Luke 8:1-3
Nuestro Evangelio de hoy celebra a las mujeres discípulas de Jesús. Uno de los principales signos en las enseñanzas de Jesús es el dar vuelta ciertas convenciones sociales. A los fines de servir lo que Él llama el Reino de Dios, la forma en que Dios ordena el mundo, Jesús dice y hace cosas escandalosas.
Una de las acciones más notables y sorprendentes es la inclusión radical de mujeres. Jesús permite que las mujeres entren en Su círculo íntimo (algo prácticamente insólito para un rabino). Él le habla públicamente a la mujer en el pozo. Entabla conversación con la mujer sirofenicia. Perdona a la mujer atrapada en adulterio. Y los primeros testigos de la Resurrección son mujeres.
Lucas, que es quien relata esta historia, fue compañero de Pablo, y su Evangelio refleja muchos de los temas de Pablo. Pablo nos dice: “Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús”. Esto era algo muy radical en aquellos tiempos, pues eran algunas de las divisiones sociales más básicas del mundo antiguo. Los hombres libres estaban mucho mejor que los esclavos, los judíos tenían grandes ventajas sobre los griegos, y los hombres eran vistos como superiores a las mujeres. Pero ya no más, no a la luz del Reino de Dios que Jesús anuncia.
Y si Cristo no resucitó, es vana la fe de ustedes; y por lo tanto, aún viven ustedes en pecado, y los que murieron en Cristo, perecieron. Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos.Ya en esta vida tenemos en nosotros una participación en la Resurrección de Cristo. Si es verdad que Jesús nos resucitará al final de los tiempos, es también verdad que, en cierto sentido, con Él ya hemos resucitado. La vida eterna comienza ya en este momento, comienza durante toda la vida, que está orientada hacia ese momento de la resurrección final. Y ya estamos resucitados, en efecto, mediante el Bautismo, estamos integrados en la muerte y resurrección de Cristo y participamos en la vida nueva, que es su vida. Por lo tanto, en la espera del último día, tenemos en nosotros mismos una semilla de resurrección, como anticipo de la resurrección plena que recibiremos en herencia. Por ello también el cuerpo de cada uno de nosotros es resonancia de eternidad, por lo tanto, siempre se debe respetar; y, sobre todo, se ha de respetar y amar la vida de quienes sufren, para que sientan la cercanía del Reino de Dios, de la condición de vida eterna hacia la cual caminamos. Este pensamiento nos da esperanza: estamos en camino hacia la resurrección. Ver a Jesús, encontrar a Jesús: ¡ésta es nuestra alegría! (Audiencia, 4 diciembre 2013)
Cornelio y Cipriano, Santos
Mártires, 16 de septiembre
Martirologio Romano: Memoria de los santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258).
Breve Biografía
Víctimas ilustres de la persecución de Valeriano, respectivamente en junio del 253 y el 14 de septiembre del 258, son el Papa Cornelio y Cipriano el obispo de Cartago, cuyas memorias aparecen unidas en los antiguos libros litúrgicos de Roma desde mediados del siglo IV. Su historia, en efecto, se entrelaza, aunque sobresale más la imagen del gran obispo africano.
San Cipriano Nacido en el año 200 en Cartago (Africa), se convirtió al cristianismo cuando era mayor de 40 años. Su mayor inspiración fue un sacerdote llamado Cecilio. Una vez bautizado descubrió la fuerza del Espíritu Santo capacitándolo para ser un hombre nuevo. Se consagró al celibato.
Tuvo un gran amor al estudio de las Sagradas Escrituras por lo que renunció a libros mundanos que antes le eran de gran agrado.
Es famoso su comentario del Padrenuestro.
Fue ordenado obispo por aclamación popular, el año 248, al morir el obispo de Cartago. Quiso resistir pero reconoció que Dios le llamaba. «Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes». Fue gran maestro y predicador.
En el año 251, el emperador Decio decreta una persecución contra los cristianos, sobre todo contra los obispos y libros sagrados. Muchos cristianos, para evitar la muerte, ofrecen incienso a los dioses, lo cual representa caer en apostasía.
