ATENCIÓN PARA TODA LA LA COMUNIDAD DE JESÚS EN ORACIÓN.
HOY EN PAX NOS LLENAMOS DE AMOR Y DE ACCIÓN DE GRACIAS AL SEÑOR POR LA CONSAGRACIÓN SACERDOTAL DE EDUARDO SAYAN.
DESPUÉS DE UNA ARDUA PREPARACIÓN EL SEÑOR OBISPO CON SUS SACERDOTES CASTRENSES CELEBRARÁ EL RITO CONSAGRATORIO.
Y UNGIRÁ SUS MANOS E IMPONDRÁ SOBRE LA CABEZA CON EL SACRAMENTO DE ORDEN. DOY DE TODO CORAZÓN LAS GRACIAS A MONSEÑOR JUAN CARLOS VERA OBISPO GENERAL CASTRENSE POR ESTE MAGNO ACONTECIMIENTO QUE SE CELEBRARÁ EN PAX, CON TODA LA ACOGIDA QUE SE PERMITE A LOS INVITADOS. DOY LAS GRACIAS POR TODAS LAS AYUDAS QUE HAN HECHO POSIBLE REALIZAR EL MILAGRO DE TENER UN NUEVO SACERDOTE AL SERVICIO DE LA IGLESIA SANTA DE DIOS, AL SERVICIO DE LAS ALMAS Y MIEMBROS DE LA COMUNIDAD DE JESÚS QUE DESDE PAX ES TAN MARIANO PARA QUE LA VIRGEN MADRE DE LOS SACERDOTES NOS ACERQUE A JESÚS SUMO Y ETERNO DON DEL PADRE COMO LUZ Y CAMINO DE TODOS LOS SACERDOTES. LES PIDO SU ORACION E INTERCESION. NO ES POSIBLE LLENAR A PAX DE TODOS UDS. PERO CON EL AMOR DE SUS CORAZONES NOS UNIMOS LLENOS DE FE.
DADO EN PAX 23 DE SEPTIEMBRE, FESTIVIDAD DEL SAN PADRE PIO
CON AMOR P. Roberto+
Amigos, el Evangelio de hoy es incomparablemente rico y misterioso. Primero, está esa pregunta extraña, “¿Quién dice la gente que yo soy?”. Ninguna otra figura religiosa o fundador haría tal pregunta. Esta es una pregunta primordial y característica de la fe cristiana. Tiene que ver con Jesús y quién es Él realmente.
El primer grupo que “responde” se refieren al público en general: “algunos dicen que Juan el Bautista, otros Elijah, y otros dicen uno de los profetas”. Una variedad de opiniones, y todas ellas equivocadas.
Entonces aparece esa pregunta devastadora “¿Pero ustedes, quién dicen que soy yo?”. Tú que estás más cerca mío, tú a quien te he elegido. Pero los discípulos no hablan. ¿Tienen miedo? Quizás. ¿Son ignorantes? Probablemente. Finalmente, Simón Pedro habla: “Tú eres el Mesías”. Tú eres el Messhiach, el Ungido, el Salvador tan esperado, pero más que eso, como dice Pedro en otros Evangelios, eres el Hijo de Dios, no solamente un héroe humano. Esta es la fe mística que se encuentra en el corazón del cristianismo. Este es el punto de partida o de caída. Sostener esta fe petrina es ser cristiano; negarla es apartarnos del ser cristiano.
Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo
Memoria Litúrgica, 23 de septiembre
Un humilde fraile que ora
Martirologio Romano: San Pío de Pietrelcina (Francisco) Forgione, presbítero de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, que en el convento de San Giovanni Rotondo, en Apulia, se dedicó a la dirección espiritual de los fieles y a la reconciliación de los penitentes, mostrando una atención particular hacia los pobres y necesitados, terminando en este día su peregrinación terrena y configurándose con Cristo crucificado († 1968)
Fecha de beatificación: 2 de mayo de 1999 por S.S. Juan Pablo II
Fecha de canonización: 16 de junio de 2002 por S.S. Juan Pablo II
Breve Biografía
“En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14).
