Hoy celebramos el segundo domingo de cuaresma y a nosotros, al igual que a aquellos tres discípulos, nos hace la invitación Jesús para acompañarlo, seguirlo y permanecer con Él. ¿Por qué a nosotros? Porque a nosotros también nos parece muy difícil su misión y el seguimiento. Pedro a la pregunta de Jesús: “¿Y ustedes quién dicen que soy yo?” Con sabiduría y valentía ha afirmado: “Tú eres el Cristo de Dios”, pero después se ha quedado desconcertado cuando le escucha hablar de que el Hijo del hombre tiene que sufrir y ser rechazado, que lo condenarán a muerte y que a los tres días resucitará. También añade Jesús que, si alguien quiere seguirlo, debe negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada día y seguirlo. Para Pedro, y también para nosotros, suena como un desatino. Se espera un Mesías, se le busca con ansia como al verdadero libertador, como alguien poderoso y no entra mucho entre las expectativas de los discípulos que le ocurra una suerte tan trágica. Cargar cruces y negarse a uno mismo parece incomprensible en la mentalidad de Pedro y sus compañeros. Y a nosotros nos es difícil entender que quien pierda su vida la ganará y quien quiera salvarse a sí mismo se perderá. Hay desconcierto entre los discípulos y hay desconcierto entre nosotros que pretendemos una vida cómoda, tranquila y sin sobresaltos. Todo lo contrario a lo que propone Jesús. ¿Cómo entenderlo? Sólo si nos dejamos llevar por Jesús, si aceptamos su compañía, podremos comprenderlo. Hoy también, en esta cuaresma, nos invita Jesús a que subamos con Él.
“Subió a un monte para hacer oración”. El monte es la cercanía con Dios, es el ponerse en presencia de Dios y mirar las cosas como Dios las ve, con “sus ojos y su corazón”. Cuando permanecemos a ras de suelo, nuestros propósitos e intereses se vuelven rastreros. Hay que subir al monte, hay que levantar la vista, hay que despegar los ojos y el corazón de los bienes materiales para poder entender el sentido de la vida. Cristo los lleva al monte para que eleven sus metas, para que entiendan el sentido de su “éxodo”, y de la subida a Jerusalén. En un ambiente de oración, de compartir el corazón, podremos decir nuestros temores, pero también recibir la consolación y la “explicación” que da Jesús a su vida. Sus explicaciones son experiencias vividas en su presencia. Su rostro se transforma al igual que el de Moisés cuando estaba en la presencia del Señor, aparecen Elías y el mismo Moisés hablando de la muerte, “el éxodo”, que le esperaba en Jerusalén. Pedro y sus compañeros vencen el sueño para contemplar la escena y pretenden quedarse solamente contemplando. Pero el Reino de Dios no es sólo contemplar, sino construir y cargar la cruz. Transformar los rostros de los hermanos sufrientes en rostros de Jesús vivo.
“Este es mi Hijo, mi escogido, escúchenlo”. Es la voz que se escucha y es el programa que se ofrece a quien se acerca a esta escena. Podríamos decir que es el tema central de esta “teofanía” o manifestación de Dios. Sí, ha dejado ver su gloria y los discípulos han sido cubiertos por la nube, pero todo tiene una finalidad: escuchar la voz del Hijo, oír su Buena Nueva. Dejarse impactar por su mensaje y transformar, cambiar nuestras vidas. Es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas, sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, estamos en camino aunque la transfiguración ilumine brevemente el escándalo de la cruz anunciada. Cada uno de nosotros en marcha en nuestro éxodo hacia el cielo miramos el monte, como Israel miraba el Sinaí en su éxodo. En ese monte, en la figura de Jesús, en sus palabras, en su muerte y resurrección encontraremos el camino de la transfiguración. No quisiéramos la muerte, pero la muerte es signo del amor. Y, si la muerte es el mayor de los absurdos, desde Cristo, desde su muerte y su resurrección, hoy vislumbrada en la Transfiguración, jugarse la vida, gastarla en la lucha por la justicia y la solidaridad, por la verdad y la vida, es el acontecimiento fructífero por excelencia, ya que Cristo asocia a sí mismo a una multitud de hermanos.
