.

 

 

Que Dios ilumine su rostro sobre nosotros y nos bendiga.

May God enlighten his face on us and bless us.

May God turn his radiant face toward us and fill us with his blessings

 

El día de Pascua es un día de correderas, según dicen los evangelios. Por la mañana, corre María Magdalena, al ver que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro donde habían puesto a Jesús había sido sacada, y se va a encontrar Simón Pedro y el otro discípulo, aquel que Jesús amaba para decirle aunque ella no había mirado dentro, que se habían llevado al Señor. Corren Pedro y ese otro discípulo hacia el sepulcro para ver qué había pasado. Corrían ambos juntos. Pero el otro discípulo, que era más joven, se adelantó, llegó al sepulcro, miró adentro, pero no entró. Por respeto a Pedro le esperó y entraron ambos. Y podemos imaginar, hermanos y hermanas, que después también correrían para ir a decir a los demás discípulos lo que habían visto y cómo habían entendido que, según las Escrituras, Jesús debía resucitado de entre los muertos. Por la noche, todavía, corren también los dos discípulos que habían ido a Emaús y por el camino se habían encontrado con Jesús resucitado que primero les había explicado cómo la Escritura anunciaba que el Mesías debía sufrir antes de entrar en su gloria y después les había partido el pan parecido a cómo había hecho en la cena antes de la pasión (cf. Lc 24, 23-35).

Corren porque les mueve el amor a Jesús, el asombro de la tumba vacía con la sábana de amortajar allanado y el pañuelo dejados allí. Corren porque les mueve el gozo de saber que Jesús está vivo; que, como decían las Escrituras, se habían cumplido las palabras proféticas del salmo: no abandonará mi vida entre los muertos ni dejará caer en la fosa a quien le ama (Ps 15, 9). O aquellas otras que hemos cantado: La derecha del Señor hace proezas, la derecha del Señor me glorifica. no moriré, viviré para contar las proezas del Señor (Ps 117, 16-17).

 

Fijémonos un poco más en lo que el evangelio nos decía de los dos discípulos que fueron al sepulcro. Pedro entra el primero porque, como he dicho, el otro discípulo le deja pasar por respeto a su sitio entre los apóstoles. Ve, pero parece que esto no le lleva enseguida a la fe. Podía deducir, que si se hubieran llevado el cuerpo de Jesús no se habrían entretenido en sacarle la sábana de amortajar y en dejarlo bien allanado. Fue el primero en llegar al sepulcro. Pero, sin embargo, por lo que dice el evangelista, no parece que de los dos discípulos, fuera el primero en llegar a la fe pascual. Entra, a continuación, el otro discípulo. Con los ojos ve lo mismo que Pedro. Pero se deja conducir por la luz de la fe en las Escrituras y por el amor que tiene a Jesús, y esto le hace descubrir la realidad de lo que ve con una dimensión profunda que va más allá de lo que captan los sentidos.

Y cree que Jesús ha resucitado. Pedro llega también a continuación a la fe al comprender que las Escrituras ya decían que Jesús debía resucitar de entre los muertos. Hemos oído su testimonio en la primera lectura.

Jesús resucitado transforma a los discípulos. De tímidos y miedosos como eran antes del día de Pascua, los hace valientes y valientes para anunciar que él vive para siempre. Ya no tienen miedo a las consecuencias en forma de crítica, de cárcel, de castigos corporales, de muerte, que esto les pueda llevar. Se entregan totalmente a su misión de ser testigos de Jesucristo, el Viviente, y de su Evangelio, para liberar a las personas, para hacerles comprender el amor con el que Dios las ama, para anunciar el camino del bien y de la fraternidad y la vida que supera la muerte. La alegría de los discípulos al ver el rostro deseado del Señor después de la tristeza por la muerte cruel, debe ser también la nuestra (cf. Himno “Tristas erant Apostóleo”), que guiados por su testimonio descubrimos la presencia del Resucitado en las nuestras vidas que nos impulsa a hacer el bien a los demás con amor ya ser testigos de gozo y esperanza.

