Esta fiesta de Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero se corresponde, por supuesto, con esta historia famosa, cuyas versiones se narran en todos los Evangelios. Es el único milagro, ya que estamos, con excepción de la Resurrección, que se narra en los cuatro Evangelios. Debe haber causado una impresión descomunal sobre los primeros Cristianos, este hecho de que Jesús multiplicara los panes y los peces para alimentar a esta gran multitud. Lo que quiero hacer, teniendo presente esta fiesta maravillosa, es dar un vistazo a esta historia. Voy a mirar la versión más antigua en el Evangelio de Marcos, porque cada parte es digna de ser meditada. Escuchen cómo comienza: “Cuando Jesús desembarcó, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”. ¿Qué es lo primero que aprendemos aquí sobre Jesús? Su compasión. “Compatior”, sufrir con. No tenemos un Dios distante que permanece apartado del mundo. No. Un Dios con un corazón compasivo, que comprende nuestro dolor, nuestro sufrimiento, nuestra necesidad, nuestra hambre. Jesús que mira a la multitud y se compadece de ellos expresa el corazón de Dios que se exhibe a lo largo de la Biblia. Dios es un Dios de amor y compasión. Nunca sientan, incluso cuando atraviesen tiempos difíciles —y todos los atravesamos— podrían decir, “Bueno, Dios está ausente”. Dios nunca está ausente, sino que siempre está mirando a su pueblo con compasión. Y luego escuchamos, “se puso a enseñarles muchas cosas”.
Les advierto, esta historia breve —y esto es típico de la Biblia, a menudo se pintan íconos literarios, yo los llamo así, imágenes sagradas— esta es una imagen sagrada, en muchas maneras, de la Misa. ¿Cómo comienza la Misa? Con el sacerdote o el obispo actuando “in persona Christi”, como Cristo mismo, contemplando a su pueblo con compasión. Se establece este hermoso llamado y respuesta: Cristo llamando, su pueblo respondiendo. Y entonces la primera parte de la Misa es dominada por la Palabra. Jesús, a partir de la compasión, les enseña muchas cosas. En nuestro encuentro, el encuentro por excelencia, con Jesús, lo primero que experimentamos es que nos enseña muchas cosas. Escuchamos a su Palabra. Estamos hambrientos, físicamente, sí, pero hambrientos intelectualmente. Estamos hambrientos espiritualmente. Y el Señor que se compadece, por excelencia en la Misa, nos enseña. “Porque andaban como ovejas sin pastor”. Esa figura aparece a lo largo de la Biblia. Piensen en el profeta Ezequiel que se pronuncia sobre los malos pastores de Israel, los líderes malos y luego canaliza las palabras de Dios: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas”. Bueno, aquí está él. Aquí está él.
Jesús es ahora el Dios de Israel en persona, apacentando a su pueblo por compasión. Allí está la Biblia entera en cierto modo. Escuchen ahora cómo continua: “Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: ‘Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde’”. Bien, un lugar desierto. Es una descripción directa, podría decirse, pero cualquiera que escuche con oídos bíblicos, cuando escucha lugar desierto, ¿en qué piensa? Piensa en el desierto que separaba la esclavitud en Egipto de la Tierra Prometida. Piensa en los cuarenta años deambulando en el desierto, uno de los tiempos más dolorosos en la historia de Israel —liberados de la esclavitud, sí, pero cuarenta años deambulando por el desierto. ¿Y qué hace Dios durante aquel tiempo, sino mandar el maná del cielo? “Man hu” –ese es el término hebreo de “¿Qué es eso?”. Cuando llegó este misterioso pan del cielo, este alimento del cielo, el pueblo decía “¿Qué es eso?”