La conversión de San Pablo

Fiesta litúrgica, 25 de enero

Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Breve Reseña

No es segura la fecha en que Pablo se convirtió, pero está relacionada con el martirio de Esteban, cuando los testigos depositaron sus vestiduras a los pies de Saulo (Hch 7, 58; cf. 22, 20) para que las guardara. Este martirio y la subsiguiente persecución de la Iglesia, encaja bien en el cambio de Prefectos Romanos que se produjo en el año 36. Esta fecha corresponde bien a los catorce años que median entre la conversión de Pablo y su visita a Jerusalén con ocasión del “concilio” (Gál 2, 1; año 49). Sin embargo, algunos comentaristas prefieren fechar la conversión el año 33 (cf. J. Finegan, Biblical Chronology, 321).

El mismo Pablo y Lucas en los Hechos de los Apóstoles describen la experiencia vivida en el camino de Damasco y el giro que significó en la vida del Apóstol. Fue un encuentro con el Señor (Kyrios) resucitado, que obligó a Pablo a adoptar un nuevo estilo de vida; fue la experiencia que convirtió al fariseo Pablo en el apóstol Pablo.

 

Pablo relata el acontecimiento en Gálatas 1, 13-17 desde su propio punto de vista apologético y polémico. En Hechos (9, 3-19; 22, 6-16; 26, 12-18) hay otros tres relatos: todos subrayan el carácter arrollador e inesperado de esta experiencia, que tuvo lugar en medio de la persecución que Pablo dirigía contra los cristianos.

Si bien hay variantes en cuanto a los detalles en los tres relatos (si los acompañantes quedaron en pie sin poder hablar o si cayeron por tierra; si oyeron o no la voz; asimismo, el hecho de que Jesús hablara a Pablo “en idioma hebreo”, pero citando un proverbio griego…), el mensaje esencial transmitido a Pablo es el mismo.

Los tres relatos están de acuerdo en este punto: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, “¿Quién eres tú, Señor?”, “Yo soy Jesús (de Nazaret), a quien tú persigues”. Las variantes pueden ser debidas a las diferentes fuentes de información utilizadas por Lucas.

 

Pablo mismo escribió, acerca de esta experiencia, que Dios tuvo a bien revelarle a su Hijo, para que predicara a los gentiles la buena noticia referente a Jesús (Gál 1, 15-16). Fue una experiencia que nunca olvidó, a la que asociaba frecuentemente su misión apostólica. “¿Acaso no soy apóstol? ¿Es que no he visto a Jesús, Nuestro Señor?” (1 Cor 9,1; cf. 15, 8).

Esta revelación de Jesús el Señor en el camino de Damasco habría de ser el factor decisivo que dominara en adelante toda su vida. Por amor a Cristo se hizo “todo para todos” (1 Cor 9, 22). En consecuencia se convirtió en “siervo de Cristo” (Gál 1, 10; Rom 1, 1; etc.), como los grandes siervos de Dios del AT (Moisés: 2 Re 18, 12; Josué: Jue 2, 8; David: Sal 78, 70), y puede que incluso como el mismo Siervo de Yahvé (Is 49, 1; cf. Gál 1, 15).

LA REVELACIÓN DE PABLO

La teología de Pablo se vio influida, sobre todo, por la experiencia que tuvo en el camino de Damasco y por la fe en Cristo resucitado, como Hijo de Dios, que creció a partir de esa experiencia.

Los actuales investigadores del NT son menos propensos que los de las generaciones pasadas a considerar aquella experiencia como una “conversión” explicable de acuerdo con los antecedentes judíos de Pablo o con Rom 7 (entendido como relato biográfico). El mismo Pablo habla de esta experiencia como de una revelación del Hijo que le ha concedido el Padre (Gál 1, 16). En ella “vio a Jesús, el Señor” (1 Cor 9, 1; cf. 1Cor 15, 8; 2 Cor 4, 6; 9, 5).

 

Aquella revelación del “Señor de la gloria” crucificado (1 Cor 2, 8) fue un acontecimiento que hizo de Pablo, el fariseo, no sólo apóstol, sino también el primer teólogo cristiano.

La única diferencia entre aquella experiencia, en que Jesús se le apareció (1 Cor 15, 8), y la experiencia que tuvieron los testigos oficiales de la Resurrección (Hch 1, 22) consistía en que la de Pablo fue una aparición ocurrida después de Pentecostés. Esta visión le situó en plano de igualdad con los Doce que habían visto al Kyrios.

Más tarde Pablo hablaba, refiriéndose a esta experiencia, del momento en que había sido “tomado” por Cristo Jesús (Flp 3, 12) y una especie de “necesidad” le impulsó a predicar el evangelio (1 Cor 9, 15-18). Él comparó esa experiencia con la creación de la luz por Dios: “Porque el Dios que dijo:

“De la tiniebla, brille la luz”, es el que brilló en nuestros corazones para resplandor del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Cor 4-6).

El impulso de la gracia de Dios le urgía a trabajar al servicio de Cristo; no podía “cocear” (dar coces) contra este aguijón (Hch 26, 14). Su respuesta fue la de una fe viva, con la que confesó, juntamente con la primitiva Iglesia, que “Jesús es el Señor” (1 Cor 12, 12; CF. Rom 10, 9; Flp 2, 11). Pero esta experiencia iluminó, en un acto creador, la mente de Pablo y le dio una extraordinaria penetración de lo que él llamó más tarde “el misterio de Cristo” (Ef 3, 4).

Mi encuentro con Cristo

Santo Evangelio según san Marcos 16, 15-18. Conversión de san Pablo, apóstol

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Hoy me pongo en tu presencia para saber lo que quieres de mí. Es difícil, no puedo ocultar esta realidad, pero confiando en tus manos me esfuerzo y me dispongo, con espíritu abierto, a lo que me quieras transmitir a mí o a los demás, a través de mi humilde persona.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-18

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuántos encuentros hemos tenido con un Cristo inesperado. Los apóstoles, después de la pasión, no le esperaban. San Pablo, cegado por sus intereses, tuvo un encuentro imprevisto. Ahora tenemos un encuentro con Cristo, pero ¿qué esperamos de él? Podemos estar en la misma posición de los apóstoles y de san Pablo: no saber lo que voy a recibir, no sabemos qué voy a escuchar, no saber, éste es el temor.

Vigilad y orad que el espíritu de Dios puede pedir y, tras esta petición, podemos entrar en gran confusión. Sepamos acoger la voluntad de Dios. Meditemos con tiempo, con recogimiento todo lo que nos diga Dios a ejemplo de Pablo de Tarso que, tras sentimientos de confusión, temor e incomprensión, se retiró al desierto donde pudo pensar, luego pudo meditar y al final pudo elegir la mejor parte: Servir a Dios.

Veamos que, tras un encuentro con Dios, en el día menos pensado, a la hora menos esperada, llega Dios y habla, grita y aturde. Lo que debemos hacer es claro: seguir escuchándole atentamente en el silencio, y después de entender cuál es su voluntad, dar un «sí» que defina el rumbo de nuestras vidas.

