«Enviando en misión a sus discípulos, Jesús les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia ha considerado siempre la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión. “Pobres y enfermos tendréis siempre con vosotros”, y la Iglesia los encuentra continuamente en su camino, considerando a las personas enfermas una vía privilegiada para encontrar a Cristo, acogerlo y servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo» (Papa Francisco).
Conforme nos acercamos a la Pascua, en los evangelios, irá creciendo la oposición a Jesús por parte de sus adversarios. En el pasaje de hoy, Jesús se encuentra en Jerusalén, en una piscina denominada “Betesda” o “Betzata”, en ella los sacerdotes lavaban a los animales que iban a ser sacrificados.
La gran cantidad de personas que se acercaba a buscar su curación corporal cuando se agitaban las aguas, una vez al año, representa a una parte de la humanidad que tiene sed de sanación en base a milagros, pero que exterioriza su falta de solidaridad en su modo de actuar. El agua representa un signo de vida y bendición.
Jesús llega al lugar en medio del gentío y se detiene en la persona que más sufre a causa de su enfermedad: un hombre paralítico con una dolencia de 38 años que, a la vez, no recibía ayuda de nadie, pero que aguarda con cierta esperanza el momento de su curación, ya que permanecía siempre cerca de la piscina. La actitud de este hombre representa la perseverancia que debemos tener frente a nuestras peticiones; así como la paciencia en la lucha interior y la constancia en el apostolado.
Jesús va al encuentro del paralítico y le da a entender que puede curarlo; el hombre paralítico tal vez esperaba que Jesús lo ayude a entrar en la piscina, pero Jesús, con el poder de su amor y de su palabra, le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Todo esto ocurre en sábado. Al legalismo religioso no le importaba el bienestar de la persona, sino el cumplimiento detallado de la ley en vez del mensaje y de la acción revolucionaria del amor de Jesús.
Que esta Cuaresma nos estimule a mejorar nuestra disposición interior a través de la conversión del corazón, realizando obras de penitencia y misericordia.
2. Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
En la lectura hay elementos fundamentales sobre los que podemos reflexionar: primero, la perseverancia y esperanza del hombre paralítico, cuya dolencia tenía 38 años; segundo, la falta de solidaridad y egoísmo con la que una gran parte de la humanidad trata a los más débiles y vulnerables; y, tercero, el amor y la misericordia de Dios que está por encima de cualquier esquema humano, un amor que cura en cualquier circunstancia, incluso en sábado.
«¿Quieres quedar sano?», es la pregunta que Jesús nos hace también hoy a cada uno de nosotros. Nuestra respuesta debe orientarse a renovar nuestro compromiso bautismal y dejar de lado todo pecado, dejar la “camilla”, levantarnos y caminar solidariamente hacia la liberación total que Nuestro Señor Jesucristo nos propone.
Con estas reflexiones, conviene preguntarnos: ¿Somos perseverantes en la oración o caemos rápidamente en el desánimo? ¿Somos solidarios con las personas que viven algunas situaciones mucho más difíciles que las nuestras? En nuestro accionar cotidiano, ¿hacemos prevalecer el amor de Dios o nuestros criterios humanos? Que las respuestas a estas interrogantes nos acerquen más a recibir de Nuestro Señor Jesucristo el don de la fe a través de la sanación total de nuestra alma.
¡Jesús, María y José nos aman!
3. Oración
Padre eterno, que el ejercicio respetable de este tiempo santo de Cuaresma prepare el corazón de tus fieles para acoger adecuadamente el Misterio pascual y anuncia a la humanidad el mensaje de tu salvación.
Padre eterno, envíanos tu Espíritu Santo para ser perseverantes en la oración por todas nuestras necesidades y no caer en el desánimo; que los dones espirituales nos hagan ser más solidarios con las personas más necesitadas, anteponiendo tu amor, ante todo.
Padre eterno, que, aunque no obtengamos la gracia que te pedimos, acoge amorosamente nuestro deseo de comunicarnos permanentemente contigo.
