Isaías 461:1-2.10-11 / 1 Tesalonicenses 5:16-24 / Juan 1:6-8.19-28
Juan Bautista es cortante en sus respuestas: No. Yo no soy el Mesías ni ningún otro profeta. Era popular, le habría sido fácil destacar la importancia de su misión y reivindicarse como profeta. Pero no lo hace. Su misión no es la de anunciarse a sí mismo. Es la de ser portador de un mensaje divino y es ese mensaje el que debe anunciar. Así, hermanos y hermanas, lo hizo toda su vida. Fue un testigo fiel hasta el final; y cuando ya sus labios no pudieron hablar, siguió dando testimonio desde la cárcel con su vida insobornable y con su sangre martirial. Juan Bautista es un modelo para todos los que debemos ser testigos de Jesucristo, el Señor. No se trata de hacerse a sí mismo el centro. Sino de dar a conocer el anuncio que viene de Dios.
Ante la triple negación de Juan –no soy el Mesías, no soy Elías, no soy el Profeta esperado–, los enviados por las autoridades de Jerusalén le piden: Pues, ¿quién eres? Soy una voz, responde. Una voz que grita en el desierto: “allane el camino del Señor”. Y el evangelista comenta: era un testigo, vino a dar testimonio de la Luz. La luz es la que nos permite ver con los ojos. Y, simbólicamente, experimentar con la inteligencia y con el corazón. En el cuarto evangelio, además, la Luz (con mayúscula) es sinónimo de la Verdad (también con mayúscula) (cf. 1, 9.14). Esta Luz y esta Verdad, es Jesucristo, él ha venido al mundo para iluminar a toda la humanidad (cf. Jn 1, 5). Esta Luz y esta Verdad de las que Juan Bautista da testimonio con la palabra y con la vida, algunos las rechazan y permanecen en las tinieblas, y otros las reciben con fe y les permite ser hijos de Dios y tener una mirada lúcida y esperanzada sobre el mundo.
El anuncio de Juan no era sólo para sus contemporáneos. Es para nosotros que, en el adven, estamos llamados a preparar el camino del Señor que está cerca. Y debemos hacerlo profundizando nuestra fe, teniendo la humildad en el fondo del corazón, practicando las buenas obras y sacando de nosotros todos los obstáculos que dificultan la acción de Jesucristo. Así podremos acogerlo en la celebración de la Navidad y recibir con agradecimiento el don de participar “de la divinidad de aquél que se ha dignado a compartir nuestra condición humana” (oración colecta de la misa del día de Navidad) . Si le acogemos con corazón abierto, su Luz brillará en nosotros y penetrará nuestro pensamiento, nuestra afectividad, toda nuestra existencia. Esto nos permitirá una experiencia personal viva y profunda de unión con el Señor que viene.
La proximidad de la Navidad con toda la riqueza de gracia que nos trae, el saber que el Señor está cerca, nos llena de alegría. Por eso, en este tercer domingo de adviento, la liturgia nos repite: “gaudete, alegraos, vivís siempre contentos en el Señor” (cf. canto de entrada y segunda lectura). Esta invitación a la alegría no es inconsciencia sobre lo que ocurre en el mundo.
Tenemos bien presente el conflicto gravemente violento en Israel y en Gaza, la guerra en Ucrania, la crítica situación en Haití, la escalada armamentista en varios lugares del planeta, la falta de agua, el hambre, los terremotos, la explotación de los pobres, la violencia doméstica, el crecimiento de la pobreza, el suicidio de los jóvenes y un largo etc. Cerca de Jesucristo, el cristiano no se inquieta, tiene la certeza de que la esperanza que viene de la Palabra de Dios será satisfecha; cree en lo de: sostenga los brazos que desfallecen, anímate; nuestro Dios vendrá a salvarnos, no dude; espere, si se retrasaba, porque vendrá (cf. varias antífonas de adviento). Y hará justicia, liberará de toda opresión, secará las lágrimas de todos los ojos. Ya no habrá ni dolor ni muerte (cf. Ap 21, 4). Éste es el fruto de la Navidad y de la Pascua de Jesucristo. Confiando en ello, el cristiano sabe traducir en oración todas las inquietudes y sufrimientos de la humanidad.
