MIRA SEÑOR COMO AHORA NOS AMENAZAN, CONCEDENOS LA GRACIA DE SENTIR TU FORTALEZA EN NOSOTROS CON LA FUERZA Y LA ALEGRIA DE LA FE. NO SE PUEDE IMPONER LO QUE NO SE CONOCE NI SE SABE LAS CONSECUENCIAS QUE LLEVA SOLO CADA CONCIENCIA ES LIBRE DE DECIDIR SU PROPIA VIDA Y DESTINO PARA QUE UNIDOS ENCONTREMOS EL SENTIDO Y LA GRACIA DE HACER UN SOLO CORAZON QUE ABRACE A TODA LA HUMANIDAD POR DESTINOS DE PROGRESO Y NO DE OPRESION. DESDE PAX POR LA ARMONIA Y SERENIDAD DE CADA UNO PADA DAR LA PAZ Y AMOR.
CAMINANDO CON CRISTO REY SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Hay una frase en latín, alusiva al bautismo, tomada del papa san León el Grande que compara la fecundidad del agua a la fecundidad de María; dice: “dedit aquae quod dedit Matri” (Sermón, 25, 5). Es decir, «el principio de fecundidad que Dios puso en el seno de la Virgen, le ha comunicado a la fuente bautismal». Dios ha dado al agua bautismal lo que dio a la Madre. “El poder del Altísimo, la obra del Espíritu Santo, hizo que María engendrara al Salvador”, el Hijo de Dios hecho hombre, y al agua bautismal, también mediante el Espíritu Santo, le ha dado la capacidad de engendrar hijos e hijas de Dios. Por eso la Pascua de Jesucristo nos abre un acceso al Padre hecho de amor y confianza filiales y nos da la prenda de vivir para siempre en el Reino de Cristo. Ahora, cuando bendecimos el agua para recordar nuestro bautismo y cuando renovamos nuestras promesas bautismales, renovamos también nuestra adhesión a Cristo para vivir en la novedad de vida pascual y nuestra voluntad de ser dóciles a la acción del Espíritu Santo. Y hacemos el propósito de ir cada día espiritualmente a Galilea; es decir, a encontrarnos con Cristo resucitado, para vivir con Él una vida de comunión en la filiación divina y en el servicio a los demás.
Esta celebración misma forma parte de nuestra Galilea espiritual. En la Eucaristía encontraremos a Jesucristo resucitado y nos nutrirá con el sacramento pascual de su Cuerpo y de su Sangre. Que Santa María, la Virgen María gozosa de la mañana de Pascua, nos ayude, con sus plegarias, a vivir como hijos e hijas de Dios, como hombres y mujeres nuevos que, para que hayamos hecho experiencia, podamos decir a todos nuestros contemporáneos: No tengan miedo; Cristo, el Viviente, hace camino con la humanidad. Y, aunque sea por caminos tortuosos, encamina la historia hacia su plenitud de paz, vida y alegría.
Cada persona, todos nosotros, un momento u otro, nos encontramos con momentos duros y difíciles, en momentos concretos de nuestra vida, y, por muy graves que sean los peligros, si tenemos confianza en Dios, podemos hacer frente a la realidad con fe y con coraje. En cualquier situación, de una u otra manera, por muy graves que sean las dificultades que sufrimos, nuestra fe en Jesucristo puede ayudarnos mucho. Todos los que estamos aquí y los que nos siguen de lejos estando, tenemos cerca a Jesucristo que nos apoya. Muy a menudo no pensamos en Él. Por eso, en momentos difíciles, tratamos de mantener una fe valiente, contando con Jesús y con su Madre, que nos ayudarán a continuar nuestro camino con más firmeza y serenidad.
