San Benigno de Todi, patrono de los presos
Este sacerdote predicaba abiertamente el Evangelio y visitaba a los presos cristianos y los confortaba, eso le costó la vida
Benigno fue un sacerdote que nació y vivió en la ciudad de Todes (en la actual Hungría) en la segunda mitad del siglo III.
En su época se desató la persecución de los cristianos ordenada por los emperadores Maximiano y Diocleciano.
Benigno predicaba abiertamente el Evangelio y visitaba a los presos cristianos y los confortaba. Por ello fue apresado y le cortaron la cabeza.
Santo patrón
San Benigno de Todi es patrono de los encarcelados.
Oración
Padre de misericordia,
que en tu infinita bondad te dignaste elegir a tu siervo san Benigno de Todi
para que su boca se llenara de santas palabras del Espíritu Santo,
haz que también nosotros sintamos este celo ardiente por predicarte con amor.
Que tu Espíritu Santo venga sobre la vida de cada cristiano
haciéndolo también un servidor de tu Palabra.
Lo pedimos por intercesión de san Benigno
y por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Fuente de nuestra alegría
Santo Evangelio según san Lucas 6, 20-26. Domingo VI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
En medio de mis preocupaciones, mis intereses y mi vida ordinaria, quiero darte un pequeño momento, estar a tu lado y crear conciencia de lo que has hecho por mí. Dame la gracia de saber escucharte, contemplarte y enamorarme de la misión que me tienes preparada.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 20-26
En aquel tiempo, mirando Jesús a sus díscípulos, les dijo: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán.
Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.
Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena!
¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Si somos capaces de poner la fuente de nuestra alegría y de nuestra tristeza en Cristo podremos entender los caminos que pone en nuestra vida.
Hay que entender las bienaventuranzas para poder vivirlas, pues son benditos los que saben llorar con esperanza, porque ellos son los que encuentran un sentido a su dolor. Son ellos los que saben dar el paso de fe en medio de la incomprensión y logran entender que las lágrimas no tienen la última palabra.
Si la fuente de nuestra alegría está en diversiones y placeres que se prenden y apagan como un relámpago, no podremos encontrar satisfacción total y, aun cuando demostremos seguridad, en el fondo tendremos miedo por saber que esta risa, este consuelo, este gozo tendrá, tarde o temprano, un fin.
Es válido y necesario preguntarnos, ¿por qué somos felices?, ¿por qué reímos?, ¿por qué…? Respondiendo a esta pregunta lograremos examinarnos a fondo y darnos cuenta que no siempre vivimos con fe. Pero también nos ayudará a ver aquellos momentos que logramos responder con espíritu sobrenatural, en un acto de confianza, que pudimos haber puesto la fuente de nuestra alegría y gozo en donde nace la vida eterna, en Dios.
Frente al sufrimiento no comprendido se pone un «por qué» desesperado. Pero por detrás de cada suceso, por fe sabemos que hay un porqué… Es la respuesta que ofrece el creer en un Dios que prepara todo camino para aquellos que le aman.
«Estas son las bienaventuranzas. No exigen gestos asombrosos, no son para superhombres, sino para quien vive las pruebas y las fatigas de cada día, para nosotros. Así son los santos: respiran como todos el aire contaminado del mal que existe en el mundo, pero en el camino no pierden nunca de vista el recorrido de Jesús, aquel indicado en las bienaventuranzas, que son como un mapa de la vida cristiana» (Homilía de S.S. Francisco, 1º de noviembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy intentaré responder profundamente al porqué de mi felicidad, de mi alegría, de mi tristeza…
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Qué pensaba Jesús de los ricos?
¿Cómo actuaba frente a ellos? ¿Les obligaba a dar todo su dinero a los necesitados? ¿Les aconsejaba lo que debían hacer con sus posesiones?
Jesús, al invitar a renunciar a las riquezas, ¿apunta hacia la carencia, incita a ingresar en el vacío y la nada? Jesús apunta más bien a conseguir una riqueza infinitamente mayor. Al igual que se entra desnudo en la vida, sólo se entrará desnudo en el Reino de los cielos, pues, si desnudo se nace, desnudo se renace. Sólo quien se ha despojado de riquezas, de ambiciones, de poderes, de falsas ilusiones, de odios y revanchas, podrá entender mejor las riquezas del cielo. Jesús no viene a empobrecer al hombre, pero sí a sustituir una riqueza pasajera por la gran riqueza de Dios.
Todos los bienes materiales son regalos de Dios, nuestro Padre. Debemos usarlos en tanto cuanto nos lleven a Él, con rectitud, moderación, desprendimiento interior. Al mismo tiempo, son medios para llevar una vida digna y para ayudar a los más necesitados. Lo que Jesús recrimina es el apego a las riquezas, y el convertirlas en fin en sí mismas.
Hay expresiones de Jesús en los Evangelios bastante desconcertantes sobre las riquezas y sobre los ricos: «Hijos, cuán difícil es entrar en el Reino de Dios para los que confían en las riquezas. Más fácil es que pase un camello por ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios» (Mc 10, 24). O aquella otra frase: «No podéis servir a Dios y a Mammón» (Mt 6, 24; Lc 16, 13). ¿Jesús desprecia las riquezas, las condena? ¿Excluye de su Reino a los ricos?
1. Jesús ante los bienes materiales
Jesús era una persona pobre. Nace de una familia sin grandes recursos y en condiciones pobres. Incluso no pudieron ofrecer un cordero, por falta de recursos (cf. Lc 2, 24).
No almacena bienes y sabe vivir de la Providencia de su Padre (cf. Mt 8, 20; Lc 9, 58). Es más, las cosas son para Jesús una obra del Padre. Brotaron de la mano amorosa y providente de su Padre (cf. Mt 6, 26ss).
Y cuando llama bienaventurados a los pobres (cf. Mt 5, 3), está llamando felices a quienes son desprendidos interiormente, aquellos que ponen toda su confianza en Dios, porque todo lo esperan de Él. Pobre es sinónimo del que tiene el corazón vacío de ambiciones y preocupaciones; de quienes no esperan la solución de sus problemas sino de solo Dios. Y pobreza en la Biblia es sinónimo de hambre, de sed, de llanto, de enfermedad, trabajos y cargas agobiantes, alma vacía, falta de apoyo humano.
Jesús era pobre en ese sentido: apoya su vida en Dios, su Padre. Gracias a esa libertad interior, Jesús puede disfrutar de los bienes moderada y alegremente. Es tan libre que está por encima de las apetencias, ansiedades y vanidades. Por eso sabe gozar de las cosas y, a la vez, prescindir de ellas para seguir su misión y su preferencia por Dios Padre. Goza de un banquete (cf. Lc 7, 36-49; Jn 2, 1-12), pero también se priva de lo material cuando se lo pide su misión (cf. Jn 4, 31-32). Disfruta preparando un almuerzo a sus íntimos (cf. Jn 21, 9-12); les defiende cuando los fariseos les acusan de arrancar espigas, pues tenían hambre (cf. Mt 12, 1-8).
Pero no vive en la miseria. Tiene su vida asegurada, pues en el grupo de los apóstoles había una bolsa común (cf. Lc 8, 1-3; Jn 12, 6). Compraban alimentos (Jn 4, 8) y se hacían limosnas con parte de los bienes (cf. Jn 13, 29). Es decir, Cristo tiene bienes y los administra. Participa en banquetes y fiestas y sabe cooperar con vino generoso en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1 ss). Y estos mismos goces sanos los desea para los demás. De ahí su hermoso y gratuito gesto de la multiplicación de los panes y peces (cf. Mt 15, 15 ss; Jn 6, 1-15).
Acepta regalos, incluso costosos (cf. Jn 12, 1-8).
Y, sin embargo, Cristo alcanza con su gloriosa resurrección la máxima riqueza que va a distribuir a todos (cf. Mt 28, 18). Sigue siendo pobre porque no posee las riquezas materiales, sino las de Dios.
¿Cuál fue, entonces, la postura de Jesús frente a los bienes materiales? La enseñanza central de Cristo en lo económico es ésta: relativización del dinero. A Jesús le interesa mucho más cómo se usa lo que se tiene que cuánto se tiene y, sobre todo, le importa infinitamente más lo que se «es» que lo que se tiene. Jesús quiere dar a entender que la verdadera riqueza es la interior, la del corazón. La riqueza material nos debe ayudar a ser ricos en generosidad, desprendimiento y solidaridad.
Al decir que Jesús consideraba las riquezas como relativas, no significa que Jesús fuera un adorador romántico de la pobreza, en sentido material. No es que Jesús quiera la pobreza material, que se convierta en miseria. No. Por eso, su mensaje es bien claro: todos somos hermanos y debemos compartir lo que tenemos, para que nadie sufra esa pobreza material. Si no tenemos caridad no somos nada (cf. 1 Cor 13, 1 ss).
La postura de Jesús frente a las riquezas es de una gran libertad interior. Jesús no está apegado a ellas, no está esclavizado a ellas, no está obsesionado por ellas. Vive la pobreza como ese desapego interior de todo. Por eso, Jesús insiste en que lo material es perecedero y lo sobrenatural es eterno. Así se entiende por qué no toma posición ante quien le pide juicio sobre lo material (cf. Lc 12, 14).
La cruz descubre profundamente el valor que Jesús concede a las cosas materiales y terrenas. Para salvar a los hombres y cumplir la misión confiada por su Padre, dio todo cuanto tenía. Jesús en la cruz es pobre de cosas, pero es rico en amor, perdón, misericordia, obediencia. De su costado abierto brotó la Iglesia, los sacramentos, el regalo de su Madre.
2. Jesús ante los ricos
Cuando decimos que Jesús prefiere como amigos a los pobres no estamos diciendo que excluya a los ricos. Jesús, enemigo de toda discriminación, no iba Él a crear una más. En realidad, Cristo es el primer personaje de la historia que no mide a los hombres por lo económico sino por su condición de personas.