Cipriano se esconde pero no deja de gobernar, enviando frecuentes cartas a los creyentes, exhortándoles a no apostatar. Cuando cesó la persecución y volvió a la ciudad se opuso a que permitieran regresar a la Iglesia a los que habían apostatado sin exigirles penitencia. Todo apóstata debía hacer un tiempo de penitencia antes de volver a los sacramentos. Esta práctica era para el bien del penitente que de esta forma profundizaba su arrepentimiento y fortalecía su propósito de mantenerse fiel en futuras pruebas. Esto ayudó mucho a fortalecer la fe y prepararse ya que pronto comenzaron de nuevo las persecuciones.
El año 252, Cartago sufre la peste de tifo y mueren centenares de cristianos. El obispo Cipriano organiza la ayuda a los sobrevivientes. Vende sus posesiones y predica con gran unción la importancia de la limosna.
El año 257 el emperador Valeriano decreta otra persecución aun mas intensa. Todo creyente que asistiera a la Santa Misa corre peligro de destierro. Los obispos y sacerdotes tienen pena de muerte celebrar una ceremonia religiosa. El año 257 decretan el destierro de Cipriano pero el sigue celebrando la misa, por lo que en el año 258 lo condenan a muerte.
Actas del juicio:
Juez: «El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Ud. Qué responde?»
Cipriano: «Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos».
El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó a Cipriano: «¿Es usted el responsable de toda esta gente?»
Cipriano: «Si, lo soy».
El juez: «El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses».
Cipriano: «No lo haré nunca».
El juez: «Píenselo bien».
Cipriano: «Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar».
El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: «Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada».
Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: «¡Gracias sean dadas a Dios!»
Toda la inmensa multitud gritaba: «Que nos maten también a nosotros, junto con él», y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.
Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.
El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.
A los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.
San Cornelio habia sido elegido Papa en el 251, después de un largo periodo de sede vacante, a causa de la terrible persecución de Decio. Su elección no fue aceptada por Novaciano, que acusaba al Papa de ser un libelático. Cipriano, y con él los obispos africanos, se puso de parte de Cornelio.
El emperador Galo confinó al Papa en Civitavecchia, en donde murió. Fue enterrado en las catacumbas de Calixto. Cipriano, a su vez, fue relegado en Capo Bon, pero cuando supo que habia sido condenado a la pena capital, regresó a Cartago, porque quería dar su testimonio de amor a Cristo frente a toda su grey. Fue decapitado el 14 de septiembre del 258. Los cristianos de Cartago pusieron pañuelos blancos sobre su cabeza para conservarlos, así manchados de sangre, como reliquias preciosas. El emperador Valeriano, al hacer decapitar al obispo Cipriano y al Papa Esteban, inconscientemente puso fin a una disputa entre los dos sobre la validez del bautismo administrado por herejes, no aceptada por Cipriano y afirmada por el pontífice.
Dios ha amado y favorecido a las mujeres siempre tanto como a los varones, y les ha dado un lugar especial dentro de la creación
Las mujeres de la Biblia
Dios ha amado y favorecido a las mujeres siempre tanto como a los varones, y les ha dado un lugar especial dentro de la creación
Entonces Dios hizo caer en un profundo sueño al hombre y éste se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. De la costilla que Dios había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: “Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer porque del varón ha sido tomada.”
Gen 2,21-23
Por cuanto en el Reino de los Cielos ya no hay hombre ni mujer, esclavo ni libre, sino que todos hemos sido comprados por la sangre de Cristo y podemos estar en un mismo Espíritu, afirmamos (pese a los descalabros culturales que aún vivimos en nuestras sociedades actuales), que el Evangelio vino a abolir todo tipo de diferencia entre los seres humanos.
Ante los ojos de Dios todos somos valiosos, Jesús murió por nosotros, independientemente de quiénes seamos o cuánta fe tengamos, por lo que no hay machismo ni feminismo que valga. A menudo se piensa que el cristianismo es una doctrina rígida, anticuada, prejuiciosa, llena de tabúes y dogmas. Nada más lejos de la verdad. La teología de Cristo es sagrada, justa, igualitaria, genérica, racional e inclusiva.02:08
Si bien, los grandes protagonistas de la Biblia son hombres, esto no quiere decir que la Escritura sea sexista, ni que “Dios sea machista”, ¡de ninguna manera! De hecho, éste es un prejuicio contra la fe cristiana y la Iglesia. Lo que el mundo llama dogma, nosotros lo llamamos fe. Lo que ellos llaman machismo, dictadura o autoritarismo, los creyentes lo consideramos como el orden establecido por Dios.
