Hechos 5:12-16 / Apocalipsis 1:9-11a.12-13.17-19 / Juan 20:19-31
Queridos hermanos y hermanas en la fe:
La mañana del domingo, cuando las mujeres fueron hacia el sepulcro con los aceites aromáticos, vieron que la piedra había sido movida y que el cuerpo de Jesús no estaba allí donde lo habían depositado. Dos ángeles se les aparecieron y les dijeron: «No está aquí: ha resucitado». Con este pasaje pascual, las Sagradas Escrituras nos muestran el gran testimonio de la resurrección de Jesús: el sepulcro vacío. Efectivamente, el sepulcro vacío ha cambiado la historia del mundo. Si aquella mañana del domingo las mujeres lo hubiesen encontrado todo tal y como lo dejaron, el destino de la humanidad sería el más triste que nunca pudiéramos imaginar. Pero afortunadamente no fue así: el sepulcro estaba vacío.
Cuando, después de la muerte de Jesús, hicieron rodar la piedra y sellaron el sepulcro, una gran oscuridad y un silencio absoluto reinaron en el interior de la tumba. Se cumplió entonces lo que sentimos durante la lectura de la pasión del Domingo de Ramos: «Ahora las tinieblas tienen el poder». Jesús debía morir, no de forma ficticia o simbólica, sino realmente, en toda su crudeza. Entonces, por un instante, sólo por un instante, oímos cuál es la frialdad de una vida sin Dios, una vida sin esperanza. El mundo experimentó lo descrito por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: «¿Qué ha pasado cuando hemos liberado la tierra de su sol? ¿No estamos cayendo? ¿No vagamos a través de lo infinito? ¿No sentimos el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No se oscurece todo cada vez más?».
Hacía falta que la oscuridad ahogara la luz, era necesario que el silencio destruyera la palabra. Sólo así la esperanza podía regresar al mundo. ¿Qué ocurrió esa noche? Sólo ella lo sabe. Así lo cantábamos en el pregón pascual: «¡Oh noche bienaventurada! Sólo tú supiste la hora en que Cristo resucitó de entre los muertos». El gran misterio quedó en el secreto del interior de esa tumba. Pero sí sabemos una cosa: cuando todo era caótico y desolado, y las tinieblas cubrían el sepulcro, Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió. Y así como al principio de los tiempos Dios nos había creado para la vida en ese mundo; dentro del sepulcro, Dios nos recrea para la vida eterna.
Efectivamente, nos cuenta el libro del Génesis, que Dios cogió barro y lo transformó en el primer hombre, Adán. Ahora, dentro del sepulcro, Dios toma el cuerpo humano de Jesús y lo transforma para la resurrección. Cristo, el nuevo Adán, abría así el camino para toda la humanidad. Desde ese momento, todos nosotros estamos llamados a formar parte de ese cuerpo glorioso de Cristo. Nuestra pobre existencia está llamada ahora a compartir la vida eterna y divina de Dios. Cuando el cuerpo inerte de Jesús entraba por el umbral del sepulcro, Adán y Eva salían del paraíso; cuando el cuerpo glorioso de Cristo entraba triunfante en el paraíso, Adán y Eva salían de sus sepulcros para vivir eternamente.
Los ángeles que estaban cerca de la tumba vacía dijeron: «No está aquí: ha resucitado». Y, al mismo tiempo, aquellos otros ángeles que estaban junto a las puertas del Edén y vieron cómo nuestros primeros padres fueron expulsados, ahora ven venir hacia ellos el Cristo triunfante que lleva en la mano la cruz, que es la única llave que puede abrir de nuevo las puertas del paraíso. Es aquel Cristo de quien nos hablaba el libro del Apocalipsis: «No tengas miedo. Yo soy el primero y el último. Soy el que vive: Yo que estaba muerto, ahora vivo para siempre y tengo las llaves de la muerte y de su reino».
Queridos hermanos y hermanas, alegrémonos, ¡la tumba está vacía! ¡Cristo ha resucitado! ¡El Señor ha vencido su muerte! ¡El Señor ha vencido nuestra muerte! No seamos incrédulos como Tomás, seamos creyentes. ¡Confiamos en el Señor!
Apocalipsis significa en griego ¨develar¨. Tomar el velo, quitarlo – REVELACION. No es entonces sobre el fin del mundo físico. Sugiero que es un lenguaje simbólico, mas bien algo que está siendo revelado en este texto, algo que estaba oculto nos está siendo revelado. Si el Apocalipsis, fuera el fin del universo físico, si estuviera describiendo como sería aquello, entonces de lo que nos habla es de UN MUNDO NUEVO que nace de la Resurrección de entre los muertos.
JESUS QUE RESUCITA, significa que el orden nuevo del mundo es alterado, si tal cual quita el velo a algo revela el mundo, que Dios quiere que nazca de las ruinas del viejo. Creo que este es el modo de abordar este texto con toda la introducción en mente, pero miremos detenidamente la lectura de hoy Domingo II de Pascua. En el comienzo mismo mismo escuchábamos esto Ën la isla de Patmos, por haber predicado la Palabra de Dios y haber dado testimonio de JESUS. Quien está hablando aquí: El se identifica como Juan, Juan el Evangelista. Pero quiero llevar su atención de que está en la isla de Patmos, era una especie de penal y colinda, un lugar donde Roma enviaba a prisioneros peligrosos y debían ser aislados, porque Roma les teme… sin duda porque están proclamando el señorío de JESUS RESUCITADO de entre los muertos. Los romanos sabían lo revolucionario que era ese mansaje, y sabían que el mundo viejo se estaba desmoronado y es por esta razón que nuestro autor está en la isla de Patmos.
