Jacinta Mariscotti, Santa

Virgen, 30 de enero

Terciaria Franciscana

Martirologio Romano: En la ciudad de Viterbo, en el Lacio (hoy Italia), santa Jacinta Mariscotti, virgen, de la Tercera Orden Regular de San Francisco, la cual, después de perder quince años entregada a vanos deleites, abrazó con ardor la conversión y promovió confraternidades para consolar a los ancianos, fomentando el culto a la Eucaristía (1640).

Etimología; Jacinta = Aquella que es bella como la flor del jacinto, es de origen griego,

Fecha de canonización: 24 de mayo de 1807 por el Papa Pío VII.

Breve Biografía

Puede ser un ejemplo para las niñas-bien. Bueno, es un ejemplo para todos, pero dado que su vida pasó por unas situaciones peculiares de quienes proceden de buena cuna, tienen bienes materiales abundantes y hasta pueden predecir un futuro lleno de posibilidades que mucha gente llama ´idealesª…, pues por eso escribí lo que escribí. Sobre todo, cuando esas previsiones de futuro probables se convierten en sólo futuribles por las disposiciones de la Divina Providencia. Y si no, conozcamos algo de su vida.

Nació cerca de Viterbo, en Vignatello, en el año 1585 del matrimonio formado por Marcantonio Mariscotti y Octavia Orsini, condesa de Vignatallo. Top en la sociedad del tiempo. De sus hermanos hay algo que decir también. Ginebra, que se llamó luego Inocencia, vivió y murió santamente como Terciaria Franciscana de San Bernardino. Hortensia, joven virtuosa que casó con el marqués de Podio Catino, Paolo Capizucchi. Sforza se casó con Vittoria Ruspoli y heredó el título de la familia de los Mariscotti. Galeazo trabajó y murió en la Curia romana.

Se llamó Clarix como nombre bautismal. Sus padres quisieron darle la mejor educación y pensaron que el camino óptimo era ponerla junto a sor Inocencia, su hermana, para que creciera al calor de los buenos ejemplos y virtudes del monasterio. Su intención fue más buena que acertada. Todo lo de fuera le ilusiona, le atrae, le embelesa y encanta más que el aire religioso de dentro. Abandona el monasterio y como conoce su hermosura y la prosapia de su familia, se hace vanidosa, presumida y coqueta.

Más, cuando su hermana encontró su buen partido y, enamorada, contrajo matrimonio; ahora se vuelve tan ligera, mundana y extraviada que está a las puertas de su definitiva ruina espiritual.

El único camino viable es entrar de la peor gana en el monasterio; y, más por despecho que por vocación, toma el hábito de Terciaria franciscana con el nombre de Jacinta. Tiene veinte años.

Por diez años, que son bastantes, lleva en el convento una vida mundana. Su celda parece un bazar por los lujosos adornos; la piedad en ella es tibieza; la mortificación prescrita, un tedio; hasta recibe las amonestaciones con desprecio.
Pero con treinta años llega la hora de Dios y surge potente la casta noble y cristiana que lleva dentro. Una enfermedad grave la espabila del sueño. Una confesión general es el comienzo. Se suceden los actos de petición de perdón, de arrepentimiento, está horrorizada por el mal ejemplo… suenan las disciplinas en público, da besos en los pies de sus hermanas, obediencia rendida, aceptación de los sufrimientos. La conversa aparece en público alguna vez como animal, con la soga al cuello. Aunque claramente se tiene por la mujer más pecadora la nombran vicesuperiora y maestra de novicias pero ha de vencer su repugnancia a intentar educar a otras que son mejores. Ahora tiene su contento en la oración, es devota del Arcángel san Miguel, ama sin cansancio la contemplación de la Pasión de Jesucristo, la Misa le da lágrimas, las imágenes de la Virgen son su refugio. Le causan pena las almas que pasan por el extravío del pecado y por su recuperación para Dios funda dos cofradías: La Compagnia dei Sacconi para la atención material de los enfermos y ayudarlos a bien morir y La Congregación de los Oblatos de María para avivar la piedad, hacer obras de caridad y fomentar el apostolado de los seglares. Aquí ya quiso recompensar Dios a su sierva enamorada con dones extraordinarios como el de profecía, milagros, penetra los corazones, es instrumento de conversión y el éxtasis es frecuente en ella … Así hasta que murió el año 1640, cuando tenía cincuenta y cinco.

«El Espíritu está sobre mí»

Santo Evangelio según san Lucas 4, 21-30. Domingo IV del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Envía tu Espíritu sobre mí, para lanzarme con su fuego a la misión que me has confiado.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 4, 21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».

Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?». Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, mas que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, mas que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

“Médico, cúrate a ti mismo”. Me llamó mucho la atención cómo Jesús utiliza esta frase, que seguramente era un dicho de su tiempo, para expresar lo que su corazón percibía de frente a los ojos espectadores de aquella sinagoga. En efecto, los ojos del aquel día estaban fijos en el Señor, pues lo que veían no coincidía con lo que su mente prejuzgaba. Para ellos, Jesús era simplemente el hijo del carpintero, alguien que no podía ofrecer más que trabajo manual. Las historias contaban de prodigios, que no habían visto, pero lo que sí contemplaban era a Él hablando con plena autoridad. Alguien que hablase como él, sin duda que tendría el poder sobre las enfermedades y sobre los demonios. Efectivamente, tenía autoridad.

