almas devotas y fieles, y sumérgelas en el mar de mi misericordia. Estas almas me consolaron a lo largo del vía crucis. Fueron una gota de consuelo en medio de un mar de amargura.
Jesús Misericordiosísimo, que desde el tesoro de tu misericordia les concedas a todos tus gracias en gran abundancia, acógenos en la morada de tu Compasivísimo Corazón y nunca nos dejes escapar de él. Te lo suplicamos por el inconcebible amor tuyo con que tu Corazón arde por el Padre Celestial.
Padre Eterno, mira con misericordia a las almas fieles como herencia de tu Hijo y por su dolorosa Pasión, concédeles tu bendición y rodéalas con tu protección constante para que no pierdan el amor y el tesoro de la santa fe, sino que con toda la legión de los ángeles y los santos, glorifiquen tu infinita misericordia por los siglos de los siglos. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
CUARTO DÍA
Hoy, tráeme a aquellos que no creen en Dios y aquellos que todavía no me conocen. También pensaba en ellos durante mi amarga pasión y su futuro celo consoló mi Corazón. Sumérgelos en el mar de mi misericordia.
Jesús Compasivísimo, que eres la Luz del mundo entero, acoge en la morada de tu Piadosísimo Corazón a las almas de aquellos que no creen en Dios y de aquellos que todavía no te conocen. Que los rayos de tu gracia las iluminen para que también ellas, unidas a nosotros, ensalcen tu misericordia admirable y no las dejes salir de la morada de tu Compasivísimo Corazón.
Padre Eterno, vuelve tu mirada misericordiosa sobre las almas de aquellos que no creen en ti y de los que todavía no te conocen, pero que están encerradas en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Atráelas hacia la luz del Evangelio. Estas almas desconocen la gran felicidad que es amarte. Concédeles que también ellas ensalcen la generosidad de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
QUINTO DÍA
Hoy, tráeme a las almas de los hermanos separados y sumérgelas en el mar de mi misericordia. Durante mi amarga Pasión, desgarraron mi Cuerpo y mi Corazón, es decir, mi Iglesia. Según regresan a la Iglesia, mis llagas cicatrizan y de este modo alivian mi Pasión.
Jesús Misericordiosísimo, que eres la Bondad Misma, tú no niegas la luz a quienes te la piden. Acoge en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas de nuestros hermanos separados y llévalas con tu luz a la unidad con la Iglesia y no las dejes escapar de la morada de tu Compasivísimo Corazón, sino haz que también ellas glorifiquen la generosidad de tu misericordia.
Padre Eterno, mira con misericordia a las almas de nuestros hermanos separados, especialmente a aquellos que han malgastado tus bendiciones y han abusado de tus gracias por persistir obstinadamente en sus errores. No mires sus errores, sino el amor de tu Hijo y su amarga Pasión que sufrió por ellos, ya que también ellos están encerrados en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Haz que también ellos glorifiquen tu gran misericordia por los siglos de los siglos. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
SEXTO DÍA
Hoy, tráeme a las almas mansas y humildes y las almas de los niños pequeños y sumérgelas en mi misericordia. Estas son las almas más semejantes a mi Corazón. Ellas me fortalecieron durante mi amarga agonía. Las veía como ángeles terrestres que velarían al pie de mis altares. Sobre ellas derramo torrentes enteros de gracias. Solamente el alma humilde es capaz de recibir mi gracia; concedo mi confianza a las almas humildes.
Jesús Misericordiosísimo, tú mismo has dicho: «Aprended de mí que soy manso y humilde de Corazón». Acoge en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas mansas y humildes y a las almas de los niños pequeños. Estas almas llevan a todo el cielo al éxtasis y son las preferidas del Padre Celestial. Son un ramillete perfumado ante el trono de Dios, de cuyo perfume se deleita Dios mismo. Estas almas tienen una morada permanente en tu Compasivísimo Corazón y cantan sin cesar un himno de amor y misericordia por la eternidad.
Padre Eterno, mira con misericordia a las almas de los niños pequeños que están encerradas en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Estas almas son las más semejantes a tu Hijo. Su fragancia asciende desde la tierra y alcanza tu trono. Padre de misericordia y de toda bondad, te suplico por el amor que tienes por estas almas y el gozo que te proporcionan, bendice al mundo entero para que todas las almas canten juntas las alabanzas de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
SÉPTIMO DÍA
Hoy, tráeme a las almas que veneran y glorifican mi misericordia de modo especial y sumérgelas en mi misericordia. Estas almas son las que más lamentaron mi Pasión y penetraron más profundamente en mi Espíritu. Ellas son un reflejo viviente de mi Corazón compasivo. Estas almas resplandecerán con una luz especial en la vida futura. Ninguna de ellas irá al fuego del infierno. Defenderé de modo especial a cada una en la hora de la muerte.
Jesús Misericordiosísimo, cuyo Corazón es el Amor mismo, acoge en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas que veneran y ensalzan de modo particular la grandeza de tu misericordia. Estas almas son fuertes con el poder de Dios mismo. En medio de toda clase de aflicciones y adversidades siguen adelante confiadas en tu misericordia y unidas a ti, ellas cargan sobre sus hombros a toda la humanidad. Esta almas no serán juzgadas severamente, sino que tu misericordia las envolverá en la hora de la muerte.
