Adoro la parábola que está en el corazón de nuestro Evangelio de hoy de Mateo 20, porque luego de treinta y siete años de predicar, es uno de esos pasajes en el Nuevo Testamento que en verdad fastidia a la gente. Podría tomar un puñado, cuatro o cinco; la historia de Marta y María es otra. Pero esta es una que luego de todos los años que he estado predicando, más gente se me acerca y me dice, “Padre, no comprendo esa parábola”, o, “En verdad me fastidia. ¿Cómo puede estar bien? No sé a qué se está refiriendo Jesús aquí”. Vean, adoro eso, porque comprueba algo muy interesante, que la parábola está realizando su trabajo espiritual. Me refiero a que no está sólo transmitiendo información cierta sobre Dios. Algunas parábolas nos enseñan verdades acerca de Dios, y eso es genial. Pero hay otras que nos llegan al alma. Nos molestan porque son un poco como una cirugía, supongo yo, una cirugía exploratoria, la cual en el proceso descubre problemas en el cuerpo. Bueno, esta parábola es como eso pero respecto al alma. Desenmascara o echa luz sobre cierta oscuridad de nuestra alma, ciertas resistencias a Dios. Así que es muy interesante e importante atender aquí nuestra resistencia.

¿De dónde proviene? ¿Por qué no me gusta esta parábola? ¿Por qué me molesta esta parábola? Bueno, saben de qué estoy hablando, esta parábola sobre el reino de los cielos que es como un hacendado que salió y contrató obreros para su viñedo a primera hora de la mañana. Y dijo, “Les pagaré un denario por día”. Ellos dijeron, “Genial”. Así que trabajaron todo el día al rayo del sol. Salió luego al mediodía, contrató a otros, mismo acuerdo; otros a las tres, y finalmente al final del día, contrató obreros. Y luego llegó el momento del pago. Y aquellos que fueron contratados al final del día que trabajaron solo por una hora recibieron un denario. Naturalmente, aquellos contratados temprano pensaron, “Es genial. Recibiré más”. Pero recibieron el mismo denario que aquellos que fueron contratados a las cinco. E incluso aquellos que fueron contratados a las nueve y trabajaron todo el día al rayo del sol, recibieron lo mismo y chillaron. “Bueno, esto no es justo. Es injusto”. Esta gente trabajó por una hora. Yo trabajé ocho horas. ¿Por qué se nos paga lo mismo”. Bueno, por supuesto todos ven la conexión con la vida espiritual. Digamos que te has dedicado toda la vida, honrando a Dios y haciendo lo que se te dijo que hicieras e intentando ser una buena persona y seguir los mandamientos de la Iglesia.

Y supongamos que alguien al final de su vida, luego de vivir una vida terriblemente disoluta o de violencia o profundo pecado, se arrepiente al final. ¿Está bien que reciba el mismo premio que tú recibirías? ¿Los dos irán al cielo? Recuerdo haber escuchado esta historia de un viejo sacerdote amigo mío. Esto se remonta a los años 30 o 40, y había un sicario infame de una mafia en Chicago. Quiero decir, una de las peores personas que pudieran imaginarse, alguien que ha dedicado su vida a matar gente. Y estuvo involucrado en un tiroteo y está tirado en la calle muriéndose. Era Católico sin embargo, y tuvo la presencia de ánimo para pedir por un sacerdote. Y vino el sacerdote, y con sus suspiros finales, este hombre confesó sus pecados y luego murió. Y se le preguntó al sacerdote, y dijo, “Bueno, sí, estoy seguro que se ganará el purgatorio, pero sí, este hombre irá al cielo al igual que San Francisco de Asís”. Y evidentemente, este viejo sacerdote amigo me dijo, causó un verdadero furor en la prensa, gente escribiendo cartas y quejándose. ¿Cómo podría ser cierto que este sicario, esta persona terrible, con una simple confesión, obtuviera el mismo cielo que San Francisco? No parece bien. No parece ser justo. Les daré un ejemplo de las Escrituras. ¿Qué tal el buen ladrón, Dimas? De hecho, lo llamamos San Dimas, ¿cierto? No sabemos nada sobre él, pero su vida termina en una cruz romana acusado de ladrón. Quiero decir, no estamos hablando aquí de la Madre Teresa. Estamos hablando de alguien que probablemente vivió una vida malvada. Pero en el mismo final, busca a Jesús, y ¿qué escucha? “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. Bueno, imaginen a alguien que ha sido Católico toda su vida, ha atravesado toda clase de luchas y tentaciones, se ha sostenido allí, ha realizado la obra del Señor y ha intentado ser bueno y justo y ha batallado y batallado y ha superado, ¿y reciben el mismo premio que ese tipo, que Dimas? De hecho, ¿San Dimas? No parece justo. No parece ser justo. A esta altura, aquí es donde está cortando el bisturí, aquí es donde está brillando la luz. Se necesita revisar esta resistencia. Y permítanme hacerlo bajo dos rúbricas diferentes. Santa Catalina de Siena dijo esto: “Ya que Jesús dijo que Él es el camino, entonces el camino al cielo es cielo”.