Tristemente, los habitantes de aquella región no se aventuraron a creer sin ver. Esta era una clara señal de que buscaban milagro y no al Señor.

A veces, el Señor guarda un poco de silencio para contestar nuestras plegarias, pero no porque sea malo o nos pruebe, sino para abrirnos los ojos y descubrir que el verdadero milagro es tenerlo entre nosotros, es saber que Dios ha tomado carne y ha entrado en nuestra vida.

«De la viuda, se dice dos veces que era pobre: dos veces. Y pasaba necesidad. Es como si el Señor hubiese querido destacar a los doctores de la ley: “Tenéis muchas riquezas de vanidad, de apariencia o incluso de soberbia. Esta es pobre…”. Pero en la Biblia el huérfano y la viuda son las figuras de los más marginados así como también los leprosos, y por ello hay muchos mandamientos para ayudar, para ocuparse de las viudas, de los huérfanos. Y Jesús mira a esta mujer sola, vestida con sencillez y que echa todo lo que tenía para vivir: dos moneditas. El pensamiento vuela también a otra viuda, la de Sarepta, que había recibido al profeta Elías y había dado todo lo que tenía antes de morir: un poco de harina y aceite».

(S.S. Francisco, Homilía del 24 de noviembre de 2014).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En un momento breve de oración, pediré al Señor que me haga ver y valorar el don de mi fe.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Médico de las almas y de los cuerpos

El sentido cristiano del sufrimiento humano

1.“Curó a muchos enfermos de diversos males”, anota, refiriéndose a Jesús, el evangelista San Marcos (cf Marcos 1, 34). Jesucristo se manifiesta así como médico de las almas y de los cuerpos (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1421). Las curaciones son signos de la llegada del reino de Dios; de un acontecimiento que comporta la salvación integral para el hombre entero.

La curación de las enfermedades anticipan una sanación más radical, que tiene lugar por la Pascua de Cristo. El Señor, que “tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades” (Mateo 8, 17), venció en la Cruz al mal y al pecado, triunfando sobre las consecuencias del pecado: sobre la enfermedad, sobre el sufrimiento, sobre la muerte. Todos estos aspectos sombríos de la condición humana han sido asumidos y redimidos por el Hijo de Dios hecho hombre.

Esta apropiación del sufrimiento por parte del Redentor permite contemplar la enfermedad con una mirada nueva, porque los caminos del dolor han sido ya explorados por el Hijo de Dios, que los ha convertido en caminos de vida. El sufrimiento, la enfermedad y el dolor tienen, desde la Cruz, un sentido, una razón de ser, una finalidad: son ocasión propicia para unirse a la pasión redentora del Salvador. Contemplando la Cruz, el hombre sabe que jamás sufre solo, ni muere solo; tiene la posibilidad de morir con Cristo para resucitar con Él, uniendo el propio padecer a la ofrenda del Señor que se entrega por la salvación del mundo. El sufrimiento se transforma así en amor; en un amor que vence al mal.

Juan Pablo II escribió en el año 1984, con el título Salvifici doloris, una carta apostólica sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano. El Papa dio testimonio, durante los años de su enfermedad, de la verdad de cuanto había escrito en ese texto. Realmente, la mejor encíclica de Juan Pablo II fue su propia vida; fue el modo de asumir su enfermedad y su muerte. Con su ejemplo puso de manifiesto que es posible “aceptar nuestro propio sufrimiento y unirlo al sufrimiento de Cristo. De este modo, ese sufrimiento se funde con el amor redentor y, en consecuencia, se transforma en una fuerza contra el mal en el mundo” (Benedicto XVI, “Discurso”, 22 de Diciembre de 2005).

2. A pesar de los progresos de la medicina, la enfermedad – física o psíquica – , el dolor y el sufrimiento acompañan al hombre.

Son, además de herencia del pecado, muestras de nuestra caducidad y contingencia. En carne propia, o en la experiencia de personas cercanas, todos hemos podido saludar a estos compañeros de viaje. Como Job, cada uno de nosotros, en los momentos de angustia, podría quizá exclamar: “al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera…” (cf Job 7, 1-4.6-7).

Cristo nos da la esperanza de saber que la enfermedad y el sufrimiento no serán, como no lo fue la Cruz, lo definitivo. Cristo nos da la posibilidad de transformarlos en ofrenda de amor. Y Cristo nos pide que estemos al lado del que sufre, sabiendo que cada vez que nos acercamos a un enfermo, nos estamos acercando al mismo Señor. “Venid, benditos de mi Padre, porque estaba enfermo y me visitasteis” (cf Mateo 25, 36).

3. La Iglesia continúa, con la fuerza del Espíritu Santo, la obra de Jesucristo de curar y salvar. De modo particular a través de los sacramentos de curación; el sacramento de la Penitencia y el sacramento de la Unción de los Enfermos.

