El Evangelio de hoy celebra la Transfiguración.
Cristo vino no solo para hacernos personas agradables o moralmente rectas, sino para darnos una parte de su vida divina; para convertirnos en habitantes del Cielo, personas capaces de vivir en ese nuevo entorno.
¿Qué es lo que brinda esta convicción de vida a los primeros cristianos? La respuesta es la Resurrección, y la gran anticipación de la Resurrección es la Transfiguración. De alguna manera el Jesús ordinario se transformó, se elevó, realzó su forma de ser.
Lo primero que notamos es que su apariencia se volvió más bella. Estos cuerpos, un tanto miserables, están entonces destinados a la belleza transfigurada y elevada.
En segundo lugar, en su estado transfigurado, Jesús trasciende espacio y tiempo, ya que está hablando con Moisés y Elías. En este mundo, estamos atrapados en el espacio y el tiempo, pero en el Cielo viviremos el eterno ahora de la vida de Dios.
¿Alguna vez has notado que aunque apreciamos todo lo maravilloso de esta vida, nunca estamos plenamente en nuestro hogar? Hay una inquietud permanente en la vida humana. Pero nos espera una vida más alta, más rica, más bella y espiritualmente más plena.
La amabilidad y la bondad
Hay una prerrogativa de Dios en la Biblia que a los Padres les encantaba subrayar: la synkatabasis, es decir, la condescendencia. Para San Juan Crisóstomo es una especie de clave para comprender toda la Biblia.
La amabilidad -hoy diríamos también cortesía- es algo distinto de la simple bondad; es ser bueno con los demás. Dios es bueno en sí mismo y es bondadoso con nosotros. Es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5,22); es un componente esencial de la caridad (1 Cor 13, 4) y es el marco de un alma noble y superior. Ocupa un lugar central en la exhortación apostólica.
Hacia una Iglesia, un poco más condescendientes y tolerantes
Este año celebramos el cuarto centenario de la muerte de un santo que fue un excelente modelo de esta virtud, en una época también marcada por amargas controversias: San Francisco de Sales. Todos deberíamos volvernos, en la Iglesia, un poco más condescendientes y tolerantes, menos colgados de nuestras certezas personales, conscientes de cuántas veces hemos tenido que reconocer dentro de nosotros mismos que estábamos equivocados sobre una persona o una situación, y cuántas veces nosotros también hemos tenido que adaptarnos a las situaciones. En nuestras relaciones eclesiales, afortunadamente, no existe -ni debe existir- esa propensión a insultar y vilipendiar al adversario que se advierte en ciertos debates políticos y que tanto daño hace a la pacífica convivencia civil.
No condenéis y no seréis condenados
Jesús dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados… ¿Cómo es que ves la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? (Mt 7, 1-3). ¿Es posible vivir, nos preguntamos, sin juzgar nunca? ¿No es la capacidad de juzgar parte de nuestra estructura mental y no es un don de Dios? En la versión de Lucas, al mandato de Jesús: «no juzguéis y no seréis juzgados» le sigue inmediatamente, como para aclarar el sentido de estas palabras, el mandato: «no condenéis y no seréis condenados» (Lc 6, 37). Por lo tanto, no se trata de eliminar el juicio de nuestro corazón, ¡sino de eliminar el veneno de nuestro juicio! Eso es el odio, la condena, el ostracismo.
Sólo los misericordiosos se parecen a Dios Padre. Este es el camino, el camino que va contra el espíritu del mundo, que piensa de otra manera, que no acusa a los demás. Porque entre nosotros está el gran acusador, el que siempre va a acusarnos ante Dios, para destruirnos. Satanás: es el gran acusador. Y cuando entro en esta lógica de acusar, de maldecir, de intentar dañar al otro, entro en la lógica del gran acusador que es destructor. Quien no conoce la palabra ‘misericordia’, no la conoce, nunca la ha vivido (…) La única acusación lícita que tenemos los cristianos es acusarnos a nosotros mismos. Para los demás sólo misericordia, porque somos hijos del Padre que es misericordioso. (Santa Marta, 13 septiembre 2018)
Luke 6:36-38
En el Evangelio de hoy Jesús nos pide ser misericordiosos y dejar de juzgar a los demás. Pero no podemos realizar estos actos con nuestra propia fuerza: necesitamos la ayuda de Dios.
