FIESTA DE SANTA MARÍA MAGDALENA

JUAN 20:1-2, 11-18

Amigos, hoy celebramos la fiesta de Santa María Magdalena, quien fue la primera testigo de la Resurrección de Cristo y anunció esta noticia a los Apóstoles.

De hecho, la declaración de la Pascua, bien entendida, siempre ha sido y sigue siendo una explosión, una gran sacudida, una revolución. Porque la fe de la Pascua es que Jesús de Nazaret, que había sido brutalmente asesinado por las autoridades romanas, está vivo nuevamente por el poder del Espíritu Santo y no en un sentido metafórico.

Que la Resurrección es un recurso literario o un símbolo que mantiene la causa de Jesús es una fantasía nacida en los salones de las universidades occidentales durante los últimos dos siglos. La afirmación, aún hoy sorprendente, de los primeros testigos es que Jesús resucitó corporalmente de la muerte, presentándose a sus discípulos para ser visto, e incluso tratar con Él.

La esperanza del antiguo Israel era la unificación del Cielo y la tierra en un gran matrimonio. Recuerden aquella parte central de la Oración del Señor: “Venga a nosotros tu Reino, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo”. La resurrección corporal de Jesús es una señal poderosa de que los dos órdenes, Cielo y tierra, de hecho se están uniendo.

Búsqueda

A María Magdalena, cuya Fiesta litúrgica hoy celebramos con gozo, podemos considerarla, entre otras muchas cosas, como el prototipo de la persona que busca.

El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, por eso, aunque María Magdalena, sabía muerto  a su Señor, al igual que la esposa del Cantar de los Cantares, lo leemos en la primera lectura, ella busca al amor de su alma, lo busca y no lo encuentra, y al perseverar en su empeño, consigue lo que anhela su alma.

Ella busca porque quiere volver a ver el cuerpo de aquel a quien ama, estar allí para tener la impresión de que también él sigue estando allí. Tiene necesidad de sentir su dulce presencia, y su corazón quiere reavivar el aliento de sus palabras.

También nosotros buscamos y en muchas ocasiones el resultado de este empeño es el vacío, la nada; pero hay que aprender a esperar contra toda esperanza.

De ahí que no podamos por menos que decir con el salmista: “Mi alma está sedienta de Ti, Señor Dios mío”

Encuentro

Como siempre, Dios nos primerea, nosotros buscamos y Él nos sale al encuentro. María Magdalena no se encontró con el Señor, fue Él quien salió a su encuentro. Aquí también, como la esposa del Cantar, al final la amada se encuentra con el Amado.

Pero antes de ello, Jesús interroga a María y también a nosotros: “¿por qué lloras? ¿a quién buscas?” Saber verdaderamente cuál es el motivo de nuestras lágrimas y el de nuestras búsquedas, esto es lo que pretende Jesús, que aceptemos nuestros deseos no siempre tan rectos como nos parecen. 

De este modo María se topa con su realidad: ella busca a un Dios muerto, ya sin vida, queriendo verlo, tocarlo, estrecharlo…y sin darse cuenta Dios estaba ya en su corazón, por eso lo reconoció en el momento en que su nombre fue pronunciado por el Maestro: María.

Se cumple lo que dice el apocalipsis:

«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.»

María, como la esposa del Cantar de los Cantares, puede decir “encontré al amor de mi alma” pero cuando María se agarra a los pies de Jesús éste le dice: “No me retengas”, ahora María ya no puede decir lo de la esposa “le aprendí y ya no lo soltaré” y esta otra novedad del Evangelio.

Misión

“Ve a mis hermanos y diles” que sigo siendo el Dios con vosotros y también ahora, porque “subo a mi Padre y a vuestro Padre”, el Dios más allá de vosotros. Aprended que soy el Dios inmanente y el trascendente.

Este mandato “Ve y Diles” la convierte en la Apóstol de los Apóstoles. Y de esto aprendemos los cristianos que no podemos quedarnos en una piedad intimista; lo que hemos visto y oído, lo debemos anunciar; es ese contemplar y dar de lo contemplado, lo que nos distingue como creyentes en Cristo Jesús.

¡Qué bonito es pensar que la primera aparición del Resucitado —según los Evangelios— sucedió de una forma tan personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre. Es una ley que encontramos esculpida en muchas páginas del Evangelio. En torno a Jesús hay muchas personas que buscan a Dios; pero la realidad más prodigiosa es que, mucho antes, está sobre todo Dios que se preocupa por nuestra vida, que la quiere revivir, y para hacer esto nos llama por nuestro nombre… (Audiencia general, 17 mayo 2017)

María Magdalena, Santa

Memoria Litúrgica, 22 de julio

Discípula del Señor

Martirologio Romano: Memoria de santa María Magdalena, que, liberada por el Señor de siete demonios y convertida en su discípula, le siguió hasta el monte Calvario y mereció ser la primera que vio al Señor resucitado en la mañana de Pascua y la que se lo comunicó a los demás discípulos (s. I).

Breve Biografía

Hoy celebramos a Santa María Magdalen, debemos referirnos a tres personajes bíblicos, que algunos identifican en una sola persona: María Magdalena, María la hermana de Lázaro y Marta, y la pecadora anónima que unge los pies de Jesús.

