Matthew 5:17-19
En el Evangelio de hoy Jesús declara que ha venido a cumplir la Ley.
El mismo Jesús, que criticó el legalismo hipócrita de los fariseos, también dijo: “No he venido a abolir la ley sino a cumplirla”. Y el mismo Jesús, que amenazó con derribar el templo de Jerusalén, también prometió “levantarlo” en tres días.
El punto es este: Jesús ciertamente criticó la corrupción en la religión institucional de su tiempo, pero de ninguna manera llamó a su total desmantelamiento. Él era un judío leal, observador y respetuoso de la ley.
Jesús afectó una transfiguración de lo mejor de la religión clásica israelita —templo, ley, sacerdocio, sacrificio, alianza— en instituciones, sacramentos, prácticas y estructuras de su Cuerpo Místico, la Iglesia.
Muchos devotos del New Age quieren hoy una espiritualidad sin religión, y muchos evangélicos quieren a Jesús sin religión. Ambos terminan con abstracciones. Pero Jesús no es una abstracción. Más bien, es un poder espiritual que se hace disponible precisamente en la densa particularidad institucional de Su Cuerpo Místico a través del espacio y el tiempo. Jesús no vino a abolir la religión; vino a cumplirla.
Hoy el tema es la actitud de Jesús respecto a la Ley judía. Él afirma: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5, 17). Jesús, sin embargo, no quiere cancelar los mandamientos que dio el Señor por medio de Moisés, sino que quiere darles plenitud. E inmediatamente después añade que esta «plenitud» de la Ley requiere una justicia mayor, una observancia más auténtica. (…) Jesús no da importancia sencillamente a la observancia disciplinar y a la conducta exterior. Él va a la raíz de la Ley, apuntando sobre todo a la intención y, por lo tanto, al corazón del hombre, donde tienen origen nuestras acciones buenas y malas. Para tener comportamientos buenos y honestos no bastan las normas jurídicas, sino que son necesarias motivaciones profundas, expresiones de una sabiduría oculta, la Sabiduría de Dios, que se puede acoger gracias al Espíritu Santo. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu, que nos hace capaces de vivir el amor divino.
(Ángelus, 16 de febrero de 2014)
Luisa de Marillac, Santa
Patrona de la Asistencia Social, 15 de marzo
Fundadora, con San Vicente de Paúl,
de la Hijas de la Caridad.
Martirologio Romano: En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl († 1660).
Fecha de canonización: 11 de marzo de 1934 por el Papa Pío XI
Etimológicamente: Luisa = Aquella que es famoso en la guerra, es de origen germánico.
Breve Biografía
Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación.. Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y aridez espiritual.
Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del santo.
Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya para entonces Luisa había conocido a «Monsieur Vicente», quien mostró al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus «Conferencias de Caridad», con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.
A medida que fue conociendo más profundamente a «Mademoiselle Le Gras», San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como «Hijas de la Caridad» y que se ha ganado el respeto de los hombres de la más diversas creencias en todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a «La Caridad» de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.
En 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.
En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso. No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de San Vicente. Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle. Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado.
El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.
En el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: «Sed empeñosas en el servicio de los pobres… amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo». Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.
Oración
¡Oh gloriosa santa Luisa de Marillac!
esposa fiel, madre modelo.
formadora de catequistas,
maestras y enfermeras,
ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor:
socorro a los pobres,
alivio a los enfermos,
protección a los desamparados,
caridad a los ricos,
conversión a los pecadores,
vitalidad a nuestra Iglesia,
y paz a nuestro pueblo.
Cuida nuestro hogar y cuanto hay en él.