En el Sermón de la Montaña del Evangelio de Mateo, Jesús dice a sus seguidores: “Sean perfectos, por lo tanto, como su Padre celestial es perfecto”. La perfección que Él nos pide —que incluye un amor radical por los enemigos, la práctica de la no violencia frente a la agresión, la negativa a juzgar a nuestros hermanos, y abrazar la pobreza, la mansedumbre y la simplicidad de corazón— no es deseable ni aun posible dentro de un marco natural.
La forma de vida descrita en el Sermón de la Montaña sería excesiva e irracional para Aristóteles —y ese es precisamente el punto. Su viabilidad y belleza surgirán sólo cuando la mente, la voluntad y el cuerpo hayan sido invadidos y elevados por el amor de Dios.
Esto no quiere decir que la excelencia moral natural percibida por Aristóteles pase a estar invalidada por la gracia; la invasión de lo sagrado no oprime ni debilita lo secular. Sino que más bien lo transfigura. Esta transfiguración es efecto del amor, que se abre paso a través del ser moral.
Olegario, Santo
Obispo, 6 de marzo
Martirologio Romano: En Barcelona, de Cataluña, en España, san Olegario, obispo, que asumió también la cátedra de Tarragona cuando esta antiquísima sede fue liberada del yugo de los musulmanes († 1137).
Etimológicamente: Olegario = Aquel de la lanza invulnerable, es de origen germánico.
Fecha de canonización: 25 de mayo de 1675 por el Papa Clemente X.
Breve Biografía
De este joven dice su biógrafo estas palabras que llegan a lo más íntimo del alma:» Guardián celoso y maestro de la castidad, afable para todos, generoso con los pobres, esquivo de la vanagloria, despegado de la pompa mundanal y amante de fiel de la paz no fingida».
Si estas palabras se aplicasen a tu vida personal, te encontrarías más feliz de lo que te hallas en este instante. No me cabe la menor duda.
Nació en la bella ciudad de Barcelona, abierta al mar y a las nuevas corrientes de la cultura y del Evangelio.
Su familia era de origen noble por parte del padre y de la madre. Ambos se preocuparon por darle una educación en los valores que nunca defraudan del Evangelio.
El padre – cosa rara hoy en día – quiso llevar y dirigir sus estudios según los criterios de la época en que le tocó vivir. Cuando vio que su preparación intelectual y humanista la recibiría mejor en los canónigos de la catedral, no tuvo inconveniente en confiarles su educación como persona humana.
En los estudios que le prepararían para ser sacerdote, se distinguió por su piedad sincera, su aprovechamiento y su afición o “hobby” por leer a los Santos Padres.
Tanto los leyó, meditó y estudió que se convirtió en una verdadero especialista.
El anhelaba la perfección espiritual de su vida. Por eso, al enterarse de que había cerca de Barcelona un convento de canónigos regulares de san Agustín, no dudó lo más mínimo en irse para imitar su virtud. Cuando murió el obispo de Barcelona, desde la aristocracia hasta la gente sencilla, pensó en que el mejor sucesor sería Olegario.
El mismo Papa Pascual II tuvo que obligarle a que aceptara el cargo. No hizo en su misión de pastor distinción alguna entre ricos y pobres. Todos eran hijos de Dios. Participó en algunos concilios de Tarragona, Toulouse, Reims y Lateranense I, san Clermont… Y dada su preparación intelectual, logró derrotar a sus enemigos, los herejes. Murió en el año 1137.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
“Ningún hombre es suficientemente bueno para gobernar a oro si su consentimiento”
Dame un corazón compasivo Señor
Santo Evangelio según san Lucas 6, 36-38. Lunes II de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Buen día mi Jesús, vengo a caldear mi corazón en tu presencia, vengo a ubicarlo en lo esencial. Tú me tienes un mensaje claro y convincente, directo a mi corazón. Quiero ser una persona sensible, atenta a tus palabras que son luz y vida para mi corazón. Nos damos este espacio de oración y de diálogo íntimo entre los dos. Sé que me estabas esperando y yo acudo con mucho gusto.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 36-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Tu palabra es la luz para mi corazón y hoy me explicas cómo deseas que sea mi corazón, cómo esperas que viva el amor con mis hermanos.
Tus palabras breves y al mismo tiempo claras son un programa de vida para mí. ¡Cuánto me cuesta a veces recordarme y decirme a mi corazón que primero va la compasión hacia los demás; antes que juzgarlos, antes que condenarlos.
Compasión y perdón. A veces guardo en mi corazón juicios sobre otras personas y hago condenas que no corresponden a la verdad; hasta lo comparto con los demás haciendo daño a mi prójimo con mis palabras. Incluso se pueden ocasionar peleas por esto.
