• Matthew 7:7-12
El Evangelio de hoy insiste en que debemos persistir en la oración. El Señor quiere que pidamos con persistencia, incluso con obstinación.
Ahora bien, no debemos pensar que Dios se exaspera con nuestras oraciones de petición, pues hay una clara indicación que obtendremos lo que pedimos a través de la persistencia: “Pide y te será dado; busca y encontrarás; golpea y la puerta se te abrirá”.
¿Cómo le damos sentido a todo esto? Para mí, la mejor explicación la ofrece San Agustín. Él dijo que Dios no siempre nos da de inmediato lo que pedimos, y de hecho, nos obliga a pedir una y otra vez. El Señor quiere hacernos extender, expandiendo nuestro deseo para recibir el regalo que desea darnos.
Si obtuviéramos todo lo que quisiéramos, de inmediato y sin esfuerzo, no apreciaríamos lo que recibimos, y realmente no seríamos capaces de recibirlo. Sería como vertir vino nuevo en odres viejas y encogidas, resultando en una pérdida tanto de la odre como del vino.
Entonces, si el regalo no llega de inmediato, no te desesperes; más bien, siente a tu alma expandiéndose en anticipación.
Qué hermosa vida la de quien recibe de Dios, y da a nombre de Dios lo que ha recibido.
«Hermana, hermano, ¿quieres una prueba de que Dios ha tocado tu vida? Comprueba si te inclinas ante las heridas de los demás. Hoy es el día para preguntarnos: “Yo, que tantas veces recibí la paz de Dios, que tantas veces recibí su perdón y su misericordia, ¿soy misericordioso con los demás? Yo, que tantas veces me he alimentado con el Cuerpo de Jesús, ¿qué hago para dar de comer al pobre?”. No permanezcamos indiferentes. No vivamos una fe a medias, que recibe, pero no da, que acoge el don, pero no se hace don». (S.S. Francisco, Homilía del 11 de abril de 2021).
S. ANGELA DE LA CRUZ, VIRGEN
Nació en Sevilla en 1846, eligió la vida religiosa después de una visión: al lado de la Cruz de Jesús, ve una cruz vacía. Es la suya. En 1875 funda las Hermanas de la Compañía de la Cruz, particularmente atentas a los enfermos, con el lema: «Hacerse pobre con el pobre para llevarlo a Jesús».
Inés de Bohemia (de Praga), Santa
Abadesa, 2 de marzo
Martirologio Romano: En Praga, de Bohemia, santa Inés, abadesa, hija del rey Otokar, que, tras haber renunciado a nupcias reales y deseosa de desposarse con Jesucristo, abrazó la Regla de santa Clara en el monasterio edificado por ella misma, donde quiso observar la pobreza conforme a la regla († c. 1282).
Etimológicamente: Inés = Aquella que se mantiene pura, es de origen latino
Fecha de canonización: 12 de noviembre de 1989 por el Papa Juan Pablo II.
Breve Biografía
Inés, hija de Premisl Otakar I, rey de Bohemia y de la reina Constancia, hermana de Andrés I, rey de Hungría, nació en Praga en el año 1211. En 1220, prometida en matrimonio a Enrique VII, hijo del emperador Federico II, fue llevada a la corte del duque de Austria, donde vivió hasta el año 1225, manteniéndose siempre fiel a los deberes de la vida cristiana. Rescindido el pacto de matrimonio, volvió a Praga, donde se dedicó a una vida de oración más intensa y a obras de caridad; después de madura reflexión decidió consagrar a Dios su virginidad.
A través de los franciscanos, que iban a Praga como predicadores itinerantes, conoció la vida espiritual que llevaba en Asís la virgen Clara, según el espíritu de San Francisco. Quedó fascinada y decidió seguir su ejemplo. Con sus propios bienes fundó en Praga entre 1232 y 1233 el hospital de San Francisco y el instituto de los Crucíferos para que los dirigieran. Al mismo tiempo fundó el monasterio de San Francisco para las “Hermanas Pobres o Damianitas”, donde ella misma ingreso el día de Pentecostés del año 1234. Profesó los votos de castidad, pobreza y obediencia, plenamente consciente del valor eterno de estos consejos evangélicos, y se dedicó a practicarlos con fervorosa fidelidad, durante toda su vida.