 

 

Éste es un ejercicio de todos los días y como ejercicio cuesta seguir respondiendo constantemente. No solo valdrá la pena, sino que, por experiencia de san Pablo, podemos decir que vale la vida. Veamos también a los apóstoles que al oír este «Id y predicar», meditaron este deseo y se atrevieron a dar un «sí» hasta la muerte.

Hagamos el intento: escuchemos, meditemos y respondamos.

«Lo primero que pide Jesús es ir, no permanecer en Jerusalén: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. Es una invitación a salir, ir. El Evangelio es proclamado siempre en camino: nunca sentados, siempre en camino, siempre. Salir, por tanto, parar ir donde Jesús no es conocido y donde Jesús es perseguido o donde Jesús es desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio». (Homilía de S.S. Francisco, 25 de abril de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Escuchemos, meditemos y respondamos.

 

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Por qué es necesario anunciar a Jesucristo?

Porque Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4).

Es necesario anunciar a Jesucristo por numerosos y complementarios motivos. Lo requieren: Dios Padre, Jesucristo, el Espíritu Santo, el Evangelio, la persona humana, el cristiano, la Iglesia, la sociedad actual.

DIOS-PADRE quiere que el anuncio de su hijo jesucristo sea realizado a todos.

¿Por qué motivo?

Porque Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2,4).
Por eso:

– Él envía a Su Hijo Jesucristo, que es Su Palabra definitiva y perfeta, y nuestro Salvador;
– y dona el Espíritu Santo, gracias al cual creemos en Cristo e invocamos a Dios como Padre.

¿En qué modo dios quiere hacer conocer su hijo a todos los hombres?

Dios ha escrito en el corazón del hombre el deseo de conocerlo y amarlo, y no cesa de atraer a cada persona hacia Él, por medio de Su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Al mismo tiempo confía a los hombres, convocados por Él en la Iglesia Su Pueblo, la misión de hacer conocer a Su Hijo y de comunicar la salvación realizada por Él.

JESUCRISTO vino a este mundo “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

¿Cómo realiza Jesús ésta misión?

El:
– anuncia a todos la “Buena Noticia”. Ofrece su vida, muriendo en Cruz, “por muchos para el perdón de los pecados” (cf. Mt 26,28);
– antes de volver al Padre, dió este mandato a Sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19);
– Se presenta como diferente a los otros, como ¡Único!

¿Por qué Jesucristo es único?

En cuanto que Él es el Único Hijo de Dios, consusbtancial a Dios su Padre: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).
Por eso, Él, y sólo Él:

– nos hace conocer a Dios Padre de manera plena, perfecta y definitiva: “Quién me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9);
– nos dona, con Su muerte y Su Resurrección, la verdadera y plena salvación: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12).

¿Jesucristo quita algo al hombre?

Jesucristo no quita nada al hombre, al contrario, Él:

– dona la nueva vida divina de hijos de Dios;
– lleva a cumplimiento, después de haberlo purificado, cuanto hay de verdadero, bueno y bello, en cada persona y en cada religión;
– realiza plenamente las auténticas aspiraciones del hombre;
– abre nuevos horizontes al hombre, le muestra el camino y le dona la gracia para poder realizarlos;
– no disminuye, sino que exalta la libertad humana y la orienta hacia su cumplimiento, en el encuentro gozoso con Dios y en el amor gratuito y atento al bien de todos los hombres.

EL ESPÍRITU SANTO derramado en nosotros como un don de Dios Padre, por medio de Jesucristo muerto y resucitado, nos impulsa a ser anunciadores, para que todos “te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Con su luz y su gracia, la humanidad puede, en Cristo, “encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad”, como recuerda Juan Pablo ii, en la Encíclica Redemptoris Missio (n.8).

EL EVANGELIO de Cristo es anunciado a todos.

¿Por qué?

En cuanto que es capaz de:

– Entusiasmar a la persona de cualquier edad, cultura, lengua,…
– Penetrar toda forma de vida que a priori no la excluye. Y esto porque la Palabra de Cristo no está ligada “exclusiva e indisolublemente a ninguna raza o nación, a ningún género particular de costumbres, a ningún modo de ser, antiguo o moderno” (Conc. Vat. ii, GS 58). El Evangelio es para todas las culturas, y todas las culturas pueden ser “fermentadas” por el Evangelio: como la semilla que cae en tierra, y donde es posible germina y frutifica; o bien, como la levadura que fermenta la masa, o la sal que da sabor a la comida, o el rocío y la lluvia que le permite crecer a la vegetación
– “El Evangelio de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado. Continuamente purifica y eleva las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o edad.” (GS 58).

LA PERSONA HUMANA, en cuanto capaz de diálogo con su Creador, tiene el derecho y el deber de:

– escuchar la Verdad, de la manera más auténtica, íntegra y completa que sea posible: la “Buena Noticia” de Dios que se revela y se dona en Cristo. De este modo la persona realiza en plenitud su propia vocación;
– anunciar la Verdad, para compartir con los demás la propia fe: es propio del hombre el deseo y el empeño conreto de hacer participar a los demás de los propios bienes, que recibió como don y que aprecia;
– vivir en plenitud la propia vida: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4)

¿Por qué la persona tiene necesidad del anuncio de Cristo?

Porque Cristo:
– libera al hombre del pecado y lo convierte en Hijo de Dios;
– revela al hombre su propia, integral y original identidad;
– tiene una extraordinaria fuerza atracción y de convencimiento también para el hombre de hoy.
Por eso, es necesario anunciar a todos, de modo sereno y positivo, la Verdad cristiana en su integridad, armonia, y también en su belleza, que tanto fascina al hombre de hoy. De este modo será posible para la persona humana conocer y acoger aquel ‘splendor veritatis’ (esplendor de la verdad) que es Cristo mismo.

EL CRISTIANO, todo cristiano en cuanto tal, tiene el derecho y el deber de anunciar a Jesucristo.

¿Cuál es el fundamento de este derecho/deber?

Este derecho/deber:

– Tiene su fundamento en la libertad religiosa, derecho natural de cada hombre;
– Es una exigencia profunda de la vida de Dios en él. Esta necesidad de anunciar a todos el Evangelio, nace en el cristiano de la exigencia de compartir con los demás, todo aquello que de original, específico y único, él recibió de parte de Dios, es decir, la fe.
– Se funda en el mandato de Cristo: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda creatura; el que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”. (Mc 16,15-16).
– El anuncio de Cristo es indispensable para que los demás puedan conocer y acoger a Cristo para obtener la salvación. Para creer en Él, es necesario sentir hablar de Él, necesita uno que, después de haberlo conocido, lo anuncie a los demás. En efecto: “¿Cómo invocarán a aquel a quien no han creido? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?” (Rm 10,14).

LA IGLESIA, siempre y en todas partes, anunció a Cristo.

¿Por qué y en que modo?