En el marco de la cuaresma la transfiguración de Jesús viene a hacernos comprender también nuestra propia transfiguración y la transfiguración del mundo en que vivimos. Si afirmamos que todo hombre y toda mujer son el rostro de Jesús, tendremos que reconocer que lo hemos desfigurado tanto en nosotros como en los demás y que será difícil reconocer el rostro de Jesús en esa caricatura de rostro que ofrecen los hombres de nuestro tiempo: la miseria, la pobreza extrema y la marginación, siguen haciendo muecas del rostro de Jesús. Pero también son muecas de ese mismo rostro, los rostros cubiertos de riqueza y poder, los rostros disimulados bajo los velos de los lujos, los rostros carcomidos por el odio y la guerra, los rostros desencajados por el placer o por la compraventa de personas. Hoy, nuestro reto es descubrir el rostro de Jesús en cada persona y devolver la verdadera dignidad a cada uno de ellos. Hoy también nuestro rostro debe “reflejar” esa serenidad y presencia de Dios. Que la cuaresma sea un tiempo de oración y de escucha atenta a la voz del Hijo amado.
Señor, Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria y descubrir su rostro en cada uno de los hermanos. Amén
La experiencia de Cristo
Santo Evangelio según san Lucas 9, 28-36. Domingo II de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame las fuerzas necesarias para poder afrontar los retos que se presentan cada día, de manera especial los de hoy.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 28-36
En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración.
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías”, sin saber lo que decía.
No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.
Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Quiero que hagamos una pequeña composición de lugar. Creo que cada uno de nosotros ha tenido la experiencia de subir a una montaña y, desde ella, ver todo un horizonte que no se alcanza a visualizar desde el valle. Pensemos por un momento en aquel monte que más nos gusta, y si nunca hemos ido a uno, pensemos en uno al cual nos gustaría ir, pero esta vez será diverso, puesto que no subiremos solos a aquel monte, iremos nada más y nada menos que con Cristo.
Pensemos un poco en las diversas dificultades que nos presentarán al subir aquella montaña, las espinas, los árboles que nos pueden tapar la vista, la fatiga de tener que subir esa montaña, y más aún cuando no estamos acostumbrados a este tipo de ejercicios.
Pues bien, sigamos subiendo esta montaña con Cristo, aunque sea fatigoso; sigamos dando lo mejor de nosotros mismos en esta segunda semana de Cuaresma, y dejando atrás todo aquello que nos impide subir con más agilidad. Pensemos en la maleta que llevamos con nosotros cargadas de tantas cosas innecesarias; dentro de ella, hay tantas cosas que podemos ir descartando: egoísmo, vanidad, pereza, tibieza, mediocridad, etc.
Tantas cosas que Cristo nos va pidiendo a lo largo de esta subida a esa montaña, pero cuando lleguemos a la cima exclamaremos con Pedro: «Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí». Solo quien ha hecho la experiencia de Cristo, sabe realmente cuánto le ama. Solo así estaremos dispuestos a amarlo y a subir a aquella montaña, e incluso tirar fuera de la maleta de nuestra vida aquellas cosas que no nos sirven. Pero debemos hacer la experiencia de querer acompañar a Cristo a aquella montaña. Y el Señor nos dice a cada uno: ¿Estás realmente dispuesto(a) a subir conmigo?
«¿Qué es la transfiguración de Jesús? Es una aparición pascual anticipada. […] Los discípulos están llamados a seguir al Maestro con confianza, con esperanza, a pesar de su muerte; la divinidad de Jesús debe manifestarse precisamente en la cruz, precisamente en su morir «de aquel modo», tanto que el evangelista Marcos pone en la boca del centurión la profesión de fe: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”. Nos dirigimos ahora en oración a la Virgen María, la criatura humana transfigurada interiormente por la gracia de Cristo. Nos encomendamos confiados a su maternal ayuda para proseguir con fe y generosidad el camino de la Cuaresma».
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de febrero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, en un momento de oración, revisaré que puedo tirar fuera de la maleta de mi vida, para caminar con Cristo hacia la montaña.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Transfiguración cambia la vida
Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.
El hecho de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene en los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene después para la vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la cual reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que, cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales, eliminando de ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo glorioso e inmortal…
Lo que pasó en el Tabor lo sabemos muy de memoria.
Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos –Pedro, Santiago y Juan–, se sube a la cima de la hermosa montaña.
Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño…
Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol…
Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte…
Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre…
El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!…
Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo: -¡Animo! ¡No tengáis miedo! Y no digáis nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos…
Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:
– Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.
Este hecho del Tabor tuvo muchas repercusiones en la vida de Jesús y de los apóstoles.
Sí, en la de Jesús ante todo. Porque Jesús no era insensible al dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para Jesús un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del Calvario.