Jesús nos ofrece a menudo renovar nuestra fe, una fe que enriquece nuestra vida. Sabemos bien que nuestra vida, a veces, pasa dificultades y no siempre salimos fácilmente. Recordemos entonces lo que nos dice Jesús: «¿Por qué tenéis miedo? Todavía no tiene fe». De este modo nos abre los ojos para que sigamos la realidad que nos toca vivir confiando en Dios, con un corazón que puede ser más valiente, si tenemos en cuenta que Jesucristo está a nuestro lado y de cada persona, y nos ayuda a hacer frente, con serenidad y coraje, a las dificultades más diversas. Una fe que hemos recibido, y hemos acogido, sería muy bueno, también, que la tratemos de compartir.
Como cristianos tenemos, por tanto, la ayuda de nuestra fe. Y cuando nos encontramos con contratiempo, podemos hacer como lo hacían hoy los discípulos de Jesús cuando le decían: «Maestro, ¿no importa que nos perdamos?». nuestra fe puede llegar a ser lo suficientemente fuerte como para sentirnos acompañados en cualquier momento difícil de nuestra vida. Hay un proverbio que dice: si quieres huir de tus problemas seguirás una carrera que nunca ganarás. Nosotros podemos traducirlo diciendo: si no sigues tu fe, seguirás una carrera que te va a costar mucho superar.
Recordemos lo que tuvo que afrontar la Madre de Jesús: momentos muy dolorosos por una Madre. Pero nada la hizo caer. Sufrió duramente, pero se mantuvo con un aguante constante y con un corazón abierto a Dios durante toda su vida. Como ella, de cierto modo, en situaciones de todo tipo, a pesar de los vientos contrarios, será bueno que cada persona pueda valorar y agradecer lo que ella, la Virgen María, es para nosotros. En una situación difícil, necesitamos trabajar con coraje para mantenernos con paz y salir bien.
Gracias a Jesús y gracias también a su Santísima Madre que la veneramos de corazón, puede ser muy bien que, en la vida de cada una y de cada uno de nosotros, todo, con sorpresa, se vuelva tranquilo. Así lo deseamos: que así sea.
Las lecturas de la eucaristía de esta solemnidad de Cristo Rey, nos hablan de Jesús, como Pastor solícito, Rey misericordioso y Juez justo. Jesús es el Gran Pastor del Pueblo de Dios porque ha dado la vida por sus ovejas, es verdaderamente Rey universal porque ha sido el único hombre que ha hecho incomparablemente mejor el oficio de ser persona. Dios ya había hecho «el hombre rey de lo que había creado» pero la historia nos dice que éste ha hecho de sí mismo un tirano y se ha comportado con la naturaleza de idéntica manera.
Pero la imagen que hoy sobresale más en esta escena del juicio final es la de Jesús como Juez justo. El Padre ha dado a él el juicio porque él, abrazando la condición humana, ha vivido todos sus límites, ha sufrido sus tentaciones pero no ha caído en ningún momento en la maldad del pecado porque ha confiado siempre en Dios y se ha mantenido humilde y respetuoso frente a él. Jesucristo ha demostrado al género humano que ser persona, de acuerdo con el plan amoroso de Dios, es posible, no es fácil pero tampoco difícil, es ponerle; y en su providencia, conociendo nuestra debilidad, nos ha dejado como remedio a ese mal radical del egoísmo que nos domina, el don de la misericordia. ¿Por qué la misericordia y no otro don? Porque la misericordia nos hace humildes, más personas. Ejerciendo la misericordia tenemos una oportunidad muy personal de experimentar, de algún modo, el amor viviente que es Dios mismo. Y ese amor es el que puede ir transformando nuestro ego pagado de sí mismo en un yo liberado y liberador, en un yo en comunión fraterna con todos los demás.
La misericordia nos lleva a compartir más que a acumular, a cuidar más que a devorar, con lo que la naturaleza sale beneficiada y de rebote nosotros mismos. La misericordia nos empuja más a ser creativos que a ser consumistas sin freno; nos hace más portadores de paz que generadores de violencia.
