Ve primero a reconciliarte con tu hermano
Meditación al Evangelio 11 de marzo de 2022
Cuando empezamos a hablar en términos de justicia, muchas veces nos confundimos y acabamos creyendo que justicia es lo mismo que venganza o desquite. Para Jesús justicia tiene un sentido mucho más amplio porque brota de la misma esencia de Dios y está en relación muy íntima con la verdad.
No habla en términos judiciales ni de venganza, sino que sus palabras se refieren a la más profunda sintonía del corazón, con la verdad, con su propia verdad, con su esencia misma; y también en su relación con Dios y con las demás personas vistas como hermanos.
Es triste cuando una persona se retira de Dios, no se quiere confesar, no participa en la misa, porque “tiene un resentimiento con su hermano”. Así en lugar de buscar la reconciliación, se aleja del Único que puede darle verdadera paz.
Vista la justicia en tono positivo nos llevaría a un gran compromiso de construcción de un mundo nuevo. Desgraciadamente nosotros nos regimos más por las prohibiciones, por las limitaciones y las negativas: “no hagas, no digas, no mates, no robes…” Un constante “no” que nos agobia y nos limita. Jesús propone que nuestra justicia sea mayor que la de los escribas y fariseos.
Ellos se limitaban a llevar cuentas, a la ley del Talión, al ojo por ojo y diente por diente. Mucho me temo que nosotros hemos ido más allá: si me hiciste una ofensa te hago dos, si me insultaste te devuelvo doble insulto… la violencia que crece y crece hasta acabarnos.
Jesús nos propone romper esa escalada de violencia y ponernos frente a Dios Padre que ama a todos los hermanos. ¿Podremos sostener nuestros rencores cuando estamos en presencia de Dios? ¿Podremos exigir venganzas cuando Dios Padre envía a su Hijo a rescatar y a amar a ese que nosotros quisiéramos casi muerto? La cruz de Jesús, su amor incondicional, es la única respuesta que podemos encontrar para frenar la cadena de la violencia.
Hoy pongámonos ante el altar de Dios y miremos sinceramente si frente a la cruz de Jesús podemos sostener nuestros deseos de venganza.
Dar y recibir el perdón
Santo Evangelio según san Mateo 5, 20-26. Viernes I de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Dios mío, por el don de la vida. Gracias por permitirme entrar en tu presencia y estar a tu lado. Necesito de ti, Señor. Mira que mi vida sin ti carece de sentido. Aumenta mi fe para que te sepa descubrir en todos los momentos de mi vida. Acrecienta mi confianza para que no me deje seducir por cosas efímeras, que se acaban, que defraudan. Foguea mi amor para que te ame siempre con más pasión y pueda así ser un apóstol infatigable de tu Reino.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 20-26
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.
Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.
Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.
Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy me hablas del perdón y la reconciliación. Es de verdad importante para el seguidor tuyo aprender a perdonar y, sobre todo, a pedir perdón.
Pedir perdón es muestra de humildad ya que implica reconocer el error y, en cierta medida, rebajarse al otro y pedir algo que se necesita de él. El perdón cristiano es el que he podido aprender de ti, un perdón humilde, sencillo, generoso, sin importar el tamaño de las ofensas, que no mide el pecado sino que mide el amor.
Pedir perdón al hermano es más fundamental antes de presentarse de nuevo ante ti. Es como aquellos hermanos que pelean pero luego, ante la presencia de los padres, se piden perdón y se reconcilian.
En este pasaje me invitas al perdón, a olvidar los rencores, a dar el primer paso antes aquellas ofensas del pasado que nadie se ha atrevido a perdonar o pedir perdón. Me llamas a seguir tu ejemplo de delicadeza en el trato con mis hermanos, los hombres, a evitar los insultos, las palabras ofensivas, recriminatorias, o falsas.
Dame la gracia, Señor, de aprender a perdonar y recibir perdón como Tú me pides.
«Respecto al mandamiento “no matarás”, Él afirma que es violado no solo por el homicidio efectivo, sino también por esos comportamientos que ofenden la dignidad de la persona humana, comprendidas las palabras injuriosas. Claro, estas palabras injuriosas no tienen la misma gravedad y culpabilidad del asesinato, pero se ponen en la misma línea, porque se dan las premisas y revelan la misma malevolencia. Jesús nos invita a no establecer una clasificación de las ofensas, sino a considerarlas todas dañinas, en cuanto son movidas por el intento de hacer el mal al próximo. Y Jesús pone el ejemplo. Insultar: nosotros estamos acostumbrados a insultar, es como decir “buenos días”. Y eso está en la misma línea del asesinato. Quien insulta al hermano, mata en su propio corazón a su hermano. Por favor, ¡no insultéis! No ganamos nada….».