Hoy hago apología de la importancia de las mujeres de la Biblia e invitar a mis lectores a recorrer las historias contenidas en los diferentes libros de la Escritura, incluyendo los cuatro evangelios. Quizá después de dichas lecturas cambie nuestra concepción acerca del valor de ambos sexos para Dios, y tengamos una visión más justa y equitativa sobre este tema. Claro que también hay mujeres terribles en las historias bíblicas (quizá nos ocuparemos de ello en otro artículo), pero este comentario gira en torno al valor de la mujer en la cosmovisión judeo-cristiana/
Eva fue creada diferente, pero con los mismos derechos que Adán; Sara fue una mujer respetuosa y obediente que recibió un milagro del Señor en su vientre, siendo ya de edad de noventa años; Ruth fue un ejemplo de lealtad y rectitud, quien obtuvo recompensa; Isabel concibió un hijo aun siendo estéril: el último y mayor profeta de la Biblia, Juan el Bautista, quien anunció la llegada del Mesías a la tierra y lo bautizó con agua.
María Magdalena abandonó su vida de pecado, y fue exorcizada por Jesús, quien echó siete demonios de ella; esta mujer agradecida siguió al Salvador a todos lados, hasta la cruz, y tuvo la gracia de verlo resucitado. La mujer samaritana creyó en la superioridad de Cristo, le pidió de beber y luego difundió su fama por todos lados; la mujer sirofenicia mostró una humildad a prueba de todo, y obtuvo un milagro de sanidad del Rey de reyes; Martha y María, hermanas de Lázaro, creyeron profundamente en la divinidad de Jesús, fueron sus amigas cercanas y le sirvieron, por lo cual vieron la gloria de Dios con la resurrección de su hermano.
¿Qué mejor ejemplo que el de María, la santa mujer que creyó, obedeció y sufrió todos los dolores de su hijo Jesucristo, recibió favor de Dios y fue habitada por el Espíritu Santo, quien dio vida en su cuerpo al Salvador del mundo? ¡Grandioso!
La lista de mujeres llenas de cualidades es larga. Escribiríamos muchos libros acerca de todas ellas. Pero una pequeña reflexión sobre algunas nos recuerda que Dios ha amado y favorecido a las mujeres siempre tanto como a los varones, y les ha dado un lugar especial dentro de la creación. Jesús miró, atendió, amó y dignificó a las mujeres que encontró alrededor, no excluyó a ninguna. ¿Por qué habríamos de hacerlo nosotros?
«Dialogar con el agresor apesta, pero se debe hacer»
Papa Francisco sobre dialogar con Rusia.
Fuente: Rome Reports
Francisco tocó varios temas de actualidad en su diálogo con los periodistas al volver de Kazajistán.
GUERRA EN UCRANIA
Sobre si es lícito dar armas a Ucrania el Papa dijo que dependiendo del objetivo. Señaló que “puede ser inmoral si se hace con la intención de provocar más guerra o de vender armas o de descartar armas que a mí ya no me sirven”. También dijo que defenderse de una agresión es lícito.
DIÁLOGO CON RUSIA
El Papa señaló que no excluye el diálogo con países que provoquen guerras. Dijo que es algo que “apesta”, pero que se debe hacer. Porque del contrario, se cerraría la única puerta posible para la paz.
EUTANASIA
También le preguntaron sobre la eutanasia y Francisco respondió con rotundidad: dijo que “matar no es humano, punto” y que eso es algo que “se hace con los animales”.
CHINA
Puesto que en el Congreso de líderes religiosos de Kazajistán se habló sobre libertad religiosa, al Papa también le preguntaron qué piensa sobre la situación en China.
En los próximos días el cardenal Zen será juzgado allí. Le acusan de colaborar con fuerzas extranjeras por trabajar en un fondo de ayuda a integrantes de movimientos prodemocracia.
El Papa respondió con mucha prudencia. Dijo que China es un país difícil de entender y que por eso “no le convence” calificar al país como “antidemocrático”, aunque actúe como tal.
NICARAGUA
Ante la persecución del gobierno de Nicaragua contra la Iglesia católica el Papa desveló que actualmente “hay diálogo” entre Vaticano y ejecutivo.