Es un hecho que no faltan en su vida algunos amigos ricos con los que convive con normalidad. Si al nacer eligió a los pastores como los primeros destinatarios de la buena nueva, no rechazó, por ello, a los magos, gente de recursos y sabia. Y si sus apóstoles eran la mayoría pescadores, no lo era Mateo, que era rico y tenía mentalidad de tal.
Y Jesús no rechaza invitaciones a comer con los ricos; acepta la entrevista con Nicodemo, cuenta entre sus amigos a José de Arimatea, tiene intimidad con el dueño del cenáculo, gusta de descansar en casa de un rico, Lázaro, y, entre las mujeres que le siguen y le ayudan en su predicación figura la esposa de un funcionario de Herodes. Tampoco rehusa el ser enterrado en el sepulcro de un rico.
Jesús ama a todos: pobres y ricos. Conocemos su relación con Simón, el fariseo (cf. Lc 7, 36), y con Nicodemo, doctor de la Ley (cf. Jn 3, 1). El rico José de Arimatea es mencionado expresamente entre sus discípulos (cf. Mt 27, 57). En sus viajes le seguían «Juana, mujer de Cusa, procurador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes» (Lc 8, 3). Por lo que podemos juzgar, sus apóstoles no pertenecían a las más bajas clases sociales, sino como Jesús mismo, a la clase media.
Más que a las riqueza en sí o a los ricos, Jesús combate la actitud de apego frente a esas riquezas. Jesús veía en la mayor parte de los fariseos y saduceos, representantes de la clase rica y dirigente del país, las funestas y alarmantes consecuencias del culto a Mammón. Lo que les impedía seguirle, manteniéndoles alejados del reino de los cielos, no era la riqueza en sí, sino su egoísmo duro, su orgullo, su apego a ella, a sus privilegios.
Cuando Jesús llama la atención a los ricos es porque el rico, apegado a las riquezas, no siente necesidad de nada, pues lo tiene todo y no desea que cambien las cosas para seguir en su posición privilegiada. A quien le falta siente nostalgia de Dios y le busca.
Es un hecho que Jesús frente al pobre y necesitado lo primero que hacía era la liberación de su problema o dolencia, y sólo después venía la exigencia de conversión. Mientras que, frente al bien situado y rico, lo primero que le pedía era la exigencia de conversión y, sólo cuando esta conversión se manifestaba en obras de amor a los demás, anunciaba la salvación para aquella casa (cf. Lc 19, 1-10).
Por eso Jesús no condena sin más al rico, ni canoniza sin más al pobre. Pide a todos que se pongan al servicio de los demás. Para Jesús el verdadero valor es el servicio. Por lo mismo, la salvación del pobre no será convertirle en rico y la del rico robarle su riqueza, sino convertir a todos en servidores, descubrir a todos la fraternidad que cada uno ha de vivir a su manera.
3. Juicio de Jesús sobre las riquezas
No obstante lo dicho, Jesús anuncia del peligro y riesgo de las riquezas. Aquí la palabra de Jesús no se anda con rodeos. Para Jesús la riqueza, como vimos, no es el mal en sí, pero le falta muy poco. La idolatría del dinero es mala porque aparta de Dios y aparta del hermano. Así se explican las palabras de Jesús: no se puede amar y servir a Dios y a las riquezas (cf. Mt 6, 24; Lc 16, 13); la preocupación por la riqueza casi inevitablemente ahoga la palabra de Dios (cf. Mt 13, 22); es sinónimo de «malos deseos» (cf. Mc 4, 19). El que atesora sólo riquezas para sí es sinónimo del condenado (cf. Lc 12, 21). Cuando el joven rico no es capaz de seguir a Cristo es porque está atrapado por la mucha riqueza (cf. Lc 18, 23).
La crítica de Jesús al abuso de la riqueza se basa, efectivamente, en el poder totalizador y absorbente de ésta. La riqueza quiere ser señora absoluta de aquél a quien posee. Por eso, Jesús pone en guardia sobre la salvación del rico. Será difícil la salvación de aquel que haya vivido sólo para la riqueza, de la riqueza, con la riqueza, despreocupado del amor a Dios y al prójimo. Haría falta un verdadero milagro de Dios para que consiga la salvación (cf. Mt 19, 23; Mc 10, 25; Lc 18, 25).
Esta es la razón por la que el rico tiene que «volver a nacer», como sucedió a Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10); tiene que compartir, si quiere salvarse, cosa que no hizo el rico Epulón (cf. Lc. 16, 19-31); tiene que aceptar la invitación de Dios al convite de la fraternidad y no hacer oídos sordos, como hicieron los egoístas descorteses, que prefirieron sus cosas y por eso no entraron en el banquete del Reino (cf. Lc 14, 15-24).
¿Se salvará o no se salvará el rico? Si abrimos san Mateo, capítulo 25, 31-46, podemos concluir lo siguiente: Se salvará -rico o pobre- el que haya dado de comer, de beber, el que haya consolado al enfermo, el que haya tenido piedad con sus hermanos. Y se condenará -rico o pobre- el que haya negado lo que tiene, mucho o poco, a los demás.
