Isaías 55:1-11 / 1 Juan 5:1-9 / Marcos 1:7-11

Con esta fiesta del Bautismo del Señor se cierran las celebraciones litúrgicas navideñas y se inicia el período dicho de la vida pública de Jesús.

En la primera lectura que se nos ha proclamado, Isaías ponía en boca de Dios todo lo que el pueblo de Israel recibiría con la venida de su Mesías. Les decía que sería un tiempo de prosperidad y de bienestar para todos aquellos que buscaran al Señor. Él se dejaría encontrar y le sentirían muy cerca. Les predecía que como la lluvia y la nieve que caen del cielo fecundan la tierra y la hacen germinar, la palabra salida de los labios del Señor haría que se cumplieran en ellos todo lo que les había predicho.

El pueblo esperaba con ansia la venida de este Mesías de Dios, puesto que los acontecimientos políticos que los rodeaban les hacían cada vez más imposible la vida, especialmente en la gen sencilla y pobre del pueblo de Israel. De esta espera y de ese malestar surgieron varios movimientos mesiánicos que se presentaban como precursores de la definitiva venida del Mesías prometido por Dios y que debía liberarlos de la opresión insoportable de los poderosos.

Juan Bautista se presenta como uno de estos precursores de la venida del Mesías y predica un movimiento de conversión de costumbres con un bautismo de purificación para allanar los caminos por la venida definitiva del Mesías Salvador anunciado por todos los profetas.

La fama de Juan y de su predicación atraían a mucha gente del pueblo para hacerse bautizar con su bautismo de purificación en las aguas del río Jordán. Con todo, Juan dirá a la gente que él no es el Mesías esperado ya que detrás de él viene otro más poderoso, de quien no es digno ni de agacharse a desatarle la correa de su calzado. Les dirá también que él los bautiza sólo con agua, pero que el que viene detrás de ellos les bautizará con Espíritu Santo.

Jesús, después de vivir unos años una vida normal como la de cualquier hijo de su pueblo, atraído por la fama del Bautista, lo dejará todo, familia, pueblo y trabajo para ir junto al río Jordán a hacerse bautizar por Juan. Y al salir del agua, tal y como nos ha dicho san Lucas en el fragmento evangélico que se nos ha proclamado, Jesús vio que el cielo se rasgaba y que el Espíritu, en forma de paloma, se ponía sobre Él y que una voz desde el cielo estando le decía: «Eres mi Hijo, mi amado, en ti me he complacido».

El encuentro con Juan Bautista será para Jesús una experiencia existencial que le dará un giro completo a su vida. Después del bautismo, Jesús ya no vuelve a su pueblo de Nazaret ni se adhiere al movimiento del Bautista, se retira un tiempo en el desierto para prepararse para iniciar la misión que cree que le ha sido encomendada y que siente como único objetivo de su vida futura, la de anunciar a todo el mundo con voz insistente la Buena Nueva de Salvación de un Dios que es Amor y Padre y que quiere que todo el mundo se convierta y que se salve.

Esta experiencia de Jesús puede tener también por todos nosotros un significado existencial de purificación y cambio de vida. La fe es un itinerario personal que cada uno debe recorrer si quiere alcanzar esa gran misión que todos hemos recibido en el momento de nuestro bautismo: la de ser imitadores de Jesucristo y testigos del amor de Dios en medio del mundo en el que vivimos.

Hoy, en este nuestro mundo tan desastrado y con el azote de una pandemia, hay demasiada gente que sufre por falta de posibilidades económicas y por la explotación de quienes se creen ser los dueños de la humanidad y los posesores de la verdad. Urge que nosotros que queremos ser seguidores de Jesucristo procuramos llevar una brizna de esperanza que les ayude a cambiar de manera de hacer y actuar ante las necesidades de nuestro hermano. Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los gestos pequeños. Cierto que no nos sentimos llamados a ser ni héroes ni mártires, pero sí estamos invitados a vivir poniendo nuestra vida al servicio de los demás con pequeños gestos que les puedan dar un poco de esperanza. Aprender a estar atentos a aquel que necesita de una palabra de confort, de una mano tendida que le saque del pozo donde se siente sumergido, de una sonrisa acogedora a la que está solo y desamparada. En definitiva, a tratar de imitar a Jesucristo trayendo amor y esperanza a todos aquellos que nos rodean y tienen necesidades de sentirse amados y valorados por lo que realmente son, hijos de un mismo Padre que nos ama de tal modo que nos ha enviado a su propio Hijo para demostrarnos que lo que quiere es nuestro bienestar y que tengamos paz y alegría interior porque nos sabemos queridos con un amor infinito.

Deseo que la fiesta de hoy nos haga tomar más conciencia de lo que somos y de lo que deberíamos ser.

BAUTISMO DEL SEÑOR

Esta fiesta, con la cual se cierra el tiempo litúrgico de Navidad, es como un desdoblamiento de las fiesta del Domingo pasado: se continúa con el mismo tema de las grandes manifestaciones (Epifanías) del Señor…

BAUTISMO DEL SEÑOR

Esta fiesta, con la cual se cierra el tiempo litúrgico de Navidad, es como un desdoblamiento de las fiesta del Domingo pasado: se continúa con el mismo tema de las grandes manifestaciones (Epifanías) del Señor…

Hay una diferencia importante entre los dos bautismos:

el de Juan: con agua, exterior, signo de arrepentimiento para el perdón de los pecados.

el de JESÚS: con Espíritu Santo, renovación interior que nos hace «partícipes de la naturaleza divina”

«No soy digno ni siquiera de desatar la correa de su sandalia…» trabajo reservado al más inútil de los esclavos… Juan destaca la infinita distancia entre él y Jesús…

¿Porqué entonces Jesús se hace bautizar por Juan? [es una escena tan impresionante, que podría resultar incomprensible, y hasta escandalosa]…

Pero admitámoslo, y descubramos nuevamente él «modo» que Dios emplea para salvarnos: hoy se pone en la fila de los pecadores, y aunque no lo necesitaba, se somete también a un bautismo de penitencia… Se ha hecho semejante a nosotros en todo, y por eso no se avergüenza de colocarse en la fila de aquellos que se preparaban para la llegada del Reino de Dios… así como tampoco se avergonzó de nosotros cuando tomó sobre sí todos nuestros pecados, y subió a la Cruz como si fuese un delincuente…

+ Pero el bautismo que recibió Jesús fue muy «especial»: ciertos hechos nos indican que con Él comienza un nuevo bautismo:

v El cielo abierto (ya nunca más cerrado por los pecados, como hasta este momento) Es decir, comienza una nueva etapa de relación entre Dios y los hombres: el Cielo viene a nosotros, y nosotros vamos allá: viene con Cristo y el Espíritu Santo. Llega todo, porque Dios mismo viene, y Él será para nosotros y nos dará todo. Estamos frente al comienzo de una nueva humanidad, divinizada.
En la proposición que San Marcos hace en su Ev. el Padre no «presenta» a su Hijo (“Éste es mi Hijo amado”), sino que se dirige a Él (“Tú eres mi Hijo…”): Cristo nos representa a todos, que desde ese momento pasamos a ser hijos amados, complacencia del Padre… Cuando somos bautizados, esta vocación eterna se verifica efectivamente, verdaderamente: somos una nueva creación. Por lo tanto, nuestra dignidad, nuestra gloria, y nuestro compromiso pasa por VIVIR NUESTRO BAUTISMO…

«Éste es mi Hijo» (Evang.)… «Éste es el servidor sufriente» (Iª lect.)…
Sigamos a Cristo por la Cruz a la Luz.

Amén

Dios es mi Padre

Santo Evangelio según san Lucas 3, 15-16. 21-22. Domingo del Bautismo del Señor

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, que descubra a cada paso el amor con que te haces presente en mi vida.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 3, 15-16. 21-22

En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.

Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando Jesús le pide a Juan que lo bautice, éste inicialmente se sorprende. Jesús insiste, diciendo que conviene que por el momento se hagan las cosas de ese modo. Éste es el primer desafío para nosotros. Muchas veces queremos ser nosotros quienes le indiquemos el rumbo al Señor. Se nos olvida pedir aquello que nos lleva a nuestra salvación, en vez de aquello que creemos necesitar.

Sin embargo, Dios nos mira con misericordia y nos recuerda que Él tiene un plan diseñado a nuestra medida según su corazón. Vale la pena, pues, que le dejemos actuar. Después de todo, más que cuanto sucede en nuestras vidas, importa quiénes somos. Y somos hijos de Dios. Eso es precisamente lo que Cristo nos alcanzó al cargar nuestros pecados y clavarlos con Él en la cruz: la filiación divina.

