Hoy domingo celebramos la fiesta del bautismo de Jesús, con la que finaliza el tiempo litúrgico de Navidad y comienza el tiempo ordinario. Hoy es un buen día para recordar y meditar nuestro propio bautismo.

La liturgia nos propone el relato del bautismo de Jesús en el Jordán, según la redacción de san Lucas. El evangelista narra que, mientras Jesús estaba en oración, después de recibir el bautismo entre las numerosas personas atraídas por la predicación de Juan, el Precursor. Entonces se abrió el cielo y bajó hacia Jesús el Espíritu Santo en figura corporal como una paloma. En ese momento, una voz dijo desde el cielo: «Eres mi Hijo, mi amado; en ti me he complacido».

El Hijo, para llevar a cabo su misión, se coloca en la fila para ser bautizado por Juan. Jesús –lo sabemos bien–, no necesitaba el bautismo de conversión que Juan practicaba. Pero con ese gesto reconoce que necesita la acción del Espíritu en su humanidad. Éste debe ser el resumen de la vida de cada bautizado, ya que toda nuestra vida se desarrolla bajo el influjo del Espíritu Santo: cuando trabajamos, en el descanso, en la sonrisa o cuando prestamos uno de los numerosos servicios que comporta la vida familiar o profesional.

Esta fiesta de hoy nos enseña la necesidad que tenemos todos del Espíritu Santo. Si el Hijo de Dios, segunda persona de la Trinidad, fue ungido por el Espíritu a su humanidad, como nosotros, criaturas, no debemos necesitar ser ungidos por el Espíritu. Sin la acción del Espíritu no podemos generar comunión, no podemos crear unidad. Ni siquiera podremos glorificar a Dios. Por eso debemos pedir la asistencia del Espíritu.

Hoy, nuestro propio bautismo nos hace ser conscientes de que somos los hijos queridos en los que Dios se complace. Somos amados y predilectos de Dios. No podemos pretender que Dios se desentienda de nosotros, ni nosotros alejarnos de Él. Así es Dios con nosotros.

Pero a menudo tratamos a Dios como si fuera un buen vecino. Lo visitamos un rato, quizá merendamos en su casa, y después nos marchamos a nuestra casa, cerrando bien la puerta al llegar. Así, tristemente, vivimos a menudo nuestro bautismo. Como hijos emancipados: es más, como completos desconocedores de Dios. Lo visitamos un rato al día, quizás cada semana o ni siquiera eso: nos olvidemos de Él. Queremos que Dios se quede en su casa y nosotros en la nuestra.

Hay una íntima correlación entre el bautismo de Cristo y nuestro bautismo, que no debemos ver como si hubiera sido algo que ocurrió hace más o menos tiempo, pero que hoy nos implica poco. En la fiesta de hoy se nos invita a tomar conciencia renovada de los compromisos adquiridos por nuestros padres o padrinos, en nuestro nombre, el día de nuestro Bautismo; deberíamos reafirmar nuestra ferviente adhesión a Cristo y la voluntad de luchar por estar cada día más cerca de Él, separándonos de todo pecado, incluso benial, ya que al recibir este sacramento fuimos llamados a la santidad, a participar de la misma vida divina.

San Lucas nos ha dejado escrito en su Evangelio que Jesús, después de haber sido bautizado, estaba en oración. Nosotros seremos fieles en la medida en que nuestra vida esté edificada sobre el fundamento firme y seguro de la oración.

Que María, la Madre del Hijo predilecto de Dios, nos ayude a ser siempre fieles a nuestro bautismo.

Ana de los Ángeles Monteagudo, Beata

Dominica, 10 de enero

Religiosa Dominica

Martirologio Romano: En la ciudad de Arequipa, en Perú, beata Ana de los Ángeles Monteagudo, virgen de la Orden de Predicadores, que con sus dones de consejo y profecía se dedicó a promover el bien de toda la ciudad (1686).

Fecha de beatificación: 2 de febrero de 1985 por el Papa Juan Pablo II.

Nació en Arequipa el 26 de julio de 1602, hija del español Sebastián Monteagudo de la Jara y de la arequipeña Francisca Ponce de León.

Conforme a costumbres de la época, Ana fue internada por sus padres en el monasterio de Santa Catalina.

Vuelta al hogar por decisión de sus padres, no le satisfacieron los halagos del mundo ni las perspectivas de un ventajoso matrimonio.

Deseaba hacerse religiosa y lo puso en práctica ante la indignada reacción de sus padres.

Soportó con paciencia y ánimo invicto las contrariedades y emprendió la senda de la perfección.

En 1618 inicia el noviciado y añade a su nombre el apelativo «de los Ángeles».

La aspereza de la vida conventual no la arredra. Vive con entusiasmo el ideal de Domingo de Guzmán y de Catalina de Siena.

Con el tiempo llega a ser Maestra de novicias y Priora (1647).

Acomete con energía la reforma del monasterio. Amonesta y corrige, anima y promueve. Además de las profesas, habitaban por esa época en el monasterio cerca de 300 personas, no todas imbuidas del deseo de perfección.

La obra de Ana de los Ángeles chocó con oposiciones tenaces. Sor Ana atendió asimismo, abnegada y heroicamente, a las víctimas de una peste que azotó Arequipa.

Tuvo altísima oración, esmerada perfección en las virtudes propias de la vida religiosa, serenidad y paciencia en los sufrimientos.

Falleció el 10 de enero de 1686.

Beatificada en Arequipa por Juan Pablo II en 1985.

Llamado de Dios

Santo Evangelio según san Marcos 1, 14-20. Lunes I del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, concédeme avanzar en mi vida con el firme deseo de responder prontamente a tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 1, 14-20

 Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.

Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Comunicarse es algo que hacen todos los seres humanos día tras día. Basta voltear a nuestro alrededor y reflexionar un poco para darnos cuenta de cuántas veces la gente habla entre sí. Pero ¿cuántos escuchan? Es uno de los dramas de nuestra época: sabemos muy bien hablar, pero somos torpes para escuchar.

Los discípulos a los que Jesús encuentra primero en su camino vivían una realidad distinta. Eran hombres acostumbrados a estar haciendo cosas, pero también imbuidos de la actitud de espera que se vivía en su tiempo. Algunos en Israel creían que el Mesías estaba por llegar, y esto lo percibía por todas partes quien estuviera dispuesto a leer los signos de los tiempos.

