Pablo de la Cruz, Santo
Memoria Litúrgica, 19 de octubre
Presbítero y Fundador
El místico del Calvario
Martirologio Romano: San Pablo de la Cruz, presbítero, que desde su juventud destacó por su vida penitente, su celo ardiente y su singular caridad hacia Cristo crucificado, al que veía en los pobres y enfermos.
Fundó la Congregación de los Clérigos Regulares de la Cruz y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. (1775)
Fecha de beatificación:1 de mayo de 1853 por el Papa Pío IX
Fecha de canonización: 29 de junio de 1867 por el Papa Pío IX
Etimológicamente: Pablo = Aquel que es pequeño o débil, es de origen latino.10:32
Breve Biografía
El día 3 de enero de 1694 en la pequeña ciudad Ovada, cerca de Alejandría. al norte de Italia, nació Pablo Francisco Danei Massari. Es el siglo XVIII, también llamado «siglo de las luces» pues, en general, se pensaba que la inteligencia humana es la única autoridad y que la fe y la revelación son un obstáculo al desarrollo de la humanidad.
Pablo vivió su niñez en un hogar auténticamente cristiano, desde el cual experimentó las alegrías y los sufrimientos de la vida: de 16 hijos del matrimonio Lucas Danei y Ana María Massari sólo sobrevivieron 6. No faltaron también las dificultades económicas, por lo que la familia tuvo que cambiar continuamente de domicilio en busca del trabajo. Pablo, quien desde muy pronto debió ayudar a su padre, no pudo asistir con regularidad a la escuela.
El gran testimonio de la fe cristiana de Ana Maria -su madre- ejerció gran influencia en la educación religiosa de Pablo, a la que éste correspondió con una respuesta generosa.
A los 19 años, en 1713, el joven Pablo tomó la primera gran decisión de su vida. La predicación de un sacerdote o una charla espiritual con él le impresionó de tal forma que, profundamente emocionado y arrepentido, hizo confesión general de sus pecados y decidió consagrar su vida a Dios de un modo más radical y absoluto. Él mismo llamará después a este momento su «conversión a penitencia «.
Años más tarde, cuando en 1716 el Papa Clemente XI invitó a la cristiandad a una cruzada contra los turcos, Pablo creyó oír en esto la voz de Dios, pues quería morir mártir y se alistó voluntario, pasando algún tiempo en cuarteles y campamentos. Convencido de que éste no era el servicio que Dios le pedía, regresó a la casa de sus padres a quienes siguió ayudando en sus necesidades, dedicaba muchas horas a la oración, participaba diariamente en la misa y se entregaba a duras penitencias.
Pablo Francisco tenía 26 años sus hermanos habían crecido y sus padres no necesitaban tanto de su de ayuda. Por este tiempo, sintió la llamada de Dios a fundar una orden religiosa: «… sentí mi corazón movido por el deseo de retirarme a la soledad; … me vino la inspiración de llevar una túnica, de andar descalzo, vivir en estrechísima pobreza y llevar, con la gracia de Dios, vida de penitencia; …me vino la inspiración de reunir compañeros para vivir con ellos promoviendo en las almas el santo temor de Dios; me vi en espíritu vestido de una túnica negra, con una cruz blanca sobre el pecho, y bajo la cruz escrito el nombre santísimo de Jesús con
letras blancas…
El 22 de noviembre de 1720 Pablo se despidió de su familia y se dirigió a su obispo, Mons. Gattinara, en Alejandría. Este, en una ceremonia sencilla y en su capilla privada, revistió a Pablo de la Cruz con el hábito negro de ermitaño. Las seis semanas siguientes del 23 de noviembre de 1720 al 1 de 1721, las vivió en el trastero de la sacristía de la Iglesia de San Carlos, de Castellazzo, en las más precarias condiciones de alojamiento. Son como los ejercicios espirituales preparatorios para su misión de ermitaño y fundador . En adelante su apellido será «de la Cruz».
Por orden de su obispo, Pablo de la Cruz consigna por escrito los sentimientos y vivencias interiores de esos días en un «Diario espiritual». En él vemos a qué grado de oración ha llegado ya, así como las grandes líneas de la doctrina espiritual que vivirá y enseñará durante los 55 años siguientes. En las anotaciones del primer día aparece ya la idea fundamental y programática de toda su vida: «No deseo saber otra cosa ni quiero gustar consuelo alguno; sólo deseo estar crucificado con Jesús «.
Acabados estos días el Pablo de la Cruz pasó los meses siguientes en distintas ermitas de las cercanías viviendo en soledad; daba catecismo a los niños en los lugares vecinos, predicaba los domingos e incluso dio una misión. Quiso ir a Roma para pedir personalmente al Papa le aprobara las Reglas de la nueva Orden religiosa, misma que escribió durante los 40 días de Castellazzo. En Septiembre de 1721 se dirigió a Roma, pero sufrió una gran desilusión. Es rechazado por los guardias de Papa con palabras no muy amables. Aunque profundamente decepcionado, no se desanimó. En la Basílica María la Mayor hizo un voto especial: “dedicarse a promover en los fieles la devoción a la Pasión de Cristo y empeñarse en reunir compañeros para hacer esto mismo”.