Amado Jesús, otorga tu misericordia a todos los difuntos y admítelos a contemplar la luz de tu rostro. Otorga la protección a los agonizantes para que lleguen a tu reino.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, consuelo de los afligidos, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
4. Contemplación y acción
Hermanos: contemplemos a Dios a través de un sermón de Juan Taulero, predicador y místico de Alsacia:
«Es preciso señalar adecuadamente que el enfermo del que habla Juan yacía allí, junto a la piscina, desde hacía mucho tiempo, desde hacía muchos años. Esto va contra las personas que, en cuanto se han comprometido con una vida particular y no les acontecen de inmediato grandes cosas, lo consideran todo perdido y se lamentan de Dios precisamente como si se les hiciera una injusticia. Qué pocas personas tienen, sin embargo, la noble virtud de ser capaces de abandonarse y tener paciencia, soportando su enfermedad, su prisión y sus tentaciones hasta que no las sane el mismo Señor.
Si alguien se mantuviera en esta prisión y no se escapara antes de que el Señor le liberara, ¡qué cosa noble y generosa haría! ¡Qué poder, qué señorío se darían al hombre! Se les diría en verdad: “¡Levántate! Ahora ya no debes yacer, sino debes triunfar de toda prisión, estar desatado y libre, caminar de manera expedita, y llevar el lecho que antes te llevaba y levantarlo con energía y con fuerza”. El hombre al que el Señor libera queda liberado del todo; camina en la alegría y llega, después de esa espera, a una maravillosa libertad».
Hermanos, digamos todos juntos: Amado Señor, hoy quiero empezar a ser perseverante en la oración que te dirijo; deseo y me propongo ser solidario con las personas que precisen mi ayuda, anteponiendo tu amor a cualquier criterio humano.
Y deseo hacerlo hoy mismo, siendo solidario con las personas que más necesitan de ayuda espiritual y corporal.Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad. Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos. Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.
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Gladys, Santa
Reina de Gales, 29 de marzo
Santo Tradicional – No incluido en el actual Martirologio Romano
(Sugerimos leer el artículo ¿Santos descanonizados?)
En Stow, en Gales del Sur, Santa Gladys, quien al enviudar, dedicó sus riquezas a atender las necesidades de los marginados, para luego retirarse y hacer vida contemplativa y de penitencia en la soledad de una ermita en dicho territorio.
Etimológicamente: Gladys = lirio, gladiolo”. Viene de la lengua galesa.
Breve Biografía
Gladys nació en Gales en el siglo V. Era la mayor de los 24 hijos de Brychan de Brecknock, esposa de san Gundleus, y madre de los santos Cadoc y, posiblemente de Keyna.
Gladys llevó una vida muy interesante. Se dice que después de su conversión por el ejemplo y la exhortación de su hijo, ella y Gundleus vivieron una vida austera.
Adquirieron la costumbre de tomar baños de noche en Usk, seguidos de un buen paseo.
Su hijo los convenció para que pusieran fin a esa práctica y que se separaran.
Gladys se fue a Pencanau en Bassaleg. Los detalles de esta historia provienen del siglo XII.
Incluye milagros que tuvieron lugar en tiempos de san Eduardo el Confesor y Guillermo I.
También se cuenta que los primeros años de su matrimonio no fueron muy ejemplares que digamos.
Tuvo que ser su hijo que les convenciera para que se corrigieran de sus defectos.
A ruegos de su hijo, se marchó a llevar una vida de eremita en el lugar llamado hoy Stow, en donde hay una iglesia levantada a san Wooloo.
A raíz de que la mujer se fuera de eremita, el marido hizo otro tanto.
La fiesta de Gladys y de su marido es hoy.
Levantate toma tu camilla y anda
Santo Evangelio según san Juan 5, 1-16. Martes IV de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, una vez más estoy aquí, en tu presencia. Sólo vengo a rendirme a tus pies, a decirte que te amo y que te necesito. Todo mi ser te anhela. Mi alma está sedienta de ti como una tierra árida que necesita y añora el agua.
Mi corazón está inquieto, busca una felicidad que no se acabe, un amor que jamás termine, una belleza que nunca se marchite…en resumidas cuentas, busco tu rostro. ¡Muéstrame tu rostro! Deseo descubrirte en cada segundo y circunstancia de mi vida. Ayúdame, pues yo te busco…pero sólo Tú puedes encontrarme. Ayúdame a escuchar tu voz.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 5, 1-16
Era un día de fiesta para los judíos, cuando Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina llamada Betesdá, en hebreo, con cinco pórticos, bajo las cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban la agitación del agua. Porque el ángel del Señor descendía de vez en cuando a la piscina, agitaba el agua y, el primero que entraba en la piscina, después de que el agua se agitaba, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera.