Reconoció que “es difícil de entender y de digerir” que hayan echado a las religiosas de la congregación de Madre Teresa y al nuncio de la Santa Sede.
VIAJES
Entre otros temas destacados el Papa dijo que espera viajar a Baréin próximamente.
También dijo que espera realizar el viaje a Sudán del Sur y a Congo el próximo febrero.
Sobre su rodilla, reconoció que aún no estaba curada.
El misterio de la liturgia
Nos pone en contacto con el misterio que existe en el corazón de todas las cosas y de cada ser humano.
Cuando hablamos de liturgia, ¿qué queremos decir?
Si vamos a la etimología griega, la palabra liturgia significa obra (ergon) del pueblo (leiton, adjetivo derivado de laos, que significa pueblo). Por tanto, podríamos decir que la liturgia es obra del pueblo, obra pública dedicada a Dios. En palabras más simples diríamos que la liturgia es el culto espiritual o servicio sagrado a Dios de cada uno de nosotros, que formamos su pueblo.
Hoy ya entendemos la liturgia como el culto oficial de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, a la Santísima Trinidad, para adorarle, agradecerle, implorarle perdón y pedirle gracias y favores.
Desde el comienzo del movimiento litúrgico, hasta nuestros días, se han propuesto muchas definiciones de liturgia y todavía no existe una que sea admitida unánimemente, dada la riqueza encerrada en dicho misterio. Sin embargo, todos los autores admiten que el concepto de liturgia incluye los siguientes elementos: la presencia de Cristo Sacerdote, la acción de la Iglesia y del Espíritu Santo, la historia de la salvación continuada y actualizada a través de signos eficaces, que son los sacramentos, y la santificación del culto.
Según esto se podría considerar la liturgia como la acción sacerdotal de Jesucristo, continuada en y por la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo, por medio de la cual el Señor actualiza su obra salvífica a través de signos eficaces, dando así culto perfectísimo a Dios y comunicando a los hombres la salvación, aquí y ahora.
Un gran teólogo de nuestro tiempo define así la liturgia: “La liturgia es la celebración de los sagrados misterios de nuestra redención por la Iglesia, en la que perdura viva la persona de Cristo, vivos los acontecimientos salvíficos del origen, activa la presencia de su gracia reconciliadora y fiel la promesa, mediante los signos que él eligió y que la comunidad realiza, presidida por la palabra de los apóstoles y animada por el Santo Espíritu de Jesús…La liturgia es la anamnesia de una comunidad que en obediencia a su Señor hace memoria de todo lo que él dijo y padeció; de lo que Dios hizo con él por nosotros. La Iglesia se une así a lo que fue la gesta salvífica de Cristo y continúa adherida e identificada con la intercesión que, como sacerdote eterno, Él sigue ofreciendo al Padre por nosotros, mientras peregrinamos en este mundo” .
En este contexto ya podemos apreciar lo que es la liturgia en la Iglesia. La liturgia no es sino la celebración de ese proceso de la redención en el mundo y del mundo. La liturgia es la “fuente y culmen de la vida cristiana”, como la llamó el concilio Vaticano II, porque en la celebración litúrgica es donde se verifica y tiene su más explícita expresión, ese modelo de iniciativa y respuesta, de la acción divina y la cooperación humana. En cuanto fuente, la liturgia es punto de partida que nos impulsa a que, saciados con los sacramentos pascuales, sigamos caminando hacia la santidad mediante una vida recta y honesta, dando gloria a Dios con nuestras palabras y nuestras acciones delante de los hombres. En cuanto culmen, la liturgia es punto de llegada, es decir, toda la actividad de la Iglesia tiende a dar gloria a Dios.
Si se preguntara a los católicos la razón por la que asisten a misa los domingos, muchos probablemente dirían que porque es algo muy importante para ellos, o porque les gusta cómo habla el sacerdote que celebra, o porque los católicos tienen la obligación de asistir.
Sin embargo, si reflexionamos un poco, tendremos que decir que la razón por la que vamos a misa es porque Dios nos ha llamado a reunirnos junto a Él en su Iglesia, para darle gloria, agradecerle, implorarle ayuda y pedirle perdón. Por eso podemos decir que la liturgia es la celebración de un pueblo reunido en nombre del Señor, que nos hizo hermanos, hijos del mismo Padre, miembros del mismo cuerpo, ramas del mismo árbol.
