Juan XXIII, Santo
Memoria litúrgica, 11 de ocubre
CCLXI Papa
Martirologio Romano: En Roma, Italia, San Juan XXIII, Papa, cuya vida y actividad estuvieron llenas de una singular humanidad. Se esforzó en manifestar la caridad cristiana hacia todos y trabajó por la unión fraterna de los pueblos. Solícito por la eficacia pastoral de la Iglesia de Cristo en toda la tierra, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. († 1963)
Fecha de beatificación: 3 de septiembre de 2000, por S.S. Juan Pablo II.
Fecha de canonización: 27 de abril de 2014, por S.S. Francisco
Memoria litúrgica: 11 de octubre10:44
Breve Biografía
Nació en el seno de una numerosa familia campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de «papa bueno». Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre.
Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa.
El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.
Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.
De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.
En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.
En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.
En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».
Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.
En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.
Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados.
Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.
En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.
Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.
Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.
Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre [1], recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
El milagro para su beatificación
El hecho atribuido a la intercesión del Papa Bueno hace referencia a la inexplicable curación de una religiosa, Sor Caterina Capitani, enferma de una dolencia estomacal. Era el año 1966 (apenas tres años después de la muerte de Juan XXIII), cuando la entonces joven Caterina Capitani examinada por los médicos de Nápoles recibió el terrible diagnóstico: «Perforación gástrica hemorrágica con fistulación externa y peritonitis aguda». Un caso a todas luces desesperado en el que el desenlace fatal había sido ya aceptado por la familia. Sin embargo, el 22 de mayo de 1966, las hermanas de la enferma, sabedoras de que Caterina era una ferviente admiradora de Juan XXIII, oraron pidiendo su intercesión mientras le colocaban una imagen del Papa sobre el estómago de Sor Caterina. Pocos minutos después, la monja, a la que ya habían administrado el sacramento de la unción de los enfermos, comenzó a sentirse bien y pidió comer.
Sor Caterina Capitani, quien falleció en marzo del 2010 (a la edad de 68 años), relató haber visto a Juan XXIII sentado al pie de su cama de enferma, diciéndole que su plegaria había sido escuchada. Días más tarde, una radiografía documentó la desaparición completa del mal que padecía. La ciencia, fue incapaz de dar una explicación a la curación, además en el estómago no le quedaron señales de las cicatrices causadas por la fístula. Una comisión de médicos calificó de «inexplicable científicamente» la curación de la religiosa.
La canonización
El papa Juan XXIII tenía en su haber más de veinte curaciones inexplicables atribuidas a su intercesión, incluidas dos de las que su postulador estába convencido de que soportarían el riguroso examen del equipo de asesores médicos de la congregación.
Entre los casos más interesantes, está la historia de una mujer de Nápoles que en 2002 ingirió sin querer una bolsa de cianuro. Invocando al beato se salvó del envenenamiento sin dañar los riñones, o el bazo, y curando al mismo tiempo la cirrosis hepática.
Pero un segundo milagro comprobado no fue necesario. El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto en el cual se aprueba la votación a favor de la canonización del Beato Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli) realizada el día 2 del mismo mes y año en la sesión ordinaria de los Cardenales y Obispos de la Congregación para la Causa de los Santos.
Para conocer más sobre este proceso recomendamos leer el artículo ¿Por qué Juan XXIII será santo sin milagro?
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NOTA
[1] En el santoral los santos y beatos se inscriben en su fecha de muerte, día de su ingreso a la casa del Padre. La fiesta litúrgica no tiene que coincidir obligatoriamente con la fecha de recordación en el santoral.
La señal más grande de Dios
Santo Evangelio según san Lucas 11, 29-32. Lunes XXVIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Padre Nuestro, aunque estás en el cielo, has querido habitar en nuestros corazones. En esta oración concédeme darte el honor y la reverencia que mereces, por ser mi Dios y mi Padre. Te pido también un corazón abierto, para que tu Reino entre en mi vida, y pueda agradarte en todo lo que hago. Gracias porque nunca me abandonas y quieres darme en cada momento lo que más necesito. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 29-32
En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará otra señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo. Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Cuando Dios envía un mensaje, pide una respuesta. Él habla siempre, en la creación, en la historia, en los hombres y mujeres que encontramos cada día. Sólo hay que estar atento a su voz…
Cristo nos habla hoy de dos momentos fuertes de la historia de la salvación. Nínive que se convierte gracias al profeta Jonás y una reina que viaja lejos para ver el don de la sabiduría en el rey Salomón. Hay un punto que une estos dos eventos: en los dos, un personaje de Israel atrae extranjeros hacia Dios. O, en otras palabras, Dios sale a buscar a aquellos que están más alejados de Él; Dios no abandona a la oveja perdida en la montaña.