Debemos dejarnos curar por Cristo, como se dejó curar por Él la suegra de Simón y tantos otros enfermos. Debemos ansiar que, en la confesión personal, Cristo-Médico se incline sobre nuestra dolencia para restaurarnos y devolvernos a la comunión fraterna (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1484). Debemos valorar la Unción de los Enfermos como sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1511). No podemos olvidar las palabras del apóstol Santiago, que siguen teniendo plena vigencia:

“¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados” (Santiago 5, 14-15).

La pandemia no justifica faltas a la justicia y seguridad laboral

Santo Padre reflexionó sobre la importancia de la tradición, la preparación y el respeto de la persona y del medio ambiente en el ámbito laboral.

La tradición aunada a los conocimientos científicos y técnicos de una profesión tan antigua como la de los preparadores del cuero, le recordó al Papa Francisco, este mediodía, no solo la importancia de ese oficio en Argentina, su tierra natal, sino también su propio pasaje como estudiante de química en un instituto técnico. De hecho, estas reflexiones las compartió con un centenar de miembros de la Asociación Italiana de Químicos del Cuero que fueron recibidos en audiencia en la Sala Clementina del Palacio Apostólico del Vaticano. Al destacar la especificidad de esta profesión que une la tradición, la ciencia y la tecnología, el Pontífice quiso manifestar su cercanía y la de la Iglesia a los trabajadores en este momento de “crisis económica y social tan compleja”, causada en parte por la pandemia.

Crecer en solidaridad y calidad de trabajo

“Muchos trabajadores y trabajadoras y sus familias viven situaciones difíciles, agravadas por la pandemia. Pero la pandemia no puede ni debe convertirse en un pretexto para justificar omisiones en materia de justicia o seguridad. Por el contrario, la crisis puede enfocarse como una oportunidad para crecer juntos en solidaridad y en la calidad del trabajo”.

Tomando a San José como modelo, el Santo Padre les recordó que su ejemplo e intercesión les puede ayudar a “no ceder al desánimo, a utilizar creativamente sus talentos y su gran experiencia para avanzar”. En particular, Francisco se refirió a la importancia de unir la sabiduría y la experiencia de las viejas generaciones con el ímpetu de las nuevas. “Es muy importante reunir la sabiduría de los mayores y el entusiasmo de los jóvenes: me imagino a los jóvenes apasionados por un sector original como el suyo, y necesitan encontrar a los «veteranos» que tienen tanto que enseñar, y no sólo a nivel técnico, sino también a nivel humano”. Responsabilidad social y ecológica

Por último, el Papa quiso destacar en este encuentro, que tratándose de un sector donde se utilizan productos químicos es fundamental tener presente el impacto medioambiental de esta actividad, que, si bien está destinada a fabricar bolsos, zapatos y otros productos que forman parte de la cotidianidad, debe hacerse en el respeto de la casa común. En este sentido, el Santo Padre los exhortó a “dar su contribución específica en el cuidado de la casa común”, abordando con seriedad su propio trabajo, compartiendo los conocimientos y la experiencia, así como las actualizaciones jurídicas y técnicas que ayudan a crecer en responsabilidad social y ecológica.

¿De dónde sale la religión?

La religión nos conduce a la felicidad eterna.

El hombre es un ser inteligente, y por lo mismo, se plantea la explicación última de todas las cosas y el sentido de su vida.

En lo más profundo, se da cuenta de que él no es -ni puede ser- el máximo ser en perfección (¡no soy Dios!) y que él mismo no explica su existencia (mi propia existencia no puede explicarse a partir de mí mismo), ni su vida (lo que soy y cómo soy no se debe a mi decisión).

Experimenta también una fuerza irresistible hacia la felicidad, y comprueba que nada ni nadie la puede satisfacer en este mundo.

Todo esto lo hace un ser esencialmente religioso.

Busca alguien más grande, más pleno, más perfecto… y cuando lo encuentra lo reconoce como ser supremo: el único que puede darle la felicidad para la que se da cuenta ha sido creado, y que anhela con todo su ser. Y por eso mismo se abre al El.

Ahora bien, ¿es todo esto un mero invento destinado a saciar apetencias de grandeza y sueños de felicidad del hombre?

¿Es razonable ser creyente?

Comencemos planeándonos la alternativa de fondo: Dios o el azar, la lógica divina o la irracionalidad, la causalidad divina (una causa inteligente) o la casualidad arbitraria. Aquí radica todo.

Así lo explicaba Benedicto XVI en Ratisbona:
“Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.

Los cristianos decimos: «Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra», creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad.

Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta (cf. 1 Pe 3, 15), a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros.

Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta: ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros”. (Homilía en Ratisbona, 12.9.06).

Encontrar a Dios supone encontrar el origen de sí mismo; y, por tanto, la razón de la propia existencia.

¿Qué es una religión?

Toda religión es un modo concreto de llegar a Dios: un camino de acceso a la divinidad, al Creador del universo (y de nosotros mismos).

Todas ellas implican una concepción de Dios y del mundo, a la que siguen unos modos de relacionarse con ambos, de rendir culto (ritos de adoración) y de vivir (un moral).

