Siempre ha estado allí, directamente frente a nosotros en las escrituras, aunque nunca quisimos verlo porque estábamos sumergidos en lo que nuestra cultura llama el amor, con sus canciones y sus poemas de amor; eso no es amor en absoluto, eso es lo opuesto al amor. Eso es deseo y control y posesión. Eso es manipulación, y temor, y ansiedad; eso no es amor. Nos dijeron que la felicidad es una piel suave, un lugar de vacaciones. No son esas cosas, pero tenemos maneras sutiles de hacer que nuestra felicidad dependa de esas cosas, tanto dentro como fuera de nosotros. Decimos: «Me niego a ser feliz hasta que desaparezca mi neurosis». Le tengo buenas noticias: puede ser feliz ahora mismo, con la neurosis. ¿Quiere noticias todavía mejores? Hay una sola razón por la cual usted no está experimentando lo que en la india llamamos anand: felicidad, felicidad. Hay una sola razón por la cual usted no es feliz en este momento: porque está pensando o concentrándose en lo que no tiene. De otra manera, sería feliz. Usted se está concentrando en lo que no tiene. Pero ahora mismo usted tiene todo lo que necesita para ser feliz.
Jesús hablaba de sentido común con los laicos, con los hambrientos, con los pobres. Les estaba dando buenas noticias: Tómela, es suya. Pero ¿quién escucha? A nadie le interesa; la gente prefiere estar dormida.
EL MIEDO ORIGEN DE LA VIOLENCIA
Algunos dicen que solamente hay dos cosas en el mundo: Dios y el miedo; el amor y el miedo son las únicas dos cosas. Solamente hay un mal en el mundo: el miedo. Solamente hay un bien en el mundo: el amor. A veces le dan otros nombres. A veces lo denominan felicidad o libertad o paz o gozo o Dios o lo que sea. Pero el rótulo realmente no importa. Y no hay un solo mal en el mundo que no se origine en el miedo. Ni uno solo.
La ignorancia y el miedo, la ignorancia causada por el miedo, de ahí viene todo el mal, de ahí viene la violencia. La persona que realmente no es violenta, la que es incapaz de la violencia, es la persona que no tiene miedo. Usted se enoja solamente cuando tiene miedo. Piense en la última vez que se enojó y busque el miedo subyacente. ¿Qué temía perder? ¿Qué temía que le quitaran? De ahí viene la ira. Piense en una persona furiosa, tal vez en alguien a quien usted teme. ¿Puede ver todo el miedo de esa persona? Tiene mucho miedo, realmente lo tiene. Está muy asustada o no estaría furiosa. En el último análisis solamente hay dos cosas, el amor y el miedo. En este retiro me gustaría dejarlo hasta ahí, sin estructura y pasando de una cosa a la otra y regresando a ciertos temas una y otra vez, por que ésa es la forma de captar lo que estoy diciendo. Si eso no le llega la primera vez, puede llegarle la segunda, y lo que no le llega a esa persona puede llegarle a otra. Yo trato diferentes temas, pero todos son sobre lo mismo. Llámelo consciencia, llámelo amor, llámelo espiritualidad o libertad o despertar o cualquier cosa. Realmente es lo mismo.
LA CONSCIENCIA Y EL CONTACTO CON LA REALIDAD
Mirarlo todo dentro y fuera de usted, y cuando algo le sucede, verlo como si le estuviera sucediendo a otra persona, sin comentarios, sin juicios, sin actitudes, sin interferencias, sin intentos de cambiarlo, sólo de comprender. Cuando asuma esta actitud, empezará a caer en la cuenta de que se va desidentificando cada vez de su «mi». Santa Teresa de Avila dice que, hacia el final de su vida, Dios le concedió una gracia extraordinaria. No usa, por supuesto, esta expresión moderna, pero solamente se trata de la desidentificación de sí misma. Si otra persona tiene cáncer y no conozco a esa persona, eso no me afecta mucho. Si tuviera amor y sensibilidad, tal vez le ayudaría, pero eso no me afecta emocionalmente.
Si usted tiene que presentar un examen, eso no me afecta mucho. Puedo ser muy filosófico al respecto y decirle: «Bueno, cuanto más se preocupe, peor será. ¿Mas bien por qué no descansa en vez de estudiar? » Pero cuando llega mi turno para presentar un examen, entonces es diferente, ¿no es así? La razón es que me identifiqué con el «mi»: con mi familia, con mi país, mis posesiones, mi cuerpo, mi ego. ¿Cómo sería si Dios me diera la gracia de no llamar a estas cosas «mías»?. Gozaría del desprendimiento; estaría desidentificado. Eso es lo que significa perderse a sí mismo, negarse a si mismo, morir a si mismo…
Cleofás, Santo
Discípulo del Señor, 25 de septiembre
Martirologio Romano: Conmemoración de san Cleofás, discípulo del Señor, a quien, con el otro compañero itinerante, ardía el corazón cuando Cristo, en la tarde de Pascua, se les apareció en el camino explicándoles las Escrituras, y después, en la casa de Cleofás, en Emaús, conocieron al Salvador en la fracción del pan.
Breve Biografía
Dos veces aparece este nombre en los Evangelios. Una en San Lucas cuando habla de los dos discípulos que marchaban a Emaús (cfr San Lucas 24; 13, ss) y la otra en San Juan cuando habla de una «María, la mujer de Cleofás» que estaba presente en el Calvario, acompañando a la Virgen, la tarde en que fue crucificado y moría Jesús (cfr San Juan 19; 25,ss).-
Sin que pueda establecerse con certeza que estos dos personajes fueran marido y mujer, ya que varones llamados Cleofás debía haber bastantes en Jerusalén, sí parece que el esposo de esa María del Calvario debía ser un cristiano bastante conocido entre los discípulos, cuando San Juan escribe su evangelio y también que ambos estuvieron muy cerca de los acontecimientos que hoy narramos.-
Es la alborada del Domingo. Unas mujeres, quieren envolver en lienzos el cuerpo y poner perfumes preciosos, a la usanza judía, en el cuerpo de Jesús, ya que no pudo prepararse con finura el viernes por la tarde cuando lo pusieron en el sepulcro.-
El sepulcro está vacío, no tiene cuerpo dentro. Unos ángeles avisan que está vivo el Señor Jesús . Las mujeres, locas de alegría, nerviosas, corren y transmiten la nueva a los discípulos. Pedro y los demás no pueden creer ese inusitado acaecimiento.-
La distancia de Jerusalén a Emaús es de algo más de diez kilómetros. Hacia Emaús caminan ese mismo día dos discípulos del Maestro. Uno de ellos responde al nombre de Cleofás. Van comentando entre ellos los acontecimientos del fracaso de Jesús en los días pasados. –
Las pisadas son pesadas porque llevan la amargura en el pecho. Son tantos años juntos, tantas ilusiones truncadas, tantas promesas secas, tantas alegrías cegadas… hasta los proyectos del Reino se esfumaron con los clavos, la cruz y la lanza. Con Jesús muerto mal se anda.-
Se les unió un caminante como compañero de camino. Ellos temían «ofuscada la mirada». Al preguntar qué les pasa, Cleofás con tono enojado casi le regañó por no estar al día de lo que ha pasado en la Ciudad Santa. Cuando resumen los hechos tan trágicos e impresionantes, el viajero les recordó que ya estaba previsto por los profetas.-
Al acercarse a la aldea, el caminante hace intención de proseguir. Cleofás y su amigo le insistieron: «Quédate con nosotros, que el día ya declina». El caminante accedió, entró con ellos en la casa, se sentó a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió en trozos, y se lo dio. En este instante le reconocieron.-
Ahora, desandar lo andado para decirle a los hermanos que las mujeres mañaneras tenían razón no es pesado, es alegría; avanzan en la noche tan seguros como a pleno día porque lucen mucho las estrellas, los pasos se han tornado ágiles y firmes, el corazón late con fuerza, el gozo se ha hecho vida. Notan la vehemencia de decir pronto a los otros que Jesús sí es el Mesías.Con Jesús Vivo bien se camina.-
Oración
Confesamos, Señor, que sólo tú eres santo y que sin ti nadie es bueno, y humildemente te pedimos que la intercesión de San Cleofás venga en nuestra ayuda para que de tal forma vivamos en el mundo que merezcamos llegar a la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-
Otras celebraciones de hoy: Nuestra Señora de la Fuencisla. Santos: Alberto de Jerusalén, Atanasio, Irene, Baldovino, Sergio, Aurelia, Neomisia, confesores; Arnolfo, Fermín, Solemnio, Lupo, Cástor, obispos; Antila, Bardomiano, Eucarpo, Herculano, mártires; Ermenfredo, abad; Pafnucio, monje; Cleofás, discípulo del Señor.
Vive sabiendo quién es Jesús
Santo Evangelio según san Lucas 9, 43-45. Sábado XXV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de vivir teniendo como única seguridad tu Amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 43-45
En aquel tiempo, como todos comentaban, admirados, los prodigios que Jesús hacía, éste dijo a sus discípulos: “Presten mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”.
Pero ellos no entendieron estas palabras, pues un velo les ocultaba su sentido y se las volvía incomprensibles. Y tenían miedo de preguntarle acerca de este asunto.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Por qué? Ésta es una pregunta que muy comúnmente nos viene a la mente ante aquello que no entendemos; ante aquello que nos gustaría ver más claro o que simplemente nos da curiosidad saber. Buscamos respuesta y si no la encontramos, dependiendo la importancia de la situación, la podemos dejar de lado.
Sin embargo, cuando nos encontramos ante situaciones en donde se tocan aspectos profundos del corazón, aspectos importantes de la vida, esta pregunta suele brotar con mucha fuerza; a veces acompañada de palabras, otras de lágrimas, enojo, o de una simple mirada hacia arriba. Aquí no se trata de una simple curiosidad o algo que podríamos dejar de lado. Necesitamos una respuesta.
Jesús reveló a sus apóstoles algo que ellos no querían escuchar, algo que no entendían… les daba miedo preguntar. Era algo que los sobrepasaba, no era justo que sucediera. La obscuridad del mensaje les hizo perder de vista Quién lo estaba diciendo. Permitieron que el “por qué” fuera más importante que el “para qué”; que la duda fuera más importante que el sentido.
A veces, el tratar de entender olvidando quién es Jesús puede causar mucho miedo, puede incrementar el dolor… se torna todo obscuro.
No podemos olvidar que Jesús es Aquél que por amor a mí, se encarnó; que por amor a mí, murió; que por amor a mí resucitó.
¿Por qué?… Es una pregunta que solamente puede ser respondida cuando se hace un salto en la fe; cuando se vive sabiendo quién es Jesús.
«Muchas personas perciben un vacío a su alrededor y dentro de sí —quizá, algunas veces, también nosotros—; otros viven en la inquietud y la incertidumbre a causa de la precariedad y los conflictos. Todos tenemos necesidad de respuestas adecuadas a nuestras preguntas, a nuestros interrogantes concretos. En Cristo, sólo en Él, es posible encontrar la paz verdadera y el cumplimiento de toda aspiración humana. Jesús conoce el corazón del hombre como ninguno. Por esto lo puede sanar, dándole vida y consuelo». (Homilía de S.S. Francisco, 19 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pedir, por intercesión de María, la gracia de crecer en la virtud teologal de la fe en Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Del desenfoque genial al misterio de la traición
No cabe duda de que Leonardo da Vinci fue un genio. Pero nadie lo considera un desenfocado. Esto no quiere decir que era un tonto como el que interpelado a contemplar la belleza de la luna mira el dedo del que la señala. Desenfocado aquí quiere significar un genio que, rompiendo esquemas, produce algo más hermoso y jamás imaginado. Por tanto, desde la genialidad del desenfoque de un genio pasaremos al misterio de la traición.
En toda la historia del arte el tema central de la Cena del Señor es la institución de la Eucaristía. Basta ver un estilo dulce de un Juan de Juanes: un Cristo sereno alzando el pan y los apóstoles enternecidos ante el sublime misterio. Sin embargo, la última Cena de Leonardo da Vinci se desenfoca. La maestría del fresco que se conserva en el monasterio de Santa María de las Gracias en Milán es el genial desenfoque jamás pensado.
La belleza de la obra empieza con la voz grave del Maestro: uno de vosotros me va a traicionar (cfr. Mt 26,21). Mecha de fuego en el bosque. Incendio. Movimiento, emociones, sentimientos, las pasiones más vivas de los doce alrededor de aquella mesa. El cuadro habla solo sin que forcemos la escena. La traición anunciada a bocajarro. Algo no esperado durante tres años.
Leonardo elige el desenfoque no sólo del cuadro, sino de todo el evangelio, para enseñarnos que la vida cristiana también tiene sus tonos grises. El desenfoque de la traición. La mancha en el cuadro que pensábamos ser tan perfecto. Nadie se imaginaba y se resquebrajó. ¡El misterio del desenfoque, de la traición! ¡Judas está ahí, callado, asustado, con Satanás en su corazón!
A Él lo eligió el mismo Cristo. Si todo lo sabe, sabía que sería el traidor. ¿Por qué lo eligió? Piensan los de lógica tajante que se ponen por encima de los misterios de Dios. Pero aquí o no se responde porque la pregunta es incorrecta o se responde, aceptando que el misterio no consiste en que no podamos saber nada, sino en que no podemos saberlo todo. Por tanto, algo se puede saber.
