Luke 17:11-19
Amigos, el Evangelio de hoy narra la sanación de los diez leprosos, donde solo uno de ellos regresa para dar gracias al Señor. La lepra asustaba a las personas en la antigüedad, al igual que las enfermedades contagiosas y misteriosas asustan a las personas hoy en día. Pero, aún más que esto, la lepra hacía a alguien impuro y por lo tanto incapaz de participar en cualquier acto de oración. No es accidental entonces que, en el antiguo Israel, la persona responsable de examinar al paciente fuera el sacerdote. El trabajo del sacerdote era supervisar todo el proceso de adoración y oración, incluyendo los que podían y los que no podían participar en el Templo.
¿Qué es tan importante acerca de la adoración? Adorar es ordenar toda la vida de uno hacia el Dios vivo. Al hacerlo, uno vuelve a estar correctamente ordenado interior y exteriormente. Adorar es tomar conciencia y darse cuenta finalmente de qué se trata la vida. La adoración no es algo que Dios necesita, sino algo que necesitamos nosotros, y mucho.
Este pasaje, por así decir, divide el mundo en dos: quien no da las gracias y quien da las gracias; quien toma todo como si se le debiera, y quien acoge todo como don, como gracia. El Catecismo escribe: «Todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias» (n. 2638). La oración de acción de gracias comienza siempre desde aquí: del reconocerse precedidos por la gracia. Hemos sido pensados antes de que aprendiéramos a pensar; hemos sido amados antes de que aprendiéramos a amar; hemos sido deseados antes de que en nuestro corazón surgiera un deseo. Si miramos la vida así, entonces el “gracias” se convierte en el motivo conductor de nuestras jornadas. Muchas veces olvidamos también decir “gracias”. (Audiencia General, 30 diciembre 2020)
Dionisio de París, Santo
Memoria Litúrgica, 9 de octubre
Primer obispo de París
Martirologio Romano: San Dionisio, obispo, y compañeros, mártires, de los cuales la tradición quiere que el primero, enviado por el Romano Pontífice a la Galia, fuese el primer obispo de París, y que junto con el presbítero Rústico y el diácono Eleuterio, padeciesen en las afueras de la ciudad (s. III).
Etimologicamente: Dionisio = Aquel que mantiene la fe en Dios, viene del griego
Breve Biografía
Dionisio legó a Francia hacia el 250 ó 270 desde Italia con seis compañeros con el fin de evangelizarla. Fue el primer obispo de París, y apóstol de las Galias.
Dionisio fundó en Francia muchas iglesias y fue martirizado en el 272, junto con Rústico y Eleuterio, durante la persecución de Valeriano. Según creen algunos es en Montmartre (mons Martyrum), o en el sur de la Isla de la Cité, según otros, donde se eleva, en la actualidad, la ciudad de Saint-Denis lugar en el que fueron condenados a muerte.
Según las Vidas de San Dionisio, escritas en la época carolingia, tras ser decapitado, Dionisio anduvo durante seis kilómetros con su cabeza bajo el brazo, atravesando Montmartre, por el camino que, más tarde, sería conocido como calle de los Mártires. Al término de su trayecto, entregó su cabeza a una piadosa mujer descendiente de la nobleza romana, llamada Casulla, y después se desplomó. En ese punto exacto se edificó una basílica en su honor. La ciudad se llama actualmente Saint-Denis.
La tradición del culto a San Dionisio de París, fue creciendo poco a poco, dándole a conocer, llegando a confundirlo con Dionisio Areopagita (obispo de Atenas) o con Dionisio el Místico. Esta confusión proviene del siglo XII cuando el abad Suger falsificó unos documentos por razones políticas, haciendo creer que San Dionisio había asistido a los sermones de Pablo de Tarso.
El hombre que se dio cuenta
Santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19. Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Dios mío. Gracias por ser quien eres, por ser un Padre tan bueno. Gracias por llevarme por los caminos que más me convienen y por darme todo lo que necesito. Gracias por enviar a tu Hijo Jesucristo para salvarme. Bendito seas por ser tan bueno; ayúdame a reconocer y corresponder siempre a tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”. Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Dar las gracias es una clara señal de buena educación. Pero es más que sólo eso. La gratitud es un tesoro que sale del fondo del corazón y nos hace más humanos, también de cara a Dios.
