María de la Rosa, Santa
Virgen y Fundadora, 15 de diciembre
Martirologio Romano: En Brescia, de la Lombardía, Italia, santa María Crucificada de Rosa, virgen, que gastó sus riquezas, y se entregó ella misma, por la salud de las almas y de los cuerpos del prójimo, para lo cual también fundó el Instituto de Esclavas de la Caridad († 1855).
Fecha de beatifricación: 26 de mayo de 1940 por el Papa Pío XII
Fecha de canonización: 12 de junio de 1954 por el Papa Pío XII
Breve Biografía
Nació en Brescia (Italia) en 1813. Quedó huérfana de madre cuando apenas tenía 11 años.
Cuando ella tenía 17 años, su padre le presentó un joven diciéndole que había decidido que él fuera su esposo. La muchacha se asustó y corrió donde el párroco, que era un santo varón de Dios, a comunicarle que se había propuesto permanecer siempre soltera y dedicarse totalmente a obras de caridad. El sacerdote fue donde el papá de la joven y le contó la determinación de su hija. El señor De la Rosa aceptó casi inmediatamente la decisión de María, y la apoyó más tarde en la realización de sus obras de caridad, aunque muchas veces le parecían exageradas o demasiado atrevidas.
El padre de María tenía unas fábricas de tejidos y la joven organizó a las obreras que allí trabajaban y con ellas fundó una asociación destinada a ayudarse unas a otras y a ejercitarse en obras de piedad y de caridad.
En la finca de sus padres fundó también con las campesinas de los alrededores una asociación religiosa que las enfervorizó muchísimo.
En su parroquia organizó retiros y misiones especiales para las mujeres, y el cambio y la transformación entre ellas fue tan admirable que al párroco le parecía que esas mujeres se habían transformado en otras. ¡Así de cambiadas estaban en lo espiritual!.
En 1836 llegó la peste del cólera a Brescia, y María con permiso de su padre (que se lo concedió con gran temor) se fue a los hospitales a atender a los millares de contagiados. Luego se asoció con una viuda que tenía mucha experiencia en esas labores de enfermería, y entre las dos dieron tales muestras de heroísmo en atender a los apestados, que la gente de la ciudad se quedó admirada.
Después de la peste, como habían quedado tantas niñas huérfanas, el municipio formó unos talleres artesanales y los confió a la dirección de María de la Rosa que apenas tenía 24 años, pero ya era estimada en toda la ciudad. Ella desempeñó ese cargo con gran eficacia durante dos años, pero luego viendo que en las obras oficiales se tropieza con muchas trabas que quitan la libertad de acción, dispuso organizar su propia obra y abrió por su cuenta un internado para las niñas huérfanas o muy pobres. Poco después abrió también un instituto para niñas sordomudas. Todo esto es admirable en una joven que todavía no cumplía los 30 años y que era de salud sumamente débil. Pero la gracia de Dios concede inmensa fortaleza.
La gente se admiraba al ver en esta joven apóstol unas cualidades excepcionales. Así por ejemplo un día en que unos caballos se desbocaron y amenazaban con enviar a un precipicio a los pasajeros de una carroza, ella se lanzó hacia el puesto del conductor y logró dominar los enloquecidos caballos y detenerlos. En ciertos casos muy difíciles se escuchaban de sus labios unas respuestas tan llenas de inteligencia que proporcionaban la solución a los problemas que parecían imposibles de arreglar. En los ratos libres se dedicaba a leer libros de religión y llegó a poseer tan fuertes conocimientos teológicos que los sacerdotes se admiraban al escucharla. Poseía una memoria feliz que le permitía recordar con pasmosa precisión los nombres de las personas que habían hablado con ella, y los problemas que le habían consultado; y esto le fue muy útil en su apostolado.
En 1840 fue fundada en Brescia por Monseñor Pinzoni una asociación piadosa de mujeres para atender a los enfermos de los hospitales. Como superiora fue nombrada María de la Rosa. Las socias se llamaban Esclavas de la Caridad. Al principio sólo eran cuatro jóvenes, pero a los tres meses ya eran 32.
Muchas personas admiraban la obra que las Esclavas de la Caridad hacían en los hospitales, atendiendo a los más abandonados y repugnantes enfermos, pero otros se dedicaron a criticarlas y a tratar de echarlas de allí para que no lograran llevar el mensaje de la religión a los moribundos. La santa comentando esto, escribía: «Espero que no sea esta la última contradicción. Francamente me habría dado pena que no hubiéramos sido perseguidas».
