DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
Isaías 6:1-2a. 3-8 / 1 Corintios 15:1-11 / Lucas 5:1-11
La celebración comunitaria de la COMUNIDAD DE JESUS y de la fe siempre nos trae la alegría del evangelio. San Pablo nos recordaba, en la segunda lectura, lo esencial de este evangelio que acogimos al recibir el bautismo y que es la encarnación, la muerte y la resurrección del Señor por nosotros y para nuestra salvación.
Jesús, obediente al designio de salvación del Padre, con su doctrina nos eleva el espíritu con palabras sencillas y entendedoras que llegan al corazón de las cuestiones más esenciales.
Jesús, por nuestro amor, ha compartido nuestra condición mortal, nuestras ilusiones, amores y dolores de cabeza, para poder hacerse en verdad uno con nosotros, compañero de este camino de regreso a la casa del Padre que todos emprendemos de desde nuestro nacimiento.
El Señor con su fiel amor, en medio del sufrimiento y de la muerte, y muerte de cruz, ha hecho morir en Él el pecado de todos porque, siendo tentado igual que nosotros, no ha caído en el pecado sino que nos ha liberado a todos de su trampa mortal. Jesús resucitado, dándonos su Espíritu, nos brinda la posibilidad de un nuevo comienzo.
Ésta es la vida que nos lleva el evangelio. El evangelio es comparable a una red de pescar, pero con una finalidad diferente a la que tienen las redes de los hombres y las mujeres de mar, ya que no se trata de pescar peces sino personas como hemos oído hoy en el evangelio. La comparación, como todas las de Jesús, es sencilla y comprensible para quien quiera entenderlo: los peces una vez sacados del agua mueren, en cambio, los hombres sacados del agua, son salvados de la muerte.
Desde el punto de vista de la fe todos somos pescados y pescadores de alguna forma. ¡Pescados por el atractivo y la veracidad de la Palabra de Dios que nos da vida y esperanza, pescadores en tanto que la misma Palabra, transformando nuestra manera de vivir y de convivir, nos hace comunicadores de esta “vida con mayúsculas”!
La fe se comunica de corazón a corazón, QUE TANTAS VECES HE SALUDADO A LOS MIEMBROS DE LA COMUNIDAD DE JESUS, amigos y simpatizantes en y como familia, en las penas y alegrías de cada día, en el duelo y en la esperanza, en la asamblea de los creyentes, en el silencio de la amistad y del buen compañerismo. Hoy todas estas realidades también se difunden a través de las redes sociales. Si tomamos la red como una metáfora, vemos que no todas las redes pescan para la vida, las hay que simplemente atrapan y no te dejan flotar. Extender la red del evangelio en el ámbito de la tecnología de la comunicación no es sólo poner contenidos religiosos, sino dar un testimonio coherente en el mismo perfil digital y en la forma de dar referencias, opiniones y juicios, que han de concordar inequívocamente con los valores del evangelio, incluso cuando no se habla explícitamente de él.
La red de Jesús es totalmente diferente a las demás. Está tejida de palabras limpias y de compromiso coherente, es una red ancha, abierta a la luz y al gozo de la vida que viene de Dios.
El sistema de pescar de Jesús también es diferente. La hora de pescar no es la hora acostumbrada a la pesca marina, que habitualmente se hace por la noche, sino, como hemos visto en el evangelio, la pesca de Jesús se hace a la luz del día, después de escuchar la Palabra de Dios, después de ponerse a su presencia como cuando queremos sentir a primera hora de la mañana ese calor del sol en la cara que nos da energía positiva y buen humor.
El espectáculo de la salida del sol iluminando el cielo y la tierra siempre nos maravilla y al mismo tiempo nos hace dar cuenta de nuestra pequeñez. Algo parecido y mejor ocurre cuando nos ponemos conscientemente en la presencia de Dios sintiéndonos felizmente pequeños, pero inmensamente queridos, sintiendo el impulso de vivirlo todo con agradecimiento y generosidad, compartiendo el don de la fe en familia o en comunidad como lo estamos haciendo ahora mismo en la celebración de esta eucaristía, con el deseo de dejar en las redes un plus de consuelo, de gozo, de esperanza y de Espíritu.
Ricardo, Santo
Laico, 7 de febrero
Martirologio Romano: En Luca, de la Toscana, san Ricardo, padre de los santos Willibaldo y Waldburgis, el cual, peregrinando junto con sus hijos desde Inglaterra a Roma, falleció durante el viaje. (†720 )
Breve Biografía
En la primavera del año 720 un pequeño grupo de personas salió del Hamble para ir en peregrinación a Roma y Tierra Santa. Era una familia de Wessex, compuesta del padre, cuyo nombre no se menciona, y sus hijos Wilibaldo y Winebaldo. Hicieron la travesía por el Sena, desembocaron en Rouen visitaron varios santuarios franceses y salieron para Roma. Pero en Lucca el padre murió y fue sepultado en la iglesia de san Frediano. Se registraron milagros en su tumba, donde están todavía sus reliquias y donde se observa su fiesta con devoción.
