En el Evangelio de hoy Jesús predice su muerte en la Cruz
Estamos destinados a ver en esa Cruz no sólo una exhibición de violencia, sino más bien nuestra propia fealdad. ¿Qué fue lo que condujo a Jesús a la cruz? Estupidez, ira, desconfianza, injusticia institucional, traición, negación, crueldad indescriptible, chivo expiatorio, miedo, etc. En otras palabras, todas nuestras disfuncionalidades se revelan en esa Cruz.
Todo ello tan horrible. Pero no podemos dejar la historia sólo en ese momento. Dante y cualquier otro maestro espiritual saben que el único camino hacia arriba empieza abajo. Si vivimos en una oscuridad conveniente, sin darnos cuenta de nuestros pecados, nunca haremos ningún progreso espiritual. Necesitamos de la luz, por dolorosa que sea. Y entonces podemos empezar a elevarnos.
En la Cruz de Jesús, nos encontramos con nuestro propio pecado. Pero también encontramos la misericordia divina que ha tomado ese pecado sobre Sí misma y lo ha absorbido. En esa Cruz hemos encontrado el camino hacia arriba. Queremos sostener esa cruz que se consideró demasiado horrible para mirar. Queremos abrazar y besar la fuente misma de nuestro dolor.
Dios dijo a Moisés: “Quien mira la serpiente será sanado”; Jesús dice a sus enemigos: “cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy”». En resumen, explicó, «quien no mira la cruz, así, con fe, morirá en sus propios pecados, no recibirá esa salvación». (…) Es oportuno preguntarse: «¿cómo llevo yo la cruz: como un recuerdo? ¿Cuándo hago la señal de la cruz, soy consciente de lo que hago? ¿Cómo llevo yo la cruz: solamente como un símbolo de pertenencia a un grupo religioso? (…) «¿he aprendido a llevarla sobre los hombros, donde hace daño?». Cada uno de nosotros hoy mire al crucifijo, mire a este Dios que se ha hecho pecado para que nosotros no muramos en nuestros pecados. (Homilía da Santa Marta, 4 abril 2017)
Tu Vida a cambio de nuestra vida
Santo Evangelio según san Juan 8, 21-30.
Martes V de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
En este camino hacia el Misterio de tu Pasión, hoy quiero detenerme ante el dolor que te causa nuestra cerrazón del corazón humano. Quiero padecer contigo por aquellos que rechazan tu salvación. Te pido que no me permitas alejarme de ti por mi pecado y te pido perdón por aquellos que no se abren a tu misericordia.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 8, 21-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: ‘Donde yo voy no podéis venir vosotros?’». Y él continuaba: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados». Ellos le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: «Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Señor, hoy quiero detenerme ante uno de los dolores más incomprensibles y desgarradores de tu Corazón. En este camino de entrega por la redención de los hombres, te encuentras muchas puertas cerradas. Señor, ¿por qué los corazones humanos se cierran ante tu amor verdadero e incondicional, y buscan acabar contigo, cambiándote por sus ambiciones humanas? No hay dolor más grande que el del Amor mismo rechazado por tus criaturas, que pretenden no necesitarlo.
Esta obstinación es tan fuerte, que ni siquiera se doblega ante el testimonio de tu Amor infinito, crucificado, que se entrega a la muerte más cruenta, para ganarnos el perdón de nuestros pecados y la misma salvación. Señor, ¿de verdad quieres seguir adelante, dando tu vida por nosotros en la cruz, cargando sobre tus hombros los pecados más grandes, sabiendo que no todos acogeremos tu gracia redentora?
Quiero, Señor mío, abrirte mi corazón y dejarme salvar por ti. No permitas que me obstine en la ceguera de mi soberbia, que me lleve a cerrarme ante tu amor redentor. Pero también quiero unirme a tu cruz, para poder ayudar a mis hermanos a abrirse a tu amor infinito y a tu obra redentora. Quiero unirme a tu oración al Padre en el momento de tu muerte, que puede alcanzar misericordia infinita: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
«La mundanidad es una cultura; es una cultura de lo efímero, una cultura de la apariencia, del maquillaje, una cultura de “hoy sí, mañana no, mañana sí y hoy no”. Tiene valores superficiales. Una cultura que no conoce la fidelidad, porque cambia según las circunstancias, lo negocia todo. Esta es la cultura mundana, la cultura de la mundanidad. Y Jesús insiste en defendernos de esto y reza para que el Padre nos defienda de esta cultura de la mundanidad. Es una cultura de usar y tirar, según la conveniencia. Es una cultura sin lealtad, no tiene raíces. Pero es una forma de vida, un modo de vivir también de muchos que se llaman cristianos. Son cristianos, pero son mundanos». (S.S. Francisco, Homilía del 16 de mayo de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ofrecer una oración y un sacrificio por aquellas personas que se cierran ante la misericordia de Dios, para que se abran al Amor, que todo lo perdona.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Venerarías el arma con que mataran a tu padre?
