Una voz de Pax 馃摙

Reflexi贸n del Evangelio Dominical

Lucas 15, 1-3.11-32

 

 

La par谩bola que incerta el evangelio de ayer, es sin duda una de las m谩s bellas en evocaci贸n de im谩genes y en caracterizaci贸n de cada uno de sus personajes, no en vano se suele hacer a partir de ella una composici贸n de lugar en la que cada uno de sus lectores se vea comprometido o identificado con alguno de los actores de esta especie de obra teatral pero que habla muy de cerca de la vida real de ayer, de hoy y de siempre.

El hijo menor reclama algo, que de suyo, seg煤n el derecho veterotestamentario, no le corresponde, su parte de la herencia. En el mundo jud铆o s贸lo se heredaba una vez muerto.

 

Y es quiz谩 este sentimiento el que se apoder贸 del hijo menor. Nada es m谩s importante en la vida que realizar su sue帽o. Olvidar el amor del padre, la casa que lo cri贸, la persona de su padre, no tiene para 茅l, la m谩s m铆nima importancia. S贸lo y una vez, en la desgracia y el abandono, es que recuperar谩 la memoria y desde un arrepentimiento que podr铆amos decir imperfecto, pues antes que el dolor por los pecados cometidos, prevalece la necesidad y el hambre, pensar谩 en su padre y lo que su perd贸n traen consigo.

Tal vez sea este un buen ejercicio a la hora de acercarnos al sacramento de la reconciliaci贸n porque es evidente que el perd贸n viene de Dios pero tambi茅n que el objeto de ese perd贸n debe ser la conciencia plena de esa falta, y c贸mo es qu茅 ella, ha roto mi relaci贸n con el Se帽or. El dolor por el pecado cometido, por haber agraviado el amor de Dios hacia nosotros, s贸lo ser谩 posible en la medida que esa relaci贸n聽 se haya cultivado previamente y hayamos considerado cu谩nto nuestra vida, depende de esa relaci贸n. La medida de nuestro amor ser谩 la medida de nuestro dolor. Por ello creo, que no es s贸lo condici贸n de absoluci贸n sino una constante plegaria: Se帽or, danos dolor de coraz贸n.

 

 

El Padre, de amor incondicional, no medita el pedido afrentoso del hijo menor. Le da lo que pide, aunque ello le desgarre el coraz贸n. Probablemente, porque en su ser padre, conoce a la perfecci贸n el coraz贸n de su hijo y sabe que tarde o temprano volver谩. Por ello no escatima esfuerzos ni posibles burlas. El lo espera de pie, contemplando el horizonte y seguro que cualquier imperfecci贸n de esa l铆nea lejana e imaginaria no es otra cosa聽 que el hijo que viene de muy lejos. Y cuando lo ve por fin, no espera explicaciones ni s煤plicas, s贸lo le importa que vuelva a 茅l. Ese es precisamente nuestro Padre del cielo y si seguimos dentro del ejercicio del perd贸n sacramental, sucede igual. En cuanto nos alejamos de Dios, 茅l est谩 esperando nuestro retorno.

El hijo mayor es el que estuvo siempre al lado del Padre. Sin embargo su desas贸n ante la fiesta y la alegr铆a por el regreso del hermano menor, demuestra que no siempre la presencia f铆sica es aut茅ntica cercan铆a y pertenencia. El estar al lado del padre fue s贸lo aprendizaje, costumbre y obligaci贸n pero no lleg贸 a calar el amor en 茅l. Por eso, ante este parad贸jico derroche de amor del padre, el hijo mayor s贸lo puede responder con amargura y desencanto. Porque se ha quedado con el mero deber ser pero olvida el ser pleno, de misericordia, del coraz贸n del Padre.

por Mario Aquino Colmenares