Su hijo Wilibaldo se unió más tarde a san Bonifacio y llegó a ser el primer obispo de Eichstätt en Baviera. Los detalles anteriores los debemos a un documento llamado el «Hodoeporicon», escrito por una de sus parientes, monja de Heidenheim, quien anotó los recuerdos que tenía sobre la vida del santo, tal como él se las relató de palabra. Dicho documento es la fuente de todo lo que sabemos del padre de san Wilibaldo y san Winebaldo y su hermana santa Walburga: pero esto no era suficiente para los fieles de Lucca y de Eichstátt, que tanto veneraban al santo varón. Entonces le inventaron un nombre «Ricardo», una vida y una posición: «rey de los ingleses». En realidad en Inglaterra no hubo ningún rey Ricardo antes de Corazón de León, y nada se sabe de la condición del padre de Wilibaldo, excepto que tenía buena posición social, pues podía costear viajes de larga duración. Sin embargo, en el Martirologio Romano antiguo se inscribía como «sanctus Richardus rex Anglorum», aunque en el actual se ha retirado esa caracterización de «rey de los ingleses», que sólo permanece en la iconografía del santo. Lo poco que sabemos acerca de él queda compensado por los amplios informes dignos de confianza sobre sus hijos.
Un amor que es inagotable
Santo Evangelio según san Marcos 6,53-56. Lunes V del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme palpar tu amor en este día y en toda mi vida, para seguirte, reconocerte y experimentarte, como mi Camino, Verdad y Vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 6,53-56
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos terminaron la travesía del lago y tocaron tierra en Genesaret.
Apenas bajaron de la barca la gente los reconoció y de toda aquella región acudían a él, a cualquier parte donde sabían que se encontraba, y le llevaban en camillas a los enfermos.
A dondequiera que llegaba, en los poblados, ciudades o caseríos, la gente le ponía a sus enfermos en la calle y le rogaba que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Nuestro corazón se encuentra en constante búsqueda, movido por el deseo de encontrar un fundamento para nuestras vidas, ansioso de tener una respuesta a dudas y problemas, esperanzado de encontrar la curación a sus heridas o enfermedades.
El Evangelio nos muestra que Jesús, el Hijo de Dios, es el fin de esa búsqueda. Nos dice que su amor no tiene un punto de llegada, que la fuerza de su amor es inagotable. Se compadeció de más de cinco mil hombres, dio la paz a sus discípulos que se encontraban en una tempestad y terminada una travesía, recorre pueblos para que todas las gentes vayan a Él. El corazón del Señor aún palpita de amor por cada hombre; quiere tocar tierra en la puerta de cada corazón; quiere recorrer cada lugar y que pongamos delante de Él todo lo que somos, todo lo que tenemos.
Este hecho exterior que nos narra el Evangelio nos habla a nuestro interior, a nuestra realidad. El silencio del Señor quiere hablar a lo íntimo de nuestro ser, quiere revelarnos una verdad. Quiere mostrarnos para qué ha venido, por qué se ha hecho hombre. También desea hacernos un llamado. Nos llama a descubrirlo, a ir tras Él y que toquemos la orla de su manto, de su presencia amorosa e íntima, para que continuemos nuestra travesía acompañados, guiados y sanados por Él, Camino, Verdad y Vida. Para que nuestro presente y nuestra vida, sean sostenidos por su amor.
«Cada uno está llamado a contribuir con coraje y determinación, en la especificidad de su papel, a respetar los derechos fundamentales de cada persona, especialmente de las “invisibles”: de los muchos que tienen hambre y sed, que están desnudos, enfermos, son extranjeros o están detenidos, que viven en los márgenes de la sociedad o son descartados. Esta necesidad de justicia y solidaridad tiene un significado especial para nosotros los cristianos, porque el Evangelio mismo nos invita a dirigir la mirada a los más pequeños de nuestros hermanos y hermanas, a movernos a la compasión y a trabajar arduamente para aliviar sus sufrimientos».
(Mensaje a la conferencia internacional Los derechos humanos en el mundo contemporáneo, S.S. Francisco, 10-11 de diciembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré quince minutos de oración ante el Santísimo, poniendo todo lo que soy y lo que tengo ante Él, escucharé lo que me tenga que decir.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Jesús y los enfermos
¿Qué decía Jesús a los enfermos? ¿Cómo les daba esperanza? ¿Por qué curaba a algunos?
Si uno lee con detención los Santos Evangelios descubre todo un mundo, un océano de dolor que parece rodear a Jesús. Parece un imán que atrae a cuanto enfermo encuentra en su paso por la vida. Él mismo se dijo Médico que vino a sanar a los que estaban enfermos. No puede decir «no» cuando clama el dolor. El amor de Jesús a los hombres es, en su última esencia, amor a los que sufren, a los oprimidos. El prójimo para Él es aquel que yace en la miseria y el sufrimiento (cf. Lc 10, 29 ss). La buena nueva que vino a predicar alcanzaba sobre todo a los enfermos.