A su vuelta a Castellazzo, se les unió su hermano Juan Bautista que, lleno de los mismos ideales, fue hasta su muerte en 1765 el compañero fiel de Pablo. Durante los años siguientes vemos a los dos experimentar la Regla pasionista en diferentes ermitas y colaborando con las parroquias vecinas mediante el catecismo y la predicación.
Tras la etapa eremítica Pablo de la Cruz creyó necesario que él y su hermano vivieran en Roma para conseguir de la Santa Sede la aprobación de las Reglas; por eso prestaron sus servicios en el Hospital de San Gallicano cuyo Director les aconsejó hacerse sacerdotes. Después de un breve curso de Teología pastoral, en junio de 1727 los dos hermanos Danei fueron ordenados sacerdotes en la Basílica de San Pedro por el Papa Benedicto XIII.
Siguiendo su gran impulso a vivir en la soledad y a reunir más compañeros formando la primera comunidad los dos hermanos se dirigieron al Monte Argentario, unos 150 Kilómetros al norte de Roma, junto a la costa. Ahí vivieron en una pequeña ermita. El aumento de candidatos hizo pequeño el local, y construyeron el primer convento de la naciente Congregación, el cual, por innumerables dificultades, fue inaugurado hasta 1737.
Pero faltaba todavía la aprobación de las Reglas o Una comisión de cardenales nombrada para su estudio suavizó algo su gran austeridad, y en mayo de 1741 fueron aprobadas por Benedicto XIV; habían transcurrido 21 años desde que fueron escritas el nombre de la nueva orden religiosa sería: ”Congregación de la Santísima cruz y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, título que expresaba claramente su peculiaridad en la Iglesia. Los Religiosos Pasionistas anunciarán por todas partes el misterio de la Cruz y Pasión de Jesucristo a lo cual se obligarían por el voto específico.
Pablo de la Cruz encontró el sentido completo de su existencia en la Memoria de Jesús Crucificado, quien dio su vida por todos nosotros (Jn 3,16). En su asidua contemplación del crucificado, Pablo encontró un camino de acceso al misterio de Dios que es vida y amor, y que desea destruir el peso del pecado y del sufrimiento. Él descubrió que Dios está más cerca de los pobres, de los que no tienen nada, y sintió la urgencia de salir a su encuentro para esto: voz anunciarles al Dios de la vida.
Fundó la Congregación de la Pasión con la esperanza de que continuara haciendo presente al Crucificado, que pronuncia su juicio sobre el pecado del mundo, que es la causa de la injusticia y del sufrimiento de muchos hermanos y hermanas, y hace al hombre capaz de amar de un modo nuevo. Quiso que la Congregación fuera un signo humilde del grande Amor de Dios.
A lo largo de su vida -murió a los 82 años-, Pablo de la Cruz fundó 11 conventos. En 1771, el santo, ya anciano, inauguró el primer monasterio de religiosas pasionistas de clausura, que vivirían el mismo espíritu según la Regla escrita también por él.
Además de fundador, Pablo de la Cruz, fue predicador de misiones populares y gran director espiritual. Poseía cualidades muy especiales para esto: voz potente, agradable presencia física, dotes retóricas extraordinarias. Pero lo que más impactaba de él era su testimonio de íntima unión con Dios, su devoción y su santidad.
Por su gran actividad apostólica -200 misiones y 80 tandas de ejercicios espirituales- mantuvo contacto con gran número de personas que solicitaban su consejo en la vida espiritual, a quienes él sirvió especialmente por correspondencia.
El 18 de octubre de 1775 pasó Pablo a la Casa del Padre con una muerte tranquila y santa en el convento de los Santos Juan y Pablo en Roma. Así terminaba su larga vida de trabajos y sufrimientos por Cristo y por el prójimo. Fue beatificado por Pío IX el 1 de mayo de 1853; fue canonizado por el Papa el 29 de junio de 1867.
Tener encendidas las lámparas
Santo Evangelio según san Lucas 12, 35-38. Martes XXIX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por mis ojos, pues me permiten contemplar la maravilla de tu creación. Gracias por mis manos, pues me permiten hacer el bien a mis hermanos. Gracias por mi boca, pues me permite dar esa palabra de aliento que necesitan. Que siempre, y en todo lo que haga, obre buscando crecer en el amor al prójimo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 35-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su Señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente…?» (Mt 24,45) Jesús nos ha dado un mandamiento nuevo: «amaos los unos a los otros como yo os he amado», y es justamente sobre este mandamiento que nos va a juzgar el día de su venida. Por eso necesitamos mantener encendida nuestra lámpara, no debemos dejar la vivencia de la caridad para después, ya que no sabemos «ni el día ni la hora». Si tienes la oportunidad de hacer un bien, y no lo haces por pereza, desidia, respeto humano, etc., dejas pasar la oportunidad de crecer en el amor, entierras tus talentos, en vez de multiplicarlos.