. Precisamente cuando atravesamos tiempos desérticos, allí es cuando buscamos el maná. Es cuando Dios, a partir de amor compasivo, nos alimentará. Ese es entonces el lugar desierto. Tenemos que pensar en esto como un nuevo éxodo y una nueva alimentación con maná. Los discípulos dicen, “Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer”. Otra vez una descripción directa, podría decirse, pero léanlo ahora más espiritualmente. ¿Qué es lo que va mal en nosotros cuando intentamos alimentarnos a nosotros mismos, cuando intentamos satisfacer el hambre más profunda del corazón con nuestro propio esfuerzo? “Ey, vayan a comprar algo para comer. Sí, es todo nuestro esfuerzo. Si consigo suficiente riqueza, estaré satisfecho. Si obtengo suficiente honor, no tendré más hambre. Si obtengo suficiente éxito, o lo que sea, entonces no tendré hambre”. Esa es la actitud. “Bueno, sí, vayan y consigan algo para comer”. Nunca funciona. El alimento diminuto que podemos conseguir con nuestro esfuerzo nunca satisfará. ¿Cuál es la respuesta entonces? Bueno, escuchen ahora la historia. “Él” —Jesús— “respondió: ‘Denles de comer ustedes mismos’. Ellos le dijeron: ‘Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos’”. De acuerdo. “Denles algo de comer”, dice el Señor, y ellos dicen, “¿Con nuestros recursos? No podemos hacerlo”. Bueno, sí. Es cierto, es cierto. Pero observen la dinámica. Quiere que alimenten a la multitud. Quiere que contribuyan incluso con lo poco que tienen, dándoselo a él. Cuando le confían lo poco que tienen, entonces pueden alimentar a la multitud. Es un balance o tensión maravillosa en el corazón de la vida Cristiana. Por un lado, Jesús podría chasquear sus dedos y alimentar a todos. Simplemente Dios se haría cargo de ello. Pero vean, nos da el privilegio. Nos da esta prerrogativa maravillosa de cooperar con su gracia. “¿Qué es lo poco que tienen? Dénmelo y lo encontrarán multiplicado hasta alimentar a esta enorme multitud”. Piensen en la historia de la Iglesia, cuantas veces alguien dice, “Señor, ¿qué es lo que tengo? Pero voy a darte lo poco que tengo”, y luego lo encuentra multiplicado. Piensen en alguien como Francisco de Asís. “Francisco, reconstruye mi iglesia”. Y así este niño bobalicón da vueltas reconstruyendo esta Iglesia derrumbada. Le dio a Cristo lo poquito que tenía, pero Cristo lo multiplicó hasta alimentar el mundo. Piensen en la orden franciscana extendiéndose por todos los lugares y a través de las épocas hasta nuestro tiempo. Piensen en la Madre Teresa, esta monja pequeñita, y ella escucha la voz: “¿Deseas servirme en los más pobres de los pobres?”. Y entonces esta señora pequeñita, no tenía nada. No tenía dinero, nadie con ella. Ni tenía detrás ningún apoyo institucional. Nada. Pero lo poco que tenía —su energía y su amor y su mente y su dedicación— se lo dio a Cristo, y lo vio multiplicado hasta alimentar el mundo. Piensen en su orden, las Misioneras de la Caridad, se expanden por el espacio y el tiempo. Una y otra vez se cuenta la historia. “Denles de comer. Denme lo poquito que tengan, y si lo dan con el espíritu correcto, lo encontrarán multiplicado”. Y por supuesto, eso es lo que sucede: son los cinco panes y los dos pescados, pero son multiplicados hasta alimentar esta enorme multitud de cinco mil. Piensen aquí en algo más. Dice antes de la multiplicación, “Les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde”. Y diría, “de acuerdo, la hierba verde. Me imagino que había hierba alrededor”. Pero de nuevo, escuchen con oídos bíblicos. “El Señor es