El dolor y el sufrimiento no son una maldición, sino que tienen su sentido hondo. El sufrimiento humano suscita compasión, respeto; pero también atemoriza. El sufrimiento físico se da cuando duele el cuerpo, mientras que el sufrimiento moral es dolor del alma. Para poder vislumbrar un poco el sentido del dolor tenemos que asomarnos a la Sagrada Escritura que es un gran libro sobre el sufrimiento.(105) El sufrimiento es un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia. Sólo a la luz de Cristo se ilumina este misterio. Desde que Cristo asumió el dolor en todas sus facetas, el sufrimiento tiene valor salvífico y redentor, si se ofrece con amor. Además, todo sufrimiento madura humanamente, expía nuestros pecados y nos une al sacrificio redentor de Cristo.
La enfermedad en tiempos de Jesús.
El estado sanitario del pueblo judío era, en tiempos de Jesús, lamentable. Todas las enfermedades orientales parecían cebarse en su país. Y provenían de tres fuentes principales: la pésima alimentación, el clima y la falta de higiene.
La alimentación era verdaderamente irracional. De ahí el corto promedio de vida de los contemporáneos de Jesús y el que veamos con tanto frecuencia enfermos y muertos jóvenes en la narración evangélica. Pero era el clima el causante de la mayor parte de las dolencias. En el clima de Palestina se dan con frecuencia bruscos cambios de calor y frío. El tiempo fresco del año, con temperaturas relativamente bajas, pasa, sin transición ninguna, en los «días Hamsin» (días del viento sur del desierto), a temperaturas de 40 grados a la sombra. Y, aun en esos mismos días, la noche puede registrar bruscos cambios de temperatura que, en casas húmedas y mal construidas como las de la época, tenían que producir fáciles enfriamientos, y por lo mismo, continuas fiebres. Y con el clima, la falta de higiene.
De todas las enfermedades la más frecuente y dramática era la lepra que se presentaba en sus dos formas: hinchazones en las articulaciones y llagas que se descomponen y supuran. La lepra era una terrible enfermedad, que no sólo afectaba al plano físico y corporal, sino sobre todo al plano psicológico y afectivo. El leproso se siente discriminado, apartado de la sociedad. Ya no cuenta. Vive aislado. Al leproso se le motejaba de impuro. Se creía que Dios estaba detrás con su látigo de justicia, vengando sus pecados o los de sus progenitores. Basta leer el capítulo trece del Levítico para que nos demos cuenta de todo lo que se reglamentaba para el leproso. ¡La lepra iba comiendo sus carnes y la soledad del corazón! Todos se mantenían lejos de los leprosos. E incluso les arrojaban piedras para mantenerlos a distancia.
¿Cuál era la postura de los judíos frente a la enfermedad? Al igual que los demás pueblos del antiguo Oriente, los judíos creían que la enfermedad se debía a la intervención de agentes sobrenaturales. La enfermedad era un pecado que tomaba carne. Es decir, pensaban que era consecuencia de algún pecado cometido contra Dios. El Dios ofendido se vengaba en la carne del ofensor. Por eso, el curar las enfermedades era tarea casi exclusivamente de sacerdotes y magos, a los que se recurría para que, a base de ritos, exorcismos y fórmulas mágicas, oraciones, amuletos y misteriosas recetas, obligaran a los genios maléficos a abandonar el cuerpo de ese enfermo. Para los judíos era Yavé el curador por excelencia (cf. Ex 15, 26).
Más tarde, vino la fe en la medicina (cf. Eclesiástico 38, 1-8). No obstante, la medicina estaba poco difundida y no pasaba de elemental. Por eso, la salud se ponía más en las manos de Dios que en las manos de los médicos.
Jesús ante el dolor, la enfermedad y el enfermo
Y, ¿qué pensaba Jesús de la enfermedad?
Jesús dice muy poco sobre la enfermedad. La cura. Tiene compasión de la persona enferma. La curación del cuerpo estaba unida a la salvación del alma. Jesús participa de la mentalidad de la primera comunidad cristiana (106) que vivió la enfermedad como consecuencia del pecado (cf. Jn 9, 3; Lc 7, 21). Por tanto, Jesús vive esa identificación según la cual su tarea de médico de los cuerpos es parte y símbolo de la función de redentor de almas. La curación física es siempre símbolo de una nueva vida interior.
Jesús ve el dolor con realismo. Sabe que no puede acabar con todo el dolor del mundo. Él no tiene la finalidad de suprimirlo de la faz de la tierra. Sabe que es una herida dolorosa que debe atenderse, desde muchos ángulos: espiritual, médico, afectivo, etc.
¿Y ante el enfermo?
Primero: siente compasión (cf. Mt 7, 26). Jesús admite al necesitado. No lo discrimina. No se centra en los cálculos de las ventajas que puede obtener o de la urgencia de atender a éste o a aquel. Alguien llega y Él lo atiende. Su móvil es aplacar la necesidad. Tiene corazón siempre abierto para cualquier enfermo.