No, no necesariamente debemos estar pensando en el fin del mundo. Todos vamos a llegar al momento de la muerte y es en ese momento en el que se nos exigirá prueba de que hemos sido realmente discípulos de Cristo. Ya lo decía san Juan de la Cruz: «al atardecer de la vida me examinaran del amor». No será importante los logros materiales, ni los conocimientos acumulados ni las experiencias vividas, lo único que va contar es la vivencia del amor, a Dios y a los demás. Por eso conviene hacer frecuentemente un balance de mis actitudes, por ejemplo: ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Realmente lo quiero o es solo un conocimiento o reconocimiento de su existencia? ¿Soy de ésos que pasan indiferentes ante la necesidad ajena? ¿Tiendo a no darme cuenta de lo que podría hacer, o dejar de hacer, para edificar un bien superior?
«El Evangelio recomienda ser como los siervos que no van nunca a dormir, hasta que su jefe no ha vuelto. Este mundo exige nuestra responsabilidad y nosotros la asumimos completa y con amor. Jesús quiere que nuestra existencia sea trabajosa, que nunca bajemos la guardia, para acoger con gratitud y estupor cada nuevo día que Dios nos regala. Cada mañana es una página en blanco que el cristiano comienza a escribir con obras de bien. Nosotros hemos sido ya salvados por la redención de Jesús, pero ahora esperamos la plena manifestación de su señoría: cuando finalmente Dios sea todo en todos. Nada es más cierto en la fe de los cristianos que esta «cita», esta cita con el Señor, cuando Él venga. Y cuando este día llegue, nosotros, los cristianos, queremos ser como aquellos siervos que pasaron la noche con los lomos ceñidos y las lámparas encendidas: es necesario estar listos para la salvación que llega, listos para el encuentro. ¿Habéis pensado, vosotros, cómo será el encuentro con Jesús, cuando Él venga?». (Audiencia de S.S. Francisco, 11 de octubre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Estaré muy atento y disponible para no dejar pasar las oportunidades de ayudar a alguien que necesite de mí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Caminar en la luz: la prudencia y el discernimiento
En el cristiano la prudencia supone la unión con Cristo y su Voluntad
Dice Robert Spaemann que para obrar bien es preciso hacer justicia a la realidad. Esto requiere de la prudencia, la más importante de las virtudes morales. En la vida personal cotidiana, en la vida eclesial (lo hemos visto en el Sínodo de la familia) o en la vida social (por ejemplo en la perspectiva de unas elecciones) es necesaria la prudencia, que no es mera cautela o moderación, sino “sensatez o buen juicio”. Consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo en una determinada situación, para saber cómo hay que actuar y decidirse a ello.
Veamos la estructura y las dimensiones de la prudencia, las formas de la imprudencia y cómo es la prudencia en clave cristiana.
Estructura y dimensiones de la prudencia
En la tradición clásica se antepone la prudencia a otras virtudes importante: la justicia, la fortaleza y la templanza. Esto indica que solo puede ser bueno el que es prudente, es decir, el que es justo antes que nada con la realidad. Y por eso los diez mandamientos son formas de ejercicio de la prudencia.
La prudencia es la causa y la raíz, la madre, la medida y el ejemplo, la guía y la razón precisa de todas las demás virtudes. La prudencia es la medida ética del obrar porque determina lo que es conforme a la realidad. (cf. J. Pieper, Virtudes fundamentales, Madrid 2010, p. 34). La prudencia es la virtud que guía a la conciencia moral.
Esta atención a la realidad, propia de la prudencia, tiene dos dimensiones: la memoria o conciencia de los primeros principios (sindéresis) –el más importante es hacer el bien y evitar el mal– y la atención a la realidad en la que se actúa.
Combinando esos elementos, la prudencia actúa por tres pasos sucesivos; la deliberación (momento cognoscitivo); el juicio, dictamen o discernimiento acerca de la situación (lo que lleva a tomar “conciencia de la situación”); y el “imperio” o decisión de actuar (momento operativo).
En resumen, la prudencia es la “regla recta de la acción” (Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles), “la virtud que pasa del conocimiento de la realidad a la práctica del bien” (Pieper) y la “auriga virtutum” (conductora de las virtudes) que guía a las otras virtudes indicándoles regla y medida (Catecismo del a Iglesia Católica).
Por eso se la ha comparado a la inteligente proa de la esencia humana (Claudel), al cierre del anillo de la vida activa que conduce a la propia perfección, o al fulgor de la vida moral (Pieper). En la perspectiva cristiana San Juan habla de “caminar en la luz”, equivalente a practicar la verdad haciendo justicia a la realidad, como consecuencia de la comunión con Dios.
Formas de la imprudencia
Para ser prudente se requiere por tanto, primero la “memoria del ser”, o la “metafísica de la persona moral”, es decir, tener en cuenta quién es uno y por qué desea una cosa u otra.
Solamente por esto el egoísta, el que mira por sus intereses y no por los demás ya es imprudente. También el que no es dócil, porque no se deja decir algo, es imprudente, pues se opone al conocimiento de la realidad. También se puede ser imprudente por impremeditación (falta de suficiente reflexión) o inconstancia. En cambio el que tiene la virtud de la solercia (capacidad de circunspección o de sopesar la realidad de que se trate) es el que puede vencer las tentaciones de injusticia, cobardía o intemperancia.