 

La fe en Cristo resucitado nos transforma, a los cristianos, en criaturas nuevas. Nos enseña a ver la realidad con ojos nuevos, desde la fe y el amor, guiados por las Escrituras. Porque desde la victoria de Jesucristo sobre la muerte, la dureza de la vida, los sufrimientos que comporta, las enfermedades, la desesperanza, la muerte pueden transformarse en semillas de vida nueva. Sabemos, como venía a decir recientemente el Papa, que no se perderá ni una de las lágrimas derramadas en tantos Calvarios como hay en el mundo actual (cf. Audiencia general, 31.03.2021). Porque el Resucitado las recoge en su amor y las transformará en vida y en gozo.

Mientras celebrábamos la pasión y la sepultura del Señor, este altar estaba desnudo. Representaba a Jesucristo en su despojamiento total, en el don de su vida sin reservarse nada de nada. Pero hoy, en la Pascua, el altar es revestido festivamente como símbolo de Cristo resucitado que sigue dándose en el sacramento eucarístico. Después de la invocación del Espíritu Santo y de haber pronunciado las palabras de la institución de la Eucaristía, bajo las especies del pan y del vino estará Cristo resucitado para darse a nosotros.

 

Cristo nuestro cordero pascual que ha sido inmolado, tal y como decía san Pablo en la segunda lectura, nos invita a tomar el pan nuevo de la Pascua, el pan de la eucaristía, que es el pan de la sinceridad y de la verdad. A Jesucristo, que nos lo da, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ap 1, 6).

 

 

Fundadores de la Orden de los Servitas, Santos

Memoria Litúrgioca, 17 de febrero

Siete Santos Fundadores de los siervos de Santa María Virgen (Servitas)

 

Martirologio Romano: Los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María: Bonfilio, Bartolomé, Juan, Benito, Gerardino, Ricovero y Alejo. Siendo mercaderes en Florencia, se retiraron de común acuerdo al monte Senario para servir a la Santísima Virgen María, fundando una Orden bajo la Regla de san Agustín. Son conmemorados en este día, en el que falleció, ya centenario, el último de ellos, Alejo († 1310).

Breve Reseña

Según la tradición hubo siete hombres, muy respetables y honorables, a los que nuestra Señora unió, a manera de siete estrellas, para iniciar la Orden suya y de sus siervos. Los siete nacieron en Florencia; primero llevaron una vida eremítica en el monte Senario, dedicados en especial a la veneración de la Virgen María. Después predicaron por toda la región toscana y fundaron la Orden de los Siervos de Santa María Virgen, aprobada por la Santa Sede en 1304. Se celebra hoy su memoria, porque en este día, según se dice, murió San Alejo Falconieri, uno de los siete, el año 1310.

 

Los siete fundadores: Bonfilio Monaldi, Juan Bonagiunta Monetti, Benito Manetto dell’Antella, Bartolomé Amadio degli Amidei, Gerardino Sostegno Sostegni, Ricovero Ugoccione dei Lippi-Uguccioni y Alejo Falconieri
En la Monumenta Ordinis Servorum Beatae Maríae Virginis se lee lo siguiente respecto del estado de vida de los Siervos de Santa María Virgen: “Cuatro aspectos pueden considerarse por lo que toca al estado de vida de los siete santos fundadores antes que se congregaran para esta obra. En primer lugar, con respecto a la Iglesia. Algunos de ellos se habían comprometido a guardar virginidad o castidad perpetua, por lo que no se habían casado; otros estaban ya casados; otros habían enviudado.

 

En segundo lugar, con relación a la sociedad civil. Ellos comerciaban con las cosas de esta tierra, pero cuando descubrieron la piedra preciosa, es decir, nuestra Orden, no sólo distribuyeron entre los pobres todos sus bienes, sino que, con ánimo alegre, entregaron sus propias personas a Dios y a nuestra Señora, para servirlos con toda fidelidad.

El tercer aspecto que debemos tener en cuenta es su estado por lo que se refiere a su reverencia y honor para con nuestra Señora.