(Homilía de S.S. Francisco, 12 de febrero de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy procuraré disculpar las ofensas que otros me puedan causar.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Confesarse, ¿por qué? La reconciliación es la belleza de Dios
Si lo comprendes verdaderamente, con la mente y con el corazón, sentirás la necesidad y la alegría de hacer experiencia de este encuentro.
Confesarse, ¿por qué?
Tratemos de comprender juntos qué es la confesión: si lo comprendes verdaderamente, con la mente y con el corazón, sentirás la necesidad y la alegría de hacer experiencia de este encuentro, en el que Dios, dándote su perdón mediante el ministro de la Iglesia, crea en tí un corazón nuevo, pone en ti un Espíritu nuevo, para que puedas vivir una existencia reconciliada con Él, contigo mismo y con los demás, llegando a ser tú también capaz de perdonar y amar, más allá de cualquier tentación de desconfianza y cansancio.
1. ¿Por qué confesarse?
Entre las preguntas que mi corazón de obispo se hace, elijo una que me hacen a menudo: ¿por qué hay que confesarse? Es una pregunta que vuelve a plantearse de muchas formas: ¿por qué ir a un sacerdote a decir los propios pecados y no se puede hacer directamente con Dios, que nos conoce y comprende mucho mejor que cualquier interlocutor humano? Y, de manera más radical: ¿por qué hablar de mis cosas, especialmente de aquellas de las que me avergüenzo incluso conmigo mismo, a alguien que es pecador como yo, y que quizá valora de modo completamente diferente al mío mi experiencia, o no la comprende en absoluto? ¿Qué sabe él de lo que es pecado para mí? Alguno añade: y además, ¿existe verdaderamente el pecado, o es sólo un invento de los sacerdotes para que nos portemos bien?
A esta última pregunta creo que puedo responder enseguida y sin temor a que se me desmienta: el pecado existe, y no sólo está mal sino que hace mal. Basta mirar la escena cotidiana del mundo, donde se derrochan violencia, guerras, injusticias, abusos, egoísmos, celos y venganzas (un ejemplo de este «boletín de guerra» no los dan hoy las noticias en los periódicos, radio, televisión e Internet). Quien cree en el amor de Dios, además, percibe que el pecado es amor replegado sobre sí mismo («amor curvus», «amor cerrado», decían los medievales), ingratitud de quien responde al amor con la indiferencia y el rechazo. Este rechazo tiene consecuencias no sólo en quien lo vive, sino también en toda la sociedad, hasta producir condicionamientos y entrelazamientos de egoísmos y de violencias que se constituyen en auténticas «estructuras de pecado» (pensemos en las injusticias sociales, en la desigualdad entre países ricos y pobres, en el escándalo del hambre en el mundo…). Justo por esto no se debe dudar en subrayar lo enorme que es la tragedia del pecado y cómo la pérdida de sentido del pecado –muy diversa de esa enfermedad del alma que llamamos «sentimiento de culpa»– debilita el corazón ante el espectáculo del mal y las seducciones de Satanás, el adversario que trata de separarnos de Dios
2. La experiencia del perdón
A pesar de todo, sin embargo, no creo poder afirmar que el mundo es malo y que hacer el bien es inútil. Por el contrario, estoy convencido de que el bien existe y es mucho mayor que el mal, que la vida es hermosa y que vivir rectamente, por amor y con amor, vale verdaderamente la pena. La razón profunda que me lleva a pensar así es la experiencia de la misericordia de Dios que hago en mí mismo y que veo resplandecer en tantas personas humildes: es una experiencia que he vivido muchas veces, tanto dando el perdón como ministro de la Iglesia, como recibiéndolo. Hace años que me confieso con regularidad, varias veces al mes y con la alegría de hacerlo. La alegría nace del sentirme amado de modo nuevo por Dios, cada vez que su perdón me alcanza a través del sacerdote que me lo da en su nombre. Es la alegría que he visto muy a menudo en el rostro de quien venía a confesarse: no el fútil sentido de alivio de quien «ha vaciado el saco» (la confesión no es un desahogo psicológico ni un encuentro consolador, o no lo es principalmente), sino la paz de sentirse bien «dentro», tocados en el corazón por un amor que cura, que viene de arriba y nos transforma. Pedir con convicción el perdón, recibirlo con gratitud y darlo con generosidad es fuente de una paz impagable: por ello, es justo y es hermoso confesarse. Querría compartir las razones de esta alegría a todos aquellos a los que logre llegar con esta carta.
3. ¿Confesarse con un sacerdote?