Entre ellos estaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Al verlo ahí tendido y sabiendo que llevaba mucho tiempo en tal estado, Jesús le dijo: «¿Quieres curarte?». Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y anda». Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.
Aquel día era sábado, por eso los judíos le dijeron al que había sido curado: «No te es lícito cargar tu camilla». Pero él contestó: «El que me curó me dijo: «Toma tu camilla y anda». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te dijo: «Toma tu camilla y anda?». Pero el que había sido curado no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre. Más tarde lo encontró Jesús en el templo y le dijo: «Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor». Aquel hombre fue y les contó a los judíos que el que lo había curado era Jesús. Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, hoy quiero contemplarte y oír lo que quieres decirme. Es de mañana. Te miro mientras entras en el templo. Cojos, ciegos, paralíticos… todos enfermos, esperando que el agua de la piscina se agite. Miras a cada uno. Tu mirada tierna y compasiva va recorriendo a todos los presentes… hasta que se detiene en uno. Es un hombre, enfermo desde hace 38 años. No tiene más que la vieja camilla donde reposa sus miembros. Lleva mucho tiempo intentando quedar sano. Quizá ha gastado todo su dinero en remedios inútiles, tal vez dolorosos, y quién sabe si en lugar de mejorar, ha empeorado. Quizá ha perdido toda su fortuna buscando sanar, hasta el punto que no tiene más posesión que la camilla sobre la que yace.
¿Dónde están sus familiares?, ¿dónde sus amigos? Todos lo han abandonado… y lleva 38 años así. Tu mirada se detiene en este hombre y le haces una pregunta que parecería obvia: «¿quieres quedar sano?» ¿Cómo preguntas eso Jesús?, ¿no te das cuenta de su lamentable estado? El enfermo no te responde directamente, sino que hace alusión a su soledad y a la imposibilidad de llegar a la piscina. Tú lo miras lleno de compasión y le dices: «levántate, toma tu camilla y anda»… ¿Qué sentido tiene, Jesús, llevar su camilla ahora que ya no la necesita?
Me miras a los ojos Jesús, y en lo profundo de mi corazón, escucho tu voz que me dice: «Tú eres ese hombre enfermo, paralizado por el pecado. Sediento de amor, has tratado de mitigar tu sed a base de cosas, personas, sensaciones, placeres… y no obstante, la sed y el vacío que he sentido no sólo no ha desaparecido, sino que se han acrecentado. Llevas mucho tiempo tratando de superar por tus propias fuerzas ese pecado, odio o situación que te lastima y te impide ser libre y feliz. ¿Quieres curarte? Déjame actuar. Quiero sanarte, quiero hacerte feliz. No importa si parece que nada ni a nadie puede llenar el vacío infinito que experimentas. Estoy aquí, a tu lado. No estás solo. Yo puedo curarte. Solamente te pido que tomes tu camilla y camines. Ya sé que te parece raro, pero confía en mí. En tu caminar encontrarás tantos heridos por el pecado, tantos envenenados por el odio… Cárgalos.
Sé testigo de misericordia y verás que esa camilla que para ti fue un peso, para otros será una bendición… como bendición será en breve mi cruz. ¡Anda! Levántate, toma tu camilla y camina a mi lado».
«También le dice al paralítico de la piscina de Betesda: “No peques más”. Pero a este, que se justificaba con las cosas tristes que “le sucedían”, que tenía una psicología de víctima —la mujer no—, lo pincha un poco con eso de que “no sea que te suceda algo peor”. Aprovecha el Señor su manera de pensar, aquello que teme, para sacarlo de su parálisis. Lo persuade con el susto, digamos. Así, cada uno tenemos que escuchar este “no peques más” de manera honda, personal. Esta imagen del Señor, que pone a caminar a la gente, es muy suya: él es el Dios que se pone a caminar con su pueblo, que lleva adelante y acompaña nuestra historia. Por eso, el objeto al que se dirige la misericordia es muy preciso: es hacia aquello que hace que un hombre o una mujer no caminen en su lugar, con los suyos, a su ritmo, hacia donde Dios los invita a andar». (Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a animar a quien vea desanimado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La curación del paralítico de la piscina de Siloé
Los milagros de Jesús.