Básicamente en esto consisten todas las religiones: hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo, islamismo, etc.

En general, se podría decir que hay dos modos de plantearse la religión:

1. Ascendente: el hombre busca caminos hacia su Creador: se esfuerza por llegar, se “estira” para alcanzar a Dios: conocerlo, agradarlo, honrarlo.

2. Descendente: Dios que se dirige al hombre y se revela, lo salva y le muestra el camino de salvación.

En el primer modo el hombre sigue el impulso interior que lo lleva a buscar a su Creador y su plenitud. Es elogiable y muestra una excelente intención. Pero por este camino podrá llegar tan lejos como sea capaz… lo que siempre será poco. El ascenso humano hacia Dios es claramente insuficiente para alcanzar a Dios de modo pleno. Por muy valioso que sea -y lo es-, su resultado no puede no ser una religión humana; es decir, hecha por hombres. Con muchos elementos verdaderos, algunos inventos de la imaginación humana, y también los inevitables errores reflejo de las limitaciones del hombre.

Una religión a la “medida del hombre” es una religión solamente humana.

En cuanto a su origen, resulta evidente que la religión verdadera sólo puede venir de lo alto: “de arriba”, de Dios. No puede ser creación del hombre: sólo si viene de Dios será divina.

La religión verdadera necesariamente tiene que ser superior a nosotros: nos supera precisamente porque es divina. Dios es más grande que el hombre. Su ser y su verdad no pueden no superarnos. Lo que viene de El, supera nuestras capacidades. Los conceptos humanos son “chicos” para contener la verdad divina y las palabra humanas son incapaces de expresarla.

De manera que una religión que venga de Dios necesariamente deberá incluir elementos que no entiendo plenamente porque superan mi capacidad de entender: es lo que llamamos misterios. Su aceptación requiere de la fe.
Este es un punto de partida claro: se necesita fe: ¡por definición! Mis razonamientos se quedan cortos ante lo divino. Acepto lo que Dios revela, no en base a planteamientos humanos, sino por su origen divino. Es bueno que sea así: si la religión cupiera en nuestra razón… sería demasiado pequeña.

Por tanto, no soy árbitro, no decido: acepto una realidad que viene de lo alto y que existe independientemente de mí. Una realidad grandiosa, que lejos de humillarme, me engrandece.

Una religión que no viene de Dios es una producción humana. Esto es obvio. En cambio si viene de Dios, es divina. Una religión que no sea divina ¡no sirve!

La religión divina no es una imposición, es un regalo. El mayor don posible: la llave de acceso a Dios.

Veámoslo con un ejemplo: un maestro en su colegio podría limitarse a mirar el trabajo de sus alumnos, su empeño para aprender a sumar, a escribir, etc. Si no mediara una enseñanza previa, por más notables que fueran los esfuerzos de los chicos, estaría muy claro que no llegarían a conseguir resultados satisfactorios. Quizás algunos más inteligentes se aproximaran un poco a la verdad, pero siempre de modo insuficiente: necesitarían mucho tiempo y esfuerzo para llegar a los conocimientos que tiene su maestro, que a su vez los recibió de sus propios maestros…. Todos necesitan -necesitamos- una guía. Y confiar en la enseñanza del maestro (máximamente cuando el “Maestro” es Dios mismo).

De manera que podríamos concluir que la religión divina no se “construye” según opiniones humanas. No la hacemos los hombres. La religión viene de lo alto. Y sólo puede venir de lo alto. Todas las religiones humanas son un esfuerzo muy meritorio, pero no pueden llegar muy lejos.

La realidad no se “decide” por mayoría. Ni la intramundana ni la divina. Las cuestiones de religión tampoco dependen de estadísticas sociológicas. No son meras opiniones personales: hacen referencia a la realidad sobrenatural: el Creador, el sentido de lo creado, al proyecto divino para el mundo y el hombre, la realización personal, el acceso a Dios, la vida después de la muerte, etc.

Además no todas las opiniones valen lo mismo: las hay verdaderas y falsas, más y menos fundadas, razonables o insostenibles. No es lo mismo torturar que dar de comer al hambriento, por más convencido que esté quien tortura de que así le hace un bien a la humanidad.

El relativismo no tiene sentido. No cierra por ningún lado. De hecho, no es posible “funcionar” en clave relativista en ningún ámbito de la vida concreta: ni para alimentarse, trabajar, tratar los seres queridos, hacer inversiones, usar una computadora, salir de viaje…

La cultura moderna circunscribe el relativismo (“todo es lo mismo”, “no hay opciones mejores o peores”, “todas las religiones conducen a Dios”, etc.) sólo al campo de las cuestiones más importantes de la existencia: las que hacen al sentido de su vida, la religión y la moral. Es una opción realmente no racional, que carece de sentido. Sólo tendría sentido si Dios no existiera y la religión fuera un cuento para niños.

Pero existe un mundo superior a nosotros. Puede ser difícil buscarlo, pero renunciar a su búsqueda no es sensato.

En medio de la tormenta, la sensatez

¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos aflige?,

Cómo no recordar las palabras tan sabias de Santa Teresa:

Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta.