– La Iglesia existe no para anunciarse a sí misma, ni para anunciar una nueva y extraña religión, sino para anunciar y comunicar a Cristo.
– El primer y principal empeño de la Iglesia en su tradición bimilenaria ha sido y es: La traditio evangelii (la transmisión del Evangelio).
– Es derecho y deber de la Iglesia, de toda la Iglesia, anunciar todo el Evangelio a todo el hombre y a todos los hombres, en el modo más fiel posible, evitando reduccionismos o ambigüedades, y reservando a este anuncio el primer lugar dentro de todas sus actividades y preocupaciones.
– Los mismos Apóstoles, al inicio de la vida de la Iglesia, dieron la prioridad al anuncio de Cristo: “No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espítitu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y la ministerio de la Palabra” (Hch 6, 2-4).
– Después de los Apóstoles, muchos otros hicieron propias las palabras de S. Pablo: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16). ¡Es una obligación y un honor la predicación del Evangelio!
– Toda actividad de la Iglesia (incluída la actividad asistencial, la defensa de los derechos humanos, la promoción de la paz, etc.) debe ser inseparable del empeño de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe. Esta norma de conducta ha sido válida durante toda la historia de la Iglesia y continuará siéndolo siempre. Son innumerables las iniciativas que surgieron a lo largo de la historia para difundir el Evangelio y caracterizan profundamente toda la vida del Pueblo de Dios: esas conducen al encuentro con Cristo.
– La acción evangelizadora de la Iglesia no puede venir nunca a menos, porque nunca faltará la presencia del Señor con la fuerza del Espíritu Santo, según su promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
– La Iglesia, anunciando a Cristo Verdad y salvación del hombre, va al enuentro de la necesidad de cuantos buscan sinceramente esta Verdad y salvación, estableciendo con ellos un diálogo motivado, finalizado y centrado en el amor a la Verdad.
– Cada uno es llamado a la santidad en la Iglesia. Ahora la santidad consiste en seguir las huellas de Jesús que vino a anunciar la salvación y confió tal misión de anunciador a cada cristiano y a toda la Iglesia.

LA SOCIEDAD ACTUAL tiene necesidad del anuncio del Evangelio

¿Cómo se manifiesta esta necesidad?

– El actual contexto cultural, caracterizado sea de un difuso relativismo como de un fácil pragmatismo, exige más que nunca el valiente anuncio de la Verdad que salva al hombre y a la sociedad;
– El orden ético social tiene necesidad de ser iluminado con el anuncio de Cristo. Y esto porque como afirmaba justamente el Papa Juan xxiii en la encíclica Mater et Magistra (n.193), “el orden ético religioso incide más que cualquier otro valor material sobre las direcciones y soluciones que se deben dar a los problemas de la vida individual y asociada, en el interno de la comunidad nacional y en las relaciones entre ellas”.
– El anuncio del Evangelio ayuda a comprender el patrimonio histórico-cultural de muchos pueblos y naciones. De hecho, los principios del Evangelio son parte constitutiva de tal patrimonio: la historia, la cultura, la civilización de muchas generaciones, a lo largo de los siglos, están impregnados de cristianismo e íntimamente enlazados al camino de la Iglesia. Lo testimonian no sólo las innumerables obras de arte, que embellecen diversos lugares del mundo, sino también las tradiciones, los usos, las costumbres, que caracterizan el pensar y el obrar de los diversos pueblos.
– El mundo de hoy, mientras facilita la comunicación, duda de la capacidad de la persona para conocer la verdad, o hasta niega la existencia de una única Verdad y sin embargo, al mismo tiempo, manifiesta en varios modos una necesidad de Absoluto, una sed insaciable de verdad y de certeza. El anuncio viene al encuentro de tales exigencias y está en grado de dar a ellas la plena satisfacción.
– El anuncio del Evangelio, afirma Juan Pablo ii en la encíclica Slavorum Apostoli (n.18), “no lleva al empobrecimiento o desaparición de todo lo que cada hombre, pueblo, nación y cultura reconocen y realizan en la historia como bien, verdad y belleza. Es más, el Evangelio induce a asimilar, desarrollar y vivir todos estos valores con magnanimidad y alegría, y a completarlos con la misteriosa y sublime luz de la Revelación”.
Por éstos y otros motivos, todavía es absolutamente necesario anunciar a Jesucristo que murió y resucitó por todos.

Escucha del otro confiada y honesta para una comunicación buena

Se hizo público el mensaje del Papa para la 56ª Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales.

“Escuchar con los oídos del corazón”. Así se titula el mensaje que el Santo Padre firmó este 24 de enero – memoria de San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia, fundador de la Orden de la Visitación y patrono de la prensa católica – con motivo de la 56ª Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales que se celebrará el próximo 29 de mayo. En este mensaje – rubricado en San Juan de Letrán, catedral de Roma – el Papa comienza recordando que el año pasado “reflexionamos sobre la necesidad de ir y ver para descubrir la realidad y poder contarla a partir de la experiencia de los acontecimientos y del encuentro con las personas”.

“Siguiendo en esta línea, deseo ahora centrar la atención sobre otro verbo, ‘escuchar’, decisivo en la gramática de la comunicación y condición para un diálogo auténtico”

Escuchar sigue siendo esencial para la comunicación

El Pontífice explica que “estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante”, y que “la escucha está experimentando un nuevo e importante desarrollo en el campo comunicativo e informativo, a través de las diversas ofertas de podcast y chat audio, lo que confirma que escuchar sigue siendo esencial para la comunicación humana”.

Francisco alude a un ilustre médico acostumbrado a curar las heridas del alma, quien ante la pregunta de “cuál era la mayor necesidad de los seres humanos”, respondió: “El deseo ilimitado de ser escuchados”. De manera que se trata de “un deseo que a menudo permanece escondido, pero que interpela a todos los que están llamados a ser educadores o formadores, o que desempeñen un papel de comunicador”, o sea “los padres y los profesores, los pastores y los agentes de pastoral, los trabajadores de la información y cuantos prestan un servicio social o político”.

 

Escuchar con los oídos del corazón

Tras destacar que de “las páginas bíblicas aprendemos que la escucha no sólo posee el significado de una percepción acústica, sino que está esencialmente ligada a la relación dialógica entre Dios y la humanidad”, hasta el punto que “San Pablo afirma que la fe proviene de la escucha”, el Santo Padre escribe:

“La iniciativa es de Dios que nos habla, y nosotros respondemos escuchándolo; pero también esta escucha, en el fondo, proviene de su gracia, como sucede al recién nacido que responde a la mirada y a la voz de la mamá y del papá. De los cinco sentidos, parece que el privilegiado por Dios es precisamente el oído, quizá porque es menos invasivo, más discreto que la vista, y por tanto deja al ser humano más libre”

Además, el Pontífice afirma que “la escucha corresponde al estilo humilde de Dios”, que “Dios ama al hombre” y que por esta razón “le dirige la Palabra” e “inclina el oído para escucharlo”. Mientras “el hombre, por el contrario, tiende a huir de la relación, a volver la espalda y cerrar los oídos para no tener que escuchar”.