CONCLUSIÓN
Es un error pensar que la vida es un ascenso hacia la fortuna material para gozar de los bienes en el más allá. ¡Qué diversos son los bienes que nos alcanzó Cristo con su resurrección! Él nos consigue la verdad, la libertad, la sinceridad, la comprensión, la satisfacción de no tener ansiedades, la paz, el perdón. Y sobre todo, la riqueza de las riquezas: el cielo. Y por ese cielo es necesario vender todo y así comprarlo (cf. Mt 13, 44-46). ¡Es la mejor inversión en vida!
«Cada niño soldado es un grito que se eleva a Dios»
El Papa en el #RedHandDay
El 12 de febrero se conmemora el Día Internacional contra el Uso de Niños Soldado, una fecha establecida por Naciones Unidas para recordar a los niños que cada día son reclutados para participar en conflictos armados aún vigentes en tantas partes del mundo.
Luchar contra la explotación infantil
Es imposible determinar con exactitud el número de menores reclutados pero el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) estima que hasta 300.000 niños y niñas «participan actualmente en grupos y fuerzas armadas con distintas funciones, como combatientes, cocineros, mensajeros, espías o por motivos sexuales» y puntualiza que en 2020, más de 8.500 niños «fueron desplegados en escenarios de gran hostilidad sufriendo estos abusos».
Algunos de los países más afectados son Afganistán, Iraq, Burundi, Costa de Marfil, Liberia, República Democrática del Congo, el Sur de Sudán, El Chad, RepúblicaCentroafricana y Somalia. Ante este panorama, la ONU denuncia que este reclutamiento es ilegal y supone una grave violación de los derechos de la infanciaDe ahí la importancia de luchar para acabar con esta lacra social, una compleja misión que requiere un compromiso por parte de toda la sociedad.
El tweet del Papa
Siendo plenamente consciente de esta situación, el Papa Francisco ha enviado hoy un mensaje a través de su cuenta oficial de Twitter sumándose al hashtag #RedHandDay (en español Día de la mano roja), símbolo con el cual la campaña contra el Uso de Niños Soldado busca consolidar la responsabilidad social y política de cara a este crimen en detrimento de los derechos humanos de los más pequeños.
«A los niños soldado se les roba su infancia, su inocencia, su futuro y muchas veces su propia vida», escribe el Santo Padre, haciendo hincapié en que cada uno de ellos «es un grito que se eleva a Dios y acusa a los adultos que han puesto las armas en sus pequeñas manos».
Muchos no logran recuperar sus vidas
Si bien hay muchas organizaciones internacionales y ONG que trabajan incansablemente para salvar a estos niños, la realidad demuestra que todavía queda mucho por hacer y que lamentablemente, los daños físicos y psicológicos a los que son sometidos estos pequeños dejan consecuencias irreversibles: en el peor de los casos, su futuro permanece truncado para siempre y jamás logran recuperar sus propias vidas.
Vivir en los límites de la ley
La solución no está en vivir en el límite, porque eso nos llevará de nuevo a sobrepasarlo, cayendo por enésima vez en los mismos pecados
Cuando a alguien le ponen una multa por exceso de velocidad, la excusa que suele dar es que no se fijó en que había superado el límite. Pretendía ir al máximo de velocidad permitido, noventa o ciento veinte y, sin darse cuenta, aceleró a noventa y cinco o a ciento veintiséis kilómetros por hora. Justo en ese momento, por casualidad (¡ley de Murphy!), se cruzó un policía y ¡zas!, multa al canto. Es algo que, probablemente, nos ha sucedido a todos los conductores en alguna ocasión y que, por lo tanto, nos resulta muy comprensible. A fin de cuentas, sería imposible y también peligroso conducir constantemente mirando el velocímetro del coche.
Por otro lado, al dar esa excusa no estamos teniendo en cuenta una solución muy sencilla: si el límite está en ciento veinte kilómetros por hora, para no pasarnos de ese límite por un descuido basta conducir a ciento diez. De esa forma, cuando apretamos un poco más el acelerador inconscientemente o vamos cuesta abajo o hay que acelerar un poco para adelantar a alguien, nuestro coche avanzará a ciento doce o a ciento quince o a ciento dieciocho, pero será mucho más difícil que nos pongan una multa por exceso de velocidad.
Cuando uno intenta mantenerse justo en el límite, resulta muy fácil traspasarlo casi sin darse cuenta, al menos en algunas ocasiones. Todos lo sabemos, pero el problema está en que, en realidad, nos gustaría ir más rápido. Querríamos ir a ciento treinta o ciento cuarenta y, si no lo hacemos, es porque no nos atrevemos por si la ley nos penaliza. Por eso nos quedamos en el máximo posible que nos permite evitar la multa. Es exactamente lo mismo que nos pasa a los cristianos.
Por desgracia, también es una experiencia que probablemente nos resultará familiar a la mayoría. Con buena voluntad y de forma sincera, intentamos no pecar gravemente o, en el mejor de los casos, no pecar a secas. Sabemos que, si uno pasa de esta línea o aquella, está pecando, así que intentamos cumplir los mandamientos, mantenernos en la línea y no traspasarla… y, al igual que les sucede a los conductores, traspasamos esa línea a menudo, casi sin darnos cuenta.