Permítanme decirlo de nuevo. Jesús dijo, “Yo soy la verdad y la vida”, pero también dijo, “Yo soy el camino”. Y eso significa que el camino al cielo es el cielo mismo. Ven, esta es una manera falsa de pensar en las cosas espirituales. El cielo, es una gran tierra de dulces, es este gran premio, esta gran recompensa que obtengo ¿después de qué? Después de este terrible esfuerzo difícil de la vida. Quiero decir, Dios sabrá por qué, pero se me pide realizar todas estas cosas difíciles, rezar, sacrificarme, amar, sí, incluso a mis enemigos. Y lo he intentado y es un esfuerzo duro y no se puede aflojar y se supone dure toda la vida, y supongo que luego de haber pagado ese precio terrible, merezco al final este premio. Merezco el premio del cielo. Y alguien que, por tanto, no ha realizado el trabajo, que no atravesado este duro esfuerzo, que ha vivido una vida autoindulgente y tal vez al final mismo hace lo correcto, obtiene el mismo premio que yo? ¡Por favor! Pero recuerden a Catalina de Siena. “El camino al cielo es cielo”. Permítanme expresarlo así. ¿Realmente piensan que la Madre Teresa de Calcuta que ahora está en el cielo, enfrentada allí con algún necesitado, que le ofreciera la oportunidad de amar, diría, “No. Eso ya está. Lo hice durante toda mi vida en la tierra. Contribuí con esta gente toda mi vida y ahora merezco un poco de descanso y relajación. Me merezco mi hermoso premio en el cielo”. ¡No! El asunto es que el camino al cielo es cielo. Significa que el amor que ella demostró toda su vida es precisamente lo que la preparó para la plenitud de la vida en el cielo. “Trabajé al rayo del sol todo el día”. Antes bien, se me otorgó el privilegio enorme de participar en la vida divina toda mi vida. Y tal vez Dimas, el buen ladrón, o aquel sicario mafioso no tuvieron esa gracia. No tuvieron esa oportunidad. No es cierto trabajo pesado al que nos vemos forzados a realizar para obtener cierto premio. Sino que debemos ver el camino del amor ya como una anticipación del cielo. ¿Ven cómo el resentimiento que sentimos es un signo de que aun no lo hemos entendido bien, que no lo hemos reflexionado? Si llevan su obligación religiosa como un lastre terrible alrededor del cuello, es que aún no lo han entendido. Piensen en esto. Permítanme dar vueltas aquella imagen de la Madre Teresa. Supongan que alguien que es un gran pecador es enviado de repente a la casa central de la Madre Teresa en Calcuta y se le dice, “Quiero que vivas la vida de las hermanas por el siguiente año”. Y está totalmente desacostumbrado a eso. Ha sido una persona autoindulgente, no se ha involucrado nunca en tareas de amor, y ahora aquí está en el peor barrio pobre del mundo, cuidando a los más pobres de los pobres. Diría, “Aterricé en el infierno”. Pero imaginen ahora, que a su tiempo, al entregarse a esa vida, al rendirse a ella, se da cuenta, “Esta es la vida de amor a la que he sido llamado”: Sin cambiar su dirección, ha ido del infierno al cielo. Es que, cuando dicen, “He trabajado todo el día al rayo del sol”, entonces es que aun están en el infierno de su propia autoindulgencia. Así que permitan que el desasosiego que sienten al escuchar esto se abra camino en sus almas. Y ahora esta es la segunda observación que quiero hacer. Si el cielo es la vida del amor –y así es como todos los grandes maestros espirituales lo dirían. “Tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres”. Eso es porque en el cielo, la fe desaparecerá. Quiero decir, veré a Dios cara a cara. No necesito la fe. La esperanza desaparecerá porque he logrado mi objetivo. Pero el amor permanece porque amor es lo que el cielo es. El cielo es el lugar del amor perfecto. Amar es desear el bien del otro. De acuerdo. Regresemos a esta parábola. “Significa que aquel tipo que trabajó una hora está obteniendo el mismo premio que yo? Es ridículo. Trabajé todo el día al rayo del sol. Debería obtener ocho veces lo que él recibe”. ¿Qué se muestra en esta actitud? Una falta de amor extraordinaria. Amar es desear el bien del otro. Noten por favor —esto lo encuentran en la carta de Santiago— nuestra gran tradición no tiene nada en contra de la justicia, pero la misericordia o el amor superan a la justicia. Van más allá de la justicia. Si quedamos atrapados en un esquema mental de solo justicia, entonces no nos hemos desplazado al nivel del verdadero amor, desear el bien del otro. Desplacémonos a ese ámbito. Han trabajado todo el día. “Sí, tuve la oportunidad de amar toda mi vida”. Pero alguien que no se le ha dado la oportunidad, alguien al final mismo, el sicario de la mafia, pudiera entrar? Bueno, si tu corazón estuviera lleno de deseo por el bien de los demás, ¿cuál sería tu actitud? Grandioso. Buenísimo. Estoy encantado. “Ey, espera un momento. No es justo”. Estoy más allá de esta preocupación por lo justo e injusto. Todo lo que quiero es el bien de los demás. Y es esto. Miren, entra en el cielo, entra a compartir la vida de Dios. Hermoso. Hermoso. Me alegro de eso. Y lo que ha hecho el amor es arrasar con fuego toda preocupación de quién lo merece más y quién trabajó más duro. Eso es arrasado con fuego. Permitan que esta parábola ilumine la oscuridad que hay en nosotros, que significa una ausencia de amor. Que nuestra resistencia misma sea una lección espiritual. He tenido dirección espiritual desde que era un joven en el seminario. Un director espiritual malo les dice siempre sí, les dice, “Lo estás haciendo bien. No hay nada malo. Todo está bien”. Un buen director espiritual ilumina los lugares oscuros, da vuelta las cosas para revelar la verdad que tal vez no queremos sea revelada. Esta parábola funciona como un buen director espiritual. Si los fastidia, bien. Significa que ilumina cierta falta de amor. Y Dios los bendiga.