En definitiva, la novedad del cristianismo es poder llamar a Dios ‘padre’. Por nuestro bautismo, se nos da un nombre que conlleva una misión; pero lo que es más, se nos da la vida de gracia, que no es otra cosa que la participación de la divinidad de ese Padre que nos ama. ¿Con cuánto celo, con cuánto esmero cuidamos ese tesoro que llevamos en vasijas de barro? Triste sería que nuestro bautismo fuera simplemente un recuerdo de una ceremonia social, por más bella que hubiese sido.

¡Hijos de Dios! ¡Si tan sólo comprendiéramos lo que implica tal distinción! Quizás entonces veríamos claro que nuestra relación con Dios no puede ser la de un mero súbdito, la de un conocido más. Cristo quiso bautizarse no porque fuera necesario purificarse. ¡Sólo eso faltaba! Él quiso hacerlo para compartir, en todo, nuestra humanidad. Si nosotros acogemos lo que Él nos da gratuitamente, también sobre nosotros podrá escucharse esa voz del cielo que dice: ‘Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto.’

«El bautismo, es decir, es un renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de que todos nosotros recordamos la fecha de nuestro nacimiento: seguro. Pero me pregunto yo, un poco dubitativo, y os pregunto a vosotros: ¿cada uno de vosotros recuerda cuál fue la fecha de su bautismo? Algunos dicen que sí, está bien. Pero es un sí un poco débil porque tal vez muchos no recuerdan esto—. Pero si nosotros festejamos el día del nacimiento, ¿cómo no festejar —al menos recordar— el día del renacimiento? Os daré una tarea para casa, una tarea hoy para hacer en casa. Aquellos de vosotros que no os acordéis de la fecha del bautismo, que pregunten a la madre, a los tíos, a los sobrinos, preguntad: “¿Tú sabes cuál es la fecha de mi bautismo?” y no la olvidéis nunca. Y ese día agradeced al Señor, porque es precisamente el día en el que Jesús entró en mí, el Espíritu Santo entró en mí».

(Audiencia de S.S. Francisco, 11 de abril de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Si no la sé, investigaré la fecha de mi bautismo y repasaré a conciencia las promesas que asumí el día de mi propio bautismo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La hermosura del Bautismo

Es el más bello y magnífico don de Dios

Vamos a hablar de la hermosura del Bautismo. Así habla de él un santo padre, San Gregorio Nacianceno. La cita la recoge el Catecismo de la Iglesia en el punto 1216. Dice así.

El Bautismo «es el más bello y magnífico de los dones de Dios […] lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40,3-4).×

En la Iglesia no tenemos nada más grande que la Eucaristía, pero nada hay más decisivo que el Bautismo, el sacramento más importante en el sentido de que es el que posibilita toda la vida cristiana. El bautismo es el sacramento-llave, o si se prefiere, el sacramento-puerta. El Bautismo posibilita la Eucaristía en grado de necesidad, aunque en este se da una unión con Cristo que no es alcanzable en el primero.

Del Bautismo vamos a tratar y para ello empezaré diciendo dos ideas a modo de introducción, que nos sirvan para centrar el contenido de esta charla: una sobre la grandeza del Bautismo, otra sobre la importancia que la Iglesia concede a este sacramento.

  1. A) Una. Sobre la grandeza del Bautismo.

El Bautismo es muy muy grande y hasta que lleguemos al cielo no seremos realmente conscientes de su valor incalculable y de su hermosura. Ontológicamente, en el orden del ser, hay más diferencia entre un bautizado y un no bautizado que entre un bautizado y un ángel. También se podría decir que hay más diferencia entre un bautizado y un no bautizado que entre un hombre y un animal, aunque sea el más perfecto de los animales. Me temo que esto puede no sonar bien, pero no es hacer de menos ni de más ni al hombre ni al animal.

Trataré de explicarlo con un ejemplo que parcialmente (solo parcialmente) sí puede servir: hay más diferencia entre una manzana real y otra idéntica pero de plástico, que entre una manzana y un manzano. Estas afirmaciones pueden parecer chocantes y pueden sonar a exageración, pero la cosa no está en qué nos parezca o cómo suene, sino en si hay o no hay verdad en lo que se dice. Porque si en ellas hay verdad -y la hay-, debemos mantenerlas y hay que decirlo porque la verdad es un derecho de todo hombre.

¿Cómo puede ser eso? La razón es muy sencilla. El Bautismo nos hace hijos de Dios. Hijos adoptivos, hijos gracias al Único Hijo, Jesucristo, pero hijos. Esto no es un invento nuestro, ni una salida de tono; no se le ha ocurrido a ninguna cabeza especialmente iluminada ni a ningún sabio brillante. Que por el Bautismo somos hijos de Dios pertenece a la revelación y quien da testimonio de ello, mejor aún, quien lo certifica es, ni más ni menos, que el mismo Espíritu Santo. En Rom 8, 15 – 17 podemos leer lo siguiente:

“No habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que si sufrimos con él, seremos también glorificados con Él”.

Coherederos quiere decir que lo que el hombre Jesucristo ha recibido del Padre como herencia, eso mismo es lo que nos espera a nosotros; su herencia y nuestra herencia son la misma herencia. En el evangelio de San Juan hay abundantes textos que apuntan a lo mismo.

“No solo ruego por ellos, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno” (Jn 17, 20 – 23).

  1. B) Segunda cosa. Sobre la importancia que la Iglesia da al Bautismo.

Del mismo modo que he dicho que hay más diferencia entre un bautizado y un no bautizado que entre un bautizado y un ángel, o que entre un no bautizado y un animal, hay que decir -sin pararse a respirar- que si puede darse esa grandeza en el Bautismo es porque en otro orden, también hay mucha grandeza en el hecho de ser hombre. La naturaleza animal no tiene capacidad para la amistad con Dios pero la naturaleza humana sí. Adán, por ser hombre, tenía trato directo con Dios. Más aún, a un animal no se le bautiza porque no puede recibir a Jesucristo, su naturaleza se lo impide; a un hombre en cambio se le puede bautizar porque la naturaleza humana tiene capacidad para soportar la divinidad. Es verdad que tiene esa capacidad por gracia, es verdad que no la tendría si Jesucristo no se hubiera hecho hombre, pero una vez que Cristo se ha hecho hombre, el hombre puede recibir a la divinidad, y “por Cristo, con Él y en Él”, el hombre es capaz de unirse a Dios.

La condición para entrar en relación con Dios es ser hombre; la condición para recibir el Bautismo es recibir a Jesucristo, creer en su nombre.

“Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, pero a los que le recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios si creen en su nombre” (Jn 1, 11)

Dios hace maravillas, sus obras rezuman una sabiduría infinita. Dios hace cosas que no entendemos, a las que no podemos llegar con nuestra pobre mente, pero sus acciones están cargadas de racionalidad y de sentido; Dios no hace cosas absurdas, ni actúa al buen tuntún, ni a base de caprichos, ni hace cosas sin sentido. Dios ni da ni pide cosas irrealizables. Dios, que es la sabiduría infinita, si a esta criatura que es el hombre le ha dado el poder de ser hijo suyo es porque antes le ha dotado de una naturaleza capaz de recibir ese don. Esta naturaleza nuestra, la naturaleza humana, no merece la filiación divina, pero tiene capacidad para recibirla si creemos en su nombre, el único nombre que se nos ha dado con el poder ser salvos.

Ya veis que ser hombre no es cualquier cosa. Llevamos ya unos años sufriendo una campaña terrible de la que no sé si somos conscientes, que consiste en rebajar la condición humana para nivelarnos con el animal. Es una campaña con muchos frentes, uno de cuales consiste en elevar al animal hasta igualarle con nosotros. No podemos caer en la trampa de aceptar esa postura y socialmente hemos caído. Muchos de nuestros animales gozan de mayores atenciones, mayores cuidados y mayor protección que algunos de entre nosotros, pienso especialmente en los que son abandonados, maltratados, esclavizados o directamente eliminados, entre los cuales no podemos olvidar a las víctimas del aborto o la eutanasia.

Ser hombre es mucho. El salmo 8 lo pregunta y aunque no da la respuesta, sí nos pone en la pista de poder medio entender la maravilla de ser hombre.

¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,

el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y dignidad,

le diste el mando sobre las obras de tus manos,

todo lo sometiste bajo sus pies:

rebaños de ovejas y toros,

y hasta las bestias del campo,

las aves del cielo, los peces del mar,

que trazan sendas por el mar.

Pues bien, es muy grande ser hombre y mucho más aún, ser bautizado. Ya he apuntado de dónde viene esa grandeza. Ahora quiero fijarme en tres datos que, en el orden práctico, nos pueden ayudar a entender algo de esa grandeza y esa hermosura.