Segundo: ve más hondo. Tras el dolor ve el pecado, el mal, la ausencia de Dios. La enfermedad y el dolor son consecuencias del pecado. Por eso, Jesús, al curar a los enfermos, quiere curar sobre todo la herida profunda del pecado. Sus curaciones traen al enfermo la cercanía de Dios. No son sólo una enseñanza pedagógica; son, más bien, la llegada de la cercanía del Reino de Dios al corazón del enfermo (cf. Lc 4, 18).
Tercero: le cura, si esa es la voluntad de su Padre y si se acerca con humildad y confianza. Y al curarlo, desea el bien integral, físico y espiritual (cf. Lc 7, 14). Por eso no omite su atención, aunque sea sábado y haya una ley que lo malinterprete (cf. Mc 1, 21; Lc 13, 14).
Cuarto: Jesús no se queda al margen del dolor. Él también quiso tomar sobre sí el dolor. Tomó sobre sí nuestros dolores.(107) A los que sufren, Él les da su ejemplo sufriendo con ellos y con un estilo lleno de valores (cf. Mt 11, 28).
Quinto: con los ancianos tiene comprensión de sus dificultades, les alaba su sacrificio y su desprendimiento, su piedad y su amor a Dios, su fe y su esperanza en el cumplimiento de las promesas divinas (cf. Mc 12, 41-45; Lc 2, 22-38).
Juan Pablo II en su exhortación «Salvifici doloris» (108) del 11 de febrero de 1984 dice que Jesucristo proyecta una luz nueva sobre este misterio del dolor y del sufrimiento, pues Él mismo lo asumió. Probó la fatiga, la falta de una casa, la incomprensión. Fue rodeado de un círculo de hostilidad, que le llevó a la pasión y a la muerte en cruz, sufriendo los más atroces dolores. Cristo venció el dolor y la enfermedad, porque los unió al amor, al amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva. En ella, en la cruz de Cristo, debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante.
Al final de la exhortación, el Papa dice: «Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo» (número 31).
Nosotros ante el dolor y la enfermedad
¿Cuál debería ser nuestra actitud ante el dolor, la enfermedad y ante los enfermos?
Primero, ante el dolor y la enfermedad propios: aceptarlos como venidos de la mano de Dios que quiere probar nuestra fe, nuestra capacidad de paciencia y nuestra confianza en Él. Ofrecerlos con resignación, sin protestar, como medios para crecer en la santidad y en humildad, en la purificación de nuestra vida y como oportunidad maravillosa de colaborar con Cristo en la obra de la redención de los hombres.
Y ante el sufrimiento y el dolor ajenos: acercarnos con respeto y reverencia ante quien sufre, pues estamos delante de un misterio; tratar de consolarlo con palabras suaves y tiernas, rezar juntos, pidiendo a Dios la gracia de la aceptación amorosa de su santísima voluntad.
Además de consolar al que sufre, hay que hacer cuanto esté en nuestras manos para aliviarlo y solucionarlo, y así demostrar nuestra caridad generosa(109) El buen samaritano nos da el ejemplo práctico: no sólo ve la miseria, ni sólo siente compasión, sino que se acerca, se baja de su cabalgadura, saca lo mejor que tiene, lo cura, lo monta sobre su jumento, lo lleva al mesón, paga por él. La caridad no es sólo ojos que ven y corazón que siente; es sobre todo, manos que socorren y ayudan.
Juan Pablo II en su exhortación «Salvifici doloris», sobre el dolor salvífico, dice que el sufrimiento tiene carácter de prueba.(110) Es más, sigue diciendo el Papa: «El sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y, sobre todo, con Dios» (número 12).
CONCLUSIÓN
Así Jesús pasaba por las calles de Palestina curando hombres, curando almas, sanando enfermedades y predicando al sanarlas. Y las gentes le seguían, en parte porque creían en Él, y, en parte mayor, porque esperaban recoger también ellos alguna migaja de la mesa. Y las gentes le querían, le temían y le odiaban a la vez. Le querían porque le sabían bueno, le temían porque les desbordaba y le odiaban porque no regalaba milagros como un ricachón monedas. Pedía, a cambio, nada menos que un cambio de vida. Algo tiene el sufrimiento de sublime y divino, pues el mismo Dios pasó por el túnel del sufrimiento y del dolor…ni siquiera Jesús privó a María del sufrimiento. La llamamos Virgen Dolorosa. Contemplemos a María y así penetraremos más íntimamente en el misterio de Cristo y de su dolor salvífico.
(105) Recomiendo aquí la lectura de la exhortación del Papa Juan Pablo II «Salvifici doloris», sobre el dolor salvífico.
(106) Cf. 1 Cor 11, 30
(107) Léase el capítulo 53 del profeta Isaías
(108) Desde el número 14 en adelante
(109) San Mateo 25, 31-46 nos da la clave
(110) Cf. Número 11
Dejemos subir a Jesús a la barca de nuestra vida
Ángelus del Papa Francisco, 6 de febrero de 2022.