Tú eres ejemplo de compasión y de perdón hacia mí, hacia cada uno de mis hermanos y hermanas. A ti es a quién quiero contemplar en tu cruz, entregado; amando hasta el extremo; por compasión a nosotros; para perdonar nuestros pecados. Quiero aprender cada vez más de ti.
No es fácil compadecerse de quien te hace mal, de quien no comprendes en su forma de actuar; por eso te pido fuerza, fe; una gracia especial para amar a mis hermanos.
Quiero dar a los demás como nos recomiendas en este Evangelio: “dad y se os dará”. Me motivan tus palabras cuando me hablas de generosidad, de una medida rebosante. Medito en este consejo que me das: “La medida que uséis, la usarán con vosotros». ¡Jesús, así quiero que viva mi corazón, que esté lleno de amor!
«Cuando el corazón se endurece, cuando el corazón se endurece, se olvida… Se olvida la gracia de la salvación, se olvida la gratuidad. El corazón duro lleva a las peleas, lleva a las guerras, lleva al egoísmo, lleva a la destrucción del hermano, porque no hay compasión. Y el mensaje de salvación más grande es que Dios ha tenido compasión de nosotros. Esa frase del Evangelio, cuando Jesús ve a una persona, una situación dolorosa: «tuvo compasión de ellos». Jesús es la compasión del Padre; Jesús es la bofetada de toda dureza de corazón».
(S.S. Francisco, Homilía del 18 de febrero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Cada vez que haga un comentario menos positivo de alguien; decir también un comentario positivo de esa misma persona.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Todos merecemos el perdón de Dios?
Cuántas veces experimentamos la necesidad de decir: Perdóname Señor
Cuántas veces experimentamos la necesidad de decir: “Perdóname Señor”. Le pedimos que tenga piedad de nosotros. Que nos perdone más allá de la gravedad de nuestro pecado. Nos toca arrepentirnos de lo que hemos hecho. Luego, le pedimos perdón.
Sin embargo, solemos creer equivocadamente que: “Si ya me arrepentí, me tiene que perdonar”. Yo ya hice mi parte, Él tiene que hacer la suya. Como si Dios estuviese obligado a perdonarme porque yo lo quiero. Qué arrogancia y soberbia. Creer que Dios está obligado a perdonarnos, subyugado a nuestra voluntad. Como si yo pudiera exigirle su perdón.
Debemos entender algo muy bien. El perdón no es algo que por justicia lo merecemos. Por lo tanto no es algo que puedo exigir. El perdón es algo que va más allá de lo justo, y por lo tanto Dios nos lo concede gratuitamente. En otras palabras. El perdón que recibimos no es lo que merecemos por justicia, aunque nos hayamos arrepentido de corazón. Obviamente pensamos que Dios, por ser Dios, debe perdonar siempre, porque Él es Bueno. Sin embargo, si dependiera de nosotros, por justicia, deberíamos –aunque suene “duro” decirlo– alejarnos cada vez más Dios. Cerrarnos a la posibilidad de la Vida Eterna. Dios nos perdona porque Él así lo quiere. Dios es libre para perdonarnos o no. Estrictamente hablando el perdón de Dios no es algo justo que merezcamos luego de nuestro arrepentimiento. Lo justo a raíz de mi pecado es un castigo. Por eso, si Dios nos perdona, va más allá de lo justo. Su perdón es un regalo, un don, que Él nos quiere amorosamente conceder.
Pongamos un ejemplo para que se entienda más claramente. Cuando compro un carro a plazos, firmo un contrato y me comprometo a pagar puntualmente las cuotas en determinado día. Si un día decido no pagar la cuota porque no tengo ganas, porque ya me cansé y decido arbitrariamente incumplir el contrato, tengo por justicia que atenerme a las consecuencias del contrato: el otro tiene todo el derecho a cobrarme una multa. Es su derecho. Es algo justo. Aunque pueda decirle al cajero del banco: “mira me levanté malgeniado, no sé qué me pasó y tomé una mala decisión, no seas malito y no me cobres la multa. Estoy arrepentido y por lo tanto, me tienes que perdonar la multa”. Cobrarme la multa no es algo malo, pues eso estaba estipulado en el contrato. Es justo pagar las consecuencias de mis actos. Esa justicia es buena, así no me guste, así yo desease que se me tratase distinto.
Pero Dios, en su infinito amor, no es así con nosotros. Si dependiese de nosotros, por justicia no debiéramos recibir el perdón. Deberíamos ser castigados por nuestros pecados. Recibir la “multa” por nuestros pecados. Pero Dios no es así con nosotros.