Me preguntas entonces: ¿por qué hay que confesar a un sacerdote los propios pecados y no se puede hacer directamente a Dios? Ciertamente, uno se dirige siempre a Dios cuando confiesa los propios pecados. Que sea, sin embargo, necesario hacerlo también ante un sacerdote nos lo hace comprender el mismo Dios: al enviar a su Hijo con nuestra carne, demuestra querer encontrarse con nosotros mediante un contacto directo, que pasa a través de los signos y los lenguajes de nuestra condición humana. Así como Él ha salido de sí mismo por amor nuestro y ha venido a «tocarnos» con su carne, también nosotros estamos llamados a salir de nosotros mismos por amor suyo e ir con humildad y fe a quien puede darnos el perdón en su nombre con la palabra y con el gesto. Sólo la absolución de los pecados que el sacerdote te da en el sacramento puede comunicarte la certeza interior de haber sido verdaderamente perdonado y acogido por el Padre que está en los cielos, porque Cristo ha confiado al ministerio de la Iglesia el poder de atar y desatar, de excluir y de admitir en la comunidad de la alianza (Cf. Mateo 18,17). Es Él quien, resucitado de la muerte, ha dicho a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Juan 20,22-23). Por lo tanto, confesarse con un sacerdote es muy diferente de hacerlo en el secreto del corazón, expuesto a tantas inseguridades y ambigüedades que llenan la vida y la historia. Tu solo no sabrás nunca verdaderamente si quien te ha tocado es la gracia de Dios o tu emoción, si quien te ha perdonado has sido tú o ha sido Él por la vía que Él ha elegido. Absuelto por quien el Señor ha elegido y enviado como ministro del perdón, podrás experimentar la libertad que sólo Dios da y comprenderás por qué confesarse es fuente de paz.
4. Un Dios cercano a nuestra debilidad
La confesión es por tanto el encuentro con el perdón divino, que se nos ofrece en Jesús y que se nos transmite mediante el ministerio de la Iglesia. En este signo eficaz de la gracia, cita con la misericordia sin fin, se nos ofrece el rostro de un Dios que conoce como nadie nuestra condición humana y se le hace cercano con tiernísimo amor. Nos lo demuestran innumerables episodios de la vida de Jesús, desde el encuentro con la Samaritana a la curación del paralítico, desde el perdón a la adúltera a las lágrimas ante la muerte del amigo Lázaro… De esta cercanía tierna y compasiva de Dios tenemos inmensa necesidad, como lo demuestra también una simple mirada a nuestra existencia: cada uno de nosotros convive con la propia debilidad, atraviesa la enfermedad, se asoma a la muerte, advierte el desafío de las preguntas que todo esto plantea el corazón. Por mucho que luego podamos desear hacer el bien, la fragilidad que nos caracteriza a todos, nos expone continuamente al riesgo de caer en la tentación.
El Apóstol Pablo describió con precisión esta experiencia: «Hay en mí el deseo del bien, pero no la capacidad de realizarlo; en efecto, yo no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Romanos 7,18s). Es el conflicto interior del que nace la invocación: «Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?» (Romanos 7, 24). A ella responde de modo especial el sacramento del perdón, que viene a socorrernos siempre de nuevo en nuestra condición de pecado, alcanzándonos con la potencia sanadora de la gracia divina y transformando nuestro corazón y nuestros comportamientos. Por ello, la Iglesia no se cansa de proponernos la gracia de este sacramento durante todo el camino de nuestra vida: a través de ella Jesús, verdadero médico celestial, se hace cargo de nuestros pecados y nos acompaña, continuando su obra de curación y de salvación. Como sucede en cada historia de amor, también la alianza con el Señor hay que renovarla sin descanso: la fidelidad y el empeño siempre nuevo del corazón que se entrega y acoge el amor que se le ofrece, hasta el día en que Dios será todo en todos.
5. Las etapas del encuentro con el perdón.
Justo porque fue deseado por un Dios profundamente «humano», el encuentro con la misericordia que nos ofrece Jesús se produce en varias etapas, que respetan los tiempos de la vida y del corazón. Al inicio, está la escucha de la buena noticia, en la que te alcanza la llamada del Amado: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Marcos 1,15). A través de esta voz el Espíritu Santo actúa en ti, dándote dulzura para consentir y creer en la Verdad. Cuando te vuelves dócil a esta voz y decides responder con todo el corazón a Quien te llama, emprendes el camino que te lleva al regalo más grande, un don tan valioso que le lleva a Pablo a decir: «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con
Dios! » (2 Corintios 5, 20).
La reconciliación es precisamente el sacramento del encuentro con Cristo que, mediante el ministerio de la Iglesia, viene a socorrer la debilidad de quien ha traicionado o rechazado la alianza con Dios, lo reconcilia con el Padre y con la Iglesia, lo recrea como criatura nueva en la fuerza del Espíritu Santo. Este sacramento es llamado también de la penitencia, porque en él se expresa la conversión del hombre, el camino del corazón que se arrepiente y viene a invocar el perdón de Dios.