“Ahuyentemos el pesimismo y la desconfianza y entremos mar adentro con Jesús. Incluso nuestra pequeña barca vacía será testigo de una pesca milagrosa”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus, de este V Domingo del Tiempo Ordinario. Comentando el Evangelio que la liturgia presenta este domingo, el Pontífice recordó que, una multitud seguía a Jesús a orillas del mar de Galilea, donde también se encontraban algunos pescadores decepcionados, entre ellos Simón Pedro, que lavan sus redes después de una noche de pesca infructuosa. Luego subió a una barca, y Jesús los invitó a ir mar adentro y echar de nuevo las redes.
Dos acciones de Jesús: enseñar y volver a empezar
En este contexto, el Santo Padre se detuvo a reflexionar en dos acciones de Jesús: el primero, sube a la barca y, luego, invita a ir mar adentro. Explicando esta primera acción, el Papa señaló que, Jesús sube a la barca de Simón para enseñar. “Pide precisamente esa barca, que no está llena de peces, sino que ha regresado a la orilla vacía, tras una noche de trabajo y decepción. Es una bella imagen para nosotros también – indicó el Pontífice – cada día la barca de nuestra vida abandona la orilla de nuestro hogar para adentrarse en el mar de las actividades cotidianas; cada día intentamos ‘pescar mar adentro’, cultivar sueños, llevar adelante proyectos, vivir el amor en nuestras relaciones”. Pero a menudo, como Pedro, precisó el Papa, experimentamos la “noche de las redes vacías”, la decepción de esforzarse tanto y no ver los resultados deseados.
“‘Hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada’ (v. 5). Cuántas veces también nosotros nos quedamos con una sensación de derrota, mientras la decepción y la amargura surgen en nuestros corazones”.
Nuestra barca vacía, la cátedra de Jesús
En este sentido, el Papa Francisco señaló que, Jesús elige subirse a nuestra barca. Desde allí quiere anunciar el Evangelio al mundo. “Precisamente esa barca vacía, símbolo de nuestra incapacidad – subrayó el Pontífice – se convierte en la ‘cátedra’ de Jesús, en el púlpito desde el que proclama la Palabra. Esto es lo que le gusta hacer al Señor: subir a la barca de nuestra vida cuando no tenemos nada que ofrecerle; entrar en nuestros vacíos y llenarlos con su presencia; servirse de nuestra pobreza para proclamar su riqueza, de nuestras miserias para proclamar su misericordia”. Recordemos esto, señaló el Papa, Dios no quiere un crucero, le basta con una pobre barca “destartalada”, siempre que lo acojamos.
“A veces nos sentimos indignos de Él porque somos pecadores. Pero esta es una excusa que no le gusta al Señor, porque lo aleja de nosotros. Es el Dios de la cercanía: no busca el perfeccionismo, sino la acogida. También a ti te dice: ‘Déjame subir a la barca de tu vida, tal como es’”.
Con Jesús se navega por el mar de la vida sin miedo
La segunda acción sobre la que reflexionó el Santo Padre se refiere a, como el Señor reconstruye la confianza de Pedro. Tras subir a su barca, después de predicar, le dice: «Rema mar adentro». “No era una hora adecuada para pescar, pero Pedro confía en Jesús. No se apoya en las estrategias de los pescadores, que conocía bien, sino en la novedad de Jesús”. Lo mismo ocurre con nosotros, agregó el Papa, si acogemos al Señor en nuestra barca, podemos ir mar adentro. Con Jesús se navega por el mar de la vida sin miedo, sin ceder a la decepción cuando no se pesca nada, y sin ceder al “no hay nada más que hacer”. Siempre, tanto en la vida personal como en la vida de la Iglesia y de la sociedad, se puede hacer algo que sea hermoso y valiente. Siempre podemos volver a empezar, el Señor siempre nos invita a volver a ponernos en juego porque Él abre nuevas posibilidades.
El Santo Padre concluyó su alocución alentándonos a aceptar la invitación de Jesús que nos dice: “ahuyentemos el pesimismo y la desconfianza y entremos mar adentro con Jesús. Incluso nuestra pequeña barca vacía será testigo de una pesca milagrosa”. Finalmente, el Papa pidió a María, que ella como ninguna otra que acogió al Señor en la barca de la vida, nos anime e interceda por nosotros.
Energías new age
El lenguaje de las relaciones humanas lo Hemos pervertido con conceptos new age que parecen hablar de amperios en vez de pasiones o interacción
Quienes tenemos más de treinta años hemos recibido, por norma general, una educación que basculaba entre la confianza y la autoridad. Nuestros padres no perdieron la condición de su rango, con lo que lograron unos hogares en los que al pan se le llamaba pan, en los que no se discutían las órdenes de arriba y en los que las desobediencias venían acompañadas de su correspondiente y reparador castigo.
De este modo, cuando nos mandaban a “galeras”, teníamos claro el motivo: no haber querido acabar el plato, presentarnos con un boletín de notas similar al Ibex, habernos excedido en alguna pelea fraternal o haber contestado de malos modos a la mujer que ayudaba en las tareas de la casa. Y con el castigo, muchas veces, el coscorrón y hasta la bofetada, medicina que generaba un encendido sarpullido antes de inocular su efecto placebo.