Estamos ahora mismo en presencia de Cristo en oración. «Aquí hay uno que es más que Salomón; aquí hay uno que es más que Jonás.» Él bajó del cielo para encontrarnos y atraernos hacia su Padre. Como Jonás, cruzó el mar que dividía a Dios y al hombre, caminó por nuestras calles, nos invitó al arrepentimiento.
Sin embargo, hizo aún más: como Rey que es, estableció su trono en la cruz, y desde ahí nos atrae con la sabiduría de su entrega incondicional a cada uno de nosotros. Siendo Hijo de Dios, se lanzó hasta la profundidad del pecado y de la muerte para rescatarnos. ¿Acaso hay señal más grande del Amor que Dios nos tiene?
No podemos permanecer indiferentes ante Dios que nos busca ansiosamente. Contemplemos el crucifijo y, ante esta señal tan grande, digamos como el centurión: «Verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios». Confiémonos a Él, respondámosle con amor y entrega en nuestra propia vida.
«Escucha de Dios que nos habla, y también escucha de la realidad cotidiana, atención a las personas, a los hechos, porque el Señor está en la puerta de nuestra vida y golpea en muchos modos, pone señales en nuestro camino; está en nosotros la capacidad de verlos. María es la madre de la escucha, escucha atenta de Dios y escucha también atenta de los acontecimientos de la vida».
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de junio de 2013).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Visitaré a Cristo Eucaristía para agradecerle su entrega y pedirle la gracia de corresponder a su amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Credulidad postmoderna
El contenido de la fe, como tal, no puede ser demostrado científicamente, pero podemos razonar la inteligencia del acto de fe
A menudo se afirma, con una cierta ligereza intelectual, que nuestras sociedades están atravesadas por una poderosa y creciente corriente de incredulidad. Hemos intentado describir, una constelación de suspicacias postmodernas referentes a determinados actores sociales: el médico, el juez, el político, el maestro y el periodista entre otros. Esta desconfianza no debe confundirse con la incredulidad, del mismo modo que la fe tampoco debe identificarse jamás con la pura y ciega credulidad.
El ciudadano postmoderno desconfía de tales figuras, pero practica una ciega credulidad con respecto a otros actores sociales o mensajes publicitarios que acepta incondicionalmente. Dicho llanamente: se los cree sin someterlos al análisis crítico y racional.
Es verdad que el sistema de creencias tradicionales ha sido puesto entre paréntesis. En términos generales, el ciudadano común ha dejado de creer en lo que creyeron sus ancestros, pero esta crisis no debe confundirse con la caída en la incredulidad. No hay duda de que, en nuestras sociedades, se dan enormes dosis de credulidad, de aceptación a pies juntillas de lo que expresan determinados medios de comunicación o personajes célebres.
Estamos sumergidos de lleno en una cultura sólo de oídas en la que ofician unos oráculos tales como, por ejemplo, la televisión, las revistas del corazón o los sistemas de moda. Casi mágicamente se atribuye la infalibilidad a ciertos iconos televisivos e igualmente la capacidad para marcar pautas del pensamiento y de la convivencia en nuestros días.
En esta delicada cuestión no siempre se distingue con nitidez la creencia de la credulidad. En ocasiones, se identifican ambos términos, cuando, de hecho, se refieren a actitudes vitales muy distintas. El creer es constitutivo de la persona, pero no todos creemos en lo mismo, ni del mismo modo.
El objeto formal de la creencia y la forma de vivirlo y de expresarlo abre profundas diferencias entre los seres humanos, pero más allá del tipo de creencias, el ser humano se manifiesta como un ser credencial, un ser que vive instalado en un marco de creencias religiosas o puramente civiles, pero que acepta de un modo no siempre consciente.