Fueron luego llamadas a ayudar en el hospital militar pero los médicos y algunos militares empezaron a pedir que las echaran de allí porque con estas religiosas no podían tener los atrevimientos que tenían con las otras enfermeras. Pero las gentes pedían que se quedaran porque su caridad era admirable con todos los enfermos.
Un día unos soldados atrevidos quisieron entrar al sitio donde estaban las religiosas y las enfermeras a irrespetarlas. Santa María de la Rosa tomó un crucifijo en sus manos y acompañada por seis religiosas que llevaban cirios encendidos se les enfrentó prohibiéndoles en nombre de Dios penetrar en aquellas habitaciones. Los 12 soldados vacilaron un momento, se detuvieron y se alejaron rápidamente. El crucifijo fue guardado después con gran respeto como una reliquia, y muchos enfermos lo besaban con gran devoción.
En la comunidad se cambió su nombre de María de la Rosa por el de María del Crucificado. Y a sus religiosas les insistía frecuentemente en que no se dejaran llevar por el «activismo», que consiste en dedicarse todo el día a trabajar y atender a las gentes, sin consagrarle el tiempo suficiente a la oración, al silencio y a la meditación. En 1850 se fue a Roma y obtuvo que el Sumo Pontífice Pío Nono aprobara su consagración. La gente se admiraba de que hubiera logrado en tan poco tiempo lo que otras comunidades no consiguen sino en bastantes años. Pero ella era sumamente ágil en buscar soluciones.
Solía decir: «No puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días en que he perdido la oportunidad, por pequeña que esta sea, de impedir algún mal o de hacer el bien». Esta era su especialidad: día y noche estaba pronta a acudir en auxilio de los enfermos, a asistir a algún pecador moribundo, a intervenir para poner paz entre los que peleaban, a consolar a quien sufría alguna pena.
Por eso Monseñor Pinzoni exclamaba: «La vida de esta mujer es un milagro que asombra a todos. Con una salud tan débil hace labores como de tres personas robustas».
Aunque apenas tenía 42 años, sus fuerzas ya estaban totalmente agotadas de tanto trabajar por pobres y enfermos. El viernes santo de 1855 recobró su salud como por milagro y pudo trabajar varios meses más.
Pero al final del año sufrió un ataque y el 15 de diciembre de ese año de 1855 pasó a la eternidad a recibir el premio de sus buenas obras.
Si Cristo prometió que quien obsequie aunque sea un vaso de agua a un discípulo suyo, no quedará sin recompensa, ¿qué tan grande será el premio que habrá recibido quien dedicó su vida entera a ayudar a los discípulos más pobres de Jesús?
La tentación de la duda
Santo Evangelio según san Lucas 7, 19-23. Miércoles III de Adviento
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias por este momento que tengo para estar contigo. Haz que el sonido de tu voz resuene en mi corazón, para que pueda conocer tu voluntad. Ayúdame a tenerte presente durante el día, para que pueda aprender a amar a mis hermanos como los amas Tú. Concédeme acogerte en el lugar más oculto de mi corazón, para que pueda amarte siempre y sin cesar. Ora conmigo, ora en mí para que yo pueda aprender de ti a orar.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 7, 19-23
En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Cuando llegaron a donde estaba Jesús, le dijeron: «Juan el Bautista nos ha mandado a preguntarte si eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro».
En aquel momento, Jesús curó a muchos de varias enfermedades y dolencias y de espíritus malignos, y a muchos ciegos les concedió la vista. Después contestó a los enviados: «Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso el que no se escandalice de mí».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, Juan el bautista te envía a dos discípulos. Él no puede ir personalmente, pues está en la cárcel por haber dado testimonio de la verdad y por no haber callado su voz ante los pecados de Herodes.
Él es Juan. Él mismo – hace no mucho tiempo – te ha bautizado, ha escuchado la voz del Padre Celestial y te ha señalado como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Por qué, pues, duda de ti al punto de mandarte a dos discípulos que te preguntaran si eres Tú el que ha de venir?, ¿es que Juan no ha visto suficientes signos?
Querido Jesús, lo mismo me pasa a mí: en mi propia vida yo he sido testigo del inmenso amor que me tienes, de la infinita misericordia con la que Tú me tratas… y sin embargo, cuando llegan las situaciones difíciles, me llega la tentación de dudar de ti…
A menudo me pregunto por qué debo sufrir o si realmente Tú puedes transformar mi vida, llenarla de felicidad.