Hoy las cosas son distintas. Los hijos viven, en general, imponiendo su capricho: ya no heredan ropa ni comparten juguetes; ni siquiera tienen hermanos a quienes marcar el terreno y los aprobados se regalan a fuerza de decreto. De este modo, además de la proliferación de diminutos gadafis que lo quieren todo al grito de “ya”, abunda en los hogares una atmósfera de inseguridad por desconocer los límites de la convivencia o las razones con las que, de Pascuas a Ramos, los padres aducen su descontento por la acumulación de tanta conducta fuera de madre.
Lo experimenté este verano en un pueblo turístico de nuestra geografía. De camino al párking, unos padres echaban a su hija en cara “las malas energías” con las que había vivido aquella jornada de asueto. Malas energías, como si en vez de venas portadoras de sangre tuviésemos cables de cobre por los que circulan sacudidas de alto voltaje. Y claro, la muchacha les observaba perpleja, sin entender por qué los suyos confundían la electricidad con su más que seguro capricho (mamá, quiero que me compres esto; papá, quiero que me compres lo otro; me aburro; me niego a ver un solo monumento más; no estoy dispuesta a quitarme los cascos de música ni en el interior de esa iglesia, llevadme a un parque de atracciones, etc.).
La educación entiende mucho de lenguaje. Ya saben: al sí, sí y al no, no. Pero el lenguaje de las relaciones humanas lo hemos pervertido con conceptos new age que parecen hablar de amperios en vez de pasiones o interacción, y así andan las familias, deseándose energías positivas en vez de darse los buenos días, como si uno tuviese que vivir enchufado a la red, eléctrica se entiende.
El antídoto contra el bullying
¿Queremos erradicar el bullying en la familia y en la sociedad
Hay padres que se conforman con llevar el pan a casa, sin participar en la formación de los hijos. Ser papás no solo es proporcionar a los hijos todos los medios económicos, tenerlos en escuelas de prestigio y que sean expertos en idiomas y cibernética. Cuando los conocimientos se reducen a sólo «saber»; no es Saber vivir
La principal responsabilidad de papá y mamá es la formación de buenos seres humanos…es la urgente necesidad de nuestro mundo. Papá y mamá debemos hablar menos y dar más ejemplo y congruencia.
Lo importante es formar verdaderos seres humanos con la capacidad de diferenciar el bien y el mal (las bondades y los perjuicios), que conozcan y estén convencidos de lo que correcto y lo que incorrecto.
¿Cómo debemos formar los valores en nuestros hijos?
Por la importancia, es necesario enfatizar en el ejemplo y la congruencia.
La forma en que papá y mamá conviven, comparten, colaboran entre ellos, la ayuda a los demás, la tolerancia, comprensión, respeto, responsabilidad, amor y verdadera libertad, así es como están formando a cada uno de los hijos, esto es definitivo. No es necesario conocer a los padres, conociendo a los hijos se conocen a papá y mamá. «El árbol se conoce por sus frutos» Mt. 12, 33 – 37.
Lo que necesita la familia y la sociedad en el mundo entero, es el compromiso de papá y mamá, porque este problema está afectando y continuará afectando a muchas personas en todo el orbe, incluyéndonos a nosotros como personas y a nuestra familia.
No hay explosivo de efectos tan dañinos y destructores como los malos ejemplos de quienes deberían ser para los demás modelos del buen comportamiento. P.Elieser Salesman
Para que nuestros hijos aprendan a ser honestos es necesario que los papás practiquen la verdad y sean congruentes. Para formar a los hijos en la responsabilidad, los primeros responsables deberán ser papá y mamá.
Los padres son los responsables de prevenir a los hijos contra la drogadicción explicando y convenciendo de las consecuencias.
Con mutuo diálogo, comunicación, confianza y respeto mutuo, es necesario que en pareja, papá y mamá, se preparen para no evadir el reto de formar a los hijos en la sexualidad y de prevenirlos en cuanto a los daños físicos y psicológicos, protegiéndolos con verdadera responsabilidad
Para prevenir y arrancar de raíz el bullying en niños, adolescentes, jóvenes y adultos, es importante el compromiso y ejemplo de mamá y papá, además con verdadero conocimiento y convicción enseñar que los problemas y diferencias no se resuelven a golpes, con violencia; y evitar vivir en medio de un ambiente de gritos, discusiones absurdas e insultos mutuos y faltas de respeto. Para esto será necesario aprender a controlar las emociones e impulsos, reconocer los propios errores y con humildad aceptar las propias limitaciones y debilidades, aprender a pedir disculpas. Porque el reconocer los errores no será nunca un acto de humillación sino de madurez y crecimiento. Es necesario emprender en familia un compromiso permanente contra la violencia: No a los gritos, no a las agresiones físicas y verbales, no a las faltas de respeto a la pareja y a los hijos, disposición a colaborar en todo lo necesario para hacer de casa un lugar habitable en todos los aspectos. Aprender todos los integrantes de la familia a ser responsables, tolerantes pensando en los demás, siendo amables y agradecidos en todo momento. Lo que se les da a hijos ellos lo comparten con los demás. La vida se debe vivir por convicción nacida de una correcta formación. La formación en los valores no es: Imposiciones, costumbres, tradición o herencia sino la consecuencia de un buen ejemplo. A los padres de familia nos hace falta ser convincentes.