La creencia se relaciona directamente con lo que no es evidente desde un punto de vista lógico. Exige una dimensión de apuesta, en el sentido pascaliano del término, un cierto valor moral, aunque no por ello la creencia es irracional, sino que alberga una infraestructura racional. La creencia, contrariamente a lo que se cree, no es un patrimonio exclusivo de la persona religiosa. En el ateo y en el agnóstico subsisten creencias que tienen que ver con el futuro, con la utopía social, con horizontes ideológicos que no se presentan clara y distintamente a la razón.
La credulidad no se puede identificar con la creencia. Es, en cualquier caso, un modo pueril de creer, incompatible con la exigencia de pensar por uno mismo y con el rigor intelectual del análisis propio del hombre ilustrado. La credulidad es incompatible con la crítica, con el esfuerzo racional y el análisis pormenorizado. Es como una especie de confianza ciega, carente de fundamento racional, una suerte de acto fiduciario que no se funda en unos criterios o principios. En el fondo, es una creencia de oídas, pero no sometida al tribunal de la razón.
La sociedad postmoderna, contrariamente a lo que tantas veces se ha afirmado, no es una sociedad madura críticamente, sino esencialmente crédula. Se mueve, para expresarlo con precisión, entre dos polaridades: entre la crítica estéril y tópica, muchas veces instintiva y carente de profundidad, y entre la credulidad ciega, la fe entregada a determinadas figuras o iconos sociales que carecen de autoridad moral.
La credulidad postmoderna se funda, esencialmente, en el medio o ámbito de comunicación. Si lo dicho ha sido dicho por la televisión, se convierte, para el crédulo postmoderno, en verdad. La autoridad de la verdad depende, por decirlo de algún modo, del canal comunicativo, lo que no deja de ser un tipo de confianza sin fundamento alguno. Lo que da autoridad a un mensaje es el canal, no el contenido, ni el sujeto que lo comunica.
Las imposturas, falsedades y episodios histriónicos de la televisión ponen en tela de juicio esta credulidad, pero aún así, el hombre postmoderno, cree en ella y en lo que se manifiesta a través de ella. Esta sociedad crédula no puede calificarse de mayor de edad, cuanto menos, en el sentido kantiano de la expresión, pues carece la capacidad de pensar por sí misma y de liberarse de los productos alienantes.
La creencia no se debe meter en el mismo saco de la credulidad, pues, como en todo, hay modos y modos de creer. La fe cristiana, que constituye una modalidad muy específica y singular del acto de creer, se puede definir como la adhesión personal al Dios que se revela en Jesucristo. Es una creencia que incluye una dimensión de apuesta, pero tiene una intraestructura racional. No es un grito de desesperación, ni una emoción descontrolada. Los más de veinte siglos de teología avalan el análisis crítico del acto de fe. El contenido de la fe, como tal, no puede ser demostrado científicamente, pero sí es posible razonar y comprender analógicamente la inteligencia del acto de fe.
El relativista espiritual mete en un mismo saco todo el circo de creencias actuales y los reduce a pura expresión emotiva. Olvida, de este modo, que en algunas tradiciones religiosas se ha desarrollado un esfuerzo intelectual, intenso y extenso a lo largo de siglos, para tratar de comprender y razonar lo que se cree. El crédulo ignora el trabajo del logos. El creyente está comprometido con él.
«La fe no es algo mecánico o comercial, es don y gratuita»
Ángelus del Papa Francisco, 10 de octubre de 2021
Este mediodía el Papa Francisco ha presentado la liturgia de hoy en la que el Evangelio de Marcos nos propone el encuentro entre Jesús y el joven rico y el cual “nos permite hacer un test sobre la fe” ha dicho el Papa asomado desde el balcón del Palacio Apostólico antes de rezar a nuestra Madre del Cielo.