No me doy cuenta de esos pequeños milagros que todos los días pasan a mi alrededor y que me recuerdan que tu amor y tu bondad siguen estando presentes en el mundo. Perdóname, Señor, pues no he sabido verte en la sonrisa de un niño, en el apoyo y cariño de tantas personas que me rodean; a veces, ni en la misma Eucaristía he sabido descubrirte…
«Dichoso el que no se escandalice de mí». Tus palabras me recuerdan que sólo confiando en ti encontraré mi verdadera felicidad. ¿Realmente estoy dispuesto a abandonar mi vida en tus manos?
«De estas advertencias de Juan el Bautista entendemos cuáles eran las tendencias generales de quien en esa época tenía el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no han cambiado tanto. No obstante, ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni tan siquiera los publicanos considerados pecadores por definición: tampoco ellos están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él está —se puede decir— ansioso por usar misericordia, usarla hacia todos, acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y el perdón».
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de diciembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
El día de hoy rezaré un padrenuestro agradeciéndole a Dios por los pequeños milagros que me rodean.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Por qué es necesario anunciar a Jesucristo?
Porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. (1 Tim 2,4)
Por: Mons. Rafaello Martinelli | Fuente: Catholic.net
Es necesario anunciar a Jesucristo por numerosos y complementarios motivos. Lo requieren: Dios Padre, Jesucristo, el Espíritu Santo, el Evangelio, la persona humana, el cristiano, la Iglesia, la sociedad actual.
DIOS-PADRE quiere que el anuncio de su hijo jesucristo sea realizado a todos.
¿Por qué motivo?
Porque Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2,4).
Por eso:
– Él envía a Su Hijo Jesucristo, que es Su Palabra definitiva y perfecta, y nuestro Salvador;
– y dona el Espíritu Santo, gracias al cual creemos en Cristo e invocamos a Dios como Padre.
¿En qué modo dios quiere hacer conocer su hijo a todos los hombres?
Dios ha escrito en el corazón del hombre el deseo de conocerlo y amarlo, y no cesa de atraer a cada persona hacia Él, por medio de Su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo.
Al mismo tiempo confía a los hombres, convocados por Él en la Iglesia Su Pueblo, la misión de hacer conocer a Su Hijo y de comunicar la salvación realizada por Él.
JESUCRISTO vino a este mundo “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
¿Cómo realiza Jesús ésta misión?
El:
– anuncia a todos la “Buena Noticia”. Ofrece su vida, muriendo en Cruz, “por muchos para el perdón de los pecados” (cf. Mt 26,28);
– antes de volver al Padre, dió este mandato a Sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19);
– Se presenta como diferente a los otros, como ¡Único!
¿Por qué Jesucristo es único?
En cuanto que Él es el Único Hijo de Dios, consusbtancial a Dios su Padre: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).
Por eso, Él, y sólo Él:
– nos hace conocer a Dios Padre de manera plena, perfecta y definitiva: “Quién me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9);
– nos dona, con Su muerte y Su Resurrección, la verdadera y plena salvación: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12).
¿Jesucristo quita algo al hombre?
Jesucristo no quita nada al hombre, al contrario, Él:
– dona la nueva vida divina de hijos de Dios;
– lleva a cumplimiento, después de haberlo purificado, cuanto hay de verdadero, bueno y bello, en cada persona y en cada religión;
– realiza plenamente las auténticas aspiraciones del hombre;
– abre nuevos horizontes al hombre, le muestra el camino y le dona la gracia para poder realizarlos;
– no disminuye, sino que exalta la libertad humana y la orienta hacia su cumplimiento, en el encuentro gozoso con Dios y en el amor gratuito y atento al bien de todos los hombres.
EL ESPÍRITU SANTO derramado en nosotros como un don de Dios Padre, por medio de Jesucristo muerto y resucitado, nos impulsa a ser anunciadores, para que todos “te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Con su luz y su gracia, la humanidad puede, en Cristo, “encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad”, como recuerda Juan Pablo ii, en la Encíclica Redemptoris Missio (n.8).
EL EVANGELIO de Cristo es anunciado a todos.
¿Por qué?
En cuanto que es capaz de:
– Entusiasmar a la persona de cualquier edad, cultura, lengua,…
– Penetrar toda forma de vida que a priori no la excluye. Y esto porque la Palabra de Cristo no está ligada “exclusiva e indisolublemente a ninguna raza o nación, a ningún género particular de costumbres, a ningún modo de ser, antiguo o moderno” (Conc. Vat. ii, GS 58). El Evangelio es para todas las culturas, y todas las culturas pueden ser “fermentadas” por el Evangelio: como la semilla que cae en tierra, y donde es posible germina y frutifica; o bien, como la levadura que fermenta la masa, o la sal que da sabor a la comida, o el rocío y la lluvia que le permite crecer a la vegetación
– “El Evangelio de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado. Continuamente purifica y eleva las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o edad.” (GS 58).