Juan nos dice que un Domingo, es muy importante que no lo pasemos rápidamente por alto. El Domingo es el Día del Señor, día de la Resurrección y cual es la revelación de este Mundo Nuevo, era el día en que los cristianos se reunían a rezar y adorar. Los judíos se habrían reunido en el Shabá. Los cristianos dijeron, no es el siguiente día el de la Resurrección, así que Juan va a contando sobre algo, Dice caí en extasis, es lo que nos sucede cuando rezamos, quedamos absortos en el Espíritu de Xto. Somos atraídos como si fuera del mundo ordinario elevándonos a una contemplación del mundo más elevada, está sumido en la oración, a un momento de arrebato místico, y luego escucha una voz como una trompeta, que le dici que escriba lo que escucha. Se vuelve a ver quien le está hablando y dice: ¨Vi siete lámparas y en medio de ellas un hombre vestido de larga túnica, ceñida a la altura del pecho con una franja de oro. Si esto lo oímos en pleno siglo XXI y decimos no se que significa. Pero creanme, a ningún judío del siglo primero, leyendo este texto se le habrían escapado estas referencias. ¿Qué es la larga túnica? Ese es el Efod de un Sacerdote del Templo. La Persona que ve es un Sacerdote, recuerden que él está en éxtasis, la franja dorada es un signo real. Es un Sacerdote que le rinde a Dios una alabanza correcta y es una Rey que está ejerciendo una nueva especie de autoridad y poder en el mundo. Sigamos avanzando ahora. Está parado entre las siete lámparas de oro -la Menorá- el candelabro de los siete brazos que era uno de los accesorios del Templo. Lo que se está realizando aquí es que este Sacerdote en el Templo que es el lugar donde habitaba Dios el Dios de Israel. El lugar donde el cielo y la tierra se unen y ven cuan cristológicamente rico es todo este simbolismo. El escucha una voz y se vuelve a mirar y ve AL SACERDOTE AL REY que está entre la lámparas al Dios de Israel en persona. El templo el lugar de la alabanza correcta, porque él ha introducido un nuevo orden y los Cristianos entendieron el poder y la importancia de la persona de JESUS es el Dios de Israel en Persona. Juan ha sido invitado por Dios a este lugar de reunión. El le pone la mano sobre él hy le dice ¨No temas yo soy el primer y el último, yo soy el que vive, estuve muerto y ahora como ves estoy vivo por los siglos de los siglos. JESUS entonces. Acaso no es hermoso la palabra que ya se ha señalado -NO TEMAS- y son 365 veces las que se mencionan en la Biblia una por cada día del año. Es la palabra que el día de la Resurrección les dijo a sus Apóstoles.
Todo el libro del Apocalipsis se va desplegar como una meditación sobre el poder y significado de la Resurrección. ¨Estuve muerto y ejecutado por el poder de Roma, por un mundo caído y ahora como ves estoy vivo para siempre pero ahora estoy vivo por el Poder del PADRE. Se va a ver el mundo viejo derrumbándose se va a ver como un terremoto o inundación, la gente misma que ejecutó a este JESUS. Este mundo se está desplomando y el nuevo llega a la existencia. Es el libro del Apocalipsis.
FIESTA DE SAN MARCOS, EVANGELISTA
MARCOS 16, 15-20
Amigos, el Evangelio de hoy nos trae un relato muy lacónico de Marcos sobre la Ascensión: “Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”. Deberíamos pensar que Jesús va a su lugar celestial para reinar sobre la tierra.
No hay que tomar esto literalmente, ya que no hay sillas en el cielo, pero si tomarlo muy en serio. Lo que Marcos sugiere es que Jesús ahora está reinando; Él está como un rey en su trono. Esto significa que Él está dirigiendo las cosas de la tierra desde su lugar en el Cielo. Nuevamente, no pienses en esto espacialmente, como si el Cielo estuviera muy lejos. Piensa en el Cielo como una dimensión que se superpone con la tierra, y que tiene un impacto sobre la tierra.
Y esta es la razón por la cual la Ascensión nos obliga a enfrentar una pregunta clave: ¿A quién finalmente obedecemos? ¿A quién servimos en definitiva? ¿Quién es el rey de nuestras vidas? Legítimamente obedecemos a todo tipo de figuras, políticas, culturales, artísticas, etc., pero siempre hay un rey supremo, alguien (o algo) cuyas órdenes de marcha nosotros seguimos.
Marcos, Santo
Memoria Litúrgica, 25 de abril
Evangelista
Martirologio Romano: Fiesta de san Marcos, evangelista, que primero acompañó en Jerusalén a san Pablo en su apostolado, y después siguió los pasos de san Pedro, quien lo llamó su hijo. Es tradición que en Roma recogió en su Evangelio la catequesis de Pedro a los romanos y que fue él quien instituyó la Iglesia de Alejandría, en el actual Egipto. († c.68)
Etimológicamente: Marco = Aquel que es recio como un martillo, o nombre relativo al dios Marte, es de origen latino
Breve Biografía
Patrón de los abogados, notarios, artistas de vitrales, cautivos, de Egipto, Venecia, contra la impenitencia y las picadas de insectos.
San Marcos es judío de Jerusalén, acompañó a San Pablo y a Bernabé, su primo, a Antioquia en el primer viaje misionero de estos (Hechos 12, 25); también acompañó a Pablo a Roma.