S. S. Juan Pablo II nos decía: «El mundo se resiste a creer palabras que no van acompañadas de un testimonio de vida». El tiempo y nuestros hijos nos demandan convertirnos en un modelo a seguir y sobre todo a ser congruentes.
La mejor formación es el amor y ejemplo
Lo que se aprende en familia perdurará por siempre. Nadie aprende tanto en diez años de universidad como lo hace durante los diez primeros años de su vida en el hogar. De allí que sean precisamente los familiares quienes tengan que ocuparse desde un inicio de la formación del niño. Catecismo católico explicado, P. Gaspar Astete y P. Eliécer Salesman)
El Papa Pío XII afirmó: «Los niños tienen malos oídos para escuchar, pero muy buenos ojos para observar». Nuestros hijos nos pueden objetar: «No puedo oír lo bueno que dices porque veo lo malo que haces». Esto sería terrible porque nadie da lo que no tiene; si quieres enseñar a tus hijos a ser amables no puedes hacerlo odiando.
Reflexionemos un poco: «Uno puede especializarse en aritmética y conocer toda la geografía de memoria y no por eso ser una mejor persona» (Catecismo católico explicado, P. Gaspar Astete y P. Eliécer Salesman). Lo más difícil es formar con el ejemplo, pero es lo que verdaderamente forma.
Cuando nuestros hijos hayan aprendido y comprendido a vivir en un continuo servicio a los demás, que la ayuda será siempre lo más importante la mejor demostración de amor a los demás y el antídoto contra la soledad, el vacío existencial, la frustración y el conflicto personal y familiar; así aprenderán de sus padres: la obediencia, el respeto, la libertad y la responsabilidad. Papá y mamá tenemos la responsabilidad de formar a los hijos en una auténtica libertad, que se logra a través la entrega sincera de uno mismo, y se tener presente siempre el respeto al prójimo, el sentido de la justicia, la imprescindible convivencia afectuosa y continuo dialogo, Entonces podremos estar seguros de haber arrancado de raíz el bullying de nuestra vida, de nuestra familia y de la sociedad.
El Pan de Vida
Tu alma no puede nutrirse y saciarse de otra cosa que de Dios.
No os acostumbréis nunca a celebrar o a asistir al Santo Sacrificio: hacedlo, por el contrario, con tanta devoción como si se tratase de la única Misa de vuestra vida: sabiendo que allí está siempre presente Cristo, Dios y Hombre, Cabeza y Cuerpo, y, por tanto, junto con Nuestro Señor, toda su Iglesia. San Josemaría Escrivá, 28-III-1955.
Un sentido agradecimiento de partida
Tú sabes de sobra, amigo mío, que Eucaristía: quiere decir acción de gracias. Y éste es precisamente el primer impulso espontáneo del alma que se detiene a considerar, a meditar este misterio de fe que es el Sacramento del Amor. Las palabras que brotan del corazón, ante la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, son palabras de gratitud: Gracias, Señor, por haber querido quedarte en el tabernáculo. Gracias, Señor, por haber pensado en mí y en todos los hombres ˆaun en aquellos que habrían de entregarte y que te traicionanˆ en la hora de la persecución y del abandono, en la vigilia de la Pasión. Gracias, Señor, porque has querido ser médico para mis achaques, fuerza para mis debilidades y blanco pan para mi alma hambrienta, pan que da la vida.
Un santo contagio
Tú y yo sabemos por experiencia cuánto bien puede hacer a una persona una buena amistad: le ayuda a comportarse mejor, le acerca a Dios, le mantiene lejos del mal. Y si una buena amistad nos liga, no ya a una persona buena, sino a un santo, los buenos efectos de ese género de vida se multiplican: el trato mutuo y el intercambio de elevados sentimientos con un santo dejarán en nuestro propio fondo algo de su santidad: cum sanctis, sanctus eris!, si tratas con los santos, serás santo.
Es una intimidad con Jesucristo
¡Pues piensa ahora, amigo mío, lo que podrá ser la amistad y la confianza con Jesucristo en la Eucaristía, y qué huella dejará en nuestra alma! Tendrás a Jesús como Amigo, Jesús será tu Amigo. ¡El ˆperfecto Dios y Hombre perfectoˆ, que nació, que trabajó y que lloró, que se ha quedado en la Eucaristía, que padeció y que murió por nosotros! Y… ¡qué amistad, qué intimidad! Nos nutre con su cuerpo, nos quita la sed con su sangre: Caro mea vere est cibus, sanguis meus vere est potus. Mi carne es verdadero alimento, mi sangre es verdadera bebida. Jesucristo se ofrece a nosotros en el misterio de la Eucaristía, completamente, totalmente, en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Y el alma, en aquel momento de donación y de abandono, siente que le puede repetir las palabras de la parábola evangélica: Omnia mea tua sunt, todo lo que es mío es tuyo.