Aunque no alcanzamos a comprender todas las cosas, y nuestro corazón se llena de dolor, dejamos que su infinita Providencia y Misericordia nos guíen.

Es sensato agradecer el bien de las personas que nos han acompañado en la vida y que nos han llevado a Dios.

San Pablo, en un momento de inspiración, aconsejó a los Corintios:

Y si no, hermanos, tengan en cuenta quienes han sido llamados, pues no hay entre ustedes muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Al contrario, Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha elegido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para aniquilar a quienes creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir ante Dios… (1 Cor 1,26-ss).

¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos aflige?, ¿cómo librarnos del remolino que nos quiere engullir, en sus falaces críticas, cavilaciones,conjeturas a medias? Todos opinan, todos dicen, todos ahora se convierten en expertos moralistas y jueces implacables. Es la hora de la sensatez, decir poco y hacer mucho por el bien de la humanidad y que cada uno nos preocupemos en ser coherentes con lo que somos y profesamos ser, maravillosa lección para aprender, no sea que el día de mañana, cuando nos toque a nosotros presentarnos frente el Sumo Juez, no quedemos bien parados. Hoy les invito a todos mis lectores a elevar a Dios nuestra oración pidiendo la sensatez. Creo que traerá paz y sosiego a nuestra alma:

SEÑOR, Ayúdame a decir la verdad, delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la felicidad;
Si me das fuerza, no me quites la razón;
Si me das éxito, no me quites la humildad;
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla.
No me dejes inculpar de traición a los demás, por no pensar como yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo, y a juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.
Más bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame a seguir amando a pesar del sufrimiento.
Enséñame a confiar a pesar de las decepciones.
Enséñame que perdonar es lo más importante del fuerte, y que la venganza es la señal primitiva del débil.
Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza.
Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso.
Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme.
Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar.
Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mí. Amén.

San Lesmes, el abad que servía a los peregrinos

Conoce la vida del patrón de la ciudad de Burgos, un monje benedictino de origen francés dedicado a los pobres y los enfermos

San Lesmes fue un monje benedictino de origen francés. Vivió aproximadamente entre el 1035 y el 1097. Su nombre en español medieval es Adelhem o Adelelme y en francés es Aleaume. Nació en Loudun (Poitou, Francia) en una familia rica. Pero ya de joven repartió su riqueza entre los pobres y emprendió un peregrinaje a Roma con ropas de siervo.Se hizo monje y llegó a ser abad del monasterio de Chaise-Dieu, en la región de Auvernia. La reina Constanza de Borgoña, esposa del rey Alfonso VI, lo llamó a Castilla para que sustituyera la liturgia mozárabe por la romana. Ya en Burgos, fundó el monasterio benedictino de san Juan Evangelista y allí atendía a los peregrinos del Camino de Santiago. Se dedicó especialmente a los pobres y enfermos.

Santo patrón

San Lesmes es patrón de la ciudad de Burgos.

Oración (de la Novena a san Lesmes)

Dios Todopoderoso y eterno, que llenaste de tu amor el corazón de san Lesmes Abad, escucha nuestra oración y danos tu amor. A ejemplo suyo, haznos descubrir y servir a Jesucristo, tu Hijo, en nuestros hermanos pobres y peregrinos.

Que en su escuela aprendamos a responder con generosidad a la vocación a la que nos llamas, a acoger sin prejuicios a los que se acercan a nosotros y a grabar a fuego en nuestra mente aquellas palabras: “Quien a vosotros os acoge, a mí me acoge”.

Por su intercesión, libra nuestras almas del odio, del egoísmo y la indiferencia. Haz que todos recordemos que somos peregrinos por este mundo y que un día seremos juzgados sobre el amor.

Danos, Señor Jesús, el Espíritu de silencio, oración y penitencia que llenó la vida de san Lesmes Abad.

Que en el diálogo íntimo contigo y en la participación en la mesa eucarística encontremos la fuerza para sostener y dar sentido a nuestras labores cotidianas.

Que así como san Lesmes repartió el pan a los pobres, también hoy compartamos con generosidad nuestros bienes con los necesitados.

Que el pan de la Eucaristía sacie a todo aquellos que le buscan con sincero corazón.

Oh Dios, que quieres la salvación de todos, regálanos los pastores, los sacerdotes, los religiosas y los laicos que tanto necesitamos. Que sean entre nosotros discípulos misioneros y los primeros testigos de tu amor. María, Virgen peregrina y Reina de la Paz, obtén para nuestro mundo, el amor y la paz. Así sea.

mando a pesar del sufrimiento.
Enséñame a confiar a pesar de las decepciones.
Enséñame que perdonar es lo más importante del fuerte, y que la venganza es la señal primitiva del débil.
Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza.
Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso.
Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme.
Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar.
Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mí. Amén.

