John 16:29-33

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús les dice a sus discípulos que ellos lo abandonarán, pero que no estará solo porque el Padre está con él. Y luego los alienta: “Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo”.

En la figura de Jesús de Nazaret, lo divino y lo humano se han unido de manera salvífica, y esta reconciliación es el reino de Dios esperado. Aunque hay muchos temas en las Escrituras hebreas, hay uno que aparece de modo consistente y persistente: el deseo apasionado y doloroso de liberación, el clamor del corazón hacia un Dios del que la gente se siente alejada. Si solo se terminara el poder de la rebelión y el pecado y se restableciera la amistad de Dios y los seres humanos, entonces reinaría la paz, el shalom y el bienestar generalizado.

Lo que Jesús anuncia en su primer sermón en las colinas de Galilea, y lo que demuestra a lo largo de su vida y ministerio, es que este gran deseo de los antepasados, esta esperanza contra toda esperanza, esta unión íntima de Dios y la humanidad, es un hecho consumado, algo que se puede ver, escuchar y tocar.

Marcelino y Pedro, Santos

Memoria Litúrgica, 2 de junio

Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net

Mártires

Martirologio Romano: San Marcelino, presbítero, y san Pedro, exorcista, mártires, acerca de los cuales el papa san Dámaso cuenta que, durante la persecución bajo Diocleciano, condenados a muerte y conducidos al lugar del suplicio, fueron obligados a cavar su propia tumba y después degollados y enterrados ocultamente, para que no quedase rastro suyo, pero más tarde, una piadosa mujer llamada Lucila trasladó sus santos restos a Roma, en la vía Labicana, dándoles digna sepultura en el cementerio «ad Duas Lauros» ( c. 304).

Breve Semblanza

Muchísimas veces en la historia se ha confirmado el dicho: “El hombre propone y Dios dispone”, es decir, que a menudo Dios “dispone” lo contrario de lo que el hombre se ha “propuesto”. Fue lo que sucedió con los santos Marcelino y Pedro. San Dámaso, casi adivinando su misión de transmitir la memoria de innumerables mártires, como él mismo dice, escribió a un niño la narración del verdugo de los santos Marcelino y Pedro.

El “percussor” refirió que él había dispuesto la decapitación de los dos en un bosque apartado para que no quedara de ellos ni el recuerdo: incluso los dos tuvieron que limpiar el lugar que se iba a manchar con su sangre.

Los últimos tres versos, de los nueve que componen el poema 23 del Papa Dámaso, informan que los “santísimos miembros” de los mártires permanecieron ocultos durante algún tiempo en una “cándida gruta”, hasta cuando la piadosa matrona Lucila llevada por la devoción, les dio digna sepultura. El martirio se había llevado a cabo en donde hay se encuentra Torpignattara, a tres millas de la antigua vía Labicana, la actual Casilina. Constantino edificó ahí una basílica, cerca de donde reposaban los restos de su madre santa Helena, antes de que el emperador los hiciera llevar a Constantinopla. Más tarde fue violada por los Godos, y entonces el Papa Virgilio la hizo restaurar e introdujo los nombres de los santos Marcelino y Pedro en el canon romano de la Misa, garantizando así el recuerdo y la devoción por parte de Los fieles.

En Roma hay una basílica dedicada a los santos Marcelino y Pedro, edificada en 1751 sobre una base que parece se remonta a la mitad del siglo IV y en donde parece que se encontraba la casa de uno de los santos. Una Pasión del siglo VI habla de la vida del presbítero Marcelino y del exorcista Pedro, aunque tiene mucho de leyenda. Dicha Pasión cuenta que Pedro y Marcelino fueron encerrados en una prisión bajo la vigilancia de un tal Artemio, cuya hija Paulina estaba endemoniada. Pedro, exorcista, le aseguró a Artemio que, si él y su esposa Cándida se convertían, Paulina quedaría inmediatamente curada. Después de algunas perplejidades, la familia se convirtió y poco después dio testimonio de su fe con el martirio: Artemio fue decapitado, y Cándida y Paulina fueron ahogadas debajo de un montón de piedras.