En la sociedad contemporánea, en la que hay gente que cree en todo tipo de cosas o simplemente ya no cree en nada, la fe que nos lleva a la iglesia el domingo, mientras un vecino poda el jardín y otro lee el periódico o mira una película, puede darnos un sentido vivo de vocación o llamado. No es que seamos mejores o peores que nuestros vecinos, sino que nosotros, por razones misteriosas que sólo Dios conoce, hemos sido elegidos y llamados para conocerlo a Él y sus obras, para amarle sobre todas las cosas y servirle de todo corazón en nuestro día a día.
Aun reconociendo nuestras infidelidades personales y comunitarias, nos reunimos para la celebración litúrgica, y seguimos siendo lo que somos: un pueblo llamado por Dios a ser su testigo y su ayuda en la historia humana. Somos el Cuerpo de Cristo, sus brazos y piernas, pies y manos, para el mundo que Él ama.
El papa Pío XII nos dice que la liturgia es el culto del Cuerpo de Cristo completo, cabeza y miembros. En la liturgia, somos llamados juntos a la presencia del Padre, que es el Padre de todos. Nos reunimos en Cristo, porque sin Cristo no podemos presentarnos ante el Padre. Y nos reunimos por el Espíritu de Cristo, que se derrama en nuestros corazones para que formemos “un cuerpo, un espíritu, en Cristo”. ¡Llamados a la presencia del Padre, en Cristo, por el Espíritu!
Así, la reunión de la asamblea es un signo y un símbolo de lo que Dios hace y de su obra. La obra de Dios en la historia es reunir en uno a los hijos de Dios, que están dispersos, superar las divisiones, proporcionar un lugar para los que carecen de casa y están solos, para apoyar a los que soportan cargas demasiado pesadas, y crear un oasis de comunidad en medio de un mundo dolorosamente dividido en los que tienen casi todo y los que carecen de todo.
Ahí, en la comunidad cristiana, podemos descubrir que todos pertenecemos a la misma humanidad y dejar de lado las diferencias. La reunión de los creyentes en una celebración litúrgica es la anticipación del día en que se establezca el Reino de Dios en su plenitud, cuando ya no exista la discriminación por razón de sexo, raza o riqueza; donde no habrá hambre ni sed, ni desconfianza ni violencia, competencia o abuso de poder, porque todas las cosas estarán sujetas a Cristo, y Dios reinará sobre su pueblo santo en paz y para siempre. Cada celebración litúrgica es –debería ser- un trozo de cielo en la tierra.
En palabras del Vaticano II: “Por eso, al edificar día a día a los que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la liturgia robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo, y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones para que debajo de él se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor” (Concilio Vaticano II, en la Constitución “Sacrosanctum Concilium” n. 2).
La liturgia, pues, nunca puede ser un asunto privado, individualista, donde cada quien reza sus devociones privadas, encerrado en sí mismo. Es la Iglesia, la comunidad eclesial la que celebra la liturgia. La liturgia es una acción de todos los cristianos. Nadie es espectador de ella; nadie es espectador en ella. Todos deben participar “activa, plena y conscientemente en ella”, como nos dice el concilio Vaticano II .
Otro aspecto de la liturgia: La liturgia es del presente, pero apunta hacia el futuro; es de este mundo, pero apunta hacia una realidad que trasciende la experiencia presente. Es del presente, porque celebra y hace real la presencia entre nosotros de Dios que salva al mundo y al hombre en Cristo, pero esa misma presencia nos hace penosamente conscientes de cuán lejos estamos del Reino de Dios. Es un llamado para vivir y actuar por los valores de Dios, que no son los valores de una sociedad que toma como un hecho la desigualdad, la competitividad, los prejuicios, la infidelidad, las tensiones internacionales y el consumismo sin fronteras. Los valores de Dios son el amor, la verdad, la paz y la gracia.
De esta manera, la liturgia es de este mundo, pero apunta hacia un modo de vivir en el mundo que reconoce su profundo significado. La liturgia aprovecha todos los elementos de la vida humana. Nos enseña a usar nuestro cuerpo y nuestra alma para manifestar la presencia de Dios, para darle culto y servirlo, y para llevar su Palabra y sanar a los demás.