Se separó de ellos en Perga y regresó a su casa. (Hechos 13,13). No sabemos las razones de esa separación pero si sabemos que causó una separación posterior entre San Pablo y Bernabé, cuando San Pablo rehusó aceptar a San Marcos. Bernabé se enojó tanto que rompió su asociación misionera con San Pablo y se fue a Chipre con Marcos (Hechos 15,36-39). Años mas tarde San Pablo y San Marcos volvieron a unirse en un viaje misionero.
Fue discípulo de San Pedro e intérprete del mismo en su Evangelio, el segundo Evangelio canónico (el primero en escribirse). San Marcos escribió en griego con palabras sencillas y fuertes. Por su terminología se entiende que su audiencia era cristiana. Su Evangelio contiene historia y teología. Se debate la fecha en que lo escribió, quizás fue en la década 60-70 AD.
Juntos con Pedro fue a Roma. San Pedro por su parte se refería a San Marcos como «mi hijo» (1P 5,13).
A veces el Nuevo Testamento lo llama Juan Marcos (Hechos 12,12).
Evangelizó y estableció a la Iglesia en Alejandría, fundando allí su famosa escuela cristiana.
Murió mártir aprox. el 25 de abril del 68 AD en Alejandría y sus reliquias están en la famosa catedral de Venecia.
Su símbolo es el león alado. Tanto este símbolo como el de los otros tres evangelistas (Apoc. 4, 7-8), son muy antiguos. De ellos hablan San Jerónimo y San Agustín, explicando que San Marcos, en su primer capítulo, habla de Juan el Bautista en el desierto y el león es el rey del desierto (Mc. 1,3).
En Venecia se veneran, en la preciosa catedral de su mismo nombre, los restos mortales del evangelista, cuyo traslado de Alejandría se remonta al siglo IX.
El Evangelio se escribe con la vida
Santo Evangelio según san Marcos 16,15-20. San Marcos Evangelista
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Permíteme encontrarte, Señor Jesús. Tú, que me has dado una misión en la Iglesia y en la sociedad, dame tu luz para saber qué debo hacer. Concédeme también tu gracia y apoyo para realizar tu voluntad. Gracias, Señor, por haberme llamado a ser tu testigo y confiar en mí. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 16,15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrogarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos».
El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La oración es un encuentro personal con Cristo. Y hoy le debemos este encuentro a san Marcos. Él pudo acompañar a Pedro y Pablo en sus viajes apostólicos. Escuchó atentamente su anuncio de la Buena Nueva y puso todo en un libro, el Evangelio. San Marcos nos ha dejado un maravilloso testimonio de Jesús. Y dos mil años después seguimos nutriéndonos con lo que escribió.
A nosotros nos toca escribir también un Evangelio para transmitir a las generaciones que vienen; pero no en papel, ni en formato electrónico, sino con la propia vida. Así fue el Evangelio que predicó san Pedro y el resto de los Apóstoles: dejaron su casa en Galilea para estar con el Señor. Tres años después, son testigos de su pasión, muerte y resurrección. Se encontraron así con aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida. Y no podían callar este encuentro; a los cincuenta días de la Pascua salieron a las plazas y las calles de Jerusalén para anunciar la salvación que nos trajo Cristo.
Como su maestro, curaron paralíticos, expulsaron demonios, resucitaron muertos. Pero, sobre todo, fundaron la Iglesia, un signo ante el mundo de “un solo corazón y una sola alma” (He 4, 32). Años más tarde, incluso en Roma se hablaba de los cristianos: “Mirad cómo se aman”. Como dice el Papa Francisco:
«Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy» (Homilía, 3 de abril 2016).
Es tarea personal, sí, pero ¿depende todo de nuestras fuerzas? Ciertamente que no, y por eso le pedimos todos los días, «¡Venga tu Reino!» Nos dice el Evangelio de hoy: «El Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Y siempre lo hace, si somos dóciles a su acción.
«Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy. Lo podemos hacer realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano. Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios. Se sigue así aquello que cumplió Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la misericordia del Padre, exhaló sobre ellos el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría».
(S.S. Francisco, 3 de abril del 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy daré una limosna para ayudar a los pobres.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Marcos, el autor del Segundo Evangelio
Biografía del apóstol que fue intérprete de Pedro.
Año 42 de la Era cristiana. Estamos en el equinoccio de primavera. La Iglesia recién nacida, sufre persecución, sangre y terror. Herodes, para agradar a los judíos, ha degollado a Santiago. Pedro está en la cárcel. Los cristianos velan y oran en la ansiedad. Ya son tantos, que no caben en un solo cenáculo. Se reúnen por grupos en las casas más espaciosas y hospitalarias, como ésta, situada cerca de la Torre Antonia, que es la prisión donde Pedro está encarcelado, que es la misma en la que Jesús estuvo apresado. Son las tres de la mañana. Los cristianos recitan salmos, rezan afligidos la oración del Padre Nuestro, comentan preocupados con el pensamiento en la cárcel de Pedro. Toda la Iglesia está rezando por él. En esto, llaman a la puerta y la inquietud se convierte en miedo. Sale a abrir la criada Rodé, rosa en griego. Sin abrir la puerta, regresa llena de alegría, y les susurra: «Es Pedro.» Siguen golpeando la puerta. Rode abre y allí está Pedro embozado en su manto. Entra, toma resuello y cuenta que el ángel le ha librado, besa a los hermanos, y se aleja de la ciudad huyendo del peligro de su búsqueda cuando se alerten de su celda vacía en la cárcel. Probablemente se va a Antioquia. Otros sostienen que a Roma.