Agradecer es reconocer el bien que se recibe. Alguien nos cede el paso, o nos ayuda con una carga pesada, y decimos gracias porque apreciamos ese acto bueno hacia nosotros. Al terminar los estudios en la universidad agradecemos a los profesores que nos han ayudado en la carrera. O bien, el día de la madre agradecemos con un regalo todo lo que nuestra mamá ha hecho por nosotros… Y con una palabra tan corta, o con un gesto muy sencillo, expresamos que nos dimos cuenta, que apreciamos la persona que nos hizo el favor, a nuestro profesor o a nuestros papás…
Si la gratitud es algo que vale tanto entre nosotros, con mucha más razón debe valer con Dios. ¡Cuántas cosas buenas nos ha dado el Señor! De Él hemos recibido la vida, la salud, la comida, un mundo tan maravilloso en el que vivimos, la fe, una llamada personal en la fe y una misión en la Iglesia…
Cada día recibimos tanto, sólo hace falta un poco de atención para darnos cuenta, como el leproso que quedó curado, de que Alguien nos dio un regalo… Y cuando agradecemos, abrimos el corazón para recibir algo mucho más grande: la salvación.
«La gente seguía a Jesús por conveniencia, sin demasiada pureza en el corazón, quizá por el querer ser más buenos. En dos mil años el escenario no ha cambiado mucho. También hoy muchos escuchan a Jesús como esos nueve leprosos del Evangelio que, felices con su sanación, se olvidan que de Jesús les había devuelto la salud».
(Cf Homilía de S.S. Francisco, 23 de septiembre de 2014, en Santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Antes de comer, daré las gracias con mi familia por todas las cosas buenas recibidas de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La extraordinaria fuerza interior del patrono de Colombia
Quién sabe lo que la reforma del Carmelo le debe al dominico san Luis Beltrán…
«Si tratase de agradar a los hombres no sería siervo de Jesucristo«. Esta es la frase que el dominico Luis Bertrán colocó en la puerta de su celda, en el convento de su ciudad natal, Valencia.
Había regresado a España después de pasar 7 años como misionero en América y había acumulado suficiente sabiduría como para estar seguro de que no se puede contentar a todos…
San Luis Bertrán (o Beltrán) nació el 1 de enero de 1526, en una familia noble y profundamente cristiana. A los 16 años se fue de casa con la intención de llevar una vida mendicante.
Intentó entrar en el noviciado de los dominicos, pero a sus padres no les hacía gracia, así que el hábito blanco y negro de la orden de predicadores se hizo esperar hasta que cumplió los 18 años.
A pesar de que caía enfermo con frecuencia, cultivó su vida espiritual con penitencias y vida austera, con largas horas de adoración ante el Santísimo y una vida transparente. Al cabo de tres años, en 1547, se convirtió en sacerdote.
Su fidelidad al carisma de santo Domingo de Guzmán le condujo de una manera natural a la formación de jóvenes que querían ser dominicos.
Testigo de la justicia y el amor en Colombia
Cuando tenía 36 años viajó en un galeón a Nueva Granada, la actual Colombia, de donde es patrono principal.
Allí se dedicó en cuerpo y alma a la evangelización y el reconocimiento de la dignidad de los indios y predicó a tribus de vida salvaje que intentaron asesinarlo varias veces.
Sin embargo, sus peores enemigos fueron algunos conquistadores a los que reprendía por sus injusticias con los indígenas y que intentaron matarle también.
Finalmente, tras consultar con el gran evangelizador dominico fray Bartolomé de las Casas, regresó a su país y volvió a dedicarse a la formación de novicios.
Un hombre sabio e inspirador
Era un excelente consejero espiritual. Incluso santa Teresa de Jesús le consultó por carta sobre su costosa reforma del Carmelo.
Al cabo de tres o cuatro meses orando y ofreciendo sacrificios, le respondió:
«Ahora digo en nombre del mismo Señor que os animéis para tan grande empresa, que Él os ayudará y favorecerá. Y de su parte os certifico que no pasarán cincuenta años que vuestra religión no sea una de las más ilustres en la Iglesia de Dios«.
Devoción y milagros
Luis Bertrán suscitó una gran admiración que, tras su muerte se convirtió en devoción popular.
Muchos creen en sus milagros y prodigios, como el de acabar con duras sequías con su oración, lograr que un árbol diera frutos instantáneamente con una bendición, quedar inmune al veneno y los disparos con que intentaron asesinarle y amansar a fieras.
A los 55 años, tras una larga enfermedad que acogió como una purificación necesaria enviada por Dios, murió en su ciudad natal. Fue declarado santo en 1691 y su fiesta se celebra el 9 de octubre.
Un pensamiento suyo, para acabar, extraído de un sermón para el Miércoles de Ceniza:
«Decidme, hermanos, ¿qué os aprovecha que el mundo os tenga por santos y os canonice por justos si Dios os halla, al contrario, por donde merezcáis el infierno?
¿Qué fe le da al justo que el mundo le tenga por malo y por hipócrita si Dios lo halla justo en la conciencia?
Esto es, hermanos, lo que hemos de procurar: agradar al que nos ha de juzgar, premiar y castigar».
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