Hablar de misericordia no es hablar de conmiseración paternalista, sino de empatía y autenticidad humana, de gozo por el valor útil y eficaz de la propia existencia. La capacidad de ser misericordiosos es el gran don que la Providencia ha puesto en nuestras entrañas. Ser misericordiosos, empático, comprometido con el bien, es lo que nos hace tontos de Dios, la falta de todo esto o su contrario es lo que arruina la propia vida y la convivencia que se deriva. Misericordia no es ir en lirio en la mano, es más bien tener el coraje de renunciar a toda violencia para apretar con fuerza las manos solidariamente con todo otro, tanto con los de cerca como los de lejos y ponerse juntos a abrir camino.
Las palabras de Jesús nos invitan a estar atentos a nuestras decisiones para no acabar condenando nuestra vida y nuestra historia, ya ahora, en un suplicio eterno a causa del egoísmo cegado o el amor inactivo. Los condenados que están a la izquierda y los salvados que están a la derecha del Señor, no estando por haber ignorado o conocido a Jesús y su evangelio, no se cuestiona aquí su religiosidad, la cuestión esencial que se debate es el ejercicio o no de la misericordia con quienes les son iguales en humanidad.
La argumentación de Jesús sopla sobre el incienso de piedad que podría ocultar los problemas que nos afectan a todos y que está en nuestras manos resolverse: el hambre, la falta de agua, la miseria, la inmigración, problemas todos ellos que mal resueltos o resueltos sólo para unos pocos acaban generando para todos violencia, lágrimas y resentimientos.
Jesús no nos pide un imposible, él mismo no hizo más que lo que estaba a su alcance natural; pero no quiere que, por desidia o por miedo, acabemos mirando a otro lado cuando Cristo necesitado lo tenemos delante; su evangelio nos hace mirar con la empatía de Dios la realidad humana que tenemos a nuestro alcance para así contribuir, entre todos, eficazmente, en el todo inalcanzable del mundo. Joan Maragall, poeta de alma rebelde y de espíritu inquieto, en su “Elogio de la vida”, expresa esta responsabilidad evangélica que todos y todas tenemos, con una belleza sobria y así acertadamente.
Isabel de Hungría, Santa
Memoria Litúrgica, 17 de noviembre
Viuda
Martirologio Romano: Memoria de santa Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad († 1231).
Breve Biografía
A los cuatro años había sido prometida en matrimonio, se casó a los catorce, fue madre a los quince y enviudó a los veinte. Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia, concluyó su vida terrena a los 24 años de edad, el I de noviembre de 1231.
Cuatro años después el Papa Gregorio IX la elevaba a los altares. Vistas así, a vuelo de pájaro, las etapas de su vida parecen una fábula, pero si miramos más allá, descubrimos en esta santa las auténticas maravillas de la gracia y de las virtudes.
Su padre, el rey Andrés II de Hungría, primo del emperador de Alemania, la había prometido por esposa a Luis, hijo de los duques de Turingia, cuando sólo tenia 11 años. A pesar de que el matrimonio fue arreglado por los padres, fue un matrimonio vivido en el amor y una feliz conjunción entre la ascética cristiana y la felicidad humana, entre la diadema real y la aureola de santidad. La joven duquesa, con su austeridad característica, despertando el enojo de la suegra y de la cuñada al no querer acudir a la Iglesia adornada con los preciosos collares de su rango: “¿Cómo podría—dijo cándidamente—llevar una corona tan preciosa ante un Rey coronado de espinas?”. Sólo su esposo, tiernamente enamorado de ella, quiso demostrarse digno de una criatura tan bella en el rostro y en el alma y tomó por lema en su escudo, tres palabras que expresaron de modo concreto el programa de su vida pública: “Piedad, Pureza, Justicia”.
Juntos crecieron en la recíproca donación, animados y apoyados por la convicción de que su amor y la felicidad que resultaba de él eran un don sacramental: “Si yo amo tanto a una criatura mortal—le confiaba la joven duquesa a una de sus sirvientes y amiga—, ¿cómo debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?”.