Semana tras semana, caemos en los mismos pecados y nos confesamos de las mismas cosas, de forma aparentemente inevitable. Esa sensación de que, por mucho que nos esforcemos, siempre seguimos pecando desemboca en la idea de que es imposible no pecar, de que no tenemos remedio, de que hagamos lo que hagamos no podemos cumplir los mandamientos de Dios. Es decir, nos lleva a la desesperanza, que es la muerte de la vida cristiana. De esta forma se cumple lo que dijo San Pablo por propia experiencia: Así resultó que el mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte.
El problema, como en el caso de los conductores, es que lo único que se nos ocurre es intentar no hacer lo que está prohibido. No queremos traspasar el límite, pero nos empeñamos en vivir lo más cerca posible del mismo. No queremos pecar gravemente, porque somos “buena gente”, pero más allá de eso esperamos que Dios no se meta mucho en nuestra vida. Nuestro deseo es ser cristianos pero sin exagerar, buscando un justo medio entre los pecados graves y la “beatería”, los “cristianos radicales” o los “ultracatólicos”. Como dice la expresión popular, queremos “ser buenos pero no tontos”. Desgraciadamente, esto es lo que define a una gran parte de los cristianos: tratamos de vivir en los límites de la ley de Dios.
No hemos entendido nada.
El que cree que el cristianismo consiste fundamentalmente en evitar el pecado, en no traspasar unos límites morales puestos por Dios, ha convertido la fe en un moralismo. San Pablo se pasó la vida advirtiéndonos de que eso no es ser cristianos: la letra mata, el espíritu vivifica. Si intentamos ser cristianos así, el cristianismo será para nosotros una horrible carga, como lo ha sido para tantos que han creído liberarse abandonando esa carga.
Por supuesto, la vida en el Espíritu de la que habla San Pablo no consiste en saltarse la Ley divina, porque los mandatos de Dios son mandatos de vida y el salario del pecado es la muerte. Al contrario, la vida en el Espíritu consiste en vivir en el centro mismo de esa Ley, en intentar ser santos, en dejar que la gracia transforme nuestra vida por completo. No se trata de dar a Dios lo que está mandado y (a ser posible) ni un milímetro más, sino en entregarle absolutamente todo lo que somos y tenemos.
Los mandamientos, la ley de Dios, son como una señal de dirección en la carretera, que señala cuál es la dirección correcta hacia el destino de tu viaje y te avisa de que, si vas en dirección contraria, tendrás un accidente. Quien peca, se dirige a ciegas contra otro coche o cae en un precipicio.
No es mucho menor, sin embargo, la estupidez de quien elige acampar junto a la señal, sabiendo que mientras esté allí no circulará en dirección contraria, pero tampoco se acercará a su destino. Claramente, no entiende la finalidad de la señal, que sólo existe para que podamos llegar a ese destino. Así hacemos al obstinarnos en servir a Dios, pero sin dejar de servir también al dinero, olvidando que esos compromisos siempre llevan al desastre, como Cristo mismo nos advirtió: porque amará a uno y odiará al otro.
La solución no está en intentar una y otra vez mantenernos en el límite, porque eso nos llevará de nuevo a sobrepasarlo, cayendo por enésima vez en los mismos pecados. La auténtica solución está en convencernos de que la felicidad no está del lado del pecado, sino en la dirección que nos señala Cristo. Por eso conversión, en griego, se dice metanoia, es decir, cambio de mentalidad. Para ser cristiano hay que cambiar de mentalidad. No podemos seguir pensando, como los paganos, que en realidad lo que nos haría feliz sería tener una aventura con la secretaria, recibir el ascenso que le dieron a Fernández (que no se lo merecía tanto como yo) o quedarnos los domingos en casa en lugar de ir a misa.
Como no nos da la gana convertirnos, como seguimos pensando que la felicidad está en pecar, nos quedamos junto a la señal de tráfico, porque lo que verdaderamente deseamos es ir en dirección contraria a la que nos marca la ley de Dios. No nos atrevemos a ir en sentido contrario, pero lo deseamos. Y así nos va la vida.
En la vida cotidiana, entendemos perfectamente que quien se queda junto a la señal nunca llega a ningún sitio y lo único que hace es perder el tiempo. En cambio, como cristianos, somos el que pone la mano en el arado y vuelve la mirada atrás, el que quiere servir a Dios y al dinero. No hay peor forma de vivir que esa, porque ni disfrutamos de la vida nueva de Cristo ni hacemos la prueba de que el pecado sólo lleva a la muerte. Como dijo el profeta Elías: ¿Hasta cuando vais a andar con muletas? Si Baal es Dios, seguid a Baal. Si lo es Yahvé, seguid a Yahvé. Pero nos da miedo movernos en cualquiera de las dos direcciones: sabemos que el pecado no es bueno, pero tampoco queremos ser santos porque imaginamos (con razón) que eso significa cambiar completamente de vida y estamos cómodos como estamos. Al final, no somos ni chicha ni limoná, como se dice castizamente.