mi pastor; nada me faltará. Me hace descansar en verdes praderas”. Recuerden al comienzo, los miró como ovejas sin pastor. Allí está la compasión de Dios. “Yo mismo apacentaré a mi pueblo”. Bueno, aquí está haciendo esto. Los conduce a verdes praderas, a verdes pasturas, y les sirve allí un banquete. Recuerden les conté al comienzo de la historia, que es como la Misa. Jesús mira a su pueblo, se conmueve de compasión, y entonces les enseña. Allí está la Liturgia de la Palabra. ¿Qué es esto ahora? ¿Acaso no es esto la Liturgia de la Eucaristía? Miren el ofertorio. Católicos, ustedes lo saben. Un par de personas llevarán adelante al sacerdote un poco de vino, un poco de agua, unos trozos de pan. Es lo poquito que tenemos. Hay una colecta que se hace en ese momento. Eso no es superfluo. Es parte de ello, es que estamos dando a Cristo lo poquito que tenemos. Pero ese pequeño copón de pan, ese poquito de vino y agua, ¿qué les sucede? Son transubstanciados. Son elevados, sí, hasta alimentar el alma para la vida eterna. Ese poco de pan y vino satisfará el cuerpo por cinco minutos, pero transubstanciados, elevados en el Cuerpo y Sangre de Cristo, alimentan el alma para la vida eterna. Lo ven, aquí está la segunda parte de la Misa. El pueblo se sienta en pasturas verdes, el Señor ha multiplicado lo que le dieron, y comen a satisfacción. Es maravilloso, ¿cierto? Maravilloso. Y luego, escuchen: “Todos comieron hasta saciarse”. Allí está. “Ey, consíganse algo ustedes mismos”. Eso nunca los llenará. Créanme, nunca los llenará. Pero el alimento que da Cristo, su propio Cuerpo y Sangre, eso los satisfará. Comieron hasta saciarse. Y luego, “se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado”. Doce canastas. De nuevo, escúchenlo con oídos bíblicos. Doce. Las doce tribus. Los doce Apóstoles. Doce, un número incuestionable de culminación y perfección. El retorno de los exiliados. Los doce. Este alimento está destinado a alimentar a todo el mundo. Esa es la idea. Los doce Apóstoles salen hacia los confines del mundo. Esto no está destinado a solo estos cinco mil, sino a los miles de miles, millones de millones a lo largo de los siglos que serán alimentados por Cristo. Cuando se trata de nosotros, tendemos a aferrarnos a las cosas, y luego desaparecen. Perdemos lo poquito que pensamos que tenemos. Pero cuando se enganchan al poder divino, ¿Qué obtienen? Obtienen realización y luego superabundancia, una realización más allá de la realización. Sobraron doce canastas, sí, para alimentar al mundo entero. Así que, en la Fiesta de Corpus Christi, contemplen mentalmente al Cristo compasivo que los está mirando ahora mismo, tal vez estén perdidos, seguramente hambrientos. Les enseña y luego los alimenta. ¿Cómo? Bueno, si le dan lo poquito que tienen, somos invitados a agradecerle, el don de la Eucaristía. Porque nos da vida cada vez que hacemos el memorial del Señor y hace que Jesucristo resucitado siga presente en medio de nosotros en el sacramento eucarístico. Con una presencia no estática, sino dinámica que comunica su amor, que nos otorga dones espirituales, que nos invita a devolver amor por amor, que es prenda de la vida eterna que esperamos. Por eso la secuencia tradicional de esta solemnidad, escrita por santo Tomás de Aquino, invita a alabar al Salvador, aquél que nos guía y nos pasto, cantándole himnos y cánticos; haciendo que “la alabanza sea llena y sonora”, que sea gozoso y estallando el fervor de nuestros corazones”. Alabamos hoy, pues, con un agradecimiento sincero, Jesucristo que se da a sí mismo en la Eucaristía.