La virginidad por el Reino de los cielos siguió siendo siempre el elemento fundamental de su espiritualidad, implicando toda la profunda afectividad de su persona en la consagración del amor indiviso y esponsal a Cristo. El espíritu de pobreza, que ya la había inducido a distribuir sus bienes a los pobres, la llevó a renunciar totalmente a la propiedad de los bienes de la tierra para seguir a Cristo pobre en la Orden de las “Hermanas Pobres”. El espíritu de obediencia la condujo a conformar siempre su voluntad con la de Dios, que descubría en el Evangelio del Señor y en la regla de vida que la Iglesia le había dado. Trabajó junto con santa Clara para obtener la aprobación de una Regla nueva y propia que, después de confiada espera, recibió y profesó con absoluta fidelidad. Constituida, poco después de la profesión, abadesa del monasterio, conservó esta función durante toda la vida y la ejerció con humildad, sabiduría y celo, considerándose siempre como “la hermana mayor”.
Amó a la Iglesia, implorando para sus hijos los dones de la perseverancia en la fe y la solidaridad cristiana.
Se hizo colaboradora de los Romanos Pontífices, que para el bien de la Iglesia solicitaban sus oraciones y su mediación ante los reyes de Bohemia, sus familiares.
Amó a su patria, a la que benefició con las obras de caridad individuales y sociales y con la sabiduría de sus consejos, encaminados siempre a evitar conflictos y a promover la fidelidad a la religión cristiana de los padres.
En los últimos años soportó inalterable los dolores que la afligieron a ella, a la familia real, al monasterio y a la patria.
Murió santamente en su monasterio el 2 de marzo de 1282. El culto tributado desde su muerte y a lo largo de los siglos a la venerable Inés de Bohemia, tuvo el reconocimiento apostólico (confirmación de culto) con el decreto aprobado por el Papa Pío IX el 28 de noviembre de 1874.
«¿Qué pido y qué doy?»
Santo Evangelio según san Mateo 7, 7-12.
Jueves I de Cuaresma
Por: Redacción | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
“Busquen al Señor mientras se deja encontrar, invóquenlo, mientras está cerca” (Is 55, 6). Te busco, Señor, y sé que te dejarás encontrar, que te harás presente en este momento de oración y durante el día. Te invocaré, Señor, porque sé que estás cerca de mi corazón, de mi vida, de todo lo que me acontece.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 7, 7-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Qué veías, Jesús, en tus discípulos, para decirles estas palabras?
No las dices a toda la multitud de personas, se las dices a los que te van siguiendo más de cerca. Sabías y conocías sus necesidades, sabías y conocías también sus temores para pedir, sus titubeos para confiar. Pero, finalmente sabías que sus corazones están llenos de experiencias y necesidades, sus vidas llenas de retos y dolores, su entorno y sus conocidos plagados de necesidades.
Y así ves nuestra vida hoy, y así nos vuelves a decir hoy: “Pide y se te dará, busca y encontrarás, invócame, que estoy cerca”.
Tu Corazón siempre está dispuesto a dar. ¿Pero qué das? Das, sobre todo, tu Reino, es lo que nos enseñaste a pedirte. Que te hagas presente Tú mismo, tu gracia y tu voluntad en todo lo que necesitamos, pues eso nos basta. Pedir lo que la misma Iglesia pide constantemente: “¡Ven Señor!”. “¡Que venga tu Reino!”.
Y si pido, recibo y si recibo, me invitas a dar. Darte a ti y a dar tu Reino. A dar bondad, misericordia, perdón, caridad, ayuda, esperanza, cercanía, alimento…
Quiero responder también a quien me pide, quiero dejarme encontrar por quien me busca, quiero interceder por todos aquellos con los que comparto mi vida y toco sus necesidades. Porque no soy yo quien me proveo de tu Reino para extenderlo, eres Tú quien me lo das todo, porque antes me has invitado a pedirlo.
Qué hermosa vida la de quien recibe de Dios, y da a nombre de Dios lo que ha recibido.
«Hermana, hermano, ¿quieres una prueba de que Dios ha tocado tu vida? Comprueba si te inclinas ante las heridas de los demás. Hoy es el día para preguntarnos: “Yo, que tantas veces recibí la paz de Dios, que tantas veces recibí su perdón y su misericordia, ¿soy misericordioso con los demás? Yo, que tantas veces me he alimentado con el Cuerpo de Jesús, ¿qué hago para dar de comer al pobre?”. No permanezcamos indiferentes. No vivamos una fe a medias, que recibe, pero no da, que acoge el don, pero no se hace don». (S.S. Francisco, Homilía del 11 de abril de 2021).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Revisar si hay alguien o algo ante lo que estoy siendo indiferente, detener mi mirada en esa persona o esa situación, llevarla a la oración pidiéndole a Dios que se haga presente en esa realidad y que me muestre cómo quiere que yo le ayude a hacerse presente, quizá aliviando esa necesidad, escuchando a esa persona, intercediendo con fe…
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cada cumpleaños…
Los festejos han terminado. Vuelve la vida ordinaria. El tiempo pasa. La vida no se detiene. Llega un nuevo cumpleaños.