El término confesión –usado normalmente– se refiere en cambio al acto de confesar las propias culpas ante el sacerdote pero recuerda también la triple confesión que hay que hacer para vivir en plenitud la celebración de la reconciliación: la confesión de alabanza («confessio laudis»), con la que hacemos memoria del amor divino que nos precede y nos acompaña, reconociendo sus signos en nuestra vida y comprendiendo mejor así la gravedad de nuestra culpa; la confesión del pecado, con la que presentamos al Padre nuestro corazón humilde y arrepentido, reconociendo nuestros pecados («confessio peccati»); la confesión de fe, por último, con la que nos abrimos al perdón que libera y salva, que se nos ofrece con la absolución («confessio fidei»). A su vez, los gestos y las palabras en las que expresaremos el don que hemos recibido confesarán en la vida las maravillas realizadas en nosotros por la misericordia de Dios.
6. La fiesta del encuentro
En la historia de la Iglesia, la penitencia ha sido vivida en una gran variedad de formas, comunitarias e individuales, que sin embargo han mantenido todas la estructura fundamental del encuentro personal entre el pecador arrepentido y el Dios vivo, a través de la mediación del ministerio del obispo o del sacerdote. A través de las palabras de la absolución, pronunciadas por un hombre pecador que, sin embargo, ha sido elegido y consagrado para el ministerio, es Cristo mismo el que acoge al pecador arrepentido y lo reconcilia con el Padre y en el don del Espíritu Santo, lo renueva como miembro vivo de la Iglesia. Reconciliados con Dios, somos acogidos en la comunión vivificante de la Trinidad y recibimos en nosotros la vida nueva de la gracia, el amor que sólo Dios puede infundir en nuestros corazones: el sacramento del perdón renueva, así, nuestra relación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, en cuyo nombre se nos da la absolución de las culpas. Como muestra la parábola del Padre y los dos hijos, el encuentro de la reconciliación culmina en un banquete de platos sabrosos, en el que se participa con el traje nuevo, el anillo y los pies bien calzados (Cf. Lucas15,22s): imágenes que expresan todas la alegría y la belleza del regalo ofrecido y recibido. Verdaderamente, para usar las palabras del padre de la parábola, «comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado» (Lucas 15, 24). ¡Qué hermoso pensar que aquél hijo podemos ser cada uno de nosotros!
7. La vuelta a la casa del Padre
En relación a Dios Padre, la penitencia se presenta como una «vuelta a casa» (este es propiamente el sentido de la palabra «teshuvá», que el hebreo usa para decir «conversión»). Mediante la toma de conciencia de tus culpas, te das cuenta de estar en el exilio, lejano de la patria del amor: adviertes malestar, dolor, porque comprendes que la culpa es una ruptura de la alianza con el Señor, un rechazo de su amor, es «amor no amado», y por ello es también fuente de alienación, porque el pecado nos desarraiga de nuestra verdadera morada, el corazón del Padre. Es entonces cuando hace falta recordar la casa en la que nos esperan: sin esta memoria del amor no podríamos nunca tener la confianza y la esperanza necesarias para tomar la decisión de volver a Dios. Con la humildad de quien sabe que no es digno de ser llamado «hijo», podemos decidirnos a ir a llamar a la puerta de la casa del Padre: ¡qué sorpresa descubrir que está en la ventana escrutando el horizonte porque espera desde hace mucho tiempo nuestro retorno!
A nuestras manos abiertas, al corazón humilde y arrepentido responde la oferta gratuita del perdón con el que el Padre nos reconcilia consigo, «convirtiéndonos» de alguna manera a nosotros mismos: « Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lucas 15,20). Con extraordinaria ternura, Dios nos introduce de modo renovado en la condición de hijos, ofrecida por la alianza establecida en Jesús.
8. El encuentro con Cristo, muerto y resucitado por nosotros
En relación al Hijo, el sacramento de la reconciliación nos ofrece la alegría del encuentro con Él, el Señor crucificado y resucitado, que, a través de su Pascua nos da la vida nueva, infundiendo su Espíritu en nuestros corazones. Este encuentro se realiza mediante el itinerario que lleva a cada uno de nosotros a confesar nuestras culpas con humildad y dolor de los pecados y a recibir con gratitud plena de estupor el perdón. Unidos a Jesús en su muerte de Cruz, morimos al pecado y al hombre viejo que en él ha triunfado. Su sangre, derramada por nosotros nos reconcilia con Dios y con los demás, abatiendo el muro de la enemistad que nos mantenía prisioneros de nuestra soledad sin esperanza y sin amor. La fuerza de su resurrección nos alcanza y transforma: el resucitado nos toca el corazón, lo hace arder con una fe nueva, que nos abre los ojos y nos hace capaces de reconocerle junto a nosotros y reconocer su voz en quien tiene necesidad de nosotros. Toda nuestra existencia de pecadores, unida a Cristo crucificado y resucitado, se ofrece a la misericordia de Dios para ser curada de la angustia, liberada del peso de la culpa, confirmada en los dones de Dios y renovada en la potencia de su Amor victorioso. Liberados por el Señor Jesús, estamos llamados a vivir como Él libres del miedo, de la culpa y de las seducciones del mal, para realizar obras de verdad, de justicia y de paz.