Jesús entra en este escenario con un mensaje claro de conversión. Continúa lo iniciado por Juan el Bautista, a pesar del riesgo que implicaba. Hay una urgencia que lo mueve. El tiempo se ha cumplido. ¿Qué tiempo? El de Dios. El Reino se aproxima.

Este Reino es Jesús mismo que se acerca a todos cuantos quieren dejarse tocar por Él, a todos cuantos están dispuestos a convertir sus corazones hacia Él. Sí, los discípulos estaban siendo testigos de algo extraordinario. Pero eso no quiere decir que nosotros, a dos mil años de distancia, no podamos tener nuestra propia experiencia de llamamiento. Ellos sabían escuchar y, en el silencio de lo cotidiano, oyeron una voz que les dio la sencilla indicación de seguirlo.

Ya sabemos qué fue de ellos, de esa audacia en su respuesta. ¿Nosotros respondemos también inmediatamente a esa voz? Es necesario, ahora más que nunca, asegurarnos que no estemos enmarañados en las redes del mundo. No sea que Jesús pase frente a nosotros, nos llame, y nosotros no podamos ir por tener las manos atadas.

«Estamos a la espera de que venga tu reino: lo pedimos y lo deseamos porque vemos que las dinámicas del mundo no lo facilitan. Dinámicas orientadas por la lógica del dinero, de los intereses, del poder. Cuando nos encontramos sumergidos en un consumismo cada vez más desenfrenado, que cautiva con resplandores deslumbrantes pero efímeros, ayúdanos, Padre, a creer en lo que imploramos: a renunciar a las cómodas seguridades del poder, a las engañosas seducciones de la mundanidad, a las vanas presunciones de creernos autosuficientes, a la hipocresía de guardar las apariencias. De esta manera no perderemos de vista ese Reino al que tú nos llamas».

(Homilía de S.S. Francisco, 31 de mayo de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré recogerme un momento del día para buscar en lo profundo de mi alma qué es lo que Jesús me pide al inicio de este año.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El sentido de la Penitencia y la Conversión

La misericordia de Dios y su justicia conviven perfecta y armoniosamente en este hecho

Como católicos reconocemos la gravedad del pecado en nuestras vidas, sin importar si sea venial o mortal sabemos que nos aleja de Dios, debilita nuestra relación con Él y conlleva consecuencias terribles en nuestra vida espiritual. Asimismo, sabemos todo lo que Jesucristo padeció y sufrió a causa de estos, el alto precio que tuvo que pagar para nuestra salvación. El reconocimiento de este hecho bastaría para alejarnos para siempre del mal, pero la realidad es que derivado de nuestra naturaleza caída o corrupta esto resulta bastante complejo. Gracias a la infinita misericordia de Dios podemos reconciliarnos con Él después de haber pecado a través del sacramento de la confesión. Y por supuesto que nuestros pecados son perdonados, pero no del todo expiados.

¿Qué significa esto?

La misericordia de Dios y su justicia conviven perfecta y armoniosamente en este hecho. Dios es infinitamente misericordioso capaz de perdonar nuestras faltas y ofensas, pero también es justo. Como el Papa Francisco cita en la bula Misericordiae vultus (2015) “Quien se equivoca deberá expiar la pena”. En el sacramento de la reconciliación después que tus pecados son perdonados por Cristo, existe una parte importantísima que es la penitencia. El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) establece el concepto de la penitencia interior, la cual “es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia”. Es decir, que no solo debemos de cumplir con la penitencia que el sacerdote nos dicte como: ofrecer la misa, rezar un rosario, pedir perdón, etc. Sino que verdaderamente tenemos que hacer una conversión de corazón profunda en dónde reconozcamos y sintamos profundamente el dolor y tristeza de nuestros pecados, de haber ofendido a nuestro Cristo y pedirle que nos otorgue la fortaleza para no volver a pecar. Los Padres de la Iglesia lo denominaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón).   

Para poder tener un corazón contrito y arrepentido es necesario pedirle esa gracia a Dios para poder continuar en un estado de conversión. Adicionalmente, el CIC establece que existen distintas formas de expresión de penitencia interior que el cristiano puede practicar, las cuales son: el ayuno, la oración, la limosna. La primera práctica ayuda a dominar las pasiones humanas y permite conseguir una relación saludable consigo mismo, la segunda práctica, es muy importante porque es la relación que establecemos con Dios y finalmente la tercera nos permite estar conscientes de las necesidades de nuestros hermanos.  Si analizamos las tres prácticas, podemos darnos cuenta de que el origen de éstas es el amor. El ayuno es una forma de violencia que uno mismo se impone para poder obtener dominio sobre las pasiones humanas, finalmente, es una forma de amarnos ordenadamente, sin dejarnos arrebatar por nuestras concupiscencias y esto indiscutiblemente nos ayuda a salirnos de nosotros mismos y nos acerca más a Dios. La oración es la forma de relacionarnos con Dios, la oración es un encuentro de amor con Cristo, nos ayuda a seguir en el camino correcto y ser santos. La limosna nos ayuda a salirnos de nosotros para darnos a los demás, compartir las bendiciones que Dios nos ha regalado.

Es muy importante recalcar que todas estas acciones ameritan un sacrificio, una mortificación en el alma para que verdaderamente aflijan nuestro corazón de piedra y así le permitamos a Dios convertirlo en uno de carne. Estas prácticas penitenciales nos irán convirtiendo cada día más, nos mantendrán alertas y vigilantes ante las ocasiones de pecado, nos facilitarán el proceso de discernimiento y nos recordarán nuestra mortalidad y temporalidad en este mundo, de esta manera si Dios nos concede la gracia podamos estar eternamente en su presencia. La penitencia es una gracia extendida de la misericordia de Dios que nos concede para poder expiar nuestros pecados y, por lo tanto, debemos de estar conscientes de ello y aprovecharla en esta vida terrenal para, ojalá evitar expiarlos en el purgatorio. El Papa Francisco es muy claro al respecto de lo anterior (2015): “La misericordia no es contraria a la justicia, sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer”.  La conversión la podemos vivir diariamente a través de las obras de misericordia corporales y espirituales, asimismo mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (el legítimo deber ser), el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos y el padecimiento de la persecución a causa de la justicia.

Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia” (CIC, 1262)

Referencias:
Iglesia Católica. (2012). El apostolado. En 2ª ed., Catecismo de la Iglesia Católica (1262). Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.
ACIPrensa. (2015). La misericordia no es contraria a la justicia, explica el Papa Francisco. Recuperado de: https://www.aciprensa.com/noticias/la-misericordia-no-es-contraria-a-la-justicia-explica-el-papa-francisco-51024

No descuidemos la oración

Ángelus del Papa Francisco, 9 de enero de 2022

Puntualmente al mediodía de este 9 de enero el Papa Francisco se asomó a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano para rezar junto con los fieles presentes en la Plaza de San Pedro la oración mariana del Ángelus. Comentando la Liturgia del día, que muestra la escena con la que comienza la vida pública de Jesús, el Papa Francisco invitó a detenerse en un punto importante, a saber, en el momento en que Jesús recibe el Bautismo: el texto señaló– dice que “estaba orando”.

“Nos hace bien contemplar esto: Jesús reza. ¿Pero cómo? Él, que es el Señor, el Hijo de Dios, ¿reza como nosotros? Sí, Jesús – lo repiten muchas veces los Evangelios – pasa mucho tiempo en oración: al inicio de cada día, a menudo de noche, antes de tomar decisiones importantes… Su oración es un diálogo vivo, una relación íntima con el Padre. Así, en el Evangelio de hoy podemos ver los “dos movimientos” de la vida de Jesús: por una parte, desciende hacia nosotros en las aguas del Jordán; por otra, eleva su mirada y su corazón orando al Padre”.

La oración es la clave que abre el corazón al Señor

 “en los problemas de la vida y en muchas situaciones intrincadas, llamados a afrontar momentos y elecciones difíciles que nos abaten”, si no queremos permanecer aplastados, “tenemos necesidad de elevar todo hacia lo alto”. Y así, la oración, “que no es una vía de escape, no es un rito mágico ni una repetición de cantilenas aprendidas de memoria”, es “el modo”, según el Papa, “de dejar que Dios actúe en nosotros, para captar lo que Él quiere comunicarnos incluso en las situaciones más difíciles”, y, de este modo, “tener la fuerza de ir’ adelante”. 

“La oración nos ayuda porque nos une a Dios, nos abre al encuentro con Él. Sí, la oración es la clave que abre el corazón al Señor. Es dialogar con Dios, es escuchar su Palabra, es adorar: estar en silencio encomendándole lo que vivimos. Y a veces también es gritar a Él como Job, desahogándose con Él”.

La oración da oxígeno a la vida y abre al cielo

La oración “da oxígeno a la vida”, aseguró Francisco, además de hacernos ver las cosas “de modo más amplio”.  “Sobre todo, nos permite tener la misma experiencia de Jesús en el Jordán: nos hace sentir hijos amados del Padre. También a nosotros, cuando rezamos, el Padre dice, como a Jesús en el Evangelio: “Tú eres mi hijo, el amado” (cfr. v. 22). Nuestro ser hijos comenzó el día del Bautismo, que nos ha inmerso en Cristo y, miembros del Pueblo de Dios, nos ha hecho convertirnos en hijos amados del Padre. ¡No olvidemos la fecha de nuestro Bautismo!”.

No descuidemos la oración

Antes de concluir el Papa Francisco dejó para la reflexión de los fieles algunas preguntas: «¿cómo va mi oración? ¿Rezo por costumbre, desganado, sólo recitando algunas fórmulas? ¿O cultivo la intimidad con Dios, dialogo con Él, escucho su Palabra?”.Animando a que, entre las muchas cosas que hacemos, “no descuidemos la oración”, pidió que le dediquemos tiempo, sugiriendo que, además de leer el Evangelio todos los días, “utilicemos breves invocaciones para repetir a menudo» porque la oración «abre al cielo». A la Madre, Virgen orante, que «ha hecho de su vida un canto de alabanza a Dios», el Papa invitó a dirigirse en oración.

El orden es más cómodo y práctico que el desorden

La aparente comodidad del desorden

– ¿Dónde estará el cargador del teléfono?
–  No encuentro esa blusa
–  ¿Y la sartén pequeña?
–  Se  me olvidó que tenía que llamar a tu hermana
–  ¿Quién tiene las llaves de la casa?
–  No recuerdo si la reunión era a las 10 o a las 11.
–  Disculpa que no te devolví esos documentos.
–  No sé en qué me he gastado el dinero esta semana.
–    …
Estos y un sinfín  más pequeños problemas que nos complican el día a día, a nosotros mismos y a los demás, son algunas de las consecuencias del desorden.
La persona desordenada tiene una frecuente zozobra y desasosiego buscando algo que no encuentra, o intentando recordar algo que no anotó, o pidiendo disculpas por no cumplir un compromiso, además de que, muy frecuentemente, perjudica también a los demás con su falta de previsión y su desorden.

Se supone que el desorden y la improvisación nos dan la satisfacción de evitarnos un pequeño esfuerzo; se supone que ese desorden facilita nuestra espontaneidad para hacer en cada momento lo más cómodo, lo que más nos apetece. En realidad cuando actuamos desordenadamente estamos simplemente aplazando la incomodidad, seguramente provocando una incomodidad mayor y creando un problema para después.
Sin embargo, el pequeño esfuerzo por ser ordenado, amplía nuestro espacio y multiplica el tiempo, además de proporcionar la satisfacción de no tener que estar buscando, o recordando, o pidiendo disculpas por nuestros olvidos.

Cuando alguien entra en una estancia limpia y ordenada, tiende a respetar ese orden y limpieza. Las cosas, todas, las grandes y las pequeñas, ocupan menos espacio cuando se guardan con orden, además de proporcionar una cierta belleza estética. Cuando las cosas, la ropa, las herramientas, los libros, los archivos de la PC,… se guardan habitualmente en el mismo sitio, tú y los demás las encuentran inmediatamente cuando las necesitan.

Las personas muy ocupadas, si son ordenadas, si planifican día a día su horario de trabajo, al final desempeñan mucho más trabajo que las personas poco ocupadas. Cuando hay orden y horario,  en las actividades profesionales, familiares, sociales y  personales, se descubre que el tiempo es muy flexible, muy maleable para hacer muchas cosas. Actualmente que manejamos mucha información en la PC y en los celulares, el saber archivar con orden y lógica esa información nos proporciona mucha eficacia y ahorra pérdida de tiempo. Todos sabemos, por experiencia, que es mejor hacer una cosa ahora y la otra después, que intentar hacer las dos cosas a la vez.