La alegría que somos invitados a vivir no es la que puede producir un bienestar material, ni un bienestar psicológico, ni siquiera una armonía interior. La alegría a la que nos invita hoy la liturgia es la alegría que viene de Dios y de acoger a Jesucristo y la obra que él hace en nosotros y en la historia de la humanidad. Es la alegría que el Espíritu suscita en el corazón de los creyentes. Es la alegría de ser hijos e hijas de Dios unidos a Jesucristo con la paz que esto conlleva.
En el contexto eclesial y social de nuestros días, debemos ser testigos convencidos, como Juan Bautista, de Jesucristo y de la alegría del Evangelio. No fundamentados en las obras humanas sino en la fuerza de la Palabra de Dios y en la presencia de Jesucristo resucitado en medio de nosotros. Tal y como decía Juan, aquel que es la Luz y la Verdad ya está entre nosotros desde la primera Navidad de la historia.
En nuestra sociedad, los cristianos deberíamos ser como la levadura en la pasta para dinamizarla y hacer crecer las semillas del Reino de Dios que hay en su interior (cf. Mt 13, 33). O bien, dicho con otras palabras tomadas en san Pablo VI y en san Juan Pablo II (cfr., por ejemplo, de este último: Audiencia General, 9 febrero 1994), “los cristianos debemos ser como el alma del mundo”. Esta frase -ser el alma del mundo- proviene de una obra de principios del s. III, llamada Epístola en Diognet (cf. 6, 1), que habla de la vida de los cristianos en la sociedad pagana de aquel tiempo.
En una sociedad carente de esperanza como la nuestra, con tantos miedos y tantos interrogantes de cara al futuro, los cristianos debemos aportar una visión serena y esperanzada de la realidad tal y como nos la presenta el Evangelio de Jesucristo, debemos ofrecer una respuesta a la gente que busca y tiene sed de sentido, debemos cuestionar la indiferencia de una sociedad que muy a menudo alivia el vacío que experimenta con el consumismo.
La eucaristía que ahora celebramos nos da luz y fuerza para ser levantado en la sociedad, para ser su alma, para testimoniar a Jesucristo que es, que era y que viene.
El pasaje evangélico (cf. Mt 1, 18-24) nos muestra dos personas, las dos personas que más que nadie estuvieron implicadas en este misterio de amor: la Virgen María y su esposo José. (…) Estas dos figuras, María y José, que fueron los primeros en acoger a Jesús por la fe, nos introducen en el misterio de la Navidad. María nos ayuda a ponernos en actitud de disponibilidad para acoger al Hijo de Dios en nuestra vida concreta, en nuestra carne. José nos anima a buscar siempre la voluntad de Dios y seguirla con plena confianza. Ambos se dejan acercar de Dios (…) Y abro la puerta a Dios que se acerca -al Señor- cuando siento una inspiración interior, cuando siento que me pide hacer algo más por los demás, cuando me llama a orar. Dios-con-nosotros, Dios que se acerca. Que este anuncio de esperanza, que se realiza en Navidad, haga realidad la espera de Dios también en cada uno de nosotros, en toda la Iglesia y en muchos pequeños a quienes el mundo desprecia, pero a quienes Dios ama y a quienes Dios se acerca. (Ángelus, 18 de diciembre de 2016)
Matthew 1:18-25
El Evangelio de hoy se centra en una de las figuras más queridas de la historia cristiana: José, el padre adoptivo de Jesús. El está representado en innumerables obras de arte y es muy visible en la vida devocional de muchas personas. Aun así, sabemos muy poco sobre él. Los escasos versículos aquí, en Mateo, ofrecen una descripción más extensa, y también revelan temas espirituales poderosos.
Primero, descubrimos que María estaba comprometida con José y que esta unión había sido bendecida por Dios. Pero luego, José descubre que su prometida estaba embarazada. ¿Te imaginas la angustia? Esto debe haber sido una torbellino emocional para él. Y a un nivel más profundo, una crisis espiritual. ¿Qué quería Dios que hiciera?
Es entonces cuando el ángel se le aparece en un sueño y le dice: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa”. En ese momento, se da cuenta de que estos acontecimientos desconcertantes son parte de un plan de Dios mucho mayor. Lo que, desde su perspectiva pareciera ser un desastre es, desde la perspectiva de Dios, algo muy significativo.