“El negarse a escuchar termina a menudo por convertirse en agresividad hacia el otro, como les sucedió a los oyentes del diácono Esteban, quienes, tapándose los oídos, se lanzaron todos juntos contra él”

Dios siempre se revela comunicándose gratuitamente

Francisco recuerda que “Jesús pide a sus discípulos que verifiquen la calidad de su escucha”, que los exhortan a ello “después de haberles contado la parábola del sembrador, dejando entender que no basta escuchar, sino que hay que hacerlo bien” y glosando un parágrafo de su exhortación apostólica Evangelii gaudium – del 2013 sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual – añade que “sólo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la ‘capacidad del corazón que hace posible la proximidad’”.

 

Ejemplos del rey Salomón y los santos Agustín y Francisco de Asís

Además, el Santo Padre pone de manifiesto que “todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás”. De ahí su afirmación:

“Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona”

Recuerda asimismo que el rey Salomón “demostró sabiduría porque pidió al Señor que le concediera un corazón capaz de escuchar” y que “san Agustín invitaba a escuchar con el corazón (corde audire), a acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el corazón”. Mientras San Francisco de Asís exhortaba a sus hermanos a “inclinar el oído del corazón”.

“No podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos”

La escucha como condición de la buena comunicación

Por otra parte, al considerar que existe “un uso del oído que no es verdadera escucha, sino lo contrario: el escuchar a escondidas”, “una tentación siempre presente y que hoy, en el tiempo de las redes sociales, parece haberse agudizado”, como es el hecho de “escuchar a escondidas y espiar, instrumentalizando a los demás para nuestro interés”, el Papa escribe:

“Lo que hace la comunicación buena y plenamente humana es precisamente la escucha de quien tenemos delante, cara a cara, la escucha del otro a quien nos acercamos con apertura leal, confiada y honesta”

Por esta razón lamenta que “la falta de escucha”, que experimentamos “en la vida cotidiana”, es evidente también “en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos”. Se trata de “síntoma”, afirma el Papa, de que: “Más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia. La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad”.

“Es triste cuando, también en la Iglesia, se forman bandos ideológicos, la escucha desaparece y su lugar lo ocupan contraposiciones estériles”

 

El diálogo es un “duálogo”, un monólogo a dos voces

En “muchos de nuestros diálogos – prosigue el Pontífice en su Mensaje – no nos comunicamos en absoluto. Estamos simplemente esperando que el otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista”. Y como señala el filósofo Abraham Kaplan, el Papa recuerda que:

“Diálogo es un ‘duálogo’, un monólogo a dos voces. En la verdadera comunicación, en cambio, tanto el tú como el yo están ‘en salida’, tienden el uno hacia el otro. Escuchar es, por tanto, el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación”

De ahí la importancia de recordar que “no se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la capacidad de escuchar”. De manera que “para ofrecer una información sólida, equilibrada y completa es necesario haber escuchado durante largo tiempo”.

“Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida”

Como escribe el Obispo de Roma, sólo “si se sale del monólogo se puede llegar a esa concordancia de voces que es garantía de una verdadera comunicación”, además de la necesidad de “escuchar diversas fuentes”, son “conformarnos con lo primero que encontramos” para asegurar “fiabilidad y seriedad a las informaciones que transmitimos”.

“Escuchar más voces, escucharse mutuamente, también en la Iglesia, entre hermanos y hermanas, nos permite ejercitar el arte del discernimiento, que aparece siempre como la capacidad de orientarse en medio de una sinfonía de voces”

Recuerdo del cardenal Agostino Casaroli

Ante la pregunta de “¿por qué afrontar el esfuerzo que requiere la escucha?”, Francisco recuerda al gran diplomático de la Santa Sede, el cardenal Agostino Casaroli, quien hablaba del “martirio de la paciencia”, necesario para escuchar y hacerse escuchar en las negociaciones con los interlocutores más difíciles, con el fin de obtener el mayor bien posible en condiciones de limitación de la libertad. “También en situaciones menos difíciles, la escucha requiere siempre la virtud de la paciencia, junto con la capacidad de dejarse sorprender por la verdad – aunque sea tan sólo un fragmento de la verdad –de la persona que estamos escuchando”.

“Sólo el asombro permite el conocimiento. Me refiero a la curiosidad infinita del niño que mira el mundo que lo rodea con los ojos muy abiertos. Escuchar con esta disposición de ánimo – el asombro del niño con la consciencia de un adulto – es un enriquecimiento, porque siempre habrá alguna cosa, aunque sea mínima, que puedo aprender del otro y aplicar a mi vida”

“Infodemia” causada por la información oficial

Hacia el final de su Mensaje Francisco también afirma que “la capacidad de escuchar a la sociedad es sumamente preciosa en este tiempo herido por la larga pandemia”. “Mucha desconfianza acumulada precedentemente hacia la ‘información oficial’ – escribe – ha causado una ‘infodemia’, dentro de la cual es cada vez más difícil hacer creíble y transparente el mundo de la información”.

“Es preciso disponer el oído y escuchar en profundidad, especialmente el malestar social acrecentado por la disminución o el cese de muchas actividades económicas”

El problema de las migraciones

En cuanto a “la realidad de las migraciones forzadas”, el Santo Padre admite que se trata de “un problema complejo”, del que “nadie tiene la receta lista para resolverlo”. Por esta razón no duda en repetir que, “para vencer los prejuicios sobre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos”, tal como ya lo hacen “muchos buenos periodistas” y “muchos otros lo harían si pudieran”.

“¡Alentémoslos! ¡Escuchemos estas historias! Después, cada uno será libre de sostener las políticas migratorias que considere más adecuadas para su país. Pero, en cualquier caso, ante nuestros ojos ya no tendremos números o invasores peligrosos, sino rostros e historias de personas concretas, miradas, esperanzas, sufrimientos de hombres y mujeres que hay que escuchar”

Escucharse en la Iglesia

De la misma manera, insiste Francisco, “en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos”. Y citando teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, el Papa destaca que nos recuerda “que el primer servicio que se debe prestar a los demás en la comunión consiste en escucharlos. Quien no sabe escuchar al hermano, pronto será incapaz de escuchar a Dios”.

“El apostolado del oído”

Por último, en cuanto a la acción pastoral, el Pontífice escribe que “la obra más importante es ‘el apostolado del oído’. Escuchar antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago. Y recordando que acaba de comenzar el proceso sinodal, el Papa pide que “oremos para que sea una gran ocasión de escucha recíproca”. Puesto que:

“La comunión no es el resultado de estrategias y programas, sino que se edifica en la escucha recíproca entre hermanos y hermanas. Como en un coro, la unidad no requiere uniformidad, monotonía, sino pluralidad y variedad de voces, polifonía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando las otras voces y en relación a la armonía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada por el compositor, pero su realización depende de la sinfonía de todas y cada una de las voces”

Y confluye destacando que “conscientes de participar en una comunión que nos precede y nos incluye, podemos redescubrir una Iglesia sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su propia voz acogiendo las de los demás como un don, para manifestar la armonía del conjunto que el Espíritu Santo compone”.