Tres personajes para una historia

María Magdalena, así, con su nombre completo, aparece en varias escenas evangélicas. Ocupa el primer lugar entre las mujeres que acompañan a Jesús (Mt 27, 56; Mc 15, 47; Lc 8, 2); está presente durante la Pasión (Mc 15, 40) y al pie de la cruz con la Madre de Jesús (Jn 19, 25); observa cómo sepultan al Señor (Mc 15, 47); llega antes que Pedro y que Juan al sepulcro, en la mañana de la Pascua (Jn 20, 1-2); es la primera a quien se aparece Jesús resucitado (Mt 28, 1-10; Mc 16, 9; Jn 20, 14), aunque no lo reconoce y lo confunde con el hortelano (Jn 20, 15); es enviada a ser apóstol de los apóstoles (Jn 20, 18). Tanto Marcos como Lucas nos informan que Jesús había expulsado de ella «siete demonios». (Lc 8, 2; Mc 16, 9)

María de Betania es la hermana de Marta y de Lázaro; aparece en el episodio de la resurrección de su hermano (Jn 11); derrama perfume sobre el Señor y le seca los pies con sus cabellos (Jn 11, 1; 12, 3); escucha al Señor sentada a sus pies y se lleva «la mejor parte» (Lc 10, 38-42) mientras su hermana trabaja.

Finalmente, hay un tercer personaje, la pecadora anónima que unge los pies de Jesús (Lc 7, 36-50) en casa de Simón el Fariseo.

Dos en una, tres en una

No era difícil, leyendo todos estos fragmentos, establecer una relación entre la unción de la pecadora y la de María de Betania, es decir, suponer que se trata de una misma unción (aunque las circunstancias difieren), y por lo tanto de una misma persona.

Por otra parte, los «siete demonios» de Magdalena podían significar un grave pecado del que Jesús la habría liberado. No hay que olvidar que Lucas presenta a María Magdalena (Lc 8, 1-2) a renglón seguido del relato de la pecadora arrepentida y perdonada (Lc 7, 36-50).

San Juan, al presentar a los tres hermanos de Betania (Marta, María y Lázaro), dice que «María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos». El lector atento piensa: «Conozco a este personaje: es la pecadora de Lucas 7″. Además, en el mismo evangelio de Lucas, inmediatamente después del episodio de la unción, se nos presenta a María Magdalena, de la que habían salido «siete demonios». El lector ratifica su impresión: «María Magdalena es la pecadora que ungió a Jesús». Y por último, en el mismo evangelio de San Lucas, pocos capítulos después (Lc 10), María, hermana de Marta, aparece escuchando al Señor sentada a sus pies. El lector concluye: «María Magdalena y esta María son una misma persona, la pecadora penitente y perdonada, que Juan también menciona por su nombre aclarándonos que vivía en Betania».

Pero esta conclusión no es necesaria porque:

no hay por qué relacionar a Juan con Lucas; los relatos difieren en varios detalles. Así, por ejemplo, la unción, según Lucas, tiene lugar en casa de Simón el Fariseo; su relato hace explícita referencia a los pecados de la mujer que unge a Jesús. Pero Mateo, Marcos y Juan, por su parte, hablan de la unción en Betania en casa de un tal Simón (Juan no aclara el nombre del dueño de casa, sólo señala que Marta servía y que Lázaro estaba presente), y mencionan el gesto hipócrita de Judas en relación con el precio del perfume, sin sugerir que la mujer fuese una pecadora. Sólo Juan nos ofrece el nombre de la mujer, que los demás no mencionan.

los «siete demonios» no significan un gran número de pecados, sino -como lo aclara allí mismo Lucas- «espíritus malignos y enfermedades»; este significado es más conforme con el uso habitual en los evangelios.

Dos teorías

Los argumentos a favor de la identificación de los tres personajes, como vemos, son débiles. Sin embargo, tal identificación cuenta a su favor con una larga tradición, como se ha mencionado. Hay que decir también que los argumentos a favor de la distinción entre las tres mujeres tampoco son totalmente concluyentes. Es decir que ambas teorías cuentan con razones a favor y en contra, y de hecho, a lo largo de la historia, ambas interpretaciones han sido sostenidas por los exégetas: así, por ejemplo, los latinos estuvieron siempre más de acuerdo en identificar a las tres mujeres, y los griegos en distinguirlas.

Una respuesta «oficial»

A pesar de que ambas posturas cuentan con argumentos, hoy en día la Iglesia Católica se ha inclinado claramente por la distinción entre las tres mujeres. Concretamente, en los textos litúrgicos, ya no se hace ninguna referencia -como sí ocurría antes del Concilio- a los pecados de María Magdalena o a su condición de «penitente», ni a las demás características que le provendrían de ser también María de Betania, hermana de Lázaro y de Marta. En efecto, la Iglesia ha considerado oportuno atenerse sólo a los datos seguros que ofrece el evangelio.

Por ello, actualmente se considera que la identificación entre Magdalena, la pecadora y María es más bien una confusión «sin ningún fundamento», como dice la nota al pie en Lc 7, 37 de «El Libro del Pueblo de Dios». No hay dudas de que la Iglesia, a través de su Liturgia, ha optado por la distinción entre la Magdalena, María de Betania y la pecadora, de modo que hoy podemos asegurar que María Magdalena, por lo que nos cuenta la Escritura y por lo que nos afirma la Liturgia, no fue «pecadora pública», «adúltera» ni «prostituta», sino sólo seguidora de Cristo, de cuyo amor ardiente fue contagiada, para anunciar el gozo pascual a los mismos Apóstoles.