En Florencia existía, ya desde muy antiguo, una sociedad en honor de la Virgen María, la cual, por su antigüedad y por la santidad y muchedumbre de hombres y mujeres que la formaban, había obtenido una cierta prioridad sobre las demás y, así, había llegado a llamarse “Sociedad mayor de nuestra Señora”. A ella pertenecían los siete hombres de que hablamos, antes de que llegaran a reunirse, como destacados devotos que eran de nuestra Señora.

Finalmente, veamos cual fuera su estado en lo que mira a su perfección espiritual. Amaban a Dios sobre todas las cosas y a él ordenaban todas sus acciones, como pide el recta orden honrándolo así con todos sus pensamientos, palabras y obras.

Cuando estaban ya decididos, por inspiración divina, a reunirse, a lo que los había impulsado de un modo especial nuestra Señora, arreglaron sus asuntos familiares y domésticos, dejando lo necesario para sus familias y distribuyendo entre los pobres lo que sobraba. Finalmente buscaron a unos hombres de consejo y de vida ejemplar, a los que manifestaron su propósito.

 

 

Así subieron al monte Senario, y en su cima erigieron una casa pequeña y adecuada, a la que se fueron a vivir en comunidad. Allí empezaron a pensar no sólo en su propia santificación, sino también en la posibilidad de agregarse nuevos miembros, con el fin de acrecentar la nueva Orden que nuestra Señora había comenzado valiéndose de ellos. Por lo tanto, comenzaron a recibir nuevos hermanos y, así, fundaron esta Orden. Su principal artífice fue nuestra Señora, que quiso que estuviera cimentada en la humildad, que fuese edificada por su concordia y conservada por su pobreza.

 

 

Y Jesús empezó a instruirlos

Santo Evangelio según san Marcos 8, 27-33. Jueves VI del Tiempo Ordinario

 

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, haz mi corazón sencillo y humilde como el tuyo. Concédeme las gracias que necesito para confiar en ti y dejarte guiarme.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 8, 27-33

 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Algunos dicen que eres Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».

Entonces él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le respondió: «Tú eres el Mesías.» Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitará al tercer día.

Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: «¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Los discípulos llamaban a Jesús maestro. Sus enemigos también lo llamaban así (Lc 20,21). Jesús es el Maestro que nos enseña quién es Dios y quiénes somos nosotros.

¿Cuántas veces nos vemos en situaciones en las cuales no sabemos qué hacer, o qué decir, o qué pensar? Nos pasa como a la gente de la que acabamos de oír en el Evangelio. Tenemos opiniones sobre Jesús, sobre los demás, sobre muchas cosas. Pero en realidad, a veces no conocemos la verdad. Por eso pedimos: Señor, sé nuestro maestro. Tú dijiste «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» (Jn 14,6) Como a san Pedro, enséñanos quién eres. Como a los discípulos, muéstranos el camino de la felicidad, que es el camino del amor hasta la cruz.

A veces es duro estar en la escuela de Jesús. Dice el Evangelio que Él hablaba de su Pasión a los discípulos, y que «se lo explicaba con toda claridad.» Como leímos, a san Pedro le costó aceptar la cruz. Incluso a Jesús mismo le daba miedo morir (Mt 26, 36-39). Como a Él, a nosotros nos cuesta seguir la escuela del amor hasta la cruz. Pero Jesús nos enseña, con su ejemplo, que el camino de la plenitud es el camino del amor que se entrega siempre, en las buenas y también cuando duele. La cruz de Jesús es la prueba de su amor hasta el fin por nosotros: «la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores» (Rm 5,8).

 

 

Señor, sé nuestro maestro. Queremos ser tus discípulos. Tú te entregas en cada instante, en cada Misa y en cada confesión. Concédenos aprender de ti a amar al Padre sobre todas las cosas, y a nuestros hermanos como a nosotros mismos.