Los latinos tenemos el don de la improvisación pero, todos sabemos, que los proyectos planificados se consiguen mejor que improvisados. La improvisación puede sacarnos de un apuro pero genera riesgos e imperfecciones.
 Y, no digamos, el orden en la cabeza, el orden mental, para distinguir las prioridades en actividades familiares, profesionales, sociales y personales. Saber diferenciar entre lo urgente y lo prioritario.
El tiempo y el espacio se multiplican para las personas ordenadas. El día y la vida rinden más.

Al final, el pequeño esfuerzo constante por ser ordenado con las cosas y con el tiempo, proporciona mucha más comodidad y eficacia que la aparente comodidad del desorden.

La capacidad expresiva del canto religioso

Si el texto cantado es religioso, une a quienes lo cantan con algo muy valioso, por ser trascendente, y potencia la vinculación que produce el mero cantar a coro

Por: Alfonso López Quintás | Fuente: Catholic.net

Una tarde de Navidad, el gran poeta y diplomático francés Paul Claudel acudió a la catedral de Notre Dame de París por el simple deseo de contemplar una ceremonia noble, dotada de cierto sentido estético. Apoyado en una de las columnas de la nave lateral de la derecha, escuchó atento el canto de las Vísperas. Al oír el Magníficat, se vio inmerso en un ámbito de luz y belleza, que pareció transportarle a lo mejor de sí mismo. En su mente se iluminó, como por un relámpago, la idea clara de que ese estado de autenticidad personal era propio de quienes viven en la Iglesia. Ésta dejó de ser para él una institución rígida y lejana, para convertirse en el espacio de vida en el que se producen esas eclosiones de belleza y vida desbordante. La transformación espiritual estaba hecha. Había realizado la experiencia de lo divino, y de su riqueza iba a nutrir su espíritu durante el resto de su vida.

¿Qué enigmático poder tiene la música para servir de vehículo a la gracia divina y suscitar una conmoción espiritual tan profunda?

I
La importancia del canto en la vida religiosa

De por sí, el canto eleva nuestro ánimo porque es una forma intensa de expresión. El genial Richard Wagner confiesa que para componer sus óperas escribía primero el folleto; luego lo leía reiteradamente, y de la lectura intensa brotaban espontáneamente las melodías y las armonías. La música es una forma de expresión de gran voltaje.

San Agustín, espíritu muy abierto a los sentimientos nobles, vivió con tal intensidad la emoción que produce el canto que llegó a verlo como un ídolo que se interponía entre él y el Creador. Más adelante, reconoció gustoso el papel de mediador que puede ejercer el canto entre el creyente y el Dios al que adora:

Con todo, cuando recuerdo las lágrimas que derramé con los cánticos de la Iglesia en los comienzos de mi conversión y lo que ahora me conmuevo no con el canto sino con las cosas que se cantan, cuando se cantan con voz clara y una modulación convenientísima, reconozco de nuevo la gran utilidad de esta costumbre”(1) .

San Agustín advirtió que existe cierta familiaridad enigmática entre los distintos modos de canto y los diversos afectos de nuestro espíritu (2) . En el canto gregoriano, heredero de la técnica musical griega, existen ocho modos” -que son como otros tantos hogares expresivos- y cada uno crea un clima espiritual propio: de alegría o tristeza, vivacidad o serenidad, sencillez o solemnidad… Más allá de esa diversidad expresiva, descubrió San Agustín que el canto lleva en sí una tendencia básica a fomentar la unión. Entonar a coro una melodía es uno de los gozos primarios de la vida humana. Es el encanto propio de la unidad y, por tanto, del amor. Lo expresa San Agustín con su certera concisión: Cantare amantis est: Cantar es cosa del que ama.

Como nuestro Dios es Amor (1 Jn 4,7), San Agustín vincula el canto con el júbilo y el ascenso del espíritu al mundo religioso:

Canta con júbilo, pues cantar bien a Dios es cantar con júbilo. ¿Qué significa cantar con júbilo? Comprender que no cabe expresar con palabras lo que se canta de corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, cuando empiezan a rebosar de alegría por las palabras de los cánticos, como fuera de sí de tanta alegría que no pueden expresarla en palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo. El júbilo es un sonido que indica que el corazón da a luz lo que no se puede decir. ¿Y a quién conviene este canto jubiloso sino al Dios inefable? Porque es inefable aquel a quien no puedes expresar con palabras; y, si no lo puedes expresar con palabras y no debes callar, ¿qué te queda sino que cantes jubilosamente para que se alegre el corazón sin palabras y la inmensa amplitud del gozo no quede sometida a los límites de las sílabas? Canta bien con regocijo”(3) .

A este bello texto cabe objetarle que una melodía consigue su máximo poder emotivo cuando entrevera su expresividad con la de un texto relevante. Son dos ámbitos expresivos que tienden de por sí a vincularse y enriquecerse. Realizar esta vinculación es un acto de creatividad que eleva nuestro ánimo y lo redime de la banalidad.

Un reportaje televisivo nos mostró a una pequeña tribu del Alto Volta caminando en fila india hacia el exilio. Se movían cansinamente, y uno temía que en cualquier momento podían caer desplomados. Tanto más emotivo era ver a quien cerraba la marcha musitar con una flauta rudimentaria las notas de una melodía. Esta forma primaria y sencilla de creatividad era sin duda lo último a que estaban dispuestas a renunciar esas gentes desvalidas. Toda melodía aúna a quienes la entonan en grupo.

Tal unión se intensifica cuando se canta polifónicamente. Cada una de las voces es independiente de las otras, pero se une a ellas para formar un bloque sonoro armónico. Este campo de juego musical en el que las distintas voces entran y salen como de un hogar confiado presenta una condición singular: es configurado por las voces, pero él a su vez les da a ellas su sentido pleno, su vinculación mutua, su máxima belleza.

El canto polifónico nos permite vivir el tipo de unión eminente que crea el encuentro, es decir, el enriquecimiento mutuo de diversos ámbitos expresivos, independientes entre sí pero nacidos para realizarse en comunidad. Al crear el campo de juego que es todo encuentro, se supera la escisión entre el yo y el tú, lo mío y lo tuyo, el dentro y el fuera, lo interior y lo exterior. En la partitura, las voces ocupan un lugar diferente; parecen estar distanciadas entre sí. En cuanto empiezan a crear la obra conjuntamente, siguen siendo distintas pero dejan de ser distantes, externas, extrañas, ajenas, para tornarse íntimas. El surgir de la intimidad suscita un sentimiento de gozo y entusiasmo.

Si el texto cantado es religioso, une a quienes lo cantan con algo muy valioso, por ser trascendente, y potencia la vinculación que produce el mero cantar a coro. Por esa profunda razón, “cantar es rezar dos veces”, como indicó el mismo San Agustín, pues orienta a los cantores hacia un gran ideal común. Nada extraño que la práctica del canto religioso haya servido a San Ambrosio de Milán para elevar el ánimo de sus fieles durante los angustiosos días de una peste; a los misioneros para trasmitir la doctrina cristiana en un clima de unidad; a devotos religiosos de clausura para mantener el fervor del espíritu durante sus breves tiempos de recreo… Incluso un espíritu tan sobrio como San Juan de la Cruz supo vibrar intensamente con la expresividad musical:

La música de las liras -escribe- llena el alma de suavidad y recreación, y la embebe y suspende de manera que le tiene enajenada de sinsabores y penas”(4) .

El canto polifónico sacro incrementa la emotividad del canto llano. El renombrado director de orquesta Jesús López Cobos confesó que los motetes de Semana Santa de Tomás Luis de Victoria le hicieron derramar lágrimas en más de una ocasión pues se sintió sobrecogido, al verse elevado a un reino de máxima expresividad y belleza. Una de las razones más hondas de este poder emotivo de la música sacra la destacó Gabriel Marcel al vincular la importancia que tuvieron en su vida ciertos encuentros especialmente valiosos y las obras más elevadas de Bach para coro y orquesta:

“Tengo que anotar aquí la importancia excepcional de J. S. Bach. Las Pasiones y Cantatas: en el fondo la vida cristiana me ha venido a través de esto”. “Los encuentros han tenido un papel capital en mi vida. He conocido seres en los cuales sentía tan viva la realidad de Cristo que ya no mera lícito dudar” (5) .

II
El gregoriano y la polifonía de la Escuela Romana,
referente por excelencia del canto sacro

1. El canto gregoriano Cuando uno entona una melodía gregoriana, se sumerge en una trama amplísima y fecunda de relaciones culturales del mayor abolengo. Este estilo de canto surgió como fruto logrado de una confluencia de elementos de alta calidad: la sensibilidad religiosa, literaria y musical de la sinagoga hebrea, la técnica musical griega -que culmina en el prodigio expresivo de los ocho modos-, la espiritualidad del monacato cristiano.

Los monjes entregaban su vida al ideal de vida comunitaria que se esboza en esa especie de carta magna que es el capítulo 17 del Evangelio de San Juan: “No te pido sólo por éstos-exclama Jesús-,te pido también por los que van a creer en mí mediante su mensaje: que sean todos uno, como tú, Padre, estás conmigo y yo contigo; que también ellos estén con nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 20-22). Ser cristiano equivale a vivir en santa unidad, comunidad o “ecclesía” con Dios y con los hermanos, y en camino hacia la otra vida. Los cristianos caminamos unidos hacia la verdadera patria.

Este espíritu de peregrinaje en grupo supieron plasmarlo los primeros cristianos de forma modélica en la estructura de los templos. Cuando obtuvieron la libertad, merced al Edicto de Milán del emperador Constantino (año 313), necesitaron construir iglesias, para celebrar en común los oficios divinos. No imitaron el estilo del templo romano modélico, el Panteón, pues su forma circular y esférica inspiraba una actitud más bien estática. Desde el centro del templo se domina todo el espacio; no se siente uno invitado por el edificio a recorrerlo y dirigirse hacia su lugar sagrado por excelencia, que es el altar del sacrificio. Tomaron como base de su estilo los salones nobles denominados basílicas” -a la letra, salas regias”-, y las transformaron de tal modo que expresaran la mentalidad peregrina, propia del espíritu cristiano. Cegaron las dos puertas laterales y abrieron una puerta en uno de los ábsides; situaron el altar en el ábside opuesto y suprimieron las columnas de la entrada y del fondo. Al adentrarse en esta sala rectangular, en la cual la directriz horizontal prevalece sobre la vertical, el creyente se ve llevado hacia el altar por la fuerza expresiva del estilo arquitectónico. Esto sucede en las iglesias paleocristianas; de modo más acusado todavía en las bizantinas, y en forma más templada en el románico. Aunque una persona se quede en la entrada de la iglesia, su mirada y su atención se ve dirigida hacia el altar, que se convierte así en un lugar de confluencia de todos los creyentes. De este modo, los cristianos viven dinámicamente su carácter de comunidad viva, hacen la experiencia de caminar hacia Dios en comunión de espíritus.

De forma semejante, en el canto gregoriano los cristianos expresan al mismo tiempo su condición comunitaria y su espíritu de elevación hacia lo divino y la vida sobrenatural. El gregoriano no expresa nunca emociones individuales, anhelos y cuitas personales desligadas de la vida comunitaria. Responde al mismo espíritu con que fueron elaboradas las oraciones litúrgicas, que se dirigen al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Por eso es mesurado y ecuánime, ya que la comunidad atempera y serena los sentimientos individuales y les confiere un carácter universalista. Los sentimientos que expresa el gregoriano son la vibración de la comunidad cristiana de cualquier tiempo y lugar ante los grandes valores que presenta la acción litúrgica. En el oficio de difuntos nadie se deja llevar de la intensidad de las emociones desgarradoras producidas por una pérdida irreparable. La comunidad templa el ánimo de los hermanos afectados, y el canto adquiere una singular moderación. Algo análogo sucede con las efusiones emotivas que suscitan en ciertos ánimos las grandes festividades religiosas: Navidad, Pascua, Pentecostés… El gregoriano muestra en estos días una alegría serena, contenida, depurada, propia de quien se halla a diario en una prodigiosa cercanía con el Creador de cuanto hay de grande en el cosmos y en la vida personal humana, y está acostumbrado a sentir en su ánimo la emoción propia de lo trascendente, lo que decide el sentido último de la vida.

Al no querer expresar sentimientos individuales sino comunitarios, el gregoriano expone el contenido del texto litúrgico con una emoción quintaesenciada, equidistante entre la frialdad y el sentimentalismo. Por eso no utiliza casi nunca los semitonos y mantiene las melodías en vecindad con los dos ejes de la tonalidad: la tónica y la dominante. Véase, como ejemplo, el Sanctus de la Misa en IV tono. Un texto tan vibrante como éste, en el que se ensalza al Dios tres veces santo “de cuya gloria están llenos los cielos y la tierra”, es desgranado en una melodía que oscila plácidamente entre el mi -tónica- y el sol -dominante-, que son como el padre y la madre del hogar expresivo que es la tonalidad (6) . Para dar, al final, la idea de excelsitud que inspira el texto, la melodía asciende una nota por encima de la dominante al pronunciar las dos últimas sílabas de la palabra “hosanna”. Se produce con ello una impresión de gran altura sin perder la serenidad del conjunto melódico, que inmediatamente desciende a la tónica de una manera sencilla y contundente a la vez. Sólo una comunidad orante puede mantener tal parquedad expresiva y conseguir a la vez una emoción interna tan honda. De esa feliz desproporción entre la parquedad de los medios empleados y la excelencia de los resultados obtenidos brota la singular gracia del canto gregoriano.

Si queremos sentir internamente el equilibrio espiritual que implica este carácter comunitario y universalista del canto gregoriano, podemos confrontarlo con el estilo de las canciones trovadorescas, que surgió del gregoriano pero, al responder a la voluntad de expresar sentimientos individuales, movilizó el cromatismo a fin de expresar las formas más agudas de la emoción humana.

Para expresar la actitud religiosa de una comunidad cuya verdadera patria se halla en la otra vida, el gregoriano ostenta un carácter ingrávido, se mueve de forma oscilante sin tocar tierra, es decir, sin apoyarse en los tiempos fuertes del compás. El ritmo gregoriano no está sometido a los tiempos del compás característico de la música moderna. Tiene tiempos fuertes y tiempos suaves, que se marcan con la forma de dirección ondulante llamada quironimia” -literalmente, “norma dada con la mano”-, pero no intentan sino modular la oscilación típica de un discurso que se mueve entre la tierra y el cielo. El gran apoyo del gregoriano son los acentos del texto, marcados más bien con la intención que con la entonación.

Tampoco intenta el gregoriano acentuar su expresividad mediante modulaciones bruscas o la alteración muy marcada del ritmo, el tempo y la intensidad de la voz. Se dan, en casos, algunas modulaciones suaves y ligeros cambios de ritmo y de volumen, pero ello viene exigido por una especial riqueza expresiva del texto.

El gregoriano no busca directamente la emoción, ni la autonomiza; pone sus espléndidos recursos expresivos al servicio de la alabanza divina, sincera y serena, y deja que los sentimientos personales de los creyentes surjan como fruto de la vibración espiritual ante la grandeza de aquello que se canta.

Ni siquiera se preocupa el canto gregoriano de suscitar deseos de mejora moral, de ascenso en la marcha hacia la perfección del propio espíritu. Sumerge al que canta en un hogar de amor, de alabanza y súplica, de conmemoración festiva en toda circunstancia, incluso en los misterios de dolor. El gregoriano forma el espíritu del creyente porque le enseña a despreocuparse de sí para consagrarse en cuerpo y alma al servicio divino y hacer la experiencia viva de que las personas se desarrollan creando vida comunitaria, pues lo auténticamente personal es de por sí comunitario.

En esta línea, el gregoriano cultiva con destreza todas las categorías estéticas griegas (la armonía -conseguida a través de la proporción y la mesura-, la repetición, la simetría, la unidad en la variedad, el contraste…), pero las pone siempre al servicio del texto, para que el canto sea ante todo oración.

Estas condiciones del gregoriano dificultan notablemente su interpretación justa. Fuera de los monasterios, apenas se encuentran grupos de cantores -incluso entre los muy expertos en la música moderna- que den a las melodías gregorianas el aire de ingravidez y serena majestuosidad que tienen. Casi todos añoran las barras de compás e intentan suplirlas con una acentuación exagerada del texto. Con ello pierde esta forma de canto buena parte de sus condiciones más notables.

2. La polifonía de la Escuela Romana

El gregoriano obtuvo su máxima cota de florecimiento hacia el siglo IX. Posteriormente creó melodías sencillas, de notable expresividad pero menos profundas. Al ser fácilmente asimilables por el pueblo llano, dieron origen al estilo trovadoresco y a la polifonía sacra. Mediante el simple recurso de cantar simultáneamente una misma melodía en diferentes alturas, se descubrió en el siglo XII uno de los fenómenos sonoros más sorprendentes: la armonía. Ilusionados con el nuevo horizonte expresivo que abría este hallazgo, los músicos europeos consiguieron ya en el siglo XV elevar la polifonía a una perfección técnica admirable. En los Países Bajos, nudo de comunicaciones y centro de vida exuberante, se convirtió el canto polifónico en una trama de sonoridades chispeantes que sumergen al oyente en un ámbito de sorprendente belleza. El hechizo de la música se convirtió, así, en un velo deslumbrante que ocultaba el contenido del texto sacro. Este desequilibrio entre música y texto empezó pronto a constituir motivo de preocupación para la Iglesia. El español Cristóbal de Morales (1500-1553) pasó la desbordante riqueza flamenca por el tamiz de su sobrio espíritu castellano y compuso una amplia serie de obras religiosas en las que el texto queda resaltado por un juego de voces que tienen como meta dejar el mensaje cristiano a plena luz. Este prodigio de equilibrio permitió, hacia mediados del siglo XVI, al genial Giovanni Perluigi da Palestrina (1525-1594) tranquilizar al Papa Marcelo Cervini -deseoso de seguir la orientación reformista del Concilio de Trento- mostrándole una forma de música polifónica que conjuga la estética gregoriana con la técnica francoflamenca.

Invito al lector a oír el motete O bone Jesu de Palestrina, al que Víctor Hugo describió como el viejo maestro, viejo genio.., padre de la armonía. ¿Cuándo ha podido ver más resaltadas las palabras del texto? Es difícil que, una vez oídas en este contexto sonoro, pueda olvidarlas. Si oye una buena interpretación de la Misa del Papa Marcelo, asentirá de buen grado cuando se dice que esta música nos sumerge en el clima de elevación que quiso plasmar el Dante en el Paraíso de su Divina Comedia. El texto adquiere todo su relieve al ser entonado con melodías de amplio aliento, sumamente expresivas, apoyadas en acordes de una luminosidad y serenidad celestes. La música vuelve, con ello, a ser oración. A partir de la audición oficial de esta obra en el Vaticano, no hubo más reservas en la Santa Sede respecto a la idoneidad de la polifonía para servir de apoyo a los oficios litúrgicos. Los responsables comprendieron perfectamente que, como dice A. Frossard, cuanto más bella es una música, más espacio crea; parece abrir puertas más allá de las estrellas (7) .

Esta polifonía romana -en la que colaboraron genialmente varios compositores españoles, singularmente Tomas Luis de Victoria (1549-1611) y Francisco Guerrero (1527-1599)- sigue muy unida a la placenta gregoriana, no sólo en cuanto asume literalmente algunas melodías muy conocidas del canto gregoriano sino, sobre todo, porque está impulsada por un mismo espíritu:

  1. Quiere plasmar musicalmente el espíritu cristiano, con su carácter trascendente -por tanto, peregrino- y comunitario. Es la comunidad la que canta la alabanza divina y se siente más unida que nunca al crear campos de expresividad religiosa mediante el entretejimiento de las distintas voces, que representan los diferentes grupos que integran la sociedad (8) . La polifonía madrigalesca aplicará los logros técnicos de la polifonía sacra a la expresión de sentimientos individualesy seguirá, consiguientemente, una vía análoga a la del estilo trovadoresco.2. No busca la expresividad a través de recursos artificiosos, que pueden implicar cierta agitación del ánimo. La consigue, sin pretenderlo directamente, al mostrar todo el sentido y la capacidad de generar belleza que albergan los textos sacros. El texto no es nunca pre-texto para elaborar una forma de música brillante. Es la manifestación de realidades y acontecimientos muy significativos que reclaman modos de expresión elevados que sólo la música puede lograr.3. Este concierto entre texto y música se traduce en diafanidad, luminosidad, transparencia, sencillez y un punto de ternura. Los compositores españoles -sobre todo, Victoria- añadirán a esa música purísima un tono dramático –manierista, en el mejor sentido del término-; los ingleses le infundirán cierta brillantez; los franceses, elegancia…, pero siempre conservará el temple noble, grave y cordial que es propio del ámbito de lo sacro.4. Debido a lo antedicho, la polifonía de la Escuela Romana no gravita pesadamente sobre los tiempos fuertes del compás; crea un campo de expresión abierto a la trascendencia y se mantiene en un espacio de intercomunicación entre la tierra y el cielo. Es, por ello, un arte transfigurador. Cumple a perfección la norma de que “el arte o es consolador o no es arte” (9) . Por supuesto, su escritura está regulada por barras de compás, propias de la llamada “música moderna”, pero tales barras sirven para marcar discretamente los acentos del texto, no para dar al ritmo una primacía ostentosa.Pocas actividades tan aleccionadoras como cantar u oír obras polifónicas. Encarnan a perfección el carácter relacional-no relativista– de las personas humanas, que -como enseñaron los pensadores dialógicos Martín Buber y Ferdinand Ebner (10) – no se realizan en el yo o en el tú, vistos a solas, sino en el entrelazamiento de sus ámbitos de vida, es decir, en el “entre”. Las distintas voces son independientes de las demás, son autónomas y gozan de iniciativa libre, pero, en cuanto inician la tarea de interpretar la obra, todas vibran con las otras, atemperan su ritmo y su volumen al de ellas, se unen en la meta común, que es la obra que están volviendo a crear. Esa unión de total independencia y perfecta solidaridad hace surgir de nuevo una obra de arte, que es fuente siempre renovable de belleza. La polifonía está inspirada, como el gregoriano, por el ideal de la unidad, con la sola diferencia de que no lo persigue de forma monódica, sino polifónica.

III

Así como el canto gregoriano contribuyó decisivamente, tras su florecimiento en el siglo IX, al surgimiento de la polifonía, ésta, después de su apogeo en el siglo XVI, colaboró en la compleja labor de configurar el estilo barroco alemán y, más tarde, el estilo clásico vienés. Ambos nos legaron obras religiosas que son ejemplo depurado de cómo puede plasmarse la estética del gregoriano en técnicas de composición muy distintas. Pensemos, por una parte, en la sobriedad de las cantatas O bone Jesu, de Heinrich Schütz (1585-1672), Membra Jesu Nostri, de Drietrich Buxtehude (1637-1707), y Actus tragicus, de Johann Sebastian Bach (1685-1750), y, por otra, en la expresividad depuradísima del Ave Verum y el Laudate Dominum de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791).

Esta noble tradición de música religiosa no nos coacciona a los creyentes de hoy, pero sí nos ob-liga, en el sentido de que nos liga o vincula a una forma modélica de sentir el arte como un acontecimiento que expresa la vida espiritual abierta a lo trascendente. El canto religioso auténtico, de modo semejante a los iconos orientales, no sólo alude a realidades religiosas; es el medio en el cual se hace presente el Dios vivo y nos sale al encuentro (11) .

Sabemos que el lenguaje es el vehículo expresivo del encuentro, y entre las cualidades del encuentro auténtico figuran el reposo, la paz interior, la serenidad. El canto religioso, como forma de lenguaje a la segunda potencia (“quien canta ora dos veces”), ha de crear un espacio de sosiego y paz, indispensable para el encuentro con lo sobrenatural. Recordemos que el canto gregoriano del oficio de difuntos nos sumerge en un ambiente de calma y esperanza, incluso en los momentos inquietantes del dies irae. Esa misma calma esperanzada, propicia a la contemplación de lo trascendente, debe darse en los cánticos exultantes. El navideño Adeste fideles, si se lo canta con ritmo marcial, adquiere una rotundidad solemne, pero pierde su quintaesencia, que es una cordial invitación a adorar en sosiego al recién nacido Príncipe de la Paz. Es significativo que suela dirigirse la polifonía sin batuta, con el mero juego ondulante de las manos.

Actualmente, las letras de los cantos religiosos populares suelen mostrar la nobleza y hondura de los textos bíblicos y litúrgicos. Pero la forma de interpretarlos, a menudo con un rasgueo monótono de guitarras y un ritmo agresivamente marcado, no deja huelgo para asumir ese valioso contenido con la debida tranquilidad interior. En los tratados de órgano suele indicarse que el acompañamiento de los cantos religiosos debe hacerse de modo tan discreto que se sostenga el tono pero no se dificulte la comprensión del texto. Sólo así podrá el canto conservar su carácter de oración. Un canto que muestra esta condición orante recibe su dinamismo interno del poder expresivo del texto, no de la capacidad de arrastre de un ritmo agitado. Unos cantos interpretados durante una Eucaristía solemne con el ritmo trepidante de una batería no crean un clima de alegría festiva –contra lo que pueda suponerse-; parecen, más bien, reflejar un vano nerviosismo superficial, impropio a todas luces de tal celebración.