En segundo lugar, se puede ser imprudente por fallo del momento operativo (la decisión). Así puede suceder por inseguridad, que puede ser culpable si es resultado de un centrarse en sí mismo sin mirar a Dios ni a los demás. Esta mirada a Dios y a los que nos rodean es lo que enriquece la esperanza y la experiencia, y permite darnos el mínimo de certeza (no puede existir una certeza total sobre el futuro) para decidirnos a actuar.
También se puede fallar en la decisión por simple omisión o negligencia, y ésta a su vez por pereza o cobardía; y en general por falta de madurez en el “imperio”. Este no ser capaces de tomar una decisión dice Santo Tomás que con frecuencia está unido a la lujuria.
Asimismo se puede ser imprudente por la “prudencia de la carne” (cf. Rm, 8,7). Es decir, la visión materialista de la vida. Esto puede llevar a la astucia: actuar o no por mera táctica o intriga, actitud opuesta a la verdad, a la caridad, a la rectitud del espíritu y a la magnanimidad, y proclive a la mezquindad (falta de nobleza o tacañería) y a la pusilanimidad (ánimo pequeño o falta de valor para emprender lo grande o tolerar las contrariedades).
En el fondo de todo esto, dice Tomás de Aquino, suele estar la avaricia, el aferrarse al instinto de conservación (de ahí la acepción popular de “prudencia” como un abstenerse de actuar por miedo al riesgo).
La razón de que todas estas actitudes se opongan a la prudencia es porque ésta se ocupa no solo de los fines sino también de los medios en el actuar. “La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1835).
La prudencia en clave cristiana
En el cristiano la prudencia supone en primer lugar las tres virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. De esta manera la “memoria del ser” que es la base del obrar moral (sindéresis) se perfecciona con la anámnesis (memoria de Dios y de su obrar misericordioso), y se favorece la correspondencia del cristiano.
Las tres virtudes teologales son en el cristiano la manifestación de su unión con Cristo en pensamiento, afectos y obras. Y su conciencia le lleva a percibir que la propia acción ha de ir en la línea de un vivir y de un obrar “por Cristo, con Él y en Él”, para la gloria de Dios Padre en el amor del Espíritu Santo.
En segundo lugar la prudencia cristiana (en parte infusa y en parte adquirida) lleva a integrar todas las acciones en orden al fin último: la unión con ese Ser que nos ha creado por amor, y respecto del cual toda nuestra existencia es una vocación que pide una respuesta de amor. Este buscar el fin último no consiste en unirse a Dios en general o en abstracto, sino en hacerlo a través de Cristo, y, por tanto, de la Iglesia y de su misión evangelizadora.
Dicho brevemente: la prudencia de un cristiano se resuelve en su búsqueda de la santidad con todas las consecuencias. Es decir, el buscar el amor de Dios y los demás en todos los momentos y acciones de la existencia, aquí y ahora, por los caminos y con los medios de la realidad concreta que se tiene delante.
Una consecuencia de esto es que la teología cristiana tiene una esencial dimensión práctica u operativa. La contemplación de Dios conduce a amarle con obras, también en todos aquellos que Él ama y en toda la realidad que nos rodea, puesto que ha salido de Dios y a Él se encamina.
El discernimiento
Como hemos visto, el modo de vivir la prudencia necesita siempre del discernimiento o juicio sobre la situación, como momento central y más representativo de la prudencia. Esto presupone una deliberación que mire a la realidad y va seguido de la decisión para actuar poniendo determinados medios.
Este discernimiento no es sólo necesario en los actos individuales de la persona o quien la aconseje. También lo necesitan los responsables de una comunidad social o de una comunidad cristiana. Por ejemplo, el parlamento de una nación, una familia, una escuela, una parroquia, etc. Y así hablamos no solamente de discernimiento personal o espiritual, sino también de discernimiento social o comunitario, y de discernimiento eclesial.
«Que el mayor entre ustedes sea como el más pequeño»
Recomendación del Papa Francisco a los pastores investidos con el ministerio episcopal en la Basílica Vaticana
En la mañana del 17 de octubre de 2021 el Papa Francisco presidió la Santa Misa con la Ordenación episcopal de dos nuevos obispos: “promovidos”, como dijo el mismo Papa, Monseñor Guido Marini, nombrado Obispo de Tortona y Monseñor Andrés Gabriel Ferrada Moreira, desde el 1 de octubre Secretario de la Congregación para el Clero. Al colegio episcopal, el pedido del Papa de “acoger con alegría y gratidud a estos hermanos”. A los nuevos obispos, el recordatorio de la tarea del obispo: “más servir que gobernar, según el mandamiento del Maestro: ‘Que el mayor entre vosotros sea como el más pequeño’. Y el que gobierna, que sea como el que sirve».