La liturgia de su fiesta

Los textos bíblicos que se proclaman en su Memoria (que se celebra el 22 de julio) hablan de la búsqueda del «amado de mi alma» (Cant 3, 1-4a) o de la muerte y resurrección de Jesús como misterio de amor que nos apremia a vivir para «Aquel que murió y resucitó» por nosotros (2 Cor 5, 14-17). Ell evangelio que se proclama en la Misa es Jn 20, 1-2.11-18, es decir, el relato pascual en que Magdalena aparece como primera testigo de la Resurrección de Jesús, lo proclama «¡Maestro!» y va a anunciar a todos que ha visto al Señor. Como se ve, ninguna alusión a sus pecados ni a su supuesta identificación con María de Betania. Sólo pervive de esta supuesta identificación el hecho de que la Memoria litúrgica de Santa Marta se celebra justamente en la Octava de Santa Magdalena, es decir, una semana después, el 29 de julio. Santa María de Betania aun no tiene fiesta propia en el Calendario Litúrgico oficial.

Los textos eucológicos de la Misa de la Memoria de Santa María Magdalena nos dicen, por su parte, que a ella el Hijo de Dios le «confió, antes que a nadie… la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual» (Oración Colecta). Magdalena es aquella «cuya ofrenda de amor aceptó con tanta misericordia tu Hijo Jesucristo» (Oración sobre las Ofrendas) y es modelo de «aquel amor que [la] impulsó a entregarse por siempre a Cristo» (Oración Postcomunión).

En la Liturgia de las Horas ocurre otro tanto, ya que los nuevos himnos compuestos después de la reforma litúrgica (Aurora surgit lúcida para Laudes y Mágdalæ sidus para Vísperas) hacen hincapié en los mismos aspectos: María Magdalena como testigo privilegiado de la Resurrección, primera en anunciar a Cristo resucitado, y fiel e intrépida seguidora de su Maestro. Algo similar se verifica en los demás elementos del Oficio Divino, en los que -nuevamente- no hay alusión ninguna a los supuestos pecados de la Magdalena ni a su condición de hermana de Marta y Lázaro.

Como claro contraste, cabe señalar que en la liturgia previa al Concilio, la Memoria del 22 de julio se llamaba «Santa María Magdalena, penitente», y abundaban las referencias a su pecado perdonado por Jesús y a su condición de hermana de Lázaro. El evangelio que se proclamaba era justamente Lc 7, 36-50, es decir, la unción de Jesús a cargo de «una mujer pecadora que había en la ciudad»: «in civitate peccatrix».

Finalmente, mencionemos que el culto a Santa María Magdalena es muy antiguo, ya que la Iglesia siempre veneró de modo especial a los personajes evangélicos más cercanos a Jesús. La fecha del 22 de julio como su fiesta ya existía antes del siglo X en Oriente, pero en Occidente su culto no se difundió hasta el siglo XII, reuniendo en una sola persona a las tres mujeres que los Orientales consideraban distintas y veneraban en diversas fechas. A partir de la Contrarreforma, el culto a María Magdalena, «pecadora perdonada», adquiere aun más fuerza.

La leyenda oriental señala que después de la Ascensión habría vivido en Éfeso, con María y San Juan; allí habría muerto y sus reliquias habrían sido trasladadas a Constantinopla a fines del siglo IX y depositadas en el monasterio de San Lázaro.

Otra tradición -que prevalece en Occidente- cuenta que los tres «hermanos» (Marta, María «Magdalena» y Lázaro) viajaron a Marsella (en un barco sin velas y sin timón). Allí, en la Provenza, los tres convirtieron a una multitud; luego Magdalena se retiró por treinta años a una gruta (del «Santo Bálsamo») a hacer penitencia. Magdalena muere en Aix-en-Provence, adonde los ángeles la habían llevado para su última comunión, que le da San Máximo. Diversos avatares sufren sus reliquias y su sepulcro a lo largo de los siglos.

Estas leyendas, naturalmente, no tienen ningún fundamento histórico y, como otras tantas, fueron forjadas en la Edad Media para explicar y autentificar la presencia, en una iglesia del lugar, de las supuestas reliquias de Magdalena, meta de innumerables peregrinajes.

Finalmente, cabe consignar que el apelativo «Magdalena» significa «de Magdala», ciudad que ha sido identificada con la actual Taricheai, al norte de Tiberíades, junto al lago de Galilea.

Oración

María Magdalena, te pido me ayudes a reconocer a Cristo en mi vida evitando las ocasiones de pecado. Ayúdame a lograr una verdadera conversión de corazón para que pueda demostrar con obras, mi amor a Dios.
Amén.

El Papa Francisco exhorta a responder con hechos al amargo grito de la creación

El 21 de julio se difunde el mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación.

Por: Sebastián Sansón Ferrari | Fuente: Vatican News

“Escucha la voz de la creación”: ese es el tema y la invitación del Tiempo de la Creación de este año. Así comienza el mensaje del Papa, firmado el 16 de julio en San Juan de Letrán, para este período ecuménico, recuerda, que va del 1º de septiembre al 4 de octubre, terminando con la fiesta de San Francisco de Asís. Fue publicado hoy, jueves 21 de julio, por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

Según Francisco, “es un momento especial para que todos los cristianos recemos y cuidemos juntos nuestra casa común. Inspirado originalmente por el Patriarcado ecuménico de Constantinopla, este tiempo es una oportunidad para cultivar nuestra “conversión ecológica”, una conversión alentada por san Juan Pablo II como respuesta a la “catástrofe ecológica” anunciada por san Pablo VI ya en 1970”.

“Si aprendemos a escucharla, notamos una especie de disonancia en la voz de la creación. Por un lado, es un dulce canto que alaba a nuestro amado Creador; por otro, es un amargo grito que se queja de nuestro maltrato humano”, escribe el Pontífice.