AQUEL MUCHACHO JOVEN
Allí está Juan Marcos, vive allí. Está en su casa. Casa con prestigio, fe y “ágape”, amor, caridad. Tiene una sala amplia y bien amueblada. Es la casa de María, madre de Juan Marcos. Un hogar judío, pero con gustos helenizantes. Aquel muchacho joven tiene dos nombres, Juan para los judíos, sus compatriotas, y Marcos para los grecorromanos, desciende de Chipre. Allí tiene familia, y el chipriota Bernabé es primo suyo. También habla griego, lo que le será muy útil para difundir el evangelio, cuando acompañe a Pablo y Bernabé en la primera misión por las ciudades de Asia. Él no predica. Le han encargado la administración, recibe las limosnas, busca alojamiento, paga los gastos y ayuda a los misioneros. Al llegar a Perge de Panfilia, Pablo decide viajar más a dentro, atravesando la cordillera del Taurus, lo que suponía un cambio en todos los sentidos. Había que pasar de Tarso y Antioquia de Siria, situadas a 80 metros sobre el nivel del mar, a Antioquia de Pisidia con una altura de 1200 metros, con escasa provisión de víveres, pan duro mojado en agua, un puñado de aceitunas, y lo que ofrecía la naturaleza.
Tal vez su timidez joven no llegó a congeniar con la audacia de Pablo. Tal vez se ha sentido molesto porque su primo Bernabé ha perdido la iniciativa que ha recaído ya en Pablo, le deja y se vuelve a Jerusalén, preocupado también por estar tanto tiempo sin noticias de su madre. Añora su casa, sus comodidades, su vida tranquila, frente a los peligros que acechan a los misioneros intrépidos, peligros en el mar, peligros de ladrones, peligros en las altas montañas. Se embarcó para Cesarea y de allí a Jerusalén. Marcos venció más tarde este acceso de flaqueza juvenil y se convirtió en valioso colaborador de Pablo en la cárcel Mamertina en Roma, “el hombre muy útil para el ministerio” (2 Tm 4, 11).
EL DOLOR DE PABLO
La deserción del joven Marcos lastimó profundamente a Pablo. Pasados los años, aún sentía el dolor. Tuvo a Marcos por pusilánime y pensó que “El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el trabajo del reino de los cielos (Lc 9, 62). Pero detrás de la resolución de volverse en Marcos había otra causa más profunda, que no quiso expresar y que tampoco expresa Lucas.
Marcos se había criado en Jerusalén en medio de los antiguos apóstoles, en la tradición judía, a la que la joven Iglesia se sentía muy unida y que Pablo estaba resuelto a separar de la sinagoga. De hecho Marcos era el más fiel discípulo de Pedro. Era su intérprete griego, y quería seguir siéndolo. Pedro le llama “su hijo Marcos” (1 Pe 5, 13).
Marcos camina ahora junto a Pedro recogiendo las palabras de aquel hombre, que le había enseñado a amar a Jesús. Pertenecía a esas almas admirables que brillan en segunda fila, o que saben permanecer en la penumbra para consagrarse a la gloria de un maestro, mereciendo así el premio de la modestia y haciendo su acción más fecunda, aunque menos personal. El pescador de Betsaida, escogido por Cristo no llegó a hablar con facilidad el griego. Pero a su lado estaba el hombre abnegado, el discípulo amable, dispuesto a transmitir su pensamiento en las reuniones de la primitiva comunidad de Roma. Y Marcos, al lado del apóstol, traducía sus palabras, identificándose completamente con aquellas catequesis históricas que era la particularidad de su maestro. Era el secretario, la voz, del apóstol Pedro.
PONER POR ESCRITO
Un día los oyentes le pidieron que pusiese por escrito aquellos bellos relatos; él accedió, y así nació el segundo Evangelio. Pedro sabía que Jesús les había enviado por el mundo no a escribir, sino a predicar. Encerrar la Palabra en un libro, era despojarlo de su bravía libertad, imponerle un corsé invariable, privarla del esplendor especial con que la vestía cada uno de los mensajeros del Evangelio. Pero sabía también que, a pesar de los escritos, la Palabra permanecería infaliblemente fecunda y eternamente fresca en la enseñanza de sus sucesores.
Pedro vio en el libro de Marcos vio una copia exacta de su predicación, y cuando la persecución le crucificó cabeza abajo a petición suya, los cristianos de Roma que leían aquellas paginas inspiradas se imaginaban que estaban oyendo la voz de su pastor. Eran las enseñanzas, los relatos, la expresión misma de Pedro. Es lo que imprime su carácter especial al segundo Evangelio. Marcos deja hablar a los hechos. No glosa, no diserta, no comenta, ofrece un relato lleno de viveza y colorido. Y lo consigue plenamente. Su característica es la precisión del detalle, la nitidez de la visión, el gusto por lo pintoresco. Sabe animar de tal modo a las personas, que nos pone en contacto con ellas. Penetramos en sus sentimientos, las vemos moverse delante de nosotros; nos las representamos en su actitud real.
Un gesto, una palabra, bastan para hacernos presenciar la acción. Cuando los demás sinópticos nos hablan de algunos hombres, Marcos los enumera: eran cuatro.
Sabe que la barca de Pedro estaba junto a la de Juan cuando Jesús los llamó; nos hace ver a la hija de Jairo corriendo por la habitación después de resucitar; parece que hubiera visto en la barca el único pan que llevaban en una travesía. Y cuando presenta a Jesús, no olvida ni un gesto, ni una mirada, ni una actitud. Su figura divina aparece realzada con un realismo encantador.