La obra del Salvador continúa a través de vuestro ministerio
La homilía del Sumo Pontífice partió de la reflexión de la alta responsabilidad a la que están llamados los nuevos pastores, con la memoria del envío al mundo del Sumo Sacerdote, Nuestro Señor Jesucristo, de los doce Apóstoles para que, llenos de la fuerza del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio a todos los pueblos y los reunieran bajo un solo pastor, los santificaran y los condujeran a la salvación”.
Para perpetuar este ministerio apostólico de generación en generación, los Doce reunieron a colaboradores, transmitiéndoles mediante la imposición de manos el don del Espíritu recibido de Cristo, que confería la plenitud del sacramento del Orden. Así, a través de la sucesión ininterrumpida de obispos en la tradición viva de la Iglesia, se ha conservado este ministerio viviente, este ministerio primario y la obra del Salvador continúa y se desarrolla hasta nuestros días.
Es Cristo quien obra
Es Cristo, de hecho, quien, “en el ministerio del obispo, sigue predicando el Evangelio de la salvación y santificando a los creyentes mediante los sacramentos de la fe”, afirmó Francisco, dirigiéndose a todo el cuerpo episcopal. “En el obispo rodeado de sus presbíteros” está presente “nuestro Señor Jesucristo mismo, Sumo Sacerdote eterno”.
Es Cristo quien en la paternidad del obispo aumenta con nuevos miembros su cuerpo, que es la Iglesia. Es Cristo quien, con la sabiduría y la prudencia del obispo, guía al pueblo de Dios en su peregrinación terrenal hacia la felicidad eterna.
Luego, el llamado del Papa al colegio episcopal a acoger “con alegría y gratitud a estos hermanos”, que hoy son ungidos con el ministerio a través de la imposición de manos.
“Que el mayor entre ustedes sea como el más pequeño”
A los elegidos del Señor, el Pontífice les pide considerar “que han sido escogidos de entre los hombres y para los hombres”, que fueron “constituidos – no para ellos sino para los demás – en cosas que conciernen a Dios”. «Episcopado», de hecho, – les dice – es el nombre de un servicio”, pues “no existe un episcopado sin servicio”. No es el “nombre”, como querían los discípulos situándose “uno a la derecha, otro a la izquierda”, “de un honor”, ya que la tarea del obispo es “más servir que gobernar, según el mandamiento del Maestro: ‘Que el mayor entre vosotros sea como el más pequeño’. Y el que gobierna, que sea como el que sirve».
Servir – subraya Francisco ¬-. Y con este servicio preservarán su vocación y serán verdaderos pastores en el servicio, no en los honores, en la potestad, en la potencia… No: servir, siempre servir.
Proclamen la Palabra en cada oportunidad: oportuna y no oportuna. Amonesten, reprendan, exhorten con magnanimidad y doctrina, sigan estudiando. Y mediante la oración y la ofrenda de un sacrificio por su pueblo, extraigan de la plenitud de la santidad de Cristo las múltiples riquezas de la gracia divina.
Las cuatro cercanías del obispo
Ustedes – continuó el Papa dejando de lado el escrito – “serán los custodios de la fe, del servicio, de la caridad en la Iglesia y para eso se necesita cercanía”. Piensen – les pidió – que la cercanía es el rasgo más típico de Dios: Él mismo se lo dice a su pueblo en el Deuteronomio: «¿Qué pueblo tiene a sus dioses tan cerca como vosotros a mí?». La cercanía, con los dos rasgos que la acompañan, “la compasión y la ternura” fue la recomendación paternal y la exhortación de Francisco a los obispos:
Por favor, no dejen esta cercanía: acérquense siempre al pueblo, acérquense siempre a Dios, acérquense a los hermanos obispos, acérquense a los sacerdotes: estas son las cuatro cercanías del obispo. El obispo es un hombre que está cerca de Dios en la oración.
La primera tarea: rezar
«Tengo tanto que hacer que no puedo rezar»: puede ser el lamento de alguno a quien el Papa le pide detenerse, recordando lo dicho por Pedro “cuando los apóstoles inventaron los diáconos”: «Y a nosotros, los obispos – precisó Francisco – la oración y el anuncio de la Palabra»:
La primera tarea del obispo es rezar y no como un loro, ¡no! Rezar con el corazón, rezar. «No tengo tiempo». ¡No! Deja todas las demás cosas, pero rezar, esa es la primera tarea del obispo. Cercanía a Dios en la oración.
Cercanía al cuerpo espicopal
La segunda cercanía es aquella “con los otros obispos”, continuó el Papa, ejemplificando:
«No… que esos son de ese partido, yo soy de este partido…». Sean obispos: habrá discusiones entre ustedes, pero como hermanos, cercanos. Nunca hablen mal de los hermanos obispos, nunca. Cercanía a los obispos. Segunda cercanía, – subrayó el Papa – cercanía al cuerpo episcopal.
Cercanía “al prójimo más próximo”
“No se olviden que los sacerdotes son prójimos más próximos”, pidió luego al hablar de la tercera cercanía. Y continuó ejemplificando:
Cuántas veces se escuchan quejas, de un sacerdote que dice: «Llamé a un obispo, pero el secretario me dijo que su agenda está llena, que tal vez en 30 días podría recibirme…». Esto no va. Si se enteran de que un sacerdote los ha llamado, llámenlo el mismo día o al día siguiente. Con eso, él sabrá que tiene un padre. Cercanía a los sacerdotes, y si no vienen, ve a buscarlos: cercanos.