Padre Eterno, mira con misericordia a aquellas almas que glorifican y veneran tu mayor atributo, es decir, tu misericordia insondable y que están encerradas en el compasivísimo Corazón de Jesús. Estas almas son un Evangelio viviente, sus manos están llenas de obras de misericordia y sus corazones desbordantes de gozo cantan a ti, oh Altísimo, un canto de misericordia. Te suplico, oh Dios, muéstrales tu misericordia según la esperanza y la confianza que han puesto en ti. Que se cumpla en ellas la promesa de Jesús quien les dijo que: «a las almas que veneren esta infinita misericordia mía, yo Mismo las defenderé como mi gloria durante sus vidas y especialmente en la hora de la muerte. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
OCTAVO DÍA
Hoy, tráeme a las almas que están detenidas en el purgatorio y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Que los torrentes de mi Sangre refresquen el ardor del Purgatorio. Todas estas almas son muy amadas por mí. Ellas cumplen con el justo castigo que se debe a mi Justicia. Está en tu poder llevarles el alivio. Haz uso de todas las indulgencias del tesoro de mi Iglesia y ofrécelas en su nombre. Oh, si conocieras los tormentos que ellas sufren ofrecerías continuamente por ellas las limosnas del espíritu y saldarías las deudas que tienen con mi Justicia.
Jesús Misericordiosísimo, tú mismo has dicho que deseas la misericordia, he aquí que yo llevo a la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas del Purgatorio, almas que te son muy queridas, pero que deben pagar su culpa adecuada a tu Justicia. Que los torrentes de Sangre y Agua que brotaron de tu Corazón, apaguen el fuego del Purgatorio para que también allí sea glorificado el poder de tu misericordia.
Padre Eterno, mira con misericordia a las almas que sufren en el Purgatorio y que están encerradas en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Te suplico por la dolorosa Pasión de Jesús, tu Hijo, y por toda la amargura con la cual su Sacratísima Alma fue inundada, muestra tu misericordia a las almas que están bajo tu justo escrutinio. No las mires sino a través de las heridas de Jesús, tu amadísimo Hijo, ya que creemos que tu bondad y tu compasión no tienen límites. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
NOVENO DÍA
Hoy, tráeme a las almas tibias y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Estas almas son las que más dolorosamente hieren mi Corazón. A causa de las almas tibias, mi alma experimentó la más intensa repugnancia en el Huerto de los Olivos. A causa de ellas dije: Padre, aleja de mí este Cáliz, si es tu voluntad. Para ellas, la última tabla de salvación consiste en recurrir a mi misericordia.
Jesús Misericordiosísimo, que eres la compasión misma, te traigo a las almas tibias a la morada de tu Piadosísimo Corazón. Que estas almas heladas que se parecen a cadáveres y te llenan de gran repugnancia se calienten con el fuego de tu amor puro. Oh Jesús Compasivísimo, ejercita la omnipotencia de tu misericordia y atráelas al mismo ardor de tu amor y concédeles el amor santo, porque tú lo puedes todo.
Padre Eterno, mira con misericordia a las almas tibias que, sin embargo, están encerradas en el Piadosísimo Corazón de Jesús. Padre de la Misericordia, te suplico por la amarga Pasión de tu Hijo y por su agonía de tres horas en la cruz, permite que también ellas glorifiquen el abismo de tu misericordia. Amén.
Coronilla de la Divina Misericordia
Sor Faustina y la Divina Misericordia
San León IX, el patrono de los organistas
Un obispo que promovió la vida comunitaria, la predicación y la música sacra
San León IX nació en 1002 en Alsacia (entonces parte del Sacro Romano Imperio y actualmente región de Francia).
Fue canónigo de la iglesia de San Esteban de Toul. Al morir el obispo de Toul, en 1027, fue elegido por el pueblo como su sucesor.
Le importaba que el clero volviera a la disciplina y la vida de piedad, que estaba en decadencia. Introdujo la reforma de Cluny en los monasterios de su diócesis.
En 1048 fue elegido Papa y tomó el nombre de León IX.
Su pontificado se distinguió por su lucha contra la simonía y dictó decretos para atajar la decadencia del celibato entre los sacerdotes. Promovió la vida comunitaria, la predicación y la música sacra.
Falleció el 19 de abril del año 1054.
Santo patrón
San León IX es patrono de los músicos y, en especial, de los organistas.
Oración
(De su carta Congratulemur Vehementer, al obispo de Antioquía, poco antes del Cisma de Oriente)
“Creo también en el Espíritu Santo, Dios pleno y perfecto y verdadero, que procede del Padre y del Hijo, coigual y coesencial y coomnipotente y coeterno en todo con el Padre y el Hijo; que habló por los profetas.
Esta santa e individua Trinidad de tal modo creo y confieso que no son tres dioses, sino un solo Dios en tres personas y en una sola naturaleza o esencia, omnipotente, eterno, invisible e inconmutable, que predico verdaderamente que el Padre es ingénito, el Hijo unigénito, el Espíritu Santo ni génito ni ingénito, sino que procede del Padre y del Hijo.”