Como contestar a las preguntas mas comunes sobre la cruz
En los últimos meses he estado en los foros de debate entre católicos y otras congregaciones, en ellos he escuchado este tipo de referencias sobre la cruz de Jesús:
1. Dice la Escritura: Maldito el que cuelga del madero
2. “¿Venerarías el arma con que mataran a tu padre?”
3. “Los católicos tienen un Dios muerto
4. “¿Por qué los católicos adoran la Cruz?”
Por ello he decidido escribir esta publicación para analizar cada uno de estos dichos, maldichos.
Sin mas preámbulos analicemos todas estas objeciones que suelen ser las más comunes, que nos presentan nuestros hermanos separados:
Dice la Escritura: Maldito el que cuelga del madero
Cristo murió colgado de un madero, Cristo al ser Dios no es maldito, sino que es 3 veces Santo, el murió con un fin que siempre se les olvida a estas personas:
“…soportó el castigo que nos trae la paz…” Isaías 53:5.
Y por su Sangre preciosa, ha convertido aquel signo de muerte en signo de vida y victoria…
¿Cómo puede ser la cruz signo maldito, si nos cura y nos devuelve la paz?
Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; más para los que se salvan es poder de Dios» 1 Corintios 1:18
Me explico: El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios.
“¿Venerarías el arma con que mataran a tu padre?”
Claro que no, por las siguientes razones:
1. Porque mi padre no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene poder. ¿O tú no crees en el poder de la sangre de Cristo? Si la tierra que pisó Jesús es Tierra Santa, la cruz bañada con la sangre de Cristo, con más razón, es Santa Cruz.
2. En realidad no fue la cruz quien mató a Jesús sino que fueron nuestros pecados y eso está bien claro en la Biblia: «Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas».Isaías 53:5
3. La historia de Jesús no termina en la muerte, cuando recordamos la cruz de Cristo nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado. Por eso para San Pablo la cruz era motivo de gloria. (Gálatas 6:14).
“Los católicos tienen un Dios muerto”
El venerar la cruz no es tener un Dios muerto. Es recordar que Cristo nos ha amado infinitamente y nos ha redimido, librándonos de lo que nos esclaviza y reestableciendo Su Imagen en nosotros. Además, la Cruz nos lleva a pensar y esperar en Cristo Resucitado.
Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a entrar en su Gloria. En verdad os digo Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, queda solo, pero si muere da mucho fruto. Juan 12:23-24
Nosotros predicamos a un Cristo crucificado… fuerza de Dios y sabiduría de Dios» 1 Corintios 1:23-24
¿Acaso los no católicos no predican a un Cristo crucificado? ¿entonces no siguen este pasaje bíblico? Esta es también nuestra predicación un Cristo crucificado, pero a su vez resucitado y muy vivo. Para nosotros Dios está vivo y siempre lo estará.
«Vosotros negasteis al Santo y al Justo y pedisteis que se os diese en gracia un hombre homicida; y disteis muerte al autor de la vida, a quien Dios ha levantado de entre los muertos; de lo cual nosotros somos testigos». Hechos 3:14-15
“¿Por qué los católicos adoran la Cruz?”
No adoramos a la Cruz como a un objeto, sino que adoramos a aquel que estuvo allí por nosotros, es decir, cuando usamos el término “Adoración de la Cruz” nos referimos a adorar a Cristo que se entregó por nuestra redención.
«En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo» Gal 6:14
Porque ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Filipenses 3:18
LA CRUZ PARA EL VERDADERO CRISTIANO
En la perspectiva del N.T., la cruz nunca es meta final, siempre es camino hacia la vida y tránsito hacia la gloria (Marcos 8:31 par; Juan 3:14; Juan 8:28; Juan 12:32; Juan 19:34-37; Hechos 2:23-32; Hechos 3:15; Hechos 5:30-31; ver Apoc 22:2-19).
Ser cristiano es aprender a amar como Él ama: hasta la cruz
El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí». Mateo 10:38
Si alguno quiere venir en pos de Mi niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame». -Mateo 16:24.