El tiempo pasa. La vida no se detiene. Llega un nuevo cumpleaños.
De niños, o también de grandes, el cumpleaños es el momento de los festejos. El pastel, las velas, las canciones, los aplausos, los regalos…
En cada cumpleaños recordamos a los propios padres. Fueron ellos quienes, desde su amor, se abrieron a la esperanza y a la vida. Fueron ellos quienes soportaron días y noches de lloriqueos o de caprichos. Fueron ellos quienes lavaron, compraron, levantaron, curaron, dieron de comer a un pequeñuelo indefenso y necesitado.
Recordamos a otros familiares: hermanos, abuelos, tíos, primos, sobrinos. En cada familia, ¡cuántas relaciones no sólo de carne y de sangre, sino de afectos y de cariño sincero!
Recordamos a educadores: en una primaria con niños que jugaban y que no sabían cómo escribir letras misteriosas, y en otras etapas de formación, donde hombres y mujeres dieron lo mejor de sí mismos para introducirnos en el mundo inmenso de la ciencia.
Recordamos a médicos, enfermeros, practicantes, farmacéuticos, profesionales de la salud, que nos “cosieron” una herida profunda, que nos dieron la medicina adecuada para curar una infección maligna, que nos sonrieron para hacer más llevadero el momento de esa inyección tan dolorosa.
Recordamos a catequistas, religiosas y laicos ejemplares; a sacerdotes que nos dieron los sacramentos, sobre todo ese magnífico regalo de la Eucaristía y ese encuentro purificador en cada confesión de los pecados.
Recordamos, en definitiva, a Dios. Él quiso nuestra llegada al mundo. Él quiso acompañarnos en tantas situaciones difíciles y en tantas alegrías. Él quiso iluminar los momentos de oscuridad y de dudas. Él quiso abrir ventanas de esperanza ante la pérdida de un empleo, el inicio de una enfermedad, o las caídas en ese mal tan destructivo que se llamada pecado.
Los festejos han terminado. Vuelve la vida ordinaria. El corazón ha sentido algo parecido al perfume de jazmines y al canto de los petirrojos: la belleza de una vida que inicia desde la bondad y que avanza, día a día, hacia el encuentro eterno con el Padre que nos ama, y con tantos seres queridos que fueron, o siguen siendo, faros de esperanza y de alegría.
San Ceada, un noble obispo de Inglaterra
Un hombre prudente de la época medieval que falleció a causa de una epidemia
Ceada (también llamado Chad) fue obispo de las provincias de Mercia, Lindisfarne y del centro de Inglaterra.
El obispo de York Wilfrid lo envió a Northumbria con intención de expandir el cristianismo durante dos años.
Lo hizo yendo a pie por cada población, tratando por igual a pobres y ricos, y con una intensa vida de oración y sacrificio.
Al cumplir esa etapa, el primado de York había pasado a Teodoro y este le exigió que renunciara a su condición de obispo. Ceada, por obediencia, hizo lo que le pidió este superior.
Sin embargo, a los pocos meses Teodoro se arrepintió de la injusticia que había cometido contra él y, para compensar la ofensa, lo nombró obispo de Lichfield.
Ceada cumplió de nuevo con el encargo hasta que, a los tres años, se contagió de la peste y falleció el 2 de marzo del año 672.
En su familia, de origen noble, hubo otros tres santos entre sus hermanos: san Cedda, san Celino y san Cinibildo.
Santo patrón
San Ceada (o Chad) es patrono de Lichfield.
Oración
Oh, Jesús, enséñame a ser piadoso y humilde como san Ceada. Que someta mi inteligencia y mi querer a tus designios.
Si en algún momento algún superior (en el trabajo, en la familia o en mis deberes religiosos) me pide algo y no estoy dispuesto a obedecer, recuérdame que mi único interés en esta vida es hacer tu voluntad.
Por lo tanto, si no es ofensa a Dios, ayúdame a decir que sí a lo que Tú dispongas. Quítame las escamas de mi egoísmo y mi soberbia.
Señor, recuérdame tu obediencia por amor, que te llevó a aceptar una Pasión injusta por la redención de todo el mundo. Hazme corredentor contigo por el camino de la obediencia.
Amén.