– El primero es un dato que en mi opinión es muy desconocido, tanto a nivel general de bautizados, como entre los que tenemos alguna inquietud religiosa. También entre nosotros es poco sabido. El dato es el siguiente: la Iglesia tiene concedida de manera ordinaria indulgencia plenaria -siempre que se cumplan las condiciones habituales- a todo cristiano con motivo de la renovación de las promesas bautismales dos veces al año: en la Vigilia Pascual, la noche de Pascua, y en el día del aniversario del Bautismo.

Por aniversario de matrimonio se concede en los aniversarios redondos: 25, 50 y 60 años. En el Orden creo que es igual. Por aniversario de bautismo, una vez al año. ¿Significa esto algo? A mi entender está significando mucho. Una indulgencia plenaria es el premio gordo de Navidad a nivel espiritual pero sin medida. Es muy importante el Bautismo, muy importante, probablemente mucho más de lo que podamos alcanzar a vislumbrar.

– En segundo lugar hay otro dato que también nos indica la importancia que la Iglesia concede al Bautismo. Este es más conocido pero también conviene recordarlo y es la absoluta manga ancha que tiene la Iglesia para facilitar el Bautismo. Sabemos que el ministro ordinario del Bautismo es el obispo y el presbítero y en la Iglesia latina también el diácono, pero “en caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede bautizar (cf CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar”.  En caso de necesidad urgente un musulmán, por ejemplo, podría bautizar a otro y dejarle bautizado para siempre.

– En tercer lugar hay un dato que puede parecer contradictorio. Es el siguiente. La Iglesia tiene dispuesto el Bautismo de niños recién nacidos. Esto no deja de ser muy llamativo porque el Bautismo es tan decisivo que se podría pensar que debería administrarse cuando la persona sea consciente de lo que hace y en cambio la Iglesia, desde los inicios del cristianismo ha aconsejado vivamente el Bautismo de los recién nacidos. La Madre Iglesia, que respeta como nadie la voluntad personal, que tiene un tacto exquisito en no forzar voluntades, que por un defecto de libertad puede declarar inexistentes un matrimonio o una ordenación sacerdotal, es misma Iglesia cuando se trata de bautizar a alguien no quiere esperar a preguntarle.

  1. QUÉ ES UN BAUTIZADO

¿Qué tiene el Bautismo?, ¿qué ocurre en el bautizado para que la Iglesia tenga tanto mimo con este sacramento?

El gran efecto del Bautismo es que sobredimensiona la naturaleza humana. El bautismo no es una añadido a la naturaleza, no es una cualidad que nos enriquece, ni es una segunda capa, como puede ocurrir con los aprendizajes. Es una perfección de la totalidad de nuestro ser. El Bautismo perfecciona el ser sin mudarle, sin introducir ninguna alteración ni añadido. ¿En qué sentido perfecciona el ser?

2.1 El Bautismo no anula nuestra naturaleza humana sino que la eleva a la categoría de Dios, situándonos por encima de los mismos ángeles, tanto que en el último día los juzgaremos, nosotros a ellos. “¿No sabéis que juzgaremos a los ángeles?” (I Co 6, 3).  El Bautismo perfecciona el ser en el sentido de que el ser meramente humano, sin dejar de ser humano, recibe por la gracia, la condición divina. El bautismo hace al bautizado uno con Cristo. Esto es literalmente en lo que consiste un matrimonio, en que dos, que son distintos, se hacen una sola carne. Con el bautismo se establece una unidad del bautizado con Cristo que está llamada a ser un verdadero matrimonio, místico, ciertamente, pero real. (Conviene caer en la cuenta de que místico no quiere decir exclusivamente espiritual porque la unión no es solo espiritual, es espiritual y es corporal; no es una unión sexual como la unión del hombre con la mujer, pero sí es corporal y mucho más plena aunque no sea placentera. Gracias al Bautismo el bautizado podrá comulgar en su día).

El Bautismo perfecciona el ser porque todo mi ser, sin dejar de ser el mismo que era antes del Bautismo, tras el Bautismo, se encuentra enriquecido con lo que no era. Mis capacidades (mi inteligencia, mi memoria, mis deseos y expectativas, mi sentido del humor, mis recuerdos, etc.) siendo las mismas que eran antes del Bautismo, ahora cuentan con el aporte de la gracia de modo que puedo entender las cosas con los mismos criterios de Cristo, o sea de Dios, pensar como piensa Cristo, tener los sentimientos de Cristo, los gustos de Cristo, sufrir dolor por lo mismo que sufre él, etc.

¿Cómo sabemos que el Bautismo perfecciona el ser? ¿Tenemos alguna prueba? Sí, las obras. A un bautizado le corresponde hacer las mismas obras de Cristo, o si se prefiere, Cristo que sigue y seguirá actuando hasta el fin de los tiempos, ahora no lo hace con su cuerpo físico como antes de morir en la cruz, sino con su cuerpo místico, que es la Iglesia, o sea nosotros. Es muy significativo caer en la cuenta de qué está diciendo Jesús cuando dice “Yo soy la vid, vosotros lo sarmientos”. Todo el que conozca una vid sabe que las uvas no salen del tronco, los frutos son dados por los sarmientos. En la vid no cuelgan racimos del tronco sino del sarmiento. Las uvas las da la vid, sí, pero en los sarmientos. Porque la cepa y los sarmientos son uno, son la misma planta, su fruto es el mismo y aunque es cierto que no hay fruto en los sarmientos si no están unidos a la vid, tampoco la cepa los da si no hay sarmientos.

El Bautismo nos configura con Cristo. Esto es lo que se significa muy especialmente con el rito de la crismación. Se trata de un rito complementario con el bautismo propiamente dicho, en el cual al recién bautizado se le unge con el Santo Crisma. En virtud del crisma se nos consagra, se nos hace sagrados. Dice el sacerdote a los bautizados en la crismación que se les unge “para que, incorporados a su pueblo y  permaneciendo unidos a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, viváis eternamente”.

Por la unión con Cristo somos constituidos en lo mismo que es él. Cristo es Sacerdote, Profeta y Rey y eso mismo somos nosotros una vez bautizados: sacerdotes, profetas y reyes.

2.2 El Bautismo nos sepulta con Cristo.

El Bautismo nos hace morir con Él. Esta es la parte más áspera, la que menos gusta. Todo lo anterior es muy agradable de oír, pero esto aunque sea menos gustoso también hay que decirlo porque pertenece a la misma entrega de la revelación. En Rom 6, 4-5, San Pablo escribe:

“Por el Bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Puers si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya”.

Aquí entra todo el amplísimo campo de la ascética cristiana que consiste en ir dando muerte a todo aquello que es contrario a Dios. Aquí entra el tema de la mortificación y de la cruz.

  1. EL OFICIO DE SACERDOTE.

3.1 Sacerdote es aquel que ofrece sacrificios a Dios.

La palabra sacrificio, para entenderla bien y no hacernos demasiado lío con ella, la podemos sustituir por la palabra “regalo”. Ofrecer sacrificios a Dios es ofrecer regalos a Dios.

La Sagrada Escritura nos habla de sacrificios aceptados por Dios, como los que ofrecieron Abel, Melquisedec, Abraham y tantos otros, y sobre todos ellos, y a enorme distancia, el de Jesucristo en la cruz. Todos ellos ofrecieron sacrificios (regalos), que en distinta medida le fueron gratos a Dios.

¿Qué sacrificios agradables podemos nosotros ofrecer a Dios? ¿Cómo ejercer esta condición sacerdotal nuestra, común, que procede del Bautismo? Nuestros sacrificios se nos presentan en tres frentes: con nuestras tareas laicales, especialmente las profesionales, en la Santa Misa y con la palabra.

Nuestras tareas laicales constituyen la dimensión básica y fundamental de nuestro ser laicos. Nuestro trabajo, nuestra dedicación a la familia y nuestras relaciones sociales son los ámbitos idóneos en los que ejercer el sacerdocio común recibido en el Bautismo. Estas tareas hechas según Dios, santifican y nos santifican; nos santifican pero no como añadido a una supuesta santidad previa, no añaden santidad porque sin el cumplimiento de ellas tal como Dios quiere no cabe santidad posible.

La Santa Misa porque es lo mejor que podemos ofrecer. Es la renovación de la misma ofrenda de Cristo en la Cruz, que actualizada en cada misa, Cristo lleva a cabo con todo su cuerpo místico del que nosotros formamos parte. El santo Sacrificio de la Misa es ofrecido por el sacerdote y conjuntamente con él es ofrecido por todo fiel  que participe en la celebración.

Acerca de los sacrificios ofrecidos a través de la palabra, basta con una idea: ¿Qué sacrificio se puede hacer con la palabra? Recuerdo lo dicho líneas atrás. Si sustituimos el término sacrifico por el de regalo, nuestra palabra bien puede ser, debería ser, el sacrificio -el regalo- de unos labios puros capaces de ofrecer “un sacrificio de alabanza”. La expresión no es mía sino de la propia Palabra de Dios que en la Carta a los Hebreos (13, 15) dice lo siguiente:

“Por su medio [por medio de Jesucristo] ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre”.

3.2 Sacerdote es aquel que intercede por su pueblo.

Ser sacerdote quiere decir, en segundo lugar, ser intercesor, presentar oraciones y súplicas por los demás. Esto solo se puede hacer si los demás me importan, si los entiendo como lo que son, o sea míos, si me duelen. El Papa, en el mensaje para esta cuaresma nos ha alertado sobre la indiferencia, sobre lo que él ha llamado la globalización de la indiferencia. El Papa llama la atención sobre el hecho citando la pregunta que Dios hace a Caín sobre su hermano Abel. “¿Dónde está tu hermano?” La respuesta de Caín es terrible porque sus palabras se sitúan justamente en el el extremo contrario al oficio de sacerdote. “¿Soy acaso yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4, 9). A mí esta expresión me parece una de las más duras que encuentro en la Sagrada Escritura. Por una parte me parece irreverente, irrespetuosa, chulesca, y por otra de una enorme crueldad porque hace daño al padre no directamente en la persona del padre, sino haciendo daño al hijo. Y me recuerda esos actos de redoblada maldad que cometen algunos hombres o mujeres que han roto su matrimonio y que para vengarse del otro, hacen daño a los hijos, convirtiéndolos en víctimas inocentes del odio a la mujer o al marido.

Para terminar este punto, un dato que por asociación, me recuerda al último día de la novena de la Divina Misericordia, basada en las revelaciones privadas del Señor a Sta. Faustina Kowalska. Dice el Señor a esta santa para el día noveno:

“Hoy, tráeme a las almas tibias y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Estas almas son las que más dolorosamente hieren mi Corazón. A causa de las almas tibias, mi alma experimentó la más intensa repugnancia en el Huerto de los Olivos. A causa de ellas dije: Padre, aleja de mí este cáliz, si es tu voluntad. Para ellas, la última tabla de salvación consiste en recurrir a mi misericordia”.

  1. EL OFICIO DE PROFETA.

El profeta es el que habla de parte de Dios. Si somos profetas a esto estamos llamados, a hablar, a enseñar de palabra, pero no cualquier cosa, sino lo que Dios nos mande. ¿De qué tenemos que ser profetas hoy nosotros? Los sacerdotes ministeriales lo tienen muy definido: explicación de la Palabra de Dios y de los misterios del Reino. También los laicos estamos llamados a esto, trabajando en las Parroquias y en grupos apostólicos, pero no es lo específico nuestro. Lo nuestro son los asuntos de este mundo. Lo nuestro es gestionar los asuntos de este mundo, “según Dios” (LG 31). Según Dios podría quedar explicado, a mi entender, diciendo que nuestra misión consiste en ser profetas del bien, de la verdad y de la belleza.

a) Profetas del bien. La prudencia nos indicará cuándo debemos callar y cuándo debemos hablar, y además cómo, pero en todo caso, siempre que hablemos, hemos de hablar bien y hablar del bien, no como los informativos habituales que no se centran sino en el mal. Hablar mal y hablar del mal es una estrategia de Satanás, que quiere convencernos de que el mundo está todavía mucho más podrido de lo que realmente está, y de este modo cualquier pecado puede ser legitimado por la ley de la abundancia. Quienes nos oyen, sean quienes sean, necesitan oírnos hablar bien y hablar del bien. Podemos hacer mucho bien con la palabra, y podemos hacer mucho mal. Ojo a esto. La lengua es un  arma poderosa, mucho más de lo que a veces se piensa. Hay palabras que se clavan en el corazón y te cambian la vida. Por experiencia sabemos que hay palabras que no se olvidan. Las recomendaciones a hablar bien son constantes en la Sagrada Escritura: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis” (Rm 12, 14), “malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen” (Ef 4, 29), “no os quejéis, hermanos, unos de otros” (St 5, 9)… El beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en su escrito más conocido, Camino, recomienda, de la manera más tajante, el callarse cuando no se puede decir algo bueno de otro.

b) Profetas de la verdad.

  • Ser profeta es hablar de parte de Dios. El Gran Profeta es Jesucristo, cuyo precursor, Juan el Bautista, es a su vez un ejemplo admirable de profetismo, hasta costarle la vida. Y luego tenemos testimonios preciosos de profetismo en los grandes papas contemporáneos: Pablo VI, por ejemplo, o Benedicto XVI.
  • Si no fuera por esta condición recibida en el Bautismo, de qué nos íbamos a atrever a hablar los unos a los otros. Esto es justamente lo que hacemos cuando no nos vemos como profetas, escondernos, inhibirnos y disimular nuestra inhibición en una supuesta prudencia.
  • Es muy duro ser profeta. Cuando se lee a los profetas uno constata que su oficio les ha costado beber lágrimas a borbotones, ser rechazados, perseguidos, sufrir destierro y hasta la propia vida. Ahora bien, ser profeta es entrar en el camino de la libertad porque quien habla la verdad anda en caminos de libertad (¡ojo!, la verdad en el amor, “veritas in caritate” “caritas in veritate”, que tanto monta). Instalarnos en la verdad, y cuando corresponda decirla, es ser libre, porque solo la verdad puede hacernos libres.  Un ejemplo: una de las batallas ganadas por los provida en la guerra del aborto en Estados Unidos hace ya algunos años se ha ganado porque las autoridades dispusieron que a quien quisiera abortar se le informara previamente del contenido de lo que iba a hacer, de lo que es un aborto. Los pro-abortistas pusieron el grito en el infierno, porque no les interesaba la verdad; sabían que mucha gente, al conocer la verdad, dejarían de abortar. La prudencia nos dirá cuándo, cómo y a quién debemos decir la verdad, pero no llamemos prudencia al silenciamiento continuo o al mutismo cobarde.
  • Yo sé, y lo sé por experiencia, que muchas veces lo que Dios nos pide es callar, a menudo lo exigen la discreción y la cordura; ahora bien, no he visto por ninguna parte el mandato de que haya que callar por sistema, callar siempre. Sí se nos ha mandado que nuestro hablar sea escueto, “sí, sí; no, no” (Mt 5, 37), pero el testimonio de la palabra es imprescindible.
  • Hablar bien y decir la verdad es una manera de evangelizar. No es la única, ya sé que evangelizar es hablar expresamente del misterio pascual de Jesucristo, a través del cual se nos muestra el amor que Dios nos tiene, pero ejercer nuestra misión profética hablando del bien y de la verdad acerca de los asuntos de este mundo no es extraño a la evangelización. No me lo invento yo, lo dice la Iglesia en un documento de tanto peso como la Evangelii Nuntiandi: “Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19). Esta tarea es primordialmente nuestra, de los laicos. El gran problema es que estamos ausentes del mundo de la cultura, de la ciencia, del deporte, de la política, etc. ¿Dónde están hoy los cineastas cristianos, los poetas cristianos, los novelistas cristianos, los diseñadores de moda cristianos…? Esta idea me viene bien para enganchar con el punto siguiente: profetas de la belleza.

c) Profetas de la belleza. Creo que el ámbito de la belleza es clave. Con él estamos apuntando al centro de la diana de la recuperación del mundo. A mi entender, si queremos hacer un mundo nuevo tenemos que arrancar de aquí; no debemos descuidar el bien y la verdad, pero hoy el campo de la belleza es clave porque la belleza entra por los sentidos y el hombre actual tiene una propensión quizá mayor que en otras épocas a valorar mucho lo que le llega por los sentidos. Vivimos en el mundo de la imagen y del sonido. Al Gran Papa San Juan Pablo II le gustaba mucho repetir una cita de Dostoievsky: “la belleza salvará al mundo”[3]. Urge cultivar la belleza. Cultivar la belleza es hacer cultura como Dios manda, que es justo lo contrario de lo que cultiva el mundo de hoy, que se ha rendido a la fealdad y está rindiendo culto a la fealdad. Hoy en los libros de arte se estudia el feísmo como movimiento del arte contemporáneo. No podemos aceptarlo. El sector más divulgado del arte actual es aquel que se ha centrado en lo esperpéntico, en lo ridículo, lo pornográfico y lo violento. Denunciémoslo, llamemos a las cosas por su nombre. ¿Desde cuándo la belleza se ha basado en el absurdo, desde cuándo lo que ha producido terror o asco ha merecido ser llamado bello?

Voy a pasar al último punto, el oficio de rey, y después para terminar quiero volver a la cuestión de la belleza para concluir.