El Antiguo Testamento para ayudarnos a entender esta característica de Dios usa el vocablo hesed, que significa: Dios es “profundamente Bueno”. Es bueno porque es fiel a sí mismo y va más allá de lo justo. Más allá de nuestro pecado e infidelidad, Dios que siempre es fiel a sí mismo, sale a nuestro encuentro, nos busca y nos invita una y otra vez a la conversión. Por el amor que nos tiene, nos perdona gratuitamente.
El hombre no lo merece, porque somos nosotros mismos quien rechazamos a Dios. Es decir, o hago una opción consciente y voluntaria por alejarme de Dios. Le “tocaría” a Dios simplemente respetar esa decisión. Pero Dios que es “hesed”, bueno, misericordioso, fiel a sí mismo y por esta fidelidad nos perdona. Es decir, no tendría ninguna razón para hacerlo, pero sí lo hace. No porque lo merezcamos, sino porque Dios es fiel a sí mismo.
Por lo tanto su perdón es un don gratuito, que brota de su bondad, como amor más fuerte que nuestra traición. «No lo hago por vosotros, casa de Israel, sino más bien por el honor de mi nombre» (Ez 36, 22). Son increíbles las palabras de San Pablo. (Rom 5, 20): “Dónde abunda el pecado, sobreabunda la gracia”. (Rom 6, 23) dice: “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Yo no puedo enviar un regalo y más tarde enviarte la cuenta. Un regalo es algo completamente gratuito.
El segundo vocablo, que en la terminología del Antiguo Testamento sirve para definir la misericordia de Dios, es rah-mim. Este tiene un matiz distinto del hesed. Mientras hesed pone en evidencia la fidelidad hacia sí mismo y de ser responsable del propio amor (que son caracteres en cierto modo masculinos), rah-min, ya en su raíz, denota el amor de la madre (rehem significa regazo materno). Quiere explicar el amor de Dios como la unidad que liga a la madre con el niño, por lo que brota una relación particular con él, un amor particular. Se puede decir que este amor es totalmente gratuito, no fruto de mérito, y que bajo este aspecto constituye una necesidad interior: es una exigencia del corazón. La madre no le pone ninguna condición al amor que tiene por el hijo de sus entrañas. Lo ama por el “simple” hecho de ser su hijo. Es una variante casi «femenina» de la fidelidad masculina a sí mismo, expresada en el hesed. “Rah-mim” engendra una escala de sentimientos, entre los que están la bondad y la ternura, la paciencia y la comprensión, fundamentales para la disposición a perdonar. Leemos en Isaías: «¿Puede acaso una mujer olvidarse del hijo que amamanta, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría» (Is 49, 15). Este amor, fiel e invencible gracias a la misteriosa fuerza de la maternidad, se expresa en los textos bíblicos de diversos modos: ya sea como salvación de los peligros, especialmente de los enemigos, ya sea también como perdón de los pecados. Finalmente, en la prontitud para cumplir la promesa y la esperanza (escatológicas), no obstante la infidelidad humana, como leemos en Oseas: «Yo curaré su rebeldía y los amaré generosamente» (Os 14, 5).
En el Nuevo Testamento vemos a Jesús, quien a lo largo de su vida tuvo gestos elocuentes que nos muestran el corazón de Dios. Él nos muestra ese amor y misericordia del Padre. Quién lo ve a Él, ve al Padre. Por ejemplo, cuando está en casa de Simón (el fariseo). (Lc 7, 36-50) Ahí Jesús es tocado por una pecadora pública que llora y moja sus pies, secándolos con sus cabellos y perfumándoselos. Ella sabe que es pecadora y ve en Jesús a Dios que es bueno y se compadece de los pecadores, perdonándolos. Sabe muy bien que no merece su Perdón, pero lo suplica, haciendo todo lo posible para que Jesús la perdone y pueda cambiar su vida, de la que siente vergüenza, y se arrepiente. Jesús la ama, y con el cariño de siempre, la acoge, deja que lo toque y la perdona. La perdona pues la ama. Por ese amor perdona sus pecados. Hay muchos otros pasajes dónde vemos ese perdón gratuito de Jesús. El capítulo 15 del Evangelio de Lucas nos muestra elocuentemente como Jesús se preocupa por nosotros pecadores. Un pastor que busca y perdona la oveja desobediente y perdida; un hijo pródigo que regresa a la casa del Padre, quien hace una fiesta, puesto que el hijo ya no está muerto, sino vivo. En esas dos parábolas vemos como Dios, no solamente nos busca, sino que está todo el tiempo dispuesto a perdonarnos. El hecho más evidente del amor que tiene Cristo por nosotros es su entrega en la Cruz. Él, siendo de condición divina, se hace pecado por nosotros en la cruz (Fil 2, 6ss). En esa nueva y eterna alianza tiene el hombre el perdón definitivo de los pecados.