Lo eligió porque lo amó. Buscó su conversión. Sabía que era un ladrón y su fama salió a la luz en casa de Simón cuando una mujer pecadora derrocha un perfume costoso a los pies del Señor (Cfr. Jn 12,6). Permitió que lo besara en el Huerto de los Olivos, beso amargo (Cfr. Mc 14,45). De él exclamó Jesús que mejor no hubiese nacido (Cfr. Mc 14, 21). Hay teólogos que interpretan que por esta misteriosa frase está en el infierno. Raciocinemos: si unas cuantas palabras duras de Cristo significan que lo mandó al infierno, pues me pregunto dónde andaría Pedro, a quien el Señor llamó Satanás (Cfr. Mc 8,33). Claro está que el que lee la Biblia con rigidez intelectual- ¡digo rigidez, no sensatez!- pues no comprende el significado del misterio escondido en las palabras de Cristo.
El misterio de Judas es el misterio del “no” del hombre al “sí” de Dios. El sabio teólogo y Papa Emérito Benedicto XVI ya afirmaba al respecto como respondiendo a los que fácilmente han enviado Judas al infierno: “Es todavía más profundo el misterio sobre su suerte eterna, sabiendo que Judas “acosado por el remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo: Pequé entregando sangre inocente (Mt 27,3-4). Aunque luego se alejó para ahorcarse (cfr. Mt 27, 5), a nosotros no nos corresponde juzgar su gesto, poniéndonos en el lugar de Dios, infinitamente misericordioso y justo. (…) También Judas se arrepintió, pero su arrepentimiento degeneró en desesperación y así se transformó en autodestrucción. Para nosotros es una invitación a tener siempre presente lo que dice san Benito al final del capítulo V de su “Regla”, un capítulo fundamental: “No desesperar nunca de la misericordia de Dios”. En realidad, “Dios es mayor que nuestra conciencia”, como dice san Juan (1 Jn 3,20) (Audiencia general 18 de octubre de 2006).
El movimiento y la expresividad de la última Cena de Leonardo nos han llevado al meollo de una traición amarga. Leonardo dividió a los apóstoles en grupos de tres. Cada grupo cuchichea con interés quién será el traidor. Allí detrás de Judas- el único que permanece extático, asustado y desconcertado- contemplamos al colérico Pedro, jalando por las vestimentas a Juan, loco por saber quién es. Triste escena repetida una y mil veces a lo largo de tantos siglos. Los pecados y las traiciones de tantos hombres de Iglesia y de otros tantos que se dicen cristianos no es novedad a los ojos de Cristo, que espera simplemente que se arrepientan y acepten con sinceridad su misericordia y se enmienden.
En el fondo Judas no se enteró de que Cristo lo había amado profundamente. No reconoció al Amor y por ello su imagen está repleta de un infierno interior que consiste en no poder amar porque nunca se sintió amado. Acertadamente escribió San Agustín: “si no amáis nada, seréis unos perezosos, seres muertos, dignos de desprecio, desgraciados” (In Ps 31 2 5).
Juzgamos a los que traicionan al Señor y a la vez estamos representados también en la gesticulación de las manos y en la expresión de los rostros de los apóstoles: “yo jamás”; “no soy yo”; “por Dios, ¿a quién se le ocurre?”; “a ese hay que cascarlo”. ¡Vaya que el desenfoque de Leonardo encaja con nuestros tiempos! Al pecador lo que queremos es cascarlo con categorías de justicia, sin reconocer que el que preside la mesa tiene el corazón cargado de compasión. La misma escena, una y otra vez. La pregunta insistente de quien trabaja en la viña del Señor, pero tal vez no ama al Señor de la viña: ¿Seré yo?
El corazón de cada hombre es un campo de batalla entre el bien y el mal. Judas podría ser el que escribe o el que está leyendo éste dramático desenfoque. Al final el desenfoque artístico de Leonardo da Vinci nos ha ofrecido un enfoque: la gracia de la conversión constante a Dios que nos ama siempre.
Pensamos que estamos enfocados y somos las personas más correctas del mundo. Pero basta tener la audacia del desenfoque y descubrimos que quizá nos sentimos poco amados y por eso no amamos. La gracia consiste en enfocar el corazón una y mil veces en el Amor, pues siempre hay un misterio que nos descubre a través de desenfoques que nos sorprenden y nos convierten.
El cuidado del medio ambiente es un reto tan urgente como la pandemia
Discurso del Secretario de Estado en la sesión plenaria del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa.
¿Qué camino podemos recorrer hoy para dar un nuevo impulso a la acción pastoral, en la perspectiva de ser una Iglesia misionera, como ha sugerido el Santo Padre? Esta es una de las cuestiones planteadas por el Secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, durante su intervención en la Asamblea Plenaria del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, centrada en el tema: «Ccee. 50 años al servicio de Europa, memoria y perspectivas en el horizonte de Fratelli tutti». El cardenal indicó una posible perspectiva en «repensar la educación y especialmente la formación de formadores con seriedad y compromiso». Recordó que en estos tiempos existe «un fuerte riesgo de autoeducación y se acepta como verdadero todo lo que circula por internet y las redes sociales, sin ningún criterio objetivo de discernimiento y, peor aún, sin el necesario contacto con la comunidad eclesial, lugar de la verdadera formación».
Caridad fraternal
La pandemia, añadió el Secretario de Estado, «ha acelerado de alguna manera esta dinámica, y aún hoy los fieles sienten la tentación de quedarse cómodamente en sus casas para conectarse y unirse al Señor a través de las abundantes tecnologías de la comunicación, dejando de lado precisamente el encuentro físico y personal con la comunidad eclesial que celebra la Eucaristía». La constante invitación del Santo Padre a ser una «Iglesia en salida» debe estimularnos «no sólo a la misión y a la evangelización de nuestro continente, que olvida cada vez más su historia y sus raíces, sino también a una
Apoyo a la familia y a la vida humana
El cardenal Parolin dijo también que el CCEE podría promover «nuevos gestos concretos de solidaridad» para ayudar a las poblaciones de Europa que viven situaciones difíciles agravadas por la pandemia. Entre los ámbitos en los que la cooperación en el seno de la CCEE es especialmente valiosa, el primero «es sin duda el apoyo a la familia y a las políticas familiares». Estrechamente ligada a la familia, explicó, está «la defensa de la vida humana»: «Es más fundamental que nunca que las Iglesias de Europa se apoyen mutuamente en la afirmación del Evangelio de la vida frente a los muchos, demasiados, anuncios de muerte que resuenan en todo el continente». El cardenal dijo que Europa vive una opulencia nunca experimentada en el pasado y «sufre la tentación de desechar lo que aparentemente parece superfluo». «Desgraciadamente, entre estos bienes superfluos no pocas veces se encuentran los seres humanos. «Es, por tanto, de fundamental importancia -explicó el cardenal- que las Iglesias se apoyen mutuamente también en la acción pastoral en defensa de la vida y en la formación de las personas, especialmente de las que tienen responsabilidades políticas, para que una cierta «cultura de la muerte» no acabe dominando completamente el panorama legislativo de Europa».