«La Biblia y la historia de la Iglesia nos enseñan que muchas veces, incluso los elegidos, andando en el camino, empiezan a pensar, a creerse y a comportarse como dueños de la salvación y no como beneficiarios, como controladores de los misterios de Dios y no como humildes distribuidores, como aduaneros de Dios y no como servidores del rebaño que se les ha confiado. Muchas veces ?por un celo excesivo y mal orientado? en lugar de seguir a Dios nos ponemos delante de él, como Pedro, que criticó al Maestro y mereció el reproche más severo que Cristo nunca dirigió a una persona: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como  Dios!” (Mc 8,33)».(Discurso de S.S. Francisco, 21 de diciembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En un rato de oración reflexionaré quién es Jesús para mí.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

¿Completar lo que falta a la Pasión de Cristo?

¿Acaso la Pasión de Cristo está incompleta? ¿No fue suficiente tanto dolor, no bastó con tanta Sangre, no colmó toda medida tanta obediencia?

 

«Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo» (Col 1, 24).

Alguien debería dar un respingo al escuchar estas palabras del Apóstol. ¿Acaso la Pasión de Cristo está incompleta? ¿No fue suficiente tanto dolor, no bastó con tanta Sangre, no colmó toda medida tan obediencia?
Es, quizá, una de las facetas más sobrecogedoras del drama de la Pasión: toda esa Sangre no es suficiente.

Nadie puede decir: “Cristo murió por mí; por tanto, ya estoy salvado. No debo preocuparme, ni es preciso que yo aporte nada más, porque su Pasión me ha logrado el perdón de todas mis culpas y la entrada en el Paraíso”.

Si así fuera, habría que afirmar, acto seguido, que todo hombre está salvado, y que nadie se condenará, puesto que Cristo murió por todos.

Y, sin embargo, no es así. La Sangre de Cristo podría haberse derramado en vano, si cada hombre no aporta lo que falta a esa Pasión y no completa en su carne, según las palabras del Apóstol, los sufrimientos de su Redentor.

Para que la Pasión de Cristo me salve, es preciso que yo me asocie a Ella. Debo tomar la mano llagada que Jesús me tiende desde lo alto de la Cruz, y prolongar en mi vida, en mis miembros, en mi corazón y en mi carne la Pasión de mi Redentor. Debo hacerme uno con Él, y completar en mí la Ofrenda, el Sacrificio de Salvación ofrecido por todos los hombres. Entonces estaré salvado.

Me uno a la Pasión de Cristo cada vez que confieso mis culpas en el Sacramento del Perdón y recibo la absolución sacramental. Santa Catalina de Siena decía que, mientras el sacerdote pronunciaba las palabras de la absolución, ella sentía que la Sangre de Cristo se derramaba sobre su alma y la bañaba.

 

Me uno a la Pasión de Cristo cada vez que tomo parte en el sacrificio Eucarístico. “Toma parte” no es, simplemente, asistir, como pudiera asistir a una representación teatral o a un espectáculo. No basta ocupar el sitio en el banco de la iglesia: debo subirme espiritualmente al altar, ofrecerme en la misma patena en que el sacerdote ofrece el Cuerpo de Cristo, entregar a Dios cuanto soy y cuanto tengo en cada Misa, y comulgar como quien se hace verdaderamente uno con Aquél a quien recibe. Si así lo hago, en cada Eucaristía me convierto en ofrenda, unido a la única Ofrenda.

Me uno a la Pasión de Cristo cada vez que mortifico mis miembros terrenos: cuando ayuno, cuando retraso un vaso de agua durante quince minutos y se lo ofrezco a Dios, cuando salgo de la cama a la hora en punto, entregando al Señor el sacrificio de las primicias, cuando adopto, voluntariamente, una postura ligeramente incómoda en la silla en que me siento… Así, y de mil formas más, con pequeñas mortificaciones voluntarias completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo.

Y me uno a la Pasión de Cristo cada vez que sobrellevo con alegría los mil padecimientos de la vida: cuando procuro no quejarme del calor ni del frío, cuando sonrío ante una persona cargante, cuando trato de que no se noten un dolor de cabeza o unas molestias de estómago, cuando perdono de corazón a quien me ha hecho daño…

Entonces puedo decir, como el Apóstol, que completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo. Y, si todo ello lo hago en gracia de Dios, la Pasión que Cristo padeció por mí no habrá sucedido en vano.