Santa Rosa de Viterbo, la joven que defendió al Papa
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Es asombrosa la mezcla de lo natural y de lo sobrenatural en su vida
Rosa nació en Viterbo en 1233 de familia muy humilde pero excelentes cristianos. Desde niña siempre estuvo muy atenta cuando sus padres, Giovanni y Caterina, le hablaban de Dios.
En vez de pasar sus horas jugando prefería contemplar las imágenes de los santos, especialmente de la Virgen María.
Ya a los 8 años estaba enamorada de la penitencia. Llegaba a pasar días enteros con un poco de pan, porque prefería correr tras los pobres para ofrecerles con cariño todo cuanto tenía.
A causa de sus penitencias contrajo una gravísima enfermedad, que duró quince meses. Fue milagrosamente curada por la Virgen María, quien le mandó tomar el hábito de la Tercera Orden de San Francisco.
Comienza a predicar por todo Viterbo con una pequeña cruz o una imagen sagrada exhortando a todos a amar a Jesús y a María y a ser fieles a la Iglesia.
En ese momento Viterbo estaba en conflicto por una crisis entre la Santa Sede y el emperador Federico II que estaba en contra del Papa.
Rosa tomó una posición firme en defensa del Papa y en la lucha entre los guelfos y los gibelinos. Por esta razón el alcalde de Viterbo la exilió junto a un hogar en Soriano del Cimino.
Ella predijo la muerte del emperador Federico II y cuando esto sucedió, regresó a Viterbo.
Murió muy joven, a los 18 años y la enterraron en la tierra desnuda, sin féretro, cerca de la iglesia de Santa María en Poggio.
Patronazgo
Patrona de la ciudad de Viterbo, de la Juventud Franciscana (JUFRA), de los floristas y las jóvenes.
Lugares de culto
La muerte de santa Rosa se conmemora el 6 de marzo. Pero las fiestas más famosas en su honor son el 3 y 4 de septiembre, que recuerdan la traslación del cuerpo al santuario actual dedicado a ella.
Según cuenta la tradición, el papa Alejandro IV, que residía en Viterbo, soñó por tres veces con una niña llamada Rosa que había sido sepultada siete años antes en la tierra desnuda frente a la parroquia de Santa Maria in Poggio.
Durante el sueño, la niña pedía que se trasladara su cuerpo al monasterio de las “Pobres de San Damián”.
Impresionado por esta visión, el Papa ordenó que dicho trasporte se celebrara de forma solemne el 4 de septiembre siguiente.
Desde entonces la parroquia pasó a ser el Santuario de Santa Rosa, y se multiplicaron los milagros de la santa.
La fiesta consiste en llevar la imagen de la santa en procesión en una pesada torre iluminada por antorchas llamada “Maquina de Santa Rosa”. Pesa más de 5100 kg y tiene casi 29 metros de altura.
Lo increíble es que la llevan cargada a hombros cientos de hombres, llamados “facchini di Santa Rosa” durante más de 1 kilómetro entre las callecitas estrechas de Viterbo.

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Curiosidades
El cuerpo de la santa se encontró intacto en 1258 y se trasladó, por orden del papa Alejandro IV desde la iglesia de Santa María en Poggio, a la iglesia de San Damián.
Con los años, no se tomaron precauciones particulares para su conservación hasta el punto que durante el Renacimiento se permitía a los fieles tocar a la santa a través de una pequeña abertura practicada en la urna.
En 1921 se realizó un reconocimiento del cuerpo del cual se extrajo el corazón intacto y fue colocado en un relicario de plata.
En 1996, un nuevo estudio científico certificó que santa Rosa tenía entre 18 y 20 años en el momento de la muerte y que además padecía una enfermedad rara llamada: el síndrome de Cantrell.
Esta enfermedad es caracterizada por una falta congénita del esternón, que normalmente conduce a la muerte durante los primeros años de vida.
Oración
Padre de bondad, que has unido en
la joven santa Rosa de Viterbo
la firmeza de ánimo y el
encanto de la bondad;
al celebrar hoy su fiesta,
concédenos imitar también sus virtudes.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.