Los clamores de la tierra, de los pobres y de los nativos

Francisco considera que el dulce canto de la creación va acompañado de un amargo grito, “o más bien, por un coro de clamores amargos”. En primer lugar, dice que es la “hermana madre tierra la que clama”, que “a merced de nuestros excesos consumistas, ella gime y nos suplica que detengamos nuestros abusos y su destrucción”. En segundo lugar, expresa que también “son los más pobres entre nosotros los que gritan”, quienes, “expuestos a la crisis climática, los pobres son los que más sufren el impacto de las sequías, las inundaciones, los huracanes y las olas de calor, que siguen siendo cada vez más intensos y frecuentes”.

También gritan, afirma Francisco, “nuestros hermanos y hermanas de los pueblos nativos” y explica, citando el punto 9 de su exhortación apostólica postsinodal “Querida Amazonía”, que, debido a los intereses económicos depredadores, los territorios ancestrales de los pueblos originarios están siendo invadidos y devastados por todas partes, lanzando –dice- “un clamor que grita al cielo”.

“Debemos arrepentirnos y cambiar los estilos de vida”

Al escuchar estos gritos amargos, el Papa urge al arrepentimiento y al cambio de los estilos de vida y los sistemas perjudiciales. A su vez, observa el estado de degradación de nuestra casa común, que, considera, “merece la misma atención que otros retos globales como las graves crisis sanitarias y los conflictos bélicos”.

Después, se detiene en el compromiso de las personas de fe, “de actuar, en nuestro comportamiento diario, en consonancia con esta necesidad de conversión, que no es sólo individual: «La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria» (ibíd., 219)”.

Adhesión de la Santa Sede a la Convención sobre clima y Acuerdo de París

El Sucesor de Pedro alude, además, a la cumbre COP27 sobre el clima, que se celebrará en Egipto en noviembre de 2022, y la califica de la próxima oportunidad para impulsar juntos una aplicación efectiva del Acuerdo de París. “Es también por esta razón que recientemente he dispuesto que la Santa Sede, en nombre y representación del Estado de la Ciudad del Vaticano, se adhiera a la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático y al Acuerdo de París, con la esperanza de que la humanidad del siglo XXI «pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades» (ibíd., 165)”, subraya el Obispo de Roma.

El Papa insiste en la necesidad de “convertir los modelos de consumo y producción, así como los estilos de vida, en una dirección más respetuosa con la creación y con el desarrollo humano integral de todos los pueblos presentes y futuros; un desarrollo fundamentado en la responsabilidad, en la prudencia/precaución, en la solidaridad y la preocupación por los pobres y las generaciones futuras”. Para él, “la transición que supone esta conversión no puede dejar de lado las exigencias de la justicia, especialmente para los trabajadores más afectados por el impacto del cambio climático”.

«Escuchemos el amargo grito de la creación»

Francisco repite su llamado, “en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas —mineras, petroleras—, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos”, como manifestó en su videomensaje a los movimientos populares el 16 de octubre de 2021.

“En este Tiempo de la Creación, recemos para que las cumbres COP27 y COP15 puedan unir a la familia humana (cf. ibíd., 13) para abordar con decisión la doble crisis del clima y la reducción de la biodiversidad”, es el augurio del Santo Padre.

“Recordando la exhortación de san Pablo de alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran (cf. Rm 12,15), lloremos con el amargo grito de la creación, escuchémoslo y respondamos con hechos, para que nosotros y las generaciones futuras podamos seguir alegrándonos con el dulce canto de vida y esperanza de las criaturas”, concluye el Pontífice.

Tiempo de la Creación 2022

El Movimiento Laudato si’ informó que líderes cristianos de todo el mundo se reunieron el miércoles 23 de febrero de 2022 para anunciar oficialmente el Tiempo de la Creación 2022, la celebración ecuménica anual que une a los 2.400 millones de cristianos del mundo en oración y acción por nuestro hogar común.

Hoy celebramos a Santa María Magdalena

María Magdalena, la enamorada de Dios: una pequeña reflexión

Por: Juan J. Ferrán, L.C. | Fuente: Catholic.net

Realmente nos encontramos en el Evangelio a un personaje muy especial del que nos pareciera saberlo todo y del que casi no sabemos nada: María Magdalena. Magdalena no es un apellido, sino un toponímico. Se trata de una María de Magdala, ciudad situada al norte de Tiberíades. Sólo sabemos de ella que Cristo la libró de siete demonios (Lc 8, 2) y que acompañaba a Cristo formando a

Hoy celebramos a Santa Maria Magdalena

María Magdalena, la enamorada de Dios: una pequeña reflexión

Realmente nos encontramos en el Evangelio a un personaje muy especial del que nos pareciera saberlo todo y del que casi no sabemos nada: María Magdalena. Magdalena no es un apellido, sino un toponímico. Se trata de una María de Magdala, ciudad situada al norte de Tiberíades. Sólo sabemos de ella que Cristo la libró de siete demonios (Lc 8, 2) y que acompañaba a Cristo formando parte de un grupo grande mujeres que le servían. Los momentos culminantes de su vida fueron su presencia ante la Cruz de Cristo, junto a María, y, sobre todo, el ser testigo directo y casi primero de la Resurrección del Señor.