A los quince años Isabel tuvo a su primogénito, a los 17 una niña y a los 20 otra niña, cuando apenas hacía tres semanas había perdido a su esposo, muerto en una cruzada a la que se había unido con entusiasmo juvenil. Cuando quedó viuda, estallaron las animosidades reprimidas de sus cuñados que no soportaban su generosidad para con los pobres. Privada también de sus hijos, fue expulsada del castillo de Wartemburg. A partir de entonces pudo vivir totalmente el ideal franciscano de pobreza en la Tercera Orden, para dedicarse, en total obediencia a las directrices de un rígido e intransigente confesor, a las actividades asistenciales hasta su muerte, en 1231.
Rendir cuentas del tesoro encomendado
Santo Evangelio según san Lucas 19, 11-28. Miércoles XXXIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Hoy, Jesús, te agradezco cuánto amor me has tenido. Al igual que san Pedro, veo mi pobre barca, mis pobres redes y me doy cuenta que Tú me has mirado y me has amado. Me ha llamado a estar contigo y me has dicho «amigo». No tengo mucho que pueda ofrecerte. Pero te doy todo lo que soy. Haz de mí lo que quieras. Señor, tuyo soy, para ti nací, qué quieres de mí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 11-28
En aquel tiempo, como ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a manifestarse de un momento a otro, Él les dijo esta parábola:
«Había un hombre de la nobleza que se fue a un país lejano para ser nombrado rey y volver como tal. Antes de irse, mandó llamar a diez empleados suyos, les entregó una moneda de mucho valor a cada uno y les dijo: ‘Inviertan este dinero mientras regreso’.
Pero sus compatriotas lo aborrecían y enviaron detrás de él a unos delegados que dijeran: ‘No queremos que éste sea nuestro rey’.
Pero fue nombrado rey, y cuando regresó a su país, mandó llamar a los empleados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno.
Se presentó el primero y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras diez monedas’. Él le contestó: ‘Muy bien. Eres un buen empleado. Puesto que has sido fiel en una cosa pequeña, serás gobernador de diez ciudades’.
Se presentó el segundo y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras cinco monedas’. Y el señor le respondió: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades’.
Se presentó el tercero y le dijo: ‘Señor, aquí está tu moneda. La he tenido guardada en un pañuelo, pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado’. El señor le contestó: ‘Eres un mal empleado. Por tu propia boca te condeno. Tú sabías que yo soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he invertido y que cosecho lo que no he sembrado, ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?’.
Después les dijo a los presentes: ‘Quítenle a éste la moneda y dénsela al que tiene diez’. Le respondieron: ‘Señor, ya tiene diez monedas’. Él les dijo: ‘Les aseguro que a todo el que tenga se le dará con abundancia, y al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, que no querían tenerme como rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia’ ”.
Dicho esto, Jesús prosiguió su camino hacia Jerusalén al frente de sus discípulos.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
A veces puede pasar que al vernos podemos centrarnos en los defectos, que si soy así y no me gusta, que no puedo con tal o cual defecto, que tengo pocas cualidades. Sin embargo, si vemos mejor el panorama nos podremos dar cuenta de que esos defectos a veces pueden ocultar un gran regalo. En esos defectos encontramos la posibilidad de ser ayudados. Cuando no podemos solos es cuando podemos decirle al Señor: ¡No puedo más, ayúdame!
El Señor ha puesto en nuestras manos un tesoro maravilloso. ¡Qué regalo tener la fe! ¡Qué tesoro maravilloso saber que Jesús está en nuestros corazones! y como dice san Pablo: «Llevamos un tesoro en vasijas de barro, para que se conozca que un poder tan extraordinario no puede venir de nosotros sino de Dios». (2 Cor. 4, 7).
Y entonces, ¿cómo podemos hacer fructificar este tesoro? Pues en primer lugar reconociendo sí nuestros límites, pero también reconociendo que el Señor nos ha visto y nos ha dado una misión muy concreta. No podemos ocultar el don de la fe, ni al mismo Cristo en una devoción de las puertas de mi casa para dentro. Al contrario, la fe y la amistad con Cristo la debemos cultivar día a día. Tal vez este tesoro es muy pobre, como aquel a quien le dieron un talento, pero si lo trabajamos día a día irá creciendo.