«Jesús, como Elías y Eliseo, no fue enviado tan sólo a los judíos» San Lucas 4, 21-30

El Profeta

Meditación al Evangelio 30 de enero de 2022 (audio)

Cuando Jesús en la Sinagoga de Nazaret, tras leer la profecía de Isaías, explica que su misión es llevar Evangelio, Buena Nueva, y afirma que todo se cumple en Él, está anunciando que la liberación es para el género humano, para los pobres y humildes, para los encarcelados y ciegos. Sus vecinos de Nazaret primeramente se alegran, sin pensar mucho en tan grandioso anuncio, aunque quedan sorprendidos. Cuando descubren que está hablando de una salvación para todos los pueblos y que se atreve a poner comparaciones donde los protagonistas no son del pueblo de Israel, sino de pueblos paganos, despreciados por ellos, no pueden soportarlo. Niegan su misión, niegan su identidad y reniegan de la Buena Nueva que trae. No admiten que el hijo del carpintero sea el profeta. Y su insolencia es tanta que, incluso, pretenden agredirlo y llevarlo al despeñadero. Lo que había iniciado con tanta alegría y tantas promesas, ha terminado en decepción por la novedad del Evangelio y por la cerrazón de corazón y mente de los oyentes. Es muy fácil criticarlos y juzgarlos. Pero nosotros, siglos después, tampoco nos tomamos en serio esa capacidad de Jesús de Nazaret para librarnos de todo lo malo que tenemos dentro, de nuestros miedos, odios y codicias. Hay muchos en nuestro mundo, que también desconfían de Jesús y preferirían terminar con Él. Y ahí nos equivocamos gravemente. Jesús es nuestra liberación. Si le seguimos veremos su Verdad y esa Verdad nos hará libres para siempre.

¿Por qué no aceptarían a Jesús? ¿Porque era uno de ellos, muy parecido a todos, cercano y familiar? ¿Porque no ofrecía imperios materiales ni ostentaba títulos, armamentos y poder? Quizás hoy nos pase igual. La promesa de Jesús no va acorde con las ambiciones de un mundo que cada día se endurece; su mensaje desenmascara las intenciones y hace evidente la falsedad de una estructura sostenida en mentira que rompe la fraternidad y destruye los pueblos. Su mensaje de salvación es para todos, no admite exclusivismos ni discriminaciones. Nos lanza a formar un nuevo pueblo, una nueva familia, donde, a pesar de ser diferentes, todos tengamos los mismos derechos y privilegios, pues todos somos hijos de Dios. El dolor, la miseria, la opresión de muchos hijos, frente a la opulencia y el bienestar de unos cuantos, no caben en su proyecto. Su forma de hablar resulta entonces intolerante y lo mejor será desaparecerlo. Es el riesgo de hablar en nombre de Dios y de dejarse seducir por su palabra, es el riesgo de tomarse en serio el Evangelio.

El profeta verdadero asume estos riesgos, pero siempre encontrará oposiciones. Profeta es aquel que tiene que decir una palabra de parte de Dios. Todos somos profetas desde nuestro bautismo, cuando fuimos ungidos con el santo crisma para significar nuestra condición de sacerdotes, profetas y reyes, a imagen de Jesucristo. Como Jeremías, hemos sido consagrados desde el seno de nuestra madre, por puro designio de Dios. Como a Jeremías se nos exige: “ponte de pie y diles lo que yo te mando”. No, el Evangelio no es para vivirlo con medianías y temores: “No temas, no titubees delante de ellos”. El Evangelio es para vivirse a plena luz. El verdadero profeta saca la Palabra de Dios a la calle. La fe no se encierra en las sacristías y en los templos. En ellos se celebra, se comparte y se acrecienta, pero la fe y la Palabra de Dios se viven en la calle, en la familia, en el trabajo o en la escuela, en el pueblo o en el barrio. La fe es la sal que se derrama en la vida. La fe es la luz que ha de alumbrar donde hay oscuridad. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él. Y este “estar con Él” nos lleva a compartir sus sueños y a asumir las consecuencias. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. No habrá verdadera fe si no se manifiesta en el amor comprometido y serio hacia todos los hermanos.

San Pablo nos recuerda en este día: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y amor, estas tres. Pero la mayor de ellas es el amor”.  La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite al otro seguir su camino. San Pablo nos propone un amor gratuito y universal. ¿Qué es este amor que Pablo canta con tanta fuerza? No es un amor pasional, posesivo, egoísta, sino un amor lleno de ternura, que quiere el bien del otro. El amor para San Pablo es “ágape”: amar es darse, entregarse, olvidándose de sí mismo. La fuente del amor está en Dios Padre, que fue el primero en amar a la humanidad, que es el “Dios amigo de los hombres”. Por amor a Dios amamos también al hermano. El amor a los hermanos, e incluso a los enemigos, es la continuación necesaria del amor. Lo que debe distinguir al cristiano es el amor a todos, comenzando por el “próximo”, el que pasa junto a nosotros. Y ésta es precisamente la propuesta de Jesús, y ésta es su misión como profeta y la nuestra, si realmente queremos ser sus discípulos.

Hoy contemplemos a Jesús como profeta y asumamos también nosotros nuestra misión y compromiso. Que mirando la libertad y valentía con que actúa Jesús, cada discípulo hoy fortalezca su corazón para anunciar la Palabra y para ser consecuente con ella. ¿Creemos la Palabra de Jesús? ¿Cómo proclamamos y vivimos esta Palabra? ¿Qué significará ser profeta en nuestro tiempo? ¿De qué ambientes hemos expulsado a Jesús o en qué situaciones no queremos que Él intervenga?