Amén
Has venido a darme plenitud
Santo Evangelio según san Mateo 5, 17-19. Miércoles III de Cuaresma
Por: Rubén Tornero, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, una vez más vengo a rendirme a tus pies. Te agradezco todos los beneficios que de tu mano he recibido y te alabo porque eres simplemente maravilloso. Aumenta mi fe, ayúdame a creer con firmeza que Tú me amas y que tu amor es más grande que cualquier pecado o falta que yo pudiera cometer. Aumenta mi confianza, que no tenga nunca miedo de acercarme a ti con un corazón de niño, que no tiene ni miedo ni vergüenza de abandonarse en los brazos de su Papá. Te amo, pero ayúdame a darme cuenta de que tu amor por mí es mucho más grande del que puedo si quiera imaginar, y que no depende de lo que ya haga o deje de hacer, pues me amas por lo que soy y no por lo que hago o dejo de hacer. Gracias, Jesús, ayúdame a saber escuchar tu voz en esta oración y a acoger de todo corazón tu palabra. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 17-19
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley a los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. ”Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús, hoy en el Evangelio me dices que no has venido a abolir ni la ley ni los profetas, sino que has venido para darles plenitud. ¿Cuál es esa plenitud? La del amor.
Tú sabes perfectamente que no existe una norma más grande para el ser humano que el amor. «Ama y has lo que quieras» decía san Agustín. Una mamá que ama a su hijo no lo hace caminar por un precipicio para ver hasta dónde puede llegar. Si verdaderamente lo ama, le mostrará que no lo deja acercarse al precipicio, no porque quiere fastidiarle la vida, sino porque lo ama y sabe que su vida corre peligro.
Así eres Tú, Jesús, cuando me dices que no has venido a abolir la ley, sino a darle plenitud. No quieres amargarme la vida, sino que quieres que tenga vida, que sea verdadera vida y que la tenga en abundancia.
Ayúdame, amado Jesús, a entender que todo lo que me pides, lo haces únicamente porque me amas y sólo quieres lo mejor para mí. Gracias, porque a veces te preocupas más por mi vida, por mi verdadera felicidad, de lo que yo mismo me ocupo.
Dame la gracia de aprender a ver todo lo que me mandas y pides como una expresión concreta de tu amor, y que mi corazón se ensanche de forma que no sea capaz de negarte nada y, aunque lo haga por mi debilidad, que sea consciente que en tus brazos siempre podré encontrar a quien me ama y me perdona y me quiere dar la plenitud y felicidad que tanto anhelo.
«Dentro de nosotros y en la creación —porque vamos juntos hacia la gloria— hay una fuerza que se desencadena: está el Espíritu Santo. Que nos da la esperanza. Y vivir en esperanza es dejar que estas fuerzas del Espíritu vayan adelante y nos ayuden a crecer hacia esta plenitud que nos espera en la gloria».
(Homilía de S.S. Francisco, 31 de octubre de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré una visita a Jesús Eucaristía para agradecerle la plenitud que Él ha venido a traerme.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Clemente María Hofbauer, un ciego con mucha visión
Conoce a un sacerdote redentorista que siendo invidente expandió la congregación en Austria y Polonia
Clemente María Hofbauer nació en Tasovice, Moravia, el 26 de diciembre de 1750. Era el noveno de doce hermanos y estaba ciego.
Ingresó en la Congregación del Santísimo Redentor (redentoristas) y la impulsó tanto en Viena como en Polonia, donde vivió durante 20 años. Era muy devoto de la Virgen.
San Clemente logró frenar el josefinismo, un movimiento político que quería imponer el Estado sobre la Iglesia católica.
En 1806, Napoleón lo expulsó y dispersó la congregación. Sin embargo, el sacerdote siguió predicando desde Viena, donde tuvo una influencia crucial en los ambientes intelectuales.
Murió el 15 de marzo de 1820 y un mes más tarde, el emperador Francisco I de Austria permitió de nuevo la actividad de los redentoristas.
Santo patrón
San Clemente María Hofbauer es patrón de la ciudad de Viena.

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Oración
Dios y Padre nuestro,
recibe nuestra vida
y por la celebración de la fiesta de san Clemente María Hofbauer,
haznos fuertes en la fe como lo hiciste a él.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén.