Éxodo 12:1-8.11-14 / 1 Corintios 11:23-26 / Juan 13:1-15
Alzaré el cáliz para celebrar la salvación, cantaba el salmista. Levantará el cáliz, hermanos y hermanas queridos, para agradecer a Dios todo lo bien que le ha hecho, para agradecer la salvación que le ha otorgado. Lo hará ante los presentes como signo público de agradecimiento, como un brindis ofrecido a Dios.
En esta noche de la última cena de Jesús, el punto de referencia no es principalmente el cáliz del que habla el salmista. Nos lo hacían entender las palabras de san Pablo que la liturgia nos ponía en los labios como respuesta al salmo: el cáliz de la bendición es comunión con la Sangre de Cristo. El punto principal de referencia, pues, es el cáliz que tomó Jesús al final de la última cena con los discípulos. Y que, como él dijo, es el cáliz de la nueva alianza sellada en su Sangre. Este cáliz de Jesús encuentra su continuidad sacramental en cada celebración de la eucaristía. Hasta el punto de que la oración eucarística que centrará nuestra celebración, el Canon romano, los identifica; habla como si lo que el cáliz que tomó Jesús y lo que utilizaremos nosotros fuera lo mismo. En efecto, en el momento de la consagración diremos: “igualmente tomó este cáliz con sus manos santas y venerables”. Y es que la identificación no viene de materialidad del cáliz, sino de contener la Sangre de Cristo. La que Jesús ofreció a los discípulos en la última cena para que la bebieran como sacramento y la que al día siguiente derramó en la cruz cuando se ofreció como víctima por la salvación de todos. Por eso es -tal y como cantábamos- cáliz de bendición y los cristianos le levantamos para celebrar la salvación que Jesucristo nos ha obtenido librándose a la muerte.
Algo parecido podríamos decir del pan que Jesús, después de dar gracias, lo partió, lo pasó a sus discípulos y les dijo: esto es mi Cuerpo, ofrecido por vosotros. Haga esto para celebrar mi memorial. También esta noche, para celebrar la salvación, después de la consagración levantaremos el pan que es comunión con el Cuerpo de Cristo. Le levantaremos para ofrecerle al Padre como víctima de acción de gracias, tal y como anunciaba proféticamente el salmista.
Se trata de un ofrecimiento doble. Por un lado, en cada celebración de la Eucaristía, nosotros ofrecemos al Padre la víctima de acción de gracias que es el sacrificio de Jesucristo. Pero, el mayor ofrecimiento es el que nos hace el Padre bajo la acción del Espíritu Santo, al concedernos de participar “del pan de la vida eterna y del cáliz de la salvación” porque quiere llenarnos de su «gracia y de todas las bendiciones del cielo» (cf. Canon romano). Hoy que conmemoramos la institución de la eucaristía en la última cena del Señor, lo agradecemos, maravillados por un don tan grande ofrecido cada día a nuestra participación. Nosotros ofrecemos al Padre aquello el Hijo nos ha dado; le ofrecemos como expresión de nuestro deseo de amarlo aunque sea de una manera torpe. Pero él, el Padre, nos ama en plenitud, y como le dolería la muerte de quienes le aman, nos ofrece por medio de Jesucristo el nutrido de la inmortalidad, que, además nos fortalece en el camino de amor y de servicio de todos los días.
¿Cómo podemos devolver al Señor todo lo bien que nos ha hecho? podemos preguntarnos esta noche con el salmista. Y él mismo, en el salmo que hemos cantado, nos da unas pistas de cómo hacerlo. Podemos corresponder al Señor, alabando y dándole gracias sinceramente porque desde el día que nacimos en la vida de fe nos ha hecho hijos en Jesucristo. Podemos corresponderle, además, invocando su nombre y cumpliendo nuestras prometencias bautismales; testimoniando ante los demás su amor generoso por medio de una vida no centrada en nosotros mismos sino entregada a los demás como la de Jesús, tal como hemos visto en el evangelio. Y, todavía, podemos devolver al Señor todo el bien que nos ha hecho viviendo la celebración eucarística -que es nuestro levantar el cáliz para celebrar la salvación- de una manera consciente y activa y acogiendo con agradecimiento lo que el Padre nos ofrece y que Jesús, el Señor, nos dejó la noche que debía ser entregado: su Cuerpo y su Sangre.
Debemos ser conscientes de que comer el pan eucarístico y beber el cáliz “es un proceso espiritual” que abarca toda nuestra realidad. Comer y beber los Santos Dones de la eucaristía significa en primer lugar adorar al Señor que está presente y, después, dejar que el Cuerpo y la Sangre de Cristo entren dentro de nosotros de modo que nuestro yo “sea transformado y se abra al gran nosotros”, a toda la Iglesia y hasta a toda la humanidad, de modo que todos los que participamos de la mesa eucarística llegamos a ser una sola cosa con él, Jesucristo (cf. J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia citado en Liturgia y Espiritualidad 52(2021)100).