Nos enseña a escuchar la voz de Dios en la voz de los otros y a recibir de manos de los demás los dones de Dios mismo. Nos enseña a vivir en la sociedad, gentes de diferente educación y raza, como hombres y mujeres entregados a fomentar la paz y la unidad y la ayuda mutua. Nos enseña a usar los bienes de la tierra, representados en la liturgia por el pan y el vino, el agua y el aceite, no para que los atesoremos y consumamos a solas egoístamente, sino como sacramentos del mismo Creador que hay que aceptar con agradecimiento, utilizar con reverencia y compartirlos con generosidad.
Sí, la liturgia es una expresión de nuestra fe y amor; pero también conforma y profundiza esa fe y amor. Nos enseña cómo vivir con fe y cómo amar más profundamente y con mayor verdad. Nos enseña que la fe, la esperanza y el amor se hacen vivos a medida que reconocemos y aceptamos la obra de Dios en el mundo. Sabemos que la liturgia comienza y termina con la señal de la cruz, porque la cruz es la señal del amor que Dios nos tiene y de la respuesta humana de Jesús a ese amor. Amó hasta el final, obediente hasta la muerte de cruz.
Así, la liturgia nos hace comprender que no hay amor sin sacrificio, ni vida excepto por la muerte. En la liturgia y en la vida nos identificamos con la muerte de Jesús, de modo que la vida de Jesús también se manifieste en nosotros. El corazón de la liturgia, corazón de todos los sacramentos, desde el bautismo hasta los ritos por los moribundos, es el Misterio Pascual, el misterio de la iniciativa de Dios y de nuestra respuesta como se revela en la muerte y resurrección del Señor. Por la liturgia, la Iglesia actualiza el Misterio Pascual de Cristo, para la salvación del mundo y alaba a Dios en nombre de toda la humanidad.
No solamente el pan y el vino se han de transformar en la liturgia, sino que también nosotros tenemos que transformarnos, asociándonos al sacrificio de Jesús, permitiendo que Dios suscite en nosotros constantemente una vida nueva, de modo que también la Iglesia se transforme para que el mundo evolucione según los designios de Dios para toda la humanidad.
En este sentido podemos decir que en la liturgia se unen la “lex orandi”(oración), la “lex credendi” (dogma) y la “lex vivendi” (vida). No son separables, como veremos en la primera parte, la oración, el dogma y la vida, sino que se deben iluminar e interaccionar en reciprocidad.
La liturgia hace explícito lo que está escondido e implícito en la historia del hombre; nos recuerda lo que Dios ha hecho en el pasado, para que podamos reconocer al mismo Dios actuante en el presente, y nos recuerda los fines a los que el mundo y su historia se dirigen, la posesión eterna de Dios en el cielo. Nos pone en contacto con el misterio que existe en el corazón de todas las cosas y de cada ser humano.
La liturgia es, sin duda, el momento culminante de la vida de la Iglesia, de la actuación del Espíritu Santo y de la presencia del Cristo glorioso. La liturgia es la salvación celebrada, vivida.
Adentrémonos con fe y respeto en este misterio de la liturgia.
Septiembre, mes de la Patria
Un México que ha destacado por su fe y fidelidad a Dios y a su Iglesia
Ya que iniciamos septiembre, me enfoqué en buscar la definición de una palabra que, como muchas, pareciera pasada de moda, sólo porque en los tiempos que vivimos ya no se da importancia a la tierra en la que nos ha tocado vivir y hasta hay quienes reniegan de su nacionalidad, por razones que desconozco pero que seguramente no serían lógicas. Buscando en internet, encontré lo siguiente:
“El término patria es originario del latín “patr?a” que alude al país de origen o lugar donde se encuentran las raíces de un individuo. El diccionario de la real academia española define la palabra patria como la tierra natal o adoptiva, estructurada como nación, a la que se siente ligado o unido el hombre ya sea por vínculos afectivos, jurídico e históricos. Es decir patria es aquel lugar, país, nación, pueblo, tierra o región en el que una determinada persona ha nacido o al que se siente vinculada por razones o motivos legales, sentimentales o históricos.
Por ende la patria puede ser el lugar de nacimiento, el pueblo de sus ancestros o la tierra donde un individuo se estableció desde un cierto momento de su vida, usualmente desde su niñez.” (https://conceptodefinicion.de/ patria).