Para los apóstoles, ya lo sabemos también. Acabamos de escuchar a Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas de Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo transmitir después en sus cartas a las Iglesias: -¡Nuestro cuerpo, ahora sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo glorioso del Señor!…
Así lo es también para nosotros. Porque la vida no se nos ofrece siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas bien aceradas.
En esos momentos de angustia, recordamos con la visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo:
– Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.
Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro –del que dice el Evangelio que no sabía lo que se decía–: ¡Qué bien se está aquí!…
Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío…
La Transfiguración fue un paréntesis muy breve, aunque muy intenso, en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de apostolado muy activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros. Ahora había que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los azotes y el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor le anima a seguir adelante sin decaer un momento.
Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro Jefe y Capitán, Cristo Jesús.
Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la misma gloria que a Jesucristo.
Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a su Hijo, es decir, la misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene destinados también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo.
Jesús se manifiesta en el Tabor, más que en ninguna otra ocasión, como el esplendor de la gloria del Padre. Nadie ha visto la gloria interna de Dios. Pero mirando a Jesús envuelto en una luz que opaca y anula del todo la luz del sol, nosotros llegamos a barruntar lo que es ese Dios que un día veremos cara a cara y que nos envolverá con sus esplendores. Esplendores que son ya ahora una realidad que llevamos dentro, aunque no los vemos. La Gracia del Bautismo nos ha transformado en esa luz que nos hace gratos, ¡y tan gratos!, a los ojos divinos…
¡Señor Jesucristo! ¡Qué grande, qué amoroso, y qué humilde, te muestras en el Tabor! ¿Cuándo, pero cuándo nos será dado gozar de aquel espectáculo que enloqueció a los discípulos?…
Ya vemos que nos preparas cosa buena de verdad. El caso es que sepamos merecerla…
Decálogo cuaresmal del cristiano hoy
Un tiempo propicio para encontrar la paz del corazón, para retomar el camino de Dios, que es un camino de amor, armonía y paz
¿SABES QUÉ ES LA CUARESMA?
Un tiempo propicio para encontrar la paz del corazón, para retomar el camino de Dios, que es un camino de amor, armonía y paz. Paz que nace del saber que somos amados y perdonados por Dios y del saber que correspondemos a ese amor.
La Cuaresma es una oportunidad para «volver a ser» cristianos, a través de un proceso constante de cambio interior y de avance en el conocimiento y en el amor de Cristo.
La conversión no tiene lugar nunca una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior de toda nuestra vida. Ciertamente este itinerario de conversión evangélica no puede limitarse a un período particular del año: es un camino de todos los días, que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida.
San Agustín dijo en una ocasión que nuestra vida es un ejercicio único del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de dejar entrar a Dios en nuestro ser. «Toda la vida del cristiano fervoroso -dice- es un santo deseo».
Si esto es así, en Cuaresma se nos invita aún más a «arrancar de nuestros deseos las raíces de la vanidad» para educar el corazón en el deseo, es decir, en el amor de Dios. Dios -dice San Agustín- es todo lo que deseamos» (Cf. «Tract. in Iohn.», 4).
Y esperamos que realmente comencemos a desear a Dios, y de este modo desear la verdadera vida, el amor mismo y la verdad (Benedicto XVI, 27 de febrero de 2007).
1. Amarás a Dios. Le amarás sin retóricas, como a tu padre, como a tu amigo. No tengas nunca una fe que no se traduzca en amor. Recuerda siempre que tu Dios no es una energía, un abstracto, la conclusión de un silogismo, sino Alguien que te ama y a quien tienes que amar… Y, al mismo tiempo que amas a Dios, huye de esos ídolos que nunca te amarán pero podrían dominarte: el poder, el confort, el dinero, el sentimentalismo, la violencia.
2. No usarás en vano las palabras: Dios, familia, amor. No las uses jamás contra nadie, jamás para sacar jugo de ellas, jamás para tu propia conveniencia.
3. Piensa siempre que el domingo está muy bien inventado, que tú no eres un animal de carga creado para sudar y morir. Impón a ese desgastante exceso de trabajo, que te acosa y te asedia, algunas pausas de silencio para encontrarte con la soledad, con la música, con la naturaleza, con tu propia alma, con Dios en definitiva.
4. Recuerda siempre que lo mejor de ti lo heredaste de tu padre y de tu madre.
5. No olvides que naciste carnívoro y agresivo y que, aunque algún filósofo dijo que el “hombre era Lobo para el hombre”, nosotros cristianos no lo somos, aunque te es más fácil matar que amar. Vive despierto para no hacer daño a nadie, demostremos que tenemos razón, libertad y voluntad para respetar a todos.