LA PERSONA HUMANA, en cuanto capaz de diálogo con su Creador, tiene el derecho y el deber de:
– escuchar la Verdad, de la manera más auténtica, íntegra y completa que sea posible: la “Buena Noticia” de Dios que se revela y se dona en Cristo. De este modo la persona realiza en plenitud su propia vocación;
– anunciar la Verdad, para compartir con los demás la propia fe: es propio del hombre el deseo y el empeño conreto de hacer participar a los demás de los propios bienes, que recibió como don y que aprecia;
– vivir en plenitud la propia vida: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4)
¿Por qué la persona tiene necesidad del anuncio de Cristo?
Porque Cristo:
– libera al hombre del pecado y lo convierte en Hijo de Dios;
– revela al hombre su propia, integral y original identidad;
– tiene una extraordinaria fuerza atracción y de convencimiento también para el hombre de hoy.
Por eso, es necesario anunciar a todos, de modo sereno y positivo, la Verdad cristiana en su integridad, armonia, y también en su belleza, que tanto fascina al hombre de hoy. De este modo será posible para la persona humana conocer y acoger aquel ‘splendor veritatis’ (esplendor de la verdad) que es Cristo mismo.
EL CRISTIANO, todo cristiano en cuanto tal, tiene el derecho y el deber de anunciar a Jesucristo.
¿Cuál es el fundamento de este derecho/deber?
Este derecho/deber:
– Tiene su fundamento en la libertad religiosa, derecho natural de cada hombre;
– Es una exigencia profunda de la vida de Dios en él. Esta necesidad de anunciar a todos el Evangelio, nace en el cristiano de la exigencia de compartir con los demás, todo aquello que de original, específico y único, él recibió de parte de Dios, es decir, la fe.
– Se funda en el mandato de Cristo: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda creatura; el que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”. (Mc 16,15-16).
– El anuncio de Cristo es indispensable para que los demás puedan conocer y acoger a Cristo para obtener la salvación. Para creer en Él, es necesario sentir hablar de Él, necesita uno que, después de haberlo conocido, lo anuncie a los demás. En efecto: “¿Cómo invocarán a aquel a quien no han creido? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?” (Rm 10,14).
LA IGLESIA, siempre y en todas partes, anunció a Cristo.
¿Por qué y en que modo?
– La Iglesia existe no para anunciarse a sí misma, ni para anunciar una nueva y extraña religión, sino para anunciar y comunicar a Cristo.
– El primer y principal empeño de la Iglesia en su tradición bimilenaria ha sido y es: La traditio evangelii (la transmisión del Evangelio).
– Es derecho y deber de la Iglesia, de toda la Iglesia, anunciar todo el Evangelio a todo el hombre y a todos los hombres, en el modo más fiel posible, evitando reduccionismos o ambigüedades, y reservando a este anuncio el primer lugar dentro de todas sus actividades y preocupaciones.
– Los mismos Apóstoles, al inicio de la vida de la Iglesia, dieron la prioridad al anuncio de Cristo: “No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espítitu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y la ministerio de la Palabra” (Hch 6, 2-4).
– Después de los Apóstoles, muchos otros hicieron propias las palabras de S. Pablo: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16). ¡Es una obligación y un honor la predicación del Evangelio!
– Toda actividad de la Iglesia (incluída la actividad asistencial, la defensa de los derechos humanos, la promoción de la paz, etc.) debe ser inseparable del empeño de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe. Esta norma de conducta ha sido válida durante toda la historia de la Iglesia y continuará siéndolo siempre. Son innumerables las iniciativas que surgieron a lo largo de la historia para difundir el Evangelio y caracterizan profundamente toda la vida del Pueblo de Dios: esas conducen al encuentro con Cristo.
– La acción evangelizadora de la Iglesia no puede venir nunca a menos, porque nunca faltará la presencia del Señor con la fuerza del Espíritu Santo, según su promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
– La Iglesia, anunciando a Cristo Verdad y salvación del hombre, va al enuentro de la necesidad de cuantos buscan sinceramente esta Verdad y salvación, estableciendo con ellos un diálogo motivado, finalizado y centrado en el amor a la Verdad.
– Cada uno es llamado a la santidad en la Iglesia. Ahora la santidad consiste en seguir las huellas de Jesús que vino a anunciar la salvación y confió tal misión de anunciador a cada cristiano y a toda la Iglesia.