Adorar, comer y beber el sacramento eucarístico, dejarse transformar, servir a los demás con amor para vivir la comunión eclesial y contribuir a crear la unidad solidaria entre todos los hombres y mujeres del mundo. Éste es el mensaje que se nos confía esta noche junto con la fuerza para llevarlo a cabo que nos viene de la eucaristía.
Con agradecimiento, pues, levantamos el cáliz para celebrar la salvación y para agradecer la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Uno de los grandes misterios de la Semana Santa es la revelación de cómo Dios en Cristo trata con nuestros rechazos, particularmente el rechazo más aterrador de todos, es decir, la cruz. La cruz es aterradora porque Dios murió, y no solo murió, sino que murió de la manera más horrible que pudimos imaginar. El misterio es que una respuesta tan aterradora se encuentra con la aceptación de Dios de lo que impone nuestra negativa. Dios en Cristo acepta la muerte, y la muerte de la manera que nosotros la ideamos: la muerte en una cruz. Isaías prevé todo esto, la aceptación de Dios de la cruel sentencia de muerte que le imponemos, en el texto «siervo» de hoy del gran libro de profecía de Isaías. El “siervo”, que es el Mesías, no ofrece resistencia a los que pretenden hacerle daño, matarlo. ¿Por qué? Dios hace esto para revelar algo de extraordinaria importancia acerca de quién es él y lo que quiere, en particular, cómo tiene la intención de hacer frente a nuestras negativas. Y lo que revela no solo es importante, sino también sorprendente. Reflexiones diarias del evangelio Reflexiones del Evangelio del obispo Barron directamente a su bandeja de entrada. Correo electrónico REGÍSTRATE HOY Los estándares mundanos de justicia determinarían que el horror de la cruz debe ser enfrentado con una ira aún más horrible, una ira por lo menos equivalente a la que desencadenamos en la cruz. Si rechazamos a Dios, ¿no debería Dios rechazarnos a nosotros?
La respuesta a esta pregunta, dada por Cristo en la cruz, es absolutamente inexplicable. Dios no nos rechaza; en cambio, nos imparte una misericordia que excede las demandas de la justicia, y vuelve a enderezar un mundo que salió mal. A través de nuestro rechazo de Dios, rogamos por la ira. Pero Dios no quiere destruirnos; Dios quiere salvarnos. Y así, lo que Dios hace con la cruz es aceptarla y luego transformarla, introduciéndose en los confines de nuestros rechazos, descendiendo en la alienación de Dios que nos íbamos a imponer, y desde allí ofreciéndonos una misericordia eso es tan sorprendente como inmerecido. Nuestros intentos de destruir a Dios son tontos y fútiles, y al final, Dios socava todos nuestros intentos de hacerlo, porque en nuestros esfuerzos, no lo destruimos; sólo corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos. Y nuestra destrucción no es lo que Dios quiere. Así, Dios responde a nuestras negativas con su misericordia. Ahora tenemos que decidir si estamos dispuestos a aceptar la misericordia de Dios. Si lo hacemos, entonces tenemos que cambiar. Esta es la decisión que la cruz de Cristo exige que tomemos. Verás, la misericordia de Dios no se trata de evadir las consecuencias; se trata de la oportunidad de arreglar las cosas. La misericordia de Dios es el don de otra oportunidad, una oportunidad que nos ofrece la posibilidad de ser cambiados, en lugar de arruinarnos. Palabra en llamas Liturgia de las Horas APRENDE MÁS Introducción a la Liturgia de las Horas de Word on Fire ¿Preferiríamos ser cambiados o arruinados? Dios nos muestra en la cruz de Cristo lo que quiere. Pero ¿qué queremos? El Evangelio presenta el triste hecho de que Judas no estuvo solo en su traición a Cristo. El hecho es que, en su desilusión y temor, muchos de los más cercanos a Cristo lo abandonaron en su hora de mayor necesidad. A pesar de todas sus protestas en sentido contrario, cuando llegó el momento y descendieron las sombras oscuras, muchos de los seguidores de Cristo corrieron al amparo de la noche. Como era entonces, así es ahora.
Ninguno de nosotros debería ser tan orgulloso como para colocarse entre los pocos que permanecieron con Cristo mientras Él padecía su sufrimiento y muerte. El Apóstol Pablo nos recuerda, para que ninguno de nosotros piense más de sí mismo de lo que debería, que todos pecaron, todos están destituidos (Rom. 3:23). Sólo en una actitud de humildad se puede adentrarse verdaderamente en los misterios de la Semana Santa y apreciar su significado y comprender su finalidad. A menos que admitamos nuestras negativas, nos arrepintamos de nuestros pecados y tengamos la misma actitud que Cristo, quien “se despojó a sí mismo tomando forma de siervo” (Filipenses 2:7), elegimos acechar en la oscuridad en lugar de caminar con el Señor Jesús a su luz. La humildad es lo único que necesitamos esta Semana Santa
MATEO 26, 14-25
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús lava los pies de los discípulos. Es una proclamación visual de su nuevo mandamiento: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”.