6. No temas ni la amistad, ni el amor. Pero no caigas nunca en esa gran trampa de creer que el amor es recolectar placer para ti mismo, cuando es transmitir alegría a los demás.
7. No robarás a nadie su derecho a ser libre. Recuerda que te dieron el alma para repartirla y que roba todo aquel que no la reparte, lo mismo que se estancan y se pudren los ríos que no corren.
8. Recuerda que, de todas tus armas, la más peligrosa es la lengua. Rinde culto a la verdad, pero no olvides nunca dos cosas: que jamás acabarás de encontrarla completa y que en ningún caso debes imponerla a los demás.
9. No desearás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni su coche, ni su sueldo. No dejes nunca que tu corazón se convierta en un cementerio de chatarra, en un cementerio de deseos innobles.
10. No codiciarás los bienes ajenos ni tampoco los propios. Sólo de una cosa puedes ser avaro: de tu tiempo, de llenar la vida de los años -pocos o muchos- que te fueron concedidos.
La Cuaresma avanza y todos, al inicio de estos 40 días, comenzamos con buenos propósitos para ser mejores y al final sentirnos amados por Dios y en su casa. ¿Ya has regresado?, ¿vas de camino?, ¿qué te falta?, ¿cuánto te falta por llegar?, ¿qué último esfuerzo debes hacer? Aún tenemos esta semana para decir al Señor, que SÍ QUEREMOS.
¿Mamá vs. Niñera?
3 consejos geniales para la crianza de los hijos
Actualmente existe una realidad: muchas madres trabajan y deben delegar el cuidado de sus hijos a terceros, ya sean parientes, niñeras o instituciones como guarderías o colegios. Las razones son tan diversas como las situaciones familiares y no es motivo de este post analizar o juzgar qué tipo de dinámica familiar es mejor que otra. El hecho es que existen y que hay que asumirlas y manejarlas de la mejor manera para bien de todos los protagonistas.
En este video se ven casos particulares en los que la niñera conoce aspectos específicos del niño que cuida que la madre ignora. No sabemos si es que la filmación recogió también los casos en los que la madre sí acierta y la nana no, o en las que ambas coinciden. No es relevante para el fin de esta producción centrada en el llamado a ser caritativos y justos con las personas que se emplean en las casas. Pero para el caso de esta reflexión, vamos a centrarnos en la dinámica afectiva entre madre-niñera–niño.
¿Mamá vs. Niñera? El error en el que normalmente se cae cuando se habla sobre estos casos es enfrentar negativamente el rol de la madre con el de la niñera. ¿Está bien o mal que el niño quiera a su niñera? ¿Si la quiere significa que no ama a su mamá o que ella está haciendo un mal trabajo? ¿Debe tener, una criatura de corta edad, la capacidad racional para categorizar sentimientos diciendo algo así como “a mi nana no la voy a querer tanto porque es una empleada doméstica y no debo sentir nada por ella —a pesar de que me cuida, me quiere mucho, juega conmigo, y me prepara la comida—porque sino mi mamá se va a sentir culpable y se ve muy mal socialmente”?
La maravilla de la inocencia infantil es que nos enseña algo más profundo: un niño ama espontáneamente, porque lo aman, porque la persona existe. Para los niños el amor no es un pedazo de pizza que se reparte y se acaba. Ellos saben, sin haber leído nada al respecto, que el amor “no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad” (1 Cor 13, 5-6). El amor de un niño respeta la dignidad de cada una de las personas como hijos de Dios. No discrimina por posición social, trabajo, ingreso económico o color de piel. Si discrimina, de alguna manera, es por lo que recibe de la otra persona.
Por eso las madres deben ser sabias para manejar la relación con la niñera, y no sentirse culpables o celosas si sus hijos la quieren. Sentimientos de ese tipo sólo cabrían en el corazón materno si es que la madre siente que está haciendo algo incorrecto al dejar a sus hijos a cargo de otra persona teniendo otras opciones. Si es así, hay que revisar las prioridades, las decisiones tomadas y reacomodarlas. Pero ese no es un problema ni de la niñera, ni del niño, ni de la relación de cariño que se genera entre ambos.