Con esta definición podemos entender que el amor por la patria tiene unas raíces muy profundas. Se trata del agradecimiento que la persona siente por el lugar que le ha visto nacer, donde ha crecido, dado sus primeros pasos, donde habitan sus seres queridos y ha aprendido a ser útil a la sociedad. Por ello, el amor al país tiene mucho sentido cuando de defenderlo se trata.
Con el paso del tiempo, hemos constatado con tristeza que este valor ha venido decreciendo, quizá justificadamente, debido a los problemas en los que nuestro país se ha visto inmerso, tanto por la inseguridad, el narcotráfico, las personas desaparecidas, la situación económica y política, la emigración, el descontento social, el desprecio por la vida, y más aún, como lo dijo San Juan Pablo II, por la pérdida del sentido del pecado. Todo este panorama desolador, provoca en el ánimo de muchos la sensación de desapego por la tierra de origen.
Sin embargo, es necesario recuperarlo para que los mexicanos agradezcan por pertenecer a esta nación que no tiene igual. Debe trabajarse en todos los ámbitos de la sociedad para desarrollar en los niños el sentido de orgullo y pertenencia a este país que durante mucho tiempo fue ejemplo para los demás países latinoamericanos, tanto por su cultura, costumbre y tradiciones, como por su gente. Y en especial, por ser el lugar donde la Virgen de Guadalupe quiso que se le edificara su casa, uno de los santuarios marianos más importantes del mundo, donde a diario se puede contemplar el milagro de su bendita Imagen impresa en la tilma de San Juan Diego.
Un México que ha destacado por su fe y fidelidad a Dios y a su Iglesia, admiración del Papa Santo, que dejó su corazón en México, al punto de expresar que “ya era mexicano”. Es deber de todos rescatar nuestros valores y ayudar a los más jóvenes a comprender la grandeza del amor a la patria, y que para ser dignos representantes de México ante el mundo, deben también de superar sus limitaciones y obstáculos para convertirse en personas de bien.
Pero lo más importante, hay que recuperar el amor por México porque aquí fuimos hechos hijos de Dios por el bautismo, lugar donde nos toca trabajar por los hermanos para que alcancemos la salvación, porque, como dice la Escritura, “Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor”. (Fil 3, 20). Amemos a México, don de Dios para nosotros y nuestros hijos.
San Cornelio y san Cipriano, papa y obispo llamados al martirio
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Contuvieron la herejía de los cátaros, los «puros» que no aceptaban actuar con misericordia con los que habían pecado mortalmente al renegar de la fe
Cornelio fue el papa número 21 en la Iglesia católica. Nació en Roma en torno al año 180 y murió mártir en Civitavecchia en junio del año 253. Ejerció su papado entre el 251 y el 253.
Cornelio era consciente desde el primer momento de que ser Papa era estar en situación de peligro. El emperador romano Decio había ordenado matar al papa Fabián. Después de una larga espera de 18 meses en la que Decio intensificó la persecución contra los cristianos, fue elegido Cornelio.
Así, cuando Cornelio emprende su andadura como sucesor de Pedro, se encuentra con una Iglesia en la que algunos cristianos han apostatado por miedo o vergüenza ante la sociedad y las autoridades. Son los lapsi, “caídos” en latín, ante los que se genera la duda de si aceptar o no que hayan vivido como impostores y que regresen a la Iglesia como si nada importante hubiera sucedido después de renegar de la fe en el pasado. Esto llegará a crear un cisma durante el pontificado de Cornelio.
Un hereje que solo permitía una Iglesia de «puros»
San Cornelio se unió al entonces obispo de Cartago (en África del Norte), que era san Cipriano, para afirmar que era preferible ser misericordiosos con los “caídos” y readmitir a los que habían apostatado pero pedían el regreso a la Iglesia. En el lado opuesto se encontraba el presbítero romano Novaciano, muy docto y que está considerado el primer teólogo que escribe sus tratados en latín. Este sacerdote promulgaba que en la Iglesia solo cabían los santos y que, en consecuencia, había que rechazar a los lapsi. Esta doctrina acaba siendo herética ya que niega la posibilidad de redención de las personas que han cometido pecado mortal. Es lo que se llama Novacianismo.
Fue tal el enfrentamiento de Novaciano con el papa san Cornelio, que llegó a hacerse nombrar papa por tres obispos y fundó la “Iglesia de los puros”, que en griego se llaman “katharoi”, cátaros. Se hacían llamar también “los hombres buenos”.