Manifestación de Jesús
La segunda Pascua que pasa Jesús en Jerusalén va a ser el momento oportuno para dar un paso adelante en la manifestación de sí mismo y de su misión. Al subir a Jerusalén le precede la voz de ha resucitado al hijo de la viuda de Nain. Sin palabras, se ha declarado Señor de la vida. La expectación ante lo que va a decir, o a hacer, es grande. Un milagro va a ser la ocasión de avanzar en la manifestación; se trata de la curación del paralítico de la piscina de Betzata, también llamada de Siloé, lugar donde se agrupaban muchos enfermos con la esperanza de ser curados al entrar en las aguas, removidas por el ángel, una vez al año.
Veamos los hechos: «Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina, llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos. En estos yacía una muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos.»
«Había allí un hombre que padecía una enfermedad desde hacía treinta y ocho años». Es fácil intuir la mezcla de esperanza y desaliento de este hombre. Está allí, porque queda una ligera posibilidad. Pero son tantos los años de fracaso que poco le queda esperar ya. Está solo, y los que le rodean son competidores, no amigos. El estado de su alma no parece mejor que el del cuerpo. Se intuye una amargura que quizá sea la causa de su soledad. No está a bien ni con Dios, ni con los hombres. Y la vida, pocas posibilidades le ofrece, aparte de la queja y el lamento. «Jesús, al verlo tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres ser curado?» La respuesta parece obvia; para esto está allí; pero emerge poca esperanza «le contestó: Señor, no tengo un hombre que me introduzca en la piscina cuando se mueve el agua; mientras voy, desciende otro antes que yo»(Jn). No sabe quién es el que habla con él, ni tiene fe en aquél profeta de Nazaret. Pero Jesús quiere que su enfermedad sea ocasión de gloria de Dios. «Le dijo Jesús: Levántate, toma tu camilla y anda. Al instante aquel hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar»(Jn).
Los fariseos protestan
«Aquel día era sábado. Entonces dijeron los judíos al que había sido curado: Es sábado y no te es lícito llevar la camilla. El les respondió: El que me ha curado es el que me dijo: Toma tu camilla y anda. Le interrogaron: ¿Quién es el hombre que te dijo: Toma tu camilla y anda? El que había sido curado no sabía quién era, pues Jesús se había apartado de la turba allí reunida.
Después de esto Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: Mira, has sido curado; no peques más para que no te ocurra algo peor. Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien le había curado» (Jn).
El sábado
La fiesta del sábado se extendía de sol a sol. En ella se trata de reconocer a Dios como Señor de todo lo creado, de darle culto, y de vivir un descanso que es ocasión de fiesta y de gozo en la creación. Dios descansó en séptimo día dice el Génesis. El cumplimiento del descanso sabático era de gran importancia en la piedad judía; tanto, que su incumplimiento implicaba la exclusión de la comunidad y conllevaba el castigo divino. En los tiempos de Jesús se había acentuado el rigor de este cumplimiento con una variada casuística. El libro de los jubileos prohíbe casarse, encender fuego o cocinar. Los fariseos aumentaban las prohibiciones. Jesús no es contrario a la institución del sábado; pero coloca por delante el amor al prójimo, y, sobre todo, se declara Señor del sábado, es decir, con potestad divina muy superior a la de las prescripciones veterotestamentarias.
Jesús les responde
«Por eso perseguían los judíos a Jesús, porque había hecho esto en sábado». La contestación de Jesús va mucho más lejos que la validez de los preceptos humanos que interpretan la ley del sábado, pues revela quién es Él. Y replica con claridad: «Mi Padre trabaja hasta el presente, y yo también trabajo». Se pone en el mismo nivel que el Padre celestial. Se manifiesta como Hijo, de una manera nueva y sorprendente. No se trata ya de una filiación como la de todos los hombres, sino de una filiación nueva. Lo característico de la filiación es recibir del padre el cuerpo y la vida humana, algo de su ser, pero ningún hijo recibe toda la vida de su padre en la tierra. La filiación plena de Jesús es recibir toda la vida del Padre, y así es igual a Dios. ¿Lo entendieron así los judíos? Parece que sí, pues «por esto los judíos con más ahínco buscaban matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios» (Jn). Estamos en el segundo año de la vida pública de Jesús y vemos como los judíos perciben –con más claridad cada vez- que Jesús no es un reformador religioso solamente, sino que se declara igual a Dios. Ante esto sólo caben dos posibilidades: o creer y seguirle hasta el final, o no creer y condenarle por blasfemo.