LA SOCIEDAD ACTUAL tiene necesidad del anuncio del Evangelio
¿Cómo se manifiesta esta necesidad?
– El actual contexto cultural, caracterizado sea de un difuso relativismo como de un fácil pragmatismo, exige más que nunca el valiente anuncio de la Verdad que salva al hombre y a la sociedad;
– El orden ético social tiene necesidad de ser iluminado con el anuncio de Cristo. Y esto porque como afirmaba justamente el Papa Juan xxiii en la encíclica Mater et Magistra (n.193), “el orden ético religioso incide más que cualquier otro valor material sobre las direcciones y soluciones que se deben dar a los problemas de la vida individual y asociada, en el interno de la comunidad nacional y en las relaciones entre ellas”.
– El anuncio del Evangelio ayuda a comprender el patrimonio histórico-cultural de muchos pueblos y naciones. De hecho, los principios del Evangelio son parte constitutiva de tal patrimonio: la historia, la cultura, la civilización de muchas generaciones, a lo largo de los siglos, están impregnados de cristianismo e íntimamente enlazados al camino de la Iglesia. Lo testimonian no sólo las innumerables obras de arte, que embellecen diversos lugares del mundo, sino también las tradiciones, los usos, las costumbres, que caracterizan el pensar y el obrar de los diversos pueblos.
– El mundo de hoy, mientras facilita la comunicación, duda de la capacidad de la persona para conocer la verdad, o hasta niega la existencia de una única Verdad y sin embargo, al mismo tiempo, manifiesta en varios modos una necesidad de Absoluto, una sed insaciable de verdad y de certeza. El anuncio viene al encuentro de tales exigencias y está en grado de dar a ellas la plena satisfacción.
– El anuncio del Evangelio, afirma Juan Pablo ii en la encíclica Slavorum Apostoli (n.18), “no lleva al empobrecimiento o desaparición de todo lo que cada hombre, pueblo, nación y cultura reconocen y realizan en la historia como bien, verdad y belleza. Es más, el Evangelio induce a asimilar, desarrollar y vivir todos estos valores con magnanimidad y alegría, y a completarlos con la misteriosa y sublime luz de la Revelación”.
Por éstos y otros motivos, todavía es absolutamente necesario anunciar a Jesucristo que murió y resucitó por todos.
S.S. Francisco cumple 52 años de sacerdocio
El 13 de diciembre de 1969 Jorge Mario Bergoglio fue ordenado sacerdote.
Misericordia, sueño, sonrisa, gratitud: los 52 años de ordenación sacerdotal que el Papa Francisco celebra este 13 de diciembre tienen estos fundamentos que el propio Pontífice ha indicado en repetidas ocasiones a los sacerdotes como herramientas para vivir plenamente su ministerio. Su vocación nació a una edad temprana, cuando aún no tenía 17 años, durante la confesión con un sacerdote al que el futuro Pontífice ni siquiera conoce. Fue el 21 de septiembre de 1953, memoria litúrgica de San Mateo, el recaudador de impuestos convertido por Jesús, y en ese acto de penitencia el joven Jorge experimentó la misericordia de Dios. «Después de la confesión -dijo el propio Francisco el 18 de mayo de 2013 en la Vigilia de Pentecostés en la Plaza de San Pedro con los movimientos, nuevas comunidades, asociaciones y grupos de laicos- sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había oído una voz, una llamada: estaba convencido de que tenía que ser sacerdote». No es casualidad que su lema episcopal, y más tarde papal, fuera «Miserando atque eligendo» («Lo miró con misericordia y lo eligió»), un pasaje de una homilía de San Beda el Venerable que comenta el episodio evangélico de la vocación de San Mateo. Así, el 13 de diciembre de 1969, Jorge Mario Bergoglio fue ordenado sacerdote por el arzobispo Ramón José Castellano.
El apostolado «de la oreja» y el cuidado de las heridas
La llamada a la misericordia, que fue también el tema de un Jubileo especial que tuvo lugar entre 2015 y 2016, resuena a menudo en los discursos de Francisco y en sus exhortaciones a los sacerdotes: «El sacerdote es un hombre de misericordia y de compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos», dijo a los párrocos de Roma el 6 de marzo de 2014. «Quien se encuentra herido en su propia vida, de cualquier manera, puede encontrar en él atención y escucha (…) Hay muchas personas heridas por problemas materiales, por escándalos, incluso en la Iglesia. Los sacerdotes debemos estar allí, cerca de estas personas. Misericordia significa curar las heridas. Y es, sobre todo, en el confesionario donde los sacerdotes pueden dispensar la misericordia de Dios. Por eso, el Papa exhorta a los confesores a ejercer «el apostolado de la oreja», a no estar «con el látigo en la mano», sino a «recibir, escuchar y decir que Dios es bueno y que Dios perdona siempre, que Dios no se cansa de perdonar» (Ángelus, 14 de febrero de 2021).