9. La vida nueva del Espíritu
Gracias al don del Espíritu que infunde en nosotros el amor de Dios (Cf. Romanos 5,5), el sacramento de la reconciliación es fuente de vida nueva, comunión renovada con Dios y con la Iglesia, de la que precisamente el Espíritu es el alma y la fuerza de cohesión. El Espíritu empuja al pecador perdonado a expresar en la vida la paz recibida, aceptando sobre todo las consecuencias de la culpa cometida, la llamada «pena», que es como el efecto de la enfermedad representada por el pecado, y que hay que considerarla como una herida que curar con el óleo de la gracia y la paciencia del amor que hemos de tener hacia nosotros mismos. El Espíritu, además, nos ayuda a madurar el firme propósito de vivir un camino de conversión hecho de empeños concretos de caridad y de oración: el signo penitencial requerido por el confesor sirve justamente para expresar esta elección. La vida nueva, a la que así renacemos, puede demostrar más que cualquier otra cosa la belleza y la fuerza del perdón invocado y recibido siempre de nuevo («perdón» quiere decir justamente don renovado: ¡perdonar es dar infinitamente!) Te pregunto entonces: ¿por qué prescindir de un regalo tan grande? Acércate a la confesión con corazón humilde y contrito y vívela con fe: te cambiará la vida y dará paz a tu corazón. Entonces, tus ojos se abrirán para reconocer los signos de la belleza de Dios presentes en la creación y en la historia y te surgirá del alma el canto de alabanza.
Y también a ti, sacerdote que me lees y que, como yo, eres ministro del perdón, querría dirigir una invitación que me nace del corazón: está siempre pronto –a tiempo y a destiempo–, a anunciar a todos la misericordia y a dar a quien te lo pide el perdón que necesita para vivir y morir. Para aquella persona, ¡podría tratarse de la hora de Dios en su vida!
10. ¡Dejémonos reconciliar con Dios!
La invitación del apóstol Pablo se convierte, así, también en la mía: lo expreso sirviéndome de dos voces distintas. La primera, es la de Friedrich Nietzsche, que, en su juventud, escribió palabras apasionadas, signo de la necesidad de misericordia divina que todos llevamos dentro: «Una vez más, antes de partir y dirigir mi mirada hacia lo alto, al quedarme solo, elevo mis manos a Ti, en quien me refugio, a quien desde lo profundo del corazón he consagrado altares, para que cada hora tu voz me vuelva a llamar… Quiero conocerte, a Ti, el Desconocido, que penetres hasta el fondo del alma y como tempestad sacudas mi vida, tú que eres inalcanzable y sin embargo semejante a mí! Quiero conocerte y también servirte» («Scritti giovanili», «Escritos Juveniles» I, 1, Milán 1998, 388). La otra voz es la que se atribuye a san Francisco de Asís, que expresa la verdad de una vida renovada por la gracia del perdón:
Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar.
Son éstos los frutos de la reconciliación, invocada y acogida por Dios, que auguro a todos vosotros que me leéis. Con este augurio, que se hace oración, os abrazo y bendigo uno a uno.
PARA EL EXAMEN DE CONCIENCIA
Prepárate a la confesión si es posible a plazos regulares y no demasiado lejanos en el tiempo, en un clima de oración, respondiendo a estas preguntas bajo la mirada de Dios, eventualmente verificándolo con quien pueda ayudarte a caminar más rápido en la vía del Señor:
1. «No tendrás otro Dios fuera de mí» (Dt 5,7). «Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt 22,37). ¿Amo así al Señor? ¿Le doy el primer lugar en mi vida? Me empeño en rechazar todo ídolo que puede interponerse entre El y yo, ya sea el dinero, el placer, la superstición o el poder? ¿Escucho con fe su Palabra? ¿Soy perseverante en la oración?
2. «No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios» (Dt 5,11). ¿Respeto el nombre santo de Dios? ¿Abuso al referirme a Él ofendiéndole o sirviéndome de Él en lugar de servirlo? ¿Bendigo a Dios en cada uno de mis actos? ¿Me remito sin reservas a su voluntad sobre mí, confiando totalmente en Él? ¿Me confío con humildad y confianza a la guía y a la enseñanza de los pastores que el Señor ha dado a su Iglesia? ¿Me empeño en profundizar y nutrir mi vida de fe?