Sin embargo esas imágenes en que resplandece la vida, se consiguen con un esquema simple; su sensación de realidad obedece a fórmulas rígidas y simples, iguales, con el mismo molde. Describe dos milagros diferentes, con la misma fórmula. El vigor en la pintura, está unido con la penuria en los colores; la riqueza descriptiva, carece de imaginación creadora y la ausencia de arte, tiene un hechizo irresistible: este contraste es que caracteriza el estilo de Marcos y el que le otorga su originalidad. El sencillo narrador que carece de invención y del genio de un artista, sólo pretende fijar el recuerdo limpio de la realidad vivida. El color y la vida no son productos de su imaginación, sino reflejos de la realidad. Dice que ha visto, y lo dice siempre de la misma manera popular. Es un testigo ocular, más hábil en retener los detalles plásticos de las escenas, que en dibujar la psicología de un personaje, o en reproducir un discurso. En Marcos apenas hay discursos. Su evangelio es un evangelio de hechos más que de ideas. Ni el menor vestigio del sermón de la montaña; narra algunas parábolas, pero bosquejadas rápidamente; resume en pocas palabras las conversaciones de Jesús con los Apóstoles. Hechos y milagros, sí, muchos milagros. Se adaptaba a sus lectores romanos, aquella raza viril de la que decía Tácito: «Obrar y sufrir animosamente: esto es todo el romano.»
MARCOS Y LOS ROMANOS
Aquella sociedad romana de las primeras misiones evangélicas buscaba con avidez lo maravilloso. Era su alimento. Aquellos hombres creían en la astrología, en los sueños y en los adivinos; los magos y agoreros eran condenados por la ley, pero las gentes temblaban ante de ellos; y los grandes escritores, el mismo Tácito, multiplicaba los prodigios en sus historias. Marcos supo satisfacer estos anhelos, reemplazando las imposturas con obras divinas que había presenciado toda Judea. Marcos conoce los gustos de los romanos, y les presenta la verdad para complacerles. Sabe también que escribe para occidentales, y omite lo que pueda delatar en él al hebreo de raza. El giro de su frase es semita, arameo. Mateo escribía para los hijos de Israel. Marcos se dirige a los gentiles. No sigue la tendencia de Pablo a hacer teología, aunque él también tiene su tesis. Mateo presenta a Jesús como el Mesías esperado por los judíos. Lucas lo propone a los grecorromanos como el Salvador de que les hablaban sus oráculos.
Marcos quiere que se vea en Él, ante todo, al Hijo de Dios. Así lo indica el comienzo de su Evangelio: «Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». La confesión de Pedro en Cesárea de Filipo, es el centro al que convergen todos los relatos del segundo Evangelio. Marcos era el intérprete de Pedro. Marcos llevó el evangelio a Egipto, lo predicó en Alejandría. Allí le apresaron, le ataron con cordeles y le arrastraron por peñascales; le encerraron en un calabozo, y allí se fue al cielo en el año octavo del Imperio de Nerón.
Mejor una fe imperfecta pero humilde, que siempre vuelve a Jesús
Regina Coeli, 24 de abril de 2022.
Fuente: Vatican News
El Evangelio de hoy nos muestra la “crisis” de Tomás para decirnos que no debemos temer las crisis de la vida y la fe. El Papa Francisco lo repite antes de rezar el Regina Coeli, en el último día de la Octava de Pascua, tras la Santa Misa de la Divina Misericordia, comentando, como cada domingo, el Evangelio del Día. Se centra en Tomás y Jesús:
En primer lugar, el apóstol Tomás representa a todos nosotros, que no estábamos presentes en el cenáculo cuando el Señor se apareció y no hemos tenido otras señales o apariciones físicas de Él. También a nosotros, como aquel discípulo, a veces nos resulta difícil: ¿cómo podemos creer que Jesús ha resucitado, que nos acompaña y es el Señor de nuestras vidas sin haberlo visto ni tocado? ¿Cómo se hace para creer en esto? ¿Por qué no nos da algún signo más evidente de su presencia y de su amor? Algún signo que yo pueda ver mejor.. He aquí que nosotros también somos como Tomás, con las mismas dudas, los mismos razonamientos.
Explica el Santo Padre, que, al contarnos la historia de Tomás el Evangelio nos dice que el Señor no busca cristianos perfectos, que nunca duden y siempre hagan alarde de una fe segura. “No”, afirma. “La aventura de la fe, como para Tomás, está hecha de luces y sombras. Si no, ¿qué tipo de fe sería? Conoce momentos de consuelo, impulso y entusiasmo, pero también de cansancio, pérdida, dudas y oscuridad”.
El Señor no busca cristianos perfectos. Les digo: tengo miedo cuando veo a algunos cristianos, a alguna asociación de cristianos que se creen los perfectos. El Señor no busca cristianos perfectos; el Señor no busca cristianos que nunca duden y siempre hagan alarde de una fe segura. Cuando un cristiano es así, hay algo que no va bien.
Mejor una fe imperfecta pero humilde
Sucede que, según el Sumo Pontífice, las crisis de la vida y la fe muchas veces nos hacen humildes “porque nos despojan de la idea de tener razón, de ser mejores que los demás”. Las crisis «no son pecado, son camino, no debemos temerles», asegura. Ellas nos ayudan a reconocer nuestra necesidad, aquella de Dios, de volver al Señor para experimentar su amor: por eso “es mejor una fe imperfecta pero humilde, que siempre vuelve a Jesús, que una fe fuerte pero presuntuosa, que nos hace orgullosos y arrogantes”. Eso porque el Señor “que no se rinde, no se cansa de nosotros, no tiene miedo de nuestras crisis y debilidades”, asegura Francisco. “Él siempre vuelve: cuando se cierran las puertas, vuelve; cuando dudamos, vuelve; cuando, como Tomás, necesitamos encontrarlo y tocarlo más de cerca, vuelve”.
