Una voz de Pax

Reflexión del Evangelio Dominical

Juan 2,1-11

 

María adelanta la hora del Señor, solemos decir. En realidad la inaugura, pues nada ocurre sin la anuencia de Dios.

Si miramos los acontecimientos narrados en el Evangelio de ayer, podríamos decir sin temor a equivocarnos, que están transidos de una aparente mundanidad, no en el sentido peyorativo, sino más bien en cuanto humanidad.

La ausencia del vino revela una crisis, para nada querida por los consortes, que han preparado de lo mejor para ofrecer a sus invitados, los cuales están ahí para celebrar con ellos su felicidad.

Con todo, nos engañaríamos si revisáramos cada escena desde una óptica puramente humana. Lo cierto es que los símbolos abundan y si bien no está en esta pequeña nota el descifrar cada uno de ellos podemos señalar uno muy significativo.

Las tinajas que Jesús hace llenar de agua servían para el rito de purificación de los judíos y tenían una gran capacidad: 100 litros, dice la Escritura. Por tanto, al darle uno nuevo uso, Jesús lo que está haciendo es iniciar un tiempo nuevo en el que la purificación no pasará por la acción meramente física de lavarse con agua, sino por la acción de Dios que actúa directamente sobre la naturaleza, operando el milagro de convertir el agua en vino. Un vino nuevo, el mejor según el mayordomo y un vino que según la capacidad de las tinajas, no se agota.

Decíamos al inicio que María inaugura la hora de Jesús. Si en verdad leemos esto con los ojos de la fe y la humildad de una auténtica confianza en Dios, no podemos dejar de ver en María como nuestra principal intercesora. Ella ha querido, con un pedido humilde y confiado poner de relieve quien es Jesús. En notas anteriores habíamos señalado que lo ocurrido en Caná constituye una tercera Epifanía, en este caso la divinidad de Jesús se manifiesta fundamentalmente a sus discípulos. Dice el texto en su parte final: «Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él».

Si María, ha querido mediar en favor de los novios no es sólo para asegurar que la fiesta discurra con toda normalidad. Es tal vez el pretexto para revelar de que modo Jesús se hace presente en cada uno de nosotros. El agua convertida en vino prefigura el verdadero bautismo, aquel que purifica de verdad, es decir, el que actúa en el ser mismo de la persona. El vino nuevo anuncia la entrega de Jesús que se queda para siempre en medio de nosotros a través del vino convertido en su verdadera sangre.

Hemos de confiarnos a María como nuestra madre porque ella guarda las cosas importantes en su corazón, a saber: nuestras necesidades e intenciones y hemos de pedirle que nos enseñe a pedir. Porque ella no duda, por el contrario, con autoridad ordena: «Haced lo que él os diga».

por Mario Aquino Colmenares