A María Magdalena se le ha querido unir con la pecadora pública que encontró a Cristo en casa de Simón el fariseo y con María de Betania. No se puede afirmar esto y tampoco lo contrario, aunque parece que María Magdalena es otra figura distintas a las anteriores. El rostro de esta mujer en el Evangelio es, sin embargo, muy especial: era una mujer enamorada de Cristo, dispuesta a todo por él, un ejemplo maravilloso de fe en el Hijo de Dios. Todo parece que comenzó cuando Jesús sacó de ella siete demonios, es decir, según el parecer de los entendidos, cuando Cristo la curó de una grave enfermedad.

María Magdalena es un lucero rutilante en la ciencia del amor a Dios en la persona de Jesús. ¿Qué fue lo que a aquella mujer le hechizó en la persona de Cristo? ¿Por qué aquella mujer se convirtió de repente en una seguidora ardiente y fiel de Jesús? ¿Por qué para aquella mujer, tras la muerte de Cristo, todo se había acabado? María Magdalena se encontró con Cristo, después de que él le sacara aquellos «siete demonios». Es como si dijera que encontró el «todo», después de vivir en la «nada», en el «vacío». Y allí comenzó aquella historia.

El amor de María Magdalena a Jesús fue un amor fiel, purificado en el sufrimiento y en el dolor. Cuando todos los apóstoles huyeron tras el prendimiento de Cristo, María Magdalena estuvo siempre a su lado, y así la encontramos de pié al lado de la Cruz. No fue un amor fácil.

El amor llevó a María Magdalena a involucrarse en el fracaso de Cristo, a recibir sobre sí los insultos a Cristo, a compartir con él aquella muerte tan horrible en la cruz. Allí el amor de María Magdalena se hizo maduro, adulto, sólido. A quien Dios no le ha costado en la vida, difícilmente entenderá lo que es amarle. Amor y dolor son realidades que siempre van unidas, hasta el punto de que no pueden existir la una sin la otra.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. «Para mí la vida es Cristo», repetiría después otro de los grandes enamorados de Cristo. Comprobamos este amor en aquella escena tan bella de María Magdalena junto al sepulcro vacío. Está hundida porque le han quitado al Maestro y no sabe dónde lo han puesto. La muerte de Cristo fue para María un golpe terrible. Para ella la vida sin Cristo ya no tenía sentido. Por ello, el Resucitado va enseguida a rescatarla. Se trata seguro de una de las primeras apariciones de Cristo. Era tan profundo su amor que ella no podía concebir una vida sin aquella presencia que daba sentido a todo su ser y a todas sus aspiraciones en esta vida. Tras constatar que ha resucitado se lanza a sus pies con el fin de agarrarse a ellos e impedir que el Señor vuelva a salir de su vida.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor de entrega y servicio. Nos dice el Evangelio que María Magdalena formaba parte de aquel grupo de mujeres que seguía y servía a Cristo. El amor la había convertido a esta mujer en una servidora entregada, alegre y generosa. Servir a quien se ama no es una carga, es un honor. El amor siempre exige entrega real, porque el amor no son palabras solo, sino hechos y hechos verdaderos.

Un amor no acompañado de obras es falso. Hay quienes dicen «Señor, Señor, pero después no hacen lo que se les pide». María Magdalena no sólo servía a Cristo, sino que encontraba gusto y alegría en aquel servicio. Era para ella, una mujer tal vez pecadora antes, un privilegio haber sido elegida para servir al Señor.

El amor de María Magdalena a Cristo constituye para nosotros una lección viva y clarividente de lo que debe ser nuestro amor a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo, a la Trinidad. Hay que despojar el amor de contenidos vacíos y vivirlo más radicalmente. Hay que relacionar más lo que hacemos y por qué lo hacemos con el amor a Dios. No debemos olvidar que al fin y al cabo nuestro amor a Dios más que sentimientos son obras y obras reales. El lenguaje de nuestro amor a Dios está en lo que hacemos por Él.

En primer lugar, podemos vivir el amor a Dios en una vida intensa y profunda de oración, que abarca tanto los sacramentos como la oración misma, además de vivir en la presencia de Dios. En estos momentos además nuestra relación con Dios ha de ser íntima, cordial, cálida. Hay que procurar conectar con Dios como persona, como amigo, como confidente. Hay que gozar de las cosas de Dios; hay que sentirse tristes sin las cosas de Dios; hay que llegar a sentir necesarias las cosas de Dios.

En segundo lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la rectitud y coherencia de nuestros actos. Cada cosa que hagamos ha de ser un monumento a su amor. Toda nuestra vida desde que los levantamos hasta que nos acostamos ha de ser en su honor y gloria. No podemos separar nuestra vida diaria con sus pequeñeces y grandezas del amor a Dios.

No tenemos más que ofrecerle a Dios. Ahí radica precisamente la grandeza de Dios que acoge con infinito cariño esas obras tan pequeñas. De todas formas la verdad del amor siempre está en lo pequeño, porque lo pequeño es posible, es cotidiano, es frecuente. Las cosas grandes no siempre están al alcance de todos. Además el que es fiel en lo pequeño, lo será en lo mucho.