Siempre vuelve, toca a la puerta siempre, y no con signos poderosos que nos harían sentir pequeños e inadecuados, también vergonzosos, sino con sus llagas, vuelve mostrándonos sus llagas que son signos de su amor que ha desposado nuestras fragilidades.
Jesús es el Señor «de las otras oportunidades»
Por eso el Obispo de Roma también hoy, en el Domingo de Misericordia, no se cansa de repetirnos que Jesús, el Resucitado, “sólo espera que lo busquemos, que lo invoquemos, incluso que protestemos, como Tomás, llevándole nuestras necesidades y nuestra incredulidad”.
Él vuelve, porque es paciente y misericordioso. Viene a abrir los cenáculos de nuestros miedos y de nuestra incredulidad, porque siempre quiere darnos otra oportunidad. Jesús es el Señor «de las otras oportunidades»: siempre nos da otra, siempre.
Pensemos, invita también el Santo Padre, en la última vez que, durante un momento difícil o un período de crisis, nos hemos encerrado en nosotros mismos, atrincherándonos en nuestros problemas y dejando a Jesús fuera de casa. Pero también “prometámonos”, la próxima vez, en nuestro cansancio, buscar a Jesús, volver a Él, a su perdón, a esas llagas que nos han curado. Así seremos capaces también de compasión, “de acercarnos sin rigidez ni prejuicios a las llagas de los demás”.
Recordando a un santo evangelista
Marcos, cuyo atributo era el león y su nombre judío Juan, redactó su Evangelio sin transmitir largos discursos.
Posiblemente la festividad de San Marcos no sea un día muy conocido a nivel general, a no ser que en el entorno de la familia exista algún miembro con este bonito nombre.
En cualquier caso, el día 25 de Abril, la Iglesia celebra la festividad de San Marcos y con tal motivo se celebra en mi Parroquia una solemne Eucaristía a la que acudimos muchos fieles seguidores del evangelista.
Uno, ha ser totalmente honesto y confesar que a pesar de haber oído infinidad de veces, su Evangelio en las distintas celebraciones litúrgicas a las que ha asistido, ha tenido que leerlo y sobre todo reflexionarlo para enriquecerse con él.
A través de su prosa narrativa, sencilla y a la vez viva y real, nos ha dejado impresos en nuestro corazón, cuarenta años después de la muerte del Maestro, la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret, al que por cierto al parece ofreció su propia casa para que celebrara su última cena.
Marcos, cuyo atributo era el león y su nombre judío Juan, redactó su Evangelio sin transmitir largos discursos a través de escritos, parábolas y hechos de Jesús partiendo de conversaciones mantenidas en Roma con Pablo y añadiendo muchos detalles que supo por Pedro.
En sus escritos que no nos habla de la infancia de Jesús ni de su vida en Nazaret junto a María y José, inicia la primera línea de su Evangelio afirmando que Jesús era el Hijo de Dios y lo proclama en la última página el oficial romano que vio morir a Jesús (15, 39).
Por todo ello Marcos, contesta con hechos a la afirmación de que Jesús era el Hijo de Dios, en los 16 capítulos de que consta su Evangelio.
Reúne en su primer capítulo tres hechos importantes que son el punto de partida de la predicación de Jesús: «La predicación de Juan el Bautista», «El bautismo de Jesús por Juan» y «La permanencia en el desierto».
Capítulo tras capítulo, el evangelista va desgranando la vida pública del Maestro, llevando la Buena Nueva en la curación del leproso y sanando el paralítico de su pecado y de su enfermedad. No se queda en palabras, sino que trae un cambio.
Si quieres puedes curarme. Jesús se compadece y le dice «yo quiero» y le perdona los pecados a ese que pide a Dios con humildad y confiado en su misericordia.
En otro pasaje Jesús nos dice: «He venido a llamar a los pecadores», porque Dios no odia ni a los ricos ni a los mal educados, ni a los de derechas e izquierdas, porque su misericordioso plan contempla la salvación de todos.
El relato del grano de mostaza, demostrándonos que aún siendo tan pequeño al dejarle crecer se convierte en la planta más alta del huerto, el evangelista con esta narración simbólica, intenta hacer saber a los creyentes que no deben encerrarse en sus capillas, sino que han de salir a conquistar almas de buena voluntad, recordando a los Apóstoles que predicaron con humildad el Reino de Dios por todas partes.
En el centro del Evangelio de Marcos, nos encontramos el pasaje de la transfiguración de Jesús que conduce a Pedro, Santiago y a Juan hasta un cerro, al igual que Moisés subió al cerro a encontrar la Gloria de Dios sobre el Monte Sinaí.
La nube luminosa, la luz y la ropa brillante que se encontraron en el cerro, nos describe, signos exteriores que nos indican el misterio del Hijo de Dios, el día que resucite de entre los muertos, que será la respuesta del Padre a los Apóstoles que esperaban su Reino.
También Marcos nos enseña expresiones y costumbres judías (5,41) y nos ofrece formación catequista y pastoral. Y nos anima para cuando cometamos fallos y nos desespere nuestra soberbia, intentar entender que también sus discípulos los cometieron (14,32.40), incluso lo negaron y lo traicionaron
Además la desconfianza de Pedro cuando le dice a Jesús: «Maestro, nosotros hemos dejado todo para seguirte» y Jesús que no solo habla del premio para la otra vida, le contesta con rotundidad: «Ya en este vida el que se sacrifica por el Reino, encontrará amistades, alegría y una superación humana que no podría esperar».