Cuando aceptamos este mandamiento caminamos por el sendero de la alegría. Cuando internalizamos esta ley somos felices. Y así es la paradoja: la felicidad nunca es función de llenarse; es una maravillosa función de regalarse.
Cuando la gracia divina entra en nuestras vidas (y todo lo que tenemos es resultado de la gracia divina), la tarea es pensar la forma de convertirla en un regalo. En cierto sentido, la vida divina, que sólo existe en forma de regalo, solo se puede “tener” al vuelo, sobre la marcha.
Observen que debemos amar con un amor propiamente divino: “A ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre”. Radical, radical, radical. Completo, excesivo, exagerado.
¡Amigos, una Pascua muy bendecida y feliz para todos ustedes! La Resurrección de Jesús es el todo y el fin de la fe cristiana. Si Jesús no resucitó de entre los muertos, entonces todos los obispos, sacerdotes y ministros cristianos deberían irse a casa y conseguir trabajos honestos. Si resucitó de entre los muertos, entonces es la manifestación plena de Dios y debe ser el centro de tu vida. A la luz de eso, me gustaría ver tres grandes lecciones que se derivan de esta extraña y decisiva verdad de la Resurrección.
Amar hasta el extremo
Santo Evangelio según san Juan 13, 1-15. Jueves Santo
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesucristo, concédeme aprender a despojarme de mí mismo y amar hasta el extremo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?”. Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios”.
Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si Yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que Yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio de hoy te invita a amar a los tuyos hasta el extremo, con conciencia que tú y los tuyos vienen de Dios y al Él regresarán.
La pregunta que rápidamente viene a la mente es: ¿Cómo amar hasta el extremo? Y el Evangelio dice que Jesús se levantó, se quitó la túnica, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura; ahora tú, ¿cómo harás? Primero levántate después de la caída – proyectos poco exitosos (sean laborales o personales), estudios, relaciones sentimentales o familiares – es decir, vuelve a empezar sabiendo que Dios te ama y te invita a amar. Segundo, quítate la túnica, es decir despójate de lo que te impide crecer como persona – soberbia, orgullo, vanidad – reconócete necesitado de la gracia de Dios y de la ayuda de los tuyos. En el Evangelio, Pedro, sintiéndose necesitado de mucha gracia divina, le dice a Jesús que le lave «no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Tercero, toma una toalla y cíñetela, construye tu vida y valórala desde los pequeños detalles, ayudando a construir a los demás, en especial a la familia. Jesús ve que hay algo que se debe hacer y actúa, aun cuando es un gesto propio de la servidumbre.
Si tienes una posición de autoridad, recuerda que quienes están bajo tu mando hacen lo que, en teoría, tú debes de saber hacer. Jesús, siendo el Maestro, se puso a servir; tu servicio consiste en ser cercano con tu familia y subalternos, en dar lo mejor de ti. Como hija(o) aprende a pedir ayuda a tus padres y sirve de apoyo a tu familia. Aprende a construir y valorar a las personas que tienes a tu alrededor y las cosas que haces.
Amar hasta el extremo es fácil si aprendes a construir desde los pequeños detalles, aun cuando implique que no es fácil para ti; eso es amar hasta el extremo porque sales de ti mismo y te superas en aquello que te cuesta. En fin, el Evangelio te lleva de la mano para que ames hasta el extremo, desde y con los pequeños detalles, saliendo de ti misma (o) y ciñéndote de la humildad y el servicio. Amar es fácil, basta que lo intentes.
«También hoy amar «hasta el extremo» quiere decir estar dispuestos a afrontar esfuerzos y dificultades por Cristo». (San Juan Pablo II, Audiencia General, 11 de abril de 2001)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy procuraré ser servicial y ayudar a quien lo necesite.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Qué se celebra el Jueves Santo?
El Jueves Santo se celebra: La Última Cena; El Lavatorio de los pies; La institución de la Eucaristía y del Sacerdocio y la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní
Sabías que este día, este jueves Santo se conmemora la Institución de La Eucaristía como el regalo de Amor, también se conmemora la Institución de uno de los Sacramentos de entrega y abandono total al Señor: el Sacramento de La Orden Sacerdotal y La Vida de Servicio a los demás.
Con la celebración del jueves Santo no solo se abre el Triduo Pascual. En este día nuestra Iglesia Católica conmemora la institución de la Eucaristía en la Última Cena, pero a la vez con las Palabras mismas de Jesucristo Hagan esto en conmemoración mía, festejamos a todos los valientes que dijeron sí, un sí de corazón como el de María a vivir una vida consagrada a Jesús y con el gesto del lavatorio de pies también festejamos a todos aquellos que dedican su vida a servir de manera humilde y extraordinaria a los demás cumpliendo el último mandamiento de Cristo.
En este día que para algunos representa tristeza, dolor e incluso traición, se celebran tres grandes acontecimientos, por la mañana, tenemos en primer lugar la llamada Misa Crismal, que es presidida por el Obispo Diocesano y concelebrada por su presbiterio. En ella se consagra el Santo Crisma y se bendicen los demás óleos, que se usan en la administración de los principales sacramentos. Junto con ello, todos los sacerdotes renuevan las promesas realizadas el día de su ordenación. Es una manifestación de la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el sacerdocio y ministerio de Cristo y es con este gesto que los Sacerdotes de nuestra iglesia celebran un año más de la institución de La Vida Sacerdotal.