Y Jesús aclara más la afirmación inicial.
«Respondió Jesús y les dijo: En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; pues lo que El hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que El hace, y le mostrará obras mayores que éstas para que vosotros os maravilléis. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida a quienes quiere. El Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado»(Jn).
Luego como en un modo solemne declara: «en verdad, en verdad os digo que el que oye mi palabra y cree en el que me envió tiene vida eterna, y no viene a juicio sino que pasa de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán, pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado al Hijo tener vida en sí mismo. Y le dio poder de juzgar, ya que es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto, porque viene la hora en la que todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida; y los que practicaron el mal, para la resurrección del juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo: según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió». La salvación lleva hasta una nueva vida de resurrección. Las cosas están claramente planteadas. No hay ambigüedades, aunque vendrán aclaraciones mayores aún. Esta segunda Pascua es decisiva para el mensaje de Jesús: Él es el Hijo de Dios vivo, enviado por el Padre para salvar a los hombres que crean en Él y darles una vida nueva.
Doble testimonio
Para confirmar sus palabras, señala el doble testimonio que le avala: el de Juan Bautista y el del mismo Padre: «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería verdadero. Otro es el que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no recibo el testimonio de hombre, sino que os digo esto para que os salvéis. Aquel era la antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis alegraros por un momento con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, pues las obras que me ha dado mi Padre para que las lleve a cabo, las mismas obras que yo hago, dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me ha enviado, El mismo ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz ni habéis visto su rostro; ni permanece su palabra en vosotros, porque no creéis en éste a quien El envió. Escudriñad las Escrituras, ya que vosotros pensáis tener en ellas la vida eterna: ellas son las que dan testimonio de mí. Y no queréis venir a mí para tener vida»(Jn). Juan hablaba en el exterior, y ha sido escuchado por los hombres de buena voluntad. El Padre habla en el interior con luces para los que no ponen obstáculos.
Acto de humildad
Luego Jesús declara que esta manifestación es un acto de humildad, no una locura de orgullo. Debe declarar la misma verdad, escandalice o no. «Yo no busco recibir gloria de los hombres; pero os conozco y sé que no hay amor de Dios en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viniera en nombre propio a ése lo recibiríais. ¿Cómo podéis creer vosotros, que recibís gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que procede del único Dios? No penséis que yo os acusaré ante el Padre; hay quien os acusa: Moisés, en quien vosotros esperáis. En efecto, si creyeseis a Moisés, tal vez me creeríais a mí, pues él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?»(Jn).
Las cosas han sido clarificadas en el seno del más puro Israel. Jesús acaba de hacer la declaración de su divinidad y de su filiación divina. Nada puede seguir igual a partir de ahora.
«El Papa habla de paz, pero…»
La técnica de desestimar las palabras de Francisco como llamamientos de circunstancia.
«El Papa habla contra el rearme, pero… El Papa es el Papa, pero… El Papa no puede más que decir lo que dice, pero…». Siempre hay un «pero» que en muchos embarazosos comentarios acompaña al inequívoco no a la guerra pronunciado por Francisco, para contextualizarlo y debilitarlo. Al no poder interpretar las palabras del Obispo de Roma en el sentido deseado, al no poder de ninguna manera «doblegarlas» en apoyo a la acelerada carrera armamentística tras la guerra de agresión desatada por Vladimir Putin contra Ucrania, entonces se toma distancia elegantemente diciendo que sí, que el Papa sólo puede decir lo que dice, pero que luego la política debe decidir. Y la política de los gobiernos occidentales está decidiendo aumentar los ya muchos miles de millones a gastar en nuevas y cada vez más sofisticadas armas. Miles de millones que no se pudieron encontrar para las familias, para la salud, para el trabajo, para la acogida, para luchar contra la pobreza y el hambre.