Fueron sacados “del rebaño, no de una elite”
La cuarta cercanía es aquella “al Santo Pueblo fiel de Dios”. Recordando lo que Pablo le dijo a Timoteo: «Acuérdate de tu madre, de tu abuela…», Francisco pidió a los pastores que no olviden que fueron “sacados del rebaño”, no “de una élite que ha estudiado, tiene muchos títulos y le toca ser obispo”. “No – acentuó aún: del rebaño”.
Por favor, no olviden estas cuatro cercanías: cercanía a Dios en la oración, cercanía a los obispos en el cuerpo episcopal, cercanía a los sacerdotes y cercanía al rebaño.
Que el Señor – concluyó el Santo Padre Francisco – les haga crecer en este camino de cercanía, para que puedan imitar mejor al Señor, porque Él siempre ha estado cerca y siempre está cerca de nosotros, y con su cercanía, que es una cercanía compasiva y tierna, nos lleva adelante.
“Y que la Virgen los cuide”.
Monseñor Guido Marini ha sido nombrado obispo de Tortona y hará su entrada en la diócesis de Tortona el domingo 7 de noviembre, tomando posesión de la cátedra de San Marziano como sucesor de monseñor Vittorio Francesco Viola, que fue nombrado secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el pasado mes de mayo. Monseñor Marini fue nombrado el 1 de octubre de 2007 por el Papa Benedicto XVI Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias y Prelado de Honor de Su Santidad, y luego confirmado en este cargo en 2013 por el Papa Francisco. Nació en Génova el 31 de enero de 1965 y fue ordenado sacerdote el 4 de febrero de 1989 por el cardenal Giovanni Canestri, de quien también fue secretario.
Monseñor Andrés Gabriel Ferrada Moreira fue nombrado secretario de la Congregación para el Clero el 1 de octubre y se le asignó la sede arzobispal titular de Tiburnia. Nació en Santiago de Chile el 10 de junio de 1969. Fue ordenado sacerdote de la archidiócesis metropolitana de Santiago de Chile el 3 de julio de 1999. Se doctoró en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana en 2006. Ha ocupado diversos cargos pastorales en la diócesis, entre ellos el de director de estudios y prefecto de teología en el Seminario Mayor de los Santos Ángeles Custodios, en Santiago de Chile. Desde 2018 hasta el pasado 1 de octubre, fue funcionario de la Congregación para el Clero.
Nunca se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen María.
En casi en todo el mundo, mayo es el mes de las madres. Y cómo no celebrar a la más amorosa de todas, nuestra Madre del Cielo, la Virgen María. Existen muchas canciones y oraciones dedicada a ella, pero no hay devoción más grande que el rezo del Santo Rosario.
Como bien decía san Luis María Grignon de Montfort en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen -lectura altamente recomendada-, nunca se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen María. Por eso, esta devoción es uno de los pilares fundamentales de todo católico. No podemos asegurar la fecha exacta del comienzo a la devoción al Santo Rosario, pero puede tener sus inicios en que antiguamente los monjes rezaban los 150 salmos. Como algunos no sabían leer, decidieron cambiar los salmos por las Avemarías. El rezo del Santo Rosario ha sido una constante en casi todas las apariciones de la Santísima Virgen María, ya que por su medio se alcanzan muchas gracias y bendiciones.
San Juan Pablo II, nos recuerda en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, que “El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Avemaría, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira.”
El Rosario es un método para contemplar los misterios más importantes de Jesucristo, tomados de la mano de María, la primera creyente. Tal vez, para los que no están familiarizados con la práctica les resulte efectivamente aburrido, pero creo que puede ser conquistada poco a poco. Ofrecer primero un Rosario entero a la semana o una decena diaria, puede ser una forma para comenzar esta devoción. Es interesante observar como muchos católicos se envuelven en prácticas orientales en donde la repetición de mantras es algo común, y sin embargo, rezar un Rosario para ellos constituye un esfuerzo extra y a veces sin sentido.
Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, no dice: “Por su naturaleza, el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza.” Es por eso que nunca podemos ser demasiado marianos, porque la Madre siempre nos llevará a la fuente misma de la gracia, su Hijo.
Los invito a rezar diariamente el Rosario. Busquen un lugar apacible en su hogar o diríjanse a la iglesia parroquial, y frente al santísimo eleven esta oración que es tan agradable a los oídos de nuestra Madre Celestial, que ella sabrá presentar de manera digna nuestras peticiones al Padre Eterno.
Todos podemos ser misioneros
Eso es lo que hacen los misioneros, cuidan, curan, enseñan y rezan con los que lo necesitan, no saben, están enfermos y no conocen a Jesús.
Os voy a contar unas historias muy bonitas. Había una niña en Francia llamada Teresita. Un día sintió que Jesus quería que le dedicase su vida. Entró en un convento de carmelitas y desde muy joven escribía cartas animando a los misioneros que estaban lejos, muy lejos enseñando a todos lo que Jesus nos enseñó. Santa Teresita del Niño Jesús es la patrona de las misiones, juntó a San Francisco Javier, aunque nunca salió de su convento para ir a las misiones.