3. «Santificarás las fiestas» (cf. Dt 5,12-15). ¿Vivo la centralidad del domingo, empezando por su centro que es la celebración de la eucaristía, y los otros días consagrados al Señor para alabarlo y darle gracias para confiarme a Él y reposar en Él? ¿Participo con fidelidad y empeño en la liturgia festiva, preparándome a ella con la oración y esforzándome en obtener fruto durante toda la semana? ¿Santifico el día de fiesta con algún gesto de amor hacia quien lo necesita?
4. «Honra a tu padre y a tu madre» (Dt 5,16). ¿Amo y respeto a quienes me han dado la vida? ¿Me esfuerzo por comprenderles y ayudarles, sobre todo en su debilidad y sus límites?
5. «No matar» (Dt 5,17). ¿Me esfuerzo por respetar y promover la vida en todas sus etapas y en todos sus aspectos? ¿Hago todo lo que está en mi poder por el bien de los demás? ¿He hecho mal a alguien con la intención explícita de hacerlo? «Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22,39). ¿Cómo vivo la caridad hacia el prójimo? ¿Estoy atento y disponible, sobre todo hacia los más pobres y los más débiles? ¿Me amo a mí mismo, sabiendo aceptar mis límites bajo la mirada de Dios?
6. «No cometerás actos impuros» (cf. Dt 5,18). «No desearás la mujer de tu prójimo» (Dt 5,21). ¿Soy casto en pensamientos y actos? ¿Me esfuerzo en amar con gratuidad, libre de la tentación de la posesión y de los celos? ¿Respeto siempre y en todo la dignidad de la persona humana? ¿Trato mi cuerpo y el cuerpo de los demás como templo del Espíritu Santo?
7. «No robar» (Dt 5,19). «No desear los bienes ajenos» (Dt 5,21). ¿Respeto los bienes de la creación? ¿Soy honesto en el trabajo y en mis relaciones con los demás? ¿Respeto el fruto de trabajo de los demás? ¿Soy envidioso del bien de los otros? ¿Me esfuerzo en hacer a los otros felices o pienso sólo en mi felicidad?
8. «No pronunciar falso testimonio» (Dt 5,20). ¿Soy sincero y leal en cada palabra y acción? ¿Testimonio siempre y sólo la verdad? ¿Trato de dar confianza y actúo en modo de merecerla?
9. ¿Me esfuerzo en seguir a Jesús en la vía de mi entrega a Dios y a los demás? ¿Trato de ser como Él humilde, pobre y casto?
10. ¿Encuentro al Señor fielmente en los sacramentos, en la comunión fraterna y en el servicio a los más pobres? ¿Vivo la esperanza en la vida eterna, mirando cada cosa a la luz del Dios que llega y confiando siempre en sus promesas.
«¡Jóvenes sean originales!»
La mirada del Papa Francisco puesta en la JMJ Lisboa 2023
A través de un videomensaje el Papa Francisco habla desde el corazón a los jóvenes que están preparándose para participar en la próxima Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en 2023, en Lisboa, Portugal.«Estoy deseando que llegue agosto de 2023. Falta un año y unos meses. Estoy mirando a Portugal, estoy mirando a Lisboa, estoy mirando a Fátima; estoy mirando al encuentro de todos ustedes», dice el Santo Padre, recordando que, tanto en Portugal como en tantos otros países, muchos chicos y chicas que trabajan como voluntarios de este gran evento, «¡miran en la misma dirección!. Hagan que la JMJ sea un evento creativo y con vida. Asimismo, el Papa señala que no atravesamos un tiempo fácil ya que «vamos de crisis en crisis».
«Salimos de la crisis de la pandemia, llegamos a una crisis económica y ahora estamos en la crisis de la guerra, ¡que es uno de los peores males que pueden ocurrir!», afirma el Pontífice alentando a todos a prepararse en medio de todas estas crisis y ayudar para que el evento de agosto de 2023 sea un evento joven, «un evento fresco, un evento con vida, un evento con fuerza, un evento creativo».
Jóvenes: «Sean originales y no fotocopias»
«No vivan a la sombra de los otros encuentros. Ustedes deben crear el encuentro. Si no son creativos, si no son poetas, este encuentro no saldrá bien, no será original, será una fotocopia de los otros encuentros», indica Francisco, citando como ejemplo las palabras del joven beato italiano, Carlo Acutis:
«Cada uno debe ser un original, no una fotocopia. Y el encuentro debe ser original, con la contribución de todos. Deben crearlo. Ánimo y sigan adelante».
Las crisis se superan juntos Por otra parte, en su video el Santo Padre hace hincapié en que las crisis se superan juntos, no solos y nos ponen a prueba para que podamos salir mejor: «No salimos igual de las crisis: o salimos mejor o peor. Y el desafío que tenemos por delante es salir mejor. Y lo mejor de ustedes es que sean creativos: ¡sean creativos, sean poetas! Hagan esta poesía de la creatividad mirando hacia agosto de 2023».
