Isaías 22:19-23 / Romanos 11:3-36 / Mateo 16:13-20

Estimados hermanos y hermanas:

La primera lectura de Isaías y el evangelio de hoy nos hablan de claves, símbolo de poder: a Eljaquim le eran dadas las claves del palacio de David, y en Simón Pedro las claves del Reino de los Cielos. Pensamos que esto estuvo escrito en una época que no era fácil de hacer copias de las claves, no había ni passwords ni claves biométricas. Así, el poseedor de la llave podía dejar las puertas bien cerradas o estar seguro de quedar abiertas, sin miedo a ningún hacker. Este hecho de dar las claves, de dar a una persona ese símbolo de poder, nos está hablando de la confianza que muestra lo que da esa clave. Nos habla de la confianza que Jesús tiene en Simón Pedro, en sus capacidades porque es capaz de ver que Jesús «es el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16:16)).

Confianza. Confianza de Dios que, si bien la da de forma eminente a Simón Pedro, de alguna manera, también se extiende al resto de los cristianos y cristianas porque por el bautismo, todos y todas hemos sido consagrados y hemos sido llamados a ser sacerdotes , reyes y profetas. Es decir, que todos los laicos y laicas participan del sacerdocio de Cristo, en su misión profética y real (1); son un “linaje escogido, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquel que le ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). “Los bautizados, en efecto, por la regeneración y la unción del Espíritu Santo, están consagrados a ser una habitación espiritual y un sacerdocio santo” (2).

Hace unas semanas, el Cardenal Cristóbal López, Arzobispo de Rabat, me envió una homilía suya de ordenación de cinco presbíteros y diáconos, y en ella decía: “No carecen sacerdotes; lo que falta es que todo cristiano sepa y tome conciencia de que él es sacerdote (también las mujeres). (…) Faltan sacerdotes que despierten el sacerdocio de los demás y les animen y enseñen a vivirlo y ejercerlo. El sacerdocio ministerial debe estar al servicio del sacerdocio común de los fieles. La ordenación de cinco (presbíteros y diáconos) debe servir para despertar el sacerdocio de 500, de 5.000 o de 50.000” (3).

Hermanos y hermanas, por el cristiano y por la cristiana, el vivir el sacerdocio común debe ser ofrecernos nosotros mismos como ofrenda a Dios, como dice san Pablo en la Carta a los Romanos: “ofreceros vosotros mismos como víctima viva , santa y agradable a Dios, éste debe ser su culto verdadero. No se amolde al mundo presente; déjese transformar y renueve su interior, para que pueda reconocer cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable a él y perfecto” (Romanos 12:1-2).

En este sentido, el otro día le preguntaba a una chica qué me dijera que es esto de vivir el sacerdocio común, y ésta fue su respuesta: el sacerdocio común es “Ser buena persona. Gustar a Dios intentando ser amables con todo el mundo. Que nuestra forma de ser y actuar muestre de forma transparente el Amor de Dios. Que después de hacer un favor a alguien no se queden con nuestra persona sino pensando: ¡qué bueno es Dios! Perdonando y siendo misericordiosos. Dejándonos acompañar porque somos frágiles como todo el mundo…”.

No olvide, hermanos y hermanas, que nosotros cristianos, contamos también con la confianza de Dios; y que confía en nosotros porque nos ama. Y nosotros debemos estar abiertos a Dios para que pueda hacernos ser conscientes, como un nuevo Simón Pedro, de que Jesús “es el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mateo 16:16). Dios confía en nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: confía, nos ama, tanto que nos ha hecho hijos e hijas suyos y ha dado la vida de su Hijo primogénito por nosotros. Y esta confianza pide una respuesta de nosotros: pide que nosotros también confiamos en Dios, que nosotros seamos conscientes de nuestra responsabilidad para vivir el sacerdocio común, para poder corresponder a su Amor con nuestro amor: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (cf. Mateo 22:36-40). Dios quiere ser correspondido en su cariño hacia la humanidad, y esto pide que este amor se exprese en hechos y no sólo en palabras bonitas: hechos de amor hacia Dios y hacia el prójimo. A esto hemos sido llamados por el bautismo: como hijos de Dios que somos, tenemos el deber de ser testigos ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo de la fe que hemos recibido de Dios por medio de la Iglesia (4). Confianza y responsabilidad.

Hermanos y hermanas, a pesar de nuestra pequeñez, a pesar de nuestras debilidades, a pesar de nuestras incoherencias, podemos hacernos nuestra la oración colecta con que orábamos justo antes de las lecturas de hoy: para que Dios nos conceda, a nosotros cristianos y cristianas, que amamos lo que Dios nos manda y deseamos lo que nos promete, para que en medio de las cosas inestables y las incertidumbres del mundo presente, nuestros corazones se mantengan firmes allí donde se encuentra la alegría verdadera (5), es en decir: que confiamos y amamos a Jesucristo, y que esta estimación rezume responsablemente en obras de amor hacia toda la humanidad.

Matthew 16:13-20

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?” Los discípulos respondieron: “Unos dicen que es Juan el Bautista, otros Elías, y otros, Jeremías o alguno de los profetas”. Pero todas esas respuestas —que reflejaban un consenso popular— tenían algo en común y es que estaban todas equivocadas.

Después de escuchar los resultados de esta encuesta de la opinión popular, Jesús se dirige a su círculo íntimo, los Doce Apóstoles, y pregunta: “¿Y ustedes, quién dicen que soy?” Solo Pedro habla: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Pedro habría dicho el Mashiach, “el ungido”, quien reuniría a las tribus, limpiaría el templo y derrotaría a los enemigos de Israel, pero luego agregó esta sorprendente frase: «el Hijo de Dios vivo”. Incluso en esta etapa relativamente temprana en el ministerio de Jesús, Pedro intuyó que Jesús era mucho más que un profeta o rabino o vidente, por significativo que fuera. Sabía que había algo cualitativamente diferente en su maestro. 

  • St. Augustine
  • Matthew 23:13-22

En el Evangelio de hoy, Jesús lanza un ataque a los escribas y fariseos. 

El Hijo enseña, sana, predica y perdona a quienes se sienten lejos de la misericordia de Dios. Él es la mano que el Padre extiende a los pecadores y a los que están perdidos. Y por la misma razón, Él es juez de un mundo pecador. Cuando aparece la luz del amor perdonador de Dios, las sombras del pecado se vuelven más profundas y obvias. Bajo Su luz no hay dónde esconderse. Y Jesús, la Palabra del Padre, brinda voz a este juicio: “Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas . . .”

El Hijo menciona todos aquellos poderes que se oponen a las intenciones creativas y amorosas del Padre. Habla con palabras de juicio sobre un mundo que se ha acomodado al pecado. Él “canaliza” los sentimientos del Padre hacia el mundo: un amor intenso y perdonador para aquellos que están perdidos, y un desprecio igualmente intenso hacia las estructuras de la oscuridad.

De estos, de sus maestros, de los doctores de la Ley, Jesús había dicho: “¡Ay de vosotros que recorréis cielo y mar para hacer un prosélito, y cuando ya lo es, los hacéis peor que antes! Lo hacéis hijo de la gehena”. Esto es más o menos lo que dice Jesús en el capítulo 23 de Mateo (cf. v.15). Esta gente que era “ideológica”, más que “dogmática”, era “ideológica”, había reducido la Ley, el dogma a una ideología y “se debe hacer esto, y esto, y esto” (…) una religión de prescripciones, y con esto quitaban la libertad del Espíritu. Y la gente que los seguía era gente rígida, gente que no se sentía a gusto, no conocían la alegría del Evangelio. La perfección del camino para seguir a Jesús era la rigidez: “Hay que hacer, esto, esto, esto…”. Esta gente, estos doctores “manipulaban” las conciencias de los fieles y, o los volvían rígidos o se marchaban. Por esta razón, me lo repito muchas veces y digo que la rigidez no es del buen Espíritu, porque pone en tela de juicio la gratuidad de la redención, la gratuidad de la resurrección de Cristo. (…) La justificación es gratis. La muerte y resurrección de Cristo es gratuita. No se paga, no se compra: ¡es un don! (Homilía Santa Marta, 15 mayo 2020)

Agustín, Santo

Memoria Litúrgica, 28 de agosto

Obispo de Hipona y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia, el cual, después de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por san Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe (430).

Etimológicamente: Agustín = Aquel que es venerado, es de origen latino.

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

Breve Biografía

San Agustín es doctor de la Iglesia, y el más grande de los Padres de la Iglesia, escribió muchos libros de gran valor para la Iglesia y el mundo.

Nació el 13 de noviembre del año 354, en el norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre era un hombre pagano de carácter violento.

Santa Mónica había enseñado a su hijo a orar y lo había instruido en la fe. San Agustín cayó gravemente enfermo y pidió que le dieran el Bautismo, pero luego se curó y no se llegó a bautizar. A los estudios se entregó apasionadamente pero, poco a poco, se dejó arrastrar por una vida desordenada.

A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo, al que llamaron Adeodato.
Estudió retórica y filosofía. Compartió la corriente del Maniqueísmo, la cual sostiene que el espíritu es el principio de todo bien y la materia, el principio de todo mal.

Diez años después, abandonó este pensamiento. En Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por San Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca de la Iglesia, de la fe, y de la imagen de Dios.

Santa Mónica trataba de convertirle a través de la oración. Lo había seguido a Milán y quería que se casara con la madre de Adeodato, pero ella decidió regresar a África y dejar al niño con su padre.

Agustín estaba convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía a convertirse.

Comprendía el valor de la castidad, pero se le hacía difícil practicarla, lo cual le dificultaba la total conversión al cristianismo. Él decía: “Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo”. Pero ese “pronto” no llegaba nunca.

Un amigo de Agustín fue a visitarlo y le contó la vida de San Antonio, la cual le impresionó mucho. Él comprendía que era tiempo de avanzar por el camino correcto. Se decía “¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por qué no hoy?”. Mientras repetía esto, oyó la voz de un niño de la casa vecina que cantaba: “toma y lee, toma y lee”. En ese momento, le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al escuchar la lectura de un pasaje del Evangelio. San Agustín interpretó las palabras del niño como una señal del Cielo. Dejó de llorar y se dirigió a donde estaba su amigo que tenía en sus manos el Evangelio. Decidieron convertirse y ambos fueron a contar a Santa Mónica lo sucedido, quien dio gracias a Dios. San Agustín tenía 33 años.

San Agustín se dedicó al estudio y a la oración. Hizo penitencia y se preparó para su Bautismo. Lo recibió junto con su amigo Alipio y con su hijo, Adeodato. Decía a Dios: “Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte”. Y, también: “Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera”. Su hijo tenía quince años cuando recibió el Bautismo y murió un tiempo después. Él, por su parte, se hizo monje, buscando alcanzar el ideal de la perfección cristiana.

Deseoso de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí vivió casi tres años sirviendo a Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Organizó la casa en la que vivía con una serie de reglas convirtiéndola en un monasterio en el que sólo se admitía en la Orden a los que aceptaban vivir bajo la Regla escrita por San Agustín. Esta Regla estaba basada en la sencillez de vida.

Fundó también una rama femenina.

Fue muy caritativo, ayudó mucho a los pobres. Llegó a fundir los vasos sagrados para rescatar a los cautivos. Decía que había que vestir a los necesitados de cada parroquia. Durante los 34 años que fue Obispo defendió con celo y eficacia la fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “Sobre la Ciudad de Dios”.

Los últimos años de la vida de San Agustín se vieron turbados por la guerra. El norte de África atravesó momentos difíciles, ya que los vándalos la invadieron destruyéndolo todo a su paso.

A los tres meses, San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya era el final de su vida. En esta época escribió: “Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él”.

Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.

Con él se lega a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la historia.
Murió el año 430.

¿Qué nos enseña su vida?

  • A pesar de ser pecadores, Dios nos quiere y busca nuestra conversión.
  • Aunque tengamos pecados muy graves, Dios nos perdona si nos arrepentimos de corazón.
  • El ejemplo y la oración de una madre dejan fruto en la vida de un hijo.
  • Ante su conflicto entre los intereses mundanos y los de Dios, prefirió finalmente los de Dios.
  • Vivir en comunidad, hacer oración y penitencia, nos acerca siempre a Dios.
  • A lograr una conversión profunda en nuestras vidas.
  • A morir en la paz de Dios, con la alegría de encontrarnos pronto con Él.
  • Si quieres conocer más de la vida de San Agustín consulta corazones.org
    Conoce el nuevo sitio Augustinus.it tiene el objetivo de difundir no sólo algunos aspectos de la figura poliédrica del santo sino toda su personalidad.Algunos motivos para leer una de las obras cumbre de San Agustín

Dios te ama

Santo Evangelio según san Mateo 23, 13-22. Lunes XXI del Tiempo Ordinario

Por: Rubén Tornero, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria(para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por este momento que me regalas para poder estar en tu presencia. Te suplico que me ayudes a creer en ti. Aumenta mi fe. Dame una fe viva, operante y luminosa capaz de transformar mi corazón y mi entorno. Aumenta mi confianza. Dame la gracia de esperar siempre en ti sin desfallecer, de modo que pueda tener la certeza de que todo lo que me pasa, aunque muchas veces no lo entienda, Tú lo permites para darme lo que más necesito en cada momento. Aumenta mi amor. Concédeme la gracia de experimentar tu eterno amor por mí y que este amor me mueva a hacer que los demás también te conozcan y te amen. Gracias, Jesús. Ayúdame a escuchar con el corazón lo que quieres decirme hoy.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 23,13-22

En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les cierran a los hombres el Reino de los cielos! Ni entran ustedes ni dejan pasar a los que quieren entrar. jAy de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para ganar un adepto y, cuando lo consiguen, o hacen toda vía más digno de condenación que ustedes mismos! ¡Ay de ustedes, guías ciegos, que enseñan que jurar por el templo no obliga, pero que jurar por el oro del templo, sí obliga! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo, que santifica al oro? También enseñan ustedes que jurar por el altar no obliga, pero que jurar por la ofrenda que está sobre él, sí obliga. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar, que santifica a la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el templo, jura por él y por aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy, Jesús, diriges palabras muy fuertes contra los fariseos. Los llamas hipócritas, ciegos e insensatos. Parecería que son los malos de la película, los villanos del evangelio; y sin embargo, son tus hijos… ¡Y los amas!

Me resulta difícil entender que amas a todos infinitamente, pero a cada uno de diverso modo. Mi amor es limitado. El escucharte denunciar a los fariseos, me parece más una iracunda sentencia de juez que un amoroso regaño de papá. Seguramente no les gustó el regaño, pero Tú sabías que lo necesitaban, al igual que la mamá del niño enfermo le da la medicina aunque a éste no le guste.

Lo mismo pasa con los fariseos: cuando los corriges, no quieres fastidiarlos, sino mostrarles que los amas tanto, que estás dispuesto a sacrificarlo todo con tal de salvarlos.
Y tantas veces haces conmigo lo mismo. Mandas situaciones que no entiendo, eventos que me hacen sufrir, y yo, en lugar de verlos como muestras de tu amor, como la medicina de la que sacarás un bien para mí, me quejo tanto y pierdo de vista el inmenso amor que me tienes.

Perdóname, Jesús. Te agradezco de corazón todo. Lo que me ha parecido bueno y lo que no. Confío en que todo lo has hecho por mi bien, aunque no siempre lo entienda. Dame la gracia de aceptar todo lo que Tú me quieras dar y de darme cuenta que nunca es tarde para amarte.

«Las disimulaciones son vergonzosas, siempre; son hipócritas, porque hay una hipocresía hacia los demás. A los doctores de la ley el Señor dice: “hipócritas”. Pero, hay otra hipocresía: afrontar a nosotros mismos, es decir cuando yo creo ser otra cosa distinta de lo que soy, creo que no necesito sanación, no necesito apoyo; creo que no estoy hecho de barro, que tengo un tesoro “mío”. Y esto es el camino, es el camino hacia la vanidad, la soberbia, la autorreferencialidad de los que no sintiéndose de barro, buscan la salvación, la plenitud de si mismos. No se debe olvidar nunca por ello, que es la potencia de Dios lo que nos salva».

(Homilía de S.S. Francisco, 16 de junio de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a aceptar de buena gana las pequeñas dificultades del día.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¡Feliz día de los Abuelos!

Nuestros abuelos: una rica herencia

No hay cariño más dulce y noble que el de los abuelos.