La guerra es una aventura sin retorno, repite Francisco siguiendo los pasos de sus predecesores inmediatos, en particular de San Juan Pablo II. Las palabras del Papa Wojtyla con motivo de las dos guerras de Iraq y la guerra de los Balcanes también fueron «contextualizadas» y «desvirtuadas», incluso dentro de la Iglesia. El Papa, que al principio de su pontificado pidió «no tener miedo» de abrir «las puertas a Cristo», en 2003 suplicó en vano a tres gobernantes occidentales que pretendían derrocar el régimen de Saddam Hussein, pidiéndoles que se detuvieran. Casi veinte años después, ¿quién puede negar que el grito contra la guerra de aquel Pontífice no sólo era profético, sino que estaba impregnado de un profundo realismo político? Basta con mirar la ruina del atormentado Iraq, transformado durante mucho tiempo en el depósito de todo el terrorismo, para comprender la clarividencia de la mirada del santo Pontífice polaco.
Lo mismo ocurre hoy en día. Con el Papa que no se rinde a la ineludibilidad de la guerra, al túnel sin salida que representa la violencia, a la lógica perversa del rearme, a la teoría de la disuasión que ha llenado el mundo de tantas armas nucleares capaces de aniquilar varias veces a la humanidad.
«Me avergoncé – dijo Francisco en días pasados – cuando leí que un grupo de Estados se había comprometido a gastar el 2% de su PIB en la compra de armas, como respuesta a lo que está ocurriendo ahora. ¡La locura! La verdadera respuesta no es más armas, más sanciones, más alianzas político-militares, sino un enfoque diferente, una forma diferente de gobernar el mundo ahora globalizado -no enseñando los dientes, como ahora-, una forma diferente de establecer relaciones internacionales. El modelo del cuidado ya está en marcha, gracias a Dios, pero desgraciadamente sigue sometido al del poder económico-tecnocrático-militar».
El no a la guerra de Francisco, un no radical y convencido, no tiene nada que ver con la así llamada neutralidad ni puede presentarse como una posición partidista o motivada por cálculos político-diplomáticos. En esta guerra están los agresores y están los agredidos. Están los que atacaron e invadieron, matando a civiles indefensos, disfrazando hipócritamente el conflicto bajo la apariencia de una «operación militar especial»; y están los que se defienden enérgicamente combatiendo por su propia tierra. El Sucesor de Pedro lo ha dicho varias veces con palabras muy claras, condenando sin peros la invasión y el martirio de Ucrania que lleva más de un mes. Esto no significa, sin embargo, que «bendiga» la aceleración de la carrera armamentística, ya iniciada hace tiempo, dado que los países europeos han aumentado su gasto militar en un 24,5% desde 2016: porque el Papa no es el «capellán de Occidente» y porque repite que hoy estar en el lado correcto de la historia significa estar en contra de la guerra y buscar la paz, sin dejar nada sin intentar. Ciertamente, el Catecismo de la Iglesia Católica contempla el derecho a la legítima defensa. Sin embargo, establece condiciones, especificando que el recurso a las armas no debe causar un mal y un desorden mayores que el mal que se quiere eliminar, y señala que en la evaluación de esta condición tiene un peso muy grande la potencia de los medios modernos de destrucción. ¿Quién puede negar que la humanidad está hoy al borde del abismo precisamente por la escalada de conflictos y el poder de los medios modernos de destrucción?
«La guerra -dijo ayer el Papa Francisco en el Ángelus- no puede ser algo inevitable: ¡no debemos acostumbrarnos a la guerra! Más bien debemos convertir la indignación de hoy en el compromiso de mañana. Porque, si de esta situación salimos como antes, de alguna manera todos seremos culpables. Frente al periodo de autodestruirse, la humanidad comprenda que ha llegado el momento de abolir la guerra, de cancelarla de la historia del hombre antes de que sea ella quien cancele al hombre de la historia.».