 

 

En los momentos difíciles invoquemos a San José, custodio de la Iglesia

Catequesis del Papa Francisco, 16 de febrero de 2022

 

 

“Los animo a pedir la intercesión de San José precisamente en los momentos más difíciles de sus vidas y de sus comunidades. Allí donde nuestros errores se convierten en escándalo, pidamos a San José tener la valentía de hacer verdad, pedir perdón y empezar de nuevo humildemente”, fue la invitación del Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles, 16 de febrero, al concluir con su ciclo de catequesis sobre la figura de San José y al explicar que estas catequesis son complementarias a la Carta Apostólica “Patris corde”, escrita con ocasión de los 150 años de la proclamación de San José como Patrón de la Iglesia Católica, por parte del Beato Pío IX.

José tiene la tarea de proteger a Jesús y a María

 

En su catequesis, el Santo Padre señaló que, para entender lo que significa el título de San José como Patrón de la Iglesia, los Evangelios nos dan la clave de lectura más correcta. “De hecho, al final de cada historia que ve a José como protagonista – precisó el Pontífice – el Evangelio anota que él toma consigo al Niño y a su madre y hace lo que Dios le ha ordenado (cfr Mt 1,24; 2,14.21). Resalta así el hecho de que José tiene la tarea de proteger a Jesús y a María”. En este sentido, el Papa comentando la Patris corde, 5 señaló que, José es su principal custodio: «De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe».

“En el plan de la salvación no se puede separar el Hijo de la Madre, de aquella que avanzó «en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz», como nos recuerda el Concilio Vaticano II (Lumen gentium, 58)”.

San José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia

Por esto, indicó el Papa Francisco, podemos decir que Jesús, María y José son en un cierto sentido el núcleo primordial de la Iglesia. “Jesús es hombre y Dios; María la primera discípula es la Madre; y José el custodio”. Y también nosotros «debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia». El Hijo del Altísimo vino al mundo en una condición de gran debilidad. Quiso tener necesidad de ser defendido, protegido, cuidado. Dios se ha fiado de José, como hizo María, que en él ha encontrado el esposo que la ha amado y respetado y siempre ha cuidado de ella y del Niño. En este sentido, precisó el Papa, «san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María».

“José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre”.

San José protector de todos los necesitados

 

Por tanto, agregó el Santo Padre, toda persona que tenga hambre y sed, todo extranjero, toda persona sin ropa, todo enfermo, todo preso es el “Niño” que José custodia. Por esto, afirmó el Pontífice, San José es invocado como protector de todos los necesitados, de los exiliados, de los afligidos, y también de los moribundos. Y también nosotros debemos aprender de José a “custodiar” estos bienes: amar al Niño y a su madre; amar los Sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres y nuestra parroquia. Amarnos los unos a los otros, cuidar del otro. Cada una de estas realidades es siempre el Niño y su madre. “Este Niño es Aquel que dirá: ‘Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25,40)”.

Solo el amor nos hace capaces de decir la verdad

El Santo Padre también dijo que, hoy es común criticar a la Iglesia, subrayar las incoherencias, los pecados, que en realidad son nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Preguntémonos si, en el fondo del corazón, nosotros amamos a la Iglesia. De hecho, solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de forma no parcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el bien y la santidad que están presentes en ella, a partir precisamente de Jesús y de María.

“Amar a la Iglesia, cuidar a la Iglesia y caminar con la Iglesia. La Iglesia somos todos y no solo un grupito. Cuidarnos los unos a los otros, cuidarnos reciprocamente”.

Invoquemos la intercesión de San José

Asimismo, el Papa Francisco animó a los fieles y peregrinos que se dieron cita en el Aula Pablo VI del Vaticano, a pedir la intercesión de San José en los momentos más difíciles de sus vidas y de sus comunidades. “Allí donde nuestros errores se convierten en escándalo, pidamos a San José tener la valentía de hacer verdad, pedir perdón y empezar de nuevo humildemente. Allí donde la persecución impide que el Evangelio sea anunciado, pidamos a San José la fuerza y la paciencia de saber soportar abusos y sufrimientos por amor al Evangelio. Allí donde los medios materiales y humanos escasean y nos hacen experimentar la pobreza, sobre todo cuando estamos llamados a servir a los últimos, los indefensos, los huérfanos, los enfermos, los descartados de la sociedad, recemos a San José para que haya para nosotros Providencia”.