Para que tengan paz en mí

San Juan 16, 29-33. VII Lunes de Pascua

Por: H. Balam Loza, LC | Fuente: www.missionkits.org

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, Jesús, aquí estoy para cumplir tu voluntad. Haz de mí lo que quieras y llévame allá donde necesites; llévame con aquellas personas que necesitan escuchar tus palabras de esperanza. Dame las fuerzas para no callar delante de aquellos que no quieren escuchar tu palabra. Vengo para hacer tu voluntad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 16, 29-33

En aquel tiempo, los discípulos le dijeron a Jesús: «Ahora sí nos estás hablando claro y no en parábolas. Ahora sí estamos convencidos de que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por eso creemos que has venido de Dios».

Les contestó Jesús: «¿De veras creen? Pues miren que viene la hora, más aún, ya llegó, en que se van a dispersar cada uno por su lado y me dejarán solo. Sin embargo, no estaré solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

La paz solamente Cristo nos la puede dar, podremos pensar que la tenemos, pero en realidad únicamente estando en Él podremos estar tranquilos. Cuántas veces podremos ir de un lado a otro buscando en qué saciar nuestra sed y, sin embargo, seguir sintiendo la sed atroz, la inquietud constante. Jesús habla hoy claramente y nos dice que si de verdad creemos en Él tendremos la paz.

Pongámonos delante del cuadro Ángelus de Millet y veremos a dos campesinos que, en medio de su dura jornada, paran para alabar a su Dios con el rezo del Ángelus. Sus manos y sus pies están curtidos por el trabajo, su piel dorada por el sol y sus vestidos desgastados por los años. Sin duda tendrían una vida probada por el dolor y por las preocupaciones. Pero el cuadro transmite una paz profunda y silenciosa. En ese atardecer, este matrimonio se pone en manos de Dios y lo alaba. No importa nada porque quien tiene a Dios, lo tiene todo.

Pensemos un poco en nuestros días frenéticos y llenos de actividades. Nuestras preocupaciones se centran en tantas cosas que, a veces, podemos olvidar lo importante y el sentido que tiene nuestras vidas. Al mismo tiempo, podemos estar viviendo sin problemas, teniendo todo, pero en el fondo sentir esa inquietud que viene del hacer mucho, ganar mucho, y en lo profundo, sentir esa necesidad de paz y de quietud que solamente Cristo nos puede dar.

«Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor». Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga, cansa mal.»

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de abril de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy, voy a rezar el Ángelus a medio día para recordar que todos mis trabajos y problemas no son nada si tengo a Dios.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Santos Marcelino y Pedro: su verdugo se convirtió

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Dolors Massot – publicado el 02/06/20 – actualizado el 01/06/23

Mártires, uno sacerdote y el otro exorcista. El emperador Constantino quiso que su madre santa Elena estuviera enterrada sobre su sepultura

San Marcelino y san Pedro son mártires de los primeros siglos del cristianismo, concretamente de tiempos del emperador romano Diocleciano. Marcelino era sacerdote mientras que Pedro era exorcista.

Los encarcelaron por ser cristianos pero tal era su afán apostólico en prisión que seguían evangelizando.

El magistrado Severo dio orden de decapitarlos y dejar sus cadáveres en un bosque llamado Selva Negra para que nadie los encontrara. Aun así, el verdugo se convirtió al cristianismo.

Los cuerpos sin vida de Marcelino y Pedro fueron llevados por dos mujeres, Lucila y Fermina, a la catacumba de san Tiburcio, que ha pasado a llamarse con el nombre de ellos.

Allí el emperador Constantino mandó edificar una iglesia y quiso enterrar a su madre santa Elena en el lugar. Los restos de estos santos están en Selingenstadt, cerca de Fráncfort (Alemania).

Los santos Marcelino y Pedro son citados en el Canon Romano de la Misa.

Oración

Señor:
Tú has hecho del glorioso testimonio de tus mártires san Marcelino y san Pedro
nuestra protección y defensa;
concédenos seguir su ejemplo y vernos continuamente sostenidos por su intercesión.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.