Y en tercer lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la entrega real y veraz al prójimo por Él. «Si alguno dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no pude amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,20). El amor a Dios en el prójimo es difícil, pero es muchas veces el más veraz. Hay que saber que se está amando a Dios cuando se dice NO al egoísmo, al rencor, al odio, a la calumnia, a la crítica, a la acepción de personas, al juicio temerario, al desprecio, a la indiferencia, a etiquetar a los demás; y cuando se dice SÍ a la bondad, a la generosidad, a la mansedumbre, al sacrificio, al respeto, a la amistad, a la comprensión, al buen hablar. La caridad con el prójimo va íntimamente ligada a la caridad hacia Dios. Es una expresión real del amor a Dios.

parte de un grupo grande mujeres que le servían. Los momentos culminantes de su vida fueron su presencia ante la Cruz de Cristo, junto a María, y, sobre todo, el ser testigo directo y casi primero de la Resurrección del Señor. A María Magdalena se le ha querido unir con la pecadora pública que encontró a Cristo en casa de Simón el fariseo y con María de Betania. No se puede afirmar esto y tampoco lo contrario, aunque parece que María Magdalena es otra figura distintas a las anteriores. El rostro de esta mujer en el Evangelio es, sin embargo, muy especial: era una mujer enamorada de Cristo, dispuesta a todo por él, un ejemplo maravilloso de fe en el Hijo de Dios. Todo parece que comenzó cuando Jesús sacó de ella siete demonios, es decir, según el parecer de los entendidos, cuando Cristo la curó de una grave enfermedad.

María Magdalena es un lucero rutilante en la ciencia del amor a Dios en la persona de Jesús. ¿Qué fue lo que a aquella mujer le hechizó en la persona de Cristo? ¿Por qué aquella mujer se convirtió de repente en una seguidora ardiente y fiel de Jesús? ¿Por qué para aquella mujer, tras la muerte de Cristo, todo se había acabado? María Magdalena se encontró con Cristo, después de que él le sacara aquellos «siete demonios». Es como si dijera que encontró el «todo», después de vivir en la «nada», en el «vacío». Y allí comenzó aquella historia.

El amor de María Magdalena a Jesús fue un amor fiel, purificado en el sufrimiento y en el dolor. Cuando todos los apóstoles huyeron tras el prendimiento de Cristo, María Magdalena estuvo siempre a su lado, y así la encontramos de pié al lado de la Cruz. No fue un amor fácil. El amor llevó a María Magdalena a involucrarse en el fracaso de Cristo, a recibir sobre sí los insultos a Cristo, a compartir con él aquella muerte tan horrible en la cruz. Allí el amor de María Magdalena se hizo maduro, adulto, sólido. A quien Dios no le ha costado en la vida, difícilmente entenderá lo que es amarle. Amor y dolor son realidades que siempre van unidas, hasta el punto de que no pueden existir la una sin la otra.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. «Para mí la vida es Cristo», repetiría después otro de los grandes enamorados de Cristo. Comprobamos este amor en aquella escena tan bella de María Magdalena junto al sepulcro vacío. Está hundida porque le han quitado al Maestro y no sabe dónde lo han puesto. La muerte de Cristo fue para María un golpe terrible. Para ella la vida sin Cristo ya no tenía sentido. Por ello, el Resucitado va enseguida a rescatarla. Se trata seguro de una de las primeras apariciones de Cristo.

Era tan profundo su amor que ella no podía concebir una vida sin aquella presencia que daba sentido a todo su ser y a todas sus aspiraciones en esta vida. Tras constatar que ha resucitado se lanza a sus pies con el fin de agarrarse a ellos e impedir que el Señor vuelva a salir de su vida.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor de entrega y servicio. Nos dice el Evangelio que María Magdalena formaba parte de aquel grupo de mujeres que seguía y servía a Cristo. El amor la había convertido a esta mujer en una servidora entregada, alegre y generosa. Servir a quien se ama no es una carga, es un honor. El amor siempre exige entrega real, porque el amor no son palabras solo, sino hechos y hechos verdaderos. Un amor no acompañado de obras es falso. Hay quienes dicen «Señor, Señor, pero después no hacen lo que se les pide». María Magdalena no sólo servía a Cristo, sino que encontraba gusto y alegría en aquel servicio. Era para ella, una mujer tal vez pecadora antes, un privilegio haber sido elegida para servir al Señor.

El amor de María Magdalena a Cristo constituye para nosotros una lección viva y clarividente de lo que debe ser nuestro amor a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo, a la Trinidad. Hay que despojar el amor de contenidos vacíos y vivirlo más radicalmente. Hay que relacionar más lo que hacemos y por qué lo hacemos con el amor a Dios. No debemos olvidar que al fin y al cabo nuestro amor a Dios más que sentimientos son obras y obras reales. El lenguaje de nuestro amor a Dios está en lo que hacemos por Él.

En primer lugar, podemos vivir el amor a Dios en una vida intensa y profunda de oración, que abarca tanto los sacramentos como la oración misma, además de vivir en la presencia de Dios. En estos momentos además nuestra relación con Dios ha de ser íntima, cordial, cálida. Hay que procurar conectar con Dios como persona, como amigo, como confidente. Hay que gozar de las cosas de Dios; hay que sentirse tristes sin las cosas de Dios; hay que llegar a sentir necesarias las cosas de Dios.

En segundo lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la rectitud y coherencia de nuestros actos. Cada cosa que hagamos ha de ser un monumento a su amor. Toda nuestra vida desde que los levantamos hasta que nos acostamos ha de ser en su honor y gloria. No podemos separar nuestra vida diaria con sus pequeñeces y grandezas del amor a Dios. No tenemos más que ofrecerle a Dios. Ahí radica precisamente la grandeza de Dios que acoge con infinito cariño esas obras tan pequeñas. De todas formas la verdad del amor siempre está en lo pequeño, porque lo pequeño es posible, es cotidiano, es frecuente. Las cosas grandes no siempre están al alcance de todos. Además el que es fiel en lo pequeño, lo será en lo mucho.