La fe no es un “debo-hago-obtengo”
El Papa nos ha pedido que nos fijemos en los verbos que usa el joven rico cuando le pregunta a Jesús: “¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?”. El joven usa los verbos: “he de hacer – para tener”. “Esta es su religiosidad: un deber, un hacer para tener; hago algo para conseguir lo que necesito. Pero esta es una relación comercial con Dios, un do ut des” asegura el Papa.14:39
“La fe, en cambio, no es un rito frío y mecánico, un “debo-hago- obtengo”, sino una cuestión de libertad y amor” ha puntualizado el Pontífice. Por tanto, la primera pregunta del test sobre la fe – dice el Papa – es: “¿qué es la fe para mí?”. “Si es principalmente un deber o una moneda de cambio, estamos muy mal encaminados, porque la salvación es un don y no un deber, es gratis y no se puede comprar” explica el Papa, por tanto, lo primero que hay que hacer es “deshacerse de una fe comercial y mecánica, que insinúa la falsa imagen de un Dios contable y controlador, no un padre”. Y muchas, muchas veces en la vida – dice – «podemos experimentar esta relación de fe comercial: hago esto porque Dios me da esto».
La fe hay que revitalizarla buscando la mirada de Dios
El Papa ha insistido en que la fe “no de un deber, no de algo que hay que hacer, sino de una mirada de amor que ha de ser acogida”. De este modo – ha puntualizado – “la vida cristiana resulta hermosa, si no se basa en nuestras capacidades y nuestros proyectos, sino en la mirada de Dios”. Por tanto, la segunda pregunta del test sobre la fe que el Papa nos invita a hacernos es: “¿Está tu fe cansada y quieres revitalizarla?” e inmediatamente el Papa ha respondido: “Busca la mirada de Dios: ponte en adoración, déjate perdonar en la Confesión, párate ante el Crucifijo”.
A menudo hacemos lo mínimo indispensable, mientras que Jesús nos invita a hacer lo máximo posible
Después de la pregunta y la mirada hay —tercer y último pasaje— una invitación de Jesús, que le dice: «Solo una cosa te falta». ¿Qué le falta a ese hombre rico? “El don, la gratuidad” ha dicho el Papa, y esto – ha señalado – “es lo que quizás también nos falta a nosotros, pues a menudo hacemos lo mínimo indispensable, mientras que Jesús nos invita a hacer lo máximo posible. ¡Cuántas veces nos conformamos con los deberes —los preceptos y alguna oración—, mientras Dios, que nos da la vida, nos pide impulsos de vida!”.
La tercera pregunta del test sobre la fe que propone el Santo Padre es: “¿Cuál es la situación de mi fe? ¿La vivo como algo mecánico, como una relación de deber o de interés con Dios?”. Para el Pontífice, una fe sin don y sin gratuidad “es incompleta”, «es una fe débil y enferma» que “podríamos compararla con un alimento rico y nutritivo que carece de sabor, o con un partido bien jugado, pero sin goles” ha concluido.
Letania Lauretana
Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros
Cristo óyenos, Cristo óyenos
Cristo escúchanos, Cristo escúchanos
Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros
Dios Hijo redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, que eres un solo Dios
Santa María, Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las vírgenes,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
Madre de la divina gracia,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre virginal,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,
Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de alabanza,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,
Espejo de justicia,
Trono de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso insigne de devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la alianza,
Puerta del cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consuelo de los afligidos,
Auxilio de los cristianos,
Reina de los ángeles,
Reina de los patriarcas,
Reina de los profetas,
Reina de los apóstoles,
Reina de los mártires,
Reina de los confesores,
Reina de las vírgenes,
Reina de todos los santos,
Reina concebida sin pecado original,
Reina elevada al cielo,
Reina del santísimo rosario,
Reina de las familias,
Reina de la paz,
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Oremos:
Te rogamos, Señor, que nos concedas a nosotros tus sievos, gozar de perpetua salud de alma y cuerpo y, por la gloriosa intercesión de la bienaventurada Virgen María, seamos librados de la tristeza presente y disfrutemos de la eterna alegría. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Misiones: si no sirven para evangelizar, no son misiones
Celebremos el DOMUND leyendo el «Motu Proprio» Ubicunque et Semper de Benedicto XVI
El próximo domingo celebraremos el Domingo Mundial de las misiones (DOMUND) y esto significa una gran fiesta para todos los católicos que nos sentimos misioneros.
Conozco a muchos misioneros (de los de verdad) que desgastan cada hora de su vida en la misión de extender el Reino de Cristo: laicos, sacerdotes y religiosas, que en su vida de todos los días hablan y dan testimonio de Jesucristo como nuestro Señor y Salvador y con su sola presencia transmiten el amor de Dios a todo el que se encuentran. Están llenos de Dios y de la abundancia de su corazón habla su boca.
Conozco también a muchos otros… que se dicen y se sienten misioneros sólo porque salen una semana al año a evangelizar a algún pueblo en la sierra, pero el resto del año viven como si Dios no existera. Tal vez les podríamos llamar «misioneros al 1/52» y ésos, sin duda, se merecen 1/52 del festejo del DOMUND.
También conozco a otra clase de «misioneros» que dicen hacer misiones porque van un fin de semana al año a entregar medicinas y ropa o a ayudar en la construcción de una casa para una familia pobre (sin saber nada de construcción ni de medicina). La labor social de estas personas es encomiable, pero lo que hacen no se pueden llamar «misiones», al menos no en el sentido católico de la palabra «Misión», cuyo significado es y será siempre la obediencia al mandato misionero de Jesucristo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura»
Construir casas, regalar medicinas y ropa sin un sentido evangelizador (dar a conocer a Cristo a los demás), no es hacer misiones. Se le puede llamar «acción social», «solidaridad», «altruismo», «filantropía», «obra de beneficiencia» o simplemente «diversión en familia», pues así es como describen la actividad los que han ido a las «misiones» de construcción: «¡Fue muy divertido, es como armar un LEGO en familia!»… pero a esto… no se le puede llamar Misión.
Ya Mons. Levada nos lo dejó muy claro en el 2007, cuando publicó, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe la Nota Doctrinal «Acerca de algunos aspectos en la evangelización».
Ahora el Papa nos lo vuelve a recordar en el «Motu Proprio» Ubicunque et Semper, («En todas partes y Siempre»), que escribió hace unos días con motivo de la creación del nuevo dicasterio para la Nueva Evangelización.
Creo que leerlo y reflexionarlo este domingo (se puede consultar aquí) será una muy buena manera de celebrar el DOMUND para todos los que nos sentimos misioneros y queremos serlo de verdad. Que Dios les llene de bendiciones
¿Qué educar en las niñas de 10 a 12 años?
Están en la edad apropiada para desarrollar valores como: el estudio, la generosidad, el servicio a los demás, la responsabilidad y la fe.
¿QUÉ EDUCAR EN NIÑAS DE 10 A 12 AÑOS?
El conocer los períodos sensitivos en los que están las niñas facilitan la formación, ya que aunque los seres humanos, gracias a nuestra voluntad, podemos ponerlos en marcha cuando ya no estamos en la edad adecuada, el aprovechar su tiempo natural nos evitará el tener que desarrollar una fuerza de voluntad muy superior. Por ejemplo, los períodos sensitivos para adquirir un idioma están entre 1 y 4 años, donde se aprende fácilmente, sin embargo, todos tenemos la experiencia propia o cercana de lo costoso y difícil que es aprender un idioma con más de 20 años, para además no conseguir hablarlo a la perfección. Conseguir se consigue, pero serán más completos y menos costosos los aprendizajes, siempre que se realicen dentro de su tiempo natural.
A esto me refiero con los períodos sensitivos.
La edad de oro de aprendizaje de los hijos suele terminar antes de los 12 años, ya que el 80% de los períodos sensitivos transcurren en ese tiempo. Si se dedica tiempo a la formación de los hijos hasta esa edad, nos evitaremos la mayor parte de los problemas que surgen en la edad adolescente.
Hablemos brevemente de cada uno de ellos:
El estudio: están viviendo períodos sensitivos como el afán por aprender y la tendencia a la curiosidad. Saber cosas nuevas les apasiona, por lo que cuando una niña no estudia hay que pensar que existe un problema y la única forma de que se recupere es descubrirlo cuanto antes. Podríamos estar hablando de problemas familiares, pequeños fracasos escolares que le han bloqueado, haber sido rechazada por sus amigas, no considerarse querida por las profesoras, etc. Como los períodos sensitivos juegan a nuestro favor, por lo general con amor, motivaciones positivas y paciencia se puede corregir el problema.