Luego ya por la tarde tenemos la Misa Vespertina donde damos Introducción a la celebración del Triduo Pascual es así como el Jueves Santo llega a su máxima relevancia. En ésta tarde se da comienzo al Triduo Pascual que culminará en la vigilia que se conmemora, en la noche del Sábado Santo al Domingo de Pascua la Resurrección de Jesucristo.
Al comienzo de la celebración, el sagrario se presenta vacío con la puerta abierta. El altar mayor, donde se celebrará la Santa Misa, se adorna con cirios, manteles y sin flores hasta la Resurrección.
Como en todas las celebraciones litúrgicas se inicia con la entrada procesional, encabezada por los acólitos, seguida por los ministros y finalizada por el celebrante principal, un Sacerdote u Obispo. Mientras tanto, el coro acompaña con cantos, pues ya ha terminado la Cuaresma y se va a celebrar uno de los momentos más importantes del año litúrgico, la Institución de la Eucaristía y el mandamiento del amor.
Los cantos de esta celebración están enfocados a la celebración de la institución de la Eucaristía. El color de ésta celebración es el blanco sustituyendo al morado.
En ésta celebración se canta de nuevo el “Gloria” a la vez que se tocan las campanas, y cuando éste termina, las campanas dejan de sonar y no volverán a sonar hasta la Vigilia Pascual en la Noche Santa por eso no debe de extrañarte que durante la Consagración no se oigan las campanas.
Las lecturas de éste día son muy especiales, la primera es del libro del Éxodo donde se nos presentan Prescripciones sobre la cena pascual, Jesús cenó la Pascua con sus apóstoles, siguiendo la tradición judía, ya que según ésta se debía de cenar un cordero puro y del año; y la sangre de éste se debía rociar la puerta en señal de purificación ya que si no se hacía así el ángel exterminador entraría a la casa y mataría al primogénito de esa familia (décima plaga), según lo relatado en el libro del Éxodo.
La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios donde se nos enseña que: Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este vino, proclamamos la muerte del Señor) y el salmo responsorial El Cáliz que bendecimos, es la comunión con la sangre de Cristo. El Evangelio es el momento del lavatorio de pies a los discípulos, que adquiere un destacado simbolismo dentro de los oficios del día, ya que posteriormente, se realiza por el sacerdote lavando los pies a doce varones a modo de representar a los doce apóstoles, en el que se recuerda el gesto que realizó Jesús antes de la Última Cena con sus discípulos, efectuándose en esta ocasión entre la Homilía y las ofrendas, este acto suprime el Credo. Durante el lavatorio de los pies se entona un cántico relacionado con el Mandamiento Nuevo del Amor entregado por Jesucristo en esta noche santa, destacando frases del texto del discurso de Jesús en la última cena, recogido por el Evangelio de San Juan.
Y es así que celebramos la Institución del Mandamiento de Amor, Ámense los unos a los otros como Yo los he Amado en términos sencillos El servicio a los demás con y por Amor a Cristo.
La celebración se realiza en un ambiente festivo, pero sobrio y con una gran solemnidad, en la que se mezclan sentimientos de gozo por el sacramento de la Eucaristía y de tristeza por lo que se recordará a partir de esa misma tarde de Jueves Santo, con el encarcelamiento y juicio de Jesús.
En el momento de la Plegaria Eucarística durante la consagración, se prefiere la recitación del Canon Romano o Plegaria I, dado que el texto prevé algunos párrafos directamente relacionados con lo que se celebra en este día, durante la Epíclesis se invoca al Espíritu Santo para que queden consagrados el vino y el pan; esto se da cuando el Sacerdote impone sus manos sobre los dones ofrecidos para que se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo y para que la comunión, ayude a la salvación de los que participan de ella y actúe sobre la comunidad celebrante, esta es la parte Máxima de la Liturgia de este día y así se conmemora y se celebra la institución de la Eucaristía.
Una vez se ha repartido la Comunión como de costumbre, el Santísimo Sacramento se traslada desde el Altar donde se ha celebrado la Misa en procesión hasta el llamado “Altar de la reserva” o “Monumento”, un altar exclusivo preparado para esta celebración, que debe estar fuera del templo y de la nave central, debido a que en la celebración del Viernes Santo no se celebra la Eucaristía. Durante la procesión hasta la llegada al lugar del Monumento, se entona algún himno eucarístico, el sacerdote deposita el copón con el Santísimo, debidamente cubierto, dentro del sagrario de la reserva, y puesto de rodillas, lo inciensa. Por lo general, no da la bendición con el Santísimo ni reza las alabanzas, sino más bien se queda unos instantes orando en silencio. Antes de retirarse, cierra la puerta del sagrario de reserva, hace genuflexión y se retira
Automáticamente, una vez se ha reservado al Santísimo, los oficios del día jueves finalizan, pues la celebración continuará al día siguiente y se nos invita a conmemorar al día siguiente la muerte del Señor.
En algunas iglesias se celebra a continuación un sencillo acto de denudación de los altares, en el que los sacerdotes y ministros, retiran candeleros y manteles de todos los altares de la iglesia.
Durante la noche se mantiene la adoración del Santísimo en el “Monumento”, celebrándose la llamada “Hora Santa” en torno a la medianoche, quedando el Santísimo allí hasta la celebración del Viernes Santo. Esta reserva recuerda la agonía y oración en Getsemaní y el encarcelamiento de Jesús, y por eso los sacerdotes celebrantes piden que velen y oren con Él, como Jesús pidió a sus apóstoles en el huerto de Getsemaní. Una vez han terminado los oficios, se rememora la oración y agonía de Jesús en el huerto de los olivos, la traición de Judas y el prendimiento de Jesús, que se suele celebrar con procesiones en la tarde-noche del Jueves Santo.
En algunos lugares, existe la tradición de visitar siete monumentos en distintos Templos de una misma ciudad, para recordar a modo de “estaciones”, los distintos momentos de la agonía de Jesús en el Huerto y su posterior arresto.
Desde hace unos años, como Iglesia Católica celebramos el Jueves Santo como Día del Amor Fraterno pues Dios nos amó tanto que nos dio a su Hijo Único para que fuéramos salvados creyendo en Él, y Jesús entrega su vida a cambio de la nuestra y no hay prueba de amor más grande que el que da la Vida por los suyos. Y no sólo bastándole eso, en la locura de amor más grande por nosotros, no sólo se entrega y da la vida, si no que se queda con bajo las apariencias del Pan y el Vino; Su Sacrificio de Amor más grande: La Cruz. Su regalo de amor más grande: La Eucaristía.
Por tanto que este jueves Santo, no represente tristeza para ti, sino que al contrario represente una verdadera Felicidad y una respuesta de Amor ante el mandamiento que nos dejó Cristo de Amarnos como Él nos amó, sirviendo a los demás, que La Eucaristía sea un cumplimiento más de su palabra en ti, pues en ella se cumple su promesa de estar con nosotros siempre hasta el final de los tiempos, por tanto no permitas que el pecado te quite la gracia de poder comulgar, para que cada vez que comulgues se cumpla en ti su última promesa, y si ves a un Sacerdote, ora por él y agradece a Dios por su valentía al dar el Sí a la vida sacerdotal y si puedes felicítalo por un año más de tan grande ministerio y misterioso sacramento, pues sin ellos la Eucaristía no sería posible, como dijo Peter Parker (Spiderman) tienen en sus manos un gran poder, pero que lleva una gran Responsabilidad. Jueves Santo, día de Entrega y Servicio con y por Amor a Jesucristo.
Contemplando la Semana Santa: Jueves Santo
Hoy comienza el Triduo Sacro con la celebración de la Pascua, de la Última Cena, donde Jesús instituye el Sacramento de la Eucaristía
Por: Juan Pablo II | Fuente
Meditación: Contemplando la Semana Santa
Hoy comienza el Triduo Sacro con la celebración de la Pascua, de la Última Cena, donde Jesús instituye el Sacramento de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal y nos recuerda el mandamiento delamor con su ejemplo en el lavatorio de los pies. Es un día para contemplar su amor infinito hecho servicio, hecho un pedazo de pan, hecho presencia continua entre nosotros.
La Última Cena
Después de la Cena se va a Getsemaní con sus discípulos. Ahí en la presencia de su Padre pasa la noche velando en oración para prepararse para la hora definitiva, para la cruz. Un momento para acompañar a Jesús y velar con él.
Texto sobre la Última Cena:
1. «Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1).
Estas palabras, recogidas en el pasaje evangélico que se acaba de proclamar, subrayan muy bien el clima del Jueves Santo.
Nos permiten intuir los sentimientos que experimentó Cristo «la noche en que iba a ser entregado» (1 Co 11, 23) y nos estimulan a participar con intensa e íntima gratitud en el solemne ritoque estamos realizando.
Esta tarde entramos en la Pascua de Cristo, que constituye el momento dramático y conclusivo, durante mucho tiempo preparado y esperado, de la existencia terrena del Verbo de Dios. Jesús vino a nosotros no para ser servido, sino para servir, y tomó sobre sí los dramas y las esperanzas de los hombres de todos los tiempos. Anticipando místicamente el sacrificio de la cruz, en el Cenáculo quiso quedarse con nosotros bajo las especies del pan y del vino, y encomendó a los Apóstoles y a sus sucesores la misión y el poder de perpetuar la memoria viva y eficaz del rito eucarístico.
Por consiguiente, esta celebración nos implica místicamente a todos y nos introduce en el Triduo sacro, durante el cual también nosotros aprenderemos del único «Maestro y Señor» a «tender las manos» para ir a donde nos llama el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial.
2. «Haced esto en conmemoración mía» (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, que nos compromete a repetir su gesto, Jesús concluye la institución del Sacramento del altar. También al terminar el lavatorio de los pies, nos invita a imitarlo: «Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros» (Jn 13, 15). De este modo establece una íntima correlación entre laEucaristía, sacramento del don de su sacrificio, y el mandamiento del amor, que nos compromete a acoger y a servir a nuestros hermanos.
No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar al prójimo. Cada vez que participamos en la Eucaristía, también nosotros pronunciamos nuestro «Amén» ante el Cuerpo y la Sangre del Señor. Así nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, «lavar los pies» de nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta y transparente de Aquel que «se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo» (Flp 2, 7).
El amor es la herencia más valiosa que él deja a los que llama a su seguimiento. Su amor, compartido por sus discípulos, es lo que esta tarde se ofrece a la humanidad entera.”
Jueves Santo
Jueves en que Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía, también conocido como la Última Cena.
Significado de la celebración
El Jueves Santo se celebra:
• La Última Cena.
• El Lavatorio de los pies,
• La institución de la Eucaristía y del Sacerdocio
• La oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.
En la mañana de este día, en todas las catedrales de cada diócesis, el obispo reúne a los sacerdotes en torno al altar y, en una Misa solemne, se consagran los Santos Óleos que se usan en los Sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos.
En la Misa vespertina, antes del ofertorio, el sacerdote celebrante toma una toalla y una bandeja con agua y lava los pies de doce varones, recordando el mismo gesto de Jesús con sus apóstoles en la Última Cena.
a)Lecturas bíblicas:
Libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14; Primera carta del apóstol San Pablo a los corintios 11, 23-26; Evangelio según San Juan 13, 1-15.
b)La Eucaristía
Este es el día en que se instituyó la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino. Cristo tuvo la Última Cena con sus apóstoles y por el gran amor que nos tiene, se quedó con nosotros en la Eucaristía, para guiarnos en el camino de la salvación.
Todos estamos invitados a celebrar la cena instituida por Jesús. Esta noche santa, Cristo nos deja su Cuerpo y su Sangre. Revivamos este gran don y comprometámonos a servir a nuestros hermanos.
c)El lavatorio de los pies
Jesús en este pasaje del Evangelio nos enseña a servir con humildad y de corazón a los demás. Este es el mejor camino para seguir a Jesús y para demostrarle nuestra fe en Él. Recordar que esta no es la única vez que Jesús nos habla acerca del servicio. Debemos procurar esta virtud para nuestra vida de todos los días. Vivir como servidores unos de otros.
d)La noche en el huerto de los Olivos
Lectura del Evangelio según San Marcos14, 32-42.:
Reflexionemos con Jesús en lo que sentía en estos momentos: su miedo, la angustia ante la muerte, la tristeza por ser traicionado, su soledad, su compromiso por cumplir la voluntad de Dios, su obediencia a Dios Padre y su confianza en Él. Las virtudes que nos enseña Jesús este día, entre otras, son la obediencia, la generosidad y la humildad.
Los monumentos y la visita de las siete iglesias
Se acostumbra, después de la Misa vespertina, hacer un monumento para resaltar la Eucaristía y exponerla de una manera solemne para la adoración de los fieles.
La Iglesia pide dedicar un momento de adoración y de agradecimiento a Jesús, un acompañar a Jesús en la oración del huerto. Es por esta razón que las Iglesias preparan sus monumentos. Este es un día solemne.
En la visita de las siete iglesias o siete templos, se acostumbra llevar a cabo una breve oración en la que se dan gracias al Señor por todo su amor al quedarse con nosotros. Esto se hace en siete templos diferentes y simboliza el ir y venir de Jesús en la noche de la traición. Es a lo que refieren cuando dicen “traerte de Herodes a Pilatos”.
La cena de pascua en tiempos de Jesús
Hace miles de años, los judíos vivían en la tierra de Canaán, pero sobrevino una gran carestía y tuvieron que mudarse a vivir a Egipto, donde el faraón les regaló unas tierras fértiles donde pudieran vivir, gracias a la influencia de un judío llamado José, conocido como El soñador.
Después de muchos años, los israelitas se multiplicaron muchísimo en Egipto y el faraón tuvo miedo de que se rebelaran contra su reino. Ordenó matar a todos los niños varones israelitas, ahogándolos en el río Nilo. Moisés logró sobrevivir a esa matanza, pues su madre lo puso en una canasta en el río y fue recogido por la hija del faraón.
El faraón convirtió en esclavos a los israelitas, encomendándoles los trabajos más pesados.
Dios eligió a Moisés para que liberara a su pueblo de la esclavitud. Como el faraón no accedía a liberarlos, Dios mandó caer diez plagas sobre Egipto.
La última de esas plagas fue la muerte de todos los primogénitos del reino.