Hacia una verdadera perspectiva de familia

La familia es una obra de arte, ¿en qué lugar la estamos colocando o dejando que la coloquen en la gran sala del mundo?

Una obra de arte, por ejemplo una pintura, puede ser apreciada y valorada desde diferentes puntos de vista. Si nos encontráramos delante de la “Mona Lisa”, ese famoso cuadro de Leonardo Da Vinci donde aparece una enigmática mujer sonriente, ¿qué nos dirían de ella un decorador, un historiador, un arqueólogo, un coleccionista o un poeta? El decorador seguramente hablaría del lugar más conveniente para colocar el cuadro; el historiador tal vez se inclinaría en hablar del contexto histórico en que se realizó la pintura; el arqueólogo se centraría en el análisis material del cuadro: dataría su origen, el tipo de pigmentos utilizados, naturaleza de la tela, etc.; el coleccionista concentraría su atención en el valor económico de la pintura y procedería a buscar el modo de adquirirla; el poeta, por último, echaría a volar su mente y corazón para tratar de penetrar los sentimientos que movieron a Leonardo a plasmar en arte hecho pintura el busto de esa mujer. Del decorador al poeta, cada uno seccionó un aspecto de la “Mona Lisa” sin quedarse con una perspectiva de conjunto; algo ciertamente útil pero no válido. Y es que para valorar una obra de arte se considera cada aspecto pero destacando el lazo de verdad indivisible que une a unos respecto a otros. Una obra de arte se valora desde una visión de conjunto.

Algo semejante viene sucediendo, y cada vez más notablemente, con la familia. Algunas visiones se reducen a estancarse en tal o cual aspecto haciéndolo aparecer como esencial, absoluto y verdadero cuando en realidad no es así. La deforman. Hay algunos que afirman que la familia, tal y como hasta ahora todavía la reconocemos, no es más que un escalón en la inmensa escalerilla de una sociedad en evolución. El hombre, según esta visión, al ir “evolucionando” con la tecnología y la ciencia, va necesitando menos de la familia hasta que llegará a un punto en que le resultará innecesaria. Otros ven a la familia como un instrumento del cual valerse para hacer esto o aquello y después desecharla o cambiarla según convenga o sea más útil (como un pincel puede servir para pintar un óleo o una acuarela pero luego, ya usado, poder tirarlo). Algunos más ven en la familia un mero producto del cual se pueden sacar muchos beneficios individuales. Todas esas visiones justifican su validez destacando su utilidad. Sin embargo no todo lo útil es válido (el pincel es útil también para picar los ojos pero no es que por ello el artista vaya andar por ahí picando los ojos de todo aquel con el que se tope).

Para desentrañar la esencia de las cosas, ir hacia una verdadera y global visión de la familia, no debería bastar la admiración de tal o cual aspecto de la “Mona Lisa” sino considerarlos todos en conjunto, evaluar su verdad, formarse un juicio: no permanecer en las ramas de los árboles sino ir a la raíz. Si interrogáramos a la naturaleza sobre la familia nos recordaría que todo ser humano tiene su origen en una. Es en ella donde todo hombre o mujer recibe las primeras nociones del bien y del mal y donde aprende a ser una persona que necesita relacionarse con otros. En la familia el hombre reconoce que es un ser social. Sin entrar en detalles, el hecho de que haya familias desunidas es algo antinatural si bien la frecuencia de saber que existen numerosos casos ha ido haciendo parecer esas situaciones como “normales”.

¿Y es que una visión errada de la familia tiene sus consecuencias negativas en la vida diaria? Ciertamente. ¿Cómo ayudarse entonces para construirse una verdadera perspectiva de la familia y reconocer el mal que se quiere hacer pasar por bien? Una verdadera perspectiva de la familia debe ser tanto teórica como práctica; debe comprender y atender.

Para comprender qué es la familia y cuál es su verdadera importancia no podemos quedarnos en ideologías que resaltan mucho el aspecto emotivo y sentimental (por ejemplo con la proyección de videos e imágenes con música “enternecedora” y “atontadora” de fondo) pero que no ofrecen argumentos racionales y con un mínimo de rigor lógico para justificar lo que defienden.

Una verdadera perspectiva de la familia, en el plano de la ideas, defiende el valor de la persona y reivindica la figura del matrimonio. Una verdadera perspectiva de la familia, en el plano de la acción, suscita políticas sociales y económicas que la defiendan y promueve la participación de la sociedad civil. Una verdadera perspectiva de la familia une el diálogo ideas-acción fomentando el conocimiento de un conjunto coherente y eficaz.

Defender a la persona es defender a la familia y en consecuencia a toda la sociedad. El ser humano es un ser social: necesita a los demás y los demás le necesitan. Frente a la pretensión individualista de las ideologías que buscan hacer pasar al hombre como un ser autosuficiente, egoísta y desligado de los otros, la familia recuerda que la persona humana desde que nace lo hace en el grupo esencial que funda toda sociedad: la familia misma. Para hacerse una verdadera perspectiva de la “Mona Lisa” es necesario apreciar cada color (la persona humana). Un color necesita del otro y así todos juntos (en familia) dan el toque de belleza al conjunto (sociedad). Ningún color podría decirle a otro que no es necesario; es gracias a la diversidad de colores que se experimenta cierto atractivo hacia la pintura. Si todo el cuadro fuese verde, ¿lo apreciaríamos del mismo modo?

La familia, además, está indisolublemente unida a la realidad del único matrimonio posible: el de un hombre con una mujer. En el matrimonio, hombre y mujer encuentran su papel de cara a la sociedad y ese papel es a la vez transmitido a los hijos. El hecho de que cada vez con mayor frecuencia se hable de “otras formas de matrimonio” o de uniones equiparadas a éste, no es más que la confirmación de una incorrecta visión de la familia y la carencia de bases racionales sólidas que amparen como válida, lícita y justa, no únicamente útil, la unión entre personas del mismo sexo. La misma naturaleza nos lo dice: de la unión de un hombre y una mujer se da origen a nuevas vidas; de la unión entre personas del mismo sexo no. O lo que es lo mismo: uno más una igual a matrimonio; uno más uno igual a dos. Reconocer la relación intrínseca matrimonio-familia es reconocer la relación del pintor con su pintura.

Considerar de modo racional dos aspectos a valorar cuando hablamos del matrimonio (el valor de la persona y del matrimonio) serían insuficientes si no fuéramos al plano de las acciones. Las dos acciones más importantes dependen de dos instituciones: el Estado y la sociedad civil.