Para que viva en nosotros
El camino de la Comunión ˆy de la Comunión frecuenteˆ es verdaderamente el camino más fácil y breve para llegar a la transformación en Cristo, al vivit vero in me Christus, verdaderamente Cristo vive en mí, de San Pablo. Tu alma tiene necesidad de Jesús, porque sin E1 no puedes ˆno podemosˆ hacer nada: Sine Me nihil potestis facere, sin Mí no podéis hacer nada. El desea venir todos los días a tu alma: te lo dijo y te lo dice con la parábola del gran banquete ˆvocavit multos, llamó a muchosˆ y te lo repitió y te lo repite en el momento solemne de instituir la Eucaristía: Desiderio desideravi haec pascha manducare vobiscum, he deseado con toda el alma comer esta Pascua con vosotros.
Para crecer
Tu alma y la mía tienen necesidad del Pan de la Eucaristía, porque tienen necesidad de nutrirse, como el cuerpo, para perseverar con fidelidad y buen espíritu en el trabajo cotidiano, en su esfuerzo para santificarse y para adelantar, cada día más, en el conocimiento de Dios y en la práctica generosa de las virtudes.
Lo que el alma merece
Deja que te diga, en confianza, que tu alma no puede nutrirse y saciarse de otra cosa que de Dios. ¡Tanta es la grandeza y la nobleza del alma en gracia! Si pudiéramos hacernos una idea de ella, no tendríamos ojos para ninguna otra cosa en el mundo. Piensa que la Fe nuestra fe cristiana, que da luz a la inteligencia y serenidad al corazón enseña que el alma ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, que ha sido redimida por la sangre de Jesucristo, y que debemos alimentarla de su cuerpo y sangre redentores.
Una necesidad y un deseo
No te dejes seducir por falsas ideas y por falsas humildades: estado de gracia, rectitud de intención… y, después de haber escuchado el consejo prudente del sacerdote, acércate, incluso todos los días, a la Santísima Eucaristía.
Me agrada repetirte, a propósito de la Eucaristía, aquellas palabras de Marta a María, cuando Jesús ˆdespués de la muerte de Lázaroˆ se acerca a la casa amiga de Betania: Magister adest et vocat te!, ¡el Maestro ha llegado y te llama! Escucha su llamada, y aproxímate: acércate a este misterio de fe con una fe muy grande, acércate con la fe de la madre cananea y de la hemorroísa, o, por lo menos, con el deseo humilde de los apóstoles: Adauge nobis fidem!, auméntanos la fe!
Con esperanza y contrición
Acércate con la esperanza firme del leproso, y repite a Jesús sus palabras, humildes y confiadas: «Señor si quieres puedes volverme puro» Y si en ese momento te entristece el recuerdo de tus miserias, puedes volverte a Jesús con las palabras del centurión: Domine, non sum dignus… Señor, yo no soy digno -pero añade en seguida lo que supo añadir aquel hombre sencillo y saborea la confiada esperanza que se esconde en la continuación de su discurso: pero di una sola palabra y mi alma será sana.
¡Que nos gocemos con razón!
Acércate con la caridad de Magdalena, en la casa de Simón el leproso. Sepárate, como ella; de todo lo que está a tu alrededor, y quédate solo con Jesús y rodéalo con tus cuidados y ofrécele el fuego de tu alma y el fervor de tu voluntad. Y no te cuides de respetos humanos, ni de falsas humildades. El está contigo, y te ama. Aprovecha bien los momentos de tu acción de gracias: que tu acción de gracias sea como el himno que entonaron los apóstoles, en el cenáculo, después de la institución de la Eucaristía, mientras iban saliendo al aire libre. Y sal de la iglesia con el corazón rebosante de alegría y el alma llena de optimismo. Y renueva muchas veces durante la jornada tu respuesta al desiderio desideravi de Cristo, tu deseo de recibirlo. La comunión espiritual es alimento fuerte y letificante para las almas eucarísticas.
Nuestra Madre
La Virgen es madre del Amor hermoso y de la Fe y de la santa Esperanza: pídele a Ella progresar en estas virtudes para acercarte con disposiciones interiores cada vez mejores al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
San Ricardo Peregrino
Aleteia
Señor feudal de Inglaterra, padre de tres santos, peregrino y sanador
El rey San Ricardo el Sajón vivió en el siglo VIII.
Tal vez no fuera rey sino señor feudal o príncipe de Wessex.
Hizo una larga peregrinación por Francia con intención de ir a Roma acompañado de sus tres hijos -santa Walburgis, san Wilibaldo y san Winebaldo- pero enfermó y murió en el camino, concretamente en Lucca, en el norte de Italia. Allí fue enterrado en la basílica de san Frediano.
Santo patrón
San Ricardo es patrón de caminantes, peregrinos y montañeros.
Oración
Gracias, Señor, por proponernos el ejemplo de un padre de familia, san Ricardo, que forjó a sus tres hijos para que fueran testigos fieles del Evangelio.
Concédenos la misma piedad que infundiste en su corazón para emprender la peregrinación de la vida.
Haz que nos sepamos en tus manos siempre y que no nos apeguemos a las cosas de este mundo.
Amén.