Y en tercer lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la entrega real y veraz al prójimo por Él. «Si alguno dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no pude amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,20). El amor a Dios en el prójimo es difícil, pero es muchas veces el más veraz. Hay que saber que se está amando a Dios cuando se dice NO al egoísmo, al rencor, al odio, a la calumnia, a la crítica, a la acepción de personas, al juicio temerario, al desprecio, a la indiferencia, a etiquetar a los demás; y cuando se dice SÍ a la bondad, a la generosidad, a la mansedumbre, al sacrificio, al respeto, a la amistad, a la comprensión, al buen hablar. La caridad con el prójimo va íntimamente ligada a la caridad hacia Dios. Es una expresión real del amor a Dios.

Reflexión sobre los fines de semana de los jóvenes

Voy a comentar algunas impresiones mías sobre los fines de semana. Lo hago con la esperanza de ayudar a reflexionar sobre ello a los jóvenes

Al hablar de este tema, me refiero al estilo que tienen muchos jóvenes de pasar las noches del fin de semana velando, y los días durmiendo. Y me dirijo a los jóvenes, no a los mayores, ya que, en vez de quejarnos, deberíamos plantearnos cómo os estamos ayudando con nuestro ejemplo para que podáis apreciar los grandes valores.

1) ¿SON NORMALES ESAS DIVERSIONES NOCTURNAS?

No creo que sea muy normal que los fines de semana los pasen pendientes de la diversión. Este estilo de vivir ni los eleva ni los dignifica. Y no olvidéis, jóvenes, que el tiempo libre puede ayudaros a ser personas, o puede destruiros. Si orientáis bien los fines de semana, vuestra personalidad puede salir fortalecida. Yo digo a los padres que si yo lo fuese, no me preocuparía de que mis hijos volviesen a casa a cualquier hora de la madrugada, si viese que mis hijos estaban bien formados; porque sabrían “estar” en cualquier parte, y sabrían adónde ir, con quién ir, y qué hacer. Pero si los hijos no están bien formados, cualquiera se los lleva y hace con ellos lo que quiere. Ejemplos de esto conocemos muchos.

Otro inconveniente de este tipo de vida para los cristianos es que, después de una noche en vela, no es fácil levantarse a tiempo para asistir a misa el domingo. Con ello se van desconectando de la comunidad cristiana en la acción de gracias a Dios, y va perdiendo el sentido religioso de la vida.

2) CONSECUENCIAS

Es posible que lo que hagan no sea malo, pero ¿son positivas las repercusiones que tiene? En mi tierra, cuando ven que una obra no ha estado bien realizada o ha salido defectuosa, suelen decir que “ha sido hecha en lunes”. Y es que después de tres noches en vela hasta la mañana, y de pasarse prácticamente tres días durmiendo, el cuerpo no está para bromas ni para el cumplimiento de las tareas laborales. Aparte de eso, se crea un clima de ligereza en cuanto a asumir las responsabilidades de cualquier tipo que sean. Vive uno pendiente de los ratos pasados o de los que va a pasar los próximos fines de semana en las discotecas o lugares de diversión.

A esto hay que añadir los accidentes que se producen a altas horas de la noche en los que los jóvenes son víctimas o causantes de muchos de ellos. Da pena pensar en tantas vidas jóvenes rotas o que han quedado disminuidas para siempre. Estos accidentes se producen, yo diría que tontamente, bien sea por el cansancio del día o de la noche, o por haber tomado alcohol un poquito más de lo debido, o por presentarse ante amigos y amigas como jóvenes “lanzados”, o en algunos casos, incluso, por algo de droga.

3) PADRES

Con respecto a vuestros padres, ¿creéis que hay derecho a que se pasen las noches de los fines de semana casi sin dormir, pensando que pueden ser sus hijos las víctimas del próximo accidente de las madrugadas de viernes a domingo? ¿No creéis que debiérais replantearos vuestro estilo de vivir, de disfrutar y de divertiros los fines de semana?

4) AUTORIDAD

Tampoco la autoridad puede cruzarse de brazos dimitiendo de su responsabilidad, porque está en juego el bien común; y al mismo tiempo que debe velar por la libertad, no puede separarla de su deber de velar por el bien común de los ciudadanos.

Y no es cuestión sólo de legislar; hay que hacer cumplir la legislación y, sobre todo, hay que capacitar a los ciudadanos, ya de pequeños, para que actúen movidos por valores. Y esto es fruto de la educación. De ahí que lo primero que debe preguntarse la autoridad es si está fomentando la educación en valores. Y aquí entra lo que tantas veces decimos los obispos, que es necesaria la formación religiosa o ética en la escuela. La leyes ayudan, pero lo principal es la educación.

5) TOMARSE LA VIDA EN SERIO

Queridos jóvenes, tened sensatez y sed formales. Los jóvenes que mueren cada semana en nuestras carreteras no creían que serían ellos las siguientes víctimas. Tampoco vosotros creéis que vais a ser vosotros. ¿Por qué no os planteáis una nueva forma de divertiros sin que tengáis que exponeros ni exponer a los demás a perder inútilmente la vida? Esa manera tonta de pasar los fines de semana, ¿creéis que compensa los desvelos e insomnios de vuestros padres semana tras semana? Tened conocimiento y sensatez.

El hecho de que se estén perdiendo tantas vidas jóvenes los fines de semana, nos debe mover a plantearnos nuestras responsabilidades. Respetemos la libertad de los jóvenes como debemos respetar todas las libertades. Pero evitemos que se rompan tontamente sus vidas.

La vida es bonita. Vividla en plenitud. ¿Por qué no probáis una manera de vivirla que es viviendo la amistad con Cristo? El Papa dijo en Paría a los jóvenes de todo el mundo que acepten la invitación de Jesús a irse con Él. Y es que, como ha recordado, “sólo la adhesión a la fe da la felicidad”.