Y nos describe con dolor, la última cena de Jesús, su agonía en el huerto de Getsemaní y finalmente su muerte en la cruz, y con gozo nos anuncia su feliz Resurrección.
La última cena de Jesús, nos dice, fue la primera del culto cristiano, donde Jesús se hace pan de Vida. Por ello la Eucaristía instituida por el Hijo de Dios aquel día no es solamente el recuerdo de la muerte de Jesús, sino que nos anuncia el día en que Cristo celebrará el Banquete del Reino con toda la humanidad reunida con El.
Pero también significó esta cena, el silencio del Hijo de Dios en ese instante lleno de dolor, en el cual siente que deberá cargar con toda la maldad de los hombres y pagar con su muerte, ante su Padre, justo y amado, la tristeza de su Pasión.
Su muerte, continúa Marcos, comienza con un grito de desesperación: “Dios mío Dios mío, por que me has abandonado? Y termina con la certeza del triunfo, por la reconciliación del Crucificado que moría agotado y asfixiado pero entregando al mundo una prueba más del amor del Hijo de Dios para nosotros que nos empuja por un camino de liberación.
Y termina su Evangelio con las últimas palabras de Jesús después de su Resurrección, que hablan de fe y de milagros y en las que les entrega sus últimas instrucciones: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará (16,15)», mensaje que les acompañaba, en el signo de la semilla que se sembrará en el mundo y producirá frutos a su debido tiempo en todos los campos de la actividad humana.
De este modo el Hijo de Dios, después de hablar con ellos fue llevado al Cielo y se sentó a la derecha del Padre. Y sus discípulos saldrían a predicar por todas partes.
Los que se salvarán no son almas ni individuos aislados, sino toda la creación que ha sido renovada por el Bautismo, en todas sus actividades y trabajos, siendo el fermento que transforma la historia de la humanidad. Esa humanidad que debe superar esas aptitudes temerosas de tantos «creyentes» que solo buscan en sus devociones un refugio contra las desgracias del tiempo presente. Marcos pregona que estamos en el mundo para sanarlo y santificarlo, no por nosotros mismos, sino por Cristo a través de nosotros.
Así las cosas, pienso que lo importante, además de lo que pasó contado por los evangelistas, es lo que está pasando. La venida del Reino nos llega tranquilo, despacio, sin grandes alegorías, porque está claro que el Hijo de Dios quiere que su Reino sea en un mundo nuevo, diferente, libre y verdadero para que pueda producirse.
Por último recordando a San Marcos, me viene a la memoria el gran mérito de Santa Teresa, que hacía las cosas ordinarias, de manera extraordinaria.
Y así, con este mismo mérito califico yo el Evangelio de este hombre, que el 25 de Abril, la Iglesia conmemora su festividad.
El ADN y la naturaleza humana
El deseo de definir al ser humano solamente por el ADN resulta insuficiente y reductivo.
Los estudios sobre el ADN (en inglés DNA) avanzan continuamente y permiten alcanzar nuevas metas en el mundo de la medicina y de la ciencia.
Gracias al ADN se pueden predecir enfermedades, escoger mejor los transplantes de órganos o tejidos, preparar medicinas “personalizadas”. A la vez, se puede identificar a personas en situaciones delicadas, como es el caso del reconocimiento de cadáveres o para individuar a posibles delincuentes.
Los progresos en el campo de la genética llevan a algunos a pensar que el ADN es la característica central, lo que nos define como seres vivos de una determinada especie. Para saber si estamos o no estamos ante un hombre, bastaría con observar el patrimonio genético del individuo en cuestión. Incluso hay quienes creen que lo que define nuestra humanidad consiste en poseer los 46 cromosomas típicos de nuestra especie.
Es cierto que el ADN tiene una importancia enorme en la configuración y en el desarrollo de los seres vivos. Pero el ADN tiene una cantidad enorme de variantes. Además, el ADN se inserta en un complejo equilibrio dinámico entre diversas partes de las células, y depende en mucho de las circunstancias ambientales para poder “expresarse” con normalidad.
Entre los seres humanos, por ejemplo, no todos tienen 46 cromosomas. Hay personas que tienen 47, otros tienen 45, y se dan más variantes. Entre los que tienen 46 cromosomas (como entre quienes tienen más o menos cromosomas), hay una gran variabilidad en la disposición interna de los genes, unos sanos, otros dañados, otros ausentes, etc.
Las variaciones en el ADN explican la diversificación de los individuos. Un observador atento puede señalar fácilmente las enormes diferencias que hay entre una persona que no llega a medir más de un metro y medio y quien es superior a dos metros; entre quien tiene unos rasgos raciales de un tipo y quien los tiene de otro; entre quien se mueve y se expresa con agilidad y quien, por motivos fisiológicos o de otro tipo, muestra una gran lentitud de movimientos.
Junto a la riqueza de diferencias entre los individuos debida al ADN, existen otras diferencias que surgen según los modos en los que el ADN interactúa con las demás partes de la célula, especialmente gracias al ARN (en inglés, RNA) y a los ribosomas, y con el ambiente.
Es posible, por ejemplo, que un ADN “sano” no pueda ser leído correctamente durante el embarazo porque la madre ha tomado algunas sustancias dañinas. El caso del talidomide es, en ese sentido, tristemente famoso. Otras veces un genoma dañado, orientado a provocar ciertas enfermedades en la edad adulta, nunca llega a “actuar” (a dañar a la persona), por factores externos o simplemente porque esa persona muere prematuramente.