Somos invitados también a acoger el don eucarístico en nuestra vida. Para que nos vaya transformando, o, como dice la liturgia de hoy, para que ese sacramento venerable nos alimente espiritualmente, nos santifique (cf. prefacio II) y nos haga crecer en la filiación divina y en la identificación con Jesucristo, viviendo según su Evangelio. Además, el sacramento eucarístico crea unos vínculos entre unos y otros porque, participando del mismo pan y del mismo cáliz, el Señor nos une por su Espíritu Santo y hace de nosotros el cuerpo espiritual de Cristo. Por eso decimos que la Eucaristía es sacramento de unidad. Acoger, por tanto, el don eucarístico comporta también y necesariamente estar abierto a los demás, gastar nuestra vida a favor de ellos tal y como hizo Jesús dándose a la Eucaristía la cruz a favor de todos. No podemos acoger el cuerpo y la sangre eucarísticos de Cristo sin acoger el cuerpo, la persona, de los demás, particularmente de los que cerca de nosotros pasan algún tipo de necesidad material o espiritual., porque también son sacramento, presencia, de él. Celebrar el Corpus es, pues, abrirse a la solidaridad, amar y comprometerse a favor de los demás hallarán multiplicado hasta la satisfacción más profunda de sus almas.
¿Qué significa «comer la carne y beber la sangre» de Jesús? ¿es sólo una imagen, una forma de decir, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús mientras parte el pan para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en «signo» del Sacrificio que le espera. Este proceso tiene su culmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en su Cuerpo y en su Sangre. Es la Eucaristía, que Jesús nos deja con una finalidad precisa: que nosotros podamos convertirnos en una sola una cosa con Él. De hecho dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (v. 56). Ese «habitar»: Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro «sí», nuestra adhesión de fe. (…) La Eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos de ese «Pan de vida» significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor y convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que hizo Jesús. (Ángelus 16 de agosto de 2015)
John 6:51-58
Amigos, el pasaje del Evangelio de hoy es uno de los más chocantes del Nuevo Testamento. Aquellos que lo escucharon no sólo tuvieron rechazo intelectual, también lo encontraron visceralmente repugnante. Que un judío insinuara que deberían comer de su propia carne y beber su sangre era lo más nauseabundo y objecionable religiosamente que se podía escuchar.
Entonces, ¿qué es lo que Jesús está diciendo? ¿Es que suaviza Su retórica cuando escucha las reacciones de la gente? ¿Ofrece una interpretación simbólica o metafórica? ¿Se echa atrás? Todo lo contrario, sino que intensifica lo que acaba de decir: «Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben Su sangre, no tendrán Vida en ustedes». Los eruditos nos hacen observar que el verbo usado en griego es trogein, que indica el modo de comer de los animales.
Entonces, ¿cómo deberíamos entender esto? Si estamos con la gran tradición católica debemos honrar estas misteriosas y maravillosas palabras de Jesús. Y resistir todos los intentos de suavizar, justificar fuera de contexto o hacer que estas palabras sean más fáciles de aceptar. Afirmamos entonces, con todos nuestros corazones, la doctrina de la real presencia
Como trigo es triturado en pan
Santo Evangelio según san Juan 6, 51-58. Corpus Christi
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, vengo a tus pies para darte gracias por todo lo que has hecho en mi vida y por el amor tan grande que me has tenido. Sé que muchas veces no he sabido corresponder a tan gran misericordia y por eso, esta mañana, vengo a tus pies para ofrecerte todo lo que soy. Sé que jamás podré corresponder suficiente pero quiero darte todo lo que tengo y todo lo que soy. Pongo mi vida en tus manos para que hagas en mí lo que Tú quieras. Pídeme lo que quieras pues aquí estoy para hacer tu voluntad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar, es mi carne para que el mundo tenga vida”. Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come, vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del Cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Sin duda pocas veces hemos pensado en el pan o en el vino que se transforman en Eucaristía de una forma más sencilla.
Al ver la hostia o el vino pensamos directamente en el gran misterio que se realiza; pensamos en la fe que debemos tener para contemplar en ese trozo de pan al mismo Dios y Señor de todo lo creado. El misterio de la Eucaristía nos puede abrumar.
Hoy bajemos la mirada un poco y pensemos en la belleza y sencillez que tuvo Cristo al escoger el pan y el vino. ¿Qué pueden decirnos estos dos productos? En primer lugar, que el amor es sencillo. Cristo nos manifiesta su amor en la cotidianeidad de la vida concreta. El amor en una familia se manifiesta y crece en el calor familiar de una comida ordinaria o en lo pequeños gestos de cariño.