Otra historia de la Biblia es la de un niño que se llamaba Samuel. Estaba durmiendo y oyó una voz que le llamaba. Creyó que era Elí. Elí le cuidaba y enseguida que decía algo, Samuel corría a obedecerle, aunque estuviera durmiendo. En esta ocasión no le había llamado. De nuevo oyó una voz y se despertó. Al final Elí pensó que era Dios quien le llamaba y le dijo a Samuel que le dijese: » habla Señor que yo te escucho»
Os cuento estas historias para que aprendamos varias cosas.
Nosotros podemos ser misioneros.
Hay muchos pueblos en distintos países que no tienen lo indispensable. Carecen de alimentos, de escuelas, de ropa. Pero lo más importante es que no conocen el Evangelio, no han oído hablar de Jesús. Allí van muchas personas a ayudarles. Son misioneros.
No os asustéis, no os voy a mandar a África o Asia. Teresita es la patrona de las misiones y nunca estuvo allí. ¿Sabéis que hacia? Rezar por todas las personas que iban a enseñar el Evangelio. Rezaba mucho para que entendiesen que Dios es nuestro Padre y María nuestra madre del cielo. Para que aprendiesen que Jesús es Dios y vino a salvarnos y decirnos que nos amemos los unos a los otros.
Dios nos llama, tenemos que estar atentos.
Samuel también estuvo atento a la llamada de Dios. Y me diréis » a mi Dios no me llama» y yo te digo que estés atento para decirle lo mismo que Samuel, que le escuchas. Te llama cuando obedeces a mamá, te llama cuando vas contento al colegio, te llama cuando ayudas a tu hermano.
Eso es lo que hacen los misioneros, cuidan, curan, enseñan y rezan con los que lo necesitan, no saben, están enfermos y no conocen a Jesús.
Rezamos por los misioneros.
Por eso nosotros podemos ser misioneros, rezando por los que no conocen a Dios y escuchando a Dios en lo que podemos hacer para ser mejores.
Hacemos actividades para comprender mejor nuestra misión.
Ahora, entre todos, vamos a hacer una imagen de María con el Niño.
Es muy fácil necesitamos dos pelotas blancas, una grande y otra pequeña. Cartulina o fieltro blanco y azul, rotuladores rojo para la boca y negro para los ojos. Lana amarilla o negra para el pelo.
Escribiremos en un papel una oración a la Virgen María o al Niño Jesús, pidiéndole por los niños que no conocen a Jesús, por las personas que pasan hambre, por los cristianos que sufren por serlo…etc.
Lo doblamos, dibujamos una flor y lo metemos en una cajita a los pies de María.
También escribimos algo bueno que hemos hecho en la semana: hemos comido algo que mamá nos puso y no nos gusta, he ayudado a mi hermanita a vestirse, he puesto la mesa..etc.
Igual que Samuel, hemos estado atentos a lo que Dios nos ha pedido. Lo escribimos y ponemos en la cajita.
Así todas las semanas del mes de octubre, mes de las misiones, cuando acabe el mes iremos al jardín y en un hoyo enterraremos todos los papelitos. Seguro que en su lugar crecerá alguna hoja o florecita silvestre.
María con el Niño irá visitando la casa de cada niño, cada semana y allí también rezaremos con Ella el Avemaría.
Esos grandes que llevaron la buena noticia a los pieles rojas del Canadá
Descubre cómo Juan de Brébeuf, Isaac Yogues y otros jesuitas evangelizaron las tribus indias en el siglo XVII hasta dar la vida en América del Norte
La Iglesia celebra, el 19 de octubre, la fiesta de san Juan Brébeuf y compañeros mártires, jesuitas que evangelizaron y dieron su vida por las tribus indias de América del Norte en el siglo XVII.
Apenas conocidos en Europa, su tierra natal, su entrega y valentía fueron fundamentales para la evangelización del nuevo continente.
No por casualidad en 2017 hacía notar el cardenal Lacroix, arzobispo de Quebec, en el acto de consagración de Canadá al Sagrado Corazón de María:
«Podemos decir literalmente que nuestro país fue fundado por santos».
Y añadía:
«El Evangelio que trajeron de Europa no solo estaba en las Biblias y en los libros; estaba profundamente arraigado en sus vidas. Eran portadores de la Buena Nueva. Y por eso fueron capaces de testimoniar fielmente y perseverar en medio de muchas pruebas».
A raíz de su beatificación en 1925 comenzaron estos mártires desde el cielo a derramar una lluvia de flores y prodigios, llenando con frecuencia la prensa americana de todos los partidos y matices con columnas relatando milagros (era ya verdadero milagro el simple hecho de que pudieran aparecer estas noticias y fueran recibidas con sincero y respetuoso asombro incluso por los menos religiosos).
Este sano entusiasmo por honrar y reconocer a los primeros beatos del nuevo continente explica por qué apenas transcurrieron cinco años desde la beatificación hasta su proclamación como santos en 1930.