“¡Cuántos santos se han dirigido a él! ¡Cuántos personas en la historia de la Iglesia han encontrado en él un patrón, un custodio, un padre!”.

 

 

Oración al Patrón de la Iglesia

Finalmente, antes de concluir su catequesis, el Santo Padre invitó a todos a imitar el ejemplo de San José y a rezar al Patrón de la Iglesia la oración que escribió en la conclusión de la Carta Patris corde, encomendándole nuestras intenciones y, de forma especial, la Iglesia que sufre y que está en la prueba.

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal.
Amén.

 

 

¿Te sientes solo?

¿Solo? NUNCA

 

 

¡Me siento tan sola! ¿Cuántas veces me he aferrado a este pensamiento? ¿Cuántas veces me he auto-compadecido por no tener a alguien a mi lado?

La “soledad” en que me encuentro ha sido utilizada como justificación para mis ratos de amargura e incluso también por el enemigo como un pretexto para colocarme en situación de pecado.

No, no es fácil vivir solo, decidir solo, enfrentar todo solo. El deseo de compañía está plantado en lo más profundo del corazón.

Pero todo ese sentir puede ser erradicado con simplemente abrir los ojos y cambiar el foco para que la verdad salga a relucir.

 

No quiero estar solo… pero no lo estoy. ¡Nunca lo he estado!

Anhelo ser amado y… lo soy. ¡He sido amado hasta el extremo!

Cada noche, al terminar con mi última tarea del día, cuando siento deseos de platicar con alguien, ahí estás tú, mirándome de frente y dispuesto a escuchar desde el icono colgado en mi pared. (Esto dice Yahvé: en el momento preciso te escuché.. Is 49,8)

Cuando estoy triste y busco consuelo, cierro mis ojos y me imagino abrazada a tu costado o sostenida por la palma de tu mano. (…Este es mi consuelo en mi miseria: que me da vida tu promesa… Que tu amor sea mi consuelo como prometiste a tu siervo. Sal 119,50, 76)

Cuando el desánimo y el miedo inundan mi corazón, te veo siguiendo el camino de la cruz y diciéndome:

 

“Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados por la carga y yo os aliviaré” (Mt 11,28)

Cuando mi corazón añora simplemente cariño, te oigo decir “¡Permanece en mi amor!” (Jn 15,9)

Todo esto es don. Es obra tuya, a través del Espíritu Santo, que en otro acto de amor supremo, quisiste dejar en mí y de tu palabra “viva y eficaz” que está siempre a mi disposición.

De tal suerte, que no importa lo que sienta, siempre regreso al punto de partida, a la única verdad: ¿Solo? NUNCA.

 

 

10 consejos para evitar el pensamiento catastrófico en nuestra vida

Algunas personas tienen incorporado en su forma de pensar una distorsión que no las deja vivir en paz y los llena de temor y ansiedad

 

 

Una de mis amigas suele boicotear mis planes cada vez que le propongo hacer algo con nuestros hijos. –“Llevemos a los chicos al parque”– Inmediatamente responde: –“Y si se caen de los juegos y se rompen un hueso…”, “y si los secuestra alguien mientras estamos distraídas…”, “y si un carro pierde el control y se mete al parque y los atropella…”, “y si comen una flor venenosa y se mueren…” Ir al parque empieza a parecer una terrible y peligrosísima aventura que solo a un desquiciado se le podría ocurrir.

Así como esta amiga existen muchísimas personas que tienen incorporado en su forma de pensar una distorsión que no los deja vivir en paz y los llena de temor y ansiedad: El pensamiento catastrófico.

Esta galería nos explica un punto interesante sobre él y nos deja unos cuantos consejos para poder sobreponerse, conocerse y con amor y caridad ayudar a nuestros amigos a tener una mirada más realista, segura y esperanzada de la realidad, confiar más en Dios y en nosotros mismos.