Oración, Palabra, Pan: las 3 P de los sacerdotes
Arraigado en la oración y la caridad, nunca alejado de los fieles, nunca un mero funcionario, sino una persona despojada de sí misma y desprovista de «ideas preconstituidas», el sacerdote es «un hombre de Dios las 24 horas del día, no un hombre de lo sagrado cuando lleva vestiduras». El 15 de septiembre de 2018, en Palermo, durante un encuentro con clérigos, religiosos y seminaristas, el Papa destacó que para el presbítero «la liturgia debe ser vida, no quedarse en el ritual». Por eso es fundamental rezar a Aquel de quien hablamos, alimentarnos de la Palabra que predicamos, adorar el Pan que consagramos, y hacerlo cada día. Oración, Palabra, Pan; el Padre Pino Puglisi, conocido como «3P», nos ayuda a recordar estas tres «P» esenciales para cada sacerdote cada día, esenciales para todos los consagrados cada día: oración, Palabra, Pan».
Mirar más allá para reconocer a Dios
En palabras de Francisco, todo sacerdote debe ser también un soñador, como San José: «No un ‘soñador’ en el sentido de alguien con la cabeza en las nubes, alejado de la realidad -explicó a la Comunidad del Pontificio Colegio Belga, recibida en audiencia el 18 de marzo de 2021-, sino un hombre que sabe mirar más allá de lo que ve: con una mirada profética, capaz de reconocer el plan de Dios donde otros no ven nada, y tener así una meta hacia la cual abrirse. En la práctica, los sacerdotes deben «saber soñar con la comunidad que aman, sin limitarse a querer conservar lo que existe – ¡conservar y salvaguardar no son sinónimos! -en cambio, deben estar dispuestos a partir de la historia concreta de las personas para promover la conversión y la renovación en sentido misionero, y hacer crecer una comunidad en marcha, formada por discípulos guiados por el Espíritu e impulsados por el amor de Dios». Los sacerdotes no deben ser «superhombres con sueños de grandeza», sino «pastores con olor a oveja», capaces de soñar con «una Iglesia completamente al servicio» y con «un mundo más fraterno y solidario», abandonando la «autoafirmación» para poner a «Dios y a las personas» en el centro de la vida.
Transmitiendo esperanza a los corazones inquietos
«El sacerdote es un hombre que, a la luz del Evangelio, difunde el sabor de Dios a su alrededor y transmite esperanza a los corazones inquietos», añade Francisco. Una esperanza que va acompañada de una sonrisa, la que proviene de la alegría del Evangelio: sólo junto al Señor, de hecho, los sacerdotes pueden ser «apóstoles de la alegría cultivando la gratitud de estar al servicio de los hermanos y de la Iglesia». La alegría indicada por el Pontífice se contagia también gracias al sentido del humor: «Un sacerdote que no tiene sentido del humor no gusta, algo falla», dijo el 7 de junio de 2021, al reunirse con la comunidad del Internado de San Luis de los Franceses en Roma, «esos grandes sacerdotes que se ríen de los demás, de sí mismos y también de su propia sombra”. El sentido del humor-afirma – es una de las características de la santidad”, este “te eleva, te hace ver la temporalidad de la vida y tomar las cosas con el espíritu de un alma redimida. Es una actitud humana, pero es la más cercana a la gracia de Dios» (Entrevista con Tv2000 y RadioInBlu, noviembre 2016).
La poderosa arma de la gratitud
Por último, Francisco invita a menudo a los sacerdotes al ejercicio de la gratitud y el agradecimiento: «La gratitud es siempre «un arma poderosa», escribe en su Carta a los sacerdotes con motivo del 160º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars. «Sólo si somos capaces de contemplar y agradecer concretamente todos los gestos de amor, de generosidad, de solidaridad y de confianza, así como el perdón, la paciencia, la indulgencia y la compasión con que hemos sido tratados, permitiremos que el Espíritu nos dé ese aire fresco capaz de renovar, y no de remendar, nuestra vida y nuestra misión», manteniendo encendida «la llama de la esperanza».
Muñecas de Carne y Hueso
¿Qué os parecen este tipo de casos y que parte de culpa tiene la sociedad en ello?