Cuando se presenta un texto significativo en el medio expresivo de una bella melodía bien armonizada, se abre un espacio de vida espiritual que nos invita a reposar en él y confortar nuestro ánimo. Lo ha dicho bellamente el Hermano Roberto de Taizé:

La práctica de estos cantos breves, repetidos una y otra vez, demuestra que con pocas palabras se expresa una realidad esencial que poco a poco va impregnando todo el ser” (12).

El canto juega un papel importante en los oficios litúrgicos. Debemos cuidar con esmero la calidad de las composiciones y la recta interpretación de las mismas. Entonces el canto se convierte en una “epifanía”, como subraya el mismo autor: “En la música sucede que lo indecible lleva a la oración, que el velo se levanta sobre lo inexpresable de Dios.

Crear vidas humanas en laboratorio para destruirlas es un abuso

El cardenal O´Malley afirma que la clonación humana con cualquier propósito es incompatible con la responsabilidad moral de tratar a cada miembro de la familia humana como un don único de Dios, como una persona con su propia dignidad inherente.

Pocas horas después de que se conociera la noticia de que un grupo de investigadores de la Universidad de Oregón había logrado la primera clonación de células madre embrionarias con fines terapéuticos, el cardenal de Boston y responsable del Comité Provida de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, Sean O´Malley, advirtió de que la técnica «va en contra de la dignidad de las personas porque trata a los seres humanos como productos».

No, a toda clonación humana

En una nota, el purpurado afirma que «la clonación humana con cualquier propósito es incompatible con la responsabilidad moral de tratar a cada miembro de la familia humana como un don único de Dios, como una persona con su propia dignidad inherente».

«La creación de nuevas vidas humanas en el laboratorio únicamente para destruirlas es un abuso denunciado incluso por muchos que no comparten las convicciones de la Iglesia católica sobre la vida humana», afirmó el cardenal capuchino.

Algunos de los responsables de los hallazgos insisten en que su descubrimiento no busca crear humanos adultos clonados, sino producir órganos o tejidos a partir de embriones, pero esas declaraciones no tranquilizan a O´Malley, que ve claro que si existe la técnica, se aplicará donde haya demanda y mercado, por ejemplo de «niños clonados».

«Tanto si se utiliza para un fin (terapéutico) u otro, la clonación humana trata a los seres humanos como productos, fabricados a fin de satisfacer los deseos de la gente». Y añadió: «Un avance técnico en la clonación humana no es el progreso de la humanidad, sino todo lo contrario».

Europa tiene prohibido clonar humanos

En España, la asociación Profesionales por la Ética ha emitido una nota con unas primeras reflexiones a espera de que se concreten más datos del descubrimiento.

«Independientemente de la manera de obtenerlas, la realidad es que después de más de una década investigando con células madre embrionarias estas no han obtenido resultado terapéutico alguno. Por el contrario, las células madre adultas y las células IPS cosechan éxitos terapéuticos constantemente. Por ese motivo, en el mundo solo hay 24 ensayos clínicos con células madre embrionarias frente a 4.099 con células madre adultas», recuerdan.

Además, señalan algo que la prensa no ha remarcado suficientemente al anunciar el descubrimiento de Oregón: «Independientemente de su fin, la clonación o transferencia nuclear aplicada a seres humanos está expresamente prohibida por el Protocolo Adicional al Convenio Europeo sobre los Derechos Humanos y la Biomedicina, vigente y aplicable en España. Concretamente, se prohíbe toda intervención que tenga por finalidad crear un ser humano genéticamente idéntico a otro ser humano vivo o muerto».

Para Teresa García-Noblejas, Secretaria General de Profesionales por la Ética, «no tiene ningún sentido apostar por células madre embrionarias, no son rentables desde el punto de vista eficiente, no obtienen resultados terapéuticos e implican la destrucción de embriones humanos convertidos en cobayas de laboratorio para satisfacer la vanidad de algunos científicos y obtener recursos públicos de financiación. Si a esto unimos que esas células madre se obtienen mediante clonación humana, estamos ante una grave vulneración de la dignidad del ser humano, que en ningún caso debe ser producido en un laboratorio ni mucho menos utilizado».

Beata Ana de los Ángeles, una dominica con dones extraordinarios

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Nacida en Arequipa, Perú, recibió su vocación a través de una visión de santa Catalina de Siena

Ana Monteagudo Ponce de León nació en Arequipa (Perú) en 1602, en una familia de 8 hermanos.

Su padre era español y su madre arequipeña. Ellos confiaron su educación a las dominicas del Monasterio de Santa Catalina. Allí permaneció de los 3 a los 14 años.

Entonces sus padres decidieron que volviera a casa para comprometerla. Pero ella tenía otros planes y siguió viviendo como lo hacía en el monasterio, trabajando y rezando.

Convirtió su habitación en su lugar de retiro y allí un día tuvo una visión de santa Catalina de Siena.

La santa terciaria dominica del siglo XIV le permitió descubrir que estaba llamada a ser monja dominica, diciéndole:

«Ana, hija mía, este hábito te tengo preparado; déjalo todo por Dios; yo te aseguro que nada te faltará».

Reformadora de su comunidad

Aunque sus padres se oponían, entró en el convento de las dominicas de clausura donde había pasado su infancia.

Como maestra de novicias primero y después como priora, contribuyó a reformarlo espiritualmente.

Se dedicó a la oración y recibió dones espirituales extraordinarios, como predecir hechos que debían ocurrir.

También tuvo una especial relación con las almas del Purgatorio, un fuerte interés por la evangelización de los indígenas y una gran generosidad con los necesitados.

Murió ciega y con muchos dolores en los músculos y huesos. Lo aceptó todo sin quejarse porque era la voluntad de Dios.

Una vez sepultada, a los diez meses su cuerpo fue exhumado y estaba fresco sin olor alguno.

 San Juan Pablo II beatificó a esta dominica peruana en su visita a Arequipa el 2 de febrero de 1985 y habló así:

«Sabía acoger a todos los que dependían de ella, encaminándolos por los senderos del perdón y de la vida de gracia. Se hizo notar su presencia escondida, más allá de los muros de su convento, con la fama de su santidad. A los obispos y sacerdotes ayudó con su oración y su consejo; a los caminantes y peregrinos que venían a ella, los acompañaba con su plegaria».

«Todos encontraron en ella un amor verdadero. Los pobres y humildes hallaron acogida eficaz; los ricos, comprensión que no escatimaba la exigencia de conversión; los Pastores encontraron oración y consejo; los enfermos, alivio; los tristes, consuelo; los viajeros, hospitalidad; los perseguidos, perdón; los moribundos, la oración ardiente».