1. El pensamiento catastrófico nos quita libertad. Aprender a no dejar que nos impida actuar

 

 

Pensar de esta manera quita libertad, llena de angustia a la persona y la sume en una situación de estrés y ansiedad que en casos extremos puede hacer insoportable la vida. Todo representa una amenaza y un peligro inminente del que se cree incapaz de escapar. Si le duele la cabeza seguro es a causa de un tumor maligno y pronto morirá. Si suena el teléfono lo más probable es que sólo sean malas noticias. Si el esposo se demoró media hora sin avisar seguro está con otra y el matrimonio de pronto acabó… La preocupación y el miedo a vivir son una constante. Se trata de pensar objetivamente y actuar aunque nuestros pensamientos nos digan lo contrario.

2. Mantener la calma. No querer controlar todo

 

 

¿Cómo poder tener una bola de cristal que nos diga exactamente todo lo que va a pasar en el futuro? De esa manera estaríamos preparados para afrontar todos los peligros y decepciones que se pudieran presentar. El deseo más grande de un pensador catastrófico es tener control total sobre cada evento que la vida depara. Este pensamiento puede ser aprendido, puede ser influenciado por la información a la que estamos expuestos y es alimentado por una falta de confianza y de fe. En este sentido se hay que tratar de soltar un poco las cosas y dejar que la realidad nos enseñe.

3. Buscar evidencia real del peligro que creemos nos aqueja

 

 

Cada vez que los pensamientos catastróficos vengan a nuestra mente es necesario confrontarlos con la realidad. Por ejemplo: ¿Es real que existan flores venenosas en el parque y que tus hijos las coman? Si en tu matrimonio te llevas bien con tu esposo, es real que por media hora de retraso tu matrimonio haya acabado? Confrontarse con la realidad es un buen ejercicio.

4. La ausencia de Dios en nuestra vida, el verdadero temor

 

 

Fernando Robas Rebaque en su libro: “Terapia de las enfermedades espirituales en los Padres de la Iglesia” nos dice que el temor tiene dos lados: el temor-virtud que está relacionado a nuestra supervivencia y rechaza todo lo que va en contra de la vida, especialmente la muerte. Este temor se expresa a través del temor de Dios y no es un temor que tiene que ver con el castigo, sino es el temor a estar separado de Dios. Estar separado de Dios significa estar separado de la vida. Se me viene a la mente el miedo que siente un niño al separarse de su madre y verse desamparado, privado de su amor y todo lo que ese amor significa.

La otra cara del temor es el temor-pasión que a diferencia del anterior nos aleja de Dios y coloca en su lugar preocupaciones. Considera a las posesiones, los bienes como dioses. En el fondo nos ponemos a nosotros mismos como el centro, como los únicos que tienen el control de la vida. Viviendo en una realidad deformada sin Dios. Sin Él la persona siempre imagina lo peor.

Cobarde es, en efecto, la maldad y ella así misma se condena; acosada por la conciencia imagina siempre lo peor; pues no es otra cosa el miedo sino el abandono del apoyo que presta la reflexión.
Sap 17, 11-12.

5. Sobreponiéndonos al temor en el espíritu

 

 

La confianza en Dios es el primer paso para combatir estos pensamientos. El crecimiento espiritual, la oración, la amistad con Dios. No saldremos del todo de estos pensamientos sino vamos aceptando que es Dios, quien nos ama, el que saldrá al encuentro en todas las situaciones de nuestra vida. Orar frecuentemente y pedirle a Dios que aumente la fe es una excelente practica. La fe es una virtud que Dios nos otorga, hay que pedirla siempre.

6. No dejar que nuestros pensamientos nos controlen. Es importante cambiar esa manera de pensar

 

 

Es importante tomar el control de los pensamientos. Cada vez que nos descubramos esperando lo peor de la vida es fundamental reflexionar un momento y evaluar honestamente la situación, medir el riesgo objetivamente. ¿Cuál es la posibilidad que un carro pierda el control y se estrelle justo en el lugar dónde juegan tus hijos? Es bueno medir estas probabilidades en porcentajes. Analizar las auténticas posibilidades de que ocurran catástrofes y buscar evidencias en la realidad. Enfocar las emociones, simplifica la vida.