El Estado debe fomentar políticas sociales y económicas que faciliten el surgimiento de más y más familias. El hecho de que, de modo general, cada vez menos se casen y, de entre los casados, las familias no sean numerosas, parece ser una respuesta lógica a casas pequeñas, salarios bajos, faltas de prestaciones para la mujer embaraza… Y es que con salarios bajos y precios tan elevados no es que den muchas ganas de tener demasiados hijos, ¿cómo mantenerlos después? Además, las casas o departamentos que se construyen ahora son tan pequeños, tan reducidos, que de tener un hijo más, ¿dónde meterlo? Por si fuera poco, para las mujeres que trabajan su embarazo puede conllevar, injusta e ilícitamente, el despido. Una sana política económica o social debe tener al hombre al centro; si no es así podrá aparentar que sí lo tiene cuando en realidad no sucede. Cuando, por ejemplo, se quiere luchar contra la pobreza, no se debe ir al individuo sino a la familia. La pobreza debe ser interpretada desde la familia pues no es un hombre pobre y sin empleo sino una familia pobre y sin alimentos. Ciertamente, ni con esto último ni con todo lo anterior, nos colocamos ante hechos consumados imposibles de cambiar. Se puede mejorar y mucho. De ahí que sea importante, al momento de ejercer el derecho al voto, conocer las iniciativas y programas de tal partido o tal candidato en materia familiar. Tener buenas políticas sociales y económicas es como si el Estado aplicara programas que ayudasen a los artistas a obtener los medios necesarios para producir sus pinturas y fomentase la aparición de medios educativos y culturales (libros, video, revistas, etc.) que ayudasen a los que no alcanzan aún a apreciar el arte, a hacerlo.
La sociedad civil también tiene su papel. Delante se le pone un reto. Es ella misma la que debe fortalecer espacios que hagan ver la belleza de la familia. Si bien es verdad que las denuncias suelen ser necesarias pues con ellas se manifiesta el desacuerdo frente a los ataques sistemáticos, no es que sólo la denuncia y la confrontación basten; es verdad, despiertan a más de uno y le hacen recapacitar, pero ¡hay que hacer notar la belleza de la familia! Nada más eficaz. Hacer ver la belleza de la familia es salir en familia al parque, a comer, a la Iglesia; hacer ver la belleza de la familia es dialogar, compartir las experiencias al final de la jornada, es escuchar al otro; hacer ver la belleza de la familia es ocuparse del otro, donarse en el servicio hacia el otro, es comprender al otro; hacer ver la belleza es transmitir los valores de la amistad, de la atención, de la cercanía, de la confianza, del respeto; ¡hacer ver la belleza de la familia está al alcance de toda persona creativa y con un mínimo de espíritu de iniciativa!

Ciertamente en este empeño juegan un papel importante los medios de comunicación. Los medios son los vehículos masivos por los que se puede seguir atacando a la familia o por los que se le puede reivindicar. La programación anti-familia es fácil de reconocer (novelas, programas, “realitys shows”, entrevistas, películas, etc.); y si sabemos que más bien daña, ¿entonces para que verla? Entretiene, sí, pero sin irlo percibiendo puede ir logrando que se entre en comunión con las ideas que lleva en el fondo. Además hay una amplia gama de programación que nos da la posibilidad de elegir cosas de provecho. Si sabemos que el alcohol perjudica, entonces para qué tomarlo; si sabemos que el agua natural nos beneficia, entonces habrá que beberla.

El diálogo entre las ideas que comprenden los fundamentos de la familia y la acción que atiende sus necesidades debería conllevar a un efecto: una rearticulación de los derechos humanos. Y es que si de verdad el hombre está en el centro (ya dijimos que no es lo mismo tener a la persona -abierta a los otros- que al individuo -cerrado a los demás-, dos visiones del mismo hombre, una verdadera, la otra no) todo apuntará a que la institución familiar debe reconocerse jurídicamente, con leyes, protegerse y defenderla. La familia no es el resultado de un consenso de opiniones ni nace a partir de decretos de un Estado. Ni los grupos ni el Estado deben suplir los deberes de la familia y sí promoverla y apoyarla. El Estado tiene razón de ser gracias a la familia.

La “Mona Lisa” es una obra de arte considerada patrimonio de la humanidad y por eso se conserva con las mayores atenciones y cuidados en una de las mejores salas de exposición del museo del Louvre en París. La familia también es una obra de arte, ¿en qué lugar la estamos colocando o dejando que la coloquen en la gran sala del mundo?

Día 8: Reconciliarse con toda la creación

Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Reflexiones Bíblicas y Oraciones para el Octavario
Día 8: Reconciliarse con toda la creación
«Para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea completa»
(Juan 15, 11)
Colosenses 1, 15-20. En él todas las cosas se mantienen unidas

Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de todo lo creado. Dios ha creado en él todas las cosas: todo lo que existe en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible, sean tronos, dominaciones, principados o potestades, todo lo ha creado Dios por Cristo y para Cristo. Cristo existía antes que hubiera cosa alguna, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia; en él comienza todo; él es el primogénito de los que han de resucitar, teniendo así la primacía de todas las cosas. Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en Cristo la plenitud y por medio de él reconciliar consigo todos los seres: los que están en la tierra y los que están en el cielo, realizando así la paz mediante la muerte de Cristo en la cruz.

Marcos 4, 30-32. Tan pequeño como una semilla de mostaza

También dijo: «¿A qué compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo representaremos? Es como el grano de mostaza, que, cuando se siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra; pero una vez sembrado, crece más que todas las otras plantas y echa ramas tan grandes que a su sombra anidan los pájaros».

Meditación

El himno a Cristo de la Epístola a los Colosenses nos invita a cantar la alabanza de la salvación de Dios, que abarca todo el universo. A través de Cristo crucificado y resucitado, se ha abierto un camino de reconciliación; la creación también está destinada a un futuro de vida y de paz.

Con los ojos de la fe, vemos que el reino de Dios es una realidad muy cercana pero también muy pequeña, apenas visible, como una semilla de mostaza. Sin embargo, está creciendo. Incluso en la angustia de nuestro mundo, el Espíritu del Resucitado está trabajando. Nos alienta a involucrarnos, con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda incansable de la justicia y la paz, y a asegurarnos de que la tierra vuelva a ser un hogar para todas las criaturas.

Participamos en la obra del Espíritu: que la creación en toda su plenitud pueda continuar alabando a Dios. Cuando la naturaleza sufre, cuando los seres humanos son aplastados, el Espíritu de Cristo resucitado no permite que nos descorazonemos, sino que nos invita a tomar parte en la obra de la salvación.

La novedad de la vida que trae Cristo, por oculta que sea, es una luz de esperanza para muchos. Es una fuente de reconciliación para toda la creación y contiene un gozo que nos trasciende: «para que mi gozo pueda estar en ti, y que tu gozo sea completo» (Jn 15, 11).

¿Te gustaría celebrar la novedad que la vida de Cristo te ofrece a través del Espíritu Santo y dejar que viva en ti, y entre nosotros, y en la Iglesia, y en el mundo y en toda la creación?Segunda promesa hecha durante la profesiónen la Comunidad de Grandchamp

 

Oración

Trinidad Santa, te damos las gracias por habernos creado y amado.
Te agradecemos tu presencia en nosotros y en la creación.
Haz que podamos aprender a mirar el mundo como tú lo miras, con amor.
Con la esperanza de esta visión, haz que podamos trabajar por un mundo
donde florezca la justicia y la paz, para la gloria de tu nombre.