  1. EL OFICIO DE REY.

El reinado del que hablamos es el de Jesucristo. Cristo es rey en la cruz, rey coronado de gloria y de espinas. Su reinado es un reinado que se muestra con el servicio en bien del otro, no hasta dar la sangre sino hasta la última gota, servicio hasta el extremo. Como esto lo tenemos muy predicado, yo me voy a centrar en hacer un comentario relativo a la confianza tos:

Ser rey es ser señor. Señor de uno mismo y señor de las circunstancias que rodean la vida en cada momento. Señor de uno mismo no en el sentido de autosuficiencia, que eso no es cristiano, sino señor en cuanto a que un hijo de Dios no se sabe solo ni abandonado nunca.

Ser rey es no angustiarse por nada, es tener una confianza sin límites en que Dios Padre no puede permitir que nos ocurra nada, absolutamente nada que de verdad sea dañoso. Esta confianza sin límite (“aunque me mates confiaré en tí”, le decía Santa Faustina al Señor) es muy bella, pero no se improvisa. Cuando alguien le dice a otro: tú confía en el Señor, eso suele servir de muy poco porque la actitud (yo diría mejor la virtud) de la confianza no se improvisa. ¿Sabéis de donde nace la confianza en el Señor? Nos lo dice San Juan en su primera carta: de que la conciencia no nos aprieta. “Queridos, –dice el apóstol- si nuestra conciencia no nos acusa, tenemos confianza ante Dios, y cualquier cosa que pidamos la recibiremos de Él”.

Ser reyes es disfrutar de todo sin estar atado a nada, abierto a todos sin apegos que esclavicen, ser reyes es poder cumplir el mandato e amar más a Dios que a nuestro padre o nuestra madre. “Queridos, si nuestra conciencia no nos acusa, tenemos confianza ante Dios, – y, continúa San Juan- y cualquier cosa que pidamos la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos y en su presencia hacemos las cosas que le agradan”.

Ser reyes es tener autoridad, la que se nos haya concedido en el lugar que hemos sido puestos.

Somos reyes, luego ejerzamos como tales. Lo propio de un rey es organizar su reino, tener autoridad y usarla. A cada uno se nos ha encomendado el reino sobre algo, pues reinemos. No con los criterios del mundo, sino con los que nos enseñó Jesucristo (Cfr Lc 22, 25-26). Ejerzamos la autoridad que poseemos cada uno sobre lo que se nos ha encomendado: el párroco en su parroquia, los padres de familia en su casa, yo en mi aula, etc.

No tengamos miedo a las palabras. La crisis de autoridad, de la que vengo oyendo hablar en mi profesión desde que entré en el Magisterio, es sobre todo la crisis personal en la que viven quienes, detentando la autoridad, no saben qué tienen que hacer con ella. Me refiero a gobernantes, padres, curas y maestros. Entendamos bien qué es la autoridad, para qué la tenemos y qué se hace con ella. La autoridad, en su significado más radical y más profundo, no es otra cosa que la capacidad que tenemos de ser autores. Uno tiene autoridad sobre algo o sobre alguien cuando es capaz de sacarlo adelante. Solemos entenderlo mal: confundimos la autoridad con el poder (los romanos tenían muy clara la diferencia entre auctoritas y potestas) y nos fijamos siempre más en la cara externa de la autoridad -el poder y los medios que emplea para hacerse valer- y en sus efectos inmediatos, que en sus funciones educadora y promocionante de quienes se nos han encomendado, si es que hablamos de personas, o en su función creativa y de servicio, si es que hablamos de tareas.

En el caso de las personas, el ejercicio de la autoridad rectamente entendida es una obligación de quien la posee y un derecho de quienes deben ser gobernados, instruidos y educados.

  1. CONCLUSIÓN

El Bautismo es un sacramento que implica la vida entera, es para estar viviéndole hora tras hora, día a día. Si llevamos adelante nuestra vida de fe como debemos, la vida de fe nos transforma, en el cuerpo y en el alma, o, si se prefiere, al revés, en el alma y también en el cuerpo. En esta vida no podemos ver la belleza y la hermosura del alma pero sí podemos ver sus manifestaciones en el cuerpo porque el alma se expresa y actúa con el cuerpo y en el cuerpo. Con la totalidad del cuerpo, pero hay una parte que manifiesta especialmente al alma; esa parte es el rostro. La vida de fe se demuestra con las obras pero se muestra y se hace visible en el rostro, en el rostro en acción.

Esto se hace patente en la vida de los santos. Fueran más guapos o menos, han ejercido un atractivo físico que no deja indiferente a nadie. Y es que cuando la persona está realmente unida a Dios, su rostro resplandece. En la Sagrada Escritura tenemos el ejemplo de Moisés, que tenía que cubrirse con un velo porque los judíos no podían aguantar ver reflejada la gloria de Dios en su rostro.

No es fácil encontrar definiciones de belleza, la belleza es una dimensión de los seres que resulta inaprensible, se nos escapa; y es también inefable, solo torpemente podemos hablar de ella. En la mejor tradición filosófica antigua y medieval se define a la belleza como el esplendor del orden, de la verdad, o bien del orden y la forma. Me quedo con esta fórmula que viene a resumir la anterior: “La belleza es el esplendor del orden y de la realidad”[4]. Pues bien, eso es lo que va haciendo el Bautismo en nosotros si nos dejamos y en la medida en que nos dejamos, hacer que con nuestro rostro reflejemos el esplendor del orden y de la realidad. Esto suena a filosofía. Lo es, pero no está lejos de la Palabra de Dios, al contrario se sitúa en la misma línea de que dice San Pablo en una de sus cartas:

“Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu” (II Co 3, 18).

Hablamos de un rostro vivo, dinámico, en acción, no de un rostro de fotografía. He aquí el gran efecto visible del Bautismo. ¿Cómo se consigue un rostro así? Solo hay una forma: contemplando, adorando, dedicando largos ratos a estar postrados ante el Señor, en relación personal con Él. No podemos aspirar a más y no debemos quedarnos en menos.

Que el Señor Jesús, verdadero icono del Padre, nos lo haga comprender y el Espíritu Santo nos mueva a desearlo.

Lleven la bondad de Jesús

Audiencia del Papa Francisco a la Asociación de los Santos Pedro y Pablo.

“A través de su servicio diario se convierten en artesanos del encuentro, llevando el calor de la bondad de Jesús a los que entran en la Basílica de San Pedro, a los que necesitan orientación, a los que necesitan una sonrisa para sentirse en casa”, lo dijo el Papa Francisco en su discurso a los miembros de la Asociación de los Santos Pedro y Pablo, a quienes recibió en audiencia la mañana de este sábado, 8 de enero, con motivo de sus 50 años de fundación.

Al servicio de la humanidad peregrina

Después de saludar a todos los miembros de esta Asociación y a sus familias, el Santo Padre señaló que, es bueno ver que, en este medio siglo de vida, han pasado de ser una «guardia de honor de palacio» al honor de estar “al servicio» de la humanidad peregrina”, dando así un testimonio especial de vida cristiana, apostolado y fidelidad a la Sede Apostólica. Asimismo, el Pontífice resaltó el significado de estos 50 años de historia y lo hizo comentando el título de la revista “Incontro” que la Asociación publica frecuentemente. “En el encuentro – afirmó el Papa – siempre hay movimiento. Si todos nos quedamos quietos, nunca nos encontraremos. Este es el criterio que da sentido a su compromiso diario. A través de su servicio diario se convierten en artesanos del encuentro, llevando el calor de la bondad de Jesús a los que entran en la Basílica de San Pedro, a los que necesitan orientación, a los que necesitan una sonrisa para sentirse en casa”.

Algunas indicaciones para el futuro

En este sentido, el Papa Francisco les quiso dejar algunas indicaciones para el futuro, para que su valioso servicio siga siendo un testimonio para aquellos con los que se encuentran, en un contexto que todavía sentirá los efectos de la pandemia, que resumió en la siguiente exhortación: «Volvamos a empezar con más humanidad, mirando a Jesús, con esperanza en el corazón».

Empecemos de nuevo. Ciertamente, dijo el Papa, teniendo en cuenta lo que hemos vivido, teniendo en cuenta que todos hemos cambiado un poco y, espero, mejorado, pero siempre dispuestos a servir según el lema de su Asociación: «Fide constamus avita»: «Perseveremos firmemente en la fidelidad de nuestros padres».

Con más humanidad

Otro aspecto que comento el Pontífice fue el de empezar con más humanidad. Si todos hemos cambiado un poco, es porque nos hemos dado cuenta, a través de lo que hemos vivido, de que lo que realmente cuenta en la vida son las relaciones humanas. Todos sentimos la necesidad de amarnos unos a otros, de vivir más unidos, de escuchar las palabras buenas y alentadoras que se nos dicen y, a su vez, de darlas con un estilo de vida esperanzador. Los animo a que sigan mostrando esta cara.