Y así como una planta crece con el tiempo, con el sol y con el frío, así nuestra fe y nuestra amistad con Jesús, crecerá estando con Él. Pasar el tiempo con Jesús a veces no será fácil y tendremos que luchar con el cansancio, pero quien persevera alcanza. Y así, cuando al final de la vida el Rey nos llame, estaremos listos para rendir cuentas del tesoro encomendado.
«En un auténtico examen de conciencia: ¿tengo memoria de las maravillas que el Señor hizo en mi vida? ¿Tengo memoria de los dones de Dios? ¿Soy capaz de abrir el corazón a los profetas, es decir a quien me dice: “esto no funciona, deber ir por ahí, sigue adelante, arriesga”, como hacen los profetas? ¿Estoy abierto a ello o tengo miedo y prefiero encerrarme en la jaula de la ley? ¿Tengo esperanza en las promesas de Dios, como la tuvo nuestro padre Abrahán, que salió de su tierra sin saber a dónde dirigirse, sólo porque confiaba en Dios?».
(Homilía de S.S. Francisco,30 de mayo de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy te ofrezco, Jesús, antes de irme a dormir hacer un rato de oración para examinar cómo cuido del tesoro de mi fe, agradecerte este regalo y proponerme un medio concreto para duplicar los talentos que he recibido.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Es el momento de una casa común hecha de pueblos hermanos
Mensaje del Papa Francisco al Centro Astalli con motivo de la exposición «Rostros al futuro».
En su saludo introductorio con motivo de la apertura de la exposición «Rostros al futuro» en el 40º aniversario de la fundación del Centro Astalli – la rama italiana del Servicio Jesuita a Refugiados, que acoge a numerosas personas en estas condiciones – el Papa se dirige con palabras de aliento y cercanía a todas las personas que han llegado a Italia en las últimas cuatro décadas y que han sido acompañados por esta institución.
Comprometerse en el camino hacia la libertad
En su mensaje, firmado en la Ciudad del Vaticano el pasado 7 de noviembre, Francisco comienza saludando a los “queridos Duclair, Nathaly, Haider”, junto a todos los demás, recordando que las suyas “son historias de hombres y mujeres que han compartido un trozo de camino con el Centro Astalli”, “a veces corto y a veces muy largo, encontrando en la relación y en el conocimiento mutuo el sentido y la fuerza para comprometerse en el camino hacia la libertad. Cuarenta, en la Biblia, es un número significativo que tiene muchas referencias, pero ciertamente pensando en ustedes me viene a la mente al pueblo de Israel que durante cuarenta años caminó por el desierto antes de entrar en la tierra prometida. Liberado de la esclavitud, tardaron una generación en establecerse como pueblo, con no pocas dificultades. “Ni siquiera los últimos cuarenta años de la historia de la humanidad han sido una progresión lineal: el número de personas que se ven obligadas a huir de su patria aumenta constantemente”.
El Santo Padre pone de manifiesto que muchos de ellos “han tenido que huir de condiciones de vida comparables a las de la esclavitud, donde la persona humana es privada de su dignidad y tratada como un objeto”. De ahí que destaque que ellos saben “lo terrible y despreciable que puede ser la guerra”, lo que significa “vivir sin libertad ni derechos”, asistiendo “inermes mientras su tierra se seca, su agua se contamina y no tienen otra posibilidad más que ponerse en camino hacia un lugar seguro donde puedan realizar sus sueños y aspiraciones, donde puedan hacer fructificar sus talentos y capacidades”.
“Lamentablemente el ponerse en camino no ha constituido en muchos casos una verdadera liberación. Con demasiada frecuencia se encuentran con un desierto de humanidad, con una indiferencia que se ha hecho global y que vuelve áridas las relaciones entre los hombres”.