El deseo de definir al ser humano solamente por el ADN resulta, por lo tanto, insuficiente y reductivo. Una compleja cadena de aminoácidos, como la de nuestro ADN, tiene un papel insustituible a la hora de explicar la mayoría de los procesos fisicoquímicos de nuestro cuerpo. Pero no puede ni fundar la dignidad humana ni explicar fenómenos tan complejos y tan maravillosos como son el pensamiento intelectual y el amor.
La naturaleza humana tiene su característica propia y está dotada de dignidad no por los cromosomas que tiene, sino por aquello que los clásicos identificaban como alma espiritual. Porque sólo una dimensión superior a la materia explica nuestras ideas abstractas y nuestras decisiones libres, y funda así la dignidad que es común a todo ser humano, a pesar de las muchas variaciones que nos “separan” (ser grande o pequeño, blanco o negro, rico o pobre, niño o anciano, sano o enfermo, nacido o sin nacer).
Si lo recordamos, evitaremos el riesgo de reducir nuestra mirada a lo que puede decir (y es mucho y valioso) la ciencia sobre el ADN, y reconoceremos dimensiones profundas que son posibles desde el alma espiritual, gracias a la cual todos los seres humanos estamos abiertos, si no hay graves obstáculos, al ejercicio de la libertad y del pensamiento, a la inserción en el mundo de la cultura y de la vida social.
San Marcos, el evangelista que escribía en griego
No fue apóstol pero escribió uno de los cuatro evangelios escuchando la predicación de san Pedro
El evangelista Marcos nació en una familia hebrea acomodada. De él sabemos solo lo que narran los Hechos de los Apóstoles y algunas cartas de san Pedro y de san Pablo.
No fue discípulo de Jesús, aunque algún investigador cree que fue el joven, hijo de la viuda María, que siguió a Jesús después de ser arrestado en el huerto de Getsemaní.
San Marcos conoció a san Pablo en Jerusalén. Viajó con él a Chipre y, más tarde, a Roma.
En el año 66, san Pablo escribe a Timoteo desde una cárcel romana: “Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (2Tm 4,11).
Una vez en Roma, se puso al servicio de san Pedro, quizá porque ya había sido ejecutado san Pablo. El primer papa lo cita en sus cartas y habla de él afectuosamente:
“La iglesia en Babilonia, que ha sido elegida como ustedes, los saluda, lo mismo que mi hijo Marcos”.
1Pt 5,13
Gracias a la proximidad con san Pedro pudo transcribir su predicación y de ahí surge su evangelio. Por esta razón se le llama “el taquígrafo de san Pedro”.
Escribió en griego, la lengua que más se hablaba en aquellos tiempos, para difundir el cristianismo con mayor rapidez.
Aparece también en los Hechos de los Apóstoles (12,12), después de que Pedro saliera milagrosamente de la prisión:
“Al advertir lo que le había sucedido, se dirigió a la casa de María, la madre de Juan, llamado Marcos, donde un grupo numeroso se hallaba reunido en oración”.
El evangelista Marcos murió probablemente entre los años 68 y 72, en Alejandría de Egipto.
En los Actos de Marco (del siglo IV) está escrito que un 24 de abril los paganos lo arrastraron por las calles de Alejandría, atado con cuerdas al cuello, y luego lo encarcelaron.
Allí fue confortado por un ángel. Al día siguiente sufrió él mismo martirio y murió. Su cuerpo fue rescatado por cristianos y sepultado en una gruta.
San Marcos está ahora sepultado en Venecia, en la basílica dedicada a él, porque dos mercaderes venecianos trasladaron allí el cadáver desde Egipto.
En Roma, por su parte, existe una basílica justo en el lugar donde se cree que estuvo su casa.
Algunas reliquias de este evangelista también se encuentran en la catedral de san Marcos, en El Cairo. Es la sede del patriarca copto ortodoxo.
Iconografía
A san Marcos se le representa como un león en la iconografía cristiana porque se le identifica con la figura de este animal que aparece en el Apocalipsis de san Juan, al describir a los cuatro evangelistas.
Santo patrón
San Marcos es también patrón de los notarios, los vidrieros y los ópticos. También es patrón de la ciudad de Venecia.
Oración
Oh santo justo y protector,
bendito San Marcos de León,
Tú que evitaste la desgracia del dragón,
tú que a pesar de tus propias flaquezas
y confiado en la gracia y fortaleza del Señor,
con humildad y firmeza sometiste fieras y enemigos,
te ruego confiadamente: amansa los corazones,
los malos sentimientos y los malos pensamientos
de todo aquel que contra mí esté,
de todo aquel que mi mal y ruina quiera, piense o desee.
Paz, paz, Cristo, Cristo, Dominum.
Paz, paz, Cristo, Cristo, Dominum Nostrum.
Con tu fuerza y poder
y con la ayuda de San Juan y del Espíritu Santo,
si ojos tienen, no me miren
si manos tienen, no me toquen
si lenguas tienen, no me hablen,
que con los hierros que tengan, a mí no me hieran,
Ayúdame con tu mediación a: (hágase la petición)
Paz, paz, Cristo, Cristo, Dominum.
Paz, paz, Cristo, Cristo, Dominum Nostrum.
San Marcos de León,
así como calmaste la sed del León
y a tus pies dominado se quedó,
calma mis adversarios y a todo el que busque mi mal,
véncelos para que no puedan dañarme,
amánsalos, que no se acerquen a mí,
domínalos, para que no lleguen hasta mí.
Paz, paz, Cristo, Cristo Dominum Nostrum
Mis enemigos son bravos como el León,
pero amansados, rendidos y dominados serán
por San Juan y el poder de San Marcos de León.
Paz, paz, Cristo, Cristo, Cristo, Dominum Nostrum
Así sea.