Educación de los jóvenes
En su discurso, el Secretario de Estado recordó entonces que la «Iglesia no puede abdicar en modo alguno de la educación de las jóvenes generaciones». «Para crecer, la persona humana necesita maestros, que sean sobre todo testigos, especialmente en nuestra época, tan refractaria a cualquier forma de autoridad». «Como obispos, estamos llamados a ser testigos y maestros en primera persona, a solicitar la respuesta personal de los jóvenes».
Atención a los pobres y a los inmigrantes
Otro ámbito se refiere a la atención a las realidades sociales más frágiles, «a los otros descartados, es decir, los pobres y los inmigrantes». «La caridad, vivida como amor y servicio a los demás, es una preciosa oportunidad para la evangelización y el testimonio de la fe». «La pandemia, sobre todo en los primeros meses en los que golpeó a Europa, ha hecho aún más evidente la tendencia de los gobiernos, que ya llevan varios años, a ir por libre». «Como cristianos, y especialmente como obispos -subrayó el cardenal Parolin-, estamos llamados, en cambio, a mostrar que ‘la unidad es mayor que el conflicto’, como recuerda el papa Francisco en la Evangelii Gaudium». Otro ámbito importante recordado por el cardenal, «que, además, pertenece a los fines propios del CCEE, es el apoyo a la cooperación ecuménica en Europa para la unidad de los cristianos».
Cuidado del medio ambiente
En su discurso, el Secretario de Estado también subrayó que «cuidar de los demás significa también cuidar del medio ambiente que nos rodea». «Salvaguardar la creación es un reto que, junto con la pandemia de Covid-19, se encuentra entre los más urgentes de la humanidad». «Por el contrario, puede ayudarnos a ampliar nuestro pensamiento y, sobre todo, animarnos a realizar actividades concretas. Cada uno de nosotros debe pensar en el mandamiento específico de Dios dado a Adán y Eva, y por tanto a cada persona: cuidar y hacer fructificar la creación, no dominarla y devastarla».
Compromiso con la paz
Otra necesidad de Europa, que requiere un compromiso común y un diálogo sincero con los líderes de otras religiones, es la de la paz. Con motivo de su reciente viaje a Eslovaquia, el cardenal Parolin dijo que «el Santo Padre invitó al país a ser un mensaje de paz en el corazón de Europa». «Cada nación, cada comunidad, grande o pequeña, de este continente puede hacer suya esta invitación a ser pacificador». Como nos recuerda la encíclica Fratelli Tutti, «la paz no es sólo la ausencia de guerra, sino el compromiso incansable -sobre todo de quienes ocupan un cargo de mayor responsabilidad- de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad, a menudo olvidada o ignorada, de nuestros hermanos y hermanas».
Camino sinodal
Refiriéndose al camino sinodal que pronto abarcará a toda la Iglesia, el cardenal Parolin recordó que «estará centrado en tres pilares: comunión, participación, misión». «Estas son las tres coordenadas de vuestra misión como pastores en Europa, llamados a apoyarse mutuamente en la comunión para testimoniar la presencia del Señor en todos los ámbitos de la vida de nuestro continente, que parece olvidar cada vez más su historia y sus raíces». El viaje sinodal -concluyó el secretario de Estado- será, por tanto, una nueva ocasión para reflexionar sobre la obra de evangelización que nos espera ante los desafíos del tiempo presente, que también necesita conocer la verdad inmutable de Cristo y del Evangelio. «La Santa Sede, consciente de su carácter religioso y de su misión universal, lleva la paz en todos sus matices y subraya siempre la necesidad de garantizarla con el rechazo radical de la guerra, como medio de regulación de los conflictos entre los Estados, y con el desarme efectivo».
Farmacia celestial
Nuestra alma para bien o para mal, según lo que nosotros queramos decidir, jamás perecerá
Hace unos días tuve un sueño que voy a contar. Me acosté por la noche, después de haber pasado la tarde oyendo hablar y comentar en un círculo de amigos, los inconvenientes de las distintas enfermedades, de las que adolecían algunos de los presentes y de otras enfermedades, así como de los remedios a estas, de médicos, de operaciones, de medicamentos y de farmacias. Por la noche, después de haber cumplido con mis oraciones nocturnas habituales y antes de irme a la cama me quedé meditando un poco, sobre las enfermedades del cuerpo y de cómo resulta, que cuando el hombre logra dominar una enfermedad con nuevos fármacos, al poco tiempo aparece otra nueva enfermedad, que arrasa al hombre. Tal es el caso, por ejemplo, de de la sífilis que cuando ya se encontraba dominada, aparece el temido sida. No quiero afirmar con este ejemplo que las enfermedades que sufrimos en nuestras carnes o en las del prójimo, sean fruto de los pecados del hombre, pero un cierto tufillo de relación sí que hay. Es como si el Señor nos quisiera mantener en tensión, para que no nos olvidemos, de que solo Él, es el que todo lo puede.
Mi meditación avanzó, pero esta vez en relación con los males o enfermedades del alma humana, tema este del que poco o muy poco nos ocupamos, y cuyos estragos en la personas mujeres y hombres, son mucho más grandes, que los que nos producen las enfermedades materiales. Aunque no lo veamos ni comprendamos, resulta que es mucho más importante la muerte de un alma, por razón del pecado mortal, de ahí el adjetivo de mortal, que las dolencias corporales incluso la muerte a la que estas dolencias o enfermedades corporales, pueden llevarnos. Y lo más grande es que el pecado mortal, puede tener solución con el arrepentimiento y el perdón confesional, restituyéndosele al alma toda la salud y méritos espirituales que tenía antes de pecar mortalmente. Pero es el caso de que tratándose de enfermedades serias, un cáncer incurable por ejemplo, el final es marcharse de este mundo, claro que quien se marchará de este mundo será nuestra alma, porque lo que es el cuerpo, incinerado o enterrado aquí se quedará. Realmente es de ver y no olvidar, que día a día, todos estamos muriendo un poco.