Padre Pío de Pietrelcina, al igual que el apóstol Pablo, puso en la cumbre de su vida y de su apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su sabiduría y su gloria. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se conformó a Él por medio de la inmolación de sí mismo por la salvación del mundo. En el seguimiento y la imitación de Cristo Crucificado fue tan generoso y perfecto que hubiera podido decir “con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19). Derramó sin parar los tesoros de la gracia que Dios le había concedido con especial generosidad a través de su ministerio, sirviendo a los hombres y mujeres que se acercaban a él, cada vez más numerosos, y engendrado una inmensa multitud de hijos e hijas espirituales.
Este dignísimo seguidor de San Francisco de Asís nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, archidiócesis de Benevento, hijo de Grazio Forgione y de María Giuseppa De Nunzio. Fue bautizado al día siguiente recibiendo el nombre de Francisco. A los 12 años recibió el Sacramento de la Confirmación y la Primera Comunión.
El 6 de enero de 1903, cuando contaba 16 años, entró en el noviciado de la orden de los Frailes Menores Capuchinos en Morcone, donde el 22 del mismo mes vistió el hábito franciscano y recibió el nombre de Fray Pío. Acabado el año de noviciado, emitió la profesión de los votos simples y el 27 de enero de 1907 la profesión solemne.
Después de la ordenación sacerdotal, recibida el 10 de agosto de 1910 en Benevento, por motivos de salud permaneció en su familia hasta 1916. En septiembre del mismo año fue enviado al Convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte.
Enardecido por el amor a Dios y al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud la vocación de colaborar en la redención del hombre, según la misión especial que caracterizó toda su vida y que llevó a cabo mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. El momento cumbre de su actividad apostólica era aquél en el que celebraba la Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la altura y profundidad de su espiritualidad.
En el orden de la caridad social se comprometió en aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la “Casa del Alivio del Sufrimiento”, inaugurada el 5de mayo de 1956.
Para el Padre Pío la fe era la vida: quería y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en coloquio con Dios. Decía: “En los libros buscamos a Dios, en la oración lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios”. La fe lo llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.
Estuvo siempre inmerso en las realidades sobrenaturales. No era solamente el hombre de la esperanza y de la confianza total en Dios, sino que infundía, con las palabras y el ejemplo, estas virtudes en todos aquellos que se le acercaban.
El amor de Dios le llenaba totalmente, colmando todas sus esperanzas; la caridad era el principio inspirador de su jornada: amar a Dios y hacerlo amar. Su preocupación particular: crecer y hacer crecer en la caridad.
Expresó el máximo de su caridad hacia el prójimo acogiendo, por más de 50 años, a muchísimas personas que acudían a su ministerio y a su confesionario, recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio: lo buscaban en la iglesia, en la sacristía y en el convento. Y él se daba a todos, haciendo renacer la fe, distribuyendo la gracia y llevando luz. Pero especialmente en los pobres, en quienes sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de Cristo y se entregaba especialmente a ellos.
Ejerció de modo ejemplar la virtud de la prudencia, obraba y aconsejaba a la luz de Dios.
Su preocupación era la gloria de Dios y el bien de las almas. Trató a todos con justicia, con lealtad y gran respeto.
Brilló en él la luz de la fortaleza. Comprendió bien pronto que su camino era el de la Cruz y lo aceptó inmediatamente con valor y por amor. Experimentó durante muchos años los sufrimientos del alma. Durante años soportó los dolores de sus llagas con admirable serenidad.
Cuando tuvo que sufrir investigaciones y restricciones en su servicio sacerdotal, todo lo aceptó con profunda humildad y resignación. Ante acusaciones injustificadas y calumnias, siempre calló confiando en el juicio de Dios, de sus directores espírituales y de la propia conciencia.