Nacionalismos y populismos
Además, el Pontífice recuerda que “la historia de estos últimos decenios ha dado signos de un regreso al pasado”, puesto que “los conflictos vuelven a estallar en diferentes partes del mundo”. Algo que – escribe Francisco – sus mismos lugares de procedencia nos lo relatan muy bien. Y añade textualmente: “Nacionalismos y populismos se asoman en diversas latitudes, la construcción de muros y el retorno de los migrantes a lugares inseguros parecen ser la única solución de la que los gobiernos son capaces para gestionar la movilidad humana”.
Caminar hacia un “nosotros” cada vez más grande
Sin embargo, el Papa pone de manifiesto que “en estos cuarenta años y en este desierto”, hubo “muchos signos de esperanza que nos permiten soñar con caminar juntos como un pueblo nuevo hacia un nosotros cada vez más grande”. Además, a los “queridos refugiados”, Francisco les manifiesta que “son el signo y el rostro de esta esperanza”. Y añade que en ellos está “el anhelo de una vida plena y feliz que los sostiene para afrontar con coraje circunstancias concretas y dificultades que a muchos pueden parecerles insuperables”. “Cuando se les ofrece la oportunidad, nos ofrecen palabras indispensables para conocer, comprender, no repetir los errores del pasado, cambiar el presente y construir un futuro de paz”. Por otra parte, el Papa escribe que las historias de los muchos hombres y mujeres de buena voluntad que han dado su tiempo y energía en estos cuarenta años en el Centro Astalli son una muestra de esta misma esperanza. Y recuerda que en el n. 71 de su encíclica Fratelli tutti ha escrito que: “La historia del buen samaritano se repite… Jesús no presenta caminos alternativos… Confía en lo mejor del espíritu humano y a través de la parábola lo anima a adherirse al amor, a recuperar el sufrimiento y a construir una sociedad digna de este nombre”. Por esta razón el Pontífice no duda en afirmar que “esto nos hace mirar hacia el futuro con confianza, soñando con poder vivir juntos como un pueblo que es libre porque es solidario, que sabe redescubrir la dimensión comunitaria de la libertad, como un pueblo unido, no uniforme, variado en la riqueza de sus diferentes culturas”. “Ahora ha llegado el momento de que también nosotros vivamos en la tierra prometida, la tierra de la solidaridad que nos pone al servicio de los demás; es el momento de una casa común hecha de pueblos hermanos”. De los rostros de los hombres y mujeres que se observan en la exposición, “que remiten a los nombres y a las historias precisas de las personas acogidas en el Centro Astalli y que nos permiten vislumbrar los contornos borrosos de algunos lugares de la ciudad de Roma”, el Papa escribe que “expresan el deseo de ser parte activa de la ciudad como lugar de vida compartida; protagonistas con plena ciudadanía junto a muchos otros hombres y mujeres en la construcción de comunidades solidarias”. Por último, Francisco manifiesta su deseo de que en este aniversario “se logre realmente la cultura del encuentro, y que como pueblo nos apasione querer encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, planificar algo que implique a todos”. Y se despide invocando al Padre Arrupe para que vele por todos ellos, el Centro Astalli y todo el Servicio Jesuita a Refugiados.
En Jesucristo tu vida adquiere consistencia y solidez
Encuentras tu unidad el día en que colocas tu centro de gravedad en Dios.
En Jesucristo. tu vida adquiere consistencia y solidez, en una palabra, se unifica.
Sueñas con una vida en la que pudieses tener largos ratos de soledad para orar pero cuando tienes tiempo libre, lo malgastas en diversiones.
Sufres una tirantez entre tus múltiples ocupaciones y tu deseo de tener tu vida entre tus manos. Ante todo no culpes a las circunstancias externas o a tus numerosos compromisos de tu falta de tiempo, sino toma conciencia de que la verdadera culpa la tienes tú. Tú eres quien debe hacer la síntesis entre tu ser íntimo y tu ser para los demás.
Todos los días tienes la experiencia del tiempo «desperdiciado» sin plan y sin libertad.