Ángelus, Papa: «No rechazar los caminos de Dios, seamos humildes y dispuestos»

el Evangelio del día que narra cómo Jesús fue rechazado por la gente de su propio pueblo, en su primera predicación en Nazaret (Lc 4,21-30). En este contexto, el Pontífice invitó a los fieles a «no rechazar los caminos de Dios» y a acoger a Jesús con humildad y disposición, «sin cerrarnos a sus novedades, ni permanecer fijos en nuestras posiciones».

El domingo 30 de enero el Papa rezó la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del palacio apostólico del Vaticano. Ante la presencia de los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre el Evangelio hodierno que narra la primera predicación de Jesús en su propio pueblo, Nazaret (Lc 4,21-30).

El resultado es amargo -explicó Francisco- porque en lugar de recibir aprobación, Jesús encuentra incomprensión y hostilidad. Sus paisanos, más que una palabra de verdad, querían milagros, signos prodigiosos. El Señor no los realiza y ellos lo rechazan, porque dicen que ya lo conocen: es hijo de José (cf. v. 22).

Jesús conocía a su gente y contaba con el rechazo

Y es entonces cuando Jesús pronuncia una frase que se ha convertido en proverbio: «Ningún profeta es bien recibido en su propia tierra» (v. 24). 

Unas palabras que para el Santo Padre revelan que el fracaso para Jesús no fue del todo inesperado:

«Conocía a su gente, sabía el riesgo que corría, contaba con el rechazo».

Al respecto, el Papa puntualizó que uno podría preguntarse: «¿por qué, si prevé el fracaso, sigue yendo a su pueblo? ¿Por qué hacer el bien a personas que no están dispuestas a aceptarte?».

Dios no pone frenos a su amor

«Es una pregunta que nos hacemos a menudo y al mismo tiempo nos ayuda a entender mejor a Dios», argumentó el Obispo de Roma haciendo hincapié en que «ante nuestras cerrazones, Él no retrocede: no pone frenos a su amor».

Asimismo, Francisco subrayó que podemos ver un reflejo de este gesto de amor, en aquellos padres que son conscientes de la ingratitud de sus hijos, pero que igualmente no dejan de amarlos y hacerles el bien: «Dios es así, pero a un nivel mucho más alto. Y hoy también nos invita a creer en el bien, a no escatimar esfuerzos para hacer el bien», aseveró.

Sin embargo, volviendo al episodio de lo ocurrido en Nazaret, el Papa observó que allí encontramos algo más: la hostilidad hacia Jesús por parte de «los suyos», y este hecho nos invita a reflexionar: «Ellos no fueron acogedores… ¿Y nosotros lo somos?».

La viuda pobre y el enfermo de lepra

Para comprobar el modo en el que aceptamos a Jesús en nuestras vidas, el Pontífice analizó los modelos de acogida que propone Jesús hoy:

“Son dos extranjeros: una viuda de Sarepta de Sidón y Naamán, el sirio, enfermo de lepra. Ambos acogieron a los profetas: la primera a Elías, el segundo a Eliseo. Pero no fue una acogida fácil, sino que pasó por pruebas. La viuda acogió a Elías, a pesar de la hambruna y de que el profeta era perseguido (cf. 1 Reyes 17:7-16). Naamán, en cambio, a pesar de ser una persona de altísimo nivel, aceptó la petición del profeta Eliseo, que lo llevó a humillarse, a bañarse siete veces en un río (cf. 2 Re 5,1-14)”

No rechacemos los caminos de Dios

En este contexto, Francisco hizo hincapié en que, tanto la viuda, como Naamán, en definitiva, aceptaron a Jesús a través de la disposición y humildad: «La fe pasa por aquí: disposición y humildad. La viuda y Naamán no rechazaron los caminos de Dios y sus profetas; fueron dóciles, no rígidos y cerrados».

Igualmente, el Obispo de Roma indicó en su alocución que también Jesús recorre el camino de los profetas: se presenta como no nos lo esperamos: «No lo encuentra quien busca milagros, sensaciones nuevas, una fe hecha de poder y signos externos. Lo encuentra, en cambio, quien acepta sus caminos y sus desafíos, sin quejas, sin sospechas, sin críticas y sin caras largas».

En otras palabras -continuó el Papa- Jesús te pide que lo acojas en la realidad cotidiana que vives; en la Iglesia de hoy, tal como es; en los que están cerca de ti cada día; en la concreción de los necesitados. Ahí está Él, invitándonos a purificarnos en el río de la disposición, y en tantos y saludables baños de humildad.

Y nosotros… ¿somos acogedores con Jesús?

Finalmente, el Santo Padre invitó a todos a preguntarnos: «¿Nosotros, somos acogedores, o nos parecemos a sus compatriotas, que creían saberlo todo sobre Él?».

«Quizás, después de tantos años como creyentes, pensamos que conocemos bien al Señor, con nuestras propias ideas y juicios», afirmó Francisco, poniendo en guardia sobre el riesgo de que actuando así, «nos acostumbremos a Jesús, nos cerremos a sus novedades, fijos en nuestras posiciones».