Otro elemento es que estos dos productos, para alegrar la mesa, tienen que pasar primero por su muerte. El trigo es triturado y las uvas aplastadas. Cristo, para manifestarnos su gran amor, se dejó triturar y aplastar como el trigo. El amor es servicio y donación, el amor pide sacrificio y renuncia. Pero el amor ve más allá y mira a una persona concreta. Cristo miró por quién se sacrificaba y no dudo en hacerlo. No dudo en pagar el precio que fuese necesario para que nosotros alcanzásemos la felicidad y la vida plena.
Un tercer elemento que podemos contemplar es la humildad. Cuando estamos a la mesa no nos preguntamos por el proceso que requiere el pan o el vino para que podamos tenerlos. Simplemente disfrutamos de ellos. Cristo quiere que disfrutemos del amor que Él nos ofrece. Quien se sabe amado no puede vivir triste, sino que debe llevar esa experiencia a los demás con su alegría. Quien ha descubierto la fuente de la vida no puede quedarse callado, sino que va y lo comparte con los demás.
«La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo ya no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy sabemos es un problema cada vez más grave. La fiesta del Corpus Domini inspire y alimente cada vez más a cada uno de nosotros el deseo y el compromiso por una sociedad acogedora y solidaria. Pongamos estos deseos en el corazón de la Virgen María, Mujer eucarística. Ella suscite en todos la alegría de participar en la Santa Misa, especialmente el domingo, y la valentía alegre de testimoniar la infinita caridad de Cristo».
(Ángelus de S.S. Francisco, 7 de junio de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a hacer un rato de adoración para contemplar y disfrutar del gran amor que me tiene Jesús. Además, voy a hacer un acto de caridad con algún familiar enfermo o que necesite de mi ayuda, porque el amor no se puede quedar encerrado sino que tiene que transmitirse.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Por qué la fiesta de Corpus Christi?
El Papa Benedicto XVI explica así la historia de esta fiesta, que remonta al siglo XIII
Por: S.S. Benedicto XVI | Fuente: PrimerosCristianos.com
La solemnidad del Corpus Christi tuvo origen en un contexto cultural e histórico determinado: nació con el objetivo de reafirmar abiertamente la fe del Pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía”.
Santa Juliana de Cornillón tuvo una visión que “presentaba la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente. El Señor le hizo comprender el significado de lo que se le había aparecido. La luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra; la línea opaca representaba, en cambio, la ausencia de una fiesta litúrgica(…) en la que los creyentes pudieran adorar la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento (…).
La buena causa de la fiesta del Corpus Christi conquistó también a Santiago Pantaleón de Troyes, que había conocido a la santa durante su ministerio de archidiácono en Lieja. Fue precisamente él quien, al convertirse en Papa con el nombre de Urbano IV, en 1264 quiso instituir la solemnidad del Corpus Christi como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés.
Hasta el fin del mundo
En la bula de institución, titulada Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264) el Papa Urbano alude con discreción también a las experiencias místicas de Juliana, avalando su autenticidad, y escribe: «Aunque cada día se celebra solemnemente la Eucaristía, consideramos justo que, al menos una vez al año, se haga memoria de ella con mayor honor y solemnidad. De hecho, las otras cosas de las que hacemos memoria las aferramos con el espíritu y con la mente, pero no obtenemos por esto su presencia real. En cambio, en esta conmemoración sacramental de Cristo, aunque bajo otra forma, Jesucristo está presente con nosotros en la propia sustancia. De hecho, cuando estaba a punto de subir al cielo dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)».
El Pontífice mismo quiso dar ejemplo, celebrando la solemnidad del Corpus Christi en Orvieto, ciudad en la que vivía entonces. Precisamente por orden suya, en la catedral de la ciudad se conservaba —y todavía se conserva— el célebre corporal con las huellas del milagro eucarístico acontecido el año anterior, en 1263, en Bolsena.
Un sacerdote, mientras consagraba el pan y el vino, fue asaltado por serias dudas sobre la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Milagrosamente algunas gotas de sangre comenzaron a brotar de la Hostia consagrada, confirmando de ese modo lo que nuestra fe profesa.