Los seres humanos somos muy dados a presumir a nuestros ancestros, algunos quizá de rancio abolengo, como dirían en las novelas “de sangre azul”, otros de sangre roja y de orígenes sencillos, pero, ciertamente, todos provenientes de una misma pareja: Adán y Eva.

Sin embargo, es costumbre destacar a aquellos que han realizado hazañas o hechos prominentes para la historia de la humanidad, por ello recordamos en las efemérides, ciertas fechas que han marcado los acontecimientos del mundo y a sus protagonistas. Algo que todos deberíamos presumir es tener a nuestros abuelos, o bien, haberlos tenido, pues son nuestras raíces, de ellos tenemos como herencia nuestros dones, talentos, habilidades y hasta virtudes, las que fueron transmitidas a nuestros padres y de ellos a nosotros. Dice la Sagrada Escritura: «Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu Dios temerás”, (Levítico 19,32), porque con la edad llega la sabiduría, la contemplación y la paciencia.

Pero también merma la salud y la fuerza. Es el orden natural de la vida. Pero dentro de las tantas ventajas que tiene envejecer, podemos destacar que se aprecia más la vida y lo que conlleva. Para los que fueron padres, los hijos ya han crecido, formado sus propias familias y ahora les toca disfrutar a los nietos. Por cierto, los niños que crecen con sus abuelos cerca tienen una enorme probabilidad de ser más felices, porque tienen amor al por mayor.

No hay cariño más dulce y noble que el de los abuelos. Hasta nuestro Señor Jesucristo los tuvo: San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María. Por eso, el 28 de agosto se ha convertido en una fecha importante, porque se reconoce la vida y labor de nuestros adultos mayores: nuestros abuelos.

Colmemos de afecto y atenciones a los abuelos, a los padres y adultos mayores en general, ellos son nuestro origen y honrarlos es nuestro camino seguro al cielo. ¡Feliz día a todos los abuelitos!

¿Se puede vivir sin creer? La respuesta de san Agustín

Creer es un acto del pensamiento natural y necesario, la puerta de entrada a la verdad

Muchos prejuicios contra la fe cristiana que hoy se repiten, son los mismos que hace mil seiscientos años refutaba san Agustín.

En pleno siglo IV, escribe dos textos sobre la fe, entre los años 390 y 399, “De la fe en lo que no se ve” (un sermón) y “De la utilidad del creer” (una carta a un amigo maniqueo), para demostrar el alto valor intelectual y humano del creer.

El acto de fe para el obispo de Hipona no es una decisión extraña a la vida normal y que solamente se encuentra frente a la aceptación de una revelación sobrenatural.

Creer para Agustín es un acto del pensamiento tan natural y necesario, que no es posible una vida humana sin fe.

Testimonio y razón

De hecho, gran parte de nuestras certezas y opiniones están fundadas en el testimonio de otro a quien hemos creído.

Y para Agustín, la razón es la condición primera de la posibilidad misma de la fe, porque el hombre como imagen de Dios es un pensamiento que se enriquece progresivamente de inteligencia, gracias al ejercicio de la razón.

Despreciar la razón sería despreciar a Dios y además la razón es la que hace posible que podamos creer. No hay oposición entre fe y razón.

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¿Cuántas cosas creemos sin haberlas visto?

Agustín se esfuerza por fundamentar la sensatez y la racionalidad del acto de fe.

Frente a los postulados maniqueos que quieren que se les demuestre todo y acusan de dogmatismo a los cristianos, el obispo de Hipona muestra la necesidad de la fe como elemento fundamental y básico de la vida humana, como una realidad indispensable para la convivencia social y el progreso en el conocimiento.

No quiero hablar del gran número de nuestros adversarios, los que nos reprenden porque creemos lo que no vemos, creen ellos también por el rumor público y por la historia, o referentes a los lugares donde nunca estuvieron.

Y no digan: No creemos porque no vimos. Pues si lo dicen, se ven obligados a confesar que no saben con certeza quiénes son sus padres.

Ya que, no conservando recuerdo alguno de aquel tiempo, creyeron sin vacilación a los que se lo afirmaron, aunque no se lo pudieran demostrar por tratarse de un hecho ya pasado.

De la fe en lo que no se ve, II, 4

En este sermón, Agustín afirma que es preciso creer en muchas cosas sin verlas. Y enumera una larga lista de ejemplos donde los que niegan la fe católica, sin embargo, creen en muchas cosas que no ven y que no pueden probar.

“¿Ves por ventura, con los ojos del alma lo que pasa en el alma de otro? Y, si no lo ves, ¿cómo corresponderás a los sentimientos amistosos, cuando no crees lo que no puedes ver?”.

I, 2

En el afecto de los amigos creemos sin poder demostrar su amor. El afecto mueve a creer en el afecto de los otros, donde no llega la vista ni el entendimiento.

De hecho, un amigo puede ocultar su mala intención y nosotros creemos en su fidelidad. En la amistad creemos antes de cualquier prueba. Vivir sería imposible sin fe. Sobre esta misma fe escribió:

Me hiciste pensar en el enorme número de cosas que yo creía sin haberlas visto ni haber estado presente cuando sucedieron. ¡Cuántas cosas admitía yo por pura fe en la palabra de otros sobre cosas que pasaron en la historia de los pueblos, o lo que se me decía, sobre lugares y ciudades, y cuántas creía por la palabra de los médicos, o de mis amigos, o de otros hombres! Si no creyéramos así, la vida se nos haría imposible.

Confesiones, VI, 5

Todo conocimiento exige confianza y aceptación previa de presupuestos desde donde situarse, sin por ello dejar de analizarlos para poder asumirlos con aceptación confiada.

La fe no consiste en aceptar cualquier cosa, sino aquello que resulta creíble. Y quien juzga la credibilidad es el ser humano, a través del uso de la razón y del análisis de la autoridad de quien da testimonio de aquello que se presenta para ser creído.

Dos medicinas: autoridad y razón

Agustín propone dos medicinas de la Providencia para el alma: la autoridad y la razón.

La autoridad exige fe y prepara al hombre para usar la razón. La razón guía el conocimiento y la intelección, aunque “la autoridad no está totalmente desprovista de razón, puesto que se debe examinar racionalmente a quien se debe creer” (De vera religione, XXIV, 45).

El interés de la fe cristiana por la historia, por la credibilidad de los hechos y por la autenticidad de los signos, por la confluencia de una serie de indicios y la garantía del testigo que trae el mensaje, son evidentes a lo largo de toda la historia de la teología cristiana.

Y Agustín presentará la larga lista de fuentes que son dignas de crédito ante un alma sin prejuicios y que busca la verdad. No alcanza solamente con la validez lógica de las afirmaciones.

Claro está que los motivos de credibilidad no son los motivos de la fe, pero los primeros aseguran la opción crítica que comporta una fe auténtica.

La importancia de la libertad

La fe es un peregrinar del pensamiento que siempre está en camino, es un movimiento constante de búsqueda de mayor comprensión.

Creer, por tanto, no significa entregarse ciegamente a lo irracional, ni es una especie de resignación de la razón frente a los límites del conocimiento.

Es siempre una opción racional y libre, sumamente positiva que no va en contra de la razón.

Agustín, en el desarrollo de su defensa de la fe católica, se apoya sobre los profundos deseos del alma humana, en la búsqueda de la verdad y la felicidad.

Entendía que toda actividad humana, como búsqueda de la felicidad, es un caminar hacia Dios.
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La fe, puerta a la verdad

La verdadera filosofía es búsqueda de la verdad, amor a la sabiduría en toda su magnitud, como deseo de llegar a la verdad para contemplarla.

La fe es para Agustín la puerta de entrada a la verdad y por ello el acto de fe está en la cumbre de toda actividad humana.

La razón prepara el camino para creer y la fe fortalece, purifica e ilumina la razón. En su visión de la fe, esta no se limita a un acto de asentimiento, sino que es búsqueda, penetración continua y racional del misterio.

La fe busca, pero el entendimiento encuentra.

La fe es así verdadero conocimiento, porque es empezar a ver, empezar a conocer, y al mismo tiempo es adhesión, porque es relación: “Te creo a ti”.

La fe es siempre necesaria para la vida en sociedad, para vivir humanamente. Agustín no ve posible que alguien pueda vivir sin creer.

Múltiples razones podrían aducirse para poner en claro que de la sociedad humana no quedaría nada firme si nos determináramos a no creer más que lo que podemos percibir por nosotros mismos.

De la utilidad del creer, XII, 26

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