Tienes dificultad para encontrar tu propia identidad porque vives disperso en la superficie de tu ser. Experimentas el deseo de unificar tu vida en la presencia de ti mismo, en la acogida a los demás y a las cosas externas. En una palabra, deseas hacer la experiencia de Agustín en el momento de su conversión. El mismo dice que pasó entonces de la «distensión» a la «intención», de la dispersión a la unificación, del esfuerzo que dispersa al esfuerzo que concentra y unifica.
Este movimiento de pacificación no puede realizarse a nivel de las técnicas. Sólo, una existencia polarizada y unificada alrededor de una presencia es capaz de librarte del sentimiento de descuartizamiento y disgregación que te divide interiormente. Debes hacerte presente a ti mismo para que seas capaz de acoger en el centro de tu ser, para integrarlo, la aportación externa de las personas, de las cosas o de las ideas que recibas. Como dice Mounier: «Es preciso que tu diálogo interior sea tal que puedas proseguirlo con la primera persona con la que te encuentres».
Pero existe todavía una unificación superior, la que se opera alrededor de la presencia de Dios en Jesucristo. Entonces escapas de la dispersión y del descuartizamiento; san Agustín nos dice que después de su conversión, ha realizado la experiencia tonificante de un tiempo concentrado por Cristo, que pasó de la «distensión» a la «intención». Cristo recoge el polvo de tus instantes para unificarlos en una historia de salvación. La presencia de Jesucristo en la oración es una ventana abierta a Dios. Cuando abres una ventana, el polvo que flota al azar se orienta y unifica por el rayo de sol. Del mismo modo tu atención y tu intención puestas en Cristo unifican el polvo de los instantes y de los acontecimientos de tu vida.
He aquí que mi vida es una distensión. Y me recibió tu diestra en mi Señor, en el Hijo del Hombre, mediador entre ti -«uno»- y nosotros -muchos-, …me agarro a tu unidad. Olvidado de las cosas pasadas y no distraído en las cosas futuras y transitorias sino extendido en las que están delante de nosotros… como yo camino hacia la palma de la vocación de lo alto… En tanto que me he disipado en los tiempos, cuyo orden ignoro, y mis pensamientos -las entrañas íntimas de mi alma- son despedazados por las tumultuosas variedades, hasta que purificado y derretido en el fuego de tu amor sea derretido en ti.
Encuentras tu unidad el día en que colocas tu centro de gravedad en Dios. Tu existencia logra entonces una estabilidad que echa raíces en la eternidad. Es también Agustín el que dice: «Entonces conseguiré consistencia y solidez en ti». No existe una receta práctica para unificar tu ser alrededor de la presencia de Dios. No se puede llegar a ella leyendo tres tratados como si se tratase de aprender el inglés en un par de meses.
No puedes pretender vivir en esta presencia de una manera habitual si no consagras largos ratos a estar en su presencia, esperando su visita y su voluntad. Es algo más allá de las ideas, de las palabras y de los sentimientos. Al mismo tiempo, sin que dependa de ti, te penetrará e invadirá esa experiencia del Dios sumamente cercano, y podrás decir con Mounier: «Mi única regla, es el tener continuamente, sin cesar, el sentimiento de la presencia de Dios». Cuanto más avances en esta noche oscura, más incapaz te sentirás de traducirla en palabras. Más aún, como santa Catalina de Siena, no podrás decir nada de Dios sin que lo niegues inmediatamente y tengas la impresión de haber blasfemado.
Siete reglas, que aún sirven, para los estudiantes
El gusto por el estudio se va descubriendo poco a poco y después fascina
Por: Cardenal Albino Luciani (Juan Pablo I)
1.- El aprecio: Uno no llega nunca a estudiar en serio si primero no aprecia el estudio. El aprecio es sinónimo de interés.