Recurrió habitualmente a la mortificación para conseguir la virtud de la templanza, de acuerdo con el estilo franciscano. Era templado en la mentalidad y en el modo de vivir.
Consciente de los compromisos adquiridos con la vida consagrada, observó con generosidad los votos profesados. Obedeció en todo las órdenes de sus superiores, incluso cuando eran difíciles. Su obediencia era sobrenatural en la intención, universal en la extensión e integral en su realización. Vivió el espíritu de pobreza con total desprendimiento de sí mismo, de los bienes terrenos, de las comodidades y de los honores. Tuvo siempre una gran predilección por la virtud de la castidad. Su comportamiento fue modesto en todas partes y con todos.
Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de miserias y a la vez de favores divinos. En medio a tanta admiración del mundo, repetía: “Quiero ser sólo un pobre fraile que reza”.
Su salud, desde la juventud, no fue muy robusta y, especialmente en los últimos años de su vida, empeoró rápidamente. La hermana muerte lo sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. Sus funerales se caracterizaron por una extraordinaria concurrencia de personas.
El 20 de febrero de 1971, apenas tres años después de su muerte, Pablo VI, dirigiéndose a los Superiores de la orden Capuchina, dijo de él: “¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Porqué era un sabio? ¿Porqué tenía medios a su disposición? Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.
Ya durante su vida gozó de notable fama de santidad, debida a sus virtudes, a su espíritu de oración, de sacrificio y de entrega total al bien de las almas.
En los años siguientes a su muerte, la fama de santidad y de milagros creció constantemente, llegando a ser un fenómeno eclesial extendido por todo el mundo y en toda clase de personas.
De este modo, Dios manifestaba a la Iglesia su voluntad de glorificar en la tierra a su Siervo fiel. No pasó mucho tiempo hasta que la Orden de los Frailes Menores Capuchinos realizó los pasos previstos por la ley canónica para iniciar la causa de beatificación y canonización. Examinadas todas las circunstancias, la Santa Sede, a tenor del Motu Proprio “Sanctitas Clarior” concedió el nulla osta el 29 de noviembre de 1982. El Arzobispo de Manfredonia pudo así proceder a la introducción de la Causa y a la celebración del proceso de conocimiento (1983-1990). El 7 de diciembre de 1990 la Congregación para las Causas de los Santos reconoció la validez jurídica. Acabada la Positio, se discutió, como es costumbre, si el Siervo de Dios había ejercitado las virtudes en grado heroico. El 13 de junio de 1997 tuvo lugar el Congreso peculiar de Consultores teólogos con resultado positivo. En la Sesión ordinaria del 21 de octubre siguiente, siendo ponente de la Causa Mons. Andrea María Erba, Obispo de Velletri-Segni, los Padres Cardenales y obispos reconocieron que el Padre Pío ejerció en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y las relacionadas con las mismas.
El 18 de diciembre de 1997, en presencia de Juan Pablo II, fue promulgado el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes.
Para la beatificación del Padre Pío, la Postulación presentó al Dicasterio competente la curación de la Señora Consiglia De Martino de Salerno (Italia). Sobre este caso se celebró el preceptivo proceso canónico ante el Tribunal Eclesiástico de la Archidiócesis de Salerno-Campagna-Acerno de julio de 1996 a junio de 1997. El 30 de abril de 1998 tuvo lugar, en la Congregación para las Causas de los Santos, el examen de la Consulta Médica y, el 22 de junio del mismo año, el Congreso peculiar de Consultores teólogos. El 20 de octubre siguiente, en el Vaticano, se reunió la Congregación ordinaria de Cardenales y obispos, miembros del Dicasterio y el 21 de diciembre de 1998 se promulgó, en presencia de Juan Pablo II, el Decreto sobre el milagro.
El 2 de mayo de 1999 a lo largo de una solemne Concelebración Eucarística en la plaza de San Pedro Su Santidad Juan Pablo II, con su autoridad apostólica declaró Beato al Venerable Siervo de Dios Pío de Pietrelcina, estableciendo el 23 de septiembre como fecha de su fiesta litúrgica.