Sacar lo mejor de cada uno
Finalmente, Francisco recuerda a los chicos y chicas que reza por todos ellos, tanto por los que irán presencialmente a la JMJ, como por los que participarán a través de los medios digitales: «Rezo para que esta sea un encuentro fructífero. Que cada uno de nosotros salga mejor que cuando llegó. Les pido, por favor, que recen por mí, porque yo también necesito que me apoyen con la oración. ¡Que Jesús los bendiga y que la Virgen los proteja! Nos vemos en agosto», concluye el Papa.
Cuaresma en Acción, 40 días, 40 desafíos
Calendario de Cuaresma
Por: http://catolicosconaccion.com | Fuente: http://catolicosconaccion.com
“Haz mi corazón semejante al tuyo” lema de Cuaresma con Acción
“Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón… Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.” Papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2015.
Una nueva Cuaresma, una nueva oportunidad de crecer en la fe, y en este año 2015 también de ¡fortalecer nuestro corazón! Al igual que en el 2014, Católicos con Acción desea proponer en esta ocasión a nuestra gran comunidad virtual y a la Iglesia toda, una sencilla herramienta para vivir esta Cuaresma de una manera diferente, una Cuaresma con Acción y, esta vez, ¡DE CORAZÓN!
El Cuaresmario 2015 de Católicos con Acción es una herramienta sencilla en su presentación, fácil de comprender, pero retadora en su vivencia; haciendo eco del Mensaje del Papa Francisco para esta Cuaresma 2015, hemos querido que la Cuaresma con Acción sea en esta ocasión una oportunidad para “fortalecer nuestros corazones” (Santiago 5, 8). En comunión con el llamado del Santo Padre a todos los cristianos, Católicos con Acción se une a la plegaria de la Iglesia, que en esta Cuaresma pide al Señor Jesús “haz mi corazón semejante al tuyo”; un “corazón fuerte y firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios”.
Este año la Cuaresma con Acción nos invita a algo más que cumplir un desafío diario; es una invitación a que el cristiano católico ponga su mirada en el Crucificado que viene a su encuentro y le pide que también salga al encuentro del hermano; porque como cristianos no podemos dejarnos llevar por la “globalización de la indiferencia”, más bien, sostenidos por la Cruz de Cristo, debemos ser pequeñas islas de misericordia en medio de mares de indiferencia.
La Cuaresma con Acción es una invitación a ser Iglesia, peregrina y misionera, en comunión toda, depositaria y obrante de la misericordia divina. Es una invitación a hacer y meditar, y a que día con día, cada hermano deje que el Señor moldee su corazón: “Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro” (Papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2015).
Cuaresma con Acción, 40 días, 40 desafíos; además de la herramienta gráfica del Cuaresmario, Católicos con Acción compartirá diariamente el desafío del día, una pequeña explicación sobre el mismo, así como sugerencias de cómo llevarlo a la práctica; también se compartirá el Evangelio del día, acompañado de una pequeña reflexión que una nuestro actuar a la fe. Invitamos a todos los Católicos con Acción que desde cualquier lugar compartan con nosotros su caminar con el Cuaresmario, para que con su testimonio animen a otros a unirse a esta iniciativa y que tantos hermanos nuestros también tengan la oportunidad de, en esta Cuaresma, fortalecer sus corazones en el Señor Jesús.
Esta herramienta es de toda la Iglesia y para la gloria de Dios; por ende puedes (y debes) compartirla en las Parroquias, comunidades eclesiales, colegios, escuelas, grupos juveniles, movimientos, pastorales, familias… y no te olvides sobre todo de compartirla con aquel hermano tuyo que necesite en este momento fortalecer su corazón: “La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad” (Papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2015). ¿Estás listo para vivir esta Cuaresma con Acción? Desafíate a ti mismo y deja que Jesús transforme tu corazón.
Novena a San José
Oraciones para cada día a San José, Patriarca y Protector de la familia y de la Iglesia. Del 10 a 18 marzo
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Por la señal, …
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre, Redentor mío, por ser Tu quien eres, bondad infinita y por que te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido,también me pesa porque puedes castigarme con las penas del infierno. Animado con tu divina gracia, propongo firmemente nunca mas pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta, para el perdón de mis pecados. Amén
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos. a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús, José y María, os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Antífona. Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración. Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
1er. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús así como consolaste a tu padre amado en las perplejidades e incertidumbres que tuvo, dudando si abandonar a tu Santísima Madre su esposa, así te suplicamos humildemente por intercesión de San José nos concedas mucha prudencia y acierto en todos los casos dudosos y angustias de nuestra vida, para que siempre acertemos con tu santísima voluntad.
Terminar con la oración final para todos los días.
2o. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu padre amado en la pobreza y desamparo de Belén, con tu nacimiento, y con los cánticos de los Ángeles y visitas de los pastores, así también te suplicamos humildemente por intercesión de San José, que nos concedas llevar con paciencia nuestra pobreza y desamparo en esta vida, y que alegres nuestro espíritu con tu presencia y tu gracia, y la esperanza de la gloria.