Comprender esto aunque no lo queramos entender, es muy sencillo si tenemos presente que el orden del espíritu, lo espiritual, es un orden muy superior al material, la materia siempre es limitada en sus posibilidades y caduca, pues muere con el tiempo; el espíritu es ilimitado en sus posibilidades de actuación y es inmortal, no caduco. Nuestra alma para bien o para mal, según lo que nosotros queramos decidir, jamás perecerá.
Es de reconocer que el sistema sanitario de nuestro cuerpo en cualquier país cuesta un ojo de la cara a sus súbditos o ciudadanos, según se trate de una monarquía o de una república, y está mejor organizado y funciona mejor, que el sistema sanitario de nuestras almas, que no nos cuesta un duro, y no le prestamos atención. A lo sumo lo que nos cuesta son las pocas perras, que los domingos echamos en la colecta y eso el que las echa.
Con estos pensamientos me quedé dormido ya en la cama, y ¡eh aquí mi sueño! Soñé con el mencionado sistema sanitario de nuestra alma y me vi acompañado de mi ángel de la guarda que me hacía de “cicerone”. A los que hayan leído mi libro “Conversaciones con mi ángel” Isbn: 9788461179190 (Si se desea leer en forma gratuita este libro, éntrese en la librería de Google con el número indicado de Isbn), no les extrañará esta compañía tuve en el sueño.
Me encontré dentro de una extraña farmacia, donde había unos dependientes que eran ángeles con sus correspondientes batas blancas y había un ángel de categoría superior. Pensé que este era el farmacéutico y los demás los mancebos. Le pregunté a mi ángel y él me explicó que entre ellos existe una jerarquía, que siempre es una jerarquía marcada por el amor a diferencia de lo que pasa en el infierno en el que la jerarquía entre los demonios existe, pero es una jerarquía de odio: se odian unos a otros a matar de la misma forma que también se odian entre si las personas reprobadas que han repudiado el amor que el Señor les ofreció en su día.
Ignoro si el ángel farmacéutico y sus mancebos, debajo de las batas llevaban recogidas sus correspondientes alas, pero me dio la impresión de que no, al menos mi ángel no las llevaba y se desplazaba sin ellas de una forma que daba gloria y envidia verlo, pero yo tampoco me quedaba manco pues literalmente flotaba y me desplazaba flotando en el aire. ¡Qué gozada! Eso de las alas es un cuento que nos hemos inventado, para justificar la envidia que tenemos de los ángeles y de los cuerpos ya glorificados, que son capaces de volar y nosotros no. Es más, entiendo que cuanto menos espiritual es un alma, más está pegada al barro de este mundo. La fuerza de nuestro espíritu, puede ser tremenda y con la gracia de Dios, violar la ley de la gravedad. Así tenemos el caso de santos, que en éxtasis de amor, han levitado, ante el asombro de los que lo contemplaban. Nosotros pensamos que hace falta tener alas para volar, pero los ángeles son espíritus puros que solo se materializan ante nuestros ojos, con alas o sin ellas cuando Dios lo autoriza.
En la farmacia entraban y salían constantemente ángeles clientes de la farmacia que solicitaban fármacos ya elaborados o algunos especiales para sus protegidos en la tierra. Muchos de ellas acudían al farmacéutico titular, pidiéndole que el reforzase el fármaco que pedía con una determinadas dosis más abundantes de humildad u otra virtudes que su protegido necesitaba urgentemente. En general todos los ángeles clientes pedían medicamentos en los que el principio activo más importante era la fe. Mi ángel me explicó, que la falta de fe era la principal dolencia del género humano y me aseguró, que ni el que se creía que tenía mucha fe, apenas tenía unos escaso miligramos y me preguntó: ¿En dos mil años de existencia del cristianismo, has visto acaso alguien que haya sido capaz de mover de su sitio con su fe, un árbol o una montaña? Y sin embargo el Señor, os aseguró que eso y mucho más podríais hacer si tuvieseis fe suficiente. “En verdad os digo que, si tuviereis fe y no dudareis, no solo haréis lo que la higuera, sino que si dijereis a ese monte: “Quítate y échate en el mar”, se haría, y todo cuanto con fe pidiereis en la oración lo recibiríais”. (Mt 21,21-22) y también “Díjole Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que cree”. (Mc 9,14-24).
Además de la fe, le pregunté a mi ángel: ¿Qué otra virtud es más solicitada en esta farmacia celestial? Porque las virtudes del amor a Dios y el amor al prójimo estarán también muy solicitadas. Desde luego que lo están, pero no en el grado en que tú te imaginas, ya que mientras estáis pasando en el mundo la prueba de amor a la que estáis llamados, la fe es lo que más necesitáis, al que de verdad cree, el resto de las virtudes se le dan, sin que el sea consciente de que las tiene. Las virtudes aumentan o disminuyen en el alma humana al unísono. A una mayor fe siempre corresponde un mayor amor a Dios y al prójimo y una mayor esperanza y humildad, así como un aumento del resto de las virtudes, pues todas ellas tienen un único fundamento y está totalmente relacionadas.
Me hubiese gustado prolongar más mi sueño, pero vi claramente que había tenido este sueño para que me diese cuenta, de que es más necesario cuidar la sanidad del alma que la del cuerpo y que la docilidad que tengamos en seguir las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, es la garantía de un alma sana y creciendo en santidad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Lo nuclear de la crisis presente
Esta es una crisis no sólo de un modelo económico sino de todo un modelo antropológico
Esta es una crisis no sólo de un modelo económico sino de todo un modelo antropológico, y los aspectos económicos de esa crisis no deben provocar el olvido de otros aspectos que son aún más ‘críticos’ y que tienen que ver con el orden de lo espiritual y, por tanto, con lo más profundamente humano y real
Más allá de las discusiones de los especialistas a la hora de calificar la crisis en que el mundo se ve envuelto, trataremos aquí de poner el acento en la perspectiva cultural o civilizatoria, desde el presupuesto de que esta crisis del presente no es meramente de naturaleza económica, aunque sea en este ámbito donde su manifestación resulta más actual, flagrante e innegable. Como dice Benedicto XVI «el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común».1 Los aspectos económicos de la crisis no deben provocar el olvido de otros aspectos que son aún más ‘críticos’, aspectos que tienen más que ver con el orden de lo espiritual y, por tanto, con lo más profundamente humano y real. Esta es una crisis no sólo de un modelo económico sino de todo un modelo antropológico. Bajo la apariencia tranquila del ‘estado del bienestar’ se escondía un espejismo tras otro. Al occidental de a pie se le había prometido salud, prosperidad y paz para disfrutar en esta misma generación, sin necesidad de pensar ni en las anteriores ni en las siguientes generaciones. Y de tanto pensar cómo disfrutar el presente, el hombre corriente se ha olvidado de dejar tras de sí alguien que le tome el relevo.