Para la canonización del Beato Pío de Pietrelcina, la Postulación ha presentado al Dicasterio competente la curación del pequeño Mateo Pio Colella de San Giovanni Rotondo. Sobre el caso se ha celebrado el regular Proceso canónico ante el Tribunal eclesiástico de la archidiócesis de Manfredonia?Vieste del 11 de junio al 17 de octubre del 2000. El 23 de octubre siguiente la documentación se entregó en la Congregación de las Causas de los Santos. El 22 de noviembre del 2001 tuvo lugar, en la Congregación de las Causas de los Santos, el examen médico. El 11 de diciembre se celebró el Congreso Particular de los Consultores Teólogos y el 18 del mismo mes la Sesión Ordinaria de Cardenales y Obispos. El 20 de diciembre, en presencia de Juan Pablo II, se ha promulgado el Decreto sobre el milagro y el 26 de febrero del 2002 se promulgó el Decreto sobre la canonización.
El que quiera amar, aceptará sufrir
Santo Evangelio según san Lucas 9, 18-22. Viernes XXV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, cuántas veces me has llamado y con cuánta paciencia. Tú de verdad me amas y jamás te cansarás de invitarme a estar contigo. El mismo deseo con que Tú me quieres junto a ti, te lo pido para mí. Quiero estar aquí, Señor, y te doy gracias por llamarme una vez más.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 18-22
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado”.
Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”. Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La cruz me confunde. No estoy habituado a ella. Pienso que no podré cargarla.
Cuando uno es pequeño, poco piensa en el dolor y el sufrimiento; pero la vida pronto le enseña en qué consiste. Y al mismo tiempo, incluso cuando uno es pequeño, ya tiene cierto sentido de sacrificio, de renuncia, de un optar entre esto en vez de aquello. Buscamos siempre lo mejor, y muchas veces somos conscientes que un camino estrecho promete más.
El problema surge, quizá, cuando salimos del mundo de la sencillez para entrar al mundo material.
Entonces al hombre le enseñan poco a poco que «no se puede ser feliz si se sufre», que necesita disfrutar placeres para conocer la verdadera dicha. Las bienaventuranzas de Cristo quedan sumergidas en el vacío y se vuelven paradojas para todo hombre. ¿Los pobres pueden ser más felices que los ricos?, ¿los perseguidos más que los persecutores?, ¿los que tienen hambre y sed de justicia más que los indiferentes?, ¿los humillados más que los aclamados?… son ilusos a los ojos de muchos. A los ojos de Dios, grandes.
El camino estrecho, comprobado por la historia de tantos hombres, es aquél que trae el verdadero triunfo, la satisfacción real. Y qué camino más bello y al mismo tiempo más estrecho, que el de dar la propia vida. Es estrecho. Conlleva verdadero dolor. Pero «si no hubiese sufrimiento, no habría tampoco amor» diría en su tiempo el Cardenal Joseph Ratzinger.
El que quiera amar, aceptará sufrir. El uno conlleva el otro. Ése el misterio del hombre. Pero un hermoso misterio. Tú nos lo enseñaste. Era necesario que el Hijo del hombre sufriera mucho, que fuese rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, por los suyos y que fuese entregado a la muerte para que resucitase al tercer día.
Y lo aceptaste a pleno corazón. Quiero imitarte, Dios mío.
«Para mí, para ti… ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros? Estamos llamados a hacer de la respuesta de Pedro nuestra respuesta, profesando con gozo que Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre que se ha hecho hombre para redimir a la humanidad, derramando en ella la abundancia de la misericordia divina. El mundo tiene hoy más que nunca necesidad de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso».