La generosidad y el servicio a los demás: Además de vuestro ejemplo, debéis proporcionarles diferentes oportunidades para darse a los demás. Por ejemplo: Ayudando en casa, cuidando a un hermano, prestando cosas a los amigos, tomando la peor parte en el postre, repartiendo golosinas, enseñarles a no elegir lo mejor, a saber conformarse, saber perdonar, acordarse de dar las gracias, pedir las cosas por favor… A esta edad, debería entusiasmarles llevar a la práctica este tipo de acciones.
Están llegando al umbral de la adolescencia, edad en donde el retroceso es inevitable, se distancian de los padres y la afirmación egoísta del YO vuelve a ser natural, por tanto se deben poner todos los medios a su alcance para favorecer actitudes de generosidad y respeto y para que la comunicación entre padres e hijos no se cierre. Deben saber que estáis dispuestos a ayudarles.
La responsabilidad: Los períodos sensitivos relacionados son: el amor a la justicia, la disposición a ayudar, el deseo de quedar bien y el afán de superación.
La Fe: La herencia más importante que unos padres pueden dejar a sus hijos son sus creencias, es decir, unos valores que sirvan para orientar su vida. Los hijos necesitan alimentar su espíritu; si los padres no les enseñan a buscar la verdad, otros se encargarán de enseñarles su verdad (la TV por ejemplo). Y si no llegan a encontrar ninguna, entrarán a formar parte de ese “VACÍO ESPIRITUAL” tan frecuente hoy en día.
Se acaba la edad propicia para que hagan suyas las creencias en Dios, para conocer bastante en profundidad la doctrina de la Iglesia, para continuar las prácticas de piedad por amor, sin rutina y acercarse con frecuencia a la confesión y a la Eucaristía y para que el amor a Dios sea una consecuencia LIBRE de sus creencias.
No olvidemos que la formación religiosa de los hijos corresponde a la responsabilidad directa de los padres.
Besar la alianza cada día, la indulgencia especial de san Juan XXIII
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Cada día puedes descubrir el significado de la alianza que llevas en el dedo, lo recordaba de una forma muy bonita el orfebre de san Juan Pablo II: “Ninguna de las dos alianzas tiene peso por sí sola – pesan solo las dos juntas”
Me voy lejos. A 1960, cuando Andrzej Jawien, un autor polaco, publica en el mensual católico Znak un drama teatral, El taller del orfebre. Detrás de ese nombre, desconocido para todos, se ocultaba el futuro papa Juan Pablo II, Karol Wojtyla. Una hermosa obra que gira alrededor de un taller de un orfebre y cuenta poéticamente tres historias para permitirnos meditar sobre el sacramento del matrimonio.
El orfebre es la voz de la Divina Providencia que interviene revelando a las conciencias de los protagonistas, guiando su camino, recordándoles su buen destino que ya está empezando a revelarse a través de la opción matrimonial. Una obra llena de diálogos breves, pequeñas piedras preciosas que Karol nos regala.
Pone toda su atención en los cónyuges, y esa será una de las características distintivas de su pontificado.
A continuación les traigo el diálogo entre Anna y el orfebre. Anna está ahora decepcionada y cansada de su matrimonio:
Una vez, al volver del trabajo, y al pasar cerca del orfebre, me dije: -Se podría vender, por qué no, mi alianza (Stefano no se daría cuenta, ya no existía casi para él. Quizá me traiciona, no lo sé, porque ya no me ocupaba de su vida. Se había vuelto indiferente para mí. Quizá, después del trabajo, iba a jugar cartas, después de beber volvía tarde, sin hablar, y si decía algo respondía con silencio).
Esa vez decidí entrar. El orfebre miró la alianza, la sopesó largamente en la palma de su mano y me miró a los ojos. Y luego descifró la fecha escrita dentro de la alianza. Me miró nuevamente a los ojos y la puso en la balanza… luego dijo: «Esta alianza no tiene peso, la aguja está siempre en cero y no puedo obtener de ella ni siquiera un miligramo de oro. Su marido debe estar vivo; en tal caso ninguna de las dos alianzas tiene peso por sí sola, pesan solo las dos juntas. La balanza del orfebre tiene esta particularidad, que no pesa el metal en sí mismo, sino todo al ser humano y su destino».
Tomé con vergüenza el anillo y sin decir una palabra me fui del taller.
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He leído y releído este pasaje. San Juan Pablo II logró expresar de manera maravillosa la belleza del matrimonio, también en el drama de una relación enferma.