Terminar con la oración final para todos los días.
3er. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu amado padre en el doloroso misterio de la Circuncisión, recibiendo de él el dulce nombre de Jesús, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, nos concedas pronunciar siempre con amor y respeto tu santísimo nombre, llevarlo en el corazón, honrarlo en la vida, y profesar con obras y palabras que tú fuiste nuestro Salvador y Jesús.
Terminar con la oración final para todos los días.
4o. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu padre amado de la pena que le causó la profecía de Simeón, mostrándole el innumerable coro de los Santos, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José que nos concedas la gracia de ser de aquellos para quienes tu sirves, no de ruina, sino de resurrección, y que correspondamos fielmente a tu gracia para que vayamos a tu gloria.
Terminar con la oración final para todos los días
5o. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús, así como tu amado padre te condujo de Belén a Egipto para librarte del tirano Herodes, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que nos libres de los que quieren dañar nuestras almas o nuestros cuerpos, nos des fortaleza y salvación en nuestras persecuciones, y en medio del destierro de esta vida nos protejas hasta que volemos a la patria celestial.
Terminar con la oración final para todos los días.
6o. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús así como tu padre amado te sustentó en Nazaret, y en cambio tú le premiaste en tu santísima compañía tantos años, con tu doctrina y tu dulce conversación, así te rogamos humildemente, por intercesión de San José nos concedas el sustento espiritual de tu gracia, y de tu santa comunión, y que vivamos santa y modestamente, como tú en Nazaret.
Terminar con la oración final para todos los días.
7o. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús, así como por seguir la voluntad de tu padre celestial permitiste que tu amado padre en la tierra padeciese el vehementísimo dolor de perderte por tres días, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que antes queramos perder todas las cosas y disgustar a cualquier amigo, que dejar de hacer tu voluntad; que jamás te perdamos a ti por el pecado mortal, o que si por desgracia te perdiésemos te hallemos mediante una buena confesión.
Terminar con la oración final para todos los días.
8o. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús, que en la hora de su muerte consolaste a tu glorioso padre, asistiendo juntamente con tu Madre su esposa a su última agonía, te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que nos concedas una muerte semejante a la suya asistido de tu bondad, de tu Santísima Madre y del mismo glorioso Patriarca protector de los moribundos, pronunciando al morir vuestros santísimos nombres, Jesús, María y José.
Terminar con la oración final para todos los días.
9o. Día
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Oh benignísimo Jesús, así como has elegido por medio de tu Vicario en la tierra a tu amado padre para protector de tu Santa Iglesia Católica, así te suplicamos humildemente por intercesión de San José, nos concedas el que seamos verdaderos y sinceros católicos, que profesemos sin error la fe católica, que vivamos sin miedo una vida digna de la fe que profesamos, y que jamás puedan los enemigos ni aterrarnos con persecuciones, ni con engaños seducirnos y apartamos de la única y verdadera religión que es la Católica.
Terminar con la oración final para todos los días.
Conoce al mártir vietnamita santo Domingo Câm
Public domain
Este sacerdote atendió a las personas incluso en los últimos días de su vida en la cárcel
Nació en Cam-Chuong, en la provincia de Tonkín (Vietnam), en el año 1800 en una familia pagana. En la adolescencia se convirtió al cristianismo, y quiso bautizarse con el nombre de Domingo.
Ingresó en la Orden Tercera de Santo Domingo y ya como sacerdote destacó por su infatigable y heroico trabajo durante la persecución religiosa de 1851.
Alguien denunció a Domingo Câm ante el mandarín de la provincia y este dio orden de busca y captura.
Lo encarcelaron en Ha-Lan el 29 de enero de 1859. Trasladado a Hung-Yên, allí fue acusado de profesar una religión prohibida.
El juez quería salvarlo, pero Domingo se negaba a renegar de la fe en Dios.
En la cárcel, confortaba a los que lo visitaban y los alentaba a permanecer en la fe.
Finalmente fue condenado a muerte por el emperador Tu Duc, y decapitado el 11 de marzo de 1859.
Oración
Padre celestial:
Mantén a tus hijos en Vietnam a salvo,
provee para todas sus necesidades
y abre oportunidades para la comunión con otros cristianos.
Ayuda a los creyentes a mantenerse firmes en su fe
a pesar de la tremenda presión que a menudo sufren,
y usa su testimonio para inspirar a otros a entregar sus vidas a Jesús,
siguiendo el ejemplo de testimonios como el de santo Domingo Câm.
Trabaja en los corazones de los gobernantes locales,
para que sus corazones se ablanden hacia los cristianos
e influyan en la forma en que otros tratan a los cristianos.
Amén.