Mirando a Jesús

Asimismo, el Papa explicó que esto no se puede realizar si la Asociación no dirige su mira a Jesús. Ustedes, les dijo el Santo Padre, siempre han propuesto la vida de Jesús como el modo de vida plenamente humano, el punto de referencia y el fundamento para el hombre de todos los tiempos y, por tanto, también para el hombre de hoy. Pero aún más ahora, queremos dar testimonio de nuestra fe proclamando que nuestra vida concreta encuentra su raíz en la humanidad de Jesús. Por eso, conocerlo mejor, saber cómo llevó su existencia, qué dijo, cómo se relacionó con los demás, es la base para descubrir cómo vivir humanamente hoy. Mirándolo a Él, nos sentimos llamados cada vez más a un servicio cotidiano hecho de acogida, de compartir, de escucha fraterna, de cercanía humana. Creo que así podemos mostrar, con hechos, la belleza y la fuerza del Evangelio.

Con la esperanza en el corazón

Y por último, el Papa Francisco les propuso caminar: con la esperanza en el corazón. “Queridos hermanos y hermanas, la esperanza nunca debe faltar en el camino del creyente. Somos de Cristo, estamos injertados en él por el Bautismo; en nosotros está su presencia, está su luz, está su vida. Caminemos, pues, sostenidos por su Palabra: es la Palabra de vida. Caminemos con alegría y esperanza, sabiendo que el Señor nunca dejará de apoyar nuestro compromiso con el bien. Lo digo de manera especial a los jóvenes: los animo a entregar sus energías a los necesitados y a convertirse en hombres capaces de encuentros verdaderos y sinceros.

Antes de la impartir su bendición apostólica a los miembros de esta Asociación, el Santo Padre los invitó a encomendarse a la Virgen María, Virgo Fidelis, recitando la oración de los custodios de los Santos Pedro y Pablo, y finalmente, el Papa extendió su bendición a sus familias, recordando especialmente a los niños y a los enfermos.

El bautismo de Jesús

Vida Pública de Jesús. Jesús ha llegado al Jordán para ser bautizado por Juan.

Jesús avanza decidido entre el grupo de peregrinos que viene de Galilea; se coloca ante Juan que lo reconoce, y comienza un breve diálogo. Jesús ha llegado al Jordán para ser bautizado por Juan. Pero éste se resiste diciendo: «Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿cómo vienes tú a mí?»

Cumplir con la justicia

El bautista dirá más tarde que no le conocía. No le conocía como Mesías y portador del bautismo de fuego y del Espíritu Santo, pero le conoce como pariente, al menos de oídas, por las palabras de su madre Isabel y de su padre Zacarías. Sabe que Jesús es justo, que no hay pecado en Él, que reza, que ama a Dios, que ama a su padres. Quizá sabe más cosas, pero no lo sabe todo, pues el silencio de la vida oculta se extiende tanto a los cercanos en los lazos de sangre, como en los espirituales. Respondiendo Jesús le dijo: «Déjame ahora; así es como debemos nosotros cumplir toda justicia. Entonces Juan se lo permitió». (Mt).

Y cumple Jesús toda justicia. Desciende a las aguas ante Juan. En aquellos momentos el inocente de todo pecado asume todos los pecados de los hombres. Los miles de millones de pecados de los hombres caen sobre sus espaldas, y los asume haciéndose pecado, como si fuesen suyos, sin serlo. Esta decisión libre le costará sangre y sudor, amor difícil, amor total que llegará a estar crucificado, hasta dar la vida por todos.

¿Qué sucede cuando se sumerge Jesús

Cuando Jesús entra en las aguas y Juan baña su cabeza, son sumergidos todos los pecados de los hombres. Las aguas limpian el cuerpo, y por eso son tomadas como símbolo de la limpieza de las almas que se arrepienten ante Dios de sus pecados. Más no pueden hacer. Pero al sumergirse Jesús en las aguas, las santifica, les da una fuerza nueva. Más adelante, el bautismo lavará con las aguas los pecados hasta la raíz, y dará la nueva vida que Cristo conquistará en su resurrección. Serán, efectivamente, aguas vivas que saltan hasta la vida eterna.

Dios se manifiesta

Al salir Jesús del agua sucede el gran acontecimiento: Dios se manifiesta. «Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y he aquí que se le abrieron los Cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz del Cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido»(Mt).

La voz es la del Padre, eterno Amante, el que engendra al Hijo en un acto de amor eterno, dándole toda su vida. El Hijo es el Amado, igual al Padre según su divinidad. Es tan Hijo que es consustancial con el Padre, los dos son uno en unión de amor. El Padre le dio toda su vida, y el Hijo ama al Padre con ese amor obediente que vemos en Jesús cuando desciende a las aguas como hombre que se sabe Dios, desde una libertad humana con la que se entrega por los hombres y ama al Padre. Y el Padre se complace en ese hombre que le ama con amor total y mira a los demás hombres saliendo del pecado, y les ama en el Hijo.

El Espíritu
La paloma simboliza el Espíritu. Anunció la nueva tierra y la paz de Dios a los hombres después del diluvio, que habían sido castigados por sus pecados. Anuncia el amor a los que quieren vivir de amor. Anuncia junto a Jesús la nueva Alianza, en que, de nuevo, el Espíritu de Dios volará sobre las aguas del mundo. Limpiará los corazones con el fuego de su amor, purificará las intenciones, llenará de Dios a todos los que crean y esperen, inflamará de amor a los amantes que desean el amor total, tan lejano al amor propio.

Jesús es ungido por el Espíritu. Jesús es así el Cristo, el nuevo rey del reino del Padre. Antes los reyes eran ungidos con aceite, y la gracia de Dios les daba fuerzas. Ahora el Espíritu mismo invade a Jesús. Podrá actuar con plena libertad en su alma dócil, le impulsará, le encenderá en fuego divino. Por eso «Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán, y fue conducido por el Espíritu al desierto». Comienza su vida de Ungido por el Espíritu que le lleva a lo más alejado del paraíso, al desierto, donde se mortifica, reza y sufre la tentación de Satanás.

Bautismo del Señor

Por el bautismo ya no somos esclavos sino hijos

Terminamos el tiempo de navidad e iniciamos el tiempo ordinario y como transición se nos presenta la solemnidad del bautismo del Señor en el Jordán. Toda la semana la liturgia nos ha preparado con varios textos de diversos evangelistas en los que se habla de la misión del salvador y se nos ha invitado a la conversión. Ahora, con la solemnidad del bautismo, se presenta de manera condensada a qué vino Jesús al mundo.

Juan había invitado a los judíos a un primer bautismo de conversión, él mismo indica que bautiza con agua del Jordán. El río Jordán fue aquel que pasó el pueblo de Israel para entrar a la tierra prometida después del éxodo. El pueblo pasa un tiempo en el desierto hasta que llega a la tierra de la promesa. Pero para acceder a ella había que cruzar el río Jordán. En los tiempos de Juan se estaba acercando la salvación y para poder acceder a ella había que ser bautizados por esa misma agua del Jordán que había empapado a los israelitas en su aventura por llegar a la tierra prometida.

Entre la esclavitud y la liberación en la tierra prometida había un eslabón, el rio Jordán. Esa agua que purificó al pueblo para ingresar a la tierra listos para vivir según el pueblo de Dios, es ahora el agua que prepara para la venida de Jesús, el Mesías. Pero el mismo texto indica que ese bautismo no es suficiente. Quien tiene que descender sobre el pueblo y purificarlo es el Espíritu Santo. Juan afirma que él bautiza con agua pero que Jesús, a quien no merece ni desatarle las correas de sus sandalias, bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Jesús mismo vive esta experiencia de ser bautizado. En él, la humanidad entera queda bautizada, purificada, ungida por el Espíritu que desciende sobre él y en él sobre nosotros. En la lectura que relata el bautismo del Señor se nos invita a recordar también nuestro propio bautismo. Hoy volvemos a escuchar que desde el cielo se repiten estas palabras: “Estos son mis hijos en quienes me complazco”.

Por el bautismo ya no somos esclavos sino hijos. Como dice la primera lectura del profeta Isaías. Ya terminó el tiempo de la servidumbre, ahora es el tiempo del consuelo. El consuelo de los hijos amados del Padre. Y este don nos es dado de manera inmerecida. San Pablo lo indica en su carta a Tito. Nos dice que Jesús nos salvó no porque hubiéramos hecho algo digno de merecerlo sino que simplemente por misericordia.

Dios se ha compadecido de su pueblo y ha enviado a un salvador. Pero para acceder a Él hay que cruzar el río Jordán, es decir, hay que ser bautizados constantemente. Es verdad que el bautismo es uno pero en nuestra vida hay que hacer una constante suplica para que el Espíritu vuelva a descender sobre nosotros como lo hizo el día de nuestro bautismo para que nos regenere y nos renueve. Hay que pedirle al Señor que derrame abundantemente sobre nosotros su Espíritu divino. La finalidad es que nos haga vivir cada vez más como hijos del Padre para que pueda decir de nosotros el Señor: «estos son mis hijos en quienes me complazco».