Esta corriente se extendió sobre todo por el sur de la actual Francia y en el norte de la actual Italia.
En otoño del año 251 se convocó un sínodo en el que se condenó la doctrina novacianista y se excomulgó a Novaciano.
Sin embargo, la fuerza con que penetró la doctrina cátara hizo que perdurara hasta el siglo VII.
Acusado de ofender a los dioses y causar una epidemia
En el año 252, ya con el emperador Treboniano Galo, arreció la persecución contra los cristianos. San Cornelio fue desterrado a Civitavecchia porque se le acusó de ofender a los dioses romanos y haber provocado así una epidemia en Roma.
San Cornelio, además, fue encarcelado por estas razones y sufrió martirio. A consecuencia de ello murió en junio del año 253.
San Cipriano, un converso a los 35 años
De san Cipriano sabemos que se llamaba Tascio Cecilio Cipriano y era de origen bereber o tal vez púnico. Nació en torno al año 200 y falleció mártir el 14 de septiembre del año 258.
Fue sacerdote y un gran escritor romano gracias a que había recibido una excelente educación clásica. Se habla, por ejemplo, de la “peste cipriana” por la descripción de que disponemos gracias a él y está considerado uno de los grandes autores cristianos hasta la aparición de san Jerónimo y san Agustín.
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Se convirtió al cristianismo siendo adulto, a los 35 años, y fue nombrado obispo de Cartago catorce años después, en el 249. Allí entregaría su vida.
De san Cipriano destacaron su garra al hablar de Dios y su fortaleza a la hora de tratar la herejía novaciana que tanto daño hacía a la vida de la Iglesia.
Preparó a sus fieles para el martirio
Por lo que respecta al martirio de este santo, consta que era consciente de la persecución a la que el emperador iba a someter a los cristianos y, como buen pastor, preparó espiritualmente a los fieles con su De exhortatione martyrii. El 30 de agosto de 257, ante el procónsul romano Aspasius Paternus se negó a realizar sacrificios a las divinidades paganas y profesó firmemente su fe en Cristo.
Entonces el procónsul Paterno, por orden del emperador Valeriano, le desterró a Curubis. San Cipriano tuvo una visión que le anunció cómo iba a morir. Al año se le dejó regresar aunque con arresto domiciliario, a la espera de medidas más severas que iba a imponer el emperador. Y, efectivamente, llegaron órdenes de matar a todos los sacerdotes cristianos por lo que él quedaba incluido en la condena.
El 13 de septiembre del año 258 fue apresado por el nuevo procónsul, Galerio. Este enfermó y la ejecución se retrasó un día, pero el 14 de septiembre ocurrió el desenlace. Cuando fueron a leer a san Cipriano el castigo que se le imponía, solo dijo «¡Gracias a Dios!».
Lo trasladaron entonces fuera de la ciudad y lo siguió una multitud. Él sencillamente se quitó sus prendas sin ayuda de nadie, se arrodilló y rezó. Después le vendaron los ojos y un verdugo lo decapitó con una espada.
Los cristianos acudieron esa misma noche al lugar del martirio y trasladaron el cadáver de su obispo santo al cementerio del procurador Macrobio Candidiano, con una procesión de cirios y antorchas. Ese cementerio estaba situado junto a los depósitos de agua de la ciudad. Allí se construirían tiempo después iglesias que más tarde arrasaron los vándalos.
Una tradición no comprobada afirma que Carlomagno se llevó los huesos de san Cipriano a Francia y hoy tanto en Lyon como en Arlés, Venecia, Compiegne y Roenay se dice que hay reliquias del mártir.
El día de los santos Cornelio y Cipriano se celebra el 16 de septiembre.
En el Canon Romano de la misa (plegaria eucarística I), después de invocar la memoria de la Virgen, san José y los Apóstoles, se recuerda a los mártires: «Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián«. Ahí queda el sello imborrable de san Cornelio y san Cipriano.
Oración
Oh, Dios,
que has puesto al frente de tu pueblo
como abnegados pastores y mártires invencibles
a los santos Cornelio y Cipriano,
concédenos, por su intercesión,
ser fortalecidos en la fe y en la constancia
para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia.
Por nuestro Señor Jesucristo.