7. Utilizar nuestro cuerpo para descansar la mente

 

 

Ocupar el día, hacer deporte ayuda mucho. Realizar actividades que ayuden a callar las voces en el interior, salir a caminar, a conversar con otras personas, pintar, cantar. Ocupar la vida en actividades diferentes y enseñar al cuerpo a caminar con seguridad, esa seguridad de estar en la presencia de Dios, quien sale a nuestro encuentro.

8. No olvidarnos de la paciencia

 

 

Cambiar los pensamientos no es cosa fácil, requiere de tiempo y paciencia. Así que es importante tomarse el tiempo y avanzar un día a la vez. Empecemos a ser consientes del presente y olvidar los futuros catastróficos. En estos momentos resulta fundamental buscar consuelo y ayuda en los demás, pero sobre todo en Dios.

9. Conversarlo con alguien para que te muestren la realidad que no ves

 

 

Compartir nuestros problemas con personas cercanas siempre es bueno. Decírselo a alguien que esté cerca y al que estemos dispuestos a escuchar. Que esta persona nos ayude a ver con objetividad nuestra vida.

10. Llevar un diario. Escribir lo que experimentamos cuando un pensamiento catastrófico viene a la mente.

 

 

Para descubrir y evidenciar que podemos ser pensadores catastrófico llevar un diario en el que escribas que emociones se experimentan cuando el pensamiento viene a la mente es un excelente ejercicio. De esta manera iremos conociendo el tipo de pensamiento que se produce y en qué momentos. Esta es una buena forma de diseñar estrategias para combatirlo.

 

 

Orígenes de los Siervos de María

De la espiritualidad monástica tomaron la vida comunitaria y la regla de San Agustín; de las órdenes mendicantes el contacto con la ciudad y el apostolado

 

 

En las colinas que rodean Florencia, Italia se encuentra el Convento de Monte Senario, cuna de los Siervos de María,Orden religiosa nacida en el año de 1233.

Una tradición fundada en el documento más antiguo en la historia de la Orden que se llama «Leyenda de los Orígenes» escrita en 1317, fija como fecha de nacimiento el 15 de Agosto de 1233, fecha en que siete comerciantes florentinos varones se retiran a Cafagio y más tarde a Monte Senario en las afueras de la ciudad de Florencia en Italia, abandonando sus casas, familias y negocios para dedicarse a una vida de oración y penitencia, reunidos en nombre de Dios y de la Santísima Virgen María.

El Papa León XIII, que el 15 de enero de 1888 elevó al honor de los altares a los Siete fundadores, los índica con los nombres de Bonfilio, Amadeo, Bonayunta, Maneto, Sosteño, Hugo y Alejo. En 1567 Miguel Poccianti señalará -sé ignora con que fundamento histórico- también algunos de sus apellidos: Bonfilio Monaldi, Maneto dell´Antella, Sosteño de´Sostegni, Hugo degli Uguccioni, Alejo Falconieri.

 

 

Antes que todo el número de Siete nunca ha sido puesto en discusión, aun cuando algún escritor (no perteneciente a los Siervos de María) ha presentado a San Felipe Benicio como «fundador», deslumbrado por la gran personalidad del santo florentino y por su obra de legislador y organizador.

En el año de 1245 en la soledad del Monte Senario los Siete fundadores, construyen una pequeña casa y después una capilla dedicada a María; en 1249 reciben una primera carta de apoyo y protección de parte de la Santa Sede del legado pontificio, Cardenal Ranieri. Mas tarde, en otra carta se les concede el permiso de recibir a otras personas a formar parte de la Comunidad.

De la espiritualidad monástica tomaron la vida comunitaria y la regla de San Agustín; de las órdenes mendicantes el contacto con la ciudad y el apostolado. El hábito negro utilizado por esta orden recuerda las penas sufridas por la Virgen María durante la pasión de su Hijo.

Fundadores servitas: dejaron el comercio para dedicarse a la Virgen