Oremos haciendo esta petición a Dios: «Padre de bondad derrama abundantemente sobre nosotros tu Espíritu. Queremos pasar de la esclavitud a la libertad, queremos poseer la tierra de la promesa que es Cristo pero para ello tenemos que ser purificados, regenerados y renovados por el Espíritu. Por eso te pedimos Señor que lo envíes a nuestro corazón. Amén»

¿Por qué bautizar a los niños pequeños?

El bautismo es la puerta del encuentro con Cristo, el fundamento de toda la vida cristiana y la incorporación al pueblo de Dios, la Iglesia

Todos queremos, como humanos, amar y ser amados. Y ser cristiano, no significa otra cosa que practicar el mandamiento del amor: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. El amor auténtico nunca ha sido un mal para nadie.

Que un niño goce del amor de sus padres ya desde la concepción, no es ningún condicionamiento negativo sobre la libertad y voluntad del niño. Más aún, es lo más hermoso que un niño puede poseer: el amor y afecto de sus padres.

Qué triste es ver a niños maltratados y rechazados por sus propios padres. ¿Por qué, pues, será el amor de Dios un mal para el nuevo bautizado? Gozar del amor de Dios es lo máximo que se puede pedir, y nosotros no tenemos el derecho de privar a nadie del don de ser amado.

El bautismo es la puerta del encuentro con Cristo, el fundamento de toda la vida cristiana y la incorporación al pueblo de Dios, la Iglesia. Contiene en germen toda la acción santificadora de la gracia de Dios, que se irá desarrollando a lo largo de toda su vida. El hombre que hoy se bautiza como niño, llegará con la ayuda de la Iglesia, a responder conscientemente a la gracia que ha recibido. Necesitará de sus padres y de la misma Iglesia, pues son quienes han proclamado la fe en nombre el niño y se han hecho garantía de la educación y del desarrollo de su fe.

«Quien no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Juan 3,5)

Las objeciones contra el Bautismo de los niños proceden de una triple ignorancia: Ignorancia de los bienes del Bautismo, de la Palabra de Dios y de la práctica de la Iglesia.

El Bautismo es una gracia Inestimable

El Bautismo nos hace hijos de Dios. Gálatas 4, 5-7

El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo. Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) 1253

El Bautismo nos lava el pecado. Hechos 2, 38

El Bautismo nos incorpora a Cristo, Romanos 8, 29. CIC 1272 y a la comunidad de salvación. CIC1273

El Bautismo nos imprime el «sello del Señor» con que el Espíritu Santo nos ha marcado para el día de la redención. Efesios 4, 30

Los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo.

¿Qué Dice La Biblia?

Jesucristo lo dijo claramente a Nicodemo: «Quien no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» Juan 3, 5. Jesucristo no excluye a nadie, todos necesitan del Bautismo. «Lo nacido de la carne, es carne, lo nacido del Espíritu, es espíritu». Si un niño no está bautizado no es nacido del Espíritu.

Lo que Enseña el Antiguo Testamento

Los niños en la Antigua Alianza no esperaban a ser adultos para incorporarse al pueblo de Dios, sino que eran circuncidados al octavo día. Lee: Hechos 7, 8. El Bautismo sustituye a la circuncisión, por eso los primeros cristianos bautizaban a los niños.

La Práctica de la Iglesia

En un inicio, la mayoría de los bautizados eran adultos. No era posible de otra manera porque era una Iglesia de convertidos. Pero ya desde entonces era costumbre bautizar «casas» enteras: 1 Corintios 1, 16; Hechos 16, 15. 33. Los miembros de la casa incluían a las mujeres, a los niños y a los esclavos aunque no se mencione.

El Bautismo era comparado con el Arca de Noé, donde se salvaba la familia entera: Padres e hijos. 1Pedro 3, 20-21. La salvación era para toda la familia.

San Policarpo que murió en 155 d.C. en el momento de su martirio, cuando se le pide abjurar de su fe en Cristo, atestigua: «Hace ochenta seis años que le sirvo», difícilmente podría haber dicho eso si no hubiese sido bautizado desde niño.

Lo Que Enseña La Iglesia

La advertencia de Cristo en el Evangelio: «Quien no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos» (Juan 3,5), debe entenderse como la invitación de un amor universal e infinito; un llamado a sus hijos deseando para ellos el mayor bien. Este llamamiento irrevocable y urgente no puede dejar al hombre en una actitud indiferente o neutral, ya que su aceptación es para él la condición del cumplimiento de su destino. (Instrucción soble el Bautismo de los niños #10)

La fe, no es sólo un acto personal, sino también una virtud sobrenatural. Los niños no son capaces de un acto personal de fe, pero sí pueden tener la fe como virtud sobrenatural. De la misma manera que «el amor ha sido derramado en nuestros corazones por el Espírtu Santo que nos ha sido dado», es decir, por gracia y no por nuestro propio esfuerzo asi también el Espíritu Santo da la fe a los que reciben el Bautismo. (La Doctrina de la Fe, Franco Amerio p.445)

Objeciones

1ª. Objeción. La fe es necesaria para el Bautismo, los niños no pueden hacer un acto de fe, por tanto no pueden ser bautizados.

La Iglesia está de acuerdo: «El Bautismo es el sacramento de la fe». (CIC 1253). «El que creyere y se bautizare se salvará» (Marcos 16, 16) Por eso «..el Bautismo jamás se ha administrado sin fe: para los niños se trata de la fe de la Iglesia». (Instrucción sobre el Bautismo de los Niños No. 18).

Entrar al cine sin boleto es un fraude, pero si otro paga mi boleto, tengo tanto derecho a entrar como si yo lo hubiera pagado.

Cristo siempre exigió la fe para sanar a los enfermos, pero en el caso de los niños bastaba la fe de su padre o su madre, como es el caso de la hija de Jairo, Marcos 5, 36 y de la hija de la sirofenicia, Mateo 15, 28.

Nadie se puede dar la fe a sí mismo. El niño recibe la vida de sus padres, y la fe de la Iglesia. Es una fe inicial, en semilla, que después debe crecer y volverse adulta, sin embargo basta para recibir el Bautismo. De esta forma los niños reciben la fe y con ella la vida eterna como un don gratuito de Dios a través de la iglesia. Lee: CIC n. 169.

El Bautismo de los niños pone de manifiesto la gratuidad de la salvación.

«Dejad que los niños vengan a mí»

La Sra. Edith era una convencida Bautista, pero sucedió que uno de sus hijos nació con Síndrome de Down. El pastor se negó a bautizarlo porque el niño «no podía hacer un acto de fe». Para la Sra. Edith las palabras de Cristo eran claras: «Quien no nace del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios». ¿Por qué su hijo iba a estar excluido del Reino de Dios? Decidió llevar a su hijo a una iglesia donde lo bautizaran y así se convirtió el niño en hijo de Dios y ella a la fe católica.

2ª. Objeción. Los niños no necesitan Bautismo porque ellos son inocentes y no tienen pecado.

El que no distingue, confunde. Los niños no tienen pecados personales, pero sí tienen el pecado original.

San Pablo opone a la universalidad del pecado, la universalidad de la salvación en Cristo: «Por un sólo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, pues todos pecaron…» Romanos 5, 12 Si todos sufren la derrota del pecado, entonces, todos necesitan el baño que nos lava del pecado: el bautizo.

TODOS SOMOS PECADORES

El Rey David dice en el salmo 50: «Míra, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre…» Si el bebé, desde el seno de su madre, nace con culpa y es un pecador, quiere decir que también necesita el «Bautismo para el perdón de los pecados». Lee: Hechos 2, 37. Estudia detenidamente: CIC n.1250 y 405.

TODOS SOMOS CIEGOS

La historia del ciego de nacimiento (Juan 9) es muy aleccionadora. El ciego representa al cristiano, porque todos nacemos ciegos a la fe y, por tanto, todos necesitamos lavarnos en la Piscina del Enviado = el Bautismo de Cristo. Si los gatitos a los ocho días abren los ojos ¿porqué los niños deben esperar a ser adultos para abrirlos?

3ª. Objeción. No es bueno imponer a los niños una fe que ellos no han escogido.

La fe ni es «escogida», ni es «impuesta» sino que es don y gracia de Dios. Si el Bautismo confiere a los hijos el bien sublime de la gracia divina, sólo unos padres ignorantes o incrédulos podran negar a sus hijos este don. Pero además, ¿quién eres tú para negar a Jesucristo el derecho legítimo sobre aquel por quien Él murió y resucitó?

4ª. Objeción. Jesucristo se bautizó de grande y se bautizó en el río.