Matthew 20:1-16a

Amigos, la parábola de la viña que relata Jesús en el Evangelio de hoy es una de las más perturbadoras. Ten en cuenta que perturbar es uno de los propósitos principales de las parábolas, historias que imaginan nuevos mundos y dan vuelta el mundo donde estamos.

Conocemos bien el esquema de la historia: un hacendado sale a contratar trabajadores para su campo, contratándolos en diferentes momentos del día. Luego, al final del día de trabajo, paga a cada uno el mismo salario. Cuando los primeros contratados se quejan, el propietario responde: “¿No soy libre de hacer lo que quiero con mi propio dinero? ¿Tienes envidia porque soy generoso?

¿Alguno de nosotros realmente encuentra esta respuesta satisfactoria? ¿Porque es que la mayoría de nosotros nos ponemos instintivamente del lado de los que se quejan? ¿Has notado que la única virtud que incluso los niños pequeños parecen entender implícitamente es la justicia? “¡Es que no es justo!” Bueno, aquí esto no parece justo.

Pero debemos mirar esta historia a través de la lente del profeta Isaías quien nos recuerda que los caminos de Dios no son nuestros caminos. ¿Representa esta historia una disminución del valor justicia? No, más bien, es una demostración de la justicia que fluye de la visión de Dios sobre las cosas.

Con esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso. Se trata de dejarse asombrar y fascinar por los «pensamientos» y por los «caminos» de Dios que, como recuerda el profeta Isaías no son nuestros pensamientos y no son nuestros caminos (cf Is 55, 8). Los pensamientos humanos están, a menudo, marcados por egoísmos e intereses personales y nuestros caminos estrechos y tortuosos no son comparables a los amplios y rectos caminos del Señor. Él usa la misericordia, perdona ampliamente, está lleno de generosidad y de bondad que vierte sobre cada uno de nosotros, abre a todos los territorios de su amor y de su gracia inconmensurables, que solo pueden dar al corazón humano la plenitud de la alegría. Jesús quiere hacernos contemplar la mirada de aquel jefe: la mirada con la que ve a cada uno de los obreros en espera de trabajo y les llama a ir a su viña. Es una mirada llena de atención, de benevolencia; es una mirada que llama, que invita a levantarse, a ponerse en marcha, porque quiere la vida para cada uno de nosotros, quiere una vida plena, ocupada, salvada del vacío y de la inercia. Dios que no excluye a ninguno y quiere que cada uno alcance su plenitud. (Ángelus, 24 septiembre 2017)

Gerardo Sagredo, Santo

Obispo y Mártir, 24 de septiembre

Martirologio Romano: En Panonia (hoy Hungría), san Gerardo Sagredo, obispo de la sede de Morisena (hoy Csanad) y mártir, que fue preceptor de san Emerico, príncipe adolescente hijo del rey san Esteban, y en una sedición de húngaros paganos murió apedreado cerca del río Danubio († 1046).