La cruz: humildad divina
«se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz» -Filipenses 2:8
La cruz: reconciliación con Dios:
«y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.» Colosenses 1:20; Cf Colosenses 2:14.
El ver la cruz con fe nos salva
Jesús dijo: «como Moisés levantó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (en la cruz) el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna» (Juan 3:14-15). Al ver la serpiente, los heridos de veneno mortal quedaban curados. Al ver al crucificado, el centurión pagano se hizo creyente; Juan, el apóstol que lo vio, se convirtió en testigo. Lee: Juan 19:35-37.
Por ello hermano católico, cada vez que te pregunten porqué andas una cruz al cuello contesta que no hay mas en que gloriarse que en la cruz de nuestro Señor.
Si te ha gustado comparte en tus redes para que otros conozcan mas de la unica fe verdadera.
Paz y bien
¿Qué significa «Amén» y por qué lo decimos?
Es la respuesta de la fe y que expresa nuestro sí
Queridos amigos, una de las palabras que más repetimos en la oración, desde que aprendemos a rezar, es “amén”. Palabra corta, pero de significado muy profundo.
Hemos pensado que puede ser bueno para todos recordar este significado, de forma que cada vez que digamos “amén”, pronunciemos esta palabra con plena conciencia de todo lo que estamos diciéndole al Señor de modo concentrado.
Nos lo explica nuestro querido Papa Emérito Benedicto XVI:
“La oración cristiana es un verdadero encuentro personal con Dios Padre, en Cristo, mediante el Espíritu Santo. En este encuentro, entran en diálogo el «sí» fiel de Dios y el «amén» confiado de los creyentes.
En la oración constante, diaria, podemos sentir concretamente el consuelo que proviene de Dios. Y esto refuerza nuestra fe, porque nos hace experimentar de modo concreto el «sí» de Dios al hombre, a nosotros, a mí, en Cristo; hace sentir la fidelidad de su amor, que llega hasta el don de su Hijo en la cruz.
San Pablo afirma: «El Hijo de Dios, Jesucristo… no fue “sí” y “no”, sino que en Él sólo hubo “sí”. Pues todas las promesas de Dios han alcanzado su “sí” en Él. Así, por medio de Él, decimos nuestro “amén” a Dios, para gloria suya a través de nosotros» (2 Co 1, 19-20).
El «sí» de Dios es un sencillo y seguro «sí». Y a este «sí» nosotros correspondemos con nuestro «sí», con nuestro «amén», y así estamos seguros en el «sí» de Dios. Toda la historia de la salvación es un progresivo revelarse de esta fidelidad de Dios, a pesar de nuestras infidelidades y nuestras negaciones, con la certeza de que «los dones y la llamada de Dios son irrevocables».
Queridos hermanos y hermanas, el modo de actuar de Dios —muy distinto del nuestro— nos da consuelo, fuerza y esperanza porque Dios no retira su «sí». Dios nunca se cansa de nosotros, nunca se cansa de tener paciencia con nosotros, y con su inmensa misericordia siempre nos precede, sale Él primero a nuestro encuentro; su «sí» es completamente fiable. En la cruz nos revela la medida de su amor, que no calcula y no tiene medida.
En el «sí» fiel de Dios se injerta el «amén» de la Iglesia que resuena en todas las acciones de la liturgia: «amén» es la respuesta de la fe con la que concluye siempre nuestra oración personal y comunitaria, y que expresa nuestro «sí» a la iniciativa de Dios.
A menudo respondemos de forma rutinaria con nuestro «amén» en la oración, sin fijarnos en su significado profundo. Este término deriva de ’aman’ que en hebreo y en arameo significa «hacer estable», «consolidar» y, en consecuencia, «estar seguro», «decir la verdad».
Si miramos la Sagrada Escritura, vemos que este «amén» se dice al final de los Salmos de bendición y de alabanza, como por ejemplo en el Salmo 41: «A mí, en cambio, me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia. Bendito el Señor, Dios de Israel, desde siempre y por siempre. Amén, amén» (vv. 13-14).
O expresa adhesión a Dios, en el momento en que el pueblo de Israel regresa lleno de alegría del destierro de Babilonia y dice su «sí», su «amén» a Dios y a su Ley. En el Libro de Nehemías se narra que, después de este regreso, «Esdras abrió el libro (de la Ley) en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amén, amén”» (Ne 8, 5-6).
Por lo tanto, desde los inicios el «amén» de la liturgia judía se convirtió en el «amén» de las primeras comunidades cristianas. Y el libro de la liturgia cristiana por excelencia, el Apocalipsis de san Juan, comienza con el «amén» de la Iglesia: «Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 1, 5b-6). Y el mismo libro se concluye con la invocación «Amén, ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).
Queridos amigos, la oración es el encuentro con una Persona viva que podemos escuchar y con la que podemos dialogar; es el encuentro con Dios, que renueva su fidelidad inquebrantable, su «sí», a cada uno de nosotros, para darnos su consuelo en medio de las tempestades de la vida y hacernos vivir, unidos a Él, una existencia llena de alegría y de bien, que llegará a su plenitud en la vida eterna.
En nuestra oración estamos llamados a decir «sí» a Dios, a responder con este «amén» de la adhesión, de la fidelidad a Él a lo largo de toda nuestra vida. Esta fidelidad nunca la podemos conquistar con nuestras fuerzas; no es únicamente fruto de nuestro esfuerzo diario; proviene de Dios y está fundada en el «sí» de Cristo, que afirma: mi alimento es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34).
Debemos entrar en este «sí», entrar en este «sí» de Cristo, en la adhesión a la voluntad de Dios, para llegar a afirmar con san Pablo que ya no vivimos nosotros, sino que es Cristo mismo quien vive en nosotros. Así, el «amén» de nuestra oración personal y comunitaria envolverá y transformará toda nuestra vida, una vida de consolación de Dios, una vida inmersa en el Amor eterno e inquebrantable”. Benedicto XVI, catequesis de la audiencia del 30 de mayo de 2012
San Esteban Harding, impulsor del Císter
Abad de Cîteaux y uno de los tres fundadores de la Orden del Císter que escribió su «regla de oro», la Carta del Amor
Esteban Harding nació en Dorsetshire (Inglaterra) a mediados del siglo XI. Era culto: hablaba inglés antiguo, normando y latín. Estuvo en varios monasterios, donde aprendía y a la vez enseñaba a otros.
Ingresó en la abadía benedictina de Molesmes, en Francia. Pero por problemas de convivencia, con otros dos monjes (san Roberto de Molesmes y san Alberico) viajó a Cîteaux. Allí fundaron la orden del Císter. Él fue abad.
En 1112 recibió la visita de san Bernardo de Claraval, que se quedó en el monasterio y se hizo monje.
En 1119, cuando ya había nueve comunidades cistercienses, san Esteban Harding escribió Carta Caritatis. Esta Carta del amor se aplicó como reglamento y «regla de oro» de la orden cisterciense.
En 1125, fundó el primer monasterio femenino del Císter en Tart-l’Abbaye (Borgoña).
En 1133 renunció al cargo de abad por motivos de salud y al año siguiente, el 28 de marzo de 1134, falleció.
Oración
A continuación, este es un texto del libro Comienzos de Cîteaux. Narra la muerte de san Esteban Harding:
«Cuando llegó el momento en que el anciano padre, extendido sobre su lecho de muerte, después de haber terminado sus trabajos, iba a entrar en el gozo de su Maestro, y que desde la extrema pobreza escogida en este mundo, siguiendo el consejo del Salvador, estaba a punto de entrar en el rico banquete de su Señor en los cielos, todos sus hijos y unos veinte abades se reunieron alrededor de su lecho para dar muestras de filial obediencia y para acompañar con sus oraciones al amigo fiel y al Padre solícito en su camino hacia la patria.
Cuando estaba en su agonía y próximo ya a morir, los hermanos comenzaron a despedirse mientras le llamaban bienaventurado, hombre admirable, ya que había producido tantos frutos en la Iglesia de Dios, diciéndole que podía, con toda seguridad, comparecer ante el Señor.
Esteban, al escuchar tales halagos, juntando todas sus fuerzas les dijo en tono de reproche: «Hermanos míos, ¿qué es lo que estáis diciendo? En verdad os digo, que voy hacia Dios con temor y temblor, como si no hubiera hecho nunca ningún bien. Porque si ha habido en mí alguna virtud, y si algún bien se produjo en mi debilidad, fue por el socorro de la gracia de Dios, y tengo miedo de solo pensar que quizás he recibido esta gracia indignamente y sin hacer el buen uso requerido».
Y así con este acto de humildad, despojándose del hombre viejo, y recusando con todas sus fuerzas los dardos envenenados del enemigo, traspasó dulcemente las puertas del cielo para ser coronado en son de un triunfo merecido. La muerte de Esteban acaeció el 28 de marzo de 1134«.