Para que la plaga no cayera sobre los israelitas, Dios ordenó a Moisés que cada uno de ellos marcara la puerta de su casa con la sangre de un cordero y le dio instrucciones específicas para ello: En la cena, cada familia debía comerse entero a un cordero asado sin romperle los huesos. No debían dejar nada porque al día siguiente ya no estarían ahí. Para acompañar al cordero debían comerlo con pan ázimo y hierbas amargas. La hierbas amargas ayudarían a que tuvieran menos sed, ya que tendrían que caminar mucho en el desierto. El pan al no tener levadura no se haría duro y lo podían llevar para comer en el camino. Les mandó comer de pie y vestidos de viaje, con todas sus cosas listas, ya que tenían que estar preparados para salir cuando les avisaran.
Al día siguiente, el primogénito del faraón y de cada uno de los egipcios amaneció muerto. Esto hizo que el faraón accediera a dejar a los israelitas en libertad y éstos salieron a toda prisa de Egipto. El faraón pronto se arrepintió de haberlos dejado ir y envió a todo su ejército para traerlos de nuevo. Dios ayudó a su pueblo abriendo las aguas del mar Rojo para que pasaran y las cerró en el momento en que el ejército del faraón intentó pasar.
Desde ese día los judíos empezaron a celebrar la pascua en la primera luna llena de primavera, que fue cuando Dios los ayudó a liberarse de la esclavitud en Egipto.
Pascua quiere decir “paso”, es decir, el paso de la esclavitud a la libertad. El paso de Dios por sus vidas.
Los judíos celebran la pascua con una cena muy parecida a la que tuvieron sus antepasados en la última noche que pasaron en Egipto.
Las fiesta de la pascua se llamaba “Pesaj” y se celebraba en recuerdo de la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto. Esto lo hacían al llegar la primavera, del 15 al 21 del mes hebreo de Nisán, en la luna llena.
Los elementos que se utilizaban en la cena eran los siguientes:
• El Cordero: Al salir de Egipto, los judíos sacrificaron un cordero y con su sangre marcaron los dinteles de sus puertas.
• Karpas: Es una hierba que se baña en agua salada y que recuerda las miserias de los judíos en Egipto.
• Naror: Es una hierba amarga que simboliza los sufrimientos de los hebreos durante la esclavitud en Egipto. Comían naror para recordar que los egipcios amargaron la vida sus antepasados convirtiéndolos en esclavos.
• Jarose: Es una mezcla de manzana, nuez, miel, vino y canela que simboliza la mezcla de arcilla que usaron los hebreos en Egipto para las construcciones del faraón.
• Matzá: Es un pan sin levadura que simboliza el pan que sacaron los hebreos de Egipto que no alcanzó a fermentar por falta de tiempo.
• Agua salada: Simboliza el camino por el Mar Rojo.
• Cuatro copas de vino: Simbolizan cuatro expresiones Bíblicas de la liberación de Israel.
• Siete velas: Alumbran dan luz. Esta simbolizan la venida del Mesías, luz del mundo.
La cena constaba de ocho partes:
1. Encendido de las luces de la fiesta: El que presidía la celebración encendía las velas, todos permanecían de pie y hacían una oración.
2. La bendición de la fiesta (Kiddush): Se sentaban todos a la mesa. Delante del que presidía la cena, había una gran copa o vasija de vino.
Frente a los demás miembros de la familia había un plato pequeño de agua salada y un plato con matzás, rábano o alguna otra hierba amarga, jaroses y alguna hierba verde. Se servía la primera copa de vino, la copa de acción de gracias, y les daban a todos los miembros de la familia. Todos bebían la primera copa de vino. Después el sirviente presentaba una vasija, jarra y servilleta al que presidía la celebración, para que se lavara sus manos mientras decía la oración. Se comían la hierba verde, el sirviente llevaba un plato con tres matzás grandes, cada una envuelta en una servilleta. El que presidía la ceremonia desenvolvía la pieza superior y la levantaba en el plato.
3. La historia de la salida de Egipto (Hagadah) Se servían la segunda copa de vino, la copa de Hagadah. Alguien de la familia leía la salida de Egipto del libro del Éxodo, capítulo 12. El sirviente traía el cordero pascual que debía ser macho y sin mancha y se asaba en un asador en forma de cruz y no se le podía romper ningún hueso. Se colocaba delante del que presidía la celebración les preguntaba por el significado de la fiesta de Pesaj. Ellos respondían que era el cordero pascual que nuestros padres sacrificaron al Señor en memoria de la noche en que Yahvé pasó de largo por las casas de nuestros padres en Egipto. Luego tomaba la pieza superior del pan ázimo y lo sostenía en alto. Luego levantaba la hierba amarga.
4.Oración de acción de gracias por la salida de Egipto: El que presidía la ceremonia levantaba su copa y hacía una oración de gracias. Colocaba la copa de vino en su lugar. Todos se ponían de pie y recitaban el salmo 113.
5. La solemne bendición de la comida: Todos se sentaban y se bendecía el pan ázimo y las hierbas amargas. Tomaba primero el pan y lo bendecía. Después rompía la matzá superior en pequeñas porciones y distribuía un trozo a cada uno de los presentes. Ellos lo sostenían en sus manos y decían una oración. Cada persona ponía una porción de hierba amarga y algo de jaroses entre dos trozos de matzá y decían juntos una pequeña oración.