Pronto hará un siglo que un observador tan sagaz como extravagante de la sociedad moderna atestiguó el comienzo de la decadencia de Occidente. Para Oswald Spengler, la mentalidad de la gran urbe es la causa directa de una grave incapacidad para la vida. El hombre corriente de la gran ciudad representa perfectamente el alejamiento total de la naturaleza y la dependencia total de la técnica. Una técnica, por otra parte, tan desconectada de la naturaleza que, cuando falla, le deja sumido a este hombre corriente en la perplejidad y en la incapacidad radical para la acción. Esta incapacidad para la acción viene precedida y provocada por otra incapacidad, la incapacidad para la contemplación: «si se lograra desarraigar en el hombre la contemplación, perdería su consistencia religiosa y quedaría a merced de todos los intelectuales, poderes y afanes egoístas de sí mismo y de los demás».2 Acerca de ella se han pronunciado, de una u otra manera y en diversas ocasiones, los sumos pontífices en el ejercicio de su magisterio. Así, por ejemplo, Juan Pablo II afirmaba que «el descanso mismo, para que no sea algo vacío o motivo de aburrimiento, debe comportar enriquecimiento espiritual, mayor libertad, posibilidad de contemplación y de comunión fraterna».3
Esa decadencia de Occidente a la que dedicó Spengler su famosa obra, pocas veces resulta tan elocuente como cuando analizamos su evolución demográfica. Al afirmar que el hombre de Occidente no ha sabido dejar tras de sí a quien pasarle el relevo, no estamos proponiendo una mera metáfora sino también una realidad, o mejor, una ausencia de realidad. Una ausencia de hijos, en resumen. Decía Spengler: «ahora surge la mujer ibseniana, la compañera, la heroína de una literatura urbana, desde el drama nórdico hasta la novela parisiense. Tienen, en vez de hijos, conflictos anímicos».4 Hoy más que nunca los hijos son presentados en el imaginario colectivo como un mal a evitar, como una de las pocas objeciones perdurables a la ideología de género. Todavía no se ha podido tecnificar ‘suficientemente’ el proceso de ‘planificación’, ‘producción’ y ‘colocación’ de seres humanos en el mundo. Ser madre sigue yendo unido a una serie de situaciones en las que, por más que ‘avance’ la ciencia, parece que sigue siendo insustituible la presencia de la madre misma. Y eso la mentalidad de nuestra época, la cultura de la muerte en expresión preferida de Juan Pablo II, no lo soporta.
Para Spengler, la clave de la decadencia de una cultura está en la mentalidad de la gran ciudad que lo invade todo: «el hombre de la gran urbe lleva eternamente consigo la ciudad; la lleva cuando sale al mar; la lleva cuando sube a la montaña (…) la causa por la cual el hombre de la gran urbe no puede vivir más que sobre ese suelo artificial, es que el ritmo cósmico, en su existencia, retrocede al propio tiempo que las tensiones de su vigilia se hacen más peligrosas». Hoy más que nunca el hombre civilizado salta de actividad en actividad durante su vigilia pero luego es incapaz de conciliar el sueño. Vivimos una era del somnífero, el tranquilizante y el antidepresivo como instrumentos para mantener artificialmente lo que la naturaleza resulta ya incapaz de generar. Y es que para Spengler la era de la civilización quiere decir la decrepitud de una cultura, su pérdida definitiva de vitalidad real bajo la apariencia de una actividad en el fondo mecanizada y petrificada: «la civilización no es otra cosa que tensión. Las cabezas de todos los hombres civilizados (…) poseen la expresión dominante de una tensión extraordinaria (…) Estas cabezas son, en toda cultura, el tipo de sus últimos hombres».5
La tensión a que se refiere el escritor alemán es una cualidad del hombre de la cultura decadente, cualidad exactamente opuesta a la contemplación. Bajo los efectos de tal tensión vigilante se implanta el «dinero abstracto como causalidad pura de la vida económica».6 Palabras estas últimas ciertamente aplicables a una crisis como la actual donde el creciente exceso de ‘irrealidad’ o la falta de un ‘sustrato real’ de la actividad económica incesante se revelan cada vez más como factores decisivos de la propia crisis. Es esa tensión la que se traslada también a los demás ámbitos de la vida de este hombre decadente. Por ejemplo, en la misma vida de ocio donde aparecen fenómenos como el footing hoy día tan integrado en el paisaje urbano pero que en tiempos de Spengler comportaba cierta novedad: «la anulación del intenso trabajo mental práctico por su contrario, el footing, practicado consecuentemente; la anulación de la tensión espiritual por la corpórea del deporte; la anulación de la tensión corpórea por la sensual del ‘placer’ y por la espiritual de la ‘excitación’ que producen el juego y la apuesta (…) el cine, el expresionismo, la teosofía, el boxeo, los bailes negros, el póquer y las apuestas: todo ello se encuentra en Roma».7 No cabe duda de que el hombre occidental actual está saturado de distracciones, distensiones, equivalentes a las señaladas por Spengler.
La tensión anticontemplativa invade su vida laboral, su vida familiar y su tiempo libre hasta el punto de volverlo estéril como una piedra: «la existencia pierde sus raíces y la vigilia se hace cada día más tensa. De este hecho se deriva (…) la infecundidad del hombre civilizado».8 Y aquí tocamos, por así decirlo, lo nuclear de la crisis. No se tienen hijos porque no los contemplamos. En lugar de admirar la imagen de Dios en la criatura, calculamos los pros y los contras, buscamos motivos que justifiquen su existencia. La relación del hombre de hoy con la procreación es también, cómo no, técnica, calculadora, planificadora. Todo, menos contemplativa. Fácilmente nos inclinamos por la situación, tenida por más ventajosa, de evitar la descendencia: así es la falsa prudencia del hombre de hoy. Incluso lingüísticamente hay una clara relación entre mentalidad ‘anti-contemplativa’ y mentalidad ‘anti-conceptiva’ puesto que también contemplar requiere engendrar aunque sea intelectualmente.
Detrás de estas actitudes se esconde una auténtica «propensión metafísica a la muerte. El último hombre de la gran urbe no quiere ya vivir, se aparta de la vida, no como individuo, pero sí como tipo, como masa (…) no nacen niños; y la causa de ello no es solamente que los niños se han hecho imposibles, sino, sobre todo, que la inteligencia en tensión no encuentra motivos que justifiquen su existencia».9 Signo de esa actitud es que «la abundancia de niños pasa por algo provinciano. El padre de numerosa prole es en las grandes ciudades una caricatura».10 Ya antes del Ibsen mencionado por Spengler, el gran Dickens había por su parte transitado de una primera época literaria en que la familia numerosa aparecía benignamente tratada a una segunda época, más pesimista, donde la amargura y el resentimiento llenan sus narraciones de pseudofamilias tan numerosas como desordenadas e inhumanas. También Dickens es hijo de su tiempo y de la gran urbe londinense. Con gran perspicacia hablaba otro londinense, Chesterton, del padre de familia numerosa como prototipo del aventurero épico de nuestro tiempo.