(Homilía de S.S. Francisco, 19 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
¿Hay alguna cosa, algo en mi vida que me niego aceptar? Te pido tu gracia, Señor. Ayúdame a acogerla y a llevarla con amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Gran Revelación: el Mesías
Cristo, el hombre histórico, es verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías prometido a los judíos
Por: Congregación para el Clero
En el tiempo en que vivió Jesús, más que nunca, se esperaba la venida del Mesías, pero se había falseado el concepto que de El habían dado los profetas. En su gran mayoría, los judíos contemporáneos de Jesús, esperaban un Mesías que les traería bonanza, un gran jefe político.
Las tres concepciones erróneas sobre el Mesías eran:
1) El reino mesiánico sería un período de prosperidad material obtenida sin cansancio ni molestias y en la liberación del dominio extranjero. Los mismos apóstoles no concibían que Jesús hablara de muerte en la cruz para atraer a sí todas las cosas.
2) Los rabinos concebían el Mesías futuro como un jefe político, el restaurador de la dinastía davídica.
3) La tercera corriente hacía coincidir la venida del Mesías con el fin del mundo. El reino mesiánico se realizaría en la otra vida (visión escatológica).
A pesar de estas concepciones falsas, había un «pequeño resto» de personas que tenían una idea exacta del Mesías: El Mesías, sacerdote y víctima al mismo tiempo, sacrificaría su vida para liberarnos del pecado y para restaurar la amistad entre Dios y los hombres. En este grupo encontramos con María a su prima Isabel (Lc. 1, 41-46), el viejo Simeón (Lc. 2, 30-32), la profetisa Ana (2, 38) y sobre todo Juan el Bautista (Mt. 3, 2-12) y a los esenios, secta que los recientes descubrimientos del Mar Muerto nos han permitido conocer mejor y a la que pertenecía Juan el Bautista.
A causa de estas deformaciones Jesús usó una táctica prudente para no despertar demasiado escándalo para demostrar su mesianidad. Toma el título de «Hijo del Hombre» (Dan. 7, 13-14).
Acepta en primer lugar el testimonio de Juan Bautista (Jn. 1, 29-30). Declara abiertamente su mesianidad ante la samaritana Jn.4.25-26), ante Nicodemo (Jn. 3, 13-18) y de una manera contundente ante Caifás, durante su propio juicio (Mt. 26, 63-64).
Al mismo tiempo, también se presenta ante el mundo como el Hijo de Dios: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mt. 11, 27). Nos revela su íntima unión con el Padre con el cual se identifica. Esta afirmación, completamente original, no se encuentra en ningún otro fundador de religiones. La apreciamos en la profesión de fe de Pedro (Mt. 16,18). La manifestación más clara de la divinidad de Jesús que tenemos en los sinópticos está en la respuesta que El dio ante el sumo sacerdote Caifás en el Sanedrín:
«Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios» (Mt. 26, 63). Jesús respondió: «Tú lo has dicho. Y os declaro que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre, y venir sobre las nubes del cielo» (Mt.26,64).
Aún es más clara la divinidad de Jesús en el evangelio de San Juan. Citaremos algunos textos:
«Y el Verbo era Dios» (1,1)
«Yo y el Padre somos una sola cosa» (10-30)
«Os lo dije y no creéis. Las obras que yo hago en nombre de mi
Padre testifican de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías» (10, 25-26).
Nos queda además como testimonio la misma actuación de Jesús durante su vida pública. En primer lugar habla de perfeccionar la Ley que Dios le dio al pueblo judío, y solamente El, que esos, puede apropiarse un dominio sobre las cosas de Dios (Mt. 34-36, Juicio Final). También se proclama el fin mismo de la ley moral, cosa que únicamente Dios puede pretender. Por otro lado se proclama más digno de amor que todos los seres queridos, más aún que de nuestra propia vida (Mt.10, 37; y Mt.16, 25). Por consiguiente: JESÚS SE PRESENTA COMO DIOS.
El lenguaje de algunas expresiones evangélicas sólo se comprende si se tiene esta perspectiva de la divinidad de Cristo:
«Yo soy la resurrección y la vida» (Jn.11, 25).