Esta objeción revela una gran ignorancia de la palabra de Dios. Porque Cristo recibió el Bautismo de Juan, que era un bautismo de penitencia, nosotros en cambio, recibimos el Bautismo de Cristo, en fuego y Espíritu. Por eso somos «cristianos» y no «bautistas». Y por eso los católicos bautizamos no como el Bautista lo hacía, sino como Cristo manda: «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Lee: Mateo 28, 19.

5ª. Objeción. ¿Y qué hay de los niños que mueren sin Bautismo?

«La Iglesia los confía a la misericordia de Dios que quiere que todos los hombres se salven» (1Timoteo 2, 4) y a la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis» (Marcos 10, 14). Esto nos permite confiar en que hay un camino de salvación para los niños que mueren sin el Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños vengan a Cristo por el don del Bautismo. (CIC n. 1261).

Bautismo de Jesús, la fiesta con la que acaban las Navidades

Un día Jesús acudió a hacerse bautizar por su primo Juan, es entonces cuando se produce una manifestación de su divinidad

Hoy, solemnidad del Bautismo del Señor, concluye el ciclo de las fiestas de Navidad. Es una fiesta móvil, que se celebra el domingo

de san Marcos:

“Se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”.

Mc 1,4

Juan, el primo de Jesús, bautizaba en las aguas del Jordán como preparación para la venida del Mesías.

Un día, fue Jesús quien acudió a hacerse bautizar. Es entonces cuando se produce una manifestación de su divinidad:

“Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección».”

Oración

Dios todopoderoso y eterno,
que en el bautismo de Cristo en el Jordán,
al enviar sobre él tu Espíritu Santo,
quisiste revelar solemnemente a tu Hijo amado,
concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo,
perseverar siempre en tu benevolencia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

El Papa bautiza 16 niños. A los padres: custodien la identidad cristiana

© Rodrigo Pizarro

Este es vuestro trabajo durante vuestra vida: custodiar la identidad cristiana de vuestros hijos», dijo el Papa Francisco en su homilía de la misa con el rito del bautismo de 16 niños. La Capilla Sixtina resuena con las voces de los pequeños y el Papa habla brevemente en un ambiente de celebración y gran emoción. La Iglesia acoge hoy con alegría a sus nuevos hijos

Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor y, tras la pausa del año pasado, debido a la pandemia, el Papa Francisco retoma la costumbre de impartir, en este domingo, el bautismo a algunos hijos recién nacidos de empleados del Vaticano.

En esta ocasión, dieciséis niños y niñas reciben el sacramento de manos del Papa, que les introduce en la vida cristiana en un contexto muy especial: la Capilla Sixtina. La última vez, el 12 de enero de 2020, habían sido 32, y el Papa había pronunciado una breve homilía de forma improvisada para no «cansar» a los pequeños y a sus padres que se debatían entre gritos y llantos, especialmente a las madres a las que Francisco había dicho que se sintieran libres de amamantar a sus bebés allí en la Capilla.

«Queridos niños, con gran alegría la Iglesia os acoge», dice el Papa antes de marcar en cada uno de ellos, traídos al Papa por sus padres, el signo distintivo de la fe cristiana, la señal de la cruz. La homilía del Papa Francisco es muy breve e improvisada, como ya había hecho en el pasado en la misma ocasión.

Hoy conmemoramos el Bautismo del Señor. Hay un himno litúrgico muy bello -en la fiesta de hoy- que dice que el pueblo de Israel fue al Jordán con los pies descalzos y el alma desnuda, es decir, un alma que quería ser bañada por Dios, que no tenía riquezas, que necesitaba a Dios. Estos niños vienen hoy aquí con los pies descalzos y el alma desnuda para recibir la justificación de Dios, la fuerza de Jesús, la fuerza para seguir adelante en la vida, para recibir la identidad cristiana. Es esto, sencillamente. Sus hijos recibirán hoy su identidad cristiana. Y vosotros, padres y padrinos, debéis custodiar esta identidad. Este es su trabajo a lo largo de su vida: custodiar la identidad cristiana de sus hijos. Es un trabajo de todos los días, hacerlos crecer con la luz que recibirán hoy. Eso es todo lo que quería decir.

“Este es el mensaje de hoy: custodiar la identidad cristiana que habéis traído hoy para que vuestros hijos la reciban.”

En cuanto a esta ceremonia… es un poco larga, los niños se sienten extraños aquí en un entorno que no conocen. Por favor: son los protagonistas de la ceremonia. Procuren que no tengan mucho calor, libérenlos de cosas, háganlos sentir cómodos, bien, y si tienen hambre, aliméntenlos tranquilamente aquí, frente al Señor. No hay problema. Y si gritan, que griten, porque tienen un espíritu de comunidad, […], podemos decir un «espíritu de banda», un espíritu de estar juntos, y basta con que uno empiece para que todos se [vuelvan] musicales y la orquesta surja inmediatamente. Dejad que lloren tranquilamente, que se sientan libres, pero que no sientan demasiado calor, y si tienen hambre, que no la tengan. Y así, con esta paz, avancemos en la ceremonia y no olvidemos: ellos recibirán la identidad cristiana y vuestra tarea será custodiar esta identidad cristiana.

El Papa en el Ángelus: no descuidemos la oración

La oración abre al cielo, da oxígeno a la vida y hace ver las cosas “de modo más amplio”. Es “el modo”, según el Papa, “de dejar que Dios actúe en nosotros, para captar lo que Él quiere comunicarnos incluso en las situaciones más difíciles”, y tener así «la fuerza de ir adelante”

Puntualmente al mediodía de este 9 de enero el Papa Francisco se asomó a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano para rezar junto con los fieles presentes en la Plaza de San Pedro la oración mariana del Ángelus.

Comentando la Liturgia del día, que muestra la escena con la que comienza la vida pública de Jesús, el Papa Francisco invitó a detenerse en un punto importante, a saber, en el momento en que Jesús recibe el Bautismo: el texto – señaló– dice que “estaba orando”. 

“Nos hace bien contemplar esto: Jesús reza. ¿Pero cómo? Él, que es el Señor, el Hijo de Dios, ¿reza como nosotros? Sí, Jesús – lo repiten muchas veces los Evangelios – pasa mucho tiempo en oración: al inicio de cada día, a menudo de noche, antes de tomar decisiones importantes… Su oración es un diálogo vivo, una relación íntima con el Padre. Así, en el Evangelio de hoy podemos ver los “dos movimientos” de la vida de Jesús: por una parte, desciende hacia nosotros en las aguas del Jordán; por otra, eleva su mirada y su corazón orando al Padre.”

La oración es la clave que abre el corazón al Señor. Es esta una “gran enseñanza” para nosotros, señaló el Santo Padre: inmersos “en los problemas de la vida y en muchas situaciones intrincadas, llamados a afrontar momentos y elecciones difíciles que nos abaten”, si no queremos permanecer aplastados, “tenemos necesidad de elevar todo hacia lo alto”. Y así, la oración, “que no es una vía de escape, no es un rito mágico ni una repetición de cantilenas aprendidas de memoria”, es “el modo”, según el Papa, “de dejar que Dios actúe en nosotros, para captar lo que Él quiere comunicarnos incluso en las situaciones más difíciles”, y, de este modo, “tener la fuerza de ir adelante”. 

“La oración nos ayuda porque nos une a Dios, nos abre al encuentro con Él. Sí, la oración es la clave que abre el corazón al Señor. Es dialogar con Dios, es escuchar su Palabra, es adorar: estar en silencio encomendándole lo que vivimos. Y a veces también es gritar a Él como Job, desahogándose con Él.” La oración da oxígeno a la vida y abre al cielo

La oración “da oxígeno a la vida”, aseguró Francisco, además de hacernos ver las cosas “de modo más amplio”. 

“Sobre todo, nos permite tener la misma experiencia de Jesús en el Jordán: nos hace sentir hijos amados del Padre. También a nosotros, cuando rezamos, el Padre dice, como a Jesús en el Evangelio: “Tú eres mi hijo, el amado” (cfr. v. 22). Nuestro ser hijos comenzó el día del Bautismo, que nos ha inmerso en Cristo y, miembros del Pueblo de Dios, nos ha hecho convertirnos en hijos amados del Padre. ¡No olvidemos la fecha de nuestro Bautismo!” No descuidemos la oración

Antes de concluir el Papa Francisco dejó para la reflexión de los fieles algunas preguntas: «¿cómo va mi oración? ¿Rezo por costumbre, desganado, sólo recitando algunas fórmulas? ¿O cultivo la intimidad con Dios, dialogo con Él, escucho su Palabra?» Animando a que, entre las muchas cosas que hacemos, “no descuidemos la oración”, pidió que le dediquemos tiempo, sugiriendo que, además de leer el Evangelio todos los días, “utilicemos breves invocaciones para repetir a menudo» porque la oración «abre al cielo».

“Y ahora nos dirigimos a la Madre, la Virgen orante, que ha hecho de su vida un canto de alabanza a Dios. Ángelus domini…”