Por otra parte, si se hiciera el retrato robot de la pareja occidental posmoderna probablemente nos sorprendería descubrir que aún más es el varón quien obstaculiza la llegada de los hijos que la propia mujer. De poco vale la afirmación políticamente correcta de uno de los gurús del pensamiento social contemporáneo, F. Fukuyama, según el cual la principal revolución del mundo contemporáneo ha sido el acceso generalizado de las mujeres a los anticonceptivos: a la hora de la verdad son los varones los que gobiernan esta triste revolución. Hasta intelectuales americanos tan representativos del progresismo moral y del espíritu de la gran urbe descrito por Spengler como el escritor Paul Auster y el director de cine Woody Allen, iconos ambos de la gran urbe por antonomasia a día de hoy, Nueva York, dan señales con sus tramas de ficción y sus personajes de reconocer esta realidad: en las novelas de Auster y en las películas de Allen, normalmente son ellos los que no quieren tener hijos. Así que hemos llegado a un punto en el que podríamos completar a Spengler diciendo que las mujeres de hoy día tienen conflictos anímicos no sólo porque no tienen hijos sino especialmente porque no encuentran al padre. Con razón se ha hablado últimamente de la clamorosa ausencia del padre en el mundo posmoderno.
De poco valen en este contexto las políticas supuestamente favorables a la natalidad. Es algo así como si se intentara parar una hemorragia con unas tiritas. Con el añadido de que en las tiritas mismas están las instrucciones para que se desangre completamente la pobre víctima. Cada vez que un gobierno europeo anuncia una medida de apoyo económico o laboral a la maternidad, se realiza una contribución más a la idea tan fuertemente instalada de que tener hijos supone una carga insoportable. Cada mes de septiembre, los medios de comunicación repiten hasta la extenuación los últimos estudios acerca del coste medio para las familias de cada hijo en edad escolar. De poco sirve que a noticias de este tipo le sucedan anuncios gubernamentales acerca de la gratuidad de los libros de texto o similares alivios. Sin quererlo, estamos siendo objeto de campañas ideológicas no muy diferentes de las que proponían los nazis a la hora de exterminar razas «superfluas»: «El Dr. Wetzel, al servicio del III Reich, y a instancias de Himmler, elabora un informe con un claro objetivo: eliminar la población ucraniana en territorios ocupados durante la segunda guerra mundial para asentar población alemana. Las recomendaciones del informe no se alejan en absoluto de prácticas que han llegado a ser habituales en nuestras sociedades democráticas: ‘Se debe inculcar a la población rusa –dice el informe– por todos los medios de la propaganda, en particular por la prensa, la radio, el cine, los volantes, folletos y conferencias, que un gran número de hijos no representa sino una carga pesada. Hay que insistir en los gastos que ocasionan los hijos, en las buenas cosas que podrían tenerse con el dinero que gastan en ellos. Se podría asimismo aludir a los peligros que para la salud de la mujer pueden representar los partos (…) Al mismo tiempo, se debe establecer una propaganda amplia y poderosa a favor de los productos anticonceptivos. Se debe crear una industria apropiada con este objeto. La ley no castigará ni la difusión, ni la venta de los productos anticonceptivos, ni tampoco el aborto. Habrá que facilitar la creación de instituciones especiales para el aborto, entrenar respecto a esto a parteras o enfermeras. La población acudirá con más frecuencia a los servicios de abortos si éstos son efectuados con cuidado. Los médicos deben recomendar igualmente la esterilización voluntaria’. Un programa de genocidio de retardo fundamentado en la filosofía hegeliana, donde toda realidad social debe ordenarse a los intereses del Estado».11
Las medidas económico-políticas extraordinarias de apoyo a la natalidad, aun en los casos en que se prolongan indefinidamente, apenas pueden producir un mínimo de lo que los demógrafos llaman ‘efecto sierra’. Pero una vez una sociedad ha entrado culturalmente en la pendiente resbaladiza de la crisis demográfica, de nada sirven aquellas medidas: «Cuando un estado desea un crecimiento demográfico para cumplir con sus objetivos político-económicos potencia la natalidad mediante medidas de apoyo a las familias (…) pero si en esa sociedad existe una cultura antinatalista, rara vez se logra un incremento constante de los índices de fertilidad. A los pequeños éxitos parciales les suceden caídas de la fecundidad. Las políticas natalistas se tornan estériles frente a una cultura antinatalista».12 En el contexto de un mundo multipolar en el que con cierta facilidad las civilizaciones entran en conflicto no cabe duda de que el aspecto demográfico adquiere una relevancia notable: «La diferencia de tasas de fertilidad es el fruto de la ruptura cultural occidental que se ha transformado en una cultura anticonceptiva. La extensión de los métodos anticonceptivos y la sexualidad desligada de la descendencia llevan a una espiral imparable. Hoy por hoy, en Occidente, la difusión y uso de métodos anticonceptivos deja de tener color político y se convierte en una práctica interclasista e interideológica».13 La incertidumbre está en si Occidente, a pesar de sus propias contradicciones, habrá conseguido o no inocular al resto del mundo, vía globalización, el virus de una tecnificación anticontemplativa de la vida social con la consiguiente mentalidad anticonceptiva. Aparentemente las llamadas economías emergentes son las que afrontan la crisis presente en mejores condiciones y también observan comportamientos demográficos más vitalistas que Occidente. Pero no se puede descartar que acaben siguiendo la misma senda.
No hemos intentado aquí mostrar la conexión entre la crisis económica y la crisis demográfica. Tal conexión existe y hace tiempo que se dejaron oír voces que advertían de la insostenibilidad de un estado del bienestar con una pirámide demográfica invertida fruto de una mentalidad profundamente antinatalista y anticonceptiva. Hemos querido poner el acento, más bien, en la dimensión cultural-espiritual de la crisis demográfica. Lo que Juan Pablo II llamaba cultura de la muerte, y que coincide en parte con el espíritu de la gran urbe descrito tan genialmente por Spengler, está en el origen de las actitudes y hechos que han llevado, primero, a esta especie de suicidio demográfico colectivo occidental y, segundo, a una praxis económica basada en espejismos, abstracciones sin fundamento en la realidad de las cosas, sin fundamento en la verdadera naturaleza del hombre y de sus inclinaciones sociales, familiares, económicas. Ante la crisis actual bien podríamos reeditar el adagio y afirmar que también en economía, la verdad es la realidad de las cosas. Verdad que aspira a ser contemplada, concebida y transmitida de manera fecunda.