Etimología: Gerardo = Audaz con la lanza, viene del germano

Breve Biografía

San Gerardo, algunas veces llamado Sagredo, fue el apóstol de un vasto distrito de Hungría.
Era originario de Venecia, donde nació a principios del siglo once. Desde muy joven, se consagró al servicio de Dios en el monasterio benedictino de San Giorgio Maggiore en Venecia, pero al cabo de algún tiempo, abandonó el convento para hacer una peregrinación a Jerusalén.

Al pasar por Hungría, conoció al rey San Esteban, a quien impresionaron tanto las cualidades de Gerardo, que lo retuvo para que fuese el tutor de su hijo, el Beato Emeric. Al tiempo que ejercía sus funciones de educador, el santo predicó la palabra de Dios con mucho éxito. Cuando San Esteban fundó la sede episcopal de Csanad, nombró a Gerardo como su primer obispo. La gran mayoría de los habitantes del lugar eran paganos, y los pocos que llevaban el nombre de cristianos, eran ignorantes, salvajes y brutales, pero San Gerardo trabajó entre ellos con tan buenos frutos que, en poco tiempo, el cristianismo progresó considerablemente.

Siempre que le era posible, unía Gerardo la perfección en su desempeño de la tarea episcopal con el recogimiento de la vida contemplativa que le fortalecía para continuar con sus funciones. Además, Gerardo fue investigador y escritor; entre sus obras figura una inconclusa disertación sobre el Himno de los Tres Jóvenes (Daniel III) y otros escritos que se perdieron con el correr del tiempo.

El rey Esteban secundó el celo del buen obispo en tanto que vivió, pero a su muerte, ocurrida en 1038, el reino quedó en la anarquía a causa de las disputas por la sucesión al trono y, al mismo tiempo, estalló una rebelión contra el cristianismo.

Las cosas iban de mal en peor, hasta el extremo de que, virtualmente, se declaró una abierta persecución contra los cristianos. Por entonces, Gerardo, que celebraba la misa en la iglesita de una aldea junto al Danubio, llamada Giod, tuvo la premonición de que aquel mismo día habría de recibir la corona del martirio. Terminada la visita a la aldea, el obispo y su comitiva partieron hacia la ciudad de Buda.

Ya se disponían a cruzar el río, cuando fueron detenidos por una partida de soldados al mando de un oficial, idólatra recalcitrante y acérrimo enemigo hasta de la memoria del rey Esteban. Sin mediar palabra, los soldados comenzaron a lanzar piedras contra San Gerardo y sus gentes, que se hallaban dentro de la barca, amarrada a un pilote. Algunos de ellos se metieron al agua, volcaron la embarcación y sacaron a rastras al santo obispo. Asido a los brazos de sus captores, se incorporó hasta ponerse de rodillas y oró en voz alta con las palabras de San Esteban, el Protomártir: «¡Señor, no les toméis en cuenta esta culpa!» Apenas había pronunciado estas palabras cuando le atravesaron el pecho con una lanza.

Los soldados arrastraron el cuerpo hasta el borde de un acantilado que lleva el nombre de Blocksberg y arrojaron el cadáver al Danubio. Era el 24 de septiembre de 1046. La muerte heroica de San Gerardo produjo un profundo efecto entre el pueblo que, desde el primer momento, comenzó a venerarlo como mártir. Sus reliquias fueron colocadas en un santuario, en 1083, al mismo tiempo que las de San Esteban y las de su hijo, el Beato Emeric. En 1333, la República de Venecia obtuvo del rey de Hungría la concesión de trasladar la mayor parte de las reliquias de San Gerardo a la iglesia de Nuestra Señora, en la isla de Murano, vecina a Venecia donde hasta hoy se venera al santo como al protomártir de aquel lugar donde vino al mundo.

Los socios de la viña

Santo Evangelio según San Mateo 20,1-16. Domingo XXV del tiempo ordinario.

Por: Javier Castellanos, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Un corazón abierto y vacío atrae tu gracia, Señor. Un corazón abierto y vacío es lo que quiero ofrecerte en esta oración. Un corazón abierto a tu plan sobre mí y a tu invitación de colaborar en tu viña. Un corazón vacío de todo lo que no eres Tú, Señor, porque Tú eres mi tesoro y mi recompensa; un corazón vacío de mí mismo, para poder recibir tantas bendiciones que me tienes reservadas hoy. Toma mi corazón y extiende en él tu Reino. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 20, 1-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Por último salió también al caer la tarde y encontró todavía otros que estaban en la plaza y les dijo: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’ Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno. Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’. Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mí lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’. De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos».
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Con esta sencilla parábola Jesús expone tres lecciones importantísimas sobre el Reino que está instaurando. En ella nos muestra tres cualidades que distinguen a su Padre. Tres facetas que explican el sentido de nuestro trabajo en la viña.