La conversión al cristianismo más famosa de la historia

Saulo era un judío que perseguía a los cristianos y se convirtió en san Pablo, el Apóstol de las Gentes

 

Nació en Tarso, con estatus de ciudadano romano, y su nombre judío era Saulo. Era fariseo y defendía firmemente su fe. De ahí que persiguiera a los cristianos, creyendo que hacía la voluntad de Dios.

Es posible que fuera testimonio del martirio de san Esteban, pues en la narración de los Hechos de los Apóstoles se habla de un Saulo que “aprobó la muerte de Esteban”.

Se formó en Jerusalén, en la escuela de Gamaliel. Era despierto e inteligente y eso le reafirmó en la idea de perseguir a los cristianos para servir a Dios. Dicen los Hechos:

“Saulo, por su parte, perseguía a la Iglesia; iba de casa en casa y arrastraba a hombres y mujeres, llevándolos a la cárcel”.

La conversión

Un día emprendió el camino a Damasco para llevar cartas de recomendación de los judíos de Jerusalén. Su intención era encarcelar a los cristianos. La Sagrada Escritura narra así aquel momento de transformación crucial:

“Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Él preguntó: «¿Quién eres tú Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer».

Desde que Jesús aparece en su vida, Saulo pasa a ser Pablo y se convertirá en Apóstol de las Gentes, el que ha de llevar el Evangelio más allá del pueblo elegido.

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Oración

Querido apóstol san Pablo,
a quien Dios escogió para llevar su nombre a todas partes:
tú que tenías una pasión tan grande por llevar a las personas la Verdad y el Amor de Cristo,
que te identificabas con tus hermanos y llevabas sus cargas con paciencia,
y sufriste persecución, cárcel, violencia, tentaciones, naufragios y hasta el martirio.
Tú, Pablo, que te rendiste a la voz de Dios en el camino de Damasco,
pídele por todos los apóstoles, también por mí,
para que estemos atentos a la voz del Señor y podamos seguirle como tú,
luchando contra nuestros instintos y demonios, y acogerle en nuestro interior,
abrasarnos de su amor y con él incendiar el mundo. Amén.

En el evangelio que acabamos de proclamar encontramos a Jesús al inicio de su ministerio en Galilea una vez Juan Bautista había sido encarcelado. San Marcos, sitúa el contenido de la misión con una afirmación rotunda por parte de Jesús: “Ha llegado la hora y el reino de Dios está cerca. Conviértase y cree en la buena nueva”, es decir, la presencia de Jesús conlleva un tiempo nuevo en el que el Reino de Dios ya está muy cerca. Se trata del inicio de un tiempo nuevo que perdura hasta la fecha y que hace posible que Dios reine sobre cada uno de nosotros. Es una llamada constante, una vocación constante, para vivir atentos a la voz de Dios dejando entrar en el propio corazón su misterio.

 

En el mismo texto, el evangelista nos hace ver que la forma más adecuada de concretar la conversión y el creer consiste en seguir a Jesús. Por eso ha vinculado el anuncio de la Buena Noticia con la vocación de los primeros discípulos. Pasando junto al lago de Galilea, Jesús vio a un grupo de pescadores ocupados en su trabajo cotidiano. Hablando desde la lógica no deja de sorprendernos que tanto Simó y Andreu como Jaume y Joan, dejando lo que estaban haciendo, respondan de forma tan radical a la llamada de un desconocido. Pero el evangelista no pretende narrarnos la cronología de unos hechos, ni siquiera de un diálogo sino que intenta reflejar los rasgos esenciales de lo que significa ser discípulo de Jesús, más allá de las circunstancias concretas en las que éste se lleve a término. Los cuatro pescadores son llamados simplemente a fiarse y ponerse en marcha.

Todos nosotros, con nuestras cualidades, conocimientos, costumbres y forma de vida… somos llamados constantemente por Jesús a quien vemos o intuimos en torno a los múltiples lagos de Galilea de nuestras vidas. Él está presente de muy diversas maneras y quiere convertir nuestra actividad cotidiana en una nueva manera de hacer: seguir pescando, pero con Él. Quiere que le sigamos y muy a menudo nos pedirá que volvamos mar adentro para calar de nuevo las redes. Ésta es nuestra conversión: hacer de nuestra vida cotidiana una buena noticia.

 

Por tanto, convertirse para creer en el evangelio y responder a la llamada que Jesús nos hace continuamente consiste en girarse hacia donde está la luz. A menudo confundimos la conversión con prácticas ascéticas o morales. Y no es esto solo. Se trata de hacer el esfuerzo por girarnos hacia la verdadera luz. La conversión encuentra su sentido en el mismo Jesús que se define como la Luz del mundo. Por admirable que sea la reacción y la respuesta de aquellos pescadores, el personaje principal de la llamada es Jesús.

En este tiempo de pandemia que estamos viviendo con las consecuencias que comporta para tantas personas y pueblos, me doy cuenta de que las palabras de Jesús: “Ha llegado la hora y el reino de Dios está cerca. Conviértase y cree en la buena nueva” y así como la llamada a seguirle que hizo a los primeros discípulos, toman un relevo particular. Y lo toman porque la pandemia nos ha cogido desprevenidos como seguramente cogió desprevenidos a Simó, Andreu, Jaume y Juan, la llamada que Jesús les hizo a seguirle.

También, hoy, en este presente, complejo y lleno de sufrimiento de todo tipo, la voz de Jesús resuena igual que cerca del lago de Galilea: ¡seguidme! Siguiéndolo podremos convertir nuestra manera de mirar a los demás, de mirarnos a nosotros mismos, de mirar a Dios. Los primeros discípulos simplemente se levantaron y se fueron con él, sin preguntarle. ¿No será que hoy también cada uno de nosotros debemos levantarnos y simplemente hacerle confianza? Y sabemos por experiencia ajena o propia que cuesta mucho.

Para ilustrar lo que acabo de decir puede ayudarnos el testimonio de Etty Hillesum, la joven judía que murió a los 29 años en la cámara de gas de Auschwitz (30 de noviembre de 1943). En su diario que había seguido escribiendo incluso en el campo de concentración escribió: “Estoy dispuesta a todo, me iré a cualquier lugar del mundo, donde Dios me envíe, y estoy dispuesta a testificar, en cada situación hasta la muerte, que la vida es hermosa, que tiene sentido y que no es culpa de Dios, sino nuestra que todo haya llegado hasta ese punto” (se refería a la barbarie nazi). Y seguía escribiendo: “interiormente me siento en paz. Dentro de mí hay una confianza en Dios que al principio casi me daba miedo por la forma en que iba creciendo, pero ahora me pertenece. Y ahora a trabajar”.