Nos engañamos pensando que somos cristianos, pero en realidad no lo somos. El que sabe que no es cristiano sino que es un pecador puede convertirse al ver que pecar no hace más que destruir su vida, pero el que piensa que es cristiano sin serlo no puede convertirse, porque cree que no lo necesita. Nada hay peor que vivir en la tibieza. No lo digo yo, lo dice Cristo: Ay de ti, porque no eres frío ni caliente. A los tibios los vomitaré de mi boca.
Eso es precisamente lo que proclama el sermón de la montaña y precisamente por ello nos resulta tan escandaloso a los cristianos acomodados que vivimos en los límites de la ley. No nos recuerda algo que ya sabemos, como ‘no peques de ira’. En lugar de eso, pone por completo del revés nuestra vida diciendo: al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra. Al que te lleve a juicio para quitarte el manto, entrégale también la túnica. Ama a tus enemigos. No se queda en ‘no robes’ o en ‘se justo’, sino que dice: al que te pide, dale. A Cristo no le basta con que seamos ‘solidarios’, ‘ciudadanos comprometidos’ o ‘buenas personas’, sino que llega al extremo de lo políticamente incorrecto, al decirnos a los cristianos: Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo. No dice ‘no peques’, sino que, con la brutal sinceridad de quien verdaderamente nos ama, nos aconseja: si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti. No nos llama a ‘ser buenos’, sino que tiene la audacia de pedirnos que seamos perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
Por supuesto que hay que cumplir la ley moral y divina. Quien dice lo contrario no es cristiano. Sin embargo, eso no debe hacernos olvidar que Dios hace posible que cumplamos esa ley llevándonos mucho más allá de sus meros límites, hasta su mismo centro, que está en la vida de la Trinidad. La verdadera forma de no pecar es querer ser santos. El que ama a su enemigo, no peca de ira. El que da al que le pide, no roba ni es injusto. Si quieres no pecar, lo mejor que puedes hacer es arrancar de ti cualquier cosa que te conduzca al pecado, por mucho que hacerlo te cueste un ojo de la cara. El que intenta ser bueno, lo que será es mediocre y tibio, mientras que el que se ofrece por entero a Dios para que le haga santo, llegará a ser perfecto como su Padre celestial por obra de la gracia.
No se trata de ser un poco mejores, sino de ser completamente distintos. No se trata de intentar no pasarse, sino de pasarse por completo en la otra dirección. Dios nos llama a ser una criatura nueva, ciudadanos del cielo, hijos de Dios, otros Cristos con los mismos sentimientos de Jesús. A eso estamos llamados y no a la triste, mezquina y frustrante vida de quien intenta ser lo más pagano posible pero sin condenarse.
Dios nos dé la valentía de dejarle, de una vez, que nos haga santos.
Los 10 NO del noviazgo
10 cosas a las que hay que decir NO con firmeza para que el noviazgo lleve a un buen matrimonio
El portal católico mexicano Desde la Fe presenta un completo repaso de cosas que hay que tener en cuenta para aprovechar el noviazgo y evitar malos matrimonios. Lo reproducimos por su interés.
Un buen matrimonio depende en gran parte de un buen noviazgo, de que él y ella aprovechen bien ese tiempo para conocerse. Además de amor, ¿qué se necesita para tener un buen noviazgo? He aquí diez recomendaciones que conviene considerar:
1. NO dejar fuera a Dios
Antes que nada, pregúntale a Dios si tu vocación es el matrimonio. Consulta un director espiritual. Cuando creas haber conocido a la persona indicada, oren juntos, vayan juntos a Misa, encomiéndense a Dios y a María.
Antes de casarse, acudan a un retiro para novios. Y después no se atengan a sus solas míseras fuerzas para amarse: no se vayan a vivir juntos ni se unan sólo por lo civil, sino mediante el sacramento del matrimonio, para recibir de Dios la gracia sobrenatural de ser fieles y amarse mutuamente como Dios los ama.
2. NO engañar
Esto abarca dos aspectos. Primero: no finjas lo que no eres. No digas que te gusta lo que no te gusta, que haces lo que nunca haces, etc. sólo para ser como crees que tu novia o novio espera que seas. Descubrirá tu engaño al casarse, y puede ser motivo para separarse. Sé tú mismo, tú misma. Si no es compatible contigo, ni modo, no fuerces las cosas, ya encontrarás a quien lo sea. Recuerda que “siempre hay un roto para un descosido”. Y, segundo: no seas infiel. La infidelidad en el noviazgo es motivo para terminar la relación, porque los novios infieles, suelen ser cónyuges infieles.
3. NO querer cambiar al otro
Hay quien piensa: “mi pareja tiene esta forma de ser, o este hábito, o este vicio que no me agrada, pero yo la voy a cambiar”. Es una falsa expectativa. La gente no suele cambiar. El introvertido nunca se volverá extrovertido; la parlanchina no sabrá quedarse callada; el novio que nunca se acomide a ayudar será un marido haragán; la novia desaliñada será una esposa de bata y pantuflas. Y las características que te molestan en el noviazgo, en el matrimonio pueden aumentar y resultarte intolerables. O le aceptas como es, o no te cases.
4. NO justificar lo injustificable
Si en el noviazgo, cuando se supone que están enamorados y desea complacerte, tiene desatenciones, te deja esperándole y no se disculpa; se la pasa viendo el celular, llega tarde, no te pregunta cómo estás, te calla, te critica, en el matrimonio será peor. No busques pretextos para justificar sus malas actitudes, busca mejor otra pareja.
5. NO violencia
Si en el noviazgo ya hay gritos, malos modos, insultos y hasta golpes, ¡hay que salir huyendo! Un novio que te levanta la voz, será un esposo que te levantará la mano; una novia que te humilla ante tus amigos, será una esposa que te humillará ante tus hijos. ¿A qué arriesgarse a casarse con alguien que puede poner en riesgo tu integridad y la de tu familia?
6. NO relaciones sexuales
El sexo es fabuloso. Decir esto parecería razón para practicarlo en el noviazgo, pero es justo lo contrario: puede hacer que una pareja crea que son compatibles, cuando en realidad sólo lo son en la cama. Un amante habilidoso no necesariamente es un buen esposo. Y hay muchos momentos en el matrimonio en que no será posible tener relaciones sexuales, así que si el sexo es lo único que los une, su relación irá a pique.
Una amiga me contó que su hija fue a confesarse de haber tenido relaciones sexuales con su novio, y el padre le dijo: “si se aman, no es pecado”. Sorprende semejante respuesta, porque Jesús menciona, en la lista de maldades que manchan al hombre, la fornicación, es decir, la relación sexual fuera del matrimonio (ver Mc 7, 14-23). La relación sexual está pensada para ser una donación total entre esposos que prometen, con la gracia de Dios, amarse toda la vida. No hay que banalizarla adelantándola, ni arriesgarse a un embarazo no deseado. Y, sobre todo, no hay que olvidar que para unos novios católicos tener relaciones sexuales pre-matrimoniales no es algo que alguien pueda autorizar por encima de la Palabra de Dios y de la Iglesia, que enseñan que es pecado (ver Catecismo de la Iglesia Católica #1755; 1852; 2353).
7. NO desoír opiniones y consejos
Por tener una visión desde fuera, puede suceder que tus familiares y amigos capten actitudes de tu pareja que tú no has percibido. “ay, mijita, tu novio toma demasiado”, “ay, hijo, ella trata muy feo a su mamá”, “oye, amiga, como que tu novio es ojo alegre, lo he visto coqueteando…”; “híjole carnal, me late que esa chava sólo te busca por tu dinero, se la pasa haciéndote gastar…”; “uy, le vi fumando mariguana”. Presta atención, no cierres los oídos. En los procesos de declaración de nulidad matrimonial, suelen preguntar cuál era la opinión de quienes rodeaban a los novios. Y es casi seguro que hubo muchas críticas que fueron desoídas…
8. NO suponer, mejor preguntar
El noviazgo es un tiempo para conocerse, para hablar, hablar y hablar de todos los temas habidos y por haber, para preguntar. Muchos matrimonios se rompen porque no descubrieron a tiempo que pensaban muy distinto: “¡creí que sí querías tener hijos!”; “¡no pensé que te molestara que trabaje!”; “¡no sabía que tu mamá vendría a vivir con nosotros!”. Más vale dialogar que lamentar.
9. NO dejar de considerar a la familia
No sólo hay que fijarse en la pareja, sino en su familia. ¿Cómo es?, ¿cómo se llevan sus miembros entre sí?, ¿cuáles son sus valores? Recuerda que muy probablemente tendrás que convivir con ellos en Navidad, año nuevo, cumpleaños, aniversarios, algunos fines de semana, etc. Sus papás serán abuelos de tus hijos, y tus cuñados, sus tíos; querrán pasar tiempo con ellos, ¿qué clase de ejemplo les darán? ¿Es ésta la familia a la que quieres pertenecer?, ¿o vas a discutir y a pelearte cada vez que tu cónyuge la quiera ver?
10. NO sólo buscar “que te haga feliz”
Muchos se casan pensando: “ésta me hará feliz” (porque es bonita y puede lucirla en las fiestas de la oficina, o porque cocina rico, o es hacendosa), o éste me hará feliz, (porque es tan guapo que sus amigas la envidiarán; o porque gana tanto que podrá darle una vida de lujos). Buscan la pareja que los haga felices. Pero si la bonita se pone fea o se enferma, al guapo le sale panza, o pierde la chamba, ya no “hace feliz”, es hora de descartarlo.
La motivación para casarse no debe ser “que me haga feliz”, sino “quiero hacerle feliz”. Y qué mayor felicidad que santificarse mutuamente para llegar al cielo. Si tanto él como ella dicen: “le amo tanto que quiero dedicarme a que sea feliz aquí y por toda la eternidad”, eso sí que con la ayuda de Dios, se puede lograr pase lo que pase, en la salud y en la enfermedad, en lo próspero y en lo adverso, hasta que la muerte los separe en este mundo y puedan reencontrarse en la vida eterna para siempre.
Ángelus: «El éxito de la vida está en las Bienaventuranzas, no en el mundo»
Papa Francisco recordó que a través del mensaje contenido en las Bienaventuranzas, Jesús nos comparte la clave para alcanzar la verdadera felicidad, ya que estas «definen la identidad» que necesitamos para convertirnos en discípulos suyos. Asimismo, el Pontífice explicó que el éxito que ofrece el mundo es un fracaso, ya que se basa «en un egoísmo que infla y luego deja un vacío en el corazón».
El domingo 13 de febrero el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano.
Ante la presencia de fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre el Evangelio de hoy que relata el momento en el que Jesús nos desvela la clave para alcanzar la verdadera felicidad en la vida y que se encuentra, precisamente, en el cumplimiento de las Bienaventuranzas (Lc 6,20-23) ya que estas «definen la identidad» que necesitamos para convertirnos en discípulos suyos.
Deteniéndose en la primera Bienaventuranza que presenta el Hijo de Dios, «Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (v. 20), Francisco subrayó que para Jesús esto quiere decir que la alegría humana no se encuentra en el dinero u otros bienes materiales, sino en los dones que recibimos cada día de Dios: la vida, la creación, los hermanos y las hermanas, etc.
El discípulo de Jesús es humilde, abierto y sin prejuicios
Según el Pontífice, estamos llamados a compartir con gusto los bienes que poseemos porque de esa manera vivimos en la lógica de Dios, «que es la gratuidad».
Por otro lado -añadió el Papa- cuando Jesús habla de pobreza, en este caso también hace referencia a una actitud ante el sentido de la vida: «el discípulo de Jesús no cree lo posee, ni piensa que ya lo sabe todo, sino que sabe que debe aprender cada día. Por ello, es una persona humilde y abierta, sin prejuicios ni rigidez».
El ejemplo de Simón Pedro y su docilidad
Y un bello ejemplo de esto -continuó Francisco- lo encontramos en el Evangelio del domingo pasado:
“Simón Pedro, pescador experto, acepta la invitación de Jesús de echar las redes a una hora inusual; y luego, lleno de asombro por la prodigiosa pesca, deja la barca y todas sus posesiones para seguir al Señor. Pedro demuestra ser dócil dejando todo, y así se convierte en discípulo. Sin embargo, quien está demasiado apegado a sus propias ideas y a las propias seguridades, casi nunca sigue realmente a Jesús. Tal vez lo escucha, pero no lo sigue”
Asimismo, el Santo Padre hizo hincapié en que cuando no seguimos a Jesús con nuestras vidas, es fácil caer en la tristeza «porque las cuentas no cuadran, porque la realidad se escapa de nuestros esquemas mentales y nos encontramos insatisfechos». El discípulo de Jesús, en cambio, «sabe cuestionarse, sabe buscar a Dios humildemente cada día, y eso le permite adentrarse en la realidad, acogiendo su riqueza y complejidad».
Aceptar la paradoja de las Bienaventuranzas
En otras palabras, para Francisco, el discípulo, acepta la paradoja de las Bienaventuranzas:
«Estas declaran que es dichoso, es decir, feliz, quien es pobre, quien carece de tantas cosas y lo reconoce. Humanamente, se nos induce a pensar de otra manera: feliz es quien es rico, quien está lleno de bienes, el que recibe aplausos y es envidiado por muchos. Jesús, por el contrario, declara que el éxito mundano es un fracaso, ya que se basa en un egoísmo que infla y luego deja un vacío en el corazón».
Al respecto, el Santo Padre indicó que quienes se dejan guiar por Jesús, siguiendo el estilo de las Bienaventuranzas, son aquellos que se dejan meter en crisis, conscientes de que «no es Dios quien debe entrar en nuestras lógicas, sino nosotros en las suyas».
Se trata de una elección de vida -puntualizó el Pontífice- que requiere de un camino, a veces fatigoso, pero siempre acompañado de alegría:
“Porque, recordemos, la primera palabra de Jesús es: dichosos. Esto es el sinónimo de ser discípulos de Jesús. El Señor, al liberarnos de la esclavitud del egocentrismo, desencaja nuestras cerrazones, disuelve nuestra dureza y nos abre la verdadera felicidad, que a menudo se encuentra donde nosotros no pensamos”
El discípulo destaca por la alegría del corazón
Finalmente, Francisco invitó a todos a preguntarse si vivimos con la disponibilidad del discípulo, o nos comportamos con la rigidez de quien se siente cómodo y seguro de haber llegado a la meta:
«¿Me dejo «desencajar por dentro» por la paradoja de las Bienaventuranzas, o me mantengo dentro del perímetro de mis propias ideas? Y luego, más allá de las penurias y dificultades, ¿siento la alegría de seguir a Jesús? Este es el rasgo más destacado del discípulo: la alegría del corazón».
«Que la Virgen, la primera discípula del Señor, nos ayude a vivir como discípulos abiertos y alegres», concluyó el Papa.