Hay gente cuya obsesión por el físico va un paso más allá
Que hay gente obsesionada con la cirugía todos lo sabemos, pero que su obsesión sea el parecer salidos de una película de dibujos o parecerse a la muñeca más famosa del mundo es ya «too much».
El caso más reciente es el de Penny Brown, una chica de 25 años cuya mayor obsesión es parecerse a Jessica Rabbit, la dibujada protagonista de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Para conseguirlo se ha operado el pecho en dos ocasiones y ha disminuido el tamaño de su cintura ¡de 96 a 56 centímetros! Esto lo hace usando un corsé opresor de acero 23 horas al día que constriñe los órganos. A pesar de las consecuencias orgánicas que esto puede suponerle, la joven admite no preocuparse por ello.
Nosotros no entendemos como alguien puede poner su salud en peligro para parecerse a un personaje de ficción, pero no es la única. Desde Ucrania nos llega otra joven, más conocida por todos, Valeria Lukyanova, que con 28 años quiere parecerse a la famosa muñeca Barbie. Para ello se ha sometido a innumerables cirugías, reduciendo su cintura, aumentando sus senos y cambiando su cara prácticamente en su totalidad.
Lo peor de este caso es que Valeria afirma haberse pasado al respiracionismo, o lo que es lo mismo, ha dejado de consumir comida y agua. La rubia dice alimentarse sólo de luz y aire. No nos gusta meternos con nadie pero, ¿ha pensado esta chica ir a otra clase de médico que no sea un cirujano plástico? Y, sobre todo, ¿no sabe que Barbie siempre ha cocinado?
Por supuesto, en Japón no podían ser menos y la última moda entre las adolescentes es hacerse pasar por las llamadas «living dolls». Maquillar su rostro en tonos pastel y destacar lo dulce y aniñado de sus rasgos para parecer muñecas vivientes.
A través de sus canales de YouTube, este grupo de chicas comparten con todos su obsesión por ese físico con aire a plástico. Está claro que estas niñas han bebido desde bien pequeñas la cultura del manga y el anime, así como ese gusto por el cosplay, por lo que podemos llegar a entender un poco más que se transformen en seres de ficción.
Lo que más nos asusta es que, a pesar de no haber cirugía de por medio, estas chicas no actúan de manera natural una vez entran en su personaje, gesticulando de manera infantil e inanimada. Que sea una moda y pase de largo a la vez que cambian de color de pelo nos parece bien, pero deben tener cuidado porque este tipo de obsesiones puede derivar en un graves trastorno de personalidad.
¿Qué os parecen este tipo de casos y que parte de culpa tiene la sociedad en ello?
¡Abrimos debate!
Vivir el Adviento
El auténtico Adviento procede del interior del corazón creyente del hombre y, sobre todo, de la hondura del amor de Dios
Vivir el Adviento no es tan fácil. Para muchos apenas adquiere relevancia, ni la palabra en sí y mucho menos su contenido.
Apenas una suma pequeña de domingos que nos conduce a la Navidad.
Es necesario reivindicar el sentido pleno del Adviento como actitud cristiana fundamental: esperar a Dios y esperarlo en Jesús; creer en su venida progresiva, misteriosa pero real, a nosotros, al mundo. El Adviento es ese tiempo concreto que rompe nuestra inconcreción y nuestra monotonìa para ponernos en camino de conversión, para centrar nuestra vida no en una irrealidad, sino en la realidad maravillosa de Jesús que se acerca a la vida de los hombres como nuestro Salvador.
Cada día esperábamos, a veces hasta acomodados en un sueño profundo; oíamos voces, ecos; alguien que viene, que vendrá…
También nos habíamos cansado de esperar… casi siempre todos los días eran lo mismo, subía el egoísmo de los hombres y el panorama era un puro desierto de soledad. Cada día era una continua espera desde los solitarios valores de los hombres. Parecía que el cielo estaba más lejos de nosotros. Nuestra espera se había convertido en una actitud inútil. Aunque las fiestas de la Iglesia recuerdan algo pasado, son también presente, realización viva, pues lo que ha ocurrido una vez en la historia, debe volver a ocurrir una y otra vez en la vida de los creyentes. Cada uno de nosotros debe vivir la expectación, la llegada del Señor desde su propia realización y su propia lucha para obtener con ello la Salvación. ¿Qué es eso de esperar a Alguien que viene de otra parte? ¿Qué hay más importante que encontrar en mi vida al Amigo? Un amigo es algo grande y precioso. Pero, ¿me lo puedo hacer yo mismo? Ciertamente, no. Puedo estar vigilante y receptivo, para notar cuando se me acerca una persona que puede ser importante para mí; pero tiene que venir. Venir, desde ese ámbito, inabarcable con la vista, que es la vida humana. En cualquier ocasión nos encontramos, entramos en conversación, y entonces se desarrolla esa cosa fecunda y hermosa que se llama amistad… Alguien que viene a nosotros desde la amplitud de los cielos, desde la inmensidad… hemos extendido las manos, hemos abierto las puertas… Alguien ha penetrado profundamente en nuestra vida.