6. La cena pascual: Se llevaba a cabo la cena.
7. Bebida de la tercera copa de vino: la copa de la bendición.- Cuando se terminaban la cena, el que presidía tomaba la mitad grande de la matzá en medio del plato, la partía y la distribuía a todos los ahí reunidos. Todos sostenían la porción de matzá en sus manos mientras el que presidía decía una oración y luego se lo comían. Se les servía la tercera copa de vino, “la copa de la bendición”. Todos se ponían de pie y tomaban la copa de la bendición.
8. Bendición final: Se llenaban las copas por cuarta vez. Esta cuarta copa era la “Copa de Melquisedec”. Todos levantaban sus copas y decían una oración de alabanza a Dios. Se las tomaban y el que presidía la ceremonia concluía la celebración con la antigua bendición del Libro de los Números (6, 24-26).
Día de la Caridad:
En México, los obispos, han establecido que el Jueves Santo sea el día de la caridad. El objetivo de esto no es llevar a cabo una colecta para los pobres, sino mas bien el impulso de seguir el ejemplo de Jesús que compartió todo su ser.
La canción más hermosa y enigmática de la Semana Santa
La obra musical tan solo se interpretaba en la Capilla Sixtina para unos pocos privilegiados…. hasta que llegó Mozart
Se trata de una de las composiciones musicales más bellas que suenan durante la Semana Santa, especialmente, en Roma. Es el “Miserere Mei, Deus”,compuesto por Gregorio Allegri en 1638 durante el pontificado del papa Urbano VIII.
Se trata de la musicalización del Miserere, el Salmo 51 que se reza en las celebraciones penitenciales. Se compuso para ser cantado en la capilla Sixtina en el Triduo Pascual de Semana Santa.
Solo podía sonar en la Capilla Sixtina e incluso había pena de excomunión para quien difundiera la composición fuera de los muros de la capilla. Pese a todo, se hicieron algunas copias. Por ejemplo, el emperador Leopoldo I de Austria obtuvo una, aunque no se trataba de la más fidedigna.
No fue hasta 1770 cuando un joven niño prodigio consiguió la que hoy en día, con algunos arreglos, suena durante estos días del año. Con solo 14 años el muchacho acompañó a su padre a Roma donde tuvo la oportunidad de escuchar la composición de Allegri en la Capilla Sixtina.
La obra llevaba más de un siglo interpretada únicamente por el coro de esta capilla y no había salido de ella.
Ese joven era Wolfgang Amadeus Mozart y solo necesitó escucharla una vez para trasladarla al papel. La transcribió de memoria. Sin embargo, no satisfecho con el resultado, acudió de nuevo a escucharla para hacer las correcciones oportunas a la partitura.
En la Capilla Sixtina, con los papeles en la mano, fue sorprendido por un monseñor. Mozart fue conducido entonces hasta el Papa Clemente XIV quien se quedó maravillado por la pericia del muchacho a la hora de transcribir de memoria tal partitura.
El joven explicó al Pontífice que había hecho la transcripción el día anterior y que había vuelto a la Capilla Sixtina para realizar unas correcciones. El Papa, totalmente asombrado, le concedió la Orden de la Espuela de Oro, una de las más importantes condecoraciones pontificias.
Esa copia original de Mozart no se conserva, pero se tiene constancia de que la que suena es la del genio y probablemente la más ajustada a la original que solamente sonaba en la Capilla Sixtina para unos pocos privilegiados.
Te puede interesar:
El «Ave verum corpus» de Mozart te ofrecerá consuelo
El «Ave verum corpus» de Mozart te ofrecerá consuelo
El texto del siglo XIV es una meditación sobre la Presencia Real
Wolfgang Amadeus Mozart fue un compositor del periodo clásico. Con más de 600 obras sinfónicas, de cámara, óperas, y música coral, fue uno de los más prolíficos. Muchas de sus composiciones todavía son aclamadas como pináculos de la música occidental hoy, 226 años después de su muerte.
Escribió el marco de Ave verum corpus mientras visitaba a su esposa, Constanza, quien estaba embarazada de su sexto hijo y se encontraba en Austria. Durante su visita, conoció a Anton Stoll, un amigo director de música de la parroquia de san Esteban. Mozart escribió una melodía para Stoll, quien la interpretó primero en san Esteban para celebrar la fiesta del Corpus Christi.
Ave verum corpus es un himno del siglo XIV, que se atribuye al papa Inocencio VI. Durante la Edad Media se cantaba en la elevación de la Hostia durante la consagración, como también en la bendición del Santísimo Sacramento.
El texto es una meditación de la Presencia Real de Jesús en el Sacramento y se le vincula con la concepción católica de la redención que se encuentra a través del sufrimiento:
Salve, Verdadero Cuerpo nacido
de la Virgen María,
verdaderamente atormentado, sacrificado
en la cruz por la humanidad,
de cuyo costado perforado
fluyó agua y sangre;
Sé para nosotros un anticipo
en el trance de la muerte.
¡Oh, Jesús dulce, oh, Jesús piadoso, oh, Jesús, hijo de María!