Dificultades externas e internas, materiales y espirituales
La presencia de Francia en el continente americano comenzó en la bahía de San Lorenzo en 1608, en medio de no pocas dificultades por causas externas al territorio (falta de apoyo de la metrópoli para el desarrollo de la Nueva Francia) e internas a él (enfrentamiento entre los pueblos allí existentes).
Pronto fueron llamados los religiosos para ocuparse de la evangelización y entre ellos Juan de Brébeuf, Isaac Yogues, y otros compañeros jesuitas.
El amor a Dios y a los demás les llevó a superar en primer lugar las dificultades del idioma, de las costumbres, el hambre, el frío y el calor, y sobre todo las espirituales de soledad, incomprensión y desconfianza, para poder entrar en contacto con las tribus de la región, principalmente los hurones y los algonquinos.
«En la choza no es posible mantenerse de pie, parte porque es demasiado baja de techo, parte por la humareda, que no deja siquiera respirar; así, que hay que estar tendido sobre el suelo o acurrucado en cuclillas. Si se quiere salir a la intemperie, en seguida el frío glacial, la ventisca y el riesgo de extraviarse por aquellos espesos bosques obligan a volver al refugio más veloces que el viento. Además de la incómoda postura que supone el tener por cama el duro suelo, son dignas de especial mención las molestias causadas por el frío, el calor, el humo y los perros. Por lo que atañe al frío, téngase presente que hay que reclinar la cabeza directamente sobre la nieve, o a lo sumo, en el caso de mayor regalo, utilizar como mullida almohada alguna rama de pino. El viento tiene libre entrada por mil resquicios. […]Pero el frío no hace sufrir tanto como el calor del fuego. El reducido espacio que ofrece la cabaña de los indios, se calienta en seguida con la ardiente hoguera de que no se puede prescindir. A veces me sentía literalmente tostar y achicharrar por los cuatro costados, pues el chamizo era tan estrecho que era imposible alejarse de las brasas. En vano forcejeaba por hacerme sitio a derecha o a izquierda, pues topaba con el indio enclavijado junto a mí; si me hacía atrás, chocaba al punto con el muro de nieve o con la pared de cueros de buey. No sabía qué postura tomar; si estiraba las piernas, venían a dar por la estrechez del local, en medio del rescoldo. […]El alimento habitual consistía en un poco de maíz, triturado como mejor se podía entre dos piedras, y amasado generalmente sin más condimento que el agua de río. […] Conviene hacerse violencia para comer sus puches de maíz y demás mezcolanzas, si se las ofrecen, aun cuando tales potajes estén sucios, medio crudos e insípidos.Por lo que toca a las mil incomodidades que se ofrecen cuando se anda entre mucha gente, es preciso apechugar con ellas por amor de Dios».
Cruentas torturas y posterior martirio
Y posteriormente, por las luchas entre ellos y a causa de la fe, tuvieron que padecer cruentas torturas y finalmente el martirio.
Las crónicas que se conservan, sobre todo de la correspondencia de los misioneros y de los informes a sus superiores (compiladas en alemán por el también jesuita P. Adolfo Heinen en 1930 con motivo de la canonización de los ocho mártires canadienses, y luego traducidas al español con el título “Entre los pieles rojas del Canadá” y reeditadas recientemente por la Fundación Maior), ponen los pelos de punta.
«[…] Al padre Juan de Brébeuf le descortezaron toda la piel del cráneo, le cortaron los pies, y le descarnaron las piernas hasta los huesos, y de un hachazo le partieron en dos las mandíbulas.
Con un golpe semejante le hendieron al P. Lalemant la cabeza junto a la oreja, de suerte que la masa encefálica quedó al descubierto. Desde la planta del pie hasta la coronilla no descubrimos en él parte de su cuerpo que no le achicharrasen en vida, y hasta en las vaciadas órbitas le hundieron carbones encendidos. También tenían ambos abrasada la lengua, pues repetidas veces les habían introducido en la boca tizones hechos ascuas y resinosas teas encendidas, para que ni siquiera al morir invocasen al Señor por quien padecían, y a quien no podían arrancar de sus corazones.Todo esto —así concluye en P. Raguenau su relato en el capítulo IV de su Relación correspondiente al año 1649—, lo he sabido por personas fidedignas, que fueron testigos oculares y me lo contaron a mí expresamente. Habían sido cautivadas juntamente con los Padres, pero se reservó su suplicio para más tarde, y entretanto pudieron evadirse».
Esperamos que nunca deje de impactarnos el testimonio de amor y de entrega hasta dar la vida de tantos santos, que por la evangelización de otros pueblos dejaron sus países, familias, comodidades… y llegaron a soportar por la gracia de Dios las torturas más crueles.
Que su ejemplo nos ayude y que Dios nos permita, como a ellos, cada uno en nuestra labor, entregar nuestra vida por Él y por los demás.
Más información en el libro Entre los pieles rojas del Canadá, Historia de la Misión de los Hurones y de sus misioneros, los ocho santos mártires canadienses de la Compañía de Jesús.