Si la realidad es que las madres tienen que trabajar porque así lo demanda la situación económica o es una decisión tomada a conciencia por otros motivos, ¿de qué sirve la culpa? ¿Qué más da que la niñera sepa algunas cosas que ellas no? Seguramente sucede lo mismo con algún profesor del colegio o con alguno de los abuelos en los que los niños confían. En todo caso, no sería ésta la única medida que un experto usaría para diagnosticar un problema en la relación madre-hijo.
Cada una con su rol. La madre es la madre. La niñera es la niñera. Desde su posición ambas son importantes en el corazón del niño. Cada una, desde su lugar, sabrá dar lo mejor.
Lo que no puede hacer una madre es estar siempre ausente o delegar absolutamente todas las tareas de crianza y educación. La madre es irremplazable, y debe estar presente para ir cultivando la relación con los pequeños. Y mientras más crecen, más la necesitarán sobre todo para el diálogo y la guía. Una madre debe buscar compartir con sus hijos los momentos importantes como el baño, la hora de dormir, del cuento, de alguna de las comidas, los fines de semana, los eventos sociales importantes, etc. Lo más que se pueda. Dar pautas. Poner límites. También debe repetirle a los niños que los ama y enseñarles con el ejemplo a ser personas virtuosas, responsables, caritativas y generosas.
¿Qué rol juega la niñera en este proceso de crianza? Debe ser una aliada en la educación cotidiana y en la afectiva. ¡Qué mejor regalo que la persona que cuide a un hijo lo quiera y lo cuide como una madre! ¿O se prefiere la indiferencia, la falta de cariño o de humanidad por simple competencia entre los amores?
Pero ese regalo se debe retribuir. ¿Cómo? Mediante el trato justo, el diálogo constante y abierto no sólo sobre el niño sino sobre la vida y necesidades de la niñera, el pago generoso, el respeto a su dignidad como ser humano que tiene las mismas preocupaciones y los mismos anhelos de felicidad que cualquiera. Inclusive, esta relación puede enriquecerse mediante la ayuda para el cultivo y crecimiento personal de la niñera, considerando que, en la mayoría de los casos, es la madre la que tiene mayor preparación. También hay que convencerse de que no se le está haciendo un favor dándole este trabajo.
No es sólo un intercambio mercantil o laboral como el que se recibe en la oficina. Es algo más poderoso. Es una relación de ida y vuelta que tiene como eje central lo que más se ama y, por lo mismo, debe estar nutrida de caridad y respeto.
En definitiva, es una relación interpersonal. Son personas las involucradas. Cada una con su rol. La madre es la madre. La niñera es la niñera. Desde su posición ambas son importantes en el corazón del niño. Cada una, desde su lugar, sabrá dar lo mejor. Para ayudar al niño, para crecer como ser humano y para aprender a acoger al otro como un hijo de Dios, que es lo que, finalmente, define nuestra verdadera naturaleza y nos hace ser un real ejemplo de virtud para los más pequeños.
Santos Rodrigo y Salomón, mártires de Córdoba
Dos cristianos mozárabes encarcelados y condenados a muerte por profesar su fe ante el poder musulmán
San Rodrigo nació en la localidad de Cabra (Córdoba, España), en tiempos de la invasión musulmana. Su familia se trasladó a Córdoba y allí fue ordenado sacerdote.
Era apóstol mozárabe y tenía dos hermanos musulmanes. Estos un día pelearon fuertemente y Rodrigo pretendió separarlos pero acabó siendo insultado y golpeado.
Públicamente uno de sus hermanos dijo que se había convertido al Islam y había apostatado, a lo cual él respondió ante el juez haciendo pública su fe en Cristo. Esto provocó que las autoridades lo detuvieran y fuera encarcelado.
En prisión conoció a Salomón, acusado también de ser cristiano. Se hicieron amigos y juntos se sostuvieron en la fe.
El 13 de marzo del año 857 Rodrigo fue condenado a muerte, degollado y echado al río Guadalquivir.
Salomón murió mártir ese mismo año. En total, fueron 48 cristianos perseguidos por las autoridades musulmanas y desatendidos por la autoridad mozárabe cristiana, que quería estar a bien con el poder musulmán. Se los conoce como los Mártires de Córdoba.
El cadáver de Rodrigo fue recuperado y se le dio sepultura en la iglesia de san Ginés.
Santo patrón
San Rodrigo es patrón de Cabra (Córdoba).
Oración
San Rodrigo de Córdoba, ayúdanos y pídele a Dios por nosotros, para que quedemos libres del error y tengamos la fuerza y el valor para luchar por la unidad de la fe incluso hasta el triunfo del martirio si fuera necesario, siguiendo tu ejemplo de vida.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.