«En cambio, el Señor pide una mente abierta y un corazón sencillo», concluyó el Papa pidiendo a la Virgen María, «modelo de humildad y disposición, que nos muestre el camino para acoger a Jesús».

Papa Francisco

Jesús sabe que sus paisanos le rechazarán… ¡pero no deja de invitarles!, señala el Papa Francisco

El Papa Francisco saluda en el Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico

30 enero 2022

Dios no retrocede, no deja de ofrecer su amor, incluso en ambientes y contextos hostiles. Esa enseñanza ha querido dar el Papa Francisco al comentar este domingo 30 de enero el fragmento del Evangelio dominical, cuando Jesús acude a predicar a su pueblo, Nazaret, donde no es bien acogido (Lc 4,21-30).

Ante fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, el Pontífice comentó ese evangelio desde la ventana del Palacio Apostólico con ocasión del habitual rezo del Ángelus.

Sus paisanos, señala el Papa Francisco, más que una palabra de verdad, querían milagros, signos prodigiosos. El Señor no los realiza en esta ocasión y ellos lo rechazan, porque dicen que ya lo conocen (versículo 22).

La frase que se convirtió en refrán

Jesús pronuncia entonces una frase que se ha convertido en un refrán popular: «Ningún profeta es bien recibido en su propia tierra» (v. 24).

Según el Papa, con este refrán Jesús indica que ya sospechaba que probablemente sería rechazado en su pueblo. «Conocía a su gente, sabía el riesgo que corría, contaba con el rechazo», dice el Papa.

«¿Por qué, si prevé el fracaso, sigue yendo a su pueblo? ¿Por qué hacer el bien a personas que no están dispuestas a aceptarte?», plantea después el Pontífice.

«Es una pregunta que nos hacemos a menudo y al mismo tiempo nos ayuda a entender mejor a Dios», argumentó el Obispo de Roma haciendo hincapié en que «ante nuestras cerrazones, Él no retrocede: no pone frenos a su amor».

También los padres aman a hijos ingratos

Francisco subrayó que podemos ver un reflejo de este gesto de amor, en aquellos padres que son conscientes de la ingratitud de sus hijos, pero que igualmente no dejan de amarlos y hacerles el bien: «Dios es así, pero a un nivel mucho más alto. Y hoy también nos invita a creer en el bien, a no escatimar esfuerzos para hacer el bien», aseveró.

Volviendo al episodio de lo ocurrido en Nazaret, Francisco señala que los paisanos de Jesús «no fueron acogedores»… ·¿Y nosotros lo somos?», plantea el Papa.

Después analiza el caso de dos personajes bíblicos que sí acudieron a Dios, dispuestos a acogerle aunque Dios propusiera cosas desconcertantes.

“Son dos extranjeros: una viuda de Sarepta de Sidón y Naamán, el sirio, enfermo de lepra. Ambos acogieron a los profetas: la primera a Elías, el segundo a Eliseo. Pero no fue una acogida fácil, sino que pasó por pruebas. La viuda acogió a Elías, a pesar de la hambruna y de que el profeta era perseguido (cf. 1 Reyes 17:7-16). Naamán, en cambio, a pesar de ser una persona de altísimo nivel, aceptó la petición del profeta Eliseo, que lo llevó a humillarse, a bañarse siete veces en un río (cf. 2 Re 5,1-14)”

En este contexto, Francisco hizo hincapié en que, tanto la viuda, como Naamán, en definitiva, aceptaron a Jesús a través de la disposición y humildad: «La fe pasa por aquí: disposición y humildad. La viuda y Naamán no rechazaron los caminos de Dios y sus profetas; fueron dóciles, no rígidos y cerrados».

Dios, Jesús y los profetas, pueden resultar inesperados

El Papa considera que Jesús recorre el camino de los profetas: se presenta como no nos lo esperamos. «No lo encuentra quien busca milagros, sensaciones nuevas, una fe hecha de poder y signos externos. Lo encuentra, en cambio, quien acepta sus caminos y sus desafíos, sin quejas, sin sospechas, sin críticas y sin caras largas».

En otras palabras -continuó el Papa- Jesús te pide que lo acojas en la realidad cotidiana que vives; en la Iglesia de hoy, tal como es; en los que están cerca de ti cada día; en la concreción de los necesitados. Ahí está Él, invitándonos a purificarnos en el río de la disposición, y en tantos y saludables baños de humildad.

Finalmente, el Santo Padre invitó a todos a preguntarnos: «¿Nosotros, somos acogedores, o nos parecemos a sus compatriotas, que creían saberlo todo sobre Él?».

«Quizás, después de tantos años como creyentes, pensamos que conocemos bien al Señor, con nuestras propias ideas y juicios», afirmó Francisco, poniendo en guardia sobre el riesgo de que actuando así, «nos acostumbremos a Jesús, nos cerremos a sus novedades, fijos en nuestras posiciones».

«En cambio, el Señor pide una mente abierta y un corazón sencillo», concluyó el Papa pidiendo a la Virgen María, «modelo de humildad y disposición, que nos muestre el camino para acoger a Jesús».