La alianza, signo de nuestra unidad indisoluble. Uno para siempre. Unidos al mismo destino. Nuestro valor está unido al de otra persona. Nuestra salvación está unida a la de otra persona. Por eso no es equivocado, en mi opinión, hacer un paralelismo.
El sacerdote que lleva la casulla se prepara entre otras cosas para renovar el sacrificio de Cristo en el Calvario. ¿Nosotros no hacemos lo mismo?
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¿Sabías que el anillo de matrimonio puede llegar a tener la fuerza de un exorcismo?
Al llevar ese anillo, con el nombre de mi esposa grabado dentro, he prometido darle todo de mí mismo. Al llevar ese anillo me he comprometido a donarle mi corazón, que no es una metáfora sentimentaloide, sino una actitud concreta: significa cada día hacerme pequeño para hacer espacio dentro de mí.
Sus necesidades se vuelven las mías, sus deseos los míos, sus preocupaciones las mías y su alegría se vuelve mi alegría.
El sacerdote Bardelli repetía a menudo las palabras de la Carta de San Pablo a los Gálatas: «Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2,20); nos repetía estas palabras diciendo a los esposos: Ustedes deben decir: ya no soy yo que vivo sino mi esposo o mi esposa que vive en mí; esto significa el sacramento del matrimonio, Cristo vive en ustedes cuando viven en la profunda comunión y donación del uno al otro.
El sacerdote guarda la casulla, una vez que termina la misa, nosotros, el anillo, lo llevaremos siempre hasta nuestra muerte y habrán días en que el yugo no será siempre suave ni ligero, sino que la Gracia de Dios, si tenemos fe e invocamos su presencia con una vida casta y en comunión con Él, nos permitirá poder decir en cualquier circunstancia de la vida: «Oh Señor, que dijiste: Mi yugo es suave y mi carga ligera: haz que yo pueda llevar este anillo, signo de amor y fidelidad para conseguir tu gracia. Amén». Quiero terminar con una bella reflexión. Quizá pocos saben que Juan XXIII tuvo una feliz intuición, cuando quiso reglar a los esposos cristianos un fácil y profundo modo de vivir la religiosidad en la pareja: es decir, vinculó una «indulgencia especial» (y parcial) al gesto conyugal de besarse al menos una vez al día recíprocamente la alianza.
Motivó su decisión al concluir con estas palabras: Es necesario que los esposos cada día descubran el significado de la alianza que llevan en el dedo, lo besen cada día prometiéndose ambos el respeto, la honestidad de los hábitos, la santa paciencia del perdonarse en las pequeñas faltas, y que miren esta alianza que llevan como vínculo de indisolubilidad en la que los hijos que Dios quiera mandarles, aprendan a crecer en las santas virtudes que tanto gustan a Dios y hacen feliz a Jesús, y que luego hacen feliz a la familia misma que sabrá así ser testigo de cómo se vive como cristianos y cómo se es feliz superando juntos cada día las grandes dificultades de la vida.
Juan XXIII y el «aggiornamento» eclesial
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Gracias a este buen hombre se logró un giro extraordinario en el modo de vivir la fe. Muchos recordarán el Catecismo escrito por el Jerónimo Martínez de Ripalda SJ en 1616. Su influencia siguió hasta mediados del siglo XX. Presentaba a un Jesús maestro que enseñaba la sana doctrina cristiana: «credo, mandamientos, oraciones y sacramentos». Esto dio forma a un estilo devocional y ensimismado, muy distante y olvidadizo, desplazando la centralidad de la praxis fraterna de Jesús como aquello que da sentido al cristianismo. Quizás debamos preguntarnos si leemos los Evangelios y nos relacionamos personalmente con Jesús, o nos limitamos a practicar el culto. Podemos estar ante a un estilo de catolicismo que ha olvidado lo central, como es la puesta en práctica del Reino predicado por Jesús, como lo ha recordado el papa Francisco.
En un ambiente donde el cristianismo se comprendía doctrinariamente, creció Angelo Roncalli, el futuro Papa, elegido a los 77 años, que llevaría por nombre Juan XXIII.