«Yo soy la luz del mundo» (Jn.8, 12).
«Yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn. 14, 6).
«El que no recoge conmigo, desparrama» (Mt. 12, 30).
Cuando cura a los enfermos, etc., obra directamente por propia virtud: «Quiero, queda limpio» (Mt. 8,3). Asume también el derecho a perdonar los pecados que es algo que solamente compete a Dios:
«Confía, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mt.9,2).
Actúa como Dios cuando la tempestad sacude la barca y amenaza con hundirla y Jesús despierta ordenando al mar: «¡Calla! ¡Cálmate!» (Mc.4,39).
Por último, durante toda su vida Jesús nunca tiene una duda, ni titubea. Pronuncia los juicios más decisivos y comprometidos sobre los problemas humanos más graves sin que nunca su inteligencia acuse el mínimo esfuerzo, sin verse obligado a reflexionar antes de responder, ya que lo que sabe no es en virtud del estudio o del razonamiento.
¿Sirven para algo los curas?
Los sacerdotes, esos hombres tan raros que sólo sirven para servir
LOS CURAS SIRVEN PARA SERVIR. Lo decía el padre a su hijo seminarista: como una escoba, hijo mío, como una escoba, siempre dispuesta a ser utilizada, pero sin esperar recompensa alguna; gastándose una vez y otra, pero sin esperar que la coloquen en una vitrina. Los curas han aprendido bien las palabras del Maestro: «Yo no he venido a ser servido, sino a servir» (Me 10, 44). Un cura que no sirve, no sirve.
LOS CURAS SIRVEN PARA PERDONAR. Antes que maestros y litúrgos son testigos de la misericordia divina. En un mundo violento y dividido, ellos son portadores del diálogo y del perdón. Están siempre ahí, como casa de acogida. Abren sus puertas cada día para escuchar confidencias, para quitar cargas, para devolver la alegría y la esperanza.
LOS CURAS SIRVEN PARA ILUMINAR. Son portadores de la palabra de Dios, que tratan de explicar y de vivir. Cuando nos cegamos con los espejismos y seducciones del mundo, ellos nos recuerdan las Bienaventuranzas. Cuando nos movemos a ras de tierra, ellos nos señalan el cielo. Cuando nos quedamos en la superficie de las cosas, ellos nos descubren la presencia de Dios en todo.
SIRVEN PARA INTERCEDER. El sacerdote prolonga la mediación de Jesucristo. Por eso es llamado pontífice, constructor de puentes entre el cielo y la tierra. Habla a Dios de los hombres y habla a los hombres de Dios. Decía San Juan de Avila: «Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios… Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen a Dios cuando estuviera, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia de que Dios oye sus oraciones y tengan tanta familiaridad con El».
SIRVEN PARA AMAR. Reservan su corazón para amar del todo a todos. Quieren ser para todos, amigos, padres y hermanos. Un amor liberado y agrandado. Un amor gratuito y oblativo, como antorcha que se va gastando poco a poco.
SIRVEN PARA HACER PRESENTE A JESUCRISTO. Todo sacerdote está llamado a ser otro Cristo. El sacerdote está para repetir las palabras y los gestos de Jesús, para continuar sus pasos y desvelar su presencia, para prolongar y actualizar su amor generoso. Y esto a dos niveles: el sacramental y el de la vida.
SIRVEN PARA SER EL ALMA DEL MUNDO. En un mundo sin espíritu, ellos son el alma, la luz, la sal y el perfume. Sin el sacerdote todo sería un poco más feo y oscuro. «Sacerdote no es el que se limita a hacer cosas, sino a hacer santos». (G. Rovirosa). Es verdad que, en cierta medida, a todo cristiano se le puede aplicar cuanto llevamos dicho, pero el sacerdote tiene vivencias y urgencias especiales. Gracias, hermanos sacerdotes, por vuestra «inútil» luminosidad. Manda Señor, sacerdotes, esos hombres tan raros que sólo sirven para servir.