Por lo tanto, es necesario tomar en serio el grito, el reiterado llamamiento del Papa: es una invitación dirigida precisamente a los políticos para que reflexionen sobre esto, para que se comprometan con esto. Se necesita una política fuerte y una diplomacia creativa, para perseguir la paz, para no dejar nada sin intentar, para detener la vorágine perversa que en pocas semanas está apagando la esperanza de una transición ecológica, está dando nuevas energías al gran negocio del comercio y el tráfico de armas. Un viento de guerra que hace retroceder las agujas del reloj de la historia y nos sumerge de nuevo en una época que esperábamos archivada definitivamente tras la caída del Muro de Berlín.
Si me hiciste daño, no lo tomo en cuenta
Lunes segunda semana Cuaresma. Podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios y juicios de Dios, sino de los nuestros.
Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el grito de súplica, de perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo está hablándonos de la importancia que tiene la conversión interior. La Escritura habla de que se han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas malas, pero, constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón tiene que aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón tiene que irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de nuestra vida que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor. Así es importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente importante que también cambiemos nuestro interior.
La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar, de no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy sencillo, porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta; requiere del alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda transformación. Una transformación que necesariamente tiene que empezar por la purificación, por la conversión de nuestra inteligencia.
Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual nosotros «leemos» la vida lo que nos hace pecar, lo que nos hace apartarnos de Dios. Cuántas veces es nuestro comportamiento: lo que nosotros decimos o hacemos. Cuántas veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas que nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de nosotros mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente, es la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por caminos de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios.
Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se realiza a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de juzgar, para así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar una vida cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no quiere reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que hay que seguir y cuál el que hay que evitar!
Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de cuestionar si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas y sobre las situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener según lo que el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero esto es muy difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que tocar la conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos cuenta de que estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida, incluso a veces, el modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra existencia. Y Dios llega y te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con la medida con la que tú midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual tú juzgas la vida y la estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu existencia, en ese mismo modo vas a ser juzgado y entendido; porque el modo en el cual nosotros vemos la vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve a nosotros.
Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra santificación.
«Con la misma medida que midáis, seréis medido».
Si no eres capaz de medir con una inteligencia abierta lo que Dios pide, si no eres capaz de medir con una inteligencia luminosa las situaciones que te rodean, si no eres capaz de exigirte ver siempre la verdad y lo que Dios quiere para la santificación de tu alma en todas las cosas que están junto a ti, ésa medida se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos en un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos de esa situación concreta en la cual Él nos está poniendo.
Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un tremendo riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos aparta muy seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a través del modo en el cual vemos nuestra existencia y vemos las circunstancias que nos rodean, donde podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios de Dios, no de los juicios de Dios, sino de nuestros criterios y de nuestros juicios. Además, tristemente, los pintamos como si fuesen de Dios nuestro Señor, y entonces sí que estamos perdidos, porque tenemos dentro del alma una serie de criterios que juzgamos ser de Dios, pero que realmente son nuestros propios criterios.
Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en el Evangelio: «¡Ay de vosotros, guías ciegos, que no veis, y vais llevando a los demás por donde no deben!». También es muy seria la frase de Cristo: «Si lo que tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no serán tus tinieblas?».
La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros criterios y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la posibilidad para esta transformación?
El mismo Cristo nos lo dice: «Dad y se os dará». Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar, para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar.
Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma. No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es realmente de Dios.
Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer para encontrarme más contigo?
La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor nos quiera dar para nuestra santificación personal.
¿Cuaresma domesticada?
Atrevámonos a vivir una Cuaresma diferente, que nos saque de nuestra zona de confort.
“Ya llegó la Cuaresma, qué lata lo de no comer carne, pero bueno, no importa, es cosa de procurar pasar para el viernes el día en que de por sí comemos pescado en casa, y ¡qué atracones de mariscos me esperan!”; “ya llegó la Cuaresma, aprovecho para vaciar mi clóset de lo que ya no sirve, a ver a quién se lo dono”; “ya llegó la Cuaresma, no voy a ver tele, pero no importa porque de todos modos no hay nada bueno que ver, y me queda la pantalla de mi teléfono, de mi compu, de mi tablet”; “ya llegó la Cuaresma, no comeré golosinas, aprovecho para hacer dieta, a ver si bajo unos kilitos que me sobran”; “ya llegó la Cuaresma, tenemos tiempo para ir pensando a qué playa vamos en Semana Santa”.