Su ministerio transcurrió como delegado apostólico del Vaticano en Bulgaria, Turquía y Grecia. Fue admirado por salvar la vida de tantos judíos durante el Nazismo, obviando protocolos diplomáticos y poniendo en riesgo su vida. Luego de la guerra fue enviado como Nuncio a Francia para reconciliar a una Iglesia dividida por la presencia de obispos colaboracionistas con el Nazismo. Terminó ganándose el corazón del pueblo. Fue luego nombrado Patriarca de Venezia donde permaneció hasta su elección como el Papa número 261, desde 1958 hasta 1963. Este hombre, de gran sencillez, fue teológicamente cercano a la nouvelle théologie francesa y al movimiento litúrgico alemán. Lo rodeaban aires de reforma. A los primeros meses de ser elegido recortó los altos estipendios de la curia, reconoció los derechos laborales de los laicos en el Vaticano y mejoró sus salarios.
Nombró a Cardenales de otros continentes, entre ellos al primer venezolano, el Card. Quintero. Fue el primer Papa en visitar parroquias romanas, hospitales de niños y cárceles, como Obispo de Roma. Luego de 400 años aceptó reunirse con el arzobispo de Canterbury. Y para los que no recuerdan, decretó la excomunión de Fidel Castro.
Esto no sería todo. Aquel hombre elegido bajo la sombra de un papado de transición, anunciaría sorpresivamente la convocatoria a un nuevo Concilio.
Tan solo a tres meses de su elección, el 25 de enero de 1959 anunció lo que se conocería como el XXI Concilio Ecuménico Vaticano II.
Luego de una amplia tradición de veinte concilios ecuménicos que formularon dogmas y condenaron herejías, Roncalli se atrevía a recordar en su discurso inaugural del 11 de octubre de 1962 el sentido que debía inspirar a este Concilio: «Cristo pronunció esta sentencia: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia. La palabra primero nos indica hacia dónde se tienen que dirigir especialmente nuestras fuerzas y nuestros pensamientos». Buscar el Reino era hacer lo que Jesús dijo (MM 235).
El mundo ya no podía ser visto como lugar de pecado sino como presencia del amor de Dios. La Iglesia ya no podía ser creíble por sus jerarcas, sino por su servicio a la humanidad.
El cambio de paradigma fue tremendo. Implicaba situar a la comunidad eclesial como quien «está presente en este mundo y con él vive y obra» (GS 40), pues «el gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (GS 1).
El Concilio se inspiraba en un mensaje que el Papa había difundido por Radio el 11 de septiembre de 1962: «de cara a los países pobres, la Iglesia se presenta como es y quiere ser: la Iglesia de todos, pero especialmente la Iglesia de los pobres».
En sus dos encíclicas más destacadas, Mater et Magistra y Pacem in Terris, se dirigió por vez primera «a todos los hombres de buena voluntad», y no sólo a los católicos, dejando claro que el camino de la Iglesia es, como luego dirá el Vaticano II, «el servicio a la humanidad» (GS 41) como pueblo de Dios que busca la construcción de la «fraternidad».
«Es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad humana la que hay que renovar» (GS 3). Es Cristo, y no la Iglesia, el centro y sentido del cristiano (MM 236ss). Es la paz y no el carrerismo, el poder o las ideologías, lo que hay que construir (PT 161ss).
Es por esta razón que el Papa quiso que el Concilio se dirigiera «a la humanidad entera» (GS2), para poder «contribuir a la humanización de la familia humana» (GS 40).
Gracias a este buen hombre se logró un giro extraordinario en el modo de vivir la fe. A él le debemos el inicio de un acontecimiento que superó las propias fronteras de la Iglesia y puso en marcha un proceso de aggiornamento radical.
Buscó inspirar, no fácil aunque sí acertadamente, la convicción de que «el porvenir de la humanidad está en las manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir» (GS 31).
Podemos imaginar el impacto de esa frase en aquellos años donde los intentos de reforma y diálogo con el mundo eran rechazados.
Recordemos hoy sus sabias palabras: «la salvación y la justicia no están en la revolución, sino en una evolución… La violencia jamás ha hecho otra cosa que destruir… encender las pasiones; acumular odio… y precipitar a los hombres a la dura necesidad de reconstruir… sobre los destrozos de la discordia» (PT 162).