José está dispuesto a cooperar con el plan divino, aunque de ninguna modo conoce el marco ni el propósito más profundo. Así como María, en la Anunciación, José confía y se deja guiar.
Los caminos del Señor
Santo Evangelio según San Mateo 1, 18-24. Lunes III de Adviento.
Por: Michael Vargas, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor mío y Dios mío, ayúdame a aceptar tu santa voluntad con fe, entrega y alegría.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 1, 18-24
Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto. Pero apenas pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: «José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del Profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emanuel, que quiere decir Dios -con-nosotros.Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Dios tiene un camino para cada uno de sus hijos. Un camino que en muchas ocasiones no va acorde a nuestra voluntad. Nos lleva por veredas oscuras, estrechas, solitarias, o en ocasiones nos lleva por un hermoso camino, amplio, con flores y nos sentimos acompañados.
A veces nos cambia la dirección que ya habíamos decidido tomar y, ante estos hechos, es bueno preguntarse, ¿cómo está mi actitud? ¿Cómo respondo a lo que creo Dios me pide? ¿Claramente me entrego a ejemplo de la Santísima Virgen María «hágase en mí según tu palabra» o a ejemplo de José, o por el contrario, le esquivo, huyo y trato de seguir por el camino que yo creo es el mejor?
Podemos responder de ambas maneras, pero lo importante es comprender que Dios está presente y que tiene realmente un camino para cada uno de sus hijos. Él espera que aceptemossusanta voluntad con fe, entrega y alegría pues, aunque nuestra mirada sea limitada y no nos permita ver más allá de nosotros mismos, la suya ya conoce que pasará en toda nuestra vida.
No olvidemos que muchas veces no comprenderemos porqué suceden las cosas de una u otra manera, pero suceden para que se lleve a fin la obra de Dios en nuestras vidas.
«Hay que rezar para tener ganas de seguir la voluntad de Dios, rezar para conocer la voluntad de Dios y rezar -una vez conocida esta voluntad- para ir adelante con la voluntad de Dios».
(Catequesis Papa Francisco, 27 de enero, 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Disfrutaré cada momento en este día. Aceptaré la voluntad de Dios con alegría y daré gracias por ello.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El centro de la Navidad es el nacimiento de Jesús
En la imagen del niño Dios se revela también la dignidad del ser humano.
Las lecturas bíblicas que se proclaman en este último domingo del Adviento, en la liturgia de la Iglesia Católica, son una clara invitación a contemplar el misterio que celebramos en la Navidad, a saber EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS. Aquí las principales afirmaciones que encontramos en los textos bíblicos de este domingo:
La Virgen María aparece como la mujer escogida para ser la madre del Hijo de Dios. María y su concepción virginal llevan a plenitud la promesa que Dios hizo en el pasado a través del profeta Isaías (Cfr Is 7, 14). Ella nos ha dado al EMMANUEL, Dios con nosotros.
La concepción y el nacimiento de Jesús son un prodigio divino, así se revela en el evangelio que escucharemos este domingo (Mt 1, 18-24). La encarnación del Hijo de Dios se llevó a cabo por Dios mismo. “Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo”. “Él salvará a su pueblo de sus pecados”. El único que puede hacer todo esto es Dios, nadie más.
Una de las figuras importantes de este domingo lo constituye sin duda san José, el esposo de la Virgen María. El evangelio lo define como un hombre justo. Para la Biblia, un hombre justo es equivalente a un hombre sabio y santo. Porque San José es un hombre justo, entiende el mensaje del Ángel de Dios y termina haciendo la voluntad de Dios. Es esta justicia la que lo impulsa a proceder así con la Virgen María, “resolvió repudiarla en secreto” (cfr Mt 1,19).
Tomando en cuenta este contexto tenemos ahora una hermosa oportunidad para colocarnos frente a los nacimientos y reconocer las enseñanzas que ahí se nos transmiten. Los nacimientos que hemos colocado en nuestras casas, que vemos en lugares públicos o en los centros comerciales son como un libro en el que encontramos muchas verdades. Las figuras representadas de la Sagrada Familia, los pastores, los magos de oriente, los ángeles, los animales, la naturaleza, el ambiente de un pesebre adquieren voz y tienen un bello mensaje para nosotros.