2.- La separación: Es preciso dedicarse al estudio separándose, al menos, un poco, de las malas compañías, de los malos libros, de la televisión, de los juegos en el ordenador…
3.- La tranquilidad: Si se quiere aprender, profundizar y recordar, hay que estar tranquilos, con el alma y la mente reposadas. Con tiempo, con paciencia, con sosiego, con paz.
4.- El orden: Que es sinónimo de equilibrio, de justo medio, de prudencia, tanto en las cosas del cuerpo como del espíritu. Este orden ha de concretarse incluso en la alimentación, en el descanso, en la metodología…
5.- La perseverancia: La mayor desgracia de un estudiante no es su frágil memoria sino la voluntad débil. Y su mayor fortuna, más que un gran talento, es su firme y tenaz voluntad.
6.- La discreción: Es decir, no corras más de lo que permitan tus piernas. No pretendas en una noche aprobar un curso entero. Quien mucho aprieta poco abarca. En el estudio hay que ir poco a poco, día a día, clase a clase, curso a curso.
7.- La delectación: Que es lo mismo que estudiar con gusto. El gusto no se suele tener al comienzo. El gusto se va descubriendo poco a poco y después fascina.
La oración a San José del Papa: “Consuela a los que se sienten solos..”
Antoine Mekary | ALETEIA
El Pontífice dijo que el esposo de la Virgen María es un “maestro de lo esencial” e invitó: «No te fijes en las cosas que el mundo alaba”.
El Papa exhortó a imitar a san José que “nos recuerda que debemos dar importancia a lo que otros descartan”. Lo dijo este miércoles, 17 de noviembre, en la audiencia general, en el Aula Pablo VI del Vaticano.
“Hoy quiero enviar un mensaje a todos los hombres y mujeres que viven en las periferias geográficas más olvidadas del mundo o que viven en situaciones de marginalidad existencial.»
El Papa se reunió esta mañana con grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo.
Hoy inició un nuevo ciclo de catequesis. Por eso, centró su reflexión en San José, sobre el tema: San José y el ambiente en que vivió (cf. Lectura: Mi 5,1.2-3.4).
Por ello, ha propuesto una oración que – dijo – le salió del corazón, una oración sencilla y hogareña. A San José “podemos dirigirnos con esta oración”:
“San José, tú que siempre has confiado en Dios y has hecho tus elecciones guiado por su providencia, enseñarnos a no confiar tanto en nuestros propios planes sino en su plan de amor.
Tú que vienes de la periferia, ayúdanos a convertir nuestra mirada y preferir lo que el mundo descarta y margina.
Consuela a los que se sienten solos y apoyar a los que trabajan en silencio para defender la vida y la dignidad humana.
Amén”.
San José, maestro de lo esencial
El Papa sostuvo que San José nos enseña a no admirar lo superficial y preferir lo que otros descartan. Por ejemplo ha pedido por las personas que no tiene un trabajo, pues considera que llevar el pan a la mesa con el sudor de la frente es cuestión vital y de dignidad humana.
“No te fijes en las cosas que el mundo alaba, mira las esquinas, mira las sombras, mira las periferias, lo que el mundo no quiere”, expresó bajo el ejemplo del maestro carpintero.
Destacó, en este sentido, que José “es un verdadero maestro de lo esencial: nos recuerda que lo realmente valioso no llama nuestra atención, sino que requiere un paciente discernimiento para ser descubierto y valorado”.
El Papa hizo hincapié en descubrir lo que verdaderamente tiene sentido.
Por ello, instó a pedir a San José “que interceda para que toda la Iglesia recupere esta perspicacia, esta capacidad de discernir y evaluar lo esencial”. “Volvamos a empezar desde Belén, volvamos a empezar desde Nazaret”.
En esta ocasión el Papa ha querido enviar un mensaje a las personas que se sienten olvidadas o marginadas para que “encuentren en San José el testigo y el protector al que pueden mirar”.
El Papa es devoto a San José. Por eso, cada vez que él tiene un problema deja un ‘papelito’ con su petición debajo de una estatua que lo representa durmiendo y que tiene en una mesita en su habitación en Casa San Marta.