El sufrimiento y la desdicha la llevaron a rezar así: “amo tanto al prójimo porque en cada persona amo un pedazo de ti, oh Dios. Te busco por todas partes en los seres humanos. Intento desenterrarte del corazón de los demás”.

¿No es esto un modelo de conversión que nos puede ayudar y espolear a vivir nuestro compromiso cristiano en este tiempo de pandemia? Que nos ayude a Dios mismo.

Hermanos y hermanas queridos: celebramos el martirio de los dos grandes apóstoles san Pedro y san Pablo. Es el día en el que sellaron con la sangre su adhesión a Jesucristo.

San Pedro había dicho a Jesús resucitado, cerca del lago de Galilea: Señor, TU sabes que os amo (Jn 21, 15-17). Pero es en el momento del martirio que este amor se convierte en total y definitivo. San Pablo tenía una convicción profunda: Cristo, el Hijo de Dios, me amó y se ofreció a sí mismo por mí, por eso vivo mi vida en la fe en el Hijo de Dios (Ga 2, 20), porque l amor de Cristo me espolea (2C 5, 14). Pero, es también, en el momento del martirio que corresponde plenamente al amor que Jesucristo le ha tenido y que expresa de forma radical el amor que él ha tenido a Cristo.

El martirio de estos dos grandes apóstoles constituye el inicio de su participación plena en la misterio pascual de Jesucristo, constituido por su muerte y su resurrección.

También más adelante san Pablo vivió un episodio similar, según el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles. El encarcelamiento de Pedro que hemos leído, tuvo lugar en Jerusalén, Pablo junto con Siles, compañero suyo de evangelización, fue encarcelado una de las veces en la ciudad de Filipos, capital de la Macedonia romana. Semejantemente ambos fueron encerrados en el lugar más seguro de la cárcel, bien atados con cadenas y custodiados por guardas. También por la noche, mientras todo estaba oscuro, una intervención divina les desató las cadenas y les liberó, anticipando como en el caso de Pedro, su participación definitiva en la pascua de Jesucristo (cf. Hch 16, 25-34) .

Los apóstoles, envigorados con el don del Espíritu Santo, vivían estas situaciones por amor a Cristo, para difundir el Evangelio. Y las vivían con gozo. En el caso de Pedro, el Libro de los hechos de los apóstoles nos dice que él y los demás apóstoles se alegraban de ser ultrajados y de sufrir a causa del nombre de Jesús (cf. Hch 5, 41); les alegraba poder participar de las sufrimientos de Cristo porque así, cuando él revelara su gloria se podrían alegrar, también, llenos de alegría (cf. 1Pe 4, 14). Semejante Pablo, que se sentía espoleado por el amor de Cristo (2C 5, 14), se complacía en las persecuciones y en las angustias por causa de Cristo (2C 12, 10), y podía escribir: yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús (Ga 6, 17), en referencia a las cicatrices de las flagelaciones y de los bastones que había sufrido varias veces.

San Pedro y San Pablo vivieron de una manera eminente, como correspondía también al ministerio eminente que habían recibido en la Iglesia, lo que había anunciado Jesús: os cogerán, os perseguirán os llevarán a las cárceles, te llevarán ante los reyes y los gobernadores por causa de mi nombre, les será ocasión de dar testimonio (Lc 21, 12-13). Felices vosotros cuando os insultarán y te perseguirán y dirán falsamente todo tipo de mal contra vosotros, por causa mía; alégrate y celebre porque su recompensa es grande en el cielo (Mt 5, 11-12). Es que el discípulo de Jesús debe recorrer el mismo itinerario espiritual de su Maestro y debe vivir el misterio de muerte y de resurrección en su vida a través de las vicisitudes de la existencia, de las incomprensiones y del sufrimiento que le puede venir de tantas formas. Así, el discípulo de Jesús podrá llegar a participar para siempre de su pascua. San Pedro y san Pablo nos son testimonios de cómo la fe y el seguimiento de Jesucristo conllevan una dimensión de cruz, y de cómo el amor y la esperanza permiten que sea vivida en paz y con gozo. Esto nos lleva a ir a fondo en nuestra vivencia del Evangelio ya no desfallecer en el testimonio a pesar de las dificultades y las incomprensiones.

También en nuestras vidas vivimos una anticipación de la pascua cada vez que vencemos el mal con el bien, cada vez que ayudamos a los demás, cada vez que hacemos las

La fidelidad de san Pedro y san Pablo a confesar la fe en Cristo les llevó a la muerte. La Iglesia conmemora conjuntamente el martirio en este día, 29 de junio, gozosa por la victoria pascual de los dos grandes apóstoles. Por eso, la liturgia nos invita hoy a girar (cf. Himes de laudes y de vísperas) la mirada hacia la ciudad de Roma, donde ambos derramaron la sangre. Y no sólo hacia la ciudad, sino sobre todo hacia la comunidad cristiana que vive en ella; aquella comunidad (o Iglesia local) que junto con su obispo, el Papa, está llamada a presidir en la caridad todas las demás comunidades cristianas de todo el mundo. El obispo de Roma ha recibido la misión difícil de ser heredero del carisma apostólico tanto de Pedro como de Pablo. Y así como la Iglesia naciente oraba a Dios por Pedro sin cesar, cuando estaba en prisión –tal y como hemos oído en la primera lectura– también nosotros debemos llevar en la oración aquél que es el sucesor del servicio apostólico de los dos grandes testigos que celebramos hoy. El Papa Francisco pide muy a menudo que oremos por él, pero el pasado domingo pidió que lo hiciéramos con especial insistencia en la solemnidad de hoy.

 

Además, debemos intensificar nuestra comunión eclesial, vivida en la lealtad y, al mismo tiempo, en la libertad de los hijos de Dios. Debemos vivirlo en el seno de la Iglesia católica donde hay gérmenes fuertes de división. Y debemos vivirlo abiertos, también, a todos aquellos hermanos y hermanas en la fe, que desde tradiciones eclesiales diversas y sin estar todavía en plena comunión con la sede de Pedro y Pablo, reconocen que Jesús es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Es a través del cariño, de la búsqueda sincera y humilde de la verdad, y de la acogida de la diversidad que podremos llegar a superar las divisiones que hacen menos creíble el testimonio cristiano. San Pedro y San Pablo compartieron la misma fe, el mismo amor por Cristo y por la Iglesia, pero desde la diversidad de formas de ser, desde expresiones y sensibilidades diversas y en contextos diferentes; hasta en algún momento con cierta tensión dialéctica. Pero les fue común la adhesión a Cristo, la fidelidad inquebrantable en el Evangelio, el amor fraterno y el trabajo por la unidad de la Iglesia.

Dejemos que estos dos grandes Apóstoles que hoy conmemoramos nos estimulen a vivir con entusiasmo nuestra fe en Jesucristo ya hacer obra de Evangelio en nuestro entorno. La eucaristía del Señor que nos han transmitido los apóstoles y que ahora celebramos, nos da la gracia y la fuerza.