El Nacimiento nos habla en primer lugar del amor de Dios. Así lo expresa el evangelista Juan cuando dice: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único para que el que crea en él tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Viendo el nacimiento pensamos inmediatamente hasta dónde ha llegado el amor de Dios por nosotros. Dios no se avergüenza de su criatura, el ser humano, se acerca a él para redimirlo.
En el portal de Belén encontramos la gramática del ser humano, en él se nos revela el valor de la familia y de la vida humana. La familia es tan importante para la persona que hasta el hijo de Dios quiso nacer en el seno de un hogar. La vida humana es sagrada, así lo revela la imagen del niño Dios que aparece acostado en un pesebre junto a María y José, observamos además cómo la vida de un niño necesita ser cuidada y protegida por sus padres porque la vida es frágil y breve.
En la imagen del niño Dios se revela también la dignidad del ser humano, el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, goza de libertad e inteligencia, es capaz de amar y diseñar su propio futuro. El hombre es una criatura que depende de Dios, que colabora con él y que aprende de sus mandamientos.
En los nacimientos observamos además cuales son las actitudes con las que hay que acercarse al hijo de Dios. Es la actitud del reconocimiento y adoración de los pastores, del ofrecimiento de lo mejor de nosotros como viene representado en los reyes magos; vemos además representada la obra maravillosa de la creación, la naturaleza animal y vegetal, todo se armoniza para recibir al hijo de Dios que nace pobre y fue acostado en un pesebre.
¡Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad!
Una pregunta del Papa para reflexionar antes de Navidad
El Papa en el Ángelus del 17 de diciembre de 2023, tercer domingo de Adviento, invitó a todos a preguntarse cómo ser luz para los otros en esta Navidad
En lugar de dejarse «seducir por personajes de moda» de manera superficial, los cristianos deben seguir a personas «rectas, libres y valientes», aseguró el Papa en el Ángelus del 17 de diciembre de 2023, tercer domingo de Adviento. Bajo un hermoso sol invernal, miles de fieles se habían reunido en la plaza de San Pedro para el cumpleaños del Papa y la bendición de los bambinelli, estatuillas del Niño Jesús llevadas por niños. El Papa no mencionó su cumpleaños, pero habló con voz tónica, de pie junto a la ventana del Palacio Apostólico.
Refiriéndose a la figura profética de Juan Bautista en el Evangelio de Juan, leído durante la liturgia de este «Domingo de la Alegría», el Papa subrayó que el testimonio de este hombre se daba a través de «la franqueza de su lenguaje, la honestidad de su comportamiento, la austeridad de su vida». Estas características le diferenciaban «de otros personajes famosos y poderosos de la época, que invertían mucho en la apariencia», subrayó el Pontífice.
«Las personas como él, rectas, libres y valientes, son figuras luminosas y fascinantes: nos animan a elevarnos por encima de la mediocridad y a ser a su vez modelos de buen vivir para los demás», explicó Francisco, señalando que «el Señor envía hombres y mujeres así a cada época», pero que es importante identificarlos con claridad.
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Ser luz que ayuda a otros a encontrar el camino
«Juan es luminoso porque da testimonio de la luz», señalando no a sí mismo sino a Jesús. «Solo Él redime, libera, cura e ilumina», insistió el Papa Francisco. «Por eso Juan es una ‘voz’ que acompaña a los hermanos hacia la Palabra; sirve, sin buscar honores ni protagonismos: es una lámpara, mientras que la luz es Cristo», insistió.
El ejemplo de Juan Bautista muestra que «solo en Dios encontramos la luz de la vida». También muestra que «cada uno de nosotros, a través de nuestro servicio, nuestra coherencia, nuestra humildad, nuestro testimonio de vida, podemos ser una lámpara que brilla y ayuda a otros a encontrar el camino del encuentro con Jesús», explicó el pontífice argentino.
Por último, en este tiempo festivo, el Papa invitó a todos a preguntarse:
¿Cómo puedo yo, en los lugares donde vivo, no en un futuro lejano, sino ahora mismo, en esta Navidad, ser un testigo de luz, un testigo de Cristo?»