Notas
1. Benedicto XVI, Caritas in veritate, 71.
2. Marcelo González Martín, La contemplación, alma de la civilización del mañana, Madrid, 1973.
3. Juan Pablo II, carta apostólica Dies Domini, 68.
4. Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, vol. II, Madrid, 1998 [1923], p. 168.
11 Javier Barraycoa, La ruptura demográfica, Barcelona, 1998, pp. 29-30.
12 Id., p. 38.
13 Id., pp. 82-83.
San Cleofás, uno de los dos discípulos de Emaús
Jesús Resucitado salió a su encuentro cuando iba con otro discípulo; los acompañó, les escuchó, les habló y se les reveló al partir el Pan
San Cleofás es uno de los discípulos de Cristo a los que conocemos por su nombre. De él los evangelios aportan dos referencias. Una, la de su marcha de Jerusalén después de que Cristo ha padecido y muerto en la Cruz, y el consiguiente encuentro con Jesús Resucitado, que se narra en Lucas 24, 13-33. Otra, en la que san Juan dice en su evangelio que al pie de la Cruz, en el Calvario, estaba acompañando a la Virgen Santísima «María, mujer de Cleofás».
No sabemos si esta María era discípula que acompañaba a Cleofás en el camino, aunque algunos teólogos consideran que podía ser que el Señor se hiciera el encontradizo con el matrimonio.
En cualquier caso, la enseñanza es clara: Cristo se muestra como Dios y Hombre Resucitado, en cuerpo glorioso, a algunos de sus seguidores para que den testimonio de Él de ahora en adelante para todas las generaciones futuras.
El evangelio de san Lucas narra así los hechos:
«Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!».
«¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».
«Se les abrieron los ojos»
Jesús Resucitado, con infinita paciencia, les explica entonces que en Él se cumplen las profecías tan ansiadas por el pueblo de Israel (que ellos sí conocían). El Señor se pone a su nivel:
«Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.»
Entonces se produce el primer acercamiento de los discípulos de Emaús al Señor, sin aún saber quién es del todo. Pronto llegará la gran revelación:
«Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos.» Cristo entonces se les revela plenamente en la Eucaristía: «Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, (…)»
La Iglesia católica celebra san Cleofás el 25 de septiembre.
Oración
Confesamos, Señor, que sólo tú eres santo y que sin ti nadie es bueno, y humildemente te pedimos que la intercesión de San Cleofás venga en nuestra ayuda para que de tal forma vivamos en el mundo que merezcamos llegar a la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
El Papa: Hacer la voluntad del Padre… no fue fácil ni para Jesús
Homilía de Francisco en la Casa Santa Marta sobre la importancia de pedir a Dios que nos ayude a hacer su voluntad
Hay que rezar a Dios y pedirle cada día la gracia de comprender su voluntad, la gracia de seguirla y la gracia de cumplirla hasta el final.
Esta es la enseñanza tomada por el Papa Francisco de la liturgia del día y explicada en la homilía de la Misa presidida en Santa Marta.
Había una vez una ley hecha de prescripciones y de prohibiciones, de sangre de toros y cabras, “sacrificios antiguos” que no tenían ni la “fuerza” de “perdonar los pecados”, ni de dar “justicia”.
Después vino al mundo Cristo y con su subida a la Cruz, el acto “que de una vez para siempre nos ha justificado”.
Jesús demostró cuál era el “sacrificio” más agradable a Dios: no el holocausto de un animal, sino el ofrecimiento de la propia voluntad para hacer la voluntad del Padre.
Sólo un camino
Las lecturas y el salmo del día dirigen la reflexión del Papa sobre uno de los puntos centrales de la fe: la “obediencia a la voluntad de Dios”.
Este, afirma Francisco, “es el camino de la santidad, del cristiano”, es decir que “el plan de Dios se haga”, que “la salvación de Dios se realice”.
“Lo contrario comenzó en el Paraíso, con la no obediencia de Adán. Y esa desobediencia trajo el mal a toda la humanidad.
Y también los pecados son actos de no obediencia a Dios, de no hacer la voluntad de Dios. En cambio, el Señor nos enseña que este es el camino, no hay otro”.
“Y comienza con Jesús, sí, en el Cielo, en la voluntad de obedecer al Padre. Pero en la tierra empieza con la Virgen: ella, ¿qué dijo al Ángel? ‘Hágase lo que tú dices’, es decir, que se haga la voluntad de Dios. Y con ese ‘sí’ al Señor, el Señor comenzó su camino entre nosotros”.
Tentaciones
“No es fácil”. Esta expresión vuelve varias veces a los labios del Papa cuando habla de hacer la voluntad de Dios.
No fue fácil para Jesús que, recuerda, fue tentado sobre esto en el desierto y también en el Huerto de los Olivos con el corazón desgarrado aceptó el suplicio que le esperaba”.
“No fue fácil para algunos discípulos, que le dejaron porque no entendían qué quería decir ‘hacer la voluntad del Padre’.
Tampoco lo es para nosotros, desde el momento en que – observa el Papa – cada día se nos presentan en la bandeja tantas opciones”.
Y entonces, se pregunta, “¿cómo hago para hacer la voluntad de Dios?”. Pidiendo la “gracia” de querer hacerla.
“¿Yo rezo para que el Señor me dé las ganas de hacer su voluntad, o busco compromisos porque tengo miedo de la voluntad de Dios?
Otra cosa: rezar para conocer la voluntad de Dios sobre mí y sobre mi vida, sobre la decisión que debo tomar ahora … muchas cosas. Sobre el modo de gestionar las cosas…”.
“La oración para querer hacer la voluntad de Dios, y oración para conocer la voluntad de Dios.
Y cuando conozco la voluntad de Dios, también la oración, por tercera vez: para hacerla. Para cumplir esa voluntad, que no es la mía, que es la de Él. Y no es fácil”.
En familia con Jesús
Por tanto, resume Francisco, “rezar para tener ganas de seguir la voluntad de Dios, rezar para conocer la voluntad de Dios y rezar – una vez conocida – para seguir adelante con la voluntad de Dios”.
“Que el Señor nos dé la gracia, a todos nosotros, de que un día pueda decir de nosotros lo que dijo a ese grupo, de esa muchedumbre, que le seguía, los que estaban sentados en torno a Él, como hemos oído en el Evangelio: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que hace la voluntad de Dios, este es para mí hermano, hermana y madre”.
Hacer la voluntad de Dios nos hace formar parte de la familia de Jesús, nos hace madre, padre, hermana, hermano”.