Decidíos a ser felices, queridos jóvenes.

¿Qué dice la Biblia sobre María Magdalena?

Ella es la anunciadora del acontecimiento más importante del cristianismo: la Resurrección.

María Magdalena es para la Iglesia Católica la feliz anunciadora del acontecimiento más importante del cristianismo: la Resurrección de Cristo. Y le agradecemos, a través del tiempo, su amor fiel que le permitió llorar con la Virgen al pie de la Cruz, acompañar el cuerpo de su Señor a la tumba y ser, también, testigo de su Resurrección. Nos alegramos con ella porque Cristo ha Resucitado.

Pero ¿qué dicen los Evangelios sobre María Magdalena? En primer lugar, los Evangelios presentan a María Magdalena como una discípula de Jesús, testigo presencial de su muerte en la cruz, y primera testigo de su Resurrección. En los cuatro evangelios hay doce referencias a ella, once de las cuales se vinculan directamente con la Pasión y Resurrección de Jesús (Mc 15, 40.47; 16,9; Jn 19, 25; 20,1-2; 11-18; Lc 24,1-11; Mt 27, 55-56.61; 28,1; Lc 24,10).

Sólo Lucas (8, 2) agrega el detalle de que “María, llamada la Magdalena” era la mujer a quien Jesús liberó de siete demonios. No se sabe nada más. Tampoco puede afirmarse que haya sido prostituta como se cree comúnmente. Ese error se debió a una confusión del Papa Gregorio el Grande en una homilía del año 591, en la que confundió a la pecadora arrepentida de Lc 7,37 con María Magdalena.

Habiendo gozado del privilegio de ser la primera en contemplar el Resucitado, fue enviada por el mismo Jesús a anunciar a los apóstoles la buena noticia. Juan Pablo II en la carta Mulieris Dignitatem se refirió a ella como la apóstol de los apóstoles, título que ya usaban los padres de la Iglesia en los primeros siglos y la describió como una de esas “mujeres que demostraron ser más fuertes que los apóstoles” en el momento de la crucifixión, permaneciendo al lado de Jesús.

El 10 de junio de 2016, la Santa Sede elevó por decreto la memoria de santa María Magdalena a grado de fiesta en el Calendario Romano General, y se le celebra el 22 de julio.

¿María Magdalena fue una prostituta?

Pues,existen pruebas de que fue una mujer con recursos, que vivió en un pueblo próspero dedicado a la pesca y al comercio. Así lo confirma una investigación de Jennifer Ristine, autora del Una investigación aporta datos nuevos sobre la figura de María de Magdala

¿María Magdalena fue una prostituta? Pues libro María Magdalena. Reflexiones sobre la antigua Magdala publicado el 22 de julio de 2018.

La autora revela en la página magdala.org, portal especializado en estudios judeocristianos, que sus conclusiones se basan en un trabajo de cuatro años, al lado de arqueólogos internacionales, en el lugar de Magdala, el centro religioso que surge exactamente sobre el pueblo de ese nombre ubicado a las orillas del Mar de Galilea, identificado como la localidad de nacimiento de María Magdalena.

Allí, «vemos los baños de purificación y podemos observar una próspera ciudad judía del primer siglo».

«Académicos y expertos tienen todo tipo de teorías, pero cuando caminamos alrededor de la ciudad antigua de Magdala podemos obtener algunas ideas y evidencias para entender en verdad quién era ella y lo que pudo haberla influido», agregó Ristine.

Situación que coincide con la descripción del evangelio de san Lucas, capítulo 8.

«María Magdalena no era una pobre prostituta en la calle. Era probablemente una mujer influyente que apoyaba a Jesús en su ministerio, en Galilea y sus alrededores».

Un error

Pero, ¿por qué asociar María Magdalena a una prostituta? Ristine explica que algunos estudiosos identifican en la homilía 33 del papa Gregorio, pronunciada en el siglo VI, el surgimiento de la idea de que ella era una ramera.

La autora ilustra que «muchos hacen referencia al Papa San Gregorio Magno en el siglo sexto como la persona responsable del mal nombre que recibe María Magdalena como prostituta. Pero, cuando analizamos un poco más de cerca el pasaje en la homilía 33, podemos descubrir que hay un contexto pastoral detrás de todo esto».

Así, indica que la confusión nace de la mala interpretación. «El Papa dice, “aquí nos encontramos a una mujer pecadora.”

Quizás todos nosotros podemos identificarnos con esto en algún momento. Una mujer pecadora que necesita restauración y Jesús se la ofrece.

Al final, lo que ella usó en algún momento para vicio, ahora lo usa para virtud. Lo usa para alabar y glorificar a su Señor. Vemos cómo toma lugar una transformación».

«La Iglesia Occidental a través de 2000 años ha asociado como la misma persona» a María Magdalena y María de Betania.

Además, la cultura popular del cine y de la televisión asocian a las dos Marías con la mujer pecadora y prostituta. Aquella que lloró a los pies de Jesús y la que fue salvada de ser lapidada.Incluso, el arte ha pintado a María como las cortesanas de la época con cabellos rubios o tinturados.¿De dónde sacó tanto dinero? «En la cultura judía las mujeres recibían el dinero de su esposo, quizás en su caso era viuda o quizás recibió una herencia de su padre», explica la autora del libro.  

«María de Magdala se vuelve la primera en ser testigo de Su resurrección y, de esta manera, se convierte, como la tradición ha afirmado, en la apóstol de los apóstoles».