Primera cualidad: Dios es un propietario con un terreno inmenso. Desde las horas tempranas de la mañana salió al encuentro de hombres y mujeres para que se sumen. No manda a otro para que contrate gente, sino que Él mismo toma la responsabilidad y es el primer interesado en conseguir un número inmenso de colaboradores en su terreno. Hay mucho trabajo que hacer, y los que hemos sido escogidos no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Será pesado el día y habrá horas de bochorno, es cierto; pero, ¡vale muchísimo la pena todo el esfuerzo y poder ayudar en algo en este proyecto divino!

Segunda cualidad: Dios no pone requisitos laborales. No pide currículum, ni hace entrevistas previas para examinar nuestra cantidad de conocimientos o experiencia. Deja las plazas abiertas para que nadie se quede en desempleo. Nos llama a este campo, que es el mundo, sin ponernos condiciones. Lo único que pide es el deseo de trabajar en su viña. ¡No necesito ser un experto para trabajar en la Iglesia! ¡No hace falta ser especialista para extender el Reino de justicia y caridad cristiana en nuestra sociedad!

Tercera cualidad: Dios siempre paga mucho más de lo «justo». Para Él no existen límites de contratos y esas reducciones de la «letra pequeña». Más bien es todo lo contrario: en su mente está el objetivo de superar lo que dice el contrato. Porque cumplir un contrato es justicia, pero lo que pasa de ahí es misericordia y amor de lo más auténtico y de lo más divino.

El Reino que estamos llamados a construir con Dios, pues, es el de la «Plusvalía» en un nivel espiritual. Dar más de lo que está prescrito: esto es caridad. Darme incluso al que no está en mi lista de los «primeros»: esto es un corazón grande. Dar todo lo que soy y tengo en bien de una misión más grande que yo mismo: éstos son los horizontes que abren al Reino de los cielos.

«¡Sigan hacia adelante! Cada uno de nosotros tiene un sitio, un trabajo en la Iglesia. Por favor, no os olvidéis de la primera vocación, la primera llamada. ¡Haced memoria! Con ese amor con el que fuisteis llamados, hoy el Señor os sigue llamando. Que no disminuya, que no disminuya esa belleza del estupor de la primera llamada. Después, continuad trabajando. ¡Es bonito! Continuad. Siempre hay algo que hacer. Lo principal es rezar».

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy saldré al encuentro de alguien que no haya tratado en mucho tiempo, o con quien me cueste tratar.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¡Tú puedes ayudar a mil almas a salir del purgatorio! Oración

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Quizá nos preguntamos cómo podríamos ayudar para que nuestros familiares salgan pronto del purgatorio, reza esta oración y haremos que mil almas vayan al cielo

Una obra de misericordia inmensa es dedicar una oración por las almas del purgatorio, uno de los estados del alma que el Catecismo de la Iglesia católica menciona como los novísimos (en realidad, se ha olvidado un tanto este término), y que encontramos de la siguiente manera:

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados.

(CEC 1030-1031)

La religiosa benedictina santa Gertrudis (1256-1302), cuyo día se celebra el 16 de noviembre, fue confiada a la edad de cinco años al monasterio de Helfa cerca de Eisleben (Sajonia).

Famosa por su gran piedad, esta mística tuvo una visión de Cristo en la que le enseñó una oración que permitía liberar mil almas del purgatorio cada vez que se rezara con amor:

Padre eterno, yo Te ofrezco la Preciosísima Sangre de tu Divino Hijo Jesús,
en unión con las Misas celebradas hoy día a través del mundo entero,
por todas las benditas ánimas del Purgatorio, por todos los pecadores del mundo,
por los pecadores en la Iglesia universal, por aquellos en propia casa y dentro de mi familia.

Amén

“Cada vez que liberas un alma del purgatorio, haces un acto que me complace, que no sería más grande si me hubieras salvado del sufrimiento”, le habría dicho el Señor a la santa.

“A su debido tiempo, recompensaré a mis liberadores según la abundancia de mis riquezas. Los fieles liberarán un alma con más rapidez si sus oraciones se dicen con más o menos fervor y también según los méritos que cada uno haya adquirido durante su vida”.