Textos que remueven
Urbano IV pidió a uno de los mayores teólogos de la historia, santo Tomás de Aquino —que en aquel tiempo acompañaba al Papa y se encontraba en Orvieto—, que compusiera los textos del oficio litúrgico de esta gran fiesta. Esos textos, que todavía hoy se siguen usando en la Iglesia (himno Adorote Devote), son obras maestras, en las cuales se funden teología y poesía. Son textos que hacen vibrar las cuerdas del corazón para expresar alabanza y gratitud al Santísimo Sacramento, mientras la inteligencia, adentrándose con estupor en el misterio, reconoce en la Eucaristía la presencia viva y verdadera de Jesús, de su sacrificio de amor que nos reconcilia con el Padre, y nos da la salvación.(…)
Una «primavera eucarística»
Quiero afirmar con alegría que la Iglesia vive hoyuna «primavera eucarística»: ¡Cuántas personas se detienen en silencio ante el Sagrario para entablar una conversación de amor con Jesús! Es consolador saber que no pocos grupos de jóvenes han redescubierto la belleza de orar en adoración delante del Santísimo Sacramento. Pienso, por ejemplo, en nuestra adoración eucarística en Hyde Park, en Londres. Pido para que esta «primavera eucarística» se extienda cada vez más en todas las parroquias, especialmente en Bélgica, la patria de santa Juliana. El venerable Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, constataba que «en muchos lugares (…) la adoración del Santísimo Sacramento tiene diariamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable desantidad. La participación fervorosa de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia del Señor, que cada año llena de gozo a quienes participan en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico» (n. 10).
Recordando a santa Juliana de Cornillón, renovemos también nosotros la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Como nos enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, «Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable.
Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y su divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino» (n. 282).
Queridos amigos, la fidelidad al encuentro con Cristo Eucarístico en la santa misa dominical es esencial para el camino de fe, pero también tratemos de ir con frecuencia a visitar al Señor presente en el Sagrario. Mirando en adoración la Hostia consagrada encontramos el don del amor de Dios, encontramos la pasión y la cruz de Jesús, al igual que su resurrección.
Fuente de alegría
Precisamente a través de nuestro mirar en adoración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como transforma el pan y el vino. Los santos siempre han encontrado fuerza, consolación y alegría en el encuentro eucarístico. Con las palabras del himno eucarístico Adoro te devote repitamos delante del Señor, presente en el Santísimo Sacramento: «Haz que crea cada vez más en ti, que en ti espere, que te ame». Gracias.
BENEDICTO XVI, Audiencia general, 17 de noviembre de 2010
Leer texto completo
Nardo del 11 de Junio
¡Oh Sagrado Corazón, desgarrado en el Huerto!
Meditación: Señor, estás solo…solo desde hace 20 siglos…solo hoy…solo en el Getsemaní…solo en Tu sufrimiento. Como en aquel tiempo, sentís frío, el frío del abandono, el frío del dolor, el frío de la falta de fe y amor. Frío y soledad en el Huerto…frío y soledad en el Sagrario. Los hombres de hace dos mil años y los hombres del mundo actual se olvidaron del Maestro, de que nos hiciste Tus amigos, y nos tomaste como hermanos. Tú, el mismo Dios, te hiciste pequeño. Tú, el Dueño, el Hombre Dios, has sido nuevamente olvidado por todos aquellos que decimos ser Tus testigos, que te seguimos, pero nos quedamos dormidos. ¡Somos tibios!. Nuevamente no oramos…como antaño…no te acompañamos ni reparamos las ofensas que a través del pecado desgarran Tu Sagrado Corazón. Por todo ello Señor, Mi Dios, perdón.
Jaculatoria:¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.
Florecilla: Adoremos al Señor en el Sagrario, meditando particularmente respecto de todo lo que El nos da, y también sobre nuestras faltas de caridad.
Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.
Corpus Christi: ¿Cómo surgió y cuál es su sentido?