Estas y otras frases que la gente suele decir cuando llega la Cuaresma, expresan una triste realidad: que no estamos aprovechando este período de cuarenta días para vivir una verdadera conversión, un cambio que reoriente nuestros pasos hacia Dios, sino que nos disponemos a vivir una Cuaresma cuidadosamente ‘domesticada’ para que no se salga de los estrechos límites que le hemos impuesto y no nos moleste o incomode más allá de lo estrictamente necesario.
Iniciamos la Cuaresma con aprensión, sus cuarenta días nos parecen ¡eternos!, y cuando llega su final (siempre más pronto de lo que imaginamos), nos sentimos aliviados de ya no tener que ‘mortificarnos’, pero la verdad es que no nos mortificamos mucho, y tarde se nos hace para retomar los hábitos que dejamos en pausa el Miércoles de Ceniza. ¿Qué sucede año con año? Que dejamos pasar los días de este ‘tiempo fuerte’ que la Iglesia dispuso para nuestro crecimiento espiritual, y seguimos siendo los mismos de antes, ni crecemos ni cambiamos realmente en nada.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Sólo hay un remedio: atrevernos a dejar que nuestra Cuaresma se escape del limitado confinamiento en que acostumbramos encerrarla, y le permitamos que nos rete a ir más allá, a hacer lo que nunca antes hemos hecho.
Atrevámonos a vivir una Cuaresma diferente, que nos saque de nuestra ‘zona de confort’, que nos haga experimentar lo que se siente depender no de nuestros recursos, sino de la Providencia Divina, de la misericordia de Dios.
El Papa Francisco pide que la Iglesia salga a la periferia, que no se quede encerrada en sí misma. Pues bien, eso de la periferia cabría aplicarlo también para nuestro modo de vivir la Cuaresma. Ojalá nos animemos a vivirla en la periferia de nuestra seguridad, en la periferia de nuestra rutina, en la periferia de lo que hacemos siempre, y hagamos ahora algo más, algo que nos desinstale, nos ‘desapoltrone’, nos inquiete, nos mueva el tapete y nos permita tomarnos más firmemente de la mano de Dios y ver más de cerca los ojos de nuestros hermanos.
Atrevámonos a preguntarle al Señor cómo quiere que vivamos esta Cuaresma, y aceptemos si nos propone algo tal vez muy diferente a lo que acostumbramos, algo que nos haga decir: ‘jamás imaginé que haría esto’. Y así, por ejemplo, con relación a la oración, tal vez deberemos intentar una manera o lugar o frecuencia distintos para orar; con respecto a la limosna no habremos de conformarnos con dar dinero ni lo que nos sobra, sino ofrecernos como voluntarios en algún centro donde haya quien nos necesite, o vayamos de misiones; en lo que toca a la abstinencia, que no sólo nos privemos de algo sino vayamos a compartirlo con los demás.
Este año no nos resignemos a que otra vez la Cuaresma llegue y se vaya sin pena ni gloria, sino disfrutemos cada día y diario hagamos algo que nos permita convertirla en bien aprovechada oportunidad para vivir y compartir nuestra fe, esperanza y caridad.
San Eustasio de Luxeuil, abad
Fue seguidor de san Columbano y evangelizador de los boyos y bávaros, un hombre de paz
Nació en el año 560. Era de una noble familia de Borgoña (Francia). Ingresó en el monasterio de Luxeuil y siguió la disciplina de san Columbano. Fue abad.
Defendió la regla de san Columbano (que marchó por Europa) en un concilio celebrado en Macón en los años 623 y 624 e impidió que fuera condenada.
Evangelizó a los boyos y a los bávaros. Su unión con Dios, su espíritu monacal basado en la oración y en la penitencia y el buen trato a los monjes se refleja dentro de su monasterio y también en el exterior.
Después de una enfermedad que le causó muchos sufrimientos, fallece el 29 de marzo del año 625. San Eustasio, ayúdanos a encontrar la paz.
Oración
Tú, Señor,
que nos has dado un modelo de perfección evangélica
en la vida ejemplar de san Eustasio, abad,
concédenos, en medio de los acontecimientos de este mundo,
que sepamos adherirnos, con todo nuestro corazón, a los bienes de tu reino eterno.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.