Nuestra salvación descansa en una venida. Aquel que viene, no lo han podido inventar ni producir los hombres mismos; ha venido a ellos desde el misterio de la libertad de Dios. ¡Cuántas veces lo han intentado! En todos los pueblos y en todas las épocas surgen las figuras de salvadores y redentores que apenas pueden modificar la realidad humana. Por haber nacido del mundo, no pudieron llevar el mundo a la libertad; y por estar hechos de la materia de su tiempo desaparecieron.
El auténtico Redentor, Aquél a quien esperamos, ha procedido de la libertad de Dios: ha surgido en una pequeña nación, en una época que nadie podría demostrar que era la apropiada y en figura ante la cual nos invade el asombro: ¿por qué precisamente ésta? La decisión de la fe consiste en buena medida en prescindir de qué es lo correcto y apropiado, y recibir al que proviene de la libertad de Dios: «Bendito el que viene en el nombre del Señor».
Este es el comienzo de la Buena Nueva, de la Buena Noticia.
Estamos ya en el camino de la esperanza.
Esto nos dice el Adviento. Todos los años nos exhorta a considerar el prodigio de esta Venida. Pero nos recuerda también que su sentido sólo puede adquirir su plenitud si el Redentor no viene sólo para la humanidad en su conjunto, sino para cada uno de nosotros en particular: en sus alegrías y miserias, en sus convicciones, perplejidades y tentaciones, en todo lo que constituye su ser y su vida. Descubrir desde lo hondo de nuestras conciencias que Cristo es mi Redentor y viene a mi vida, es ponerse en el camino de Adviento. El auténtico Adviento procede del interior. Del interior del corazón creyente del hombre y, sobre todo, de la hondura del amor de Dios. Debemos preparar el camino a su Amor y descubrir formas nuevas que nos pongan en disposición de recibir «al Salvador de Dios». De nuevo volverá a tener vigencia y sentido este bello deseo y oración: «Ven, Señor Jesús».
San Valeriano murió por no querer dar los vasos sagrados al rey vándalo
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El obispo de Abbensa, en el norte de África, combatió el arrianismo hasta dar la vida por Dios
Uno de los mayores retos a los que se enfrentó el cristianismo del primer milenio fue el arrianismo.
Se trataba de una herejía que negaba la Santísima Trinidad. Para Arrio, el sacerdote egipcio que la inventó y propagó, Jesucristo no era Dios. Sólo era una criatura creada por Dios Padre.
El concilio de Nicea condenó esta herejía en el año 325, pero siguió difundiéndose por todo el Imperio Romano. San Valeriano fue una de sus víctimas.
Valeriano nació en el año 377. Fue sacerdote y posteriormente se convirtió en obispo de Abbensa, una ciudad de la provincia romana del África proconsular, un rico territorio que abarcaba la costa mediterránea de las actuales Túnez, Libia y Argelia.
En la zona reinaban los vándalos. Desde el Edicto de Caracalla, del año 212, eran considerados ciudadanos romanos. Ostentaba el poder el rey Genserico, que era arriano y perseguía el cristianismo.
Primero Genserico chocó con el obispo san Valeriano en el plano de las ideas, puesto que se empecinó en la herejía.
Al ver que no podía imponerse al santo, inició una campaña de desprestigio, que san Valeriano asumió como parte de su tarea pastoral.
Genserico no tuvo suficiente y confiscó bienes de la Iglesia. Además, ordenó al obispo que le entregara los vasos sagrados, a lo cual san Valeriano se negó.
El rey vándalo insistió hasta el punto de montar en cólera y ordenó expulsar de la ciudad al obispo, que ya tenía cerca de 90 años.
Genserico prohibió que se le diera alojamiento o alimento. Y así, el anciano san Valeriano estuvo a la intemperie hasta que falleció.
La fiesta de san Valeriano se celebra el 15 de diciembre.
Oración
Tú, Señor, que concediste a San Valeriano el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo, que vive y reina contigo.