Revelaciones a una mujer en Bélgica, un milagro eucarístico en Italia, la decisión de un Papa y una popular y profunda celebración universal
Haga click aquí para abrir el carrusel fotográfico
En la fiesta del Corpus Christi, millones de católicos dan testimonio de su fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía de un modo público, en las plazas y calles del mundo.
Este día remite también al Jueves Santo, en que se recuerda el histórico momento en que Jesús dio a sus apóstoles la gran misión de continuar celebrando la cena a través de los tiempos, con las palabras: «Haced esto en memoria mía«.
Al decir esto, Jesús apuntó a una realidad fuerte: cuando se celebra la Eucaristía, no se trata de un recuerdo o representación simbólica, sino de un acto.
Es decir que cuando el sacerdote invoca el Espíritu Santo y repite las palabras de Jesús en la última cena, el pan y el vino se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo.
Te puede interesar:
Cristo es la Eucaristía: ¿esto es real o simbólico?
En el discurso del pan de la vida, Jesús es muy claro al respecto, al afirmar en Jn 6,51: «Y el pan que yo daré es mi carne para la salvación del mundo«.
El milagro más grande
En cada misa sucede el mayor de los milagros, y la más importante de todas las apariciones.
El propio Jesús se hace presente para llenar con su gloria y poder el lugar donde se celebra la Eucaristía, como también a cada persona presente en este momento tan sagrado y sobrenatural.
Te puede interesar:
¿Quién realiza el milagro de convertir el pan en Cuerpo de Cristo?
La misa de Corpus Christi, con la procesión y bendición, es una oportunidad especial para avivar la fe en el amor de Dios.
Es Jesús en persona, que no queda encerrado en las paredes de una iglesia, sino que pasa en medio del pueblo, y santifica nuestras calles con su presencia.
Jesús vivo pasa cerca de ti, pon en acción el poder de la fe y con certeza experimentarás la bendición de Dios actuando en tu vida.
Origen de la fiesta del Corpus
Su origen está ligado a dos hechos del siglo XIII:
– Las revelaciones hechas a santa Juliana de Lieja, donde Jesucristo pedía una fiesta pública dedicada a la Eucaristía. En esta época era sacerdote, en esta diócesis belga, el futuro papa Urbano IV.
Te puede interesar:
Fue una mujer la que propuso la fiesta del Corpus Christi
– El milagro eucarístico de Bolsena (Italia), sucedido en 1263
El sacerdote Pedro de Praga hacía una peregrinación a Roma. En ese viaje, paró para pernoctar en la ciudad de Bolsena, no lejos de Roma, y se hospedó en la iglesia de Santa Catalina.
A la mañana siguiente, celebró una misa y pidió al Señor que apartara de su mente las dudas sobre Su presencia real en la Eucaristía. Era difícil para él creer que en el pan y en el vino estaba el Cuerpo de Cristo.
En el momento en que elevó la hostia, esta comenzó a sangrar (sangre viva). Él, asustado, envolvió la hostia y volvió a la sacristía para avisar de lo que estaba ocurriendo. La sangre manaba, llegando hasta el suelo, al que cayeron varias gotas.
Te puede interesar:
Orvieto: El milagro eucarístico que instituyó el Corpus Christi
Del milagro le informaron al papa Urbano IV, que estaba en Orvieto. Y este mandó a un obispo a Bolsena para verificar la veracidad del hecho.
El obispo vio que la hostia sangraba y que el suelo, el altar y el corporal estaban todos manchados de sangre. Inmediatamente organizó una procesión para llevar el corporal del milagro a la presencia del Papa.
El Papa decidió ir al encuentro de la procesión. Cuando el obispo mostró el corporal manchado de sangre, el papa se arrodilló y dijo: “Corpus Christi” (Cuerpo de Cristo)!”.
En 1264, el papa Urbano IV, extendió la fiesta a toda la Iglesia. Y pidió a santo Tomás de Aquino que preparase las